No importa que una persona se declare creyente o incrédulo: en cuanto surge la cuestión de la adivinación en cualquier charla de café (ya sean las cartas del Tarot, las varas del I'Ching, las marcas de las Runas o cualquier otra modalidad de las muchas a disposición del interesado en el gran supermercado de lo pseudoesotérico, incluyendo por supuesto la lectura de los posos del café), todo el mundo presta automáticamente su atención dispuesto a aportar sus experiencias y anécdotas personales. Incluso los más materialistas se interesan por el debate, atraídos por su secretísimo anhelo interior de encontrar al fin alguna prueba de que, después de todo, es posible toparse con lo extraordinario de una u otra forma. Por supuesto, sin percartarse de que lo verdaderamente extraordinario es nuestra mera presencia en este campo de juegos que, a falta de otro nombre mejor, llamamos vida.
¿Puede una persona que está cursando la carrera de Dios o que al menos esté interesada de una forma genuina en el camino espiritual recurrir a las adivinanzas para trazar su destino? Mi profesor de Filosofia, Epícteto, no está por la labor de financiar al gremio de adivinos. Atención a sus palabras:
"Si vas a consultar un adivino, sin duda es porque ignoras lo que ha de suceder, pero para saber si lo que ocurrirá es bueno o malo no necesitas adivino alguno; esto ya lo sabes, si eres filósofo. Porque si lo que te interesa es alguna cosa que no depende de ti, y necesariamente así es ya que ignoras el suceso, puedes decir con seguridad que no será ni buena ni mala (...) Cuando acudas al adivino, no lleves deseo ni aversión, porque si no te acercarás a él siempre temblando. Deberías tener como máxima el hecho de que todo acontecimiento es indiferente y que no podrá impedirte ni estorbarte lo que te has propuesto hacer. Como quiera que sea, está siempre en tu poder el usar bien de lo que suceda."
Epícteto entiende que al adivino sólo van los Homo Sapiens,
incapaces de fijar el rumbo de su propia vida, pero no los Hombres, quienes no sólo pueden sino que deben tomar el timón de su existencia. Sin
embargo, vivimos en un mundo donde abundan los primeros y no los
segundos. Por eso se vio obligado en su día a dar algunos consejos a aquéllos, más que a éstos, a ver si era capaz de insuflar algo de entendimiento en sus mentes. El primero, muy claro, sería evitar a la caterva de ignorantes y listillos que se hacen pasar por adivinos y en realidad carecen de conexión alguna con los planos superiores, sino que se limitan a bastardizar sus conocimientos para obtener rentabilidad de ellos. El segundo, la necesidad de acercarse "a los dioses con espíritu firme y seguro y considéralos como los que te pueden dar muy buenos consejos. Si te dan una respuesta clara, síguela con exactitud. No deberías desobedecer a los dioses pues menosprecias su potencia e incurres en su indignación". Y, ¡doy fe!, nada hay más terrible que un dios enfadado, si no es un dios juguetón.
"Las cosas que se pueden consultar al oráculo", añadía, "son aquéllas que como decía Socrátes se consideran relacionadas exclusivamente con la suerte y no pueden ser previstas por la razón ni por arte alguna. De manera que, si te toca defender a tu patria o a un amigo tuyo, no hace falta ir al adivino para preguntar si conviene (...) pues la razón pide que socorras, con peligro de tu misma vida, a tu amigo y a tu patria. El oráculo Pitio (uno de los más conocidos y sagrados de la antigüedad grecolatina) echó de su templo a un hombre que había ido a consultarle porque en tiempos pasados se negó a socorrer a uno de sus amigos al que atacaban para matarle".
"Las cosas que se pueden consultar al oráculo", añadía, "son aquéllas que como decía Socrátes se consideran relacionadas exclusivamente con la suerte y no pueden ser previstas por la razón ni por arte alguna. De manera que, si te toca defender a tu patria o a un amigo tuyo, no hace falta ir al adivino para preguntar si conviene (...) pues la razón pide que socorras, con peligro de tu misma vida, a tu amigo y a tu patria. El oráculo Pitio (uno de los más conocidos y sagrados de la antigüedad grecolatina) echó de su templo a un hombre que había ido a consultarle porque en tiempos pasados se negó a socorrer a uno de sus amigos al que atacaban para matarle".
Pero, como digo, los Hombres no necesitan adivinos. Ni los quieren tampoco. Porque ellos no buscan que nadie les marque el camino que deben escoger en cualquier cruce de senderos que se les presente en la vida, sino elegirlo personalmente. Y, si la adversidad se presenta, aceptarla como es y derrotarla devorándola pues, Epícteto una vez más: "nunca pidas que las cosas se hagan como quieres, mas procura quererlas como ellas se hacen..., y de esta manera todo te sucederá como desees y serás feliz."
Buena información, interesante y constructiva.
ResponderEliminarSaludos.