Páginas

viernes, 23 de noviembre de 2012

El principio era el fin

Dos son las teorías más importantes que se manejan en la actualidad sobre el origen (físico) del ser humano: el Creacionismo y el Evolucionismo. Por resumir muy mucho el asunto recordemos que el Evolucionismo defiende un proceso presuntamente natural en el que el homo sapiens no es sino el último eslabón conocido de una cadena de vida que comenzó hace millones de años con las primeras y primitivas células surgidas se supone que en el océano. Esta teoría tiene algunos puntos oscuros, como su paradójica tendencia a confiar en una postura muy similar a la de la anticientífica "creación por generación espontánea" ya que los pasos esenciales de su desarrollo tienden a convencernos de que las cosas sucedieron sin razón aparente en un momento dado. Por ejemplo: de repente no había células vivas y de repente sí las había. ¿De dónde salieron? "Pudieron llegar del espacio a bordo de cometas", se nos dice. Ah, perfecto..., pero ¿y cómo llegaron a esos cometas? ¿De qué punto del universo salieron? ¿Cómo surgió la primera célula viva, donde quiera que fuese? Otro ejemplo: de repente toda la vida estaba en el océano y de repente algunos peces se convierten en anfibios. ¿Y por qué? ¿Qué razón de peso hay para que un animal que siempre ha vivido en el mar decida ir en un momento dado en contra de toda la carga genética de su especie y, sin inteligencia suficiente siquiera para tener conciencia de sí mismo, sin sentimientos que le impulsen por puro romanticismo, amor u odio..., de pronto decida dedicarse a explorar la tierra, un medio hostil y desconocido para él?

La otra teoría, el Creacionismo, defiende otro proceso presuntamente natural en el que el homo sapiens fue creado directamente, tal cual es hoy día, por un ser superior, al cual se reconocería la categoría de Dios o Dioses. Muchos críticos de esta hipótesis consideran sólo como creacionistas a los fanáticos embobados con la artificiosa idea del dios judeocristiano y con la ridícula cifra de 5.000 años que se supone tiene nuestro planeta porque así se deduce de la Biblia. Pero hay muchos tipos de "creacionismo", no sólo el recogido en la inmensa mayoría de mitos y religiones antiguas. Irónicamente, uno de los libros (y a la vez película) más importantes de la historia de la Ciencia Ficción, 2001, una odisea espacial, es uno de los principales relatos creacionistas contemporáneos. Los monolitos oscuros que marcan la evolución humana son artefactos (¿o quizás entes vivos?) inteligentes y ajenos a la Humanidad, que pastorean al homo sapiens en su carrera hacia las estrellas... Por supuesto, también en este caso hay puntos oscuros. Por ejemplo: ¿quién o quiénes son los dioses que construyeron al hombre y por qué lo hicieron? Si en verdad sucedió así, ¿dónde están ahora y por qué no se manifiestan abiertamente? O también: si vino un dios por aquí y creó a la humanidad con su varita mágica, ¿qué pintan entonces todos esos otros grupos de homínidos relacionados con ella, pero netamente inferiores desde el punto de vista cultural y espiritual? ¿Acaso estos familiares semihumanos fueron "experimentos fallidos" de la divinidad creadora?

Entre creacionistas y evolucionistas existen vías intermedias, algunas de ellas dignas de exploración. Ahí está el ejemplo de El principio era el fin, de Óscar Kiss Maerth: un texto tan interesante como  difícil de encontrar (hoy día) publicado en papel tras la habitual y conveniente satanización de su autor húngaro británico, al que se califica alegremente de "pseudocientífico" y "racista" para asustar a posibles lectores con ganas de respuestas, por haber tenido la osadía de cuestionar con argumentos lógicos y por cierto bastante científicos la creencia evolucionista, uno de los dogmas básicos impuestos por la inquisición racionalista que gobierna la ciencia contemporánea. De hecho, en los primeros capítulos de este libro figura una demolición sistemática, impecable e inapelable de las teorías prodarwinistas más populares, aunque la paradoja es que en sus conclusiones Kiss Maerth se muestra más próximo a los evolucionistas que a los creacionistas. Y así, ratifica la vinculación familiar del homo sapiens con el resto de primates superiores del mundo, si bien cree que la evolución como tal fue meramente accidental y no supuso una mejora para el ser humano: todo lo contrario.

