Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 25 de abril de 2014

Cuando Bruno encontró a Rubbia

Hace poco tuve ocasión de leer una interesante recopilación de artículos científicos divulgativos previamente publicados en Internet y editados ahora en formato papel con el título de La pizarra de Yuri. Es éste, además, el nombre original del sitio web donde vieron la luz por vez primera los textos y, en sí mismo, es también una buena prueba de hasta qué punto puede autoformarse en profundidad cualquier persona con un mínimo de inteligencia, voluntad e inquietudes personales, sin necesidad de someterse a las a menudo tan soporíferas como contraproducentes doctrinas del mainstream educativo. El libro y el sitio web están firmados por Antonio Cantó..., que nada tiene que ver con el actor y político, por cierto.

El mayor aporte de La pizarra de Yuri, tanto para los iniciados como sobre todo para los profanos e incluso los néofitos en cuestiones científicas, es la claridad con la que explica con muy pocas líneas una serie de datos y argumentos cuya comprensión es difícil de aprehender si uno no está acostumbrado a manejar los conceptos originales en su día a día. Todos hemos oído hablar de los quarks, la cromatografía o la Nube de Oort. Es decir, nos suenan más o menos vagamente... Pero, ¿sabemos exactamente lo que son? ¿Y por qué deberían resultarnos interesante conocer más sobre ellos? Pues a eso dedica su tiempo y su esfuerzo Cantó: a explicarlo.

El primero de los artículos, por ejemplo, es especialmente divertido, cuando relata, paso por paso, la dirección completa que debería incluir en un sobre un extraterrestre que nos escribiera desde otro punto del Universo y quisiera mandarnos un mensaje postal... Suponiendo, que es mucho suponer, que existiera un servicio de correos interplanetario y que pudiera viajar a unas velocidades hoy inconcebibles para no entregar el sobre unos cuantos millones de años más tarde desde que fuera escrito originalmente (Y si existiera tecnología para eso, ¿quién diablos perdería el tiempo escribiendo una carta? A no ser que fuera un extraterrestre romántico). En todo caso, para los interesados, que sepan que la dirección completa es:


      Nuestro nombre
Nuestra calle, número, código postal, ciudad y país.
Tierra, Tercer planeta de Sol.
1178486506 . 0,2967059728
5320116676 . 3,089232776
792520205 . 1,1868238914
Vía Láctea
Supercúmulo de Virgo
Universo Local



Los números que aparecen ahí son los correspondientes a la frecuencia y posición de tres púlsares, tal y como los percibimos nosotros desde nuestro planeta, cuya triangulación permitiría al servicio postal interplanetario encontrar nuestro pequeño planetita azulado en la inmensidad del cosmos.

Leyendo La pizarra de Yuri, comprobé con satisfacción una vez más cómo la ciencia contemporánea se aproxima cada vez más a la "magia" de nuestros antepasados. Muchos arrogantes (que rima con ignorantes) científicos, ya sea profesionales o meros aficionados, de los siglos XIX y XX (e incluso del XXI) han despreciado sistemáticamente los conocimientos de las civilizaciones antiguas calificándolas de "atrasadas" y "primitivas" cuando a menudo solían hablar de cosas muy similares a las que hoy se investigan, pero empleando para ello una descripción cultural diferente. Hoy, cada vez más científicos de verdad están empezando a comprender que no somos tan diferentes de nuestros ancestros, en casi ningún sentido.

Por ejemplo, en su artículo Sobre la permanencia de la memoria cuántica, Yuri/Cantó recuerda al gran Giordano Bruno, quemado vivo en 1600 por obra y gracia de los secuaces del Papa Clemente VIII. Este tipo, que no hizo precisamente honor a su nombre artístico (puesto que en realidad se llamaba Ippolito Aldobrandini), fue entre otras cosas el responsable de la puesta en marcha de la autorización previa (censura) del Santo Oficio (la Inquisición) sobre cualquier libro que quisiera publicarse en la Europa católica, además de publicar él mismo una nueva edición (léase, una nueva manipulación) de la Biblia en su edición Vulgata. Además de lo de Bruno, claro, al que quemaron vivo en Roma y cuyas cenizas fueron arrojadas al Tíber (y sus libros incluidos en el índice de textos prohibidos), tras ser hallado culpable de "inmoralidad, enseñanzas erróneas, blasfemia, brujería y herejía".

