Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 27 de junio de 2014

Rodeados de psicópatas

El periodista y escritor Jon Ronson reveló hace pocos años al mundo que estamos dirigidos por psicópatas. Se interesó en este asunto a raíz de conocer algunas anécdotas que le explicaron varios expertos..., como aquella ocasión en la que una especialista le mostró a un psicópata reconocido (y asesino) la fotografía de un rostro asustado y le pidió que identificara la emoción de la persona que aparecía retratada. Él la miró con cierta indiferencia y argumentó que no sabría explicar cuál era exactamente la emoción que reflejaba, pero lo que sí pudo decir es que era la misma cara que ponían sus víctimas justo antes de matarlas. Fascinado por la frialdad con la que suele reaccionar este tipo de homo sapiens, Ronson se puso a recopilar información y terminó publicando un interesante texto: The psycophath test (El test del psicópata). En cierto modo, tampoco era una idea nueva puesto que varios psicólogos como Paul Babiak y Robert Hare ya lo habían adelantado en trabajos previos, pero él tiene el mérito de ser el primero en redactar un texto asequible para todos los públicos, que obtuvo un impacto interesante más allá del ámbito especializado.

Babiak, por ejemplo, había obtenido un peculiar e inesperado resultado al evaluar durante tres años la capacidad profesional de varios grupos de empleados con distintas responsabilidades y pertenecientes a siete empresas diferentes. Los máximos directivos de estas compañías deseaban conocer hasta qué punto estos trabajadores eran prometedores y por tanto convenía impulsarlos en su carrera en beneficio de la marcha general del negocio. Entre los parámetros que empleó Babiak para examinar a los sujetos, aparte de otras pruebas más corrientes en relación con sus responsabilidades, su ocupación general, etc., figuraba la conocida como Escala PCL-R, también llamada Escala de Calificación de Psicopatía de Hare, un test que se utiliza generalmente para determinar las tendencias psicópatas de los criminales o si se puede dejar en libertad a internos de hospitales psiquiátricos de alta seguridad en el mundo anglosajón... Pues bien, de las poco más de 200 personas examinadas con esta escala, casi una decena (1 de cada 25) obtuvieron una puntuación clara de psicópatas, aunque ninguna de ella poseía un pasado criminal ni apariencia de ir a cometer un delito en cualquier momento. Puede parecer poco, después de todo, pero la cifra cuadruplicaba el porcentaje esperado entre la población general..., y todos aquellos empleados formaban parte de la misma. Y no sólo eso: precisamente los empleados con este tipo de tendencias habían sido a menudo descritos en informes previos de sus compañías como personas inteligentes, innovadoras, fiables..., y auténticos líderes de opinión.

Algunas de las características de estos psicópatas ocultos son las siguientes: en apariencia, son encantadores y sociables aunque sólo superficialmente porque en realidad son fríos y despectivos, mienten con una facilidad extraordinaria gracias a su habilidad para enmascarar su verdadera personalidad y aunque parecen dispuestos a ayudar sólo lo hacen cuando les interesa y siguiendo un modo de ser a menudo marcado por la irritabilidad, la impaciencia y los ataques de furia. Y carecen de remordimientos por su devastadora forma de actuar sobre sus víctimas que, en general, son cuantos les rodean. ¿Alguien conoce algún jefe o compañero de trabajo con ascendiente sobre los demás que despliegue semejante panoplia de humanidad? Yo sí, muy de cerca, y estoy seguro de que no soy el único en esta sala que ha "disfrutado" de las atenciones de este tipo de monstruito, más común de lo que en principio podríamos imaginar en la actual sociedad.

