Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 16 de mayo de 2014

Vida cómoda de espía

Siendo como es una actividad rastrera y traicionera cuyo fin es adquirir una ventaja subrepticia sobre el rival o enemigo, lo cierto es que hubo un tiempo en el que el espionaje tenía su atractivo e incuso su glamour. Para practicar este tipo de guerra secreta era necesario (aún lo es en algunos casos) poseer ciertas cualidades que no están al alcance de cualquiera: desde una mente especialmente despierta con gran capacidad intelectual para buscar pistas y resolver situaciones imprevistas hasta una notable sangre fría (pero muy fría) para controlar las emociones, pasando por un grandioso amor a la aventura, un trabajado sentido del teatro y algunas otras dotes del ramo. Hoy, sin embargo, parece que basta con una simple botella de refresco de cola. La fotografía que vemos aquí arriba a la izquierda es buena muestra de ello. 


Y es que la imagen de la mujer escribiendo en el teclado de su ordenador ha sido obtenida gracias a esta botella de la derecha que comercializa la tienda online Espiamos.com, que en la presentación de este curioso artilugio ante los medios de comunicación destaca que su concepto es "una completa innovación en el panorama español y europeo de dispositivos para la vigilancia". Estamos ante el último invento conocido de la tecnología contemporánea para vigilar sin que el vigilado tenga conciencia de ello. Y con disimulo completo, porque es posible que a la víctima de espionaje le guste mucho el refresco y caiga en la tentación de levantarse de su puesto de trabajo para intentar abrirla y echar un traguito. ¿Descubrirá entonces su secreto? 


No necesariamente, si está muy despistada, puesto que la botella posee realmente refresco y se puede servir en un vaso. Pero si se fijara un poco más se daría cuenta de que no todo el interior del recipiente contiene líquido. Entonces podría ocurrírsele desenroscar la botella..., y se encontrarse con esta pequeña sorpresa: la cámara oculta que se esconde en su interior y que, por lo que podemos ver en la primera fotografía, funciona muy bien. Además, cuenta con varias ventajas como grabar en alta definición, disponer de sistemas de detección de sonido y/o de movimiento, alarma para empezar la grabación a una hora prefijada...  Impresionante. La tienda que vende este ingenio afirma representar en exclusiva  a la compañía LawMate (en inglés, literalmente, "el compañero de la ley"), marca líder a nivel mundial en este tipo de gadgets construidos, según la empresa original, "para la vigilancia y el espionaje, empleados por los policías, periodistas, detectives y profesionales de la investigación de todo el mundo". Tantos años en el mercado laboral y no sabía yo que una cámara así era imprescindible para mi trabajo como periodista, mira... La publicidad afirma que existe un laboratorio propio para desarrollar los productos "a demanda del cliente" y que es precisamente debido a un encargo concreto por lo que se fabricó la primera botella espía de este tipo, que ahora se vende en serie. Es decir, que si uno tiene el capricho de introducir una cámara en un bolso, en una lámpara o en una efigie de Jesús Nazareno puede (previo pago, naturalmente) pedir que los expertos se la acoplen discretamente.

La verdad es que echando un vistazo a las webs especializadas en espionaje casero, o sea a disposición de cualquier ciudadano corriente, uno puede acabar adquiriendo ínfulas de James Bond. Sólo en lo que se refiere a las cámaras disimuladas, tenemos los clásicos relojes, bolígrafos, gafas de sol, llaveros..., pero también otros objetos menos corrientes como gorras de béisbol, termómetros de mesa o adaptadores de enchufes, por no volver a la susodicha botella. Lo divertido es que en los mismos sitios de Internet donde se explica cómo espiar al vecino por un módico precio también se ofrecen los medios para
evitar ser espiado: detectores de frecuencias, anuladores de micrófonos, generadores de ruido blanco... Recuerdo una novela del gran maestro de conspiranoicos que fue Robert Anton Wilson en el que uno de sus personajes aseguraba que la mejor manera de anular los micrófonos ocultos era hablar en susurros en un cuarto de baño donde estuvieran abiertos al mismo tiempo los grifos del baño y del lavabo. Ignoro si esto es real o fue una boutade más de nuestro querido señor Crudo (RAW), pero si se trata de algo verídico igual funciona también contra las cámaras espía gracias al vaho generado (eso sí: siempre que los grifos abiertos lo sean de agua caliente).

Ahora, la pregunta: si estos sofisticados elementos se encuentran al alcance de todo el mundo, ¿qué maravillosos a la par que diabólicos ingenios manejarán los profesionales? Aunque, bien mirado, hay otra pregunta que supera a la anterior: ¿realmente son ya necesarios semejantes instrumentos?

