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miércoles, 7 de marzo de 2012

Sopa de pato



 La verdad es un plato en apariencia apetitoso pero difícil de cocinar y aún más difícil de digerir si uno no tiene el estómago adecuado. Nutre mucho, pese a que su imagen es engañosa: le sucede un poco como a ese menú de cafetería barata, donde los platos combinados siempre lucen mucho mejor en la fotografía que los platos reales cuando el camarero los pone delante de ti. Y no es en absoluto barata. En realidad, la mejor forma (la única forma) de hacerse con la verdad es preparar nosotros mismos el plato:  hacernos con los ingredientes, prepararlos y servirlos, antes de sentarnos a la mesa e ingerirlos. Buscar la verdad en platos preparados en mesa ajena no es buen consejo porque no suele dar resultado: acabamos comiendo cualquier otra cosa. Mi profesor de Misticismo y Paradojas en la Universidad de Dios, el mulá Nasrudin, siempre usa un término chocante en clase para referirse a la verdad. La llama Sopa de pato. Yo siempre había pensado que improvisó esta expresión para mantenernos despiertos: emplear palabras chocantes para referirse a grandes conceptos, si se sabe utilizar, es una buena técnica a la hora de burlar el sopor de la conciencia. Sin embargo, hace unos días en una tutoría personal, surgió el tema y me contó donde había nacido esta extraña definición.

Sucedió que en cierta ocasión Nasrudin recibió la visita de un hombre maduro y adinerado llamado Arfan, que le admiraba mucho porque llevaba años aprendiendo de la filosofía intrínseca a sus andanzas. El hombre le explicó que, gracias a su larga experiencia en la vida que le había permitido hacerse rico y por tanto haber comprobado fehacientemente que en el dinero no reside ni la felicidad ni la capacidad para adquirirla, le resultaba más sencillo reconocer la importancia de las enseñanzas que contenían las peripecias del mulá y aprender de ellas para aplicarlas a su vida diaria. Como muestra de agradecimiento, Arfan le regaló un magnífico pato, el mejor de los que tenía en su propia granja y que un criado había llevado vivo hasta casa de Nasrudin.  La visita fue tan agradable que éste decidió  invitar al hombre agradecido a cenar y después a dormir en su casa, para que no tuviera que afrontar los peligros de la noche al regresar a su hogar. Para celebrar su amistad, prepararon una excelente sopa de pato y la comieron en un ambiente de gran amistad y camaradería.

 Algunos días después, dos hombres se presentaron en casa de Nasrudin como los hijos de Arfan, el hombre que le había regalado el pato. Recordando lo bien que lo había pasado con su visitante, así como el regalo que le había hecho, el mulá no pudo menos que hacer honor a la tradición de la hospitalidad e invitarles a cenar, aunque ellos no estaban tan al tanto de sus aventuras y le conocían sólo porque su padre hablaba maravillas acerca de él. Pese a ello, teniendo en cuenta la identidad de estos nuevos conocidos les preparó una sopa de pato que compartieron antes de dormir. 
Un par de semanas más tarde, el mulá abrió la puerta y se encontró en el umbral con cuatro personas más. Al preguntarles quiénes eran y qué querían de él, le dijeron que eran los primos de los hijos de Arfan, el hombre que le regalara el pato. Obligado por las mismas leyes hospitalarias, Nasrudin no tuvo más remedio que aceptarles también y prepararles la ya tradicional sopa de pato, aunque ninguno de ellos sabía gran cosa acerca de la filosofía de su anfitrión, que empezaba a estar cansado de la situación e incluso a lamentar haber aceptado semejante regalo (o al menos no haberse comido él solo la sopa).

Al fin, un mes después, Nasrudin se encontró ante su casa con una familia completa compuesta por doce personas entre hombres, mujeres e incluso un par de chavales que correteaban por su jardín aplastando sus rosales. Antes de que pudiera preguntar, el cabeza de familia explicó que no tenían ni idea de quién era exactamente el mulá ni a qué se dedicaba pero que ellos eran los vecinos de los primos de los hijos de Arfan, el hombre que le regaló un pato. Durante un segundo, Nasrudin pareció a punto de estallar pero se contuvo y entonces estampó una brillante sonrisa en su rostro antes de invitar a aquellas gentes a pasar al comedor y sentarse mientras preparaba una sopa especial para ellos. Enseguida apareció con una gran sopera llega de agua de fregar los suelos, previamente calentada. Los miembros de la familia se sirvieron abundantemente en sus platos pero cuando probaron aquel mejunje caliente se extrañaron y el cabeza de familia preguntó de inmediato:

- ¿Esto que es, noble señor Nasrudin? ¡Alá es testigo de que jamás habíamos probado una sopa de pato tan mala!

Y él les contestó:

- Querido amigo: ésta es la sopa de la sopa de la sopa de la sopa de pato que corresponde a los vecinos de los primos de los hijos del hombre que me regaló el famoso pato.




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