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viernes, 9 de noviembre de 2012

El médico perplejo

Hace poco estuve en casa del Gran Gran Houdini, en un cumpleaños en el que se habló, como en cualquier cumpleaños, de muchas cosas: desde si llueve poco o mucho hasta la última película que uno ha visto, pasando por los preceptivos elogios al homenajeado. Como un buen número de los presentes trabajaba en la Sanidad (incluyendo al Gran Gran Houdini que, a pesar de sus incontestables habilidades para el ilusionismo, no ha podido todavía liberarse de la hipoteca que le encadena como a tanto hijo de vecino) la conversación acabó derivando hacia asuntos sanitarios, con lo que descubrí todo un mundo de anécdotas laborales relacionadas con esta dura profesión. En cierto momento, una de las personas que participaban en la charla relató una auténtica historia de fantasmas. Se refirió a lo que había sucedido en el departamento de oncología del gran hospital madrileño en el que trabaja cuando, una noche, a través de las cámaras de seguridad las enfermeras de guardia descubrieron la presencia de una niña desconocida junto a las camas de los pacientes más graves. Una enfermera se fue a la sala para averiguar de dónde había salido esa menor que no debía estar allí pero, al llegar, vio que había desaparecido. Confusa, regresó al control de enfermería donde su compañera le preguntó por qué no había recogido a la pequeña. La primera enfermera le dijo que no la había encontrado y que allí sólo estaban los pacientes en sus respectivas camas, pero la segunda replicó con asombro que había visto a ambas en la pantalla. De hecho, pudieron comprobar que la niña seguía a lo suyo, ensimismada, tal y como se podía ver todavía gracias a la cámara de seguridad. Regresaron a la sala en su busca, mas no hubo forma de encontrarla.  

En algún momento llegaron a la conclusión de que la niña estaba pero no estaba. Es decir, que podía tratarse de un fantasma, una proyección mental o vaya usted a saber qué, pero desde luego no una menor normal de carne y hueso. Presas del miedo, las enfermeras ya no volvieron a abandonar el control y se limitaron a observar aquel extraño ser hasta que sin saber cómo ni por qué desapareció y no volvieron a verla nunca más. Esto no es un cuento de terror ni un hoax inventado por alguien con ganas de divertirse sino un sucedido real que una de las enfermeras, muy impresionada por tan extraño hecho, contó directamente a la persona que estaba en el cumpleaños y que ella a su vez nos relató. "Y hay muchas otras historias. Pasan cosas muy raras en el hospital, y especialmente en este servicio de oncología", añadió esta persona. Aunque algunos de los oyentes se mostraron escépticos ante la anécdota, en lo personal no tuve ningún inconveniente en darle crédito porque conozco sucedidos muy similares protagonizados por amigos o conocidos míos a lo largo de los años. Son gente corriente, profesionales, alguno de ellos incluso próximo a la erudición por su nivel cultural, que de pronto, y sin buscarlo ni propiciarlo, se encuentran ante un hecho calificable como "paranormal" y sin ninguna explicación acorde con lo que se nos ha enseñado oficialmente. 

Sus breves pero escalofriantes aventuras les han impactado tanto que, a menudo, las han escondido en lo más profundo de su memoria y sólo en las ocasiones propicias, en charlas relajadas en un ambiente adecuado en las que hemos estado solos (él o ella o ellos, los protagonistas en todo caso, y yo; nadie más) se permiten abrir el baúl de los recuerdos y recuperar aquellas imágenes que aún les causan pavor o, al menos, una incómoda inquietud y una semioculta irritabilidad por ser incapaces de entender qué era eso. "Y te lo cuento a ti, porque sé que te interesan estas cosas", es una de las coletillas habituales que utilizan cuando me relatan su experiencia, "porque si se me ocurriera ponerme a explicarlo en público me preguntarían cuántas botellas de vino me he bebido". En contra de lo que algunos pudieran creer, por lo general suelo mostrarme escéptico y frío a la hora de analizar y tratar de interpretar estas experiencias, porque sé que muchas pueden ser fruto de los nervios o de una errónea percepción de los hechos. Pero al cabo del tiempo he conseguido coleccionar un buen ramillete de sucedidos sin explicación "normal". Y no soy el único. Aunque los defensores más fanáticos del racionalismo y el materialismo se empeñen en negar la evidencia porque "la gente seria no cree en estas tonterías y hay muchos estudios científicos que demuestra que lo son",  la verdad es que cada vez hay más personas con estudios y capacidad, y de intachable reputación, que se han dado cuenta de que algunos mitos y leyendas fruto de la superstición de las clases populares no lo son tanto. Uno de ellos es Robert S. Bobrow, autor de El médico perplejo. Casos que las medicina (aún) no se explica.

