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viernes, 18 de abril de 2014

Teoría de la manipulación de la opinión pública

En alguna ocasión ha aparecido por esta bitácora el nombre de un experto en el estudio de la conducta del homo sapiens que fue muy popular en su momento pero que hoy está desprestigiado y semiborrado del corpus del conocimiento común con el clásico argumento de "esto se ha quedado antiguo y fue superado hace ya mucho tiempo". Se trata de Gustavo Le Bon, el autor de Psicología de las masas. En realidad, no es que su labor está superada sino más bien que los responsables contemporáneos de la cultura y la educación decidieron quitarlo de en medio hace tiempo: a él, a sus libros y a sus ideas..., igual que han hecho con tantos otros sabios antiguos. Su pecado: haberse atrevido a revelar públicamente las claves de la manipulación del hormiguero que pomposamente se autodenomina Humanidad (y además con mayúscula). Ahora que ya tenemos próxima la fecha de las próximas elecciones europeas (y luego irán cayendo en cascada las municipales, generales y autonómicas), conviene recordar algunos párrafos incluidos dentro de su obra más conocida. Por nada en especial, sólo por recordar dónde estamos... 

Copio algunos párrafos significativos de Psicología de las masas, de su capítulo especialmente dedicado a Las masas electorales:

*) "Las masas electorales (...) manifiestan sobre todo una escasa aptitud de razonamiento, ausencia de espíritu crítico, irritabilidad, credulidad y simplismo. En sus decisiones se descubre también la influencia de los líderes y el papel desempeñado por los factores que enumeramos anteriormente: la afirmación, la repetición, el prestigio y el contagio (...) El prestigio personal no puede ser sustituido más que por el que proporciona la fortuna. El talento, el genio mismo, no constituyen factores de éxito. La necesidad de prestigio por parte del candidato para poder, por tanto, imponerse sin discusión resulta capital. Los electores (...) no nombran a un igual sino por razones accesorias..."

*) "Al elector le gusta que le halaguen sus ambiciones y sus vanidades. El candidato ha de abrumarle con extravagantes y serviles adulaciones y no vacilar en hacerle las más fantásticas promesas (...) En cuanto al candidato adversario tratará de anulársele procurando convencer a los electores mediante afirmación, repetición y contagio, de que es el último de los canallas y que nadie ignora que ha cometido diversos delitos. Desde luego sin aportar nada que se asemeje a una prueba."

*) "El programa escrito del candidato no será muy categórico, ya que sus adversarios podrían achacarle posteriormente su incumplimiento, pero el programa verbal no corre nunca el peligro de ser excesivo. Pueden prometerse sin temor las más considerables reformas. Tales exageraciones causan mucho efecto de momento y no comprometen nada para el futuro." En este caso, y teniendo en cuenta el desarrollo de los medios audiovisuales, la idea queda un poco obsoleta porque hoy todo se graba y, además de las hemerotecas, en un momento dado se puede echar mano del archivo digital..., pero en el fondo sigue siendo una forma "válida" de actuar en las ocasiones en las que el candidato trata de convencer a electores en un escenario sin grabación formal.

Le Bon (en la imagen adjunta, antes de publicar sus libros) hace referencia también al efecto de las palabras y las fórmulas orales que hoy llamaríamos eslóganes políticos y electorales, gracias a las cuales "el orador que sabe manejarlas conduce a las masas a su placer". Entre los ejemplos que aporta figura el desastre de la rebelión cantonalista que se produjo durante la Primera República Española en 1873, cuando se empleó "una de tales palabras mágicas, de complejo sentido y que cada cual puede interpretar con arreglo a su esperanza". La palabra, las dos palabras en este caso, fueron "república federal" y su efecto fue devastador: "...los radicales habían descubierto que una república unitaria es una monarquía disfrazada y, para agradarles, las Cortes proclamaron unánimemente la república federal sin que ninguno de los votantes hubiera podido definir aquello que acababa de ser votado (...) No había aldea, por pequeña que fuese, que no quisiera hacer rancho aparte. El federalismo se convirtió en un cantonalismo brutal, incendiario y asesino y por doquier se celebraban sangrientas saturnales..." No sé por qué releyendo esta parte de su libro me viene a la mente la insistencia de los actuales dirigentes del socialismo español tratando de convencer a todo el mundo (sin lograrlo, por cierto) de que es "necesario" hacer "evolucionar" la situación política actual hacia un "mayor federalismo". 

