Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 13 de junio de 2014

Fomentando demencias

El pasado mes de marzo, un grupo de científicos españoles y británicos participaron en un encuentro bilateral organizado por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) de Madrid para examinar el que tantos especialistas pronostican será uno de los grandes problemas (si no el más importante) de salud mental del siglo XXI: la enfermedad de Alzheimer, una de las más devastadoras y crueles dolencias que puede padecer un ser humano porque lo reduce a la categoría de cosa de manera lenta e implacable. He tenido la desgracia, que también ha sido al mismo tiempo la oportunidad para estudiar de cerca este mal, de seguir dos casos muy próximos desde sus primeros síntomas hasta la agonía final. Y resulta verdaderamente espantoso ver cómo el cerebro se va "desmontando" pieza por pieza a medida que pasan las semanas y los meses, sin posibilidad alguna de recuperación. 

A medida que el órgano más importante del ser humano se deshace, no sólo deja de controlar las funciones físicas u olvida las características del alma manifestadas en la personalidad, sino que el espíritu pierde definitivamente la conexión con este plano y acaba desconectado mucho antes de que se produzca el fallecimiento oficial. Porque, en la recta final, lo que tienes delante de ti no es tu familiar o tu amigo o tu simple conocido, sino un maniquí hueco que no tiene nada que ver con el ser que alguna vez lo habitó. En su dolor (y en su ignorancia acerca de las condiciones de la existencia) la inmensa mayoría de los homo sapiens se aferra a la imagen física, deteriorada pero tangible, que tiene ante sí hasta el momento del colapso orgánico final. Es un pobre consuelo, como si colocáramos una foto de calidad a todo color y tamaño natural pegada a la ventana y quisiéramos creer que al otro lado de la misma está realmente la persona fotografiada.

En la reunión madrileña, por cierto titulada "La demencia, un reto global", los científicos pusieron sobre la mesa y a continuación debatieron acerca de los últimos estudios elaborados por la organización Alzheimer Disease International. Algunos de los datos que se manejaron resultan escalofriantes, como por ejemplo el que indica que los casos de demencia se triplicarán en los próximos cuarenta años. Esos casos incluyen no sólo la enfermedad de Alzheimer sino otras demencias y patologías cerebrovasculares, como el ictus. Ahora mismo existen censadas en Europa unos 7 millones de personas afectadas por algún tipo de demencia y sólo el ISCIII se ha gastado la bonita suma de más de 50 millones de euros en los últimos cinco años para financiar más de medio millar de proyectos de investigación relacionados con las enfermedades neurológicas y de salud mental.

¿Por qué existen tantos casos de este tipo en nuestro mundo moderno? La respuesta fácil, de la que suelen tirar muchos expertos (presuntos expertos, muchos de ellos), es la edad. "Es que en la actualidad las personas alcanzan edades mucho más avanzadas que en épocas anteriores y, cuanto más tiempo vive el cuerpo, más se deteriora, por lo que el riesgo de padecer una demencia, como el de padecer cualquier otra enfermedad crece progresivamente" es el argumento. Para quien quiera creérselo.

En los últimos seis meses, dos amigas mías (por cierto, ambas compañeras de la Universidad de Dios) han sufrido un ictus, cada una el suyo. Ambas son más jóvenes que yo, que estoy justo en el medio siglo, y trabajan, siguen una dieta correcta, hacen ejercicio periódico, disfrutan de un buen autocontrol personal y poseen una pareja estable (es decir, no son "ancianas vulnerables" ni "personas en riesgo por su estilo de vida"). Pero ambas, también, introdujeron en su momento un elemento de altísimo riesgo en sus vidas: el consumo descontrolado de ibuprofeno. Este antiinflamatorio se emplea a menudo como antipirético y para tratar cuadros, precisamente, inflamatorios como los que aparecen con las artritis; pero también para aliviar todo tipo de dolores: desde las cefaleas hasta las molestias de la menstruación. Por ese motivo, algunas personas comienzan a tomarlo como quien devora un paquete de gominolas en cuanto sufre algún tipo de dolor. Patentado y comercializado durante los años 60' del siglo XX, el ibuprofeno hoy forma parte de la lista de "medicamentos indispensables" elaborada por la Organización Mundial de la Salud. Desde que se puede obtener libremente y sin receta en el mercado farmacológico (al menos en España), su consumo se ha disparado porque realmente es muy eficaz contra el dolor y porque la sobredosis provoca oficialmente una "baja cantidad de complicaciones", que en todo caso depende de la dosis ingerida y la tolerancia de la persona a la medicación.

Sin embargo, parece que esto no es exactamente así. Una de mis amigas es enfermera y, de hecho, detectó lo que le estaba ocurriendo en cuanto empezó a sufrir los primeros síntomas. Eso le permitió avisar a tiempo a su entorno para ser ingresada en un centro hospitalario y recibir un tratamiento adecuado que le ha permitido superar la crisis con mayor rapidez. Hablando con ella, me confesó su consumo habitual de esta medicación prácticamente ante cualquier dolor (igual que le sucedió a mi otra amiga) y la sospecha de que fue ese uso periódico el que le causó el problema. Posteriormente tuve oportunidad de consultar con otras personas relacionadas con el mundo sanitario que también me reconocieron que, en su sector, se comentaba a menudo en los últimos años la relación del ictus con un empleo regular del ibuprofeno, pero "no se puede hacer público hasta que no esté perfectamente estudiado, porque el medicamento sigue siendo bueno para usos puntuales y además hay mucho dinero invertido por las farmacéuticas". Ah..., el dinero, el eterno, maldito y blasfemo dinero...

