El museo Wellcome Collection de Londres acoge desde esta semana y hasta mediados del próximo mes de junio una curiosa exposición titulada Cerebros: la mente como materia, que, como su nombre indica, está dedicada al cerebro. Éste es, sin duda, el órgano físico más importante del ser humano y también el más misterioso, puesto que es el que nos ancla en esta realidad y a través de él podemos interaccionar con ella. Sin cerebro no sólo no hay pensamientos, sino tampoco hambre, dolor, orgasmos, cansancio, lenguaje, placer y tantas otras cosas que creemos errónenamente localizar en alguna parte de nuestro cuerpo cuando en realidad las percibimos gracias a las cien mil millones de neuronas o más (o menos, en tantos casos) que forman esa especie de nuez gigante escondida bajo nuestro cráneo.
La colección de este museo británico recoge 150 objetos incluyendo diversos manuscritos, fotos, instrumentos quirúrgicos y otras piezas entre las que no podía faltar, naturalmente, los clásicos cerebros conservados en formol, tan típicos del laboratorio de todo mad doctor que se precie... Entre ellos, se puede observar los de Albert Einstein y Charles Babbage. Cosa rara en un recopilatorio científico de este tipo, incluso aparece un merecido reconocimiento a uno de los pocos científicos serios que ha dado España en la época contemporánea: el gran Santiago Ramón y Cajal, que recibió el Nobel de Medicina en 1906 gracias a sus estudios sobre "la doctrina de la neurona" como célula individual básica con la que está construido este órgano director del cuerpo humano.
Son legión los especialistas que a lo largo del tiempo han intentado desentrañar (sin conseguirlo jamás del todo) el funcionamiento exacto de esta asombrosa máquina de precisión. Hoy día se dice que apenas empleamos el diez por ciento de su capacidad, motivo por el que presuntamente permanecerían latentes y sin desarrollar tantas y tantas cualidades de las que podríamos disfrutar si nos tomáramos el trabajo de desarrollarlas: desde la telepatía hasta el cálculo matemático mental avanzado, pasando por una poderosa ampliación de nuestra capacidad memorística. En la exposición encontramos un cráneo trepanado de unos cinco mil años de antigüedad que demuestra que ya entonces nuestros antepasados estaban preocupados por saber qué teníamos literalmente en la cabeza, pero a lo largo de la Historia la gran dificultad para su estudio ha radicado en buena medida en el hecho de que el tejido cerebral se pudre con gran rapidez y resulta complicado de diseccionar. Es como si el cerebro tuviera instalado un mecanismo de autodestrucción como los artefactos de las películas de James Bond, de manera que en el momento oportuno se disparara para aniquilarse a sí mismo antes de permitir libre acceso a sus secretos.
Son legión los especialistas que a lo largo del tiempo han intentado desentrañar (sin conseguirlo jamás del todo) el funcionamiento exacto de esta asombrosa máquina de precisión. Hoy día se dice que apenas empleamos el diez por ciento de su capacidad, motivo por el que presuntamente permanecerían latentes y sin desarrollar tantas y tantas cualidades de las que podríamos disfrutar si nos tomáramos el trabajo de desarrollarlas: desde la telepatía hasta el cálculo matemático mental avanzado, pasando por una poderosa ampliación de nuestra capacidad memorística. En la exposición encontramos un cráneo trepanado de unos cinco mil años de antigüedad que demuestra que ya entonces nuestros antepasados estaban preocupados por saber qué teníamos literalmente en la cabeza, pero a lo largo de la Historia la gran dificultad para su estudio ha radicado en buena medida en el hecho de que el tejido cerebral se pudre con gran rapidez y resulta complicado de diseccionar. Es como si el cerebro tuviera instalado un mecanismo de autodestrucción como los artefactos de las películas de James Bond, de manera que en el momento oportuno se disparara para aniquilarse a sí mismo antes de permitir libre acceso a sus secretos.
A pesar de su asombrosa capacidad, el cerebro es muy fácil de engañar. Es como un gigante con la edad mental de un niño, de manera que él mismo no suele ser consciente de sus posibilidades y cualquiera un poco más listo le puede robar con facilidad el caramelo. De hecho, lo difícil no es engañar al cerebro sino no poder hacerlo, según explica la neurocientífica Susana Martínez Conde, investigadora del Instituto Neurológico Barrow de Phoenix, en Estados Unidos, donde dirige el laboratorio de Neurociencia Visual. Martínez Conde ha escrito un libro mano a mano con Stephen L. Macknik, su esposo y también director del laboratorio de Neurofisiología del Comportamiento en la misma institución, que acaba de publicar la editorial Destino: Los engaños de la mente, donde estudia cómo los trucos de magia ayudan a desvelar el funcionamiento del cerebro y por qué el público de una actuación similar puede ser engañado con tanta facilidad.
En realidad, la clave básica consiste en centrar la atención en otra parte, como me explicó hace muchos años el Gran Gran Houdini, ilusionista de extraordinaria precisión (y heredero del Gran Houdini a secas) que suele utilizarme de "tonto útil" para probar sus nuevos juegos (nunca digas "trucos" en lugar de "juegos" delante de un ilusionista o te arrepentirás) e incluso durante sus espectáculos, cuando me elige al azar de entre el público para que le ayude a ejecutar sus tejemanejes mágicos. Creo que lo hace porque siente un especial y perverso placer personal en observar mi gesto de incredulidad cuando resuelve uno de esos juegos delante de mis mismas narices, aunque yo ponga todo mi empeño en intentar desvelar (¡sin conseguirlo!) cómo lo está haciendo. El Gran Gran Houdini fue bastante claro en cierta ocasión: "La mano es más rápida que la vista, pero la explicación está en realidad en la otra mano. Siempre que yo trate de centrar tu atención en la derecha, si quieres descubrir cómo funciona el juego tendrás que hacer un esfuerzo por observar la izquierda, que es la que va a actuar sin que te des cuenta. El ilusionista es bueno si, a pesar de saber eso, eres incapaz de apartar la vista de la derecha..."