Pero tiremos hacia arriba, hacia lo más alto. A raíz de conocer los estudios de Babiak y Hare, Ronson habló con muchos otros psicólogos de trayectoria reconocida y llegó a la misma conclusión que muchos de ellos: los psicópatas no son un puñado de tipos peligrosos camuflados sin más, sino que gobiernan el mundo. Literalmente y como suena. "Siempre había pensado que la sociedad era fundamentalmente algo racional pero ¿y si resulta que no lo es? ¿Y si está basada en la locura?", se pregunta Ronson. Lo cierto es que las mismas bases teóricas de la sociedad no parecen mal planteadas. El problema radica más bien en cómo y sobre en todo quiénes la aplican. Nuestro hombre siguió entrevistando gente, que es una de las cosas más entretenidas y útiles de ser periodista a la hora de buscar cualquier clase de conocimiento, porque uno puede actuar como si fuera un detective pero sin despertar los recelos de mucha gente. Tras un fértil trabajo de investigación, llegó a la conclusión definitiva: "la Psicología tiene razón y esta clase de gente no sólo existe sino que tiene mucho poder". De hecho, llega a definir "el capitalismo en su expresión más despiadada" como una vulgar "manifestación de psicopatía", aunque siguiendo sus métodos podríamos meter en el saco a casi todos los sistemas políticos.

Y por supuesto a sus líderes. Por poner un caso, ahí tenemos algunas de las medidas aplicadas por la administración del Premio Nobel de la "Paz", Barack Obama como la que conocimos en febrero de 2013 y apenas mereció un par de comentarios (otra prueba que demuestra que la mayor parte de la sociedad está profundamente dormida..., o tal vez que arrastra algún defecto psicópata también, ya que lo aceptó como algo normal). Me refiero al documento clasificado de 16 páginas del Departamento de Justicia de los Estados Unidos que consiguió y filtró la cadena de noticias NBC y en el que se defiende la tesis de que es perfectamente legal asesinar a un ciudadano norteamericano en el extranjero "si un alto cargo del gobierno" determina que se trata de un elemento terrorista de Al Qaeda cuya simple existencia supone "una amenaza inminente de ataque contra los EE.UU." y no se le puede detener. Además, el informe explica que no hace falta que el gobierno norteamericano tenga pruebas concretas de una conspiración para matar a quien le dé la gana (ya ni siquiera se echa mano del cinismo de George Bush Junior y sus épicas frases del estilo de "invadimos Iraq porque tiene armas de destrucción masiva"..., armas que jamás aparecieron una vez invadido y destruido el país) porque Al Qaeda "siempre está planeando ataques, que ejecutará en cuanto le sea posible." La medida recibió el visto bueno de Obama, un presidente que, según el entonces portavoz de la Casa Blanca Jay Carney "tiene mucho cuidado a la hora de conducir la guerra contra el terrorismo de acuerdo a la Constitución y las leyes". Si ese presidente tan "amante" de la humanidad está dispuesto a matar a sus propios conciudadanos sin necesidad de pruebas, ni de juicio, ni de nada, podemos imaginar lo que le preocupará matar a un ciudadano de cualquier otro país del mundo.

Por supuesto, no es Obama el único aspirante a psicópata oculto con poder en el mundo. Una de las mejores cosas que tiene Estados Unidos es precisamente su Constitución y sus leyes, que consagran el derecho a la libertad de información y expresión (un derecho real, no como las progresivamente totalitarias legislaciones de los países europeos, donde hay cosas sobre las que se puede hablar, otras sobre las que se puede pero hasta cierto punto y unas terceras sobre las que sencillamente no se puede y es que no se puede, por muy contradictorio que resulte eso con la supuesta democracia que rige la UE). Por ello justamente nos podemos enterar de las travesuras de Obama, Bush y compañía, pero no de las de sus equivalentes a este otro lado del Atlántico. Sin embargo,  en el Viejo Continente (por no mencionar otros lugares aún más deficitarios en derechos en el resto del planeta), sucede exactamente igual, sólo que es muchísimo más difícil conseguir y ya no digamos publicar los documentos que lo demuestran. Un ejemplo de ficción podría bastarnos en este caso: ¿cuál es el héroe de aventuras más popular del Reino Unido en el siglo XX y lo que llevamos del XXI? ¿Acaso Sherlock Holmes? ¿El Doctor Who? ¿Jack el Destripador? No, James Bond. ¿Quién no ha soñado con ser Bond alguna vez? Sobre todo cuando se trata de los Bond más atractivos cinematográficamente hablando, como Sean Connery o Timothy Dalton... Las novelas y las películas de Bond ensalzan a un tipo guapo, fuerte y atlético, ingenioso e inteligente, capaz de manejar las tecnologías más vanguardistas, sumamente elegante y educado, demoledoramente atractivo para las mujeres..., y un auténtico canalla asesino dispuesto a matar fríamente a quien haga falta, sin juicio ni jurado, y sin sentir pena alguna por aquéllos a los manda al "otro barrio". Y además siguiendo órdenes... ¡Caramba, ahora que lo pienso, James Bond no es tan diferente del prototipo de malvado-villano-del-Tercer-Reich al que nos tiene habituados la cultura popular!

