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lunes, 21 de mayo de 2012

Veneno en el plato

Por ahí circula un texto misterioso (quizá no tanto como parece) que se titula The secret covenant (El pacto secreto) y que particularmente me descubrió mi gato Mac Namara una vez que hablábamos acerca de la cantidad de basura que comemos en los tiempos modernos. Muy bien presentada, muy sabrosa, pero basura al fin y al cabo. Nadie sabe quién lo escribió: según parece llegó de forma anónima a principios del 2000 a una web financiera procedente de uno de esos correos electrónicos de usar y tirar que se emplean para enviar mensajes una sola vez. Después de analizarlo a fondo, la opinión de mi conspiranoico compañero felino de apartamento es que se trata de una falsificación. O una semifalsificación, precisando un poco más. Es decir, que no está escrito por quien todo parece indicar que puede estar escrito pero sí recoge su forma de pensar y lo que podría haber escrito si se hubiera decidido a escribirlo. En fin, los interesados en el texto pueden buscarlo en Internet. 

En este momento, sólo me interesa citar una parte del susodicho pacto. Aquélla en la que los eternos aspirantes a dueños del mundo se refieren a los humanos corrientes en los siguientes términos: "Usaremos nuestro conocimiento de ciencia y tecnología en forma sutil, de tal forma que ellos jamás verán lo que está pasando. Utilizaremos los metales, aceleradores del envejecimiento y tranquilizantes en la comida, el agua y también en el aire. Ellos se verán rodeados de venenos por todas partes, miren a donde miren. Los metales les harán perder sus mentes (...) Los venenos se esconderán en todo lo que los rodea: en lo que ellos beban, coman, respiren y vistan (...) Les enseñaremos que los venenos son buenos, con imágenes divertidas y tonos musicales (...) Verán cómo nuestros productos se usan en las películas, crecerán acostumbrados a ellos y nunca sabrán su verdadero efecto (...) Tendremos a los niños como objetivo con lo que ellos más desean: las cosas dulces (...) crearemos medicinas que los enfermarán aún más y que causarán nuevas dolencias para las cuales crearemos más medicinas. Mediante este poder nuestro los haremos dóciles y débiles ante nosotros. Crecerán deprimidos, lentos y obesos y, cuando ellos vengan a nosotros pidiendo ayuda, les daremos más venenos." 

Pues de otras cosas podremos quejarnos, pero desde luego no de que nadie 
nos haya advertido en público durante los últimos años de lo mismo que cuenta este fragmento en concreto de El pacto secreto. Es decir, del progresivo envenenamiento de la comida de la población mundial (o al menos de aquella parte que tiene suficiente como para comer a diario) con objeto de ir modelando una humanidad "a la baja": lenta y limitada tanto en lo físico como en lo mental (y no digamos ya en lo espiritual). El penúltimo aviso, recientemente publicado en su versión española, se titula Nuestro veneno cotidiano (un título expresivo) y está firmado por una periodista e historiadora francesa llamada Marie-Monique Robin, que nos ha dejado algunos trabajos previos de interés. En esta última obra investiga acerca del menú químico que se planta en nuestra mesa cada día y que tantos problemas de salud está generando de manera gratuita. 

Según cuenta la propia Robin tras dos años de viajes y entrevistas con multitud de expertos en nutrición, científicos del sector y miembros de agencias de regulación alimentaria, "la cadena de alimentación está contaminada (...) la invasión química está vinculada al desarrollo de la sociedad de consumo a partir de la fabricación o transformación de alimentos con procesos químicos cuya toxicidad está muy mal evaluada."  Y ofrece como ejemplo la norma oficial IDA o Ingesta Diaria Admisible que es ni más ni menos que "la dosis de veneno químico que se supone que podemos ingerir cada día sin enfermar" pero en realidad se trata de "un engaño que protege a los fabricantes, no a los consumidores", por ejemplo con los "perturbadores endocrinos", un tipo de moléculas químicas particularmente peligrosas porque son hormonas artificiales que imitan las naturales pero no tienen ni mucho menos sus propiedades. Y estos perturbadores "están por todas partes, como los ftalatos en las sartenes antiadherentes o el bisfenol A en los biberones, las latas de conserva o los recipientes de plástico duro". Además, actúan de forma siniestramente eficiente como demuestran multitud de informes médicos que duermen el sueño de los justos porque a pesar de su existencia no se publican masivamente: "miles de esos estudios efectuados sobre animales demuestran que estos elementos químicos conducen al cáncer en los órganos del cuerpo donde funcionan las hormonas como las mamas o la próstata, a problemas de reproducción como la esterilidad o las malformaciones congénitas y a la aprición de diabetes y obesidad."


Esta investigadora está convencida de que el elevado porcentaje de cáncer que sufre la población mundial se debe en buena parte a esta causa. Citando a Christopher Wild, director del Centro de Internacional de Investigación sobre el Cáncer que depende de la Organización Mundial de la Salud, nos advierte de que en los últimos treinta años, el porcentaje de cáncer ha aumentado ¡¡¡más de un 40 por ciento!!! mientras constantemente se repite como un mantram en los medios de comunicación que cada vez estamos más cerca de su cura (en realidad, la medicina oficial ofrece poco en ese sentido aparte de quemar o intoxicar al paciente, a través de la radioterapia o la quimio-¡más productos químicos!-terapia). La principal consecuencia que ella extrae de su propio libro es que hay que renunciar a la mayor parte de la comida que nos ofrece el mercado mundial y quedarse sólo con los productos biológicos.
  
 Robin no es una advenediza del mercado editorial. Gracias a ella el público en general pudo empezar a conocer cómo funciona una de las multinacionales más peligrosas del mundo contemporáneo: Monsanto. Quien quiera documentarse acerca de ella y su, cuando menos, peculiar forma de entender la agricultura tiene una referencia indiscutible en El mundo según Monsanto
Esta autora también publicó un documentado trabajo sobre el tráfico de órganos humanos (una muy muy muy siniestra realidad que mueve cantidades astronómicas de dinero, no un simple argumento de película de James Bond) titulado Ladrones de ojos y otro sobre las enseñanzas de tortura y asesinato que obtuvieron, y aplicaron, algunos sádicos militares sudamericanos gracias a expertos de la "inteligencia" francesa (siempre me ha llamado la atención que a los servicios secretos se les llame así) titulado Los escuadrones de la muerte: la Escuela Francesa.









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