Susana Conde y Macknik cuentan lo mismo en su libro. Aseguran que el cerebro vive en un estado de engaño "perpetuo" y que por eso funciona el ilusionismo, ya que el proceso de atención y conciencia del ser humano está compuesto por "un cableado fácil de piratear". Según nos recuerdan estos científicos, los homo sapiens aunque les guste olvidarlo "no ven el mundo como es sino como quieren que sea (...) nos engañamos los unos a los otros constantemente (...) no nos engañan los magos sino nuestro propio cerebro (...) creemos que somos conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor, pero generalmente desechamos el 95 por ciento de la información que recibimos". Para ayudar a explicar cómo los ilusionistas utilizan "los procesos cerebrales y errores de percepción para jugar con nosotros en una especie de 'jiu-jitsu' mental", el libro analiza a lo largo de una docena de capítulos algunos de los secretos del funcionamiento cerebral junto con la explicación de clásicos juegos mágicos como doblar una cucharilla o "cortar" a una persona en dos pedazos para luego volver a "unirla".
Lo más interesante de todo esto es que, sabiendo a ciencia cierta como sabemos lo sencillo que es alterar nuestra percepción cerebral, aún sigamos convencidos de que el homo sapiens está capacitado para conocer e interpretar adecuadamente su realidad. No es así. Todo cuanto se supone que sabemos acerca de nosotros y del mundo que nos rodea debe ser puesto en duda por sistema y no debemos creer absolutamente en nada, por mucha que sea la autoridad o el respeto que nos inspire la fuente de determinadas ideas y conceptos. Pocas cosas han hecho más daño a la humanidad que las creencias, en función de las cuales actúa la gente corriente. Y me refiero a todas las creencias: tanto las religiosas como las científicas, las políticas, las económicas, las sociales, las culturales... El común de los mortales se aferra a ellas porque le da pánico reconocerse a sí mismo la situación de ceguera personal en la que se encuentra ante las incertidumbres de la vida. Y, sin embargo, la sabiduría popular recuerda que don Yocreíque y don Yopenséque son familia de don Burreque...
En realidad, la clave básica consiste en centrar la atención en otra parte, como me explicó hace muchos años el Gran Gran Houdini, ilusionista de extraordinaria precisión (y heredero del Gran Houdini a secas) que suele utilizarme de "tonto útil" para probar sus nuevos juegos (nunca digas "trucos" en lugar de "juegos" delante de un ilusionista o te arrepentirás) e incluso durante sus espectáculos, cuando me elige al azar de entre el público para que le ayude a ejecutar sus tejemanejes mágicos. Creo que lo hace porque siente un especial y perverso placer personal en observar mi gesto de incredulidad cuando resuelve uno de esos juegos delante de mis mismas narices, aunque yo ponga todo mi empeño en intentar desvelar (¡sin conseguirlo!) cómo lo está haciendo. El Gran Gran Houdini fue bastante claro en cierta ocasión: "La mano es más rápida que la vista, pero la explicación está en realidad en la otra mano. Siempre que yo trate de centrar tu atención en la derecha, si quieres descubrir cómo funciona el juego tendrás que hacer un esfuerzo por observar la izquierda, que es la que va a actuar sin que te des cuenta. El ilusionista es bueno si, a pesar de saber eso, eres incapaz de apartar la vista de la derecha..."
Susana Conde y Macknik cuentan lo mismo en su libro. Aseguran que el cerebro vive en un estado de engaño "perpetuo" y que por eso funciona el ilusionismo, ya que el proceso de atención y conciencia del ser humano está compuesto por "un cableado fácil de piratear". Según nos recuerdan estos científicos, los homo sapiens aunque les guste olvidarlo "no ven el mundo como es sino como quieren que sea (...) nos engañamos los unos a los otros constantemente (...) no nos engañan los magos sino nuestro propio cerebro (...) creemos que somos conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor, pero generalmente desechamos el 95 por ciento de la información que recibimos". Para ayudar a explicar cómo los ilusionistas utilizan "los procesos cerebrales y errores de percepción para jugar con nosotros en una especie de 'jiu-jitsu' mental", el libro analiza a lo largo de una docena de capítulos algunos de los secretos del funcionamiento cerebral junto con la explicación de clásicos juegos mágicos como doblar una cucharilla o "cortar" a una persona en dos pedazos para luego volver a "unirla".
Lo más interesante de todo esto es que, sabiendo a ciencia cierta como sabemos lo sencillo que es alterar nuestra percepción cerebral, aún sigamos convencidos de que el homo sapiens está capacitado para conocer e interpretar adecuadamente su realidad. No es así. Todo cuanto se supone que sabemos acerca de nosotros y del mundo que nos rodea debe ser puesto en duda por sistema y no debemos creer absolutamente en nada, por mucha que sea la autoridad o el respeto que nos inspire la fuente de determinadas ideas y conceptos. Pocas cosas han hecho más daño a la humanidad que las creencias, en función de las cuales actúa la gente corriente. Y me refiero a todas las creencias: tanto las religiosas como las científicas, las políticas, las económicas, las sociales, las culturales... El común de los mortales se aferra a ellas porque le da pánico reconocerse a sí mismo la situación de ceguera personal en la que se encuentra ante las incertidumbres de la vida. Y, sin embargo, la sabiduría popular recuerda que don Yocreíque y don Yopenséque son familia de don Burreque...
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