Otro ejemplo de psicopatía aparece en la revista Life de septiembre de 1955 con el titular de Comedores conscientes de una dieta atómica y que hacía referencia a los experimentos que la administración del peculiar D.D. Eisenhower desarrolló utilizando como conejillos de Indias a sus conciudadanos (después de haber criminalizado a los alemanes contra los que él había luchado por experimentar también con humanos, aunque ellos lo hicieron con prisioneros y no con sus propios ciudadanos, como sí hicieron además de Eisenhower otros populares líderes norteamericanos, británicos y franceses de diversos gobiernos democráticos). Así que el simpático Ike dio vía libre, entre otros, a este experimento probablemente diseñado por un psicópata en el que participaban los jóvenes objetores de conciencia que se negaban a servir en el ejército estadounidense. Lo único que tenían que hacer a cambio los objetores era alimentarse..., con comida radiactiva. Tenían que comerse "cada una de las migas y cada gota de grasa" depositadas en sus vajillas". Participaban así en un estudio para conocer los efectos que tenían los alimentos tratados con radiactividad en un organismo joven, sano y fuerte. Oficialmente, se trataba de comprobar si la radiación nuclear podía servir para matar los microorganismos perjudiciales para el ser humano de manera que pudiera mantenerse la comida durante más tiempo y que fuera más sana. Además, la experiencia era totalmente voluntaria. Podemos aceptar que los ingenuos objetores que participaron en este experimento fueran completamente ignorantes acerca de los efectos de la radioactividad (y cabría preguntarse cuántos habrían participado voluntariamente de haber estado más informados) pero resulta muy poco creíble que los responsables militares y científicos no los conocieran, habida cuenta que habían pasado ya 10 años desde esos dos crímenes de guerra jamás juzgados que fueron los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki con sendas armas atómicas. Por cierto, no hay datos públicos a día de hoy sobre qué pasó con esos objetores y cómo les afectó el experimento.

En el Estado de Nevada, la Casa Blanca autorizó casi un millar de pruebas nucleares entre 1951 y 1992, en un campo de tiro apenas a 100 kilómetros de la legendaria ciudad de Las Vegas. ¡Lo más demencial del asunto es que las explosiones nucleares se veían perfectamente desde este emporio del juego, por lo que se convirtieron en una celebrada atracción turística! No es un dato muy conocido que, a mediados de los años 80 del siglo XX, el gobierno norteamericano tuvo que pagar por orden judicial cerca de 300 millones de dólares como compensación por los daños causados por las pruebas nucleares en diversos puntos del país... Pero, insisto, psicópatas hay en todas partes y no sólo en EE.UU., como demuestran los programas atómicos de otros países, no muy diferentes a los de los yankeesEn la época de la Unión Soviética, los rusos hicieron lo mismo  y emplearon a su propia población como cobayas. Por ejemplo, utilizaron el polígono de pruebas de armas nucleares de Semipalatinsk durante años: sus ensayos afectaron a más de un millón de habitantes de la región, muchos de los cuales siguen a día de hoy padeciendo los cancerígenos efectos radiactivos que en algunos casos se han incorporado a sus genes. En los años 50 del siglo XX, los británicos en Australia y los franceses en Argelia expusieron a propósito a sus tropas a la radiación nuclear colocando a diversas unidades a escasa distancia del lugar de las detonaciones atómicas para ver "qué pasaba". ¡Para qué quiere uno enemigos, teniendo estos amigos en sus propias filas! Todos eso, naturalmente, sin contar cómo afectaba a la población local.

