El Gran Thoth, mi tutor en la Universidad de Dios, me ha recibido esta semana en su despacho, como hace regularmente desde que comencé la carrera en esta reencarnación, hace ya cerca de treinta años (uf, me acabo de dar cuenta de que voy a curso por decenio: si sigo esta media, terminaré la carrera cuando tenga 150 años de edad, más o menos: ¡por suerte, soy inmortal!). El objetivo era ver qué tal llevo los estudios, pero la verdad es que como empezamos recientemente el curso no había gran cosa que contar y acabamos hablando de todo un poco. He tenido suerte con este tutor: es amable (algunos se portan de manera tiránica con los alumnos que les tocan en suerte, usando la excusa de que la letra con sangre entra), se ríe de todo (a menudo, de mí; pero siempre y lo primero, de él mismo) y, lo mejor de todo, sabe un montón de casi cualquier cosa. Especialmente, de las materias universitarias. Por ejemplo, comentando acerca de antiguas leyendas me planteó si nunca me había preguntado qué escondía el famoso relato de la Torre de Babel.
-¿Y si la confusión de lenguas que acaba desmoronando tan colosal obra no fue literal? -preguntó en cierto momento- Quiero decir: ¿y si los obreros que la estaban construyendo dejaron de entenderse entre sí no porque cada cual empezara a hablar un idioma diferente sino porque, hablando todos el mismo, empezaron a usar las mismas palabras con significados distintos?
Asentí, porque hace ya años fue él el primero que me explicó algunas peculiaridades del uso del lenguaje a la hora de revelar o de esconder informaciones. Por ejemplo, cómo hacer desaparecer, casi de la noche a la mañana, cualquier idea o concepto por muy arraigados que estén la sociedad... Nada más fácil: simplemente cambiando la palabra que define a esa idea o bien dando a ésta un significado completamente distinto al hasta ese momento establecido.
El manejo de la palabra es clave en la carrera de Dios, más allá del clásico "En el principio era el Verbo..." y tal. Recordé entonces que en la última clase con mi profesor de Misticismo y Paradojas, el mulá Narudin nos ilustró acerca de esto mismo con un cuento que particularmente le hacía mucha gracia. Se lo resumí al Gran Thoth: Nasrudin nos contó cómo cierto día se presentó en Bagdad un erudito que venía de Samarkanda y que se tenía a sí mismo como el hombre más sabio de todo el Oriente. Estaba tan empeñado en llegar a ser el más sabio de todo el mundo que se dedicaba a viajar de ciudad en ciudad batiendo intelectualmente a los eruditos locales. Al llegar a Bagdad exigió conocer a su ciudadano más sabio y, para reírse de él y de su petulancia, los vecinos le llevaron hasta la casa de Nasrudin, quien le recibió con la obligada hospitalidad. Entonces comenzó el duelo de mentes.
En primer lugar, el forastero trazó un círculo en el suelo con un palo. El mulá se lo quitó de la mano y dividió el círculo en dos partes iguales.
Entonces el erudito volvió a tomar el palo, pero para trazar una línea perpendicular que dividió el círculo en cuatro partes iguales: Nasrudin le contestó haciendo un gesto como si se quedara con tres fracciones para él y dejara la cuarta para el otro.
Finalmente, el hombre de Samarkanda sacudió la mano repetidamente hacia el suelo y el mulá hizo lo contrario levantándola hacia el cielo.
Todo esto sucedió en silencio y ante la mirada expectante de los presentes.
El sabio extranjero se levantó resoplando y meneando la cabeza negativamente y al fin abandonó cabizbajo la casa de Nasrudin. Una vez fuera, los asistentes a esta curiosa competición le preguntaron qué impresiones había sacado de lo sucedido y él contestó:
- Pensaba honradamente que yo era el hombre más sabio del mundo, pero he aquí que he encontrado a alguien que no sólo me iguala sino que me supera. El mulá Nasrudin posee la mente más preclara que he hallado en mis vagabundeos filosóficos y así lo haré constar en todos aquellos lugares que visite a partir de ahora.
- Pero, por favor, explíquenos qué ha sucedido en este concurso de mentes brillantes, porque nosotros no hemos captado las sutilezas de su duelo -le rogaron los testigos del enfrentamiento, que no habían entendido nada.
- Pues lo primero que hice fue dibujar un círculo en la arena para simbolizar la Tierra, redonda. Y él no sólo sabía que tenía esta forma y que no era plana, como creen tantos ignorantes, sino que también conocía y dibujó el ecuador terrestre, atravesándola por su justo medio. Luego dividí el símbolo del planeta en cuatro pues quería saber si le era familiar la composición de nuestro mundo y, en efecto, me contestó señalando que tres partes pertenecen al mar y sólo una cuarta a la Tierra. Entonces quise probarle con una pregunta aún más complicada que llevaba tiempo intrigándome y le interrogué por qué llueve: él me dio la solución al contestarme que el agua se evapora desde el mundo, sube al cielo y allí se convierte en nubes desde las cuales en el futuro se derramará de nuevo sobre nosotros. Todo lo contestó con elegancia y humildad. Me inclino ante su sapiencia.
