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lunes, 5 de noviembre de 2012

El fin del mundo ya llegó


No termino de entender las ganas que tiene tante gente de que el mundo se acabe de una vez por todas. Sólo se me ocurre que aquéllos que tanto desean el punto y final definitivo de las cosas son los mismos que, en su pereza, su envidia, su rabia y su simpleza personal y espiritual se muestran tan incapaces de enfrentarse a la vida y mejorarla que prefieren que todo desaparezca para que sus defectos no queden bien a la vista y nadie pueda reprocharles que jamás hicieran nada de interés, ni siquiera por ellos mismos.

En esta reencarnación ya he asistido a varios fines del mundo en fechas diferentes. Bien, mejor sería decir: a varios anuncios de fines del mundo que nunca se han hecho realidad. O, matizando aún más, a varios anuncios de fines del mundo masivos que no se han materializado, porque lo cierto es que lo que sí se produce cada día que pasa es el fin del mundo individual de muchas personas que terminan su periplo en este tablero de juego de rol que compartimos: mueren y desaparecen de la mesa, mientras los demás seguimos cumpliendo las misiones del master del juego..., o en algunos casos conspiramos para tratar de salirnos del juego sin que el master se dé cuenta.

 La ley del Eterno Retorno nos cuenta, sin embargo, que no hay nada nuevo. Todo se repite, una y otra vez, constantemente. Hay un cuento muy conocido circulando por ahí que resume bastante bien la actitud a tomar ante tanto pájaro de mal agüero empeñado en pronosticarnos la llegada de planetas errantes asesinos, la agonía de un mundo sometido a violentas e impredecibles catástrofes meteorológicas, el estallido de la definitiva guerra nuclear, la aparición de la peste malévola que destruirá a todo ser vivo..., y demás jinetes del Apocalipsis deseando justificar su breve pero contundente papel mitológico. El cuento trata acerca de un médico británico llamado Ronald Gibson que hace unos pocos años inició una conferencia sobre conflictos generacionales con los siguientes cuatro párrafos:

"A nuestra juventud le gusta el lujo y es mal educada, no hace caso alguno de las autoridades y no tiene el menor respeto por sus mayores. Nuestros hijos, hoy, son unos verdaderos tiranos. No son capaces de levantarse cuando entra en la sala un anciano. Responden a sus padres y son malos, simplemente. 

No tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud actual llega a tomar el poder, porque es insoportable, no tiene freno alguno, es horrible.

El mundo ha llegado a un punto crítico. Los hijos no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos.  

Esta juventud está malograda hasta el fondo de su corazón. Los jóvenes se comportan como malhechores ociosos. No se parecen a la juventud que había antes. No serán capaces de mantener nuestra cultura."

Tras este análisis de la realidad, Gibson hizo eso que se suele llamar una "pausa valorativa" y observó que su público, padres y madres de chavales contemporáneos, en su gran mayoría asentían entre murmullos de aprobación. Bien visto, parecían decir con su actitud, expectantes y receptivos.

Entonces, el astuto médico británico reveló que lo que había dicho no era fruto de sus reflexiones personales, sino citas textuales de antiguos autores, que vivieron en épocas muy lejanas.

"A nuestra juventud le gusta el lujo y es mal educada, no hace caso alguno de las autoridades y no tiene el menor respeto por sus mayores. Nuestros hijos, hoy, son unos verdaderos tiranos. No son capaces de levantarse cuando entra en la sala un anciano. Responden a sus padres y son malos, simplemente" son palabras del gran Sócrates, el filósofo griego que vivió en el siglo V antes de Cristo.

 "No tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud actual llega a tomar el poder, porque es insoportable, no tiene freno alguno, es horrible" lo dejó escrito otro gran griego, el poeta Hesíodo, en el siglo VIII antes de Cristo.

"El mundo ha llegado a un punto crítico. Los hijos no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos" era un texto de un antiguo sacerdote que vivió veinte siglos antes de Cristo.

Y "Esta juventud está malograda hasta el fondo de su corazón. Los jóvenes se comportan como malhechores ociosos. No se parecen a la juventud que había antes. No serán capaces de mantener nuestra cultura" figura en un vaso de arcilla desenterrado en Babilonia, donde alguien dejó este mensaje cuarenta siglos antes de Cristo.

Gibson remató la jugada con la siguiente frase:

"Madres y padres de familia de hoy, relájense por favor, pues como ven siempre ha sido igual".   
 









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