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miércoles, 9 de mayo de 2012

Pathfinder, el guía del desfiladero

Mira que he visto películas malas a lo largo de mi vida, pero hay una clase de largometrajes que me repugna especialmente y es ésa en la que los productores pretenden vender una historia ejemplarizante y moralmente recomendable, a menudo "basada en hechos reales", cuando su arquitectura interior traiciona a gritos el verdadero mensaje que se está transmitiendo, aunque sólo a quienes poseen las orejas para escucharlo y las claves para comprenderlo. Una de ellas, que tenía muchas ganas de ver desde hace tiempo pero que por distintas razones no he podido "disfrutar" hasta esta semana es la pésima Pathfinder, el guía del desfiladero. Ojo, no estoy hablando de la película noruega de 1987 firmada por Nils Gaup, que también vi en su momento y que era simplemente soporífera, sino del absurdo remake (como la casi totalidad de los remakes) dirigido en 2007 por el más que cuestionable Marcus Nispel. La errática carrera de Nispel se ha construido precisamente a base de remakes, cada uno más deficitario que el anterior, como sus versiones de Conan el Bárbaro, Viernes 13 o La matanza de Texas que, si yo fuera el amo de Hollywood, sería suficiente prueba de que este hombre debería dedicarse a vender hamburguesas en lugar de seguir malgastando los recursos de la industria del Séptimo Arte y el tiempo, se supone que valioso, de sus espectadores.

La película de Gaup se basaba en una leyenda medieval del pueblo lapón y llegó a conseguir la candidatura a mejor película extranjera en los Óscar de 1988 que, lógicamente, no ganó porque ya digo que pecaba de lentitud extrema, a pesar de la buena fotografía de los maravillosos paisajes de Noruega (uno de los países más hermosos del mundo) y de que contaba con un planteamiento clásico en las historias de aventuras: una venganza. Básicamente, cuenta cómo un adolescente regresa a casa tras una jornada de caza y descubre que una tribu rival ha atacado a la suya y ha matado a todo el mundo. Capturado por los invasores, es obligado a trabajar como guía (pathfinder) para ellos, que desean aprovechar la incursión para atacar al resto de clanes de la zona. Con mucha astucia y algo de suerte, además de un toque de chamanismo, el chaval conseguirá vengarse. 

La versión de Nispel es mucho más violenta, xenófoba y racista. Resulta que un grupo de vikingos con más aspecto de orcos que de otra cosa pierde un galeón (porque eso no es un drakkar: es un auténtico galeón, por mucho mascarón de proa con forma de dragón ¡enmascarado! que lleve) durante una de sus incursiones en América del Norte, se supone que allá por el siglo X después de Cristo, más o menos, que es cuando algunos grupos de hombres del norte llegaron hasta las tierras que bautizaron como Vinland. El pecio, embarrancado en la costa, es encontrado por una mujer india, que descubre en su interior a un niño, se supone que hijo de alguno de los vikingos, todos muertos, que viajaban en el barco. Nunca se explica por qué viajaba un niño en una expedición de saqueo y/o conquista, ni cómo ha logrado sobrevivir, ni quién es su familia exactamente, ni cómo se llama, ni ningún otro de estos superfluos detalles que ayudarían a describir y comprender al personaje. El niño está tan asustado (no parece vikingo, en realidad) que se echa literalmente en brazos de la india, a la que toma como su nueva madre y ésta lo acepta como su hijo. Tras una breve discusión entre los jefes de la tribu sobre si se quedan o no con el chaval, al final se imponen los razonamientos maternos (los indios no aceptaban a las mujeres en sus consejos de gobierno, pero éste es un detalle menor en la larga serie de flagrantes violaciones e incorrecciones históricas que supura la cinta) y lo incorporan como un miembro más de la tribu, aunque de segunda categoría.

Muchos años después, el niño se ha convertido ya en un hombre, un tanto enclenque como héroe, la verdad, y no sólo en comparación con sus parientes vikingos que aparecen retratados casi como osos sino con los guerreros indios de la tribu, que en general lucen un aspecto más sano. Como tiene el origen que tiene, sufre el desprecio y ninguneo de otros nativos pero al mismo tiempo enamora a la hija del jefe. Éste es uno de los muchos tópicos que contiene toda la historia, previsible de principio a fin, aunque los reduce siempre a su lado siniestro. Hasta los hermosos paisajes naturales donde ha sido rodada la película quedan reducidos a sombríos escenarios que parecen preludiar el infierno que se viene encima... Atormentado por su origen y sin saber qué hacer con su vida, el protagonista decide retirarse a lo profundo del bosque, a reflexionar, viviendo solo, mientras decide qué quiere hacer en la vida... En medio de
estas tensiones sociales estamos, cuando regresan los vikingos, que son retratados con más aspecto de uruk-hai que de otra cosa y que además hablan un idioma extraño de resonancias germánicas, lo suficientemente incomprensible como para ser subtitulados. Éste es un recurso de propaganda que siempre funciona: cuando quieras señalar al espectador quiénes son los malos, hazles hablar en una lengua ininteligible y de inmediato despertarás la antipatía hacia ellos.