Dicho todo lo cual, cada vez que un defensor de la contemporaneidad me expresa su satisfacción por vivir en un mundo tan moderno, lleno de comodidades y tecnologías de vanguardia, no puedo hacer otra cosa que mirarle con escepticismo. Por supuesto, los psicópatas no son un invento actual. Basta echar un vistazo a la Historia para comprender que esto no es de ahora: la humanidad ha estado, por lo general, en manos de psicópatas mucho más tiempo que en manos de buenas personas. La diferencia es que un psicópata con poder en la Antigüedad podía quizá matar a unos miles de personas o puede que incluso a un país entero..., pero casi cualquier psicópata con poder a día de hoy puede iniciar la secuencia de acontecimientos que termine con la total destrucción del planeta. Así que ¿conviene preocuparse mucho sobre nuestra seguridad? Vivimos en este pequeño mundo casi de milagro, exclusivamente porque los dioses quieren y por supuesto para cumplir sus propios fines, aunque nos guste imaginar que disponemos de libre albedrío para perseguir los nuestros. Si fuéramos capaces de comprender lo que eso significa, sería la ruina para el negocio de las compañías de seguros...

Hablando de dioses, a estas alturas de año ha terminado el curso en la Universidad de Dios, así que estoy haciendo las maletas para regresar a mi Walhalla natal y, tras reencontrarme con mi cósmica familia, ver dónde paso los próximos meses de (espero) tranquilas vacaciones. Sé que a Mac Namara no le gusta ocuparse de esto, pero ya que él se va a quedar todo el verano dormitando en el apartamento, le he dejado encomendado una vez más el mantenimiento de este blog durante mi ausencia. 

Volveré.

Creo.



viernes, 20 de junio de 2014

Reyes y esclavos

El traspaso de la Corona de España de Juan Carlos I a Felipe VI ha sido estos días el asunto de moda (y lo seguirá siendo aún durante un largo rato) en las tertulias caseras y en las de los medios de comunicación, en las redes sociales y hasta en las intrascendentes charlas de ascensor (qué bien, tener otro tema de conversación aparte del tiempo). Con la marcha del rey viejo y la llegada del rey nuevo, todo el mundo se empeña en darte su opinión, aunque no se la hayas pedido, y exige conocer a cambio la tuya, a ver si eres "de los suyos" o no, porque la Historia de los españoles está construida sobre el enfrentamiento mutuo de Villaarriba y Villaabajo y necesitamos conocer la opinión ajena para ponernos en contra cuanto antes. En esta toma de posiciones ha resucitado con fuerza la opinión de los favorables a un sistema republicano mejor que a otro monárquico, aunque a despecho de lo que piensa la inmensa mayoría de republicanos (que hoy se ven a sí mismos como una especie de valientes y bondadosos "rebeldes" de Luke Iglesias Skywalker frente a las fuerzas del malvado y expoliador "imperio" de Darth Borbon) el debate no es, en absoluto novedoso. 

Históricamente, España ha tenido sólo dos repúblicas y sólo durante la época más reciente, pero republicanos ha habido muchos en la península ibérica a lo largo de los tiempos. De todos los tiempos. Desde al menos la época de los historiadores grecorromanos sabemos que si algo se ha valorado por estos pagos, siempre, ha sido la libertad: aquí no mandaba nadie a otra persona si no era más fuerte que ella (y la sometía a tiranía, con lo que vivía continuamente bajo la amenaza de posibles rebeliones) o si no demostraba ser un caudillo con todas las de la ley (y sus contemporáneos le seguían por voluntad propia..., no es ninguna coincidencia que ya en el siglo XX el general Franco se apropiara de ese término, el de caudillo, para dar legitimidad a su liderazgo impuesto). Las monarquías hereditarias y autoritarias no han funcionado demasiado bien entre los reyes de origen español muchos de los cuales tuvieron que ganarse a pulso su propio reinado y hubo que esperar a la imposición de dinastías extranjeras como los Austrias o los Borbones para ver mayor continuidad de padre a hijo. De hecho, la expresión de "las Españas" se refiere también en cierto modo a esa difícil gobernabilidad de un solo país con muchos territorios y líderes diferentes, cada cual con su especial (hiper)sensibilidad. Si la Edad Media supuso en las naciones del resto de Europa el dominio de un rey sobre sus señores feudales, en España fue el dominio de un rey sobre otros "reyes" más débiles... Así que republicanos ansiosos de libertad los hemos tenido siempre, pero la mayoría no consiguieron imponerse y, los pocos que casi lo hicieron llegando al poder gracias al empuje de ese concepto tan amorfo y maleable que se llama "pueblo" (con frases tan bonitas como cuestionables, del estilo vox populi, vox dei), mutaron con rapidez asombrosa para mantener la institución monárquica..., naturalmente con ellos como los reyes. El poder es un tremendo disolvente de voluntades. Hay que ser una especie de semidiós para poder manejarlo sin ser destruido por él.

