Los españoles (en especial los contemporáneos) tenemos muchas virtudes y muchos defectos, como cualquier otro pueblo del mundo mundial, pero desde el punto de vista artístico contamos entre nuestras principales características (negativas) con una cicatería y una mezquindad dignas de mejor causa que emplearlas sistemáticamente para machacar a nuestros creadores. Aquí todo el mundo se cree más brillante que el vecino a la hora de valorar su labor y abundan por tanto los autodenominados críticos (su nombre completo es críticos destructivos) a los que resulta fácil encontrar argumentos y puntos de vista para desarbolar gratuitamente su trabajo..., sin haber construido nada propio y alternativo que ofrecer a cambio. Qué lejos quedan los tiempos en los que podíamos disfrutar, por ejemplo, de la guerra entre dos titanes como Quevedo y Góngora, que no se soportaban entre sí y se lanzaban constantes burlas e insultos, pero cuya calidad y producción literarias era tan colosal tanto en uno como en otro caso que podían reforzar sus mutuas posiciones apelando a su obra respectiva sin dejar el mínimo espacio a las opiniones de los "críticos".
Hoy, que vivimos en la era de las masas, el número de creadores originales es cada vez menor mientras se multiplican los opinadores ignorantes y replicantes de ideas ajenas, sin líneas de razonamiento propias. No hay más que echar un vistazo en cualquier buscador de Internet a un tema que nos interese: por cada página conteniendo información nueva encontramos quince o veinte que se limita a "cortar y pegar" y presentar otra vez lo mismo pero con un entorno gráfico diferente. Varía el continente, no el contenido. Y sin embargo la esencia de la vida está en el contenido, en el significado, en la parte de dentro. En la creación.
Desde el punto de vista del autor, cuando uno ha alcanzado cierto nivel de soltura técnica la única forma de sobrevivir a la crítica destructiva, por supuesto, consiste en ignorarla olímpicamente... Dejar que cada cual grazne lo que quiera y escuchar opiniones sobre la obra propia desde la lejanía emocional, como si se refirieran a la de otro, ya que después de todo nunca se sabe: puede que encontremos alguna idea interesante en la visión ajena. Sin embargo, una obra de creación es por definición algo personal, expresión del complejo mundo interno de quien la construyó, y ningún crítico salvo el propio creador está capacitado en realidad para comprender y explicar por completo las razones, las esperanzas, los temores y las intenciones que le condujeron a su alumbramiento. Después, puede tener mayor o menor éxito entre el público, según conecte con su estado de ánimo, pero ni siquiera aquellas personas a las que les guste mucho una obra pueden entenderla del todo porque sigue sin ser suya. Por eso me río cuando tal o cual crítico, al analizar la obra de Fulano o Mengano, trata de interpretar "lo que realmente quiso decir" el autor o lo que pensó o lo que le impulsó a materializar su trabajo.
escasos creadores verdaderamente originales y brillantes en la cinematografía española, que se ha visto obligado a internacionalizarse (a través del cine norteamericano, en este caso) para encontrar su hueco personal, tan característico como exclusivo, por hallarse tan lejos de la habitual mediocridad del cine español. Te puede gustar o no lo que hace, pero nadie puede negar que su obra lleva su firma original, al margen de tendencias, grupos o lobbys artísticos y culturales de cualquier tipo. Es un hombre solo ante la masa de convencionalismos e ideas recurrentes del cine actual y sólo por eso merece mucha atención.
La trama gira en torno al enfrentamiento entre la doctora Margaret Matheson (Sigourney Weaver), una científica escéptica y muy experimentada en desmontar todo tipo de fraudes paranormales con la ayuda de sofisticada tecnología, y su ayudante Tom Buckley (Cillian Murphy), servicial y discreto aunque con un aire de perpetuo despiste, contra un gran gurú de la parapsicología llamado Simon Silver (Robert de Niro), inquietante ciego de presencia imponente que asegura poseer poderes mentales y que mueve masas de fanáticos seguidores dispuestos a pagar varios cientos de dólares en la reventa por asistir a una de sus contadas y espectaculares actuaciones en las que levita, cura cánceres o adivina el futuro de los asistentes. El duelo se reproduce cuando Silver, que llevaba años retirado del showbusiness desde que uno de sus grandes críticos pereciera de un infarto durante su actuación, regresa a los escenarios al tiempo que pone sus poderes a disposición de la ciencia para que le investiguen a fondo. Pese a la insistencia de Buckley en investigar a Silver, Matheson (apellido que sirve, por cierto, como homenaje al grandísimo y más que octogenario escritor del fantástico Richard Matheson) se niega a ello, por miedo a descubrir que esta vez no se encuentren frente a un caso fraudulento, sino real, que demuestre la existencia de "poderes" anomálos. "Lo que no le perdono", reconoce la doctora a su ayudante tras recordar que treinta años atrás ya investigó al gurú, "es que por un momento, sólo por un momento, me hiciera dudar."