Asombrados por la explicación e ignorantes de que su vecino el mulá supiera tantas cosas, los testigos se fueron de inmediato a preguntarle a Nasrudin, que estaba sentado a la fresca bebiéndose un té de hierbas. Allí le pidieron su interpretación de lo ocurrido, para corroborar al erudito de Samarkanda. Y él, sonriendo, les contestó de esta guisa:
- Sí, muy erudito, muy erudito..., pero este forastero en realidad no era sino un glotón. ¿Sabéis lo que me planteó? Tomó el palo y dibujó un pastel de manzana para indicar que era lo que más le gustaba comer y, supongo, pidiendo que le hiciera
preparar uno. Naturalmente, le contesté que si nos traían el pastel, yo me comería la mitad. Como debe gustarle el dulce, lo siguiente que preguntó fue: ¿y si lo dividimos en cuatro partes? Como el pastel lo pagaría yo, le dije a mi vez que entonces yo me comería tres partes y le dejaría una a él. El muy goloso me propuso finalmente echarle pistachos molidos por encima y yo le advertí de que eso llevaría su tiempo porque para prepararlos necesitaríamos un fuego alto. Entonces debió llegar a la conclusión d que no quería esperar tanto porque tenía mucha hambre y se levantó y se fue.
Al final del cuento, mi tutor se rió y llegó a la siguiente conclusión:
- Nasrudin no lo quiere reconocer pero me da la impresión de que él fue el maestro de obras de la Torre de Babel.
En primer lugar, el forastero trazó un círculo en el suelo con un palo. El mulá se lo quitó de la mano y dividió el círculo en dos partes iguales.
Entonces el erudito volvió a tomar el palo, pero para trazar una línea perpendicular que dividió el círculo en cuatro partes iguales: Nasrudin le contestó haciendo un gesto como si se quedara con tres fracciones para él y dejara la cuarta para el otro.
Finalmente, el hombre de Samarkanda sacudió la mano repetidamente hacia el suelo y el mulá hizo lo contrario levantándola hacia el cielo.
Todo esto sucedió en silencio y ante la mirada expectante de los presentes.
El sabio extranjero se levantó resoplando y meneando la cabeza negativamente y al fin abandonó cabizbajo la casa de Nasrudin. Una vez fuera, los asistentes a esta curiosa competición le preguntaron qué impresiones había sacado de lo sucedido y él contestó:
- Pensaba honradamente que yo era el hombre más sabio del mundo, pero he aquí que he encontrado a alguien que no sólo me iguala sino que me supera. El mulá Nasrudin posee la mente más preclara que he hallado en mis vagabundeos filosóficos y así lo haré constar en todos aquellos lugares que visite a partir de ahora.
- Pero, por favor, explíquenos qué ha sucedido en este concurso de mentes brillantes, porque nosotros no hemos captado las sutilezas de su duelo -le rogaron los testigos del enfrentamiento, que no habían entendido nada.
- Pues lo primero que hice fue dibujar un círculo en la arena para simbolizar la Tierra, redonda. Y él no sólo sabía que tenía esta forma y que no era plana, como creen tantos ignorantes, sino que también conocía y dibujó el ecuador terrestre, atravesándola por su justo medio. Luego dividí el símbolo del planeta en cuatro pues quería saber si le era familiar la composición de nuestro mundo y, en efecto, me contestó señalando que tres partes pertenecen al mar y sólo una cuarta a la Tierra. Entonces quise probarle con una pregunta aún más complicada que llevaba tiempo intrigándome y le interrogué por qué llueve: él me dio la solución al contestarme que el agua se evapora desde el mundo, sube al cielo y allí se convierte en nubes desde las cuales en el futuro se derramará de nuevo sobre nosotros. Todo lo contestó con elegancia y humildad. Me inclino ante su sapiencia.
Asombrados por la explicación e ignorantes de que su vecino el mulá supiera tantas cosas, los testigos se fueron de inmediato a preguntarle a Nasrudin, que estaba sentado a la fresca bebiéndose un té de hierbas. Allí le pidieron su interpretación de lo ocurrido, para corroborar al erudito de Samarkanda. Y él, sonriendo, les contestó de esta guisa:
- Sí, muy erudito, muy erudito..., pero este forastero en realidad no era sino un glotón. ¿Sabéis lo que me planteó? Tomó el palo y dibujó un pastel de manzana para indicar que era lo que más le gustaba comer y, supongo, pidiendo que le hiciera
preparar uno. Naturalmente, le contesté que si nos traían el pastel, yo me comería la mitad. Como debe gustarle el dulce, lo siguiente que preguntó fue: ¿y si lo dividimos en cuatro partes? Como el pastel lo pagaría yo, le dije a mi vez que entonces yo me comería tres partes y le dejaría una a él. El muy goloso me propuso finalmente echarle pistachos molidos por encima y yo le advertí de que eso llevaría su tiempo porque para prepararlos necesitaríamos un fuego alto. Entonces debió llegar a la conclusión d que no quería esperar tanto porque tenía mucha hambre y se levantó y se fue.
Al final del cuento, mi tutor se rió y llegó a la siguiente conclusión:
- Nasrudin no lo quiere reconocer pero me da la impresión de que él fue el maestro de obras de la Torre de Babel.
Muy bueno, gracias por tu blog
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