Como he debido ser un buen aprendiz de diosecillo durante 2012, los dioses de verdad han tenido a bien propiciar estos últimos días mi reencuentro con algunos de los tebeos que marcaron mi infancia (en esta reencarnación) y que han sido reeditados en formato recopilatorio para entera satisfacción de mis neuronas comiqueras y para alimento de mi ansiedad por leer las continuaciones respectivas. La primera sorpresa fue descubrir la publicación (gracias a ECC Ediciones) de los dos primeros tomos que reúnen las aventuras de Nippur de Lagash, uno de los grandes personajes del tandem Robin Wood/Lucho Aguilera: son La larga senda del acero y El errante. El personaje es un gran guerrero y general fiel que ve cómo su rey y su ciudad Lagash "la de las blancas murallas" en Mesopotamia son traicionados y conquistados. Debe huir para salvar su vida, no sin antes destripar a unos cuantos enemigos que tratan de retenerle, y a partir de ese momento se ve forzado a echarse a los caminos sin patria ni destino. Sus andanzas le llevan por todo el mundo antiguo visitando las tierras de los egipcios, los pelasgos, los hititas..., y conociendo a personajes históricos como Sargón o Teseo, con los que comparte guerras, amores, dolores e incertidumbres. Es una especie de Quijote solitario, con Sancho Panzas ocasionales y de muy diferente constitución, guiado exclusivamente por el sentido común y obsesionado con encontrar su destino.
He leído por ahí que el director argentino Enrique Piñeyro planea llevar a Nippur al cine, con guión del propio Wood. Le deseo toda la suerte del mundo y que ojalá el proyecto se materialice. Aún más, ojalá que al materializarse cumpla las expectativas de todos aquéllos que en algún momento nos dejamos fascinar por las aventuras del errante..., porque casi es peor una mala película que la ausencia de película (véase como ejemplo más reciente El capitán Trueno y el Santo Grial: la tan esperada como finalmente decepcionante traslación al Séptimo Arte del gran personaje de Mora y Ambrós). La verdad es que en un momento en el que Hollywood anda tan necesitado de ideas y está por ello adaptando cinematográficamente las mayores estupideces del comic norteamericano (por no citar otros guiones aún más torpes que nada tienen que ver con el mundo de la historieta), tampoco vendría mal que algún cazatalentos yankee, si es que queda alguno digno de ese oficio, le echara un vistazo a las historias de Nippur.
Volviendo al principio, la segunda sorpresa fue encontrarme con el segundo tomo de las aventuras de Gilgamesh el inmortal, mi personaje favorito de Wood/Olivera. En el artículo publicado en junio de 2011 ya conté lo que tenía que contar sobre él, con el inestimable apoyo y aportaciones de algún lector que precisaba el origen de sus creadores. La verdad es que entonces finalicé la lectura de aquellos episodios imbuido por cierto escepticismo nacido de casi medio siglo de esperas frustradas ante la falta de continuidad en los proyectos editoriales relacionados con la historieta. Para los aficionados a un título en especial, nada hay más reconfortante que poder completar toda la serie, lo que se consigue pocas veces. En esta ocasión 001 Ediciones ha demostrado ser de fiar y, para mi contento, ha dado un paso más publicando el segundo volumen y dando pie a pensar que publicará también el siguiente.
Este segundo libro está compuesto por trece episodios:
El buitre muerto.
Gilgamesh es rescatado del desierto por un improbable grupo de arqueólogos alemanes compuesto por el viejo profesor Hans Rausberg, su guaperas y arrogante ayudante Ludwig y dos bellezas germánicas: la prudente Gertrud y la volcánica Katrin. Los cuatro trabajan entre las ruinas de Uruk, ciudad que obviamente conoce bien nuestro protagonista. Tras ayudarles a encontrar un auténtico tesoro y despertar la atracción de ambas mujeres por él, Gilgamesh es tiroteado por el celoso Ludwig, pero como es inmortal nada le sucede y ante el estupor de los presentes acaba yéndose por donde vino.
Ave, César.