Asistimos a un pulso antiguo: el que enfrenta la lógica con la irracionalidad, la ciencia materialista contra la fe en lo extraordinario, el hemisferio izquierdo contra el derecho. Y, desde antes de sentarnos a ver la película, Rodrigo ha explicado en un millón de entrevistas (la semana pasada, la saturación era evidente en todo tipo de medios de comunciación) que Luces Rojas funciona exactamente igual que cualquier juego de ilusionismo de los que utilizan los magos fraudulentos que describe: se trata de que el espectador mire hacia un lado mientras el truco se desarrolla, delante de él, pero en el lado contrario. Es la historia eterna de la percepción humana: estamos convencidos
Asistimos a un pulso antiguo: el que enfrenta la lógica con la irracionalidad, la ciencia materialista contra la fe en lo extraordinario, el hemisferio izquierdo contra el derecho. Y, desde antes de sentarnos a ver la película, Rodrigo ha explicado en un millón de entrevistas (la semana pasada, la saturación era evidente en todo tipo de medios de comunciación) que Luces Rojas funciona exactamente igual que cualquier juego de ilusionismo de los que utilizan los magos fraudulentos que describe: se trata de que el espectador mire hacia un lado mientras el truco se desarrolla, delante de él, pero en el lado contrario. Es la historia eterna de la percepción humana: estamos convencidos
de que vemos todo lo que hay que ver, cuando en realidad nuestra capacidad de visión es reducidísima. No es una casualidad que Simon Silver se muestre al público como un ciego con una particular capacidad de visión. Por cierto que uno de los filosóficos y a menudo profundos parlamentos de De Niro es especialmente rotundo cuando se pregunta cómo pueden determinar los científicos cuál es la realidad siendo así que el instrumento que poseen para ello, el cerebro humano, carece de la calibración suficiente debido a sus limitaciones. Ahí radica el quid de la obra: nuestros sentidos nos engañan, vemos lo que queremos ver, la realidad no tiene en el fondo nada que ver con lo que nosotros creemos que es la realidad.
Desde el principio, Luces Rojas invita al espectador a colocarse del lado de lo racional y del materialismo, de acuerdo a los tiempos que corren en los que la Inquisición vigente ya no es la religiosa sino la científica. Y también desde el principio le enfrenta con hechos en apariencia inexplicables, que acaban teniendo su explicación lógica gracias al tesón de Matheson y Buckley..., o no, como en la aparición de esos extraños pájaros que impactan contra las ventanas al estilo Hitchcock y que contribuyen a un crescendo de ambiente malsano y opresivo. De esta manera, las "luces rojas" del título, que los científicos emplean en principio para definir notas discordantes o fuera de lugar con la realidad del momento, notas que les ayuden a descubrir un fraude, adquieren un sentido diferente al terminar mostrando justo lo contrario. Y es el propio espectador quien debe ir detectándolas a medida que transcurre la película para darle sentido a su sorprendente resolución, que recuerda en cierto modo a la de El sexto sentido, la exitosa película dirigida en 1999 por el hindú M. Night Shyamalan.
Poco más se puede revelar del largometraje sin destriparlo. Sólo añadir que el duelo entre Matheson y Silver, aunque nunca llega a producirse directamente, resulta titánico por la poderosísima presencia de los actores que interpretan los respectivos papeles, que están sin duda entre lo mejor de lo mejor que queda en el decrépito Hollywood contemporáneo. No me gusta tanto la labor de Buckley/Murphy porque, a pesar de su protagonismo, queda un tanto desdibujado por comparación, pero ésta es una opinión personal ya que cumple su papel con solvencia. Y es que cada vez que Weaver o De Niro aparecen en pantalla, sin necesidad incluso de hablar, la llenan con su presencia y éste es un motivo más por el que deberíamos alegrarnos por el rodaje de esta película... ¿En que enfebrecida mente habría cabido la idea, no hace años sino hace incluso unos meses, de que dos colosos de la interpretación como éstos pudieran rodar, a las órdenes de un director español menor de cuarenta años, un guión de ese mismo director? ¡Eso sí que es paranormal!
Desde el principio, Luces Rojas invita al espectador a colocarse del lado de lo racional y del materialismo, de acuerdo a los tiempos que corren en los que la Inquisición vigente ya no es la religiosa sino la científica. Y también desde el principio le enfrenta con hechos en apariencia inexplicables, que acaban teniendo su explicación lógica gracias al tesón de Matheson y Buckley..., o no, como en la aparición de esos extraños pájaros que impactan contra las ventanas al estilo Hitchcock y que contribuyen a un crescendo de ambiente malsano y opresivo. De esta manera, las "luces rojas" del título, que los científicos emplean en principio para definir notas discordantes o fuera de lugar con la realidad del momento, notas que les ayuden a descubrir un fraude, adquieren un sentido diferente al terminar mostrando justo lo contrario. Y es el propio espectador quien debe ir detectándolas a medida que transcurre la película para darle sentido a su sorprendente resolución, que recuerda en cierto modo a la de El sexto sentido, la exitosa película dirigida en 1999 por el hindú M. Night Shyamalan.
Poco más se puede revelar del largometraje sin destriparlo. Sólo añadir que el duelo entre Matheson y Silver, aunque nunca llega a producirse directamente, resulta titánico por la poderosísima presencia de los actores que interpretan los respectivos papeles, que están sin duda entre lo mejor de lo mejor que queda en el decrépito Hollywood contemporáneo. No me gusta tanto la labor de Buckley/Murphy porque, a pesar de su protagonismo, queda un tanto desdibujado por comparación, pero ésta es una opinión personal ya que cumple su papel con solvencia. Y es que cada vez que Weaver o De Niro aparecen en pantalla, sin necesidad incluso de hablar, la llenan con su presencia y éste es un motivo más por el que deberíamos alegrarnos por el rodaje de esta película... ¿En que enfebrecida mente habría cabido la idea, no hace años sino hace incluso unos meses, de que dos colosos de la interpretación como éstos pudieran rodar, a las órdenes de un director español menor de cuarenta años, un guión de ese mismo director? ¡Eso sí que es paranormal!
Ya se sabe: -"La diferencia entre la crítica constructiva y la destructiva es muy sencilla: La primera es la que uno hace; la segunda es la que le hacen a uno." -Frank Walsh-
ResponderEliminar-"Opinar(gobernar) es crear descontentos"
-Anatole France-
Saludos (j&A)