 Bobrow es un médico norteamericano que ha ejercido su profesión durante más de treinta años y además figura como profesor clínico asociado de la Universidad de Stony Brook en Nueva York. Algo debe saber acerca de lo que cuenta porque sus artículos médicos se han publicado en numerosas revistas del sector como Psychology today o New York state journal of medicine. Como él mismo define, se entiende como paranormal aquello que "la ciencia vigente no puede explicar; por ejemplo, la telepatía, los fenómenos OVNI o la brujería. Personalmente nunca he experimentado nada paranormal" pero "como muchos de mis colegas, en mis años de prácticas he recogido casos interesantes de publicaciones médicas (...) orientadas hacia lo ligeramente insólito (...) este libro es fundamentalmente un compendio de casos reales por médicos que desconcertaron tanto a éstos como al paciente". Bobrow también suscribe una deducción lógica, que suelen olvidar los fanáticos del racionalismo, convencidos de que el nivel científico contemporáneo es el más elevado de toda la historia de la humanidad: "No olvidemos que lo que es paranormal en una época puede convertirse en ciencia convencional en otra. La radio habría sido una caja parlante en tiempos de Abraham Lincoln, ni más ni menos, y totalmente incomprensible (...) No debemos desechar las observaciones que hoy no tienen explicación científica, porque mañana será otro día (...) tampoco deberíamos estigmatizar a las personas que quieren estudiar estos fenómenos. Por desgracia, el investigador universitario interesado en lo paranormal se abre a sí mismo el camino más directo hacia la puerta de salida."

Algunos de los casos que se cuentan son buen ejemplo de los dramáticos efectos que una mente sin control tiene sobre el cuerpo, a través de la sugestión y las creencias personales. Así, relata lo ocurrido con un hombre negro de 60 años que cuando ingresó en el hospital llevaba semanas enfermo y perdiendo peso. Pese al control sanitario, la alimentación adecuada y la constatación de que, físicamente, carecía de cualquier problema, siguió decayendo hasta caer en "un estado de semiestupor". Sólo entonces su esposa reveló al médico, previo juramento de que le guardaría el secreto, que el paciente había tenido pocos meses antes una discusión con un sacerdote de vudú. El houngan se enfadó tanto que le advirtió al hombre de que en venganza lanzaría contra él un maleficio vudú que, además, se extendería a quienes lo contara. Aterrado, el tipo cayó enfermo y, no sólo no se había recuperado desde entonces, sino que decaía rápidamente hacia la muerte, aunque no padecía ningún mal físico. El médico ideó una estrategia que resultó muy eficaz: reunió a la familia (que, pese a todo, se había enterado de la discusión que generara el problema) junto al lecho del paciente y les dijo que se había enfrentado personalmente al houngan. Al ser la medicina más fuerte que el vudú, había averiguado que la maldición consistía en un huevo de lagarto que había sido introducido en el estómago de la víctima. De allí había nacido el reptil que le devoraba vivo por dentro. Pero él, como médico, le liberaría. A continuación, le inyectaron un fuerte emético que le hizo vomitar violentamente en una palangana preparada al efecto. Sin que nadie le viera, el médico echó en ella un pequeño lagarto que escondía en su maletín personal. Entonces lo mostró a los presentes asegurando que el enfermo estaba, ahora, definitivamente curado. ¿Parece infantil? El paciente cayó en un sueño profundo, se despertó con apetito y fue dado de alta, en perfecto estado de salud, una semana después. Nunca volvió a verse afectado por el "maleficio".

