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viernes, 22 de junio de 2012

Estos políticos están locos...

Vivimos en una sociedad mucho más trastornada de lo que pensamos. Los últimos informes sobre salud mental publicados en España son verdaderamente preocupantes, aunque la tendencia general es la de mirar hacia otro lado y hacer como que no nos enteramos. En los últimos meses hemos sabido, por ejemplo, que desde el año 2000 la Organización Médica Colegial ha rescatado a unos 2.400 médicos de diversos tipos de trastornos mentales y adicciones a través de un programa especial de atención integral. El informe de esta institución destaca un porcentaje "relativamente importante" de hasta el 22 % de afectados entre los MIR, los médicos internos residentes: es decir, los licenciados en Medicina que aprueban una oposición para formarse como especialistas en un centro sanitario del Sistema Nacional de Salud. La verdad es que si empiezan a sufrir achaques mentales nada más aprobar la carrera, corren un gran riesgo de asumir en un futuro no demasiado lejano el rol característico del mad doctor, uno de los personajes clásicos en las historias de Terror y/o Ciencia ficción.

Pero éste no es el peor porcentaje. Hans Ulrich Wittchen, director del Instituto de Psicología y Psicoterapia de la Universidad de Dresden, en Alemania, coordinó durante los últimos tres años un estudio sobre la salud mental de más de 500 millones de ciudadanos europeos: los 27 de la Unión Europea, más Noruega, Islandia y Suiza. Y sus conclusiones, presentadas en el Colegio Europeo de Neuropsicofarmacología, son tremebundas: el 38,2% de las personas analizadas (¡¡¡casi el 40 por ciento de los europeos!!!) padece al menos un trastorno mental cada año..., y sólo un tercio de ellos recibe tratamiento. Por eso Wittchen advertía de que este tipo de problemas "se han convertido en el mayor reto europeo del siglo XXI" tanto por la discapacidad que producen como por los costes sociales y económicos que llevan aparejados. La ansiedad, el insomnio y la depresión son los principales trastornos mentales certificados. Pero el panorama se amplía al alcoholismo, la drogadicción, el trastorno del déficit de atención e hiperactividad..., y uno especialmente preocupante: la demencia, que si bien se mantiene en un 1% hasta los 65 años, se dispara al 30% a los 85.  Además, a menudo se combinan con otro tipo de dolencias, las neurológicas, entre las que figuran el Parkinson o el infarto cerebral, con lo que la situación se agrava progresivamente. Y esto sólo en Europa. Si el estudio se extendiera al resto del planeta, en especial a las zonas más deprimidas por el hambre, la guerra y otros jinetes apocalípticos a pleno rendimiento, no quiero ni pensar dónde estarían los índices oficiales de locura.

Una de las consecuencias más peligrosas de todo esto es que dependemos, cada vez en mayor medida, de personas que no tienen el control sobre sí mismas...Y no me refiero tanto a los pilotos de avión, los conductores de autobús o los supervisores de la potabilidad del agua que sale del grifo, sino a aquéllos que deberían tener la cabeza más en su sitio porque se supone que el destino de sus respectivas naciones dependen de ellos: los políticos. Hace un par de años, un profesor de psiquiatría de la universidad norteamericana de Duke y director de su Programa de Ansiedad y Estrés Traumático, Jonathan Davidson, publicó un texto muy interesante sobre la política británica titulado Downing Street blues: A history of depression and other mental aflictions in british prime ministers (El blues de Downing Street: Una historia de la depresión y otras enfermedades mentales entre los primeros ministros británicos) en el que estudiaba el comportamiento de los 51 individuos que ocuparon el cargo de mandamás político en el Reino Unido desde Robert Walpole hasta Tony Blair. Sus conclusiones son demoledoras: las tres cuartas partes (¡¡¡las tres cuartas partes!!!) sufrieron "significativos" trastornos mentales que, en algo más del 40 por ciento de los casos (tampoco es mala estadística...), llegaron a afectar el ejercicio de sus funciones sin que la información trascendiera públicamente entre los confiados ciudadanos que les auparon a la poltrona. Sus dolencias incluían desde la demencia pura y dura hasta fobia social, bipolaridad y depresiones severas, pasando por ese vicio tan británico que es el alcoholismo.


