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viernes, 1 de febrero de 2013

La imaginación es la realidad

No recuerdo ahora si fue Voltaire el que dijo aquello de que la realidad es lo que se hace creer a la gente que es, no lo que realmente es. Prácticamente a diario veo ejemplos de la certeza de este pensamiento, sin necesidad de echar mano de la manipulación intencionada de la información y de la ingeniería social. Esta mañana, por ejemplo, leía la historia de un veterano de guerra soviético: un soldado llamado Georgi Kiréev, que luchó en la batalla más importante de la Segunda Guerra Mundial (Stalingrado, por supuesto) y allí fue herido en combate. Tan grave debieron verle que le dieron por muerto. Su familia recibió una notificación de pésame, se cavó una tumba para su cuerpo y su nombre y apellidos fueron grabados con cincel en el panteón dedicado a los caídos en este sangriento escenario... Pero la verdad es que sobrevivió y, cuando se enteró de lo ocurrido, Kiréev decidió tomárselo con humor: con humor negro. Y es que desde entonces ha vuelto muchas veces de visita a la ciudad, hoy conocida como Volvogrado (rebautizada así, literalmente como la Ciudad del Volga, cuando el mayor carnicero de la historia soviética cayó en desgracia y su nombre desapareció progresivamente de las denominaciones oficiales en la URSS) para, entre otras cosas, visitar la tumba del cementerio en la que se supone que está enterrado. Tiene que sugerir interesantes reflexiones eso de tener la oportunidad de contemplar tu propia tumba cuando aún no estás muerto. O crees no estarlo.

Hace unos días leía también otra noticia sobre la facilidad con la que se puede cambiar la realidad oficial: hablaba de China, en cuya provincia de Gansu se ha construido un muro de varios kilómetros de longitud por dos de alto. La pared bordea la carretera nacional junto a la ciudad de Dingxi. A los habitantes de la zona se les dijo que formaba parte de una infraestructura destinada al "alivio de la pobreza" en la región, por lo que recibieron el proyecto con alegría y esperanza ya que sus condiciones de vida no son especiamente boyantes. Sin embargo, poco después de empezar la obra (que comenzó en octubre pasado y se completó en pocas semanas), se descubrió el pastel: el "proyecto" consistía exclusivamente en la erección del muro, para "el embellecimiento de la carretera nacional 212 (...) que la vía luzca bonita (...) y aliviar la visión de los 
conductores". Es decir, la pared se levantó simplemente para ocultar a la vista de los viajeros (chinos adinerados y turistas, los únicos que se pueden permitir viajar por allí en coche) las pésimas condiciones de vida de los campesinos... Casi tan patético como aquella otra información que comentamos tiempo atrás acerca de la también localidad china de Fumin donde, para mejorar el paisaje devastado por años de minería, en lugar de reforestarlo no se les ocurrió otra cosa que pintar directamente la montaña de verde (en la imagen, parte de la montaña decorada). ¡Así ahorraban dinero en árboles y trabajo en plantarlos y cuidarlos!

Ya lo decía Patrick Harpur, el escritor británico autor de un curioso texto titulado El fuego secreto de los filósofos y defensor del pensamiento antiguo (tradicional, daimónico o como quiera llamársele, pero enfrentado al frío pensamiento racional que caracteriza nuestra turbulenta contemporaneidad): "la imaginación es la realidad". En una de las muchas entrevistas publicadas tras la traducción española de su texto, defendía la existencia de una cadena de filósofos a lo largo de la Historia (naturalmente se refería, supiera o no lo que eso significa, a la aurea catena, que hila a filósofos de un tipo muy especial...) como los gnósticos, los neoplatónicos o los alquimistas, encargados de mantener el "fuego secreto" que él identifica con la imaginación para conocer a través de ella el Anima Mundi. Según su definición, la imaginación no es otra cosa que "la capa más honda de la psique, esa capa psíquica en la que todos participamos y donde brotan todos los mitos, los arquetipos..., todo; pues la imaginación es una realidad más real que lo que nuestro ego racional suele llamar realidad". Algo en lo que han trabajado, según sus propias deducciones, desde Platón hasta Yeats, desde Ficino hasta Jung. Y tantos más. A propósito, la Universidad de Dios está llena de ese tipo de filósofos.

El pensamiento mágico ha sido víctima de una pavorosa campaña de (paradójicamente) demonización a lo largo de los últimos tres siglos, a medida que se imponía el pensamiento racional. Ha sido descalificado como supersticioso, falaz, ignorante y engañabobos. Se ha incluido bajo su manto a una amplia caterva de charlatanes, sinvergüenzas y analfabetos que viven de la credulidad ajena y que poco tienen que ver con el espíritu de los verdaderos hermetistas, de los alquimistas del espíritu. Se lo ha arrinconado y despreciado como si fuera una excrecencia inútil, propia de una época primitiva y más que superada. Sin embargo... La ciencia moderna, que sólo cree lo que sus ojos pueden ver y es incapaz siquiera de plantearse como posibles aquellos fenómenos que no puedan ser reproducidos una y otra vez ad infinitum en esterilizadísimas pruebas de laboratorio, se ha encontrado en los últimos años con una inquietante (para ella) hipótesis desarrollada por las investigaciones de vanguardia en campos como el de la psicología y el estudio del cerebro: que el observador interfiere en lo observado. Es decir, que el mismo experimento, por muy controladas y similares que sean las condiciones, puede arrojar resultados diferentes si los investigadores que lo desarrollan son distintos. O, incluso, si siendo el mismo investigador, éste se enfrenta al experimento con un ánimo determinado. ¡Pero ésta es la base del pensamiento mágico!

Harpur roza la clave, cuando afirma que el oro alquímico "era tan material como espiritual. Los alquimistas eran como científicos pero exploraban lo material y lo espiritual a la vez, sin ver conflicto en ello. El conflicto llegó más tarde (...) con el racionalismo cartesiano que nos separó del mundo. Es nuestra tragedia, porque perdimos el mundo". Y, tras recordar al inmenso Heráclito cuando decía aquello de "Todo está lleno de dioses", explica cómo Descartes y sus seguidores separaron al ser humano de la Naturaleza al distinguir, como si fueran cosas diferentes, al hombre del resto del mundo. Hoy, muchos de nuestros contemporáneos se buscan a sí mismos, buscan explicarse el porqué de la existencia, buscan reintegrarse con el cosmos, volver al Edén perdido, sin saber que pese a todo continúan conectados por un puente sutil y que les bastaría con recordar dónde está exactamente ese puente para tener la oportunidad de cruzarlo de nuevo..., si se atreven.

La salida de este mundo, la explicación de todo, no está fuera de nosotros. La salida está dentro de cada uno y constituye el Camino de Un Hombre Solo. El Ojo de Horus indicará la dirección correcta a los aventureros más osados.




 

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