Páginas

miércoles, 11 de abril de 2012

Los inventores de enfermedades

Una de las mayores desgracias de las democracias occidentales es que estamos gobernados no ya por títeres al servicio de gente siniestra que nunca aparece en primer plano sino, además, por títeres completamente ignorantes y preocupados tan sólo por el brillo de su imagen (¿qué es la imagen? nada, pura vacuidad) en los medios de comunicación. Ahora se les llena a todos la boca hablando, por ejemplo, de las "líneas rojas" que "no se pueden tocar bajo ningún concepto" para mantener "el estado del bienestar". Esto es, de los recortes necesarios en sectores públicos donde se gasta demasiado, como la sanidad pública (de los recortes en la educación pública prefiero ni opinar porque, vista la educación que ostentan las actuales generaciones de españoles, está claro que no habría que recortarla..., ¡sino suprimirla completamente y, después, reconstruirla de otra manera muy distinta!). 

Pues bien, pues vale: los extraordinarios (y lo digo porque en su inmensa mayoría lo son) profesionales de la sanidad pública española no llevan semanas, ni meses, ni años..., sino lustros denunciando el despilfarro de ese sistema que, por poner un ejemplo, paga carísimas operaciones de cambio de sexo que afectan a un número limitado de personas y sin embargo no sufraga problemas dentales que nos afectan a todos. Pero, cuidado, no critique usted eso, no le vayan a tachar de homófobo o algo peor.  O por poner otro ejemplo, un sistema que paga todo tipo de atenciones, tratamientos y operaciones a extranjeros que viajan a España (europeos "desarrollados" incluidos) con el único propósito de ponerse malos aquí y ser atendidos gratuitamente ya que en sus respectivos países les costaría un dineral. Pero no critique tampoco eso, no le vayan a tachar de xenófobo o algo peor.

Ésas y otras quejas las han estado presentando muchas personas relacionadas con la sanidad pública desde hace mucho tiempo pero nuestra maravillosa clase política jamás les ha hecho caso, por temor a ser criticada como homófoba, xenófoba, insolidaria, cruel o algo peor... Hasta que el saco se ha roto, las cuentas se han desbordado y, ahora sí que sí, se quiera o no se quiera, no hay más remedio que recortar. Pero ¿recortarán por donde hay que hacerlo, aprovechando que tienen la oportunidad para ello?

Pistas tienen para ver por dónde se podría meter la tijera y, además, la sociedad les quedaría eternamente agradecida. Una de esas pistas, clarísima, la aportaba hace poco tiempo La Contra de La Vanguardia, una de mis páginas favoritas de la prensa contemporánea, que entrevistaba a Joan Ramón Laporte, catedrático de Farmacología por la Universidad Autónoma de Barcelona y jefe del servicio de farmacología del hospital Valle Hebrón en la ciudad condal, que dirige también el Instituto Catalán de Farmacología. Resumo algunas de las interesantes opiniones de este hombre, que es un verdadero experto en lo que habla:


* "Estamos hipermedicados. Hemos llegado al punto de que cuando una persona está triste se dice coloquialmente que está 'depre' (...) cada año se inventan nuevas enfermedades sobre todo en relación con la mente y el sexo. Convierten la timidez en enfermedad y la medicalizan. Ahora se han inventado la disfunción sexual femenina. Se supone que la padeces si en los últimos seis meses has rechazado una proposición de relación sexual o no has tenido una con satisfacción plena."
 
* "Cada medicamento tiene su peaje. La Agencia Europea del Medicamento calcula que cada año fallecen en Europa 197.000 personas por efectos adversos y en EE.UU. esos efectos constituyen ya la cuarta causa de muerte (...) por encima de la diabetes, las enfermedades pulmonares y los accidentes de tráfico (...) Cualquier enfermedad puede ser producida por un medicamento: un infarto de miocardio, por un antiinflamatorio y muchos otros fármacos (...) muchos medicamentos causan depresión, como algunos que tratan la presión arterial o los diuréticos en personas de edad avanzada. Los medicamentos para el insomnio pueden provocar crisis de agresividad..."

* "La aspirina es el medicamento que ha matado más porque es el que más gente ha tomado y la percepción de su riesgo está distorsionada. A dosis bajas, de cien miligramos al día, es un excelente protector cardiovascular, pero a dosis analgésicas, de un gramo, puede producir hemorragia gastrointestinal (...) sólo en EE.UU. mueren al año por hemorragia gastrointestinal por antiinflamatorio unas 15.000 personas, mientras que de SIDA mueren 12.000..."

