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¿Qué significa exactamente el final de una época? Viajemos un poco en el tiempo y pongámonos en la piel de un patricio romano en su villa de Hispania, o de Galia, o de Tracia, o de cualquier parte del imperio, en la época de su decadencia. Con un poco de conocimiento de cuáles eran las circunstancias vitales en ese momento no es difícil comprender la mezcla de sentimientos (angustia, congoja, nostalgia, rabia...) con que ese patricio podría añorar un orden (y la fuerza militar que lo sostuvo, y la gloria que de las conquistas devino) de acuerdo con el cual su familia vivió durante generaciones y que fue lo bastante sólido (en aparicencia) para dotar de cierto sentido a su vida de persona común, aun en una escala elevada, perfectamente integrada en la sociedad de su época. Un orden que en esos momentos estaba desapareciendo, desvaneciéndose en medio del caos económico, la corrupción política, las invasiones bárbaras y otro tipo de factores que, para su pesar, estaban transformando su existencia y la de sus descendientes para siempre.
Y es que la caída del imperio romano suele representarse como una invasión de bárbaros furiosos (mongoles, por lo general) que entra a saquear la capital a sangre y fuego y
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La Antigua Roma fue destruida desde sus propios cimientos gracias a su podrida casta política (empezando por la serie de sinvergüenzas que ocuparon el trono imperial, en ocasiones durante apenas unos meses), pero también y sobre todo debido a la acomodada, indiferente y ciega ciudadanía a la que no le interesaba otra cosa que holgazanear y seguir los juegos cada vez más brutales y sangrientos del Coliseo. Eso, sin olvidar a los comerciantes financieros cuyo único interés era hacerse más y más ricos a costa de quien fuera, al elevado número de viajeros procedentes de todas las partes del imperio con el único objetivo de medrar personalmente sin pensar en nadie más y aun a costa de la destrucción de las instituciones en las que conseguían penetrar, a los fanatismos religiosos que destruyeron los últimos restos de moral (muchos de los primitivos cristianos no fueron precisamente ejemplo de santidad, por mucho mártir que hubiera entre sus filas, sino más bien ejemplo de fanáticos apocalípticos convencidos de que el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina y por tanto decían que resultaba "agradable a Dios" ayudar a destruir el orden para facilitar la Parusía) y a la excesiva avalancha de inmigrantes hambrientos y deslumbrados por el poder romano (aunque fuera decadente) llegados de más allá de las fronteras imperiales con el objetivo de hacerse un hueco en el "paraíso".
¿A alguien le suena todo esto?
- Sí, claro -interviene Mac Namara-. Se parece sospechosamente a cierto momento histórico que conoce bien cualquiera de tus (escasos) lectores. De hecho, yo también he tenido esa sensación de encontrarnos en plena decadencia del imperio occidental y al borde de una segunda Edad Media.
- Exactamente eso es lo que ha dicho Brom -le contesto, tratando de parecer indiferente a su desagradable comentario sob
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- ¿Y dijo algo del control por microchips de la población? -pregunta mi gato conspiranoico.
- No especificó mucho pero sí recordó que los medios tecnológicos existentes en la actualidad permiten un control total, imaginado pero no conseguido por dictaduras anteriores. "Los nazis y los soviéticos utilizaban tarjetas para vigilar y documentar a la gente bajo su control pero hoy día los sistemas automatizados permiten contar con información detallada de millones de personas en unos cuantos disquitos" (discos duros), son sus palabras.
- No está mal el análisis. ¿Y qué más? ¿A quién echó la culpa él de lo que ocurre?
- Pues..., como buen teórico de izquierdas, Brom apunta a las crisis del capitalismo, en combinación con la globalización (que multiplica sus efectos) como responsables principales del desmoronamiento actual y asegura que el problema nace de la desaparición de los llamados países socialistas, a partir de la cual el mundo entró en una peligrosa situación de crisis permanente en una u otra región.
- Como buen teórico de izquierdas, Brom equipara capitalismo con liberalismo y por tanto se equivoca, puesto que buena parte de lo que está sucediendo en la actualidad es obra del capitalismo, sí, pero ¿qué es en realidad el capitalismo sino otra versión del socialismo que parece añorar en su discurso?
- Explícame eso, Mac.
- Una cosa es el liberalismo: el libre mercado, la ley de la oferta y la demanda con un control intermedio de un gobierno independiente para evitar los desmanes de los poderosos. Otra muy diferente, aunque la gente se confunde y cree que es lo mismo, es el capitalismo hoy rampante en el que el gobierno (y
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- Si tú lo dices...
- Yo lo digo, que sé más que tú. ¿Y qué propone el tal Brom para salir de todo esto?
- Según él, la sociedad debe "generar un gran movimiento mundial" que ofrezca una "salida a los problemas actuales, pero no bajo el prisma capitalista pues ya se ha visto que el actual sistema no ofrece más que desempleo y explotación, expoliación de los recursos del planeta, y pobreza". Algo que permita a la sociedad adquirir el dominio de sus recursos básicos y "no el control de un simple taller o microempresa, sino de medios fundamentales para organizar la producción y la distribución en beneficio de toda la Humanidad", aunque reconoce que "éste es un tema de largo plazo, porque la inmensa mayoría de la población no aspira actualmente a una sociedad socialista o a algún nuevo sistema tenga el nombre que tenga".
- Palabrería entonces. No me dice nada nuevo -sentencia Mac Namara-. Si eso es todo, prepárate para desembarcar en una nueva Edad Media, y a no mucho tardar. Prepárate para un nuevo sistema feudal, unas nuevas cruzadas, una nueva época de hambrunas y pestes, una nueva Inquisición...
No medito. Contesto de inmediato:
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- Está bien. Me prepararé para formar parte de una nueva orden templaria o teutónica o de cualquiera otra clase de caballería. Me prepararé para construir de nuevo catedrales que enmudezcan a los príncipes de este mundo. Me prepararé para resucitar a los minnesänger y los trovadores y dedicar mi corazón a una dama que lo merezca... Y no me importa el mundo que me depare el futuro: lo conquistaré por la fuerza de mi espíritu, sea con la ayuda de un teclado de ordenador o con la de una espada desenterrada de una piedra.
Por un momento, sólo por un momento, detecto en los ojos de Mac Namara un leve destello de aprobación, tan raro en él como el Rayo Verde. Pero se da media vuelta para que no le mire y se aleja meneando su cola, impasible. Y me deja, como de costumbre, pensativo.