Al igual que sucediera en el volumen anterior con El Nazareno, el capítulo dedicado a Jesús del que se esperaba mucho pero no dio para casi nada, en este libro no podía faltar un bajón similar. Esta vez se trata del tópico y típico capítulo de nazis que sabe a lo visto ya un millar de veces. En este caso Gilgamesh llega a Hamburgo (¡vaya...!) con el cuerpo congelado dentro de un iceberg (y hallado por azar en el Báltico) de una gladiadora llamada Reva, condenada en su día por el emperador Calígula. Reva es devuelta a la vida por el típico mad doctor nazi (lo mejor de este capítulo es el dominio de luces y contraluces que demuestra Olivera y en especial una viñeta en la que el doctor parece la viva reencarnación de Boris Karloff) y puesta a luchar frente a un tirador de esgrima de las SS para entretener a Hitler, Hess, Himmler y Goering en un estadio vacío, a medias Coliseo, a medias lugar de mítines al estilo Nüremberg.
El esplendor de la batalla.
Éste es uno de los episodios más interesantes del volumen 2 y hoy día sería difícil verlo publicado (por la dictadura de lo políticamente correcto) aunque parte de una premisa forzada. Estamos en la Segunda Guerra Mundial, Stalingrado cayó hace tiempo y la Wehrmacht se organiza como puede para contener la marea del Ejército Rojo, retirándose poco a poco hacia las fronteras alemanas. Gilgamesh es un preso de un campo de concentración con su clásica vestimenta de rayadillo y allí es seleccionado junto a varios de sus compañeros para integrar un "batallón penitenciario" con destino al frente del Este. Pronto vemos la diferencia entre los SS, que aparecen descritos cual demonios crudelísimos de acuerdo a la estricta imagen habitual, y los soldados de la Wehrmacht encabezados por un amable coronel Rundt, que lucha y sufre junto a sus hombres. Rundt recibe a Gilgamesh y al resto de presos y los integra en su unidad. Incluso asciende a cabo a nuestro protagonista, que recuerda haber sido "centurión, tetrarca, pachá, general, condottiero, almirante y mariscal de Francia" pero al que esta graduación le produce "un placer especial". Los soviéticos empujan y los alemanes retroceden hasta alcanzar un puente en la frontera de su propio país. Rundt decide morir defendiendo el puente y todos sus hombres le siguen. Al final, apenas un puñado de alemanes sobrevive al último ataque y un comisario político soviético los asesina a sangre fría. Gilgamesh cree morir pero, como en ocasiones anteriores, no sucede así. Cuando despierta, está solo y rodeado de cadáveres y acaba tallando en una bayoneta una inscripción en honor de los caídos..., la misma frase que se puede hallar hoy en piedra, en recuerdo de los 300 de Leónidas: "Caminante que pasas por las Termópilas, ve y di a los espartanos que aquí hemos muerto por cumplir sus leyes".
La oportunidad humana.
En los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de soldados norteamericanos recorre un desolado bosque germano en busca de refugios escondidos de los jerarcas nazis. Gilgamesh, aún vestido con el uniforme alemán, es su prisionero. Encuentran la entrada a una serie de grutas cavadas en roca viva donde igual se almacenan descomunales monumentos a Sigfrido, Bismarck y Wagner, que una serie de cohetes con cabeza atómica destinados a ser disparados contra las grandes capitales de todo el mundo en venganza por la derrota del Tercer Reich. Un grupo de SS dirigidos por otro mad doctor les sorprende y captura. Gilgamesh, como "derrotado" es fusilado en un aparte mientras explican a los yankees la lluvia de fuego nuclear que va a arrasar las ciudades de los enemigos de Berlín. Pero ya sabemos quién no puede morir..., y organiza la reacción de los norteamericanos. En el tiroteo subsiguiente, el jefe de los SS utiliza un StG-44 Krummlauf, un arma de cañón curvo (como la de la foto) de la época, poco conocida fuera de los especialistas en armamento (¿quién dijo que no se aprenden cosas leyendo tebeos?). Al final mueren todos los SS y los cohetes son destruidos con explosivos. Gilgamesh se vuelve a ir solo sin que nadie pueda detenerle mientras los norteamericanos regresan con su unidad tratando de olvidar lo que han visto, aunque cuando se reencuentran con los suyos éstos les hablan con gran excitación acerca de... Hiroshima.
