Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 20 de junio de 2012

El día que España derrotó a Inglaterra

Que la Historia es la ciencia más prostituida de todas cuantas conoce el homo sapiens y que debemos fiarnos de los historiadores casi lo mismo que de los periodistas (y digo esto con conocimiento de causa, puesto que mi identidad profesional en esta vida tiene relación con ambos oficios en mayor o menor medida) es hecho sabido por todos los frecuentadores de esta bitácora. Pero no hace falta remontarse al encubrimiento conspiranoico de civilizaciones perdidas, grandes descubrimientos silenciados o falsificación de pruebas de magnicidios y grandes crímenes para descubrir la constante manipulación y alteración de los hechos en beneficio de intereses a menudo encubiertos debajo de los intereses aparentes. Existen muchos sucedidos de importancia que son arrinconados alegremente por mor de la simple ignorancia e incompetencia de las "autoridades" educativas o científicas que deberían tenerlos en cuenta para su difusión general y la investigación particular. Acabo de leer el enésimo libro que lo demuestra y que recomiendo encarecidamente, en especial, a los españoles. Es una novela histórica, muy bien documentada, cuyo título (quizá lo único desafortunado, porque sugiere que sólo se la derrotó en una ocasión, cosa que no es cierta) es El día que España derrotó a Inglaterra. La publicó Áltera hace unos años (yo he leído la tercera edición) y lo firma, para vergüenza ibérica (en especial, la de los escritores especialistas en publicar novelas históricas), un autor colombiano: Pablo Victoria.

Digo "para vergüenza ibérica" porque esta novela tenía que haber sido escrita por un español, pero no ha sido así. Es más, según relata sorprendido el propio autor (un hombre afable y bien preparado: doctor en Economía y Filosofía, ex congresista y senador, profesor universitario y articulista, entre otras cosas) en la introducción de su obra, acabó escribiéndola porque "recién llegados a España en octubre de 2001 (...) quise buscar su biografía (la de Blas de Lezo, protagonista principal del relato) para deleitarme (...) Me movía la impresión de que, siendo España su tierra natal, aquí habría más información sobre este heroico marino que tanto lustre dio a las armas españolas (...) quería leer sobre este asunto y no encontré nada excepto unas pocas referencias (...) al no encontrar ningún libro sobre su vida, decidí que debía escribir alguno, pues todo lo que había podido reunir eran referencias de enciclopedias (...) Es incomprensible, pero nadie ha puesto de relieve la importancia que tuvo para España aquel acontecimiento, ni el grave peligro que para ella significó. La monumental 'Historia de España' compilada por Menéndez Pidal, apenas lo menciona. Tampoco le hace justicia la obra de Martínez Campos 'España bélica' y casi la pasa por alto en dos páginas (...) en general, la historia también quedó sepultada en España, que no la guardó debidamente en su memoria, quizás porque también la olvidó Inglaterra."  

En una entrevista que le hicieron hace algunos años describía su novela como la historia "del orgullo patrio, del valor personal y de todo lo que hicieron los vascos por llevar a los confines de la tierra los valores de la hispanidad. Pero es también la historia de cuando los vascos y, en general, todos los españoles defendían el patrimonio cultural que nos legaron nuestros antepasados." De éstas y otras palabras del autor se desprende una fuerte melancolía y un anhelo por los tiempos que fueron y ya no son ("cualquier tiempo pasado fue mejor"..., la frase de Jorge Manrique parece sacada de la clase de Reencarnaciones e Inmortalidad, de la Universidad de Dios). Como tantos iberoamericanos ilustrados, Victoria es mucho más consciente que la inmensa mayoría de sus colegas españoles de todo lo que perdimos al desmoronarse el Imperio: algo mucho más importante que una posición de poder en el mundo o que un vulgar trasiego comercial y de riquezas. Algo que hay que sentir en lo profundo, porque tiene que ver más con una auténtica comunión de las almas, una Weltanschauung por decirlo con el apropiado término germánico, que jamás volverá a ser, por culpa de los egoísmos, la mezquindad y los intereses ruines que dominan hoy día ambas orillas del Atlántico. Se antoja así demasiado utópica la receta de este autor para España: "la sociedad está enferma y hace falta curarla con dosis de patriotismo, píldoras de responsabilidad y cataplasmas de esperanza..." Suena casi como una canción de Juan Luis Guerra pero por desgracia es justo lo contrario de lo que prescriben los poderes públicos en los últimos años. 

Pero, ¿de qué trata exactamente el libro de Victoria? Pues de la hazaña de un grupo de españoles (una de las muchas hazañas de españoles en América, tan desconocidas para nuestros contemporáneos) que a pesar de su reducido número fueron capaces en el siglo XVIII de plantar cara y derrotar a un enemigo muy superior en efectivos y en recursos en la ciudad hoy colombiana (lo que explica la nacionalidad del autor de la novela) de Cartagena de Indias. Como tantos hechos heroicos similares, esta historia es hoy día ignorada por la abrumadora mayoría de habitantes de la península ibérica, tan aficionados a la perversa práctica del masoquismo. Y es que en España existe mucha gente perturbada mentalmente que encuentra un sórdido placer en creerse la interpretación deformada de la realidad que a lo largo de los siglos ha sido diseñada y exportada desde Londres, París, Roma o Amsterdam y según la cual todas las cosas buenas que a lo largo de la Historia hemos hecho los habitantes de la piel de toro ha sido gracias a la "herencia" de los sucesivos pueblos que se han paseado por aquí mientras que todas las cosas malas son de nuestra exclusiva responsabilidad.