Los peligros del ibuprofeno me recordaron automáticamente el problema generado a finales de los 50' y principios de los 60' por la talidomida. Este fármaco, igualmente eficaz como sedante y recomendado como calmante de las náuseas durante el embarazo, se hizo muy popular porque en su momento se dijo que no causaba prácticamente efectos secundarios y, en caso de sobredosis, no era mortal. El exceso de confianza en ese fármaco lo pagaron miles de niños que nacieron con graves malformaciones, sin extremidades o con ellas muy cortas, por un defecto congénito que provocaba la talidomida. Y daba igual que no lo hubiera tomado la madre si el padre era consumidor de este calmante, porque se alojaba en el esperma y, en el momento de la concepción, infectaba al óvulo fecundado.

Hay otros casos de medicinas en apariencia eficientes y recomendables que el tiempo ha demostrado no eran sino peligrosos venenos (aunque, como dice el clásico, "el veneno está en la dosis") y tuvieron que ser retiradas del mercado. Unas, más conocidas que otras..., según la cantidad de dinero que la correspondiente empresa farmacéutica haya invertido para suavizar su recuerdo o directamente eliminarlo de la memoria social.

Luego, también tenemos el caso de las sustancias cuyo riesgo se denuncia periódicamente pero es ignorado por los dormidos homo sapiens que, engañados por la industria cultural, creen que se trata de exageraciones y no hacen caso de la advertencia hasta que es demasiado tarde. Sucede por ejemplo con el cannabis. Hoy sabemos que la "marihuana" tiene mucho que ver con el deterioro neuronal y que su empleo regular a lo largo de amplios períodos vitales se paga con la aparición posterior de demencias como el propio Alzheimer. A pesar de ello, el "inofensivo" porro, a día de hoy, sigue siendo bien tolerado por la sociedad e incluso ensalzado en ciertos ambientes como el juvenil o el creativo, como símbolo de supuesta libertad personal. "¿A quién le hace daño un porro? Es sólo para coger el 'puntito' y relajarse. No seas antiguo y dale una caladita, que parece que te has quedado en el siglo XV", dicen con presuntuosa y boba alegría sus ciegos usuarios habituales. Aunque lo más patético es cuando te sale alguno relacionando su consumo con ¡¡¡ el Camino Espiritual !!! con fabulaciones y sandeces del estilo "los chamanes indígenas son grandes consumidores y ello les permite ser personas evolucionadas..."

Bueno, pues a finales de mayo pasado se presentó el enésimo estudio desvelando el "fabuloso" efecto del cannabis. Un equipo de investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) hizo público el descubrimiento de un mecanismo que relaciona el consumo excesivo de este producto con alteraciones del sistema nervioso que conducen a la psicosis y la esquizofrenia. Estos efectos del cannabis inhalado pueden remitir con el tiempo e incluso son reversibles, con un adecuado tratamiento que incluye por supuesto la renuncia definitiva a seguir fumándolo..., pero la repetición de la conducta producirá "daños duraderos del sistema nervioso", sobre todo si existe una predisposición genética previa. Y para los que digan: "Eh, se refiere al consumo excesivo", la respuesta es ¿quién decide qué es excesivo? Una persona puede emborracharse con un botellín de cerveza mientras otra se toma dos jarras como si fuera agua y sigue perfectamente dueña de sí misma... Eso, sin tener en cuenta que los más jóvenes (que se encuentran entre los principales usuarios de cannabis) aún están en proceso de maduración de su sistema nervioso, así que resultan especialmente afectados por su empleo. 

Éste es sólo el último de los trabajos científicos publicados sobre el cannabis y cuidadosamente arrinconados por los grandes medios de comunicación que, sin embargo, no dudan en usar grandes titulares y escribir artículos simpáticos cuando se habla de las supuestas propiedades positivas de esta planta como sedante para enfermos terminales (terminales, ese adjetivo cuyo significado parece escapársele por sistema a los defensores del consumo de "María") o como forma de entretención de algunos prescindibles y sin embargo muy populares ídolos musicales o del famoseo barato. 

Somos lo que comemos, explica otro pensamiento clásico. Y también lo que nos medicamos, podríamos añadir. En los antiguos cuentos de vampiros se dejaba muy claro que el monstruo no podía pasar al interior de una casa protegida si no recibía el permiso previo del dueño. Por eso este malvado parásito (desfigurado y camuflado hoy como un tierno personajillo peliculero cuando es la perfecta metáfora de cierta homínida termita destructora de civilizaciones) aprendió a disfrazarse y cambiar de aspecto a fin de engañar a su futura víctima para que le franqueara el acceso a su hogar. Nosotros somos los principales responsables del buen estado de lo que llamamos nuestro cuerpo: esa máquina que empleamos para movernos por este escenario en tres dimensiones donde se desarrolla el juego de rol en el que estamos ahora implicados. Tenemos la obligación de vigilar qué "medicinas" le administramos. Personalmente, puedo decir que no conozco el nombre de mi farmacéutico.

Por lo demás, tampoco es tan extraño que en un mundo progresivamente enloquecido como el nuestro las enfermedades que más perspectivas de crecimiento ofrecen sean justo las relacionadas con la demencia...










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