Simba.
Uno de mis capítulos preferidos de este segundo tomo es esta descripción del caos que se produce en la mayor parte de África durante la segunda mitad del siglo XX a raíz de los desastrosos procesos de descolonización que se desarrollan en la región. Con un invitado de excepción entre los personajes, el bondadoso doctor Schaufer (un trasfondo de Albert Schweitzer), encontramos aquí a Gilgamesh a las órdenes de Reinhardt, un mercenario encargado de proteger con un puñado de soldados katangueños al grupo de civiles europeos que atraviesa la jungla huyendo de una sangrienta banda de revolucionarios encabezada por el brutal Cornelius Oboke. Antes de que puedan alcanzar un aeropuerto o una estación ferroviaria desde donde poder ser evacuados del país, son atacados por los guerrilleros, excitados por el consumo de grifa. Tras una auténtica matanza, sólo sobrevive un puñado de blancos (Gilgamesh entre ellos, claro) que son conducidos ante el lugarteniente de Oboke. Les han respetado la vida para utilizarlos en el rescate del líder revolucionario, que ha entrado en una nave espacial estrellada en medio de la jungla, en el interior de la cual se internó solo, el muy temerario, y no volvió. Nuestro héroe se ofrece voluntario y descubre dentro de la nave el cadáver de Oboke: sus energías han sido devoradas por un extraterrestre que es todo luz y que vive de absorber la vida de otros seres. El extraterrestre tiene hambre y trata de devorar a Gilgamesh pero no puede y colapsa.
Atlantis.
En la época en que se publicó este capítulo estaba muy de moda todo lo relacionado con el dramáticamente popular Triángulo de las Bermudas y otros extraños triángulos de la geografía terrestre (o, más bien, oceánica). Aquí Gilgamesh es un marino de un yate de recreo que se cruza con una niebla misteriosa. Tras ser engullidos por ella, tripulación y pasajeros contemplan una sucesión de fantasmagóricas imágenes de naves desaparecidas previamente antes de ser atacados por unas criaturas marinas más feas que la de la Laguna Negra. Les rescata un platillo volante que les conduce hacia una ciudad voladora de cristal: Atlantis. Se trata del último resto de la mítica y avanzada civilización que blablabla... Lo más interesante del capítulo es la conversación con el anciano y sonriente líder de la ciudad que le explica cómo se dedican a secuestrar gente para mantener estable la población local y, sobre todo, le cuenta la historia de Or-Grund, "el hombre del norte" que acaudilló a los atlantídeos en sus últimas batallas contra las razas subhumanas que causaron el desastre, incluyendo a los primordiales, raza de monstruos que tendrá una aparición estelar en un futuro volumen de Gilgamesh si 001 Ediciones continúa su magnífica labor de recopilación.
Las sirenas aúllan en las calles.
Este capítulo supone el comienzo del fin de la estancia de Gilgamesh en la Tierra. Está ambientado en los años noventa del siglo XX (era el futuro cuando fue publicado, aunque hoy es un pasado cada vez más lejano) cuando EE.UU. y la URSS están a punto de enzarzarse, junto a sus aliados, en una guerra atómica: la definitiva. Los soviéticos cuentan con Ostrakos, un científico/filósofo de cabeza descomunal que busca evitar la conflagración o al menos salvar a parte de la humanidad enviándola a Marte en una nave de última generación. Ostrakos el cabezón ha descubierto la existencia de Gilgamesh y deduce su inmortalidad: ordena buscarlo. Nuestro protagonista a estas alturas vive como un mendigo más, en una cloaca. Está cansado de vivir y además comprende ya que el objetivo que se autoimpuso cuando aceptó la inmortalidad (construir un mundo feliz para el ser humano) es irrealizable. Se deja capturar por los soviéticos y, más tarde, Ostrakos le convence de que encabece la misión a Marte... Tal vez allí encuentre a Utnapistim, el marciano que le concedió su don, y pueda devolverle a un estado normal y morir por fin. Pero el capítulo termina con una noticia trágica: la guerra ha estallado y la nave jamás partirá hacia el planeta rojo.