¿Cuáles fueron la barbaridades difundidas por este "cordero descarriado" que le hicieron merecedor de una pena tan severa? Pues, entre otras, que la Tierra gira alrededor del Sol, que el universo alberga una pluralidad de mundos más que probablemente tan habitados como el nuestro o que ese mismo universo puede ser infinito. Este último punto no lo puede resolver ni siquiera la actual teoría del Big Bang, pese a ocupar hoy día una posición de privilegio entre los científicos (como por cierto la han ocupado muchas otras teorías antes que ella, sin ir más lejos el geocentrismo ptolemaico) puesto que nadie ha sido capaz de explicar de dónde se supone que salió esa gran "pelota" de materia y energía (o si habría existido siempre) que habría hecho explosión en un momento dado y cuya expansión estaría en marcha en la actualidad. Después de todo, la energía ni se crea ni se destruye sino que se transforma, reza el dogma.

Mucho antes que Bruno, en la antigua Grecia (y es probable que aún antes, aunque hoy no dispongamos de los documentos para atestiguarlo) otros sabios hablaban de lo mismo, pero entonces no tenían Internet para difundir sus descubrimientos y conocimientos. 

Lo cierto es que entre las ideas de este "mártir de la herejía" figura ésta otra, excepcionalmente moderna, y es que como resultado del principio de causalidad, el universo posee memoria de sí mismo. Resumiendo mucho el asunto, ese principio nos enseña que todo efecto nace de una causa previa y que de hecho no existiría aquél si ésta no hubiera existido previamente. En consecuencia, todo lo que ocurre en el mundo, en cualquier momento, tiene siempre un sentido (aunque en su ignorancia el ciego e impaciente homo sapiens contemporáneo se deje arrastrar tan a menudo por el nihilismo y la desesperación al no poseer suficiente altura de miras ni perspectiva para comprender lo que le está ocurriendo). Ahora bien, si la causa es la razón del efecto, es evidente que el efecto contiene de forma natural toda la información de la causa que le generó, de la misma forma que un hijo es un reflejo genético de sus padres y a través de su ADN se puede conocer el de ellos. La aparición de un efecto genera una nueva causa (porque llueve y estoy en la calle, me mojo y me embarro; porque me mojo, voy a secarme a casa; porque me seco, empapo y ensucio una toalla; porque tengo que limpiar la toalla, pongo una lavadora; porque...) y, de la misma manera, la causa que generó el efecto fue a su vez un efecto de una causa previa (llueve y me mojo porque no tomé la precaución de mirar la previsión meteorológica antes de hacer un recado ineludible; no miré la previsión meteorológica porque no me dio tiempo; no me dio tiempo porque me quedé dormido; me quedé dormido porque me acosté más tarde de lo habitual; me acosté tarde porque estuve de cervezas celebrando el cumpleaños de un amigo...).  En fin, que al final acabé poniendo una lavadora porque fue el cumpleaños de un amigo. Por cortar la secuencia en alguna parte.

La idea es que, si dispusiéramos de las herramientas adecuadas, podríamos llegar a deducir la secuencia completa de las causas previas y remontarnos así, a partir del presente..., hasta el mismo origen del universo.

Esta reflexión de Giordano Bruno coincide con la teoría de la información cuántica que, como recuerda Yuri/Cantó, afirma que "todo lo que existe y ha existido en el universo deja una traza indeleble en el tejido del cosmos y los límites de esta memoria cuántica constituyen una de las grandes preguntas todavía sin respuesta." 