A partir de ahí, los vikingos se limitan a hacer dos cosas: gritar y matar. De paso, cometen todas las bestialidades que se le ocurren al guionista: rotura de cabezas, empalamientos, descuartizamientos, quema de prisioneros boca abajo sobre hogueras... No respetan hombres, mujeres ni niños. Destrozan todo lo que encuentran y, cuando han terminado de arrasarlo todo, parten en busca de la siguiente aldea para repetir la jugada. Además, poseen unos corceles gigantescos (en el mundo real, apenas contaban con pequeños ponis y, desde luego, los drakkares no estaban acondicionados para transportarlos: mucho menos a través del Atlántico), unas armaduras dignas del siglo XV (500 años más allá de cuando se supone sucede la acción) que llevan puestas siempre, probablemente incluso para dormir, y encima son grandes arqueros (por resumir mucho diríamos que les gustaba más el cuerpo a cuerpo pero, en fin...). El protagonista descubre que los malvadísimos vikingos han matado no sólo a su familia adoptiva sino a toda la tribu y trata de vengarse. Capturado al fin junto con la hija del jefe, es obligado a servir de guía para que los invasores encuentren al resto de tribus y puedan matarlas. En un final absolutamente absurdo, acaba engañándoles para conducirles a las montañas y, una vez allí, despeñarles a todos desde un estrecho y empinado sendero de montaña. En el epílogo, los indios nombran ¿¡¡jefe de la tribu!!? a la hija porque su padre ha muerto en medio de todo el lío, mientras que el protagonista se autootorga el papel de vigilante perpetuo de las costas por si acaso llegaran nuevas expediciones enemigas, aunque se da permisos a sí mismo para visitar a su novia de vez en cuando y engendrarle un hijo.

Antes calificaba el largometraje de violento, pero también de xenófobo y racista. Lo es, y mucho, pero no como suelen entenderse estos adjetivos, sino aplicados esta vez hacia los vikingos y, soterradamente, hacia los europeos (hacia cierto tipo de europeos, incluso).  Estamos ante una de esas películas, ¡una más!, diseñadas para lavar el cerebro de la población (empezando por la propia población europea) y hacerle creer en la presunta superioridad moral de un presuntamente pacífico pueblo indio, presuntamente muy espiritual y avanzado en la defensa de todo tipo de valores culturales e internos, frente a un presuntamente violento, asesino y miserable pueblo europeo que sólo sabe robar y matar de manera cruel 
y cobarde. Un mensaje que, por cierto, es muy útil a los gobiernos populistas americanos aún a día de hoy... Es digno de reflexionar el porqué  nos indignamos cuando vemos una película antigua en la que aparecen indios (o cualquier otra minoría étnica) caracterizados de salvajes y malvados cortacaballeras atacando a inocentes y santurrones colonos de origen europeo y sin embargo aceptamos con pasmosa naturalidad las películas contemporáneas en las que se invierten (y exageran más allá de todo límite) los términos, como es el caso.

Esta historia de los indios "buenos" frente a los blancos "malos" siempre me trae a la memoria el timo del famoso discurso del gran jefe Seattle, con axiomas tan populares como "la Tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la Tierra" o "he visto mil búfalos pudriéndose en la pradera, abandonados por el hombre blanco que los mató desde un tren que pasaba". Frases tantas veces repetidas que se han convertido en un hermoso y poético mensaje ecologista de todos los tiempos..., aunque todo forme parte de una burda mentira y una falsificación. Ésas y el resto de citas clásicas atribuidas a este jefe indio y presuntamente dichas por él en 1854 fueron escritas en realidad por un guionista de televisión llamado Ted Perry en 1970 como parte del texto de un documental titulado Hogar. Perry se las inventó porque "no pudo encontrar ningún indio de 1850 que hablase la jerga ecologista de 1970", según la investigación periodística que descubrió "el pastel" en los años 9o' y que, en general, las llamadas organizaciones ecologistas ignoran sistemáticamente porque les motiva más la fantasía que la realidad y así suelen defenderla con argumentos del estilo: "si el jefe Seattle hubiera vivido hoy seguro que habría dicho eso". Sí, y seguro que habría firmado el guión de esta película perfectamente prescindible...

 
    
  









1 comentario:

  1. Una casualidad, era una pendiente de localizar, vi un fragmento en su día, y leyendo esto, veo que es aquella del desfiladero. Leyendo todo, me ha satisfecho la crítica de las dos. Gracias y ahora te espero con una del oeste.

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