Apocalipsis.
Uno de los relatos más desoladores de la serie muestra al personaje derrotado moralmente y encerrado junto a muchos otros civiles en un refugio subterráneo mientras la última guerra se desarrolla en la superficie. Unos chacales armados aprovechan la situación para desvalijar a la gente aterrorizada. Gilgamesh los machaca para salvar a un niño huérfano y a una joven que resulta ser una ex miembro del Comando de Defensa Atómica y que le habla de LA bomba definitiva: la superbomba de cobalto, capaz de destruir en teoría toda la vida orgánica del planeta. Por accidente, se ha activado el mecanismo de detonación y no se sabe qué efecto real tendrá sobre el planeta cuando estalle, si es que los técnicos que trabajan en ello no consiguen desactivarla antes... Naturalmente, estalla. Y Gilgamesh se convierte en el único ser viviente que queda sobre la faz de la Tierra.
Una luz en la noche.
Gilgamesh deambula por Roma, la ciudad donde le ha tocado vivir el fin del mundo. Tras la explosión de la superbomba de cobalto, sufre más que nunca por su destino que le impide morir como una persona normal y que le condena ahora a una eternidad de soledad, si no se vuelve loco antes. Lo mejor es su reflexión cuando llega al Vaticano y, ante la Capilla Sixtina, reconoce el fracaso de su vida, en la que intentó ser un salvador y un héroe para la Humanidad sin conseguir nada, mientras un hombrecillo feo y amargado llamado Miguel Ángel "creó gloria y belleza para los hombres sin pensar en sí mismo y sacrificando años de su vida". En un momento de inspiración, decide encontrar la nave que los norteamericanos preparaban para ir a Marte (no sólo los soviéticos estaban en ello): la Apolo XL. Es la única esperanza que le queda de abandonar la Tierra y reencontrar a Utnapistim.
El santo grial.
Gilgamesh marcha, preso de la desesperación, rumbo a Cabo Cañaveral, en Estados Unidos, donde se encuentra la Apolo XL. Provisto de una mochila con lo imprescindible y una máscara antigás para luchar contra el hedor nauseabundo de una humanidad entera corrompiéndose (aquí encontramos un pequeño fallo de guión de Wood: inicialmente, la superbomba de cobalto destruía toda la vida orgánica en la Tierra, pero en realidad lo que ha arrasado es la vida humana y la animal, pues la vegetal sigue existiendo sin problemas, como apreciamos en los paisajes de éste y de los capítulos siguientes), circula con un coche cuando puede y camina las más de las veces. Su objetivo es llegar hasta Dakar, en África, y atravesar el mar desde allí hasta Brasil (es la distancia más corta en el Atlántico), para luego subir, América arriba, hasta territorio yankee. En esta peculiar gira turística viaja desde Roma al norte de Italia, sur de Francia..., y pasa por España. Cita a Barcelona, Tarragona, Castellón de la Plana, Alicante, Cartagena, Almería, Málaga..., hasta (la ya felizmente liberada de británicos) Gibraltar y, de ahí, a Ceuta. Finalmente alcanza Dakar y allí prepara un remolcador con el que cruza el Atlántico. Pero le sorprende una tormenta y acaba delirando, náufrago, con un Merlín de opereta que le anima a encontrar su propio santo Grial. Al fin alcanza la costa: ha llegado a Brasil.
Merlín.
Gilgamesh recorre las selvas americanas preso de un temor que nunca había imaginado: no puede morir, pero sí quedar atrapado en arenas movedizas, en el derrumbamiento de una cueva, en una y mil trampas de las que jamás podría escapar sin ayuda..., y no hay nadie más en el mundo para ayudarle. Caminando, llega hasta México, donde sueña otra vez con el Merlín que se le apareció en el capítulo anterior, que le anima a seguir porque según dice el fantasma onírico la Humanidad depende del éxito de esta última misión. Al fin, alcanza Cabo Cañaveral, donde encuentra en una base especial autosuficiente el cohete destinado a Marte listo para partir, en perfecto estado de mantenimiento gracias a un complejo superordenador que construye los robots necesarios para suplir a los humanos. El superordenador le explica que el cohete sólo puede ser disparado y controlado por un astronauta humano, así que a nuestro héroe no le queda otra que aprender, formarse como astronauta, para poder pilotarlo. Luego le revela el gran secreto: existen doce bebés, seis de cada sexo, incubados e hibernados, a la espera de viajar en el cohete hacia un mundo mejor. Gilgamesh acepta el reto, tras bautizar al superordenador con el mismo nombre de Merlín.
