El plomo es un metal pesado de densidad relativa. Es abundante, flexible y fácil de fundir (como saben todos aquéllos que han tenido soldaditos de plomo..., o balas de plomo). Su color es a medias gris, a medias plateado, a medias azulado. Además de su maleabilidad, tiene la capacidad de formar muchas sales, óxidos y otros comuestos y posee una gran elasticidad molecular, influida por la temperatura ambiente. Es tóxico y, a pesar de ello, muy usado desde la antigüedad aunque en raras ocasiones se le encuentra en su estado elemental original. Es tan pesado que su nombre en latín, Plumbum, ha inspirado un adjetivo tan español como plúmbea, para definir a una persona inaguantable por lo denso y cargante de su discurso o de su forma de ser. El plomo se relaciona con Saturno, dios no especialmente popular por su relación con el paso del tiempo y ciertas divinidades infernales.
Su número atómico es el 82.
El oro también es un metal pesado y muy maleable, fácil de fundir ya que es blando. Sin embargo su color es muy diferente: de un amarillo tan característico que incluso da nombre a su denominación en latín, Aurum (y al de su signo químico Au), que significa amanecer soleado. No reacciona con la mayoría de los productos químicos (entre las excepciones figura el mercurio, tan alquímico). Se le ha encontrado a menudo en estado puro y ha sido también muy utilizado desde tiempos inmemoriales, tanto para la joyería y la acuñación de monedas, como para usos electrónicos e industriales. Está directamente relacionado con el Sol, el Señor de nuestro Sistema Solar, el Padre de los Dioses que proporciona vida, fuerza y vigor y no sólo a los seres humanos sino a toda la creación que les rodea. Por su belleza, valor y coste económico, es el signo por excelencia de la riqueza económica.
Su número atómico es el 79.
La ciencia moderna nos cuenta que existe muy poco oro en la Tierra, porque este elemento se crea gracias a la fusión nuclear que se produce a consecuencia de las condiciones extremas en el núcleo de las supernovas. Algunas teorías planteaban la posibilidad de que pudiera generarse también a partir de complejas reacciones en el interior de nuestro planeta mas, por lo que se sabe hasta ahora, no parece que éstas lleguen a ser lo bastante poderosas como para poder producirlo. Así que el oro se ha convertido casi desde el principio de la Historia conocida de la Humanidad en uno de los principales objetos de deseo para el homo sapiens. Generaciones enteras han soñado con la riqueza sin cuento contenida en una gran mina de oro o en un tesoro de viejas civilizaciones y han perdido su dignidad, su honor, su fortuna personal y hasta su vida tratando de hallar estas quimeras. El oro obsesionó al mitológico rey
Midas, a los gobernadores romanos que arrasaron el norte de la península ibérica donde en su día estuvieron los más importantes yacimientos auríferos conocidos, a los usureros medievales que acumulaban avariciosos las divisas de toda Europa, a los conquistadores españoles que buscaron El Dorado, a los príncipes renacentistas ávidos de una financiación inagotable, a los mineros del Salvaje Oeste que cribaban los ríos de California, a los buscadores de tesoros que igual rastrean la fortuna perdida de los Romanov que la del Reichbank... A día de hoy, incluso a los más pequeños se les inocula la fiebre del oro (aun antes de que sepan lo que es y para qué sirve) con esos videojuegos en los que, para subir de nivel, hay que apoderarse de un número concreto de monedas de oro.
En cierto momento de la Edad Media y, sobre todo, en los siglos inmediatamente posteriores cuando los primeros alquimistas se incorporaron ya como arquetipo al pensamiento europeo, surgió la leyenda de la Alquimia como método científico (de acuerdo con los estándares de la época) para crear oro a partir de metales mucho más baratos y por tanto "inferiores"; en especial, el plomo. En teoría es muy factible. De hecho, si nos fijamos en las representaciones de las capas electrónicas de sendos metales que aparecen al comienzo de este artículo, ambas son muy similares. Porque, en efecto, el oro sólo tiene 3 protones menos (¡sólo 3 y sin embargo es tan distinto!) que el plomo, así que lo único que habría que hacer es encontrar la fórmula por medio de la cual restar esos electrones de más a cada uno de los átomos plúmbeos para rearticularlos como átomos dorados. Y recordemos la elasticidad del plomo. No obstante, la opinión general consensuada de los químicos contemporáneos es que semejante operación es completamente imposible. Afirmación que (habida cuenta de todas las veces que los científicos de una época nos dijeron que algo era imposible y sin embargo los científicos de la siguiente época materializaron ese mismo algo hasta entonces "imposible") podríamos replantear de esta otra forma: de acuerdo con nuestros conocimientos químicos actuales, semejante operación es completamente imposible.
O tal vez no es rentable, sin más. En alguna parte he leído que algunos experimentos de última hora sí han permitido realizar el sueño alquímico y transformar enormes cantidades de metales baratos en minúsculos puñados de oro, pero el proceso final ha resultado tan caro que se ha desechado por inútil. Nadie es tan tonto como para gastarse mil millones de euros en material para obtener a cambio oro por valor de cincuenta céntimos de euro...
En todo caso, los esfuerzos por recuperar hasta el último micropedacito del preciado metal que pudiera hallarse en el planeta y guardarlo bajo llave en algún lugar secreto continúan, a menudo con una obsesión digna de mejor causa. A veces me he preguntado qué puede haber de verdad escondida en algunos argumentos de Ciencia Ficción como los del sistemáticamente desprestigiado L. Ron Hubbard, cuya obra más conocida, Campo de Batalla: la Tierra, cuenta cómo unos extraterrestres curiosamente denominados Psychlos esclavizan a los humanos condenándoles a extraer y recuperar para ellos todas las reservas de oro de la Tierra...
La última forma de recolectar oro, aun en cantidades minúsculas, es gracias a las bacterias, que podrían convertirse en eficaces mineros del futuro trabajando para el homo sapiens. Un microbiólogo ambiental de la universidad australiana de Adelaida llamado Frank Reith descubrió hace pocos años que la bacteria Cupriavidus metallidurans es capaz de desintoxicar el oro disuelto acumulando nanopartículas del metal en el interior de sus propias células. El oro soluble es tóxico para la mayoría de los microbios, pero no en este caso... Todavía mejor, hace apenas un par de semanas se ha publicado un estudio de un equipo de científicos canadienses de la Universidad McMaster de Hamilton, en Ontario, en el que se certifica que otra bacteria, la Delftia acidovorans, actúa de manera parecida pero más prometedora para los intereses humanos. Y es que, en este caso, no metaboliza el oro soluble como la Cupriavidus sino que lo solidifica en el exterior y de forma no tóxica, empleando una molécula para crear estructuras sólidas complejas similares a las de las pepitas de oro. Salvando las distancias y presentando excusas por lo bizarro de la comparación, es como si un enanito recogiera nanopiezas de Lego tan pequeñas que nosotros no pudiéramos verlas y, con ellas, fuera capaz de construir una figura de un tamaño visible y ya útil para nosotros. Una cantidad suficiente de estas bacterias, estratégicamente desparramadas en los desechos mineros, podría permitir una verdadera conversión de basura en un tesoro, al estilo alquímico, al concentrar las partículas de oro disperso en oro sólido.
anunakis se lo llevaron
ResponderEliminarSaint germain . verdadero o falso? Mucho misterio pero algo verídico a de haver.
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