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viernes, 4 de mayo de 2012

Estrellas y lombrices

El principal problema del ser humano para entender quién es, qué hace aquí y hacia dónde debe dirigirse radica en las limitaciones del único instrumento de conocimiento a su disposición: su propio cerebro. Siendo como es ésta una máquina fabulosa que nos permite utilizar las potencialidades de nuestro cuerpo en función del uso y entrenamiento previo que le demos, resulta ser también el primero de los impedimentos para ir más allá de lo que habitualmente se considera como "lo normal".

Porque vemos, oímos, sentimos..., únicamente lo que el cerebro nos permite ver, oír o sentir, pero el rango de experiencias al que nos da acceso es ínfimo (cualquiera que haya visto a una persona hipnotizada puede comprobarlo: esa persona sólo percibirá aquello que el hipnotizador le marque como campo de acción..., y la vida diaria nos hipnotiza en distintos grados con el desfile continuado de sus acontecimientos) y además él mismo nos inunda de miedos y prevenciones si se nos ocurre plantearle directamente la rigidez de sus fronteras. Sólo por esta razón deberíamos dudar absolutamente de todo lo que nos ocurre a lo largo de la jornada y tomarnos las cosas con mayor tranquilidad, en lugar de conducirnos con nuestra insensata y estresante suficiencia habitual, pues como decían los antiguos sabios "todo es maya e ilusión".

Sabemos que el cerebro no es en modo alguno fiable, por lo que en cualquier momento podríamos presentar una enmienda a la interpretación de la totalidad de la existencia tal y como se nos enseña desde pequeños, aprovechando nuestro momento de mayor debilidad e ingenuidad. Para una mente atenta, la conclusión es que ninguna de las leyes que se nos explica como inmutable, ninguno de los hechos "importantes" de nuestra vida, ninguno de los "grandes acontecimientos" que nos rodean son de verdad lo que parecen ser y por tanto nada debería asustarnos ni alterarnos demasiado. 

La mayoría de los seres humanos sólo piensan en ello cuando se encuentran ante la inevitable llegada de la Muerte, pues les gusta vivir como si fueran inmortales... Lo cierto es que el sapiens no lo es pero nosotros (que empleamos al mono vestido para experimentar escenarios de todo tipo igual que el niño que se divierte con muñecos) sí lo somos. Somos estrellas que jugamos a ser lombrices, con el objetivo de saber cómo se sienten las lombrices y aprender de ellas para crecer y brillar aún más fuerte y más arriba, ya que desde las alturas donde estamos instalados habitualmente no podemos ni imaginarlo. El problema es que en nuestro entusiasmo por el juego asumimos la identidad de lombriz como si fuera de verdad la nuestra y se nos olvida de dónde venimos originalmente: de pronto somos incapaces ya de recordarnos de otra manera que no sea arrastrándonos y comiendo tierra y nos confundimos con las lombrices que sí lo son (y que piensan que nosotros también lo somos).


Eh, un momento... ¿Y cómo sabemos si lo de las estrellas no es una fantasía y lo cierto es que nunca hemos dejado de ser otra cosa que simples lombrices con ínfulas de superioridad? Es una interesante pregunta, que nos retrotrae al famoso caso del filósofo chino que soñó ser una mariposa y, cuando se despertó, dudaba de si en realidad no sería una mariposa soñando ser un filósofo chino... 

Existe un hecho obvio: las lombrices de verdad no se plantean ser otra cosa que eso. Saben, en lo más hondo de sí mismas, lo que son y eso les puede gustar o no pero, aunque se lamenten en voz alta por su destino, a la hora de la verdad se pliegan a él con manifiesta resignación, convencidas de que no hay escapatoria e incluso cerrando los ojos con fuerza si por alguna extraordinaria circunstancia se les presenta la oportunidad de acceder a ella. 

Sin embargo, las estrellas sabemos que algo no va bien cuando nos reconocemos a nosotros mismos en el cuerpo de una lombriz. Poseemos una poderosa pulsión interior que nos advierte del engaño y nos aguijonea a descubrir qué es lo que está fallando, porque la vida como se nos presenta no encaja en absoluto en lo que sentimos dentro de nuestro ser. Esa pulsión, que a menudo se manifiesta en forma de nostalgia por alguien indeterminado que sólo podemos presentir o por algún sitio que no recordamos haber visto pero que tenemos la certeza de que existe en alguna parte, nos empuja a "meternos en problemas" en busca de nuestra propia identidad: queremos saber quiénes somos de verdad, no quiénes nos dice el entorno que se supone que somos. Es la conocida leyenda del hijo adoptado por una familia corriente que resulta ser heredero de una estirpe de reyes y/o magos, cuya identidad se le ha ocultado por diversas razones.

Las antiguas Escuelas de Misterios se fundaron para orientar a las lombrices que de alguna manera misteriosa sabían que no lo eran, para ayudarles a despertar y cumplir con el objetivo que se propusieron a sí mismas cuando decidieron encarnar a ras de suelo. Por fuerza, las pruebas de ingreso en ellas tenían que ser severísimas, a fin de evitar que alguien que no fuera una estrella tuviera acceso al Secreto. Algunos autores han descrito en sus obras, serias o de "ficción", las distintas ordalías a las que se enfrentaba el aspirante. Una muy conocida es la de elegir entre dos copas de vino, una de las cuales estaba envenenada: se suponía que el espíritu debía inducir al aspirante a escoger la que no lo estaba. El mero hecho de prestarse a semejante prueba demostraba que la aparente lombriz tenía algo más dentro de sí, ya que era capaz de sacrificar todo, incluso su propia vida, a cambio de la promesa de la Sabiduría... 

A pesar de estas precauciones, los cósmicos enemigos de las estrellas lograron infiltrarse y destruir desde dentro, una tras otra, las viejas Escuelas.

Pero la vida es más fuerte de lo que parece. Unas Escuelas de Misterios se cerraban y otras se abrían en otra parte del planeta: nunca han dejado de estar abiertas, en distintas épocas, en distintos lugares, si bien en muy escaso número y sólo algunas estrellas han sido capaces en cada momento de reconocerlas y pasar las pruebas para acceder a ellas. 

En todo caso, el Secreto jamás podrá ser violado pues sólo las estrellas, no las lombrices ni sus cósmicos enemigos, pueden vibrar en el tono necesario para tener acceso a él,  de la misma manera que por razones obvias las hierbas de la parte alta del árbol sólo están al alcance de las jirafas y no de los ñúes. 


Canto como un Minnesinger...
  









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