El enemigo secreto.
Han pasado treinta años..., y Gilgamesh que, tecnológicamente, es un poco torpe, estudia y estudia para algún día poder convertirse en el astronauta autosuficiente que necesita ser para poder pilotar la nave que le llevará a Marte. Merlín ha creado un robot al que Gilgamesh ha bautizado como Napoleón para que le sirva de ayudante, le lleve la comida, etc., pero se niega a construirle una robot "de ojos azules y romántica" porque "no se ajusta a ninguna necesidad del sistema de la base". Un día, nuestro protagonista se encuentra una sala destrozada y otro día aparece un robot guardián hecho pedazos. Alguien ha entrado en la base sin permiso y con muy malas intenciones, pero el superordenador no detecta rastros de vida. Gilgamesh descubre un refugio escondido desde donde ese alguien le ha estado observando por circuito cerrado de televisión pirateando de paso toda la información que Merlín le ha pasado durante años. Al final se revela que su enemigo misterioso es Napoleón, el robot ayudante, que ha adquirido conciencia y ha decidido alzarse contra él. Napoleón trata de asesinarle pero le achicharra con electricidad.
Mi maravilloso mundo muerto.
Han pasado casi 200 años (ciertamente, Gilgamesh es bastante torpe estudiando ciencia) y el inmortal se ha vuelto loco por la soledad. Huye de la base y deambula por un cementerio buscando una tumba en la que enterrarse para morir de una vez. Entonces aparece un robot enviado por Merlín con uno de los doce niños hibernados que, al ser sacado de su incubadora especial, muere ante Gilgamesh. Su muerte le devuelve la cordura, asociada a la rabia por el hecho de que el superordenador dejara morir a uno de los bebés de manera gratuita. Quiere vengarse de Merlín pero entonces descubre la verdad: ningún niño real ha muerto, todo ha sido un teatro con un bebé robot para provocarle un shock que le devolviera al mundo real. Y esto porque ya está todo preparado: la nave debe partir hacia Marte. Así que Gilgamesh se viste con el traje de astronauta y sube a bordo. Despega de una Tierra esterilizada y muerta, rumbo a nuevas aventuras...
Aquí termina el volumen 2 y estoy ya a la espera del siguiente, puesto que las andanzas de Gilgamesh no terminan aquí, ni mucho menos. La serie histórica (con el toque fantástico de la inmortalidad del personaje y la aparición, de vez en cuando, de algún extraterrestre) desemboca ya sin solución de continuidad en la Ciencia Ficción pura y dura con sus viajes interestelares, el descubrimiento del planeta Sumer donde los doce bebés serán la semilla creadora de una nueva humanidad, la Guerra Universal contra los Xhaguar (cuyos aliados son los primordiales de los que le hablaron en el capítulo de Atlantis), la esperada reaparición de Utnapistim el marciano y el reencuentro con el Padre de las Estrellas que aparecía en el primer episodio del primer volumen. Aún queda mucho de lo que disfrutar...
¿Cómo conseguir esos ejemplares en Chile?
ResponderEliminarExcelente amigo mio... quiere formar parte de un grupo (facebook) en donde encontrara a la mayoria de los dibujantes o post coloreadores, guionistas de la Fantastica Editorial Columba? aqui le pego el link... gracias por el post!
ResponderEliminarhttps://www.facebook.com/groups/ElTonyFantasiaDartagnanIntervaloNippur/?fref=nf
aprovecho para enviarle un abrazo de oso desde Rosario, Santa Fe, Republica Argentina!
Un gran artículo sin duda, saludos.
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