Ahora bien, ¿de dónde procede el concepto de realeza? Es curioso que el Diccionario de la Real Academia Española sólo recoja tres significados en relación con este concepto: 1º) "la dignidad o soberanía real", 2º) "la magnificencia y grandiosidad propias de un rey", 3º) "el conjunto de familias reales", y obvie con total frialdad la palabra que tiene por lógica mayores probabilidades de ser el origen del término. Esa palabra es, por supuesto, real
cuyo significado en el mismo diccionario se define como "lo que tiene existencia verdadera y efectiva". Es decir, lo contrario de lo que no existe o de lo que posee un alcance exclusivamente virtual o imaginario. No sabemos quién fue el primer rey (en las leyendas españolas se habla del mítico Gerión, a quien dediqué en parte mi última novela publicada hasta ahora, La tumba de Gerión) pero ¿por qué fue escogido? ¿Por qué llegaron al poder los primeros reyes, los que no dependían de herencias familiares? ¿Exclusivamente por la fuerza, como plantean algunos supuestos expertos con poca imaginación? Por la fuerza, uno se constituye en jefe de una pandilla de matones o, a lo sumo, en un dictador, pero ser rey es una cosa muy diferente (o lo era, hace tiempo cuando el rey podía hasta curar por imposición de manos a sus súbditos) y para alcanzar semejante reconocimiento en la antigüedad uno debía acreditar una serie de méritos poco comunes, más allá de la pertenencia a una estirpe. 

Personalmente, no me resulta difícil trazar una línea que conecte la dignidad real como cargo con la dignidad real como ser humano. Si tuviera que seguir a un rey, me gustaría que éste fuera el mejor hombre de mi comunidad (o la mejor mujer, si fuese una reina) y que pudiera probarlo en su día a día. Querría que demostrara la inteligencia, la valentía, la fuerza, la justicia y, sobre todo, la sabiduría que tanto me faltan, no sólo porque su juicio sería entonces el más apropiado ante cualquier circunstancia con la que se enfrentaran los míos sino porque me serviría de inspiración y ejemplo para mi propia vida, para yo mismo llegar algún día a ser igual de real. Porque, ciertamente, querría que el rey hiciera honor a su nombre y fuera un hombre real en todos los sentidos, que viviera en la realidad, no un homo sapiens cualquiera de los que viven en su mundo imaginario donde sólo ellos son buenos y sólo ellos tienen la razón (para eso, me postularía yo mismo como Pedro Pablo Primero). A un hombre así no me importaría lo más mínimo sentarlo en el trono de forma vitalicia. Y no creo que nuestros antepasados, que no eran tontos en absoluto por más que insistan en ello tantos eruditos a la violeta del siglo XXI, razonaran de un modo muy diferente. Tal y como ha sido diseñado, el ser humano está hecho para vivir en comunidad y cualquier comunidad necesita un liderazgo que actúe con eficiencia sobre el mundo real.

Lo ideal sería que todos los ciudadanos estuvieran a la misma altura, que fueran hombres reales. Para esas comunidades de reyes (que no me cabe la menor duda existieron y probablemente aún lo hagan, pero siempre en un número demasiado pequeño y por ello convenientemente ocultos de los ojos de los hordas de hombres irreales para evitar ser perseguidos y crucificados) se inventó la democracia, hoy tan aguada como el vino, porque gentes cultivadas física, intelectual y sobre todo espiritualmente en un nivel similar sí pueden tomar decisiones conjuntas. Ninguno es más que otro, ni pretende serlo, y todos buscan el bien común además del suyo propio. Tal es el origen místico de ciertas órdenes de caballería (de todos los tiempos, no sólo del Medievo) como 
la simbólicamente representada en las historias de la Mesa Redonda, donde Arturo no es un arrogante monarca que envía a sus caballeros a matar dragones como el director que manda a su secretaria a que le traiga un café, sino que es uno más, sólo reconocido como el primero entre ellos porque fue capaz de extraer la Espada de la Piedra. Es, por tanto, un primus inter pares (por eso la mesa es redonda: no hay cabecera para presidir y de esa forma distinguir a uno sobre los demás) y los miembros de su orden buscan desesperadamente elevarse a su altura con alguna hazaña equivalente a la que a él le coronó. Por ello se lanzan a los caminos en busca de una gloria equivalente, pero las grandes oportunidades son escasas y tendrán que esperar su oportunidad hasta que se plantee la búsqueda del Santo Grial... En esa Queste fabulosa que da sentido a la vida y que sólo alguien armado caballero (incluso a día de hoy) puede entender y amar, además de sufrir, se encuentran y se reconocen entre sí en los caminos agrestes todos aquéllos que no han logrado extraer la Espada ni hallar el Grial..., todavía.