* "Somos el país de Europa que más medicamentos consume en relación al PIB. Sus precios son arbitrarios. Fabricar el medicamento más caro, de 100 á 500 euros, no cuesta más de 2 euros, incluyendo el envase. Supuestamente pagamos el esfuerzo de investigación, pero entre un 30% y un 40% del gasto medio de los laboratorios se destina a promoción comercial (...) El precio lo negocia el gobierno pero con poco éxito. En España el precio de los medicamentos está alcanzando el de Alemania que nos duplica la renta per cápita. Según el informe de desarrollo de la ONU el farmacéutico es el tercer sector económico detrás de la industria armamentística y el narcotráfico..."

Laporte no es un "iluminado" solitario, sino uno de los muchos especialistas que lleva también lustros denunciando uno de los negocios más despreciables, por lo inhumano, de nuestro desarrollado mundo moderno: el farmacéutico. En los últimos años se han traducido al español y posteriormente publicado varios libros de especial interés que te dejan "mal cuerpo" cuando procesas lo que estás leyendo en ellos. Por ejemplo, y sólo por citar los más conocidos, ahí tenemos Los inventores de enfermedades: cómo nos convierten en pacientes de Jörg Blech, Contra Hipócrates: el cártel médico y los siete pecados capitales de la industria de la salud de Kurt Langein y Bert Ehgatner, La mafia médica de Ghislaine Lanctot, Némesis médica: la expropiación de la salud de Iván Illich, El gran secreto de la industria farmacéutica de Philippe Pignarre o Píldoras, ganancias y política de Milton Silverman y Philip R. Lee. Después de acceder a semejante montaña de datos acerca de la actuación criminal de la mayoría de las empresas del sector, uno se pregunta qué hace el Tribunal Penal Internacional perdiendo el tiempo con simples señores de la guerra de países balcánicos o africanos responsables de las muertes de unos miles de personas en regiones localizadas, cuando debería perseguir a los responsables del dolor, el sufrimiento y la muerte de millones de personas de todo el mundo, aunque utilicen trajes de Armani y teléfonos móviles de última generación en lugar de vestimenta paramilitar y kalashnikovs.

En realidad, ya se ha puesto en marcha alguna iniciativa judicial como la denuncia presentada precisamente ante el susodicho TPI en junio de 2003 con dos graves delitos: uno por genocidio y otros crímenes contra la humanidad en relación con el negocio de las enfermedades por la industria farmacéutica y otro por crímenes de guerra y agresión y otros contra la humanidad en relación con la guerra de Iraq. Se acusa a la industria farmacéutica en general que según la denuncia (esta información me la pasó Mac Namara cuando vio de qué iba el artículo de hoy) "no evolucionó de forma natural. Al contrario: fue una decisión adoptada por un puñado de adinerados empresarios sin escrúpulos que querían hacer una inversión y que identificaron deliberadamente el cuerpo humano como ámbito de mercado con el objetivo de obtener más riquezas. La fuerza motriz de la industria de inversión fue el grupo Rockefeller que ya controlaba más del 90% de la industria petroquímica en los EE.UU. en el cambio de siglo del XIX al XX y buscaba nuevas oportunidades de inversión a escala internacional. Otro grupo de inversión activo en el sector farmacéutico se formó en torno al grupo financiero Rothschild (...) hoy día, EE.UU. y el Reino Unido son las dos naciones líderes del mundo en exportación de productos farmacéuticos. De hecho, dos de cada tres fármacos vendidos a escala mundial actualmente proceden de empresas de estos dos países (...) Los acusados son responsables de la muerte de cientos de millones de personas. Y siguen muriendo muchas más de enfermedades cardiovasculares, cáncer y otras patologías que podrían haberse prvenido y eliminado en buena medida hace mucho tiempo. Esta muerte prematura de millones de personas no es el resultado de una coincidencia ni de una negligencia. Se ha organizado deliberada y sistemáticamente en beneficio de la industria farmacéutica y sus inversores, con el único propósito de ampliar el mercado mundial de fármacos valorado en billones de dólares..."