Kiss Maerth (aquí a la derecha) comienza su libro haciendo hincapié en ese hecho que tanto tortura a los evolucionistas a día de hoy a pesar de los miles de millones de euros gastados en excavaciones en los lugares más remotos de la Tierra: la inexistencia de restos del "eslabón perdido", de esa especie que se supone fue el nexo común entre el hombre y el mono y que jamás ha llegado a aparecer en ninguna parte. Aunque tampoco niega explícitamente su existencia, constata lo extraño de que "hace unos 400.000 años el ser humano ya tenía un aspecto externo semejante al del hombre actual. Ello significa que el proceso evolutivo excepcional del mono al hombre tuvo lugar en un espacio de tiempo de extraordinaria brevedad desde el punto de vista biológico" y de que "no concuerda con la evolución natural el que una parte de  la raza inicie de repente una carrera de bólido hacia la formación del hombre, adquiriendo inteligencia y facultades para la producción de utensilios mientras que la otra parte, que vive al mismo tiempo y en el mismo lugar continúa siendo mono y se limita a contemplar con asombro la evolución de los demás". Es realmente una excepción "inexplicada hasta el momento" el que todas las demás especies de monos antropomorfos continúen de facto ancladas en el mismo nivel evolutivo mientras que el cerebro y la inteligencia de los primeros homo sapiens aumentó con una velocidad "única e incomparable en toda la historia natural (...) desde 400 centímetros cúbicos hasta un promedio de 1.400, su inteligencia y memoria se incrementaron 100 o quizás 1.000 veces (...) un fenómeno único en la naturaleza, en clara contradicción con todas las reglas de una evolución natural ..."

Pero eso es sólo el principio. Veamos algunos otros fragmentos significativos de El principio era al fin a la hora de referirse a la teoría universalmente aceptada sobre el origen del hombre, "tan popular como ingenua" según su definición. Kiss Maerth dice que la hipótesis de base no es creíble. En la misma se especula con la posibilidad de que los antepasados del hombre eran monos antropomorfos que vivían en la selva y que, debido posiblemente a un brusco cambio climático, ésta desapareció y pasó a convertirse en una estepa. Debió pasar de la noche a la mañana, porque los homo sapiens no se plantearon retirarse hacia otros lugares donde se conservara la jungla sino que por alguna extraña razón permanecieron allí. Según la versión oficial, entre los altos matorrales de la recién aparecida estepa acechaban las fieras. Esa amenaza, sumada a la necesidad de divisar el alimento ahora oculto por las hierbas, les habría forzado a alzarse sobre sus patas traseras. Además, al quedar libres sus manos habrían desarrollado la posiblidad de agarrrar las cosas con ellas y desarrollar todo tipo de utensilios y armas. Así, nos dicen, aparecen los primeros chispazos de civilización. 

Pues bien, nuestro hombre contesta que " este proceso, ideado 'científicamente' (...) es una sarta de contradicciones más fácil de rebatir que de inventar (...) Si la selva hubiera desaparecido por razones climatológicas, lo hubiera sido no sólo para los simios que luego se transformarían en seres humanos sino para todas las demás razas de monos: chimpancés, gorilas y orangutanes también estarían trasplantados a la estepa. Y si una raza concreta de simios se hubiera visto obligada a erguirse sobre las patas traseras, por miedo a las fieras o para alimentarse mejor ¿por qué no siguieron el mismo proceso todos los demás monos? (...) Si el caminar eguido era una forma de movimiento de importancia vital, no aprendida por otros monos, ¿por qué no fueron exterminados éstos por las fieras o no se extinguieron por inanición? (...) hay científicos que llegan a afirmar que el hombre, gracias a caminar erguido, es capaz de correr más rápido. Sería interesante que aquéllos que afirman esto se vieran perseguidos alguna vez por un gorila enfurecido (...) dicen también que por el hecho de caminar erguido el hombre perdió la capacidad de trepar a los árboles. Si fuera verdad que aprendió a caminar derecho por miedo a las fieras, habrá que admitir que aprendió algo equivocado para olvidarse de ago necesario. Todavía hoy día el hombre trepa penosamente a los árboles cuando es atacado por un jabalí, un rinoceronte o un león y daría mucho por poder hacerlo mejor y más rápido".