Los siglos, los milenios han pasado y los antiguos reyes, ascendidos al poder por esos méritos personales que los hombres corrientes consideraban "divinos" por ser tan maravillosos y encontrarse fuera de su alcance, han desaparecido. Sus sustitutos son endebles, están desorientados o, peor aún, actúan como simples peleles a las órdenes de los que viven detrás del telón, de los Amos que desde la sombra gobiernan a los orgullosos e ignorantes "ciudadanos libres". Y esos reyes modernos se mantienen en el puesto a menudo por simple inercia. O porque la institución que representan aún conserva algunos de los brillos de los tiempos lejanos, brillos que les prestan durante el tiempo que se sientan en el torno y que, vistos desde lejos, les hacen parecer como soberanos reales cuando son poco más que homo sapiens con corona. Mac Namara me comentaba algo al respecto esta mañana:

- Los símbolos son mucho más fuertes de lo que la gente cree y les condicionan consciente o inconscientemente -señalaba mi gato conspiranoico-. Uno de los símbolos característicos para representar al rey, tradicionalmente, ha sido el Sol, puesto que éste es su propio rey en nuestro actual domicilio cósmico. Ahora fíjate: Juan Carlos I abdicó en la tarde del miércoles. Es decir, abandonó su puesto cuando el Sol se encaminaba ya hacia su crepúsculo y lo hizo un miércoles, día de Mercurio, dios entre otras cosas de los mensajes y la comunicación, para que todo el mundo se enterara de su decisión. Y Felipe VI fue proclamado rey en una ceremonia que comenzó por la mañana y culminó al mediodía, durante las horas de mayor fuerza solar. Y en jueves, día de Júpiter, dios supremo de los antiguos panteones y representante del planeta más importante del sistema, sólo supeditado al propio Sol. Todo esto sucedía un 19 de junio, apenas a 48 horas del solsticio de verano, justo cuando el astro solar se despliega en su momento de mayor fortaleza del año. ¿Crees que es casualidad?

Supongo que no, le contesté, como tampoco lo sería que el reinado de Juan Carlos I durara prácticamente lo mismo que el de su predecesor en la jefatura del Estado el general Franco: 39 años. O que el discurso de Felipe VI en el 
Congreso de los Diputados se produjera junto a un atril que mostraba una hoja enhiesta de laurel con trece hojas. O que el color del vestido elegido por la ahora reina Leticia tuviera ese tono lunar (la Luna, compañera del Sol). O que la apariencia física de la nueva princesa de Asturias, Leonor, y su hermana, Sofía, hubiera sido tan forzadamente acentuada, tal vez para rememorar las parejas de gemelos mitológicos (aunque suelen ser masculinas, pero lo que hay es lo que hay...). O que el recorrido elegido para mostrarse ante los madrileños en su marcha hacia el Palacio de Oriente (ese palacio de fundación masónica, como bien indica el nombre, y cuya planta recuerda la de los templos egipcios) incluyera un obligado rendez vous ante la diosa de Madrid: Isis-Cibeles. O que...

Yo deseo un país de hombres reyes y de mujeres reinas. Quisiera que España fuera una nación como seguramente lo fue en algún momento tan remoto que hoy sólo podemos entenderlo como parte de las leyendas: compuesta por seres humanos de verdad, fuertes, formados y educados, y no sólo políticamente, como para poder gobernarse a sí mismos. Libres y conscientes de la responsabilidad que eso supone. Ésa sería mi república ideal. 