Las historias de espías son tradicionalmente muy entretenidas. Aquí va una que nos muestra parte de su potencial, aunque en este caso concreto se refiere al financiero, ahora que estamos conmemorando el comienzo del primer acto de la gran tragedia de la destrucción calculada de Europa que conocemos oficialmente con la denominación de Primera Guerra Mundial... Todo empieza la tarde del 31 de mayo de 1916, cuando tuvo lugar en el estrecho de Skagerrak, 
frente a la costa de Dinamarca, la batalla de Jutlandia. Está considerado como el combate naval más importante de este conflicto y, de facto, el único "cara a cara" directo de gran calibre entre la flota alemana al mando en aquel momento del vicealmirante Reinhard Scheer y la británica dirigida por el almirante Sir John Jellicoe. Por resumir mucho lo sucedido, la idea de los alemanes era atraer a la escuadra británica a una trampa para destruir la mayor parte de la que tradicionalmente ha sido principal arma de guerra del Reino Unido: sus barcos. Sin embargo, los británicos eran demasiado zorros para arriesgarse y eludieron verse acorralados y destruidos. De todas formas, en el curso de las maniobras de aquella jornada ambas escuadras terminaron enfrentándose durante unas dos horas en un durísimo cañoneo mutuo, hasta que la caída de la noche con la desaparición de la luz frenó la carnicería. El resultado final fue el hundimiento de 14 barcos británicos y 11 alemanes, con severas pérdidas humanas tanto en un lado como en el otro. En un primer momento, los dos bandos reclamaron la victoria de lo que había concluido en realidad con un sangriento empate técnico...

En aquellos años, las comunicaciones no alcanzaban la capacidad actual; ni soñaban siquiera con llegar a la capacidad casi instantánea de hoy día para la transmisión de información. Por ello, todo el mundo aguardaba expectante el reagrupamiento de cada flota, la evaluación de pérdidas y la información más concreta posible sobre el resultado definitivo del enfrentamiento entre las dos principales armadas del momento. Los espías del Intelligence Service británico, el precedente de las agencias actuales del MI-5 y el MI-6, poseían una rama autónoma en la Armada y fueron los primeros en reunir un análisis detallado en el Reino Unido. Lo estudiaron con urgencia, calibrando el provecho que podrían sacar de la situación sobre todo desde el punto de vista propagandístico. Irónicamente, fue un financiero judeoalemán nacido en Colonia e instalado en Londres quien les proporcionó la mejor idea para 
 hacerlo. Se trata de Ernest Cassel, nombrado Sir por su amistad (y sus cuantiosos préstamos, muchos a fondo perdido) con el rey Eduardo VII, gran aficionado a la vida disipada, incluyendo los juegos de azar. Cassel era uno de los hombres más ricos de su tiempo, acostumbrado a sacar dinero de debajo de las piedras..., y de debajo de los cadáveres de los marineros muertos en combate, si era necesario. Propuso cablegrafiar un mensaje a Nueva York al día siguiente, 1 de junio, advirtiendo de una severísima derrota de la armada británica, inflando estrepitosamente las pérdidas propias y acallando las de los alemanes. Como era de esperar, la noticia sentó como una bomba en Wall Street, donde las acciones de las empresas británicas se hundieron más profundamente que los navíos torpedeados en el Mar del Norte. El propio Cassel contribuyó, dada su posición, a dar credibilidad a este telegrama en público para fomentar el pánico.

A continuación, financieros de segunda fila a sueldo de los agentes británicos compraron en masa a un precio mucho más bajo del real esas acciones de las que todo el mundo quería desprenderse. Adquirido todo lo que había que adquirir, el Intelligence Service envió a Nueva York un nuevo telegrama que rectificaba el anterior pero sin contar tampoco toda la verdad sino escorando el resultado exactamente al contrario. Ahora se explicaba que la victoria había sido total por parte de los británicos, que no habían perdido tantas naves como parecía, mientras que la flota alemana había sido machacada hasta casi su desintegración. Wall Street se disparó en el sentido contrario y las acciones británicas que no valían un centavo el día antes en encarecieron por encima de la jornada anterior a que llegaran las primeras "noticias" de lo ocurrido. Los mismos financieros que las habían adquirido a un precio irrisorio revendieron las acciones como si fueran oro puro. Algunos expertos estiman en 60 millones de libras esterlinas, una fortuna completamente extraordinaria en aquella época, el beneficio obtenido por los hombres de paja de los servicios secretos 
británicos en sólo unas horas... He aquí cómo los servicios secretos británicos (y alguno de sus colaboradores, de paso) obtuvieron pingües beneficios para financiarse a partir de un trágico hecho de guerra. Y el truco no es nada original: El siglo anterior se había usado exactamente la misma estratagema tras la batalla de Waterloo y con la Bolsa de Londres como escenario..., y en épocas posteriores este tipo de operaciones se ha repetido con éste u otros formatos similares. Los seguidores de esta bitácora recordarán una operación similar desarrollada también en Wall Street a raíz de los atentados de "Al Qaeda" el 11-S en Nueva York, sin ir más lejos.

