Who wants to live forever? (¿Quién desea vivir para siempre?) cantaba el grupo Queen en la banda sonora de una de esas películas curiosas rodadas durante los años 80 con el título de Highlander (literalmente, El montañés de Escocia, aunque fue traducida al español como Los inmortales). No hay oportunidad para nosotros,/está todo decidido para nosotros,/este mundo tiene sólo un momento dulce reservado para nosotros... Así decía la letra de la canción en referencia a la Muerte, tan temida por los mortales corrientes y tan deseada según parece por aquéllos que ya han vivido demasiado. Pero ¿cuánto es demasiado? La persona más vieja del mundo según los modernos estándares internacionales fue Jeanne Calment, a quien vemos en la imagen en el momento de recibir la tarta por su 121 cumpleaños: fallecería poco después, habiendo cumplido 122 años y 164 días. Esta francesa había nacido el 21 de febrero de 1875 y murió el 4 de agosto de 1997. Según los registros oficiales, la segunda clasificada en la lista de la longevidad fue la norteamericana Sarah Knauss, quien moriría a las puertas del año 2000 (el 30 de diciembre de 1999 para ser exactos) con 119 años y 97 días de edad. Y la tercera, la también estadounidense Lucy Hannah Bertrand, con 117 años y 248 días. Hay que bajar hasta el puesto duodécimo para encontrar al primer hombre (otro yankee: Christian Mortensen, que vivió 115 años y 252 días) en una lista claramente dominada por las mujeres y que demuestra una vez más que aquella definición de "sexo débil" para definir al género femenino siempre fue un adjetivo equivocado.
¿Son
éstas realmente las personas más viejas de la Humanidad? No, si nos
atenemos a los mitos y leyendas de los pueblos antiguos, todos los
cuales nos hablan de las largas edades que llegaron a alcanzar sus
héroes y semidioses como por ejemplo los Semsu-Hor o Compañeros de Horus
que según la Tradición gobernaron el antiguo Egipto durante 6.000 años
antes del comienzo de las dinastías de faraones plenamente humanos. A
finales del siglo XIX, uno de los más conocidos arqueólogos franceses,
Gastón Maspero, les atribuía entre otras cosas la construcción de uno de
los monumentos más maravillosos de la humanidad, hoy una sombra de lo
que fue: la Esfinge de Gizah... En la Biblia también aparecen gentes
muy ancianas, la más famosa de las cuales es sin duda Matusalén, una
persona tan anciana que aún a día de hoy decimos aquello de "es más viejo que Matusalén" cuando nos encontramos con alguien que ha cumplido muchos años. Según el Génesis,
este patriarca llegó a cumplir 969 años (una fecha sospechosamente
cargada de simbolismo) y murió justo antes del Diluvio, cuando su dios
decidió acortar la vida de los homo sapiens que hasta entonces quod erat demostrandum
era considerablemente más larga que la actual. Su hijo Lamec, por
ejemplo, habría vivido 777 años (otro número significativo). Ahora bien,
según algunos listillos contemporáneos empeñados en explicar los
tiempos antiguos con los razonamientos modernos, estas increíbles edades
de los patriarcas bíblicos son simples errores de traducción al
confundir los ciclos lunares con los solares, con lo que sus años reales
serían trece veces y media menores de lo reflejado. Así, por ejemplo,
Matusalén en realidad habría cumplido 72 años.
La opinión generalizada de los científicos es que en la Antigüedad, y con independencia de que estos patriarcas hubieran existido o no, la gente vivía menos años que nosotros y que no fue hasta mediados del siglo XIX cuando empezó a aumentar la esperanza de vida, lo cual es relativamente cierto. Es verdad que estaban sometidos a muchos más riesgos de todo tipo: nadie tenía aseguradas tres comidas al día (a no ser la muy pequeña clase dirigente) y la muerte violenta acechaba en cada esquina por culpa de la guerra, el hambre, la traición o la enfermedad. Pero por eso mismo las personas que llegaban a la vida adulta eran mucho más fuertes, duras y resistentes que cualquiera de nosotros. Se cuenta que Ramsés II, uno de los hombres más poderosos de las edades pasadas en su calidad de faraón, falleció por culpa de una simple infección en una muela, algo absolutamente incomprensible en la actualidad. Claro que murió a la edad de 92 años y tras 67 de reinado. No son los 969 de Matusalén pero tampoco se puede decir que dejara este mundo a una edad temprana. Es decir, la gente que tenía una posición social y de poder podía perfectamente vivir tantos o más años que la media actual. La única diferencia es que había menos personas con esa capacidad de las que existen actualmente: aunque en un primer instante nos cueste creerlo, cualquier ciudadano corriente de una gran ciudad contemporánea disfruta hoy de muchas y mejores condiciones de vida (agua corriente, luz eléctrica, comunicación audiovisual, entretenimiento musical, etc.) que Augusto, Carlomagno, Napoleón o cualquier rey o emperador de épocas pasadas.