Pero no es eso lo que veo hoy en la vieja piel de toro. No encuentro reyes, ni príncipes, ni siquiera nobles... Ni mucha gente que, en general, pretenda llegar a serlo. No es éste un pueblo de reyes, sino de esclavos. La chabacanería, la ignorancia y el mal gusto reinan por doquier. El esfuerzo personal, el coraje y la responsabilidad, no digamos ya el honor, parecen conductas proscritas. Se 
critica al que se corrompe aunque uno mismo esté podrido. La razón enmudece mientras los instintos más groseros se carcajean lo mismo en los salones de los ricos que en las chabolas de los pobres. El número de personas que verdaderamente aspiran a ser mejores cada día, a merecer el título de seres humanos, es alarmantemente reducido. Los que tienen la fuerza, la aplican con soberbia y los que no la tienen desearían tenerla para a su vez hacer lo mismo. Todo el que puede, si se le presenta la ocasión, se lleva para casa su parte de la tarta aunque no le corresponda: "¿Voy a ser el único tonto aquí?" Sobrevivimos en una sociedad de desagradecidos sonámbulos. De soñadores, no en el buen sentido de esa palabra sino en el malo: soñadores, porque creen estar despiertos y viviendo la realidad pero lo cierto es que están dormidos deambulando en su mundo particular e inexistente más allá de su cabeza...

Así las cosas, estos días he tenido oportunidad de leer muchas opiniones en muchos sitios (ya lo decía al principio, todo el mundo da su opinión y exige saber la del otro: por eso el artículo de esta semana, no porque me interese demasiado contar lo que pienso o no al respecto, sino por satisfacer ciertas peticiones) y la mayoría han sido de vergüenza ajena. No he encontrado grandes diferencias entre los fanáticos de la realeza y los fanáticos de la república. Es más, tomar partido por la república parece, hoy, una moda más que una convicción política por más que se puedan sentir irritados sus partidarios al leer esto. Conozco un puñado de republicanos verdaderos, de los de toda la vida (aunque por lo demás la mayoría de ellos no haya hecho gran cosa para promocionarla durante el reinado de Juan Carlos I excepto reunirse periódicamente a comer y beber para hablar de ella), porque todos los demás son "recién llegados" que se han sumado a la novedad como tantos otros a los que nunca les gustó el fútbol descubrieron de repente que eran grandes hinchas de la selección española cuando empezó a ganar Eurocopas y Mundiales. 

Por desgracia, y aunque me duela reconocerlo, la mayoría de los españoles siguen sin estar preparados para asumir la república (los republicanos declarados piensan que no, que el número de personas suficientemente ilustradas ya es superior a las que pierden su tiempo con la telebasura y su honradez con las corruptelas, pero cada cual tiene su opinión), por lo que la actual monarquía se puede considerar como un mal menor en este caso. La república, insisto, no es una opción sino LA opción obligada para un pueblo de reyes. Para un pueblo de homo sapiens aficionados a enfrentarse y si es posible matarse unos a otros a la primera oportunidad, es un peligro obvio, teniendo en cuenta que el mero hecho de cambiar de régimen político no serviría para que dejaran de ser esclavos.










viernes, 13 de junio de 2014

Fomentando demencias

El pasado mes de marzo, un grupo de científicos españoles y británicos participaron en un encuentro bilateral organizado por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) de Madrid para examinar el que tantos especialistas pronostican será uno de los grandes problemas (si no el más importante) de salud mental del siglo XXI: la enfermedad de Alzheimer, una de las más devastadoras y crueles dolencias que puede padecer un ser humano porque lo reduce a la categoría de cosa de manera lenta e implacable. He tenido la desgracia, que también ha sido al mismo tiempo la oportunidad para estudiar de cerca este mal, de seguir dos casos muy próximos desde sus primeros síntomas hasta la agonía final. Y resulta verdaderamente espantoso ver cómo el cerebro se va "desmontando" pieza por pieza a medida que pasan las semanas y los meses, sin posibilidad alguna de recuperación. 