El día que España derrotó a Inglaterra cuenta cómo los británicos armaron la mayor flota naval de la Historia conocida (según el autor, sólo por detrás de la organizada para la invasión de Normandía en junio de 1944) con el objetivo de conquistar una de las ciudades más importantes del imperio español: Cartagena de Indias. No se trataba sólo de apoderarse de la plaza y sus riquezas, sino de estrangular a partir de ahí las posesiones hispanas en el Nuevo Mundo, utilizando Cartagena como base para marchar hasta Santa Fe de Bogotá y, desde ahí, al Perú. Para ello Londres botó una verdadera Armada Invencible (mayor y, sobre todo, mucho mejor equipada, que la que preparó Felipe II para la invasión de Inglaterra y que acabó "luchando con los elementos") que puso al mando del almirante Sir Edward Vernon (en la foto, con su pose de característico preboste inglés por encima del bien y del mal) y que estaba compuesta nada menos que por 180 navíos de guerra y cerca de 24.000 soldados. Entre ellos figuraban cerca de 3.000 militares oriundos de las colonias norteamericanas, bajo el mando de Lawrence Washington, el hermano del que sería futuro primer presidente de los Estados Unidos (del almirante de esta flota, al que tanto admiraban los Washington, proviene el nombre de la residencia de éstos en Virginia: Mount Vernon). Esta impresionante fuerza naval contaba con 3.000 piezas de artillería. 


Frente a este tsunami armado que se arrojó sobre las costas cartageneras, los españoles, dirigidos por el general de la Armada Blas de Lezo, contaban sólo con ¡2.800 hombres y 6 navíos! Desde luego, es lo más parecido a una reedición de la batalla de las Termópilas, con De Lezo convertido en el nuevo Leónidas frente al Jerjes Vernon. El combate era por cierto tan desigual que, antes incluso de que comenzara la invasión, Londres mandó acuñar monedas conmemorativas de lo que consideraba como un seguro triunfo. En ellas se representaba al almirante inglés recibiendo la espada del comandante español, arrodillado en una tan sonrojante como sugerente postura, como podemos ver en la foto, y se leía lo siguiente: "La arrogancia española humillada por el almirante Vernon" y "Los héroes británicos tomaron Cartagena el primero de abril de 1741". Los barcos ingleses se plantaban en la costa de Cartagena el 13 de marzo, así que pensaban convertir la expedición en un auténtico paseo militar...


Pero no fue la arrogancia española la humillada sino la británica, gracias a que al frente de la ciudad española estaba uno de los tipos más duros que han dado las armas españolas (y han sido muchos): don Blas de Lezo y Olavarrieta, natural de la villa guipuzcoana de Pasajes conocido con los sobrenombres de Patapalo y Mediohombre. Y no precisamente por falta de valor, sino por todo lo contrario. Curtido en muchas y tremendas batallas marítimas a lo largo de su aventurera vida militar, no pocas contra el "pérfido inglés", sufrió numerosas heridas hasta el punto de que en el momento del enfrentamiento con Vernon ya estaba tuerto, cojo y manco. A pesar de ello, demostró una capacidad estratégica, una sangre fría, una fuerza de voluntad, una imaginación para afrontar las dificultades y un coraje personal dignos de un semidiós homérico. El libro de Victoria relata ese pulso épico que el comandante español supo mantener y vencer al británico, reconstruyendo los hechos con gran fidelidad a partir de la reproducción de diversos documentos y citas textuales de la época.

De Lezo aguantó el terrible asedio británico durante 67 largos días al cabo de los cuales se consumó la hazaña y los ingleses se vieron forzados a retirarse derrotados, con su Armada desmantelada y sus hombres diezmados por la guerra y la enfermedad. Según cuenta Victoria, "la derrota fue la mayor humillación que nación alguna hubiese sufrido, particularmente dada la superioridad de las fuerzas y las celebraciones anticipadas de la victoria, amén de las conmemoraciones numismáticas". Londres, como en tantas otras ocasiones, manipuló la Historia y escondió oficiamente lo ocurrido, metió las monedas y medallas en un cajón y nadie volvió a hablar del asunto. Eso sí, Vernon fue enterrado en la Abadía de Westminster bajo un epitafio engañoso: "Sometió a Chagras y en Cartagena conquistó hasta donde la fuerza naval pudo llevar la victoria". Y hasta hoy. Por supuesto, el cine y la literatura británica jamás han rodado ninguna superproducción ni editado un libro importante acerca de lo sucedido. Ni siquiera se enseña en sus escuelas. Algo parecido a lo que hicieron los franceses napoleónicos, derrotados durante el siguiente siglo por los españoles en la batalla de Bailén... ¡aunque en el Arco del Triunfo en París figura falazmente el nombre del campo de batalla andaluz como una de las victorias de Napoleón! Lo que hace la propaganda...



En la actualidad, la memoria de Blas de Lezo es apenas recordada y honrada en España por la Armada a la que perteneció y que tiene la costumbre de poseer siempre en su flota un buque con su nombre. La fragata de la clase Álvaro de Bazán F103 ostenta hoy día ese orgulloso emblema. Además existe una placa en su honor en la localidad gaditana de San Fernando, en el Panteón de Marinos Ilustres. Eso, y un puñado de calles con su nombre en varias ciudades españolas es todo lo que queda de un hombre que, si hubiera nacido por poner un ejemplo en Estados Unidos, dispondría ya no de una superproducción dedicada a él, sino de una auténtica saga al estilo Indiana Jones pero con espada y peluquín blanco. 




Me gusta especialmente el final del enfrentamiento, en el que Vernon regresa con el rabo entre las piernas derrotado por los heroicos españoles y gritando sus quejas al viento con un frustrado "God damn you, Lezo!" ("¡Dios te maldiga, Lezo!"). El español le respondería por escrito con irónica elegancia: "Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya una escuadra mayor, porque ésta ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual por cierto les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir".  






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