Por supuesto, esta denuncia no llegó a ninguna parte, que yo sepa...
 
 Los innumerables abusos de la industria farmacéutica se han llevado en parte a la novela con autores como John Le Carré y su El jardinero fiel (más tarde, en versión cinematográfica), donde se describe, por ejemplo, la práctica habitual de las compañías del sector de emplear impunemente cobayas humanas en el Tercer Mundo. Un caso parecido (uno de tantos) al descrito por Le Carré se produjo hace ahora justo tres años con Pfizer: esa importantísima empresa farmacéutica que produce, entre otras basuras químicas, la Viagra (producto que se presenta como solución cuasidefinitiva a la impotencia masculina, cuando sus efectos son en cierto modo similares a los de la cocaína, al facilitar un "subidón" transitorio, en este caso sexual, y cuyo uso sistemático ha conducido a muchos de sus usuarios a la tumba). El caso es que un periodista norteamericano del Washington Post descubrió cómo Pfizer se dedicaba a ensayar en la región nigeriana de Kano un fármaco contra la meningitis llamado Trovan violando los protocolos de la Declaración de Helskinki para la protección de las personas que se presten a la experimentación clínica. Para resumir: Pfizer ensayó su fármaco ilegalmente en unos 200 niños nigerianos, de los cuales 11 murieron y el resto resultaron con secuelas como sordera y ceguera. ¿Pero qué importaba la vida de esos chavales si la empresa ganó a cambio más de mil millones de dólares al año? Demandada judicialmente, los abogados de la empresa adujeron que era inocente porque ¡se había pedido el consentimiento verbal a los padres para realizar el experimento! Y, por cierto, se demostró que contaron con el apoyo (previamente sobornadas con un buen montón de dólares) de las propias autoridades de Nigeria.

Otros comportamientos de la industria farmacéutica son igualmente deplorables. Recordemos por ejemplo la tristemente famosa gripe A, que la OMS calificó en su día poco menos que de antesala del apocalipsis para que de esa manera empresas como Novartis o Glaxo se hicieran (más) ricas vendiendo miles de dosis de presuntas vacunas (más tarde se demostraría que no hubieran servido de mucho en caso de mutación del virus, que era lo que se temía) a precios millonarios a numerosos países. Periódicamente, las autoridades sanitarias internacionales en connivencia con la industria farmacéutica nos pintan un panorama siniestro con tal o cual enfermedad y generan de este modo una ansiedad (incluso un pánico) en la población que conduce a ésta a exigir a su respectivo gobierno que compre las "soluciones" médicas "más avanzadas" cueste lo que cueste.

O bien influyen directamente en las autoridades políticas para que sirvan a sus intereses, como sucedió muy recientemente a raíz de la decisión formal de la Unión Europea de impedir la venta de medicamentos con plantas medicinales a no ser que hayan sido registrados previamente con la autorización comunitaria (proceso tan caro que prácticamente queda al alcance único de las empresas farmacéuticas). De esa manera han condenado la actividad de los herbolarios tradicionales que durante siglos han servido a los ciudadanos europeos como alternativa, muchas veces eficaz, a caros y dolorosos tratamientos de la medicina oficial. No ha cambiado mucho en los últimos siglos: en la Edad Media se quemaba a las personas que sabían de plantas acusándolas de brujas, ahora se las condena a la miseria o a la cárcel si no se pliegan a trabajar para la gran industria farmacéutica.
 
En fin, los antiguos ya lo sabían y en el siglo XVI nos lo recordó también el extraordinario Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, más conocido como Paracelso: Alle Dinge sind ein Gift und nichts ist ohne Gift. Allein die Dosis macht, daß ein Ding kein Gift ist. O lo que es lo mismo: Todas las cosas tienen veneno, nada existe sin veneno.  Sólo la dosis establece que algo sea venenoso. Es decir, la diferencia entre un veneno y un fármaco radica exclusivamente en la dosis administrada. Apliquemos eso a la industria farmacéutica. Acabemos con su influencia, su poder y su invasión de nuestra salud, pública y privada. Eliminemos diuréticamente o como se pueda de nuestro cuerpo social la sobredosis de estos sinvergüenzas que viven bien a costa de nuestra muerte lenta. Semejante recorte sería el mejor y el más productivo que se podría hacer, con crisis o sin ella.







No hay comentarios:

Publicar un comentario