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viernes, 7 de noviembre de 2014

La mujer del banquero

¿Una mujer fatal? Sí, se ajustaba al canon mucho mejor que cualquiera otra que yo conociera durante toda mi carrera policial. Además de los pertinentes labios carnosos, el escote a rebosar, la minifalda recortada y los tacones de aguja, Paloma Ríos traía otras “mejoras de serie” sobre el modelo original: una sonrisa encantadora, un atractivo perfume personal y unos ojos embriagadores.

Qué más da que fuera sospechosa del asesinato de su marido, Emilio Baeza: uno de los hombres más ricos de España, si no el que más, como presidente que era del primer grupo financiero peninsular y quinto de Europa.

- Yo no lo hice, señor inspector –dijo, entreabriendo sus labios húmedos y brillantes y dejando entrever su lengua juguetona.

- Sí, estoy convencido de ello –contesté, notando el sudor frío que resbalaba por mi espalda, aunque todos los indicios apuntaban hacia ella, heredera única de la fortuna de Baeza, incluyendo la participación mayoritaria en su banco.

- Usted estaba en la casa a la hora del asesinato –intervino Paula, reportera de Crimen e Investigación, insensible a los encantos de la viuda de Baeza.

- Estaba dándome un baño de espuma cuando sucedió todo –explicó, desabrochándose un botón de su camisa y mostrando un canalillo profundo, sin las limitaciones de un sujetador.

- Lo entiendo –dije-. Dígame, ¿hay algún testigo?

- ¿De mi baño? –ella sonrió agarrándome el antebrazo y noté cómo se erizaba mi vello, y alguna cosa más- Pero…, si estaba desnudita, señor inspector

- Claro… –tragué saliva.

- Pues esa mancha en su camisa me parece bastante sospechosa –insistió Paula, molesta-.  ¿Es…, sangre?

- ¡Oh, no! Me salpiqué con tomate al preparar un perrito caliente. Me gustan mucho las salchichas –apostilló, mirándome de nuevo sin dejar de agarrar mi brazo.

No pude aguantar más.

- ¡Está bien, Paula: los periodistas siempre liáis todo con vuestras hipótesis descabelladas! Está claro que Paloma…, la señora Ríos es inocente. Abandona la escena del crimen ahora mismo. ¡No quiero una sola protesta o te retiro la licencia para acompañar a mis hombres en la investigación de futuros sucesos!

Lo reconozco: prevariqué, escondí pruebas, ayudé a Paloma Ríos a no ser inculpada. Lo hice entonces y lo volvería a hacer. Y cualquiera podría entender por qué: a cambio de mi silencio, me recompensó con el mayor de los placeres pocos días después… 

¡Canceló mi hipoteca a 30 años!



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(Este cuento de un servidor ganó el primer premio del concurso de microrrelatos de Castelló  Negre 2012)



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