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Un empujón a mis espaldas provocado por un brutal combate personal de otros dos hoplitas me devolvió al fragor de la guerra, aunque casi me derriba al suelo. Trastabillando, logré mantener la vertical pero cuando quise volver a mirar, Arístokles había desaparecido. En aquel momento, rogué a los dioses que protegieran a aquel desconocido que en el fondo de mi alma sentía no lo era tanto. Lo cierto es que la guerra terminó, los espartanos ganamos y, con la paz y la victoria, sufrí un proceso de crisis personal que me obligó a abandonar la milicia y la propia Esparta ante la extrañeza y la incomprensión de mis antiguos colegas de armas que pensaban había sido hechizado por alguna brujería al renunciar a la parte de gloria que me correspondía. En parte, así era. El curioso sucedido en aquella batalla junto a Arístokles abrió una misteriosa puerta en mi interior, puerta que traspasé y que me condujo a una sala donde encontré una fuente seca. Una nostalgia infinita me invadió cuando recordé de súbito la existencia de aquella fuente y volví a sentir la Sed: la misma que me ha acompañado durante mis sucesivas reencarnaciones y que sólo puede ser saciada con lo que los antiguos llamaban la Ambrosía o el Néctar de los Dioses. Y supe que tenía que encontrar a aquel hoplita ateniense de mirada clara porque comprendí que ambos éramos en realidad un tipo muy diferente de guerreros, y que nos conocíamos de muy antiguo.
Por eso empecé a viajar, y a buscar. Oí hablar de Sócrates, naturalmente, ¡el viejo y sabio gru
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Así que encaminé mis pasos hacia la tierra de la Tríada Sagrada: O
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El caso es que en mi actual reencarnación sigo todas las noticias relacionadas con Arístokles, al que no he vuelto a reconocer en las últimas vidas aunque sé que no debe andar muy lejos de mí. Es más, en una de mis novelas aún no publicadas (pero que espero lo sea a no mucho tardar) y titulada La tumba de Gerión, el protagonista es precisamente él.
De ahí mi sorpresa y alegría al descubrir que un historiador y filósofo, profesor de la Universidad de Manchester, Jay Kennedy, acaba de publicar un informe acerca del código que Platón empleó en sus obras y que hasta ahora sólo conocíamos unos pocos (los que en aquella época vimos cómo redactaba sus escritos y lo que ocultó en ellos). Este erudito empleó un ordenador para intentar restablecer en su forma original las versiones contemporáneas más exactas de los manuscritos, reduciéndolos a conjuntos de líneas de 35 caracteres sin espacios ni puntuación. Así descubrió que muchos de sus textos poseen números de líneas basados en 1.200 o en múltiplos de 1.200, como la Apología de Sócrates, Gorgias, La República o Las Leyes. Y no es una casualidad puesto que a los escribas de la época se les pagaba de acuerdo con el número de líneas redactadas por lo que todas las personas implicadas en la publicación de un texto eran muy conscientes de cuántas había.
Kennedy afirma que Arístokles, quien "comprendió la estructura bás
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Naturalmente, naturalmente... Algún día nos reencontraremos, amigo Arístokles. Tenemos toda la eternidad por delante.
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Postdata: Llega el verano, llegan los meses de descanso. La Universidad de Dios concede vacaciones y yo me las tomaré, pero no para vaguear. Me espera la redacción de mi próxima novela, así que durante el período estival, Fácil para Nosotros permanecerá bajo mínimos. Para animar el blog de vez en cuando durante este tiempo, encargaré a Mac Namara que inserte periódicamente algún que otro texto. El ritmo normal de publicación de artículos lo retomaré al regreso de las vacaciones. ¡Hasta pronto!
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