En las novelas (y en algunos libros de divulgación) relacionadas con el ocultismo exotérico, con equis, del siglo XIX y principios del XX se hizo muy popular el concepto de Archivos Akáshicos, que hoy es corriente dentro de lo que se conoce como Nueva Era. Este adjetivo es un neologismo que proviene de Akasha, una palabra sánscrita que equivale a Cielo o Éter. Teósofos como Annie Besant o Charles Webster Leadbeater, masones como Manly Palmer Hall, esoteristas como Rudolf Steiner y hasta profetas como Edgar Cayce, entre otros muchos, han afirmado que estos Archivos son el gran almacén cósmico donde se guardan todos y cada uno de los acontecimientos generados desde el principio de los tiempos, incluyendo los más grandes secretos sobre el ser humano y su destino. Aseguran que están ubicados en otro plano de la realidad, fuera del alcance de la gente común, pero aún así accesibles para aquéllos que conocen las técnicas adecuadas para ingresar en ellos, generalmente a través de experiencias extracorpóreas. La ciencia oficial no reconoce, por supuesto, ni siquiera la posibilidad de que algo semejante pueda existir.

O quizá sea mejor decir que no lo reconocía..., hasta ahora, pues ¿acaso la teoría de la información cuántica no está sugiriendo precisamente la existencia, si no de los Archivos Akhásicos, de un tan masivo como todavía desconocido repositorio similar de información?

La física cuántica es una de las principales disciplinas de vanguardia pero, irónicamente, se está convirtiendo a medida que se desarrolla en uno de los principales refuerzos de las enseñanzas de nuestros ancestros. Además del caso de tan peculiares archivos convendría echar un vistazo por ejemplo a su planteamiento de que existe una energía única en constante transformación que se manifiesta ora como materia, ora como energía, de la misma forma que en las Escuelas de Misterios de la Antigüedad se planteaba que todo el Universo está formado por la misma e idéntica sustancia, la energía Mente, la cual sólo parece diferente pero no lo es al modelarse y cristalizar en distintos grados de vibración. O, por poner otro ejemplo, vemos también cómo nos habla de algo muy similar a la vieja ley de la Polaridad del Hermetismo al describir la pareja de partículas polarizadas, electrón y positrón, que, unidas, forman el fotón.

Creo que ya le cité en otra ocasión, pero no me resisto a volver a hacerlo porque su apreciación es demoledora: el fisico italiano Carlo Rubbia que, además de director del CERN en Ginebra y doctor honoris causa en más de 30 universidades de todo el mundo, fue Premio Nobel en 1984, ha dicho en alguna ocasión que la materia visible constituye sólo la milmillonésima parte del universo existente. La milmillonésima parte. ¿Somos capaces de concebir eso? Es como si tuviéramos una enorme habitación llena de cosas y sólo fuéramos capaces de ver un milímetro cuadrado, o tal vez menos. Y encima nos sintiéramos orgullosos de ello.



Por cierto que Rubbia también hizo otra reflexión que demuestra la humildad del verdadero científico, en una entrevista que concedió hace casi treinta años a El País y en la que tras confesar su impresión personal por el orden, la coherencia y la belleza que muestra el orden natural del cosmos añadía: "no puedo creer que todo esos fenómenos que se unen como engranajes perfectos puedan ser el resultado de una simple fluctuación estadística o de una combinación al azar. Evidentemente hay algo o alguien que hace las cosas ser como son. Vemos los efectos de esa presencia, pero no a la presencia misma. Es en este punto donde la ciencia se acerca más a lo que yo llamo religión." En realidad, la verdadera ciencia es prácticamente lo mismo que la verdadera religión. No es una casualidad que los primeros sacerdotes fueran también los primeros médicos o los primeros astrónomos, como no lo es que, hasta los siglos más recientes, los principales pensadores y científicos fueran también grandes herejes. Isaac Newton, por citar un caso obvio, está oficialmente considerado como uno de los mayores científicos de la Historia pero a lo largo de su carrera escribió un mayor número de páginas dedicadas a temas "no científicos" como la alquimia, las profecías y la teología. Textos que no vieron la luz en su día por razones evidentes (en especial, el miedo a ser perseguido por sus ideas e investigaciones en este sentido) y que hoy se obvian discretamente para no "empañar" su imagen de pensador racionalista y materialista. 










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