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miércoles, 22 de febrero de 2012

Un universo se balanceaba sobre la tela de una araña...

La detección, en los últimos años y gracias a las últimas tecnologías, de varios centenares de planetas extrasolares (alguno de los cuales ya hay quien quiere proponer como futuro objetivo de un viaje espacial, a pesar de su lejanía y en función de sus supuestas características similares a la Tierra) ha vuelto a generar cierto interés por la exploración del universo: un campo científico que llevaba bastante tiempo abandonado por el gran público pese a que hace mucho que aprendimos que estamos vivos de milagro, viajando sobre un pequeño guisante que flota en medio de la sopa estelar...  Sólo por eso convendría que invirtiéramos más dinero y esfuerzo en estudiar nuestro medio ambiente cósmico. Y la verdad es que un puñado de científicos especializados nunca ha dejado de mirar "ahí arriba", o quizá sería mejor decir "alrededor", y hacerse preguntas acerca de nuestra mareante posición en medio de los vastos campos de eternidad sobre los que vagabundeamos desde vaya usted a saber cuánto tiempo exactamente. Estos expertos han elaborado todo tipo de teorías sobre el universo que no terminan de llegar al común de los mortales, por su dificultad de comprensión y/o por la limitada preparación del susodicho común.

Muestra de lo complicado que puede llegar a ser entender estas materias es por ejemplo la teoría del espacio tiempo superfluido. Según los norteamericanos George Chapline y Pawel Mazur, hay que tener en cuenta ambas variantes no de acuerdo a como se consideran habitualmente sino como si fueran una sola sustancia superfluida (como su nombre indica) con determinadas características, por ejemplo que fluye con fricción cero. Al rotar el universo sobre sí mismo, esta sustancia se dispararía hacia todos los horizontes posibles y de esta forma los sembraría de galaxias y contribuiría al crecimiento general. En este panorama, la materia oscura (que ni Chapline, ni Mazur, ni ningún científico sabe qué demonios es y por eso la llaman oscura, no porque sea negra) actuaría como fuerza encargada de acelerar la expansión del cosmos.

Una teoría que me gusta más (porque hace muchos años, antes de que se planteara desde el punto de vista científico, escribí un cuento sobre esta idea) es la de los llamados universos evolucionantes, que los considera como gigantescos seres vivos capaces de tener descendencia. El candiense Lee Smolin relaciona esa posibilidad con la existencia de los agujeros negros. Según su hipótesis, una cantidad de materia comprimida hasta el extremo que llegara a penetrar en el interior de uno de estos agujeros (¡lo de arriba es igual a lo de abajo una vez más!) podría llegar a rebotar y volver a "nacer" como un "bebé universo" cuyas leyes físicas podrían incluso ser distintas de las que regían el universo de donde esa materia era original. De acuerdo con este planteamiento, cuantos más agujeros negros tuviera un universo, más "fértil" sería pues habría más posibilidades de concebir universos nuevos.

Los norteamericanos Lauris Baum y Paul Grampton han puesto sobre la mesa  una idea similar, a partir de uno de los enigmas clásicos de la cosmología: ¿por qué tras el Big Bang el universo comenzó en un estado ordenado de baja entropía, en lugar de nacer en un estado mucho más caótico? (suponiendo que existiera el Big Bang: es la teoría de moda hoy día, pero...) Y la pregunta subsiguiente: ¿por qué a medida que se desarrolla el universo se desordena y se incrementa gradualmente esa entropía? Baum y Grampton echan mano también de la materia oscura y plantean que si esta fuerza aumenta sin límite llegará un momento en el que dará tanto de sí el universo que literalmente lo romperá: es el Big Rip o Gran Rasgadura. Es en ese instante cuando aseguran que, en efecto, el universo se romperá en varios pequeños trozos que saldrán disparados alejándose unos de otros más rápido que la velocidad de la luz. La destrucción se detiene cuando la densidad de la materia oscura equivale a la densidad del universo y en ese momento los fragmentos se comprimen sobre sí mismos, pero por separado y en lugares diferentes. Y así nacen como "universitos" o pequeños universos, cada uno de los cuales posee sólo una parte de la entropía total del universo padre y por tanto es una entropía baja. Después cada cual se desarrollará hasta que el ciclo se repita, quizás ad infinitum. 

