Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 27 de junio de 2012

Palmeras datileras

Hay acontecimientos que parecen destinados a suceder en Oriente, porque si ocurrieran en cualquier otra parte del mundo no tendrían sentido alguno (resultarían demasiado surrealistas y hasta ininteligibles) mientras que si lo hacen allí automáticamente cobran un sentido metafórico. Leo que una joven de Taiwán trabajó durante ocho años para ahorrar el dinero suficiente que le permitiera pagarse sus estudios de postgrado en el extranjero. Con paciencia china (nobleza obliga) guardaba sus billetes en una caja metálica que tenía escondida en su propia casa. Así llegó a acumular hasta un millón de dólares taiwaneses, poco más de 33.000 dólares. Sin embargo, un día abrió la caja, quien sabe si para guardar una nueva cantidad de dinero o para recontar otra vez el que tenía, y se encontró con que las termitas habían hallado la forma de colarse en su banco personal (probablemente habían entrado la última vez que ella misma la abrió y, al cerrar, no se dio cuenta de que estaban ahí) y ¡se habían comido casi todo el dinero!

La chica llevó su caso a la Policía, junto con los restos de los billetes que aún no habían sido devorados, para ver si podían recomponerlos como si fueran un rompecabezas. Al final, varios empleados del Banco de Taiwán se apiadaron de ella y aceptaron cambiar unos 26.000 dólares ya inservibles por otros nuevos (aquí la chica tuvo al menos un poquitín de suerte: si esto le hubiera sucedido en Occidente, cualquier banco europeo o norteamericano seguramente no le habría aceptado el cambio y puede que hasta le cobrase un impuesto por haberse atrevido a guardar el dinero en su casa en lugar de ponerlo a disposición directa de los sacerdotes de Mammón).

En efecto, todo esto me recuerda lo que nos contó en la Universidad de Dios nuestro maestro de Misticismo y Paradojas, el mullah Nasrudin, hace unos días, acerca de la necesidad de no acumular nuestra energía y nuestra baraka de forma que acabe estancándose y pudriéndose en nuestro interior. Debemos hacerla circular constantemente, no acumular en vano unos recursos que tal vez jamás llegaremos a utilizar, puesto que sólo existe una cosa que podemos guardar con seguridad de no perder jamás, si es que somos capaces de apoderarnos de ella, y es la sabiduría. Nasrudin nos hablaba de la época en la que viajaba por el mundo con cierto mercader persa muy rico y conocido en Oriente Medio y, en una ocasión, tras plantar sus tiendas en un oasis encontraron a un hombre ya muy mayor que estaba cavando un agujero en la arena cerca de unas palmeras de dátiles. La labor era a todas luces excesiva para el anciano, que trabajaba de rodillas y a pleno sol, profundizando en el terreno con gran esfuerzo. Impresionados por la voluntad de hierro que mostraba el viejo, se le aproximaron y el mercader le preguntó qué hacía. El otro contestó que estaba sembrando palmeras datileras.

- Este hombre no debe estar bien de la cabeza -comentó Nasrudin a su amigo el mercader-. Invitémosle a tomar algo con nosotros y así al menos descansará un rato de sus enloquecidos afanes.

Pero cuando le ofrecieron detenerse, el hombre se negó. Decía que tenía más de ochenta años y por tanto no le quedaba mucho tiempo que perder para terminar su trabajo.

- Entonces es justo al revés -replicó el mercader- pues si tienes esa edad no puedes esperar finalizarlo. Una palmera datilera tarda unos cincuenta años en dar frutos y como comprenderás es muy improbable que puedas vivir tanto. 

El argumento detuvo al viejo, pero no abandonó el pozo, sino que se irguió para contestar:

- Mira todas las palmeras a nuestro alrededor. Llevo varios días alimentándome de los dátiles producto de árboles que plantaron otros y que seguramente tampoco llegaron a ver los frutos de su siembra. Estoy muy agradecido a esos desconocidos y es por mi gratitud hacia ellos por lo que deseo emularlos y seguir su ejemplo para que algún día otras personas se beneficien de mi siembra.

La respuesta asombró tanto al mercader y a Nasrudin que el primero decidió darle una bolsa de oro al viejo y el segundo anotó aquel razonamiento para incluirlo entre sus enseñanzas a sus discípulos. Cuando el hombre que cavaba vio la bolsa, se rió en voz baja y añadió:

- Fijáos: no veré crecer las palmeras que planto, pero mi trabajo no era tan inútil después de todo pues gracias a él he conseguido una bolsa de monedas y la admiración de dos nuevos amigos.

Aquello desarmó aún más al mercader (y a Nasrudin) que de inmediato le regaló una segunda bolsa en señal de agradecimiento y respeto por la lección doble que acababa de recibir. Pero el anciano no se detuvo y aún dijo algo más:

- La vida se comporta con nosotros de igual manera. Uno no puede recibir si antes no da, y debe hacerlo siempre con alegría y sin buscar el interés personal. Yo siembro en agradecimiento a los hombres de ayer y como un regalo para los hombres del mañana, sin pensar en mí mismo, y mi esfuerzo debe ser algo bueno para el mundo pues la vida me lo recompensa de esta manera: dándome frutos aún antes de haber terminado.

En ese momento el mercader pidió al viejo que no siguiera hablando y, tras agradecerle sus palabras, le dijo que le dejarían trabajar sin molestarle más. Acto seguido, tiró del brazo de Nasrudin y se lo llevó a su tienda.

- ¿Por qué has querido que nos fuéramos tan de repente? Ese hombre era muy sabio y podíamos haber aprendido más cosas -le reprochó Nasrudin.

- ¡Ese hombre era demasiado sabio! Si hubiera seguido hablando, tendría que haberle recompensado con más bolsas de oro..., que no tengo. La sabiduría es lo más valioso del mundo y todo el dinero que existe no alcanzaría jamás para pagar una pequeña parte de ella.

1 comentario:

  1. Muy buen "relato" acerca de la sabiduría milenaria, la que de verdad nos hace libres y solidarios...,y personas. Tomo apuntes para el colegio menor. (j&A):

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