La opinión generalizada de los científicos es que en la Antigüedad, y con independencia de que estos patriarcas hubieran existido o no, la gente vivía menos años que nosotros y que no fue hasta mediados del siglo XIX cuando empezó a aumentar la esperanza de vida, lo cual es relativamente cierto. Es verdad que estaban sometidos a muchos más riesgos de todo tipo: nadie tenía aseguradas tres comidas al día (a no ser la muy pequeña clase dirigente) y la muerte violenta acechaba en cada esquina por culpa de la guerra, el hambre, la traición o la enfermedad. Pero por eso mismo las personas que llegaban a la vida adulta eran mucho más fuertes, duras y resistentes que cualquiera de nosotros. Se cuenta que Ramsés II, uno de los hombres más poderosos de las edades pasadas en su calidad de faraón, falleció por culpa de una simple infección en una muela, algo absolutamente incomprensible en la actualidad. Claro que murió a la edad de 92 años y tras 67 de reinado. No son los 969 de Matusalén pero tampoco se puede decir que dejara este mundo a una edad temprana. Es decir, la gente que tenía una posición social y de poder podía perfectamente vivir tantos o más años que la media actual. La única diferencia es que había menos personas con esa capacidad de las que existen actualmente: aunque en un primer instante nos cueste creerlo, cualquier ciudadano corriente de una gran ciudad contemporánea disfruta hoy de muchas y mejores condiciones de vida (agua corriente, luz eléctrica, comunicación audiovisual, entretenimiento musical, etc.) que Augusto, Carlomagno, Napoleón o cualquier rey o emperador de épocas pasadas.
El tipo más viejo del que tenemos noticia en los últimos siglos fue un chino que vivió 256 años..., o al menos eso es lo que reflejaba la noticia de su muerte en los medios norteamericanos Time Magazine y New York Times el 6 de mayo de 1933, precisando además que el hombre había enterrado previamente a más de veinte esposas y dejaba cerca de doscientos descendientes. Según los pocos datos que se conocen acerca de la vida Li Chin Yuen (o Li Ching Yun), a quien vemos en la única instantánea reconocida oficialmente como suya, habría nacido en 1677 y de pequeño tuvo acceso al entrenamiento de artes marciales (entonces, reservadas para un puñado de elegidos) y de hierbas medicinales, además de residir durante un tiempo en un templo taoísta del monte Lao Shan y otro tiempo en el siempre misterioso (en aquella época, porque hoy está arrasado por los chinos) Tibet, entre otros lugares de Asia. Sus prácticas ascéticas y su conocimiento de ciertos secretillos alquímicos le habrían permitido desarrollar una acusada resistencia física además de una capacidad extraordinaria para rejuvenecer periódciamente. Entre los documentos que poseía un conocido suyo, figuraban dos felicitaciones de cumpleaños que habría recibido por parte del gobierno imperial chino al cumplir 150 años, la primera, y al cumplir 200, la segunda. Un general chino llamado Yang Sen escribió un informe sobre él cuando cumplió los 250 años en el que describía su aspecto de esta manera: "tenía todavía una buena vista y caminaba con paso ligero, medía unos dos metros de altura y poseía largas uñas en las manos (también era famoso por esto: hasta quince centímetros llegaron a medir las de su mano derecha), además de una tez rubicunda".
Se dice que cuando le preguntaban cuál era el secreto de su larga y cómoda vejez, él siempre contestaba con una de esas frases a medio camino del zen y de los eslóganes hippies según la cual la receta consistía en "mantener el corazón tranquilo, sentarse como una tortuga, caminar vivazmente cual paloma y dormir como un perro". Bueno, eso y una dieta basada sobre todo en el arroz y el vino obtenido a partir de este cereal aparte de, entre otras hierbas, el ginseng y la centella asiática (una planta que posee un alcaloide de efectos rejuvenecedores en diversas partes del cuerpo como el cerebro y las glándulas endocrinas)... Por supuesto, la Ciencia moderna no admite la historia de Li Chin Yuen como real, ni siquiera como posible. Se trata de un fake, como se dice ahora: una simple tomadura de pelo construida consciente o inconscientemente. En el mejor de los casos, el resultado de la confusión de la vida de varios chinos parecidos pero diferentes, quizá abuelo, padre e hijo, que tuvieron cada uno una larga vida, todas similares, y que por alguna razón han quedado unidas como si fuera la de uno solo en las creencias populares.
Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si este chino existió de verdad, igual que Matusalén y los Semsu Hor y tantos otros? Hoy día sabemos que la causa de la vejez es básicamente el progresivo deterioro celular. Llega un momento en el que la célula no se divide igual de bien que como lo hacía en un principio y comienza a mostrar taras al fragmentarse para crear una nueva, que ya viene con ese problema y que a la hora de dividirse a su vez será de peor calidad que la anterior. Y así sucesivamente hasta que la subdivisión viable sea ya imposible y sobrevenga el fallo del órgano correspondiente. Pero ¿y si pudiéramos frenar o retrasar ese deterioro celular? Después de todo, estamos sometidos a fortísimos factores de desgaste: desde el estrés hasta la contaminación del agua, los alimentos y el aire. Y a pesar de eso llegamos con relativa facilidad a los 70 ú 80 años, e incluso más. ¿Y si esos elementos de desgaste no existieran (¿es casual que los maestros de antiguas prácticas espirituales en diversas partes del mundo alcancen edades avanzadas?) y además pudiéramos reforzar el cuerpo con el consumo de ciertos productos naturales, como determinadas hierbas, para darle más vigor?
Quizá podríamos cantar entonces a pleno pulmón: Siempre es nuestro hoy/¿Quién quiere vivir para siempre?/Siempre es nuestro hoy/ ¿Quién quiere vivir para siempre, de todas formas?
Quizá podríamos cantar entonces a pleno pulmón: Siempre es nuestro hoy/¿Quién quiere vivir para siempre?/Siempre es nuestro hoy/ ¿Quién quiere vivir para siempre, de todas formas?
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