Y, como planteaba antes: ¿de verdad se necesitan hoy complicados instrumentos tecnológicos para adquirir ventaja en el siniestro submundo del espionaje? Sí..., pero de otro tipo muy distinto. Hoy se necesitan herramientas informáticas porque el problema no es manejar poca información sino justo lo contrario: gestionar, seleccionar y aprovechar la inmensa avalancha de datos a los que tienen acceso hoy por hoy los espías profesionales. Además, no hace falta correr grandes riesgos. Antes había que sufrir, quizá resultar herido y hasta puede que morir para conseguir alguna información relevante. Hoy, los ingenuos corderitos facilitamos toda la información que nos piden y encima damos las gracias por regalarla, a cambio del acceso al club más cool del momento: Internet.

Como dice cierto abogado que conozco, la mayor mentira de las muchas que pueblan Internet es "He leído atentamente y acepto las condiciones de uso", la frase estándar que aparece cuando uno desea registrarse en una red social para que quede claro que acepta su llamada "política de privacidad". Esa política es simplemente la notificación al usuario de cómo la red va a usar y abusar de todos los datos que a partir de ese momento incluya en ella y suele detallarse en un documento de condiciones que, por supuesto, no se lee casi nadie. Si al 
señor Zuckerberg y a cuantos le sostienen desde una discreta segunda fila se les ocurriera incluir en las condiciones para entrar en Facebook que es necesario entregar el alma al diablo, hoy Satanás tendría problemas de overkooking porque la gente seguiría aceptando, sin más, con tal de acceder al patio de vecinos del Caralibro.  Y eso que las condiciones son de por sí casi esclavistas. Ojo a lo que dice Facebook sobre el acceso a su red: "nos concedes una licencia no exclusiva, transferible, con posibilidad de ser sub-otorgada, sin royalties, aplicable mundialmente para utilizar cualquier contenido" que se quiera aportar, incluyendo fotos y videos. Un ejemplo: alquilamos un velero en vacaciones, nos tomamos una foto y la "subimos" a la web con la intención de que la vean sólo familiares y amigos..., pero de acuerdo con la aceptación de la política de "privacidad" de la red se puede encontrar con que, unos días después, su imagen aparezca reproducida en todas las paradas de autobús de la ciudad como fondo para anunciar una colonia. Sin que nadie le haya pedido permiso y sin que nadie le pague un céntimo por ello... Y legalmente.

Ahí va otro detalle de Facebook: "algunas categorías de información como tu nombre, tu foto de perfil, tu lista de amigos y de páginas de las que eres fan, tu sexo, región geográfica y redes a las que perteneces, se consideran totalmente públicas y disponibles para todos, incluyendo las aplicaciones avanzadas de Facebook, por lo que no puedes configurar su privacidad". Atención a esa última frase. Recordémosla la próxima vez que estemos "configurando nuestra privacidad" en una página de esta red social y nos encontremos con preguntas tan estúpidas como "¿Quién puede ver tus páginas?" y otras similares para hacernos pensar que realmente tenemos algún control sobre nuestros datos...

Lo que sucede en esta red sucede en otras. Twitter, Instagram, Linkedin, Pinterest... Basta con leerse las condiciones de uso. Y eso por no mencionar al mayor monstruo de todos: Google, que es capaz de monitorizarnos por doquier a poco que le demos un primer permiso. Lo dice bien clarito en sus normas de uso: "almacenamos las preferencias del usuario y supervisamos las tendencias de comportamiento, por ejemplo, el tipo de búsquedas que realiza". No sólo eso. Utilizando sus servicios, "Google podrá asociar (...) tu número de teléfono con tu cuenta" y almacenar "información detallada sobre cómo 
utilizas nuestro servicio, por ejemplo tus consultas de búsqueda (...) datos telefónicos (...) datos sobre tu ubicación física (...) recogida y tratamiento de datos de tu ubicación real..."  Aquellos temerarios que hayan tenido la ocurrencia de activar el servicio Google Now ya están experimentando un nivel de intromisión y vigilancia de su vida personal que alcanza niveles inquietantes y hasta insidiosos. Y aún más: "es posible que combinemos los datos que nos proporciona el solicitante a través de su cuenta con la información procedente de otros servicios de Google o de terceros". Los terceros puede incluir, por supuesto, a cualquier servicio secreto que quiera conocerlo todo sobre uno o, vulgarmente, a cualquier empresa que pague el dinero suficiente para que Google trafique con la información que tiene de nosotros a fin de conocer con detalle esas "tendencias de comportamiento" para vender sus productos al usuario.

No, el espionaje ya no es lo que era...







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