El mundo en dos dimensiones de la hoja de papel cuadriculada nunca había estado más revolucionado.
Las noticias que llegaban de los países/páginas precedentes eran confusas pero todas coincidían en algo: la Divinidad se estaba manifestando, aparecía sin previo aviso y mostraba su presencia gloriosa con signos y marcas ininteligibles.
Los habitantes/cuadritos del país/página trece esperaban inquietos la que consideraban inminente aparición de un ser inefable, incognoscible, dominador...
Si hubieran podido salirse, o al menos desplazarse, a través de su territorio, el que conocían desde siempre..., pero aquello era imposible. Habían nacido impresos en un punto concreto de la hoja de papel y no había forma de desplazarse. Así que se limitaban a cuchichear entre ellos, aguardando las decisiones del Todopoderoso.
Un día apareció sin más. Sin avisar. Sin prevención alguna. Simplemente manifestó su presencia y una fuerza nunca antes vista se plasmó sobre ellos. Un lápiz de colores, perteneciente a un mundo de tres dimensiones, marcó el país/página sobre los aterrados habitantes/cuadritos de dos dimensiones. Incapaces de ver ni de entender el lápiz, ellos sólo sentían su dibujo apareciendo nadie sabía de dónde y desapareciendo por el mismo camino.
Pero la Divinidad de seis años que pintarrajeaba el cuaderno rasgó el país/página, lo cortó en trocitos y lo tiró a la basura. Los habitantes/cuadritos vieron desaparecer su mundo, sintieron cómo eran destruidos y nunca llegaron a saber las oscuras razones por las que fueron condenados. Aún en el momento en el que eran arrojados al profundo abismo de la papelera, sin saber su destino final, sin comprender el acto mismo de caer a través de un mundo de tres dimensiones, seguían rezando a la Divinidad para que les perdonara.
Simplemente, a la Divinidad no le había gustado su dibujo.
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