Y aun más: "¿las manos quedaron libres para experimentar con ellas? La verdad es que, al igual que sucede hoy, nuestros antepasados pasaban el 70% del tiempo en posición sentada, en la que las manos quedan libres. Ni un solo mono necesita erguirse sobre las patas traseras para tomar en sus manos algún objeto. Muy al contrario: al ponerse de pie se ven obligados a apoyarse sobre los brazos y ello les imposibilita llevar algo en la mano (...) La mayor parte de las ideas del hombre, en especial las de mayor trascendencia, nacieron estando el individuo sentado o acostado. Los monos gibones, hoy, son también antropomorfos, pasan mucho tiempo sentados y al caminar lo hacen erguidos con las manos libres. Pese a ello, su capacidad intelectual no es mayor que la de los gorilas, que se ven obligados a apoyarse en los puños para poder caminar".  ¿No es rotundamente lógico y deliciosamente demoledor del dogma? Pero hay otros detalles igual de mal explicados o interpretados... Por ejemplo, la tesis oficial asegura que una de las razones por las que la humanidad adquirió inteligencia fue por la caza y el consumo de carne, ante lo cual Kiss Maerth se pregunta: "¿Acaso no estaba suficientemente alimentado con anterioridad? En este caso, todos los demás monos habrían estado subalimentados y lo seguirían estando hoy, puesto que siguen siendo herbívoros (...) ¿Y por qué el hecho de comer carne se convertiría para los antepasados del hombre en una alimentación más fácil? ¿Desde cuando resulta más fácil dar muerte a una gacela o un bisonte, que arrancar un fruto de un árbol? (...) Nunca hubo razones que obligaran a una raza de monos herbívoros a convertirse en carnívoros, como afirman algunos científicos. En la Tierra, la reserva de plantas siempre ha sido superior a la de animales y siempre ha habido más animales herbívoros que carnívoros". 

También llama la atención sobre algunas diferencias muy características entre hombres y simios, como el hecho de que "los monos antropomorfos tienen todo el cuerpo cubierto de pelo mientras el hombre lo ha perdido" y que "las hembras de los mamíferos, inclusive los monos antropomorfos, poseen un dispositivo adecuado para dar a conocer el período de su fertilidad con el órgano sexual femenino" lo que no sucede con el homo sapiens. ¿Consecuencias?
Respecto a la piel, el humano ha perdido un elemento fundamental de cualquier mamífero normal. La capa de pelo no sólo adorna: "Sus funciones incluyen proteger del frío pero también de los rayos solares y el calor, ayuda a mantener la temperatura del cuerpo (...) ahorra energías (...)  es el mejor vestido pues concede libertad de movimiento sin frenar la circulación de la sangre (...) protege de rasguños y golpes (...) limpia la piel y el mismo pelo (...) ofrece un camuflaje óptico, una seguridad adicional frente al ataque animales hostiles (...) protege de la lluvia (...) es un vestido perfecto e insuperable, al servicio de la salud. El ser humano perdió el pelo y tuvo que sustituirlo por medios artificiales, no sólo incompletos sino causa de numerosos daños físicos y mentales". Respecto al sexo, la desaparición de esas señales externas femeninas ha multiplicado la época de celo que en el ser humano, y sólo en el ser humano, no está ya limitada temporalmente (ni siquiera durante la menstruación pues las normas sexuales actuales apuestan por el todo vale a todas horas con todo el mundo), "lo cual daría lugar a actividades sexuales desenfrenadas y sin razón biológica (...) que obligó a inventar una disposición artificial: a cada hombre se le asignaban una o varias mujeres para su uso exclusivo, al tiempo que se le prohibía mantener relaciones sexuales con otras. De ahí nació la institución del matrimonio que hoy en día sigue siendo una medida de emergencia tan incompleta como entonces". La rebelión frente a sus propias normas daría lugar al nacimiento de otras actividades alternativas como el burdel o el simple adulterio.

A esto hay que sumar el desproporcionado, extrañísimo y ya comentado aumento del cerebro, de la inteligencia en sí. ¿Y por qué se da esta circunstancia? Al fin y al cabo, "los monos eran y son lo bastante inteligentes para realizar todas las tareas necesarias para la subsistencia (...) pero en el último millón de años se ha producido un fabuloso incremento de su inteligencia, pese a que la naturaleza no planteó ninguna tarea nueva a los antepasados del hombre ni a las demás razas de monos. Este enorme aumento de inteligencia se produjo por lo tanto sin razón alguna y en contra de las reglas de la naturaleza por lo que tampoco era necesario para una sana supervivencia. Por el contrario, el cambio constituyó la razón de la disarmonía entre las necesidades físicas y mentales con lo que el hombre perdió su natural equilibirio". En resumen, Kiss Maerth advierte de que contamos con "tres claros indicios que prueban la falsedad de la evolución natural: la pérdida de pelo del cuerpo, la pérdida de los signos sexuales y el exceso de inteligencia. Tanto el déficit como el exceso constituyen estados mórbidos. Ningún ser vivo podría soportar la pérdida de dos mecanismos físicos tan útiles si no se crearan formas artificiales de compensarlo, pues la pérdida de uno solo de ellos ya bastaría para aniquilar la especie entera. Este ser posee sin embargo un exceso de cerebro e inteligencia que le posibilita corregir elementalmente dos fenómenos de carencia mórbida".


