¿Una mujer fatal? Sí, se ajustaba al canon mucho mejor que cualquiera
otra que yo conociera durante toda mi carrera policial. Además de los
pertinentes labios carnosos, el escote a rebosar, la minifalda recortada y los
tacones de aguja, Paloma Ríos traía otras “mejoras de serie” sobre el modelo
original: una sonrisa encantadora, un atractivo perfume personal y unos ojos
embriagadores.
Qué más da que fuera
sospechosa del asesinato de su marido, Emilio Baeza: uno de los hombres más ricos
de España, si no el que más, como presidente que era del primer grupo financiero
peninsular y quinto de Europa.
- Yo no lo hice, señor
inspector –dijo, entreabriendo sus labios húmedos y brillantes y dejando
entrever su lengua juguetona.
- Sí, estoy convencido de
ello –contesté, notando el sudor frío que resbalaba por mi espalda, aunque
todos los indicios apuntaban hacia ella, heredera única de la fortuna de Baeza,
incluyendo la participación mayoritaria en su banco.
- Usted estaba en la casa a
la hora del asesinato –intervino Paula, reportera de Crimen e Investigación, insensible a los encantos de la viuda de
Baeza.
- Estaba dándome un baño de
espuma cuando sucedió todo –explicó, desabrochándose un botón de su camisa y
mostrando un canalillo profundo, sin las limitaciones de un sujetador.
- Lo entiendo –dije-.
Dígame, ¿hay algún testigo?
- ¿De mi baño? –ella sonrió
agarrándome el antebrazo y noté cómo se erizaba mi vello, y alguna cosa más-
Pero…, si estaba desnudita, señor inspector…
- Claro… –tragué saliva.
- Pues esa mancha en su
camisa me parece bastante sospechosa –insistió Paula, molesta-. ¿Es…, sangre?
- ¡Oh, no! Me salpiqué con
tomate al preparar un perrito caliente. Me gustan mucho las salchichas
–apostilló, mirándome de nuevo sin dejar de agarrar mi brazo.
No pude aguantar más.
- ¡Está bien, Paula: los
periodistas siempre liáis todo con vuestras hipótesis descabelladas! Está claro
que Paloma…, la señora Ríos es inocente. Abandona la escena del crimen ahora
mismo. ¡No quiero una sola protesta o te retiro la licencia para acompañar a
mis hombres en la investigación de futuros sucesos!
Lo reconozco: prevariqué,
escondí pruebas, ayudé a Paloma Ríos a no ser inculpada. Lo hice entonces y lo
volvería a hacer. Y cualquiera podría entender por qué: a cambio de mi
silencio, me recompensó con el mayor de los placeres pocos días después…
¡Canceló mi hipoteca a 30 años!
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(Este cuento de un servidor ganó el primer premio del concurso de microrrelatos de Castelló Negre 2012)
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