Le Bon no confiaba en las asambleas de iguales, con independencia de la calidad o formación de sus miembros pues "en toda asamblea anónima, aunque esté compuesta exclusivamente por universitarios, la discusión reviste fácilmente las mismas formas. Los hombres, cuando están en masa, tienden a la igualación mental y a cada instante hallamos pruebas de ello (...) Por lo que respecta a cuestiones generales, el sufragio de 40 académicos no es mejor que el de 40 aguadores", sentencia.

En consecuencia, ¿cómo puede formarse la opinión de un elector? Vana ilusión, pues "las masas tienen opiniones impuestas, jamás opiniones razonadas. Dichas opiniones y los votos de los electores se hallan en manos de comités electorales (...) sean cuales sean sus nombres: clubes, sindicatos, etc (...) representan la forma más impersonal y en consecuencia más opresora de la tiranía. Sus dirigentes hablan y actúan en nombre de una comunidad pero están liberados de toda responsabilidad y pueden permitirse todo (...) No cabe imaginarse despotismo más duro". Pese a lo cual, recomienda no ir públicamente contra la idea del sufragio universal (que sería una idea perfecta para regir un país..., si los electores fueran todos hombres y mujeres de probado valor moral e intelectual, lo que por desgracia no es el caso ni nunca lo ha sido en ninguna democracia del mundo) pues "este dogma posee en la actualidad el mismo  poder que tenían antes los dogmas cristianos. Oradores y escritores hablan del sufragio universal con un respeto y unas adulaciones que no conoció ni siquiera Luis XVI."

Ahora, no olvidemos que éstas y otras reflexiones de gran calibre fueron originalmente escritas en 1895. Políticos, economistas, gerentes de la cultura y, en general, hombres de poder de su tiempo tomaron buena nota de estos razonamientos especialmente en su Francia natal pues Le Bon se relacionó entre otros con Paul Valery, Henri Bergson y Raimond Poincaré. Pero sus razonamientos traspasaron fronteras. Años más tarde, un sobrino de Sigmund Freud llamado Edward Bernays (en la imagen, también de jovencito), resucitó en parte sus ideas, con un libro que tampoco aparece entre los best sellers contemporáneos a pesar de su importancia. Y de su título, breve pero explicativo: Propaganda. Es obvio que el libro no ha sido popularizado por su contenido, bastante llamativo y en la misma línea que los planteamientos de Le Bon pero yendo más allá, puesto que no se limita a advertir sobre la facilidad para manejar a las masas sino que defiende la necesidad de hacerlo y ofrece ejemplos claros de cómo llevar a cabo este propósito... Entre otras cosas, Bernays declaró allí, ojo a este párrafo, que la propaganda es necesaria porque "la manipulación deliberada e inteligente de los hábitos estructurados y de la opinión de las masas es un elemento imprescindible en las sociedades democráticas. Los que manipulan este oculto mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder dirigente de nuestro país. Somos gobernados, nuestras mentes están moldeadas, nuestros gustos están formados, nuestras ideas nos son sugeridas, en gran medida, por hombres de los que nunca hemos oído hablar."

Graduado en agricultura por formación, pero estudioso del Periodismo, la Publicidad y las Relaciones Públicas por vocación, Bernays está considerado de hecho como el "inventor" de la fórmula contemporánea de las relaciones públicas. Incluso llegó a bautizarlas con ese nombre al publicar, en 1923 en Nueva York, su obra Cristalizando la opinión pública. Ha sido uno de esos "hombres en la sombra", completamente desconocidos para esa misma opinión pública que él tanto analizó, pero responsables en buena medida de las acciones de los gobernantes a los que vemos habitualmente en primera fila. Bernays ha asesorado y sugerido (¿tal vez ordenado?) la forma de actuación de varios presidentes de los Estados Unidos y de algunas de las empresas internacionales más importantes del mundo.

Aquí van algunas de las "joyas" seleccionadas de este individuo:

*) "Fue, por supuesto, el éxito sin precedentes de la propaganda durante la guerra mundial (y cuyos efectos se mantienen más fuertes que nunca tantos decenios más tarde, cuando la mayoría de la población cree, y cada vez más, en los argumentos propagandísticos más que en los históricos) lo que les abrió los ojos a los más perspicaces en los más diversos campos acerca de las posibilidades de disciplinar con ella a la opinión pública (...) En la actual organización de la sociedad es indispensable la aprobación del público para atacar cualquier proyecto de gran envergadura (...) la misión de la propaganda es llevar a cabo un esfuerzo constante y duradero que cree o manipule todas las circunstancias al objeto de influir en la impresión que el público debe tener con una empresa, una idea o un grupo." Para ello, la repetición se revela una vez más como una técnica poderosa pues "ciertos estímulos repetidos con frecuencia pueden crear un hábito o la mera reiteración de una idea puede crear una convicción." Y esto lo comprobamos diariamente...