Dicho lo cual y cuando ya esperábamos que el autor nos presentara al dios de turno encargado de esta mutación de la especie nos encontramos con su sorprendente teoría de base que no deja de tener cierta lógica y que, en el fondo, resulta ser perfectamente evolucionista. Kiss Maerth propone que, accidentalmente, un mono descubrió que el consumo de cerebro fresco de sus propios congéneres aumentaba sus impulsos sexuales y su capacidad de gozar con ellos. Él y sus amigos y descendientes se viciaron hasta el punto de dedicarse desde entonces a consumir todos los cerebros que pudieran de otros monos, asesinando si era necesario para tener provisiones. Sólo mucho más tarde descubrieron que el consumo del órgano probablemente más importante del cuerpo humano aumentaba también su inteligencia, lo cual se convirtió en otro motivo para reforzar este tipo de alimentación. Más sexo y más inteligencia a cambio de degustar un plato tan exquisito como los sesos... Mmmmh... ¿sabe algo de esto Thomas Harris, el novelista que creó al inquietante personaje Hannibal Lecter?

 En todo caso, el resultado de esta perversión sería el homo sapiens sapiens. Un ser anormal, cuya capacidad intelectual se disparó por encima de lo previsto con un exceso de inteligencia "biológicamente infundada, que más tarde se convirtió en un estado mórbido y que destruyó las funciones del sistema nervioso central, originalmente equilibradas". Por la continua absorción de sustancias cerebrales ajenas, el cerebro se vio obligado a reinventarse y crear un nuevo sistema de distribución de sus hormonas originales, lo que habría causado "fenómenos de deficiencia física" como la pérdida del manto de pelo y de los signos de fertilidad de las hembras. El resultado es lo que vemos hoy día en el espejo: "un ser física y mentalmente enfermo, en contradicción consigo mismo y con la naturaleza, que ni siquiera se conoce o se entiende a sí mismo (...) su orgullo, un cerebro enorme, es sólo una glándula artificialmente hiperdimensionada y enfermiza (...) a este proceso lo denomina 'progreso' (...) La verdad puede parecer horrenda a la humanidad pero ésta debe sacar las consecuencias y redescubrir la verdad que la ciencia ha considerado hasta ahora como imposible, tachándola de superstición: que la inteligencia es comestible. La memoria es comestible. Los conocimientos concretos también son comestibles. El ser humano nació por canibalismo."

El autor defiende su hipótesis con relaciones y datos de interés. Sólo añadiré uno de ellos, porque este artículo es ya muy largo y los interesados imagino que estarán dispuestos a buscar sin más, a través de Internet, el libro original de Kiss Maerth para completar el alucinante cuadro que nos presenta. El dato es éste: como bien nos recuerda el autor, el cerebro no sirve sólo "para pensar", así en abstracto, sino que controla múltiples funciones conscientes e inconscientes: desde la digestión a la formación de la sangre..., pasando por el crecimiento del pelo, la vida sexual y el desarrollo de la inteligencia. Éstas últimas funciones, insiste, las vigila una de las glándulas más importantes del sistema cerebral: la hipófisis, ubicada en la parte inferior del cerebro a la altura más o menos de la nariz. Qué curioso que en las excavaciones antropológicas el hueso desenterrado más común sea el cráneo (o restos craneales), que la mayoría de esos cráneos tuvieran raspada la parte interior (casi como si alguien la hubiera rebañado con una primitiva cucharilla) y que muchos de ellos hubieran sido perforados..., a la altura de la nariz.



 ***

Postdata: de regalo, incluyo una imagen captada por la red, bastante significativa.





2 comentarios:

  1. woow acabo de leer un poco sobre ese libro y me llamo un poco la atención. pero mi inquietante curiosidad me ha traído hasta aquí y creo q no pasara una semana hasta que tenga ese libro en mis manos porque me muero de ganas de leerlo. gracias por este pequeño "resumen"

    ResponderEliminar
  2. Muy interesante y clarificador tu resumen. Ayer empecé a leer el libro y me ha atrapado.

    ResponderEliminar