Davidson escribió este estudio probablemente presionado por sus colegas yankees para demostrar que no sólo los políticos norteamericanos están "tocados del ala", porque el primer texto de análisis histórico que elaboró y que se publicó en el Journal of nervous and mental disease (Diario de las enfermedades nerviosas y mentales) se refería precisamente a los presidentes de los Estados Unidos entre 1776 y 1974 y en él llegaba a la conclusión de que el 49 por ciento de ellos, ¡uno de cada dos!, también sufrieron enfermedades mentales, siendo la depresión la de mayor impacto con un 24 por ciento de los afectados. En aquel momento, algunos especialistas como John Aldrich, profesor de ciencias políticas, quisieron quitar hierro al asunto argumentando que un importante número de personas padecen trastornos mentales en distintos niveles por lo que "no debería resultar tan sorprendente" que también le sucediera a los presidentes. Pasaba por alto el hecho de que esas personas jamás se sentarían en el sillón de la Casa Blanca ni tomarían decisiones que implicarían no sólo a las gentes de su país sino a las del resto del mundo, vista la vocación de los dirigentes norteamericanos (por cierto tan divergente de la de la mayoría de los ciudadanos a los que gobiernan, por tradición aislacionistas) de intervenir en todas partes a todas horas...  En cuanto a la diferencia entre el 75 por ciento británico y el 49 por ciento norteamericano, Davidson señaló que podía deberse a que en el caso de Estados Unidos no se emplearon tantas fuentes de información como en el del Reino Unido para confeccionar el trabajo. Pese a ello, el tanto porcentual es elevado "teniendo en cuenta que estas personas fueron presuntamente escogidas por cualidades tales como el equilibrio y la capacidad de discernimiento".   

Uno de las enfermedades mentales más características de los políticos, aunque todavía no está oficialmente reconocida como tal es el denominado Síndrome de Hybris. Conocida desde al menos la época de los griegos, la Hybris se traduce como desmesura y alude al orgullo y la autoconfianza absolutamente exagerados de una persona, hasta el punto de que llegaban a ofender a los dioses que, en consecuencia, enviaban todo tipo de males para castigar al humano que se dejara llevar por ella. De hecho, uno de los proverbios más conocidos del mundo grecolatino era el de "Los dioses vuelven loco a aquél a quien desean destruir". Desde el punto de vista contemporáneo, Davidson y su colega David Owen se referían a esta afección en un artículo publicado en el 2009 por la revista Brain (Cerebro) como el endiosamiento o delirio de grandeza que se apodera del político que alcanza el poder (lo que en España se conoce como "el Síndrome de La Moncloa" entre los presidentes de gobierno) y que resulta difícilmente distinguible de un cuadro de trastornos narcisistas de la personalidad. Este trastorno incluye la tendencia a ver el mundo como un lugar donde encontrar la gloria personal, el hecho de expresarse "de manera mesiánica" y la identificación sistemática de los propios intereses con los de la nación cuya representación temporal se ostenta. Davidson y Owen señalaban a numerosos líderes mundiales como afectados por el Síndrome de Hybris: desde George Bush junior hasta Margaret Thatcher, pasando por Franklin Delano Roosevelt (en la fotografía) o John Fitzgerald Kennedy.

Hay otros estudios sobre este asunto. En 2003, Jerrold Post publicó por ejemplo The psychological assessment of political leaders (La evaluación psicológica de los líderes políticos), en el que se analizaba también la psique de los políticos en compañía de diversos expertos en el tema. El texto distinguía, en lo que respecta a la relación con los demás, tres tipos de políticos: el "integrador" que se dedica a defender la integridad de su propio partido en tiempos difíciles (como el británico Neil Kinnock o el italiano Aldo Moro), el "conciliador" que va más allá de su partido y busca acuerdos con todos (como el español Adolfo Suárez) y el "obsesivo-compulsivo" que se apega a su obra y se niega a revisarla y a recibir consejos al respecto como si fuera una parte real de sí mismo, una extensión de su cuerpo como un brazo o una pierna (como el francés Charles De Gaulle). Este tercer tipo, de ejercicio especialmente personalista parece por desgracia el más abundante y engarza en sus características y formas de actuar progresivamente dictatoriales con la Hybris. 

Por supuesto, el problema no es sólo anglosajón. En 2007 se publicó en España La salud mental de los políticos, firmado por el reconocido psiquiatra forense José Cabrera Forneiro (entre otras cosas, miembro de la Academia Médico Quirúrgica Española, asesor científico de la Confederación Española de Asociaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental y experto de la Agencia Española del Medicamento) y el tono de la obra era parecido a los textos de Davidson. Tal vez incluso peor, puesto que recabar y facilitar información creíble sobre los padecimientos de los políticos españoles resultaba para él "literalmente imposible (...) un absoluto tabú, un tema intocable en torno al cual existe un férreo pacto de silencio", motivo por el cual el análisis tenía que hacerse a menudo sobre deducciones y especulaciones. Y como bien señalaba el propio Cabrera, lo más grave es que no se exige ningún tipo de prueba ni examen para asumir un cargo político de importancia, cuando para ocupar numerosos puestos laborales se pide como mínimo superar un psicotécnico. Por eso, resumía, "unas primarias al estilo norteamericano, donde se escruta al milímetro, no las aguantaría nadie en España: ni Zapatero, ni Rajoy, ni nadie..."

Así que, después de todo, quizá los problemas de nuestra sociedad actual no tengan tanto que ver con conspiraciones o maquinaciones tras el telón (aprovecho que no está Mac Namara delante para escribir esto), sino con las limitaciones y desvaríos mentales que nos afectan con tanta gravedad, en especial a la casta dirigente. En cuyo caso, lo increíble es que no pasen aún más cosas tremebundas de las que están ocurriendo hoy por hoy en el mundo...














    











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