En este momento podríamos vivir en uno de esos universos pequeñitos, del estilo del que describen Baum y Grampton. Eso es lo que creen algunos investigadores según los cuales el patrón de puntos de la radiación de fondo de microondas posee una sospechosa deficiencia y es la existencia de un número sorprendentemente pequeño de puntos grandes. Si esto es realmente así, es posible que el espacio esté envuelto sobre sí mismo o que posea alguna forma extraña, que no se corresponde con la imagen que solemos hacernos de él. Una de las más exóticas que se ha planteado es que tuviera forma ¡de trompeta! El sueño de Louis Armstrong... 

Otro estadounidense, Walter Lewin, es de los que piensan que existe un número "infinito" de universos y que el nuestro es sólo uno más. Hay una paradoja curiosa en este sentido y es que se supone que sólo han pasado 13.700 millones de años desde el Big Bang, pero resulta que nuestro universo abarca una distancia de 90.000 millones de años luz. ¿Cómo es posible eso si no hay nada más rápido que la luz? (O no lo había, hasta los recientes experimentos con neutrinos que han puesto en jaque a todos los expertos). Según Lewin, porque esa constante sólo es válida dentro de una misma galaxia, mientras que las galaxias se expanden entre ellas a mayor velocidad. Hmmm..., ¿una ley universal que no lo es? En todo caso, el hombre puntualiza que aunque no podamos ver más allá de esos 13.700 millones de años con nuestra tecnología actual, nada indica que exista una puerta cerrada con un cartelito que diga "Éste es el fin del universo" y que lo más lógico es que existan multitud de ellos.

La teoría más curiosa sobre el universo (y la que particularmente me parece más próxima a la verdad) es que no es real. Un filósofo llamado Nick Bostrom fue el encargado de proponer formalmente una idea que tanto los sabios que gobernaron a nuestros antepasados como cualquier buen aficionado a la Ciencia Ficción plantearon en numerosas ocasiones antes de que algún científico se tomara en serio esta posibilidad: y es la de que podamos estar viviendo dentro de una simulación por computadora (en el caso de nuestros antepasados, sus sabios decían que vivíamos "en la mente de Dios" y, en algunas teologías, nuestra existencia era la de un simple sueño, por lo que insistían en la importancia de mantener a Dios dormido: ¡si despertaba, todo a nuestro alrededor -empezando por nosotros mismos- desaparecería de su memoria!). 

Sabemos por cierto que nuestros sentidos nos engañan con suma facilidad y que, en realidad, nada de lo que vemos, oímos, olemos, gustamos o tocamos existe como nos parece existir, sino que estamos sumergidos en un océano de energías que nuestro cerebro interpreta de una forma u otra. Vemos las mismas cosas porque interpretamos de la misma manera esas energías, pero hay personas que pueden ver otras cosas porque interpretan de otra manera estas energías (esas personas han sido adoradas o perseguidas a lo largo del tiempo, tras recibir muchos nombres diferentes: brujas, chamanes, santos, diablos...). Bostrom lo plantea con bastante claridad: imaginemos una civilización superpoderosa, muy desarrollada en el tiempo. Tanto, que ha sido capaz de crear un gran simulador (como los que usamos para nuestros juegos  de ordenador, verbigratia el entretenidísimo Civilization) en el que desarrollar no un puñado de culturas, sino un montón de mundos y estrellas al mismo tiempo, un auténtico universo...  Todos los enigmas cosmológicos (empezando por la materia oscura) y los datos que no nos cuadran en nuestra imagen general del lugar donde se supone que estamos se explicarían con facilidad como fallos del sistema o como "parches informáticos" colosales.

Es fascinante (aunque da un poco de grima) pensar que, después de todo, Aquél al que llamamos Dios, el Creador, el Todopoderoso..., puede que no sea más que un crío adolescente lleno de granos en la cara que pasa las tardes en su propio universo (el único real) divirtiéndose con las evoluciones de su humanidad informática compuesta de homo sapiens ignorantes de su verdadera esencia.





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