Una interesante exposición organizada en Málaga bajo el título La otra cara de la vida. Cultura funeraria ayer y hoy, trata de explicar las ceremonias funerarias de nuestros antepasados a través del análisis de diversos restos en distintas épocas desde la prehistoria hasta el día de hoy. Más de un centenar de piezas arqueológicas (como una máscara funeraria egipcia o una colección de urnas celtibéricas) pasan revista al Gran Tabú del homo sapiens, sobre el cual resulta harto difícil establecer una conversación coherente o enjundiosa, puesto que los contertulios suelen refugiarse en los tópicos y los lugares comunes (si es que deciden entrar al trapo y hablar de ello, porque a menudo ni siquiera quieren mentar "la bicha") para no tomarse el trabajo de pensar sobre el fin de sus días en este planeta, que suelen identificar con el fin de todo. Y eso que es la única cosa segura que podemos pronosticar: que algún día moriremos..., en el mundo material.
Fernando Pouso, delegado en Andalucía y Canarias de la empresa funeraria que organiza la muestra y por tanto acostumbrado a convivir con esa realidad cotidiana ante la que la mayoría de los vivos prefiere mirar para otro lado, decía durante la inauguración de esta exposición que "si hay algo que es consustancial a la vida es la muerte" y por ello precisamente "de la misma forma que aprendemos a vivir, tenemos que aprender a morir". Sin embargo, nuestra cada vez más desorientada sociedad materialista de principios del siglo XXI se empeña en obviar esa necesidad. Más bien impulsa lo contrario. Tanto los estudios formales (la enseñanza dictada en colegios y universidades) como la presión social (indicaciones y "educación" de la familia y de las instituciones que nos rodean), se enfocan hacia las antípodas: sólo importa la vida física, a ser posible exitosa y placentera. El objetivo ha de centrarse en la riqueza económica, el desparrame sexual, la orgía gastronómica, la entronización del narcisismo hedonista..., y todo ello además en un nivel exclusivamente individual, nada de compartirlo con los demás. Total: "la vida son dos días" y "a mí, que me quiten lo 'bailao'"...
Resulta sarcástico que se utilice presuntamente este argumento, el de la brevedad de la vida, que es el que más debería aguijonearnos para tratar de comprender qué hacemos en este mundo (y hacerlo) para animarnos a todo lo contrario: cerrar los ojos y dejarnos llevar por el carrusel..., hasta el día en que nos convirtamos nosotros también en un resto arqueológico fósil, apto para una exposición del futuro sobre usos funerarios.
De vez en cuando surge una chispa de alerta, que trata de aparecer como una idea originalísima sin serlo: el enésimo libro de autoayuda dándole una vuelta de tuerca a este asunto..., pero ni siquiera en este caso se suele atender demasiado al aviso. Recientemente se publicaba, por ejemplo, un libro de una enfermera australiana llamada Bronnie Ware (aquí a la derecha) que, tras asistir por exigencias de su trabajo, a numerosas personas a punto de dar el Gran Salto, ha recogido sus experiencias en una obra titulada Los cinco arrepentimientos de los moribundos. es decir, los remordimientos más corrientes que se ha encontrado entre los enfermos terminales pero que ella cree pueden extrapolarse a cuantos de pronto se dan cuenta de que están tumbados en su lecho de muerte, del que no han de levantarse más.
Según Ware, esos cinco arrepentimientos son, por orden de importancia:
1) No haber tenido el coraje de hacer lo que yo quería hacer (y no lo que los demás esperaban constantemente que hiciera).
2) No haber trabajado tanto en la vida (porque por culpa de ello me he perdido muchas cosas más importantes para mí: desde la compañía de mi pareja hasta la niñez de mis hijos).
3) No haber expresado mis sentimientos libremente (en lugar de reprimirlos, para que los demás no se metieran conmigo).
4) No haber tenido más contacto con mis amigos (ni haberles dedicado el tiempo y esfuerzo que merecían por su calidad humana).
5) No haberme permitido ser más feliz (y haberme dejado vencer por el entorno que me obligaba a fingir y no disfrutar de la vida).
El libro de Bronnie Ware no aporta en realidad nada nuevo. Muchos, antes que ella, han escrito más y mejor, aunque la suprema ignorancia que campa hoy a sus anchas por los eriales de la intelectualidad contemporánea haya cubierto sus nombres y sus obras con un velo de olvido. Personalmente, siempre que pienso en este tema rindo tributo a aquella lección magistral que ofreció a propósito George Ivanovich Gurdjieff, al que, por cierto, me pareció ver el otro día en la Universidad de Dios y un colega de un curso inferior me confirmó que sí, que por lo visto lleva tiempo trabajando como profesor asociado aunque yo no lo sabía; tengo que enterarme mejor... El caso es que, bajo su aspecto de viejo cascarrabias, este hombre escondió siempre un corazón inmenso desbordante de compasión hacia el homo sapiens, al que estaba empeñado en despertar, pese a lo titánico de esta tarea, que él conocía bien.
En La última hora de vida, texto que recoge parte de una de sus sesiones de enseñanza, el maestro del gran bigote y el gorro de astracán recomendaba vivir cada hora como si fuera de verdad la última y prepararse un guión para cumplir en esos últimos momentos, en el convencimiento de que "un hombre de verdad es aquél que pudo tomar de la vida todo lo que era valiosa de ésta y decir: 'Y ahora puedo morir'. Debemos tratar de vivir nuestras vidas de manera que podamos decir cualquier día: 'Hoy me puedo morir sin arrepentirme de nada'". Se trataba de plantear otra forma de vivir incrementando el nivel de conciencia e independizándose de la máquina/cuerpo que empleamos para manifestarnos en este mundo "que siempre está fuera de control". Aumentar la autoexploración y el autoconocimiento "y es absolutamente intrascendente lo que la máquina piense de esto" pues "el modo ordinario de entender la vida es vanidad de vanidades (...) hasta las personas más relevantes de la Historia han sido olvidadas". Y recordaba que en los últimos momentos de nuestra vida probablemente "no tengas la opción de dónde y con quién estar pero sí tendrás la opción de decidir cuán completamente los vivirás (...) Para sentirte seguro, reconcíliate con la Naturaleza y contigo mismo en cada hora que se te dé, entonces nunca se te encontrará desprevenido."
Pedro Pablo me gusta la forma en que expones cada tema tengo algunas preguntas para ti ¿cuales son los requisitos para la postulacion a tu universidad ? y ¿como es el proseso de seleccion?
ResponderEliminarGracias