Bobrow describe casos muy llamativos en los que se ven implicados médicos de todo tipo de especialidades con circunstancias completamente reales pero inexplicables o, mejor dicho, inexplicadas (por la Medicina actual), que atañen a ala brujería, la videncia, la telepatía, la posesión demoníaca, la licantropía, la predicción de la propia muerte y hasta la reencarnación. Todos ellos medidos, analizados y documentados científicamente. Uno de mis favoritos es el de un ama de casa llamada A.B. que, aun de origen centroeuropeo, vivía en el Reino Unido y siempre había gozado de buena salud. Una noche, mientras leía, escuchó una amable voz dentro de su cabeza que le dijo: "Por favor, no se asuste. Sé que es sorprendente oírme hablar de esta manera, pero es la forma más fácil que se me ha ocurrido. Mi amigo y yo trabajábamos en el hospital infantil de Great Ormond Street y queremos ayudarla". La voz habló durante un rato y demostró saber muchas cosas sobre la mujer, lo que confirmaba que la conocía bien..., pero ella pensó que se estaba volviendo loca. Acabó en un psiquiatra que le diagnosticó psicosis funcional alucinatoria y le prescribió medicación antipsicótica. Sin embargo, la voz no sólo desapareció sino que advirtió a A.B. de que necesitaba atención médica urgente. Le indicó una dirección médica a la que debía trasladarse de inmediato: resultó ser el departamento de un hospital londinense encargado de realizar TACs (Tomografía Axial Computerizada). La voz le dijo entonces a la mujer que padecía un tumor cerebral. Con el apoyo de su psiquiatra, porque no había razones ni sospechas médicas que lo justificaran, A.B. consiguió ser sometida a esta prueba que diagnosticó..., un tumor cerebral, un meningioma para ser exactos, del tamaño de un huevo. Descubierto el problema, los médicos intervinieron de inmediato. Cuando la operación finalizó, con éxito, y la mujer despertó de la anestesia, escuchó la voz de nuevo: "Nos alegramos de haberte ayudado. Adiós". Y nunca más volvió a escucharla. ¿A quién pertenecía la voz y quién era su "amigo"? ¿Fantasmas de médicos recién fallecidos? ¿Espíritus de los antepasados? ¿Seres de otra dimensión? ¿Telépatas experimentando su poder?

El médico perplejo también dedica espacio a esa serie de terapias en general bautizadas como "alternativas", más extendidas entre la sociedad contemporánea, como la hipnosis, la quiropráctica, la oración o la acupuntura. Muchos racionalistas a ultranza las descalifican como simples supersticiones obviando el hecho de que hablamos de prácticas que se emplean, en algunos casos, desde hace miles de años. Si no funcionaran realmente, nadie seguiría empleándolas. El ejemplo de la homeopatía es sintomático. Se define como un tipo de medicina alternativa que emplea unos preparados muy diluidos de sustancias concretas que pretenden crear en el paciente los mismos síntomas de la enfermedad que padece, a fin de curar ésta última. Se basa en la apreciación de que "lo similar cura lo similar". Los fanáticos científicos cargan periódicamente contra la homeopatía, calificándola de superchería ineficiente, pero ¿no es acaso éste el mismo principio que emplea la muy respetadísima vacuna, al introducir los microorganismos patógenos que causan las enfermedades en el cuerpo, a fin de que éste aprenda a reaccionar contra ellas?

Una reflexión final nos conduce aun de refilón hasta la ciencia de moda: la física cuántica, que tanto está cambiando la ciencia de hoy, y mucho más va a cambiarla en el futuro. Una de las extraordinarias cualidades detectadas en los experimentos cuánticos es la constatación del hecho (en principio acientífico pero real y constatado en esos mismos experimentos) de que el resultado de la misma experiencia puede ser diferente (y de hecho suele serlo) en función del equipo de investigadores que lo desarrolle. Se supone que nada puede tomarse como verdaderamente científico si un equipo de especialistas no cosecha, con las mismas circunstancias y condiciones que el equipo precedente, el mismo resultado, pero esto es materia normal en el todavía poco explorado universo cuántico. Como reconoce Bobrow, que califica de observador al científico responsable de diversas experiencias citadas, "cuando el observador cree en la tesis a demostrar, siempre se registra intencionalidad a distancia. Cuando el observador no cree en ella, nunca se encuentra relación (...) ¿Es posible que la actitud del observador influya en el resultado? (...) Es decir, creer en una cosa influye en el resultado, tanto en casos de personas que oyen pensamientos ajenos como en casos de angina de pecho (...) Sería conveniente que en los informes publicados se hiciera referencia a la actitud y las expectativas de los investigadores, del mismo modo que figuran en ellos las fuentes de financiación y las afiliaciones (...) El hecho de que no entendamos las cosas no significa que no ocurran..."







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