Los
tertulianos que comentan la actualidad del día a día en los medios de
comunicación deberían leer, si no lo han hecho ya, uno de los artículos más
inquietantes (aunque en absoluto sorprendentes para los que frecuentamos la
Universidad de Dios y para aquéllos a los que les lleguen sus ecos a través de
esta bitácora) que se ha publicado en los últimos tiempos en las revistas
científicas. Es un artículo, por cierto, que no ha tenido mucho eco fuera de este ámbito (otra cosa nada
sorprendente, dado su contenido). Lo firman varios especialistas en el
estudio de la mente humana y se ha publicado en Current Directions in
Psychological Science, editada por la norteamericana Association for
Psychological Science. La conclusión básica de este trabajo es que, por triste que parezca, las
personas corrientes siempre tienden a defender los sistemas en los que están
inmersos, aunque éstos sean corruptos o injustos.
Eso
sí, los psicólogos que han elaborado este informe facilitan cuatro
justificaciones concretas para excusar en cierto modo a la gente por mantener esta actitud de “mantenella y no enmendalla”:
1) La amenaza (del
sistema mismo, y no sólo de las propias personas que lo integran; en tiempos de crisis, especialmente, la mayoría de la gente necesita
creer no sólo que está haciendo lo correcto sino que además las reglas
del juego que especifican cómo debe hacerlo también son correctas).
2)
La dependencia (cuando
la persona depende para su vida diaria de que el sistema funcione y por
tanto defiende cualquiera de sus actuaciones; un experimento
desarrollado por los autores del texto condujo a una serie de
estudiantes a sentirse dependientes de su universidad y a partir de ese
momento los estudiantes apoyaron las políticas de financiación de su
institución educativa -que les afectaba directamente- mientras
criticaban las del gobierno -que no les afectaba directamente- pese a
ser las mismas).
3)
La
imposibilidad de escape (relacionada con la anterior, cuando la personas
es
incapaz de ver la fórmula para librarse de él y por tanto termina por
adaptarse -ah, la sabiduría de mi libro de cabecera favorito, el
Refranero Popular: "Si no puedes con él, únete a él"- y aprobar
una serie de situaciones que, si las considera respecto a otros sistemas
que ni le van ni le vienen, consideraría simplemente indeseables).
4)
Y el escaso control personal
(cuando la persona no tiene influencia para actuar sobre el sistema y
cambiarlo
de alguna forma; según este trabajo, cuanto menos control tenga un
individuo sobre su propia vida, más apoyará al sistema y a sus líderes,
pues le aportarán un orden y un cierto sentido de la existencia).
Sistema
es, en este caso, sinónimo de muchas cosas. No tenemos que pensar sólo en la
Matrix, el Gran Juego en el que estamos inmersos desde el momento en el que
decidimos encarnar. Ni tampoco en grandes organizaciones políticas o sociales, según
cuyas reglas de juego nos vemos obligados a actuar so pena de acabar en la
cárcel o en un psiquiátrico. Sistema puede entenderse también como gobierno,
empresa, matrimonio, asociación, etc. Cuando se reduce a este tamaño, parece
increíble que el homo sapiens se muestre incapaz de liberarse de semejantes
cadenas, pero así es.
Un
amigo muy cercano me contó un caso muy concreto: la
presión ilegal (pero encubierta) y el boicot sistemático a que les
sometía en
su trabajo un delegado sindical corrupto (ya sé que en este momento los
principales "malos" de la película son los banqueros y los grandes
empresarios, pero las novelas y las películas deberían habernos enseñado
que los mayores villanos son los que se disfrazan para no parecerlo y
luego te clavan la navaja por la espalda: éste es uno de esos casos). La
situación empeoró hasta el punto
de llegar a poner en riesgo la actividad laboral de este amigo y sus
compañeros, pero nadie, absolutamente nadie, fue capaz de levantar la
voz y
denunciar la situación. Siguiendo los puntos anteriores, la rebelión
contra este sistema laboral no se producía en parte por dependencia (“dependes del trabajo y si
protestas contra un fulano que se supone te está representando y velando por
tus derechos, aunque no sea cierto, sabes que a continuación él y sus amigos
van a ir a por ti y no te dejarán en paz hasta que te marginen o te echen”, me
decía) y en parte por escaso control personal (“quise denunciarle
pero ¿qué
podía hacer yo solo? El resto de compañeros me daban la razón y me
animaban a que presentara la denuncia contra él pero se negaron por
miedo a acompañarme en la firma”).
Al
final,
mi amigo resolvió la situación cambiando de trabajo. Se libró de este
sinvergüenza, pero no de la sensación de impotencia y amargura por su
incapacidad real para afrontar el sistema. Tampoco se libró del reproche
hacia sí mismo por no haberse atrevido, al final, a denunciarle, aunque
nadie le hubiera apoyado oficialmente. Para ello tendría que haber
asumido la soledad que siempre implica el camino del desafío, el
único que merece la pena en la vida. Le dije que no se preocupara porque
muy
probablemente en su nuevo trabajo tendrá ocasión de enfrentarse a una
situación
muy similar y resolver esta contradicción interna suya en la que vive
desde que
cambió de empresa... Antes de empezar la carrera en la Universidad de
Dios ya había yo aprendido que cuando la vida nos pone un problema por
delante es para
que lo resolvamos, y en esa acción debemos además aprender algo
concreto. Si miramos para otro
lado y eludimos el problema o lo resolvemos de manera mecánica, volverá a
presentarse ante nosotros tarde o temprano, invariablemente. Y, por
cierto,
cuanto más tardemos en afrontarlo, más poderosa será su siguiente
visita.
Volviendo
al
artículo, los psicólogos incluyeron sus ideas en la conocida como
Teoría de la Justificación del Sistema, incluida en la psicología
social. Según esta teoría, las personas tienden a defender su situación,
sea buena o mala. Y si es mala, la "reconvierten" mentalmente para que
parezca la única posible. De esta manera se gratifican psicológicamente
justificando su propio ego y el grupo social al que pertenecen. Retorno
al Refranero Popular: "Más vale malo conocido que bueno por conocer..."
Con
todo esto, queda claro que cuando la gente ha de soportar un sistema
determinado y, cuanto peor se encuentra dentro del mismo, más propensa
es a justificar hábilmente sus deficiencias en lugar de rebelarse. El
límite está, seguramente, en la subsistencia pura y dura: si llega un
momento en el que la persona no puede sobrevivir porque no tiene qué
comer ni un techo bajo el que cobijarse, terminará por saltar y
enfrentarse al sistema, pues ya no tiene nada que perder. Pero hasta
llegar a esa frontera, hay un amplio margen con el que mantener al
rebaño bajo control. Lo vemos a diario.
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