*) "Todos los gobiernos, ya sean monárquicos, constitucionales, democráticos o comunistas, dependen hoy del visto bueno de la opinión pública (...) y lo cierto es que el gobierno sólo lo es en virtud de ese visto bueno." Dicho lo cual, ¿es entonces necesario que dependamos de un gobierno? ¿No sería mejor que cada cual tomara sus decisiones sin necesidad de tener una autoridad? Su razonamiento es que entregamos nuestra libertad a cambio de la comodidad y de una organización más racional de la convivencia: "En teoría, cada ciudadano dilucida sobre los asuntos públicos y las cuestiones de índole privada. En la práctica, si todos los hombres tuvieran que estudiar por sí mismos los abstrusos datos económicos, políticos y éticos que implica dada cuestión, les resultaría imposible llegar a cualquier conclusión. Por eso hemos consentido dejar que un gobierno invisible filtre los datos y destaque los asuntos más relevantes de modo que nuestro ámbito de decisión se reduzca a unas proporciones más realistas".

*) Para este control hay que tener en cuenta "las posibilidades de desarrollar un gobierno en la sombra de la sociedad mediante la manipulación de los impulsos que mueven al hombre dentro de un grupo" pues, como Bernays también reconoce, "la mente del grupo no piensa, en el sentido de la palabra. En lugar de pensamientos tiene impulsos, hábitos y emociones. A la hora de decidir, su primer impulso es normalmente seguir el ejemplo de un líder en quien confía". Conclusión: "el gobierno se le puede vender a una comunidad igual que se le vende cualquier otro artículo".  Exactamente lo que hizo Barack Obama, de momento uno de los presidentes más inútiles de la historia de los EE.UU. hasta el punto de que su mayor mérito ha sido el de ser el primer presidente mulato, y que es por cierto un ávido y confeso lector de la obra de Bernays.

Y quien dice "vender un gobierno" dice vender cualquier otra cosa y en la escala que sea necesaria. Sólo hay que seguir los pasos que cuenta en su tesis sobre las relaciones públicas y se puede cambiar los hábitos y hasta la moralidad de una nación entera. De un mundo, si es necesario. En 1929, Bernays, entonces a sueldo de la Compañía Americana de Tabaco, organizó una campaña para promover el uso del cigarrillo entre las mujeres. Para ello aprovechó un pequeño escándalo local cuando un grupo de jovencitas fumaban en público durante un desfile. Ante las recriminaciones a las chicas, ideó la manera de asociar publicitariamente la causa de la liberación de la mujer con la posibilidad de que ésta pudiera fumar en público igual que los hombres. De esta forma, una muchacha con un pitillo dejaba de ser simplemente eso para encarnar nada menos que al espíritu de la mismísima Estatua de la Libertad. Su campaña tuvo mucho éxito. Se puede decir que, gracias a Bernays, muchas mujeres que hubieran podido vivir con salud buena parte de su vida, se vieron finalmente mutiladas por culpa del cáncer de mama o directamente fallecieron gracias a su incorporación a la legión de incautos adictos al tabaco, cegadas por el mensaje de "rebeldía" y "libertad". Éste es sólo un caso de los muchos en los que demostró su capacidad para influir de manera masiva sobre la sociedad, siempre cobrando astronómicas sumas (puesto que ofrecía resultados palpables) y por lo general nunca en beneficio de la sociedad en la que vivía sino en la de los patronos que le contrataban. Su vida laboral es, en ese sentido, apasionante, aunque algunos de los trabajos que llevó a cabo se pueden describir sencillamente como repugnantes.

Ahora, como suele decir Mac Namara, Bernays sólo es uno y además falleció hace unos años. Hay muchos más, hoy día, poniendo en práctica éstas y otras ideas para crear la opinión pública adecuada.  



1 comentario:

  1. Interesante entrada. Recomiendo una serie dedocumentales que grabaron con colaboración de Bernays y que se llaman: El siglo del yo (donde ponen en relieve como la manipulación ha sido usada en las situaciones mas variopintas).

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