A medida que el órgano más importante del ser humano se deshace, no sólo deja de controlar las funciones físicas u olvida las características del alma manifestadas en la personalidad, sino que el espíritu pierde definitivamente la conexión con este plano y acaba desconectado mucho antes de que se produzca el fallecimiento oficial. Porque, en la recta final, lo que tienes delante de ti no es tu familiar o tu amigo o tu simple conocido, sino un maniquí hueco que no tiene nada que ver con el ser que alguna vez lo habitó. En su dolor (y en su ignorancia acerca de las condiciones de la existencia) la inmensa mayoría de los homo sapiens se aferra a la imagen física, deteriorada pero tangible, que tiene ante sí hasta el momento del colapso orgánico final. Es un pobre consuelo, como si colocáramos una foto de calidad a todo color y tamaño natural pegada a la ventana y quisiéramos creer que al otro lado de la misma está realmente la persona fotografiada.

En la reunión madrileña, por cierto titulada "La demencia, un reto global", los científicos pusieron sobre la mesa y a continuación debatieron acerca de los últimos estudios elaborados por la organización Alzheimer Disease International. Algunos de los datos que se manejaron resultan escalofriantes, como por ejemplo el que indica que los casos de demencia se triplicarán en los próximos cuarenta años. Esos casos incluyen no sólo la enfermedad de Alzheimer sino otras demencias y patologías cerebrovasculares, como el ictus. Ahora mismo existen censadas en Europa unos 7 millones de personas afectadas por algún tipo de demencia y sólo el ISCIII se ha gastado la bonita suma de más de 50 millones de euros en los últimos cinco años para financiar más de medio millar de proyectos de investigación relacionados con las enfermedades neurológicas y de salud mental.

¿Por qué existen tantos casos de este tipo en nuestro mundo moderno? La respuesta fácil, de la que suelen tirar muchos expertos (presuntos expertos, muchos de ellos), es la edad. "Es que en la actualidad las personas alcanzan edades mucho más avanzadas que en épocas anteriores y, cuanto más tiempo vive el cuerpo, más se deteriora, por lo que el riesgo de padecer una demencia, como el de padecer cualquier otra enfermedad crece progresivamente" es el argumento. Para quien quiera creérselo.

En los últimos seis meses, dos amigas mías (por cierto, ambas compañeras de la Universidad de Dios) han sufrido un ictus, cada una el suyo. Ambas son más jóvenes que yo, que estoy justo en el medio siglo, y trabajan, siguen una dieta correcta, hacen ejercicio periódico, disfrutan de un buen autocontrol personal y poseen una pareja estable (es decir, no son "ancianas vulnerables" ni "personas en riesgo por su estilo de vida"). Pero ambas, también, introdujeron en su momento un elemento de altísimo riesgo en sus vidas: el consumo descontrolado de ibuprofeno. Este antiinflamatorio se emplea a menudo como antipirético y para tratar cuadros, precisamente, inflamatorios como los que aparecen con las artritis; pero también para aliviar todo tipo de dolores: desde las cefaleas hasta las molestias de la menstruación. Por ese motivo, algunas personas comienzan a tomarlo como quien devora un paquete de gominolas en cuanto sufre algún tipo de dolor. Patentado y comercializado durante los años 60' del siglo XX, el ibuprofeno hoy forma parte de la lista de "medicamentos indispensables" elaborada por la Organización Mundial de la Salud. Desde que se puede obtener libremente y sin receta en el mercado farmacológico (al menos en España), su consumo se ha disparado porque realmente es muy eficaz contra el dolor y porque la sobredosis provoca oficialmente una "baja cantidad de complicaciones", que en todo caso depende de la dosis ingerida y la tolerancia de la persona a la medicación.

Sin embargo, parece que esto no es exactamente así. Una de mis amigas es enfermera y, de hecho, detectó lo que le estaba ocurriendo en cuanto empezó a sufrir los primeros síntomas. Eso le permitió avisar a tiempo a su entorno para ser ingresada en un centro hospitalario y recibir un tratamiento adecuado que le ha permitido superar la crisis con mayor rapidez. Hablando con ella, me confesó su consumo habitual de esta medicación prácticamente ante cualquier dolor (igual que le sucedió a mi otra amiga) y la sospecha de que fue ese uso periódico el que le causó el problema. Posteriormente tuve oportunidad de consultar con otras personas relacionadas con el mundo sanitario que también me reconocieron que, en su sector, se comentaba a menudo en los últimos años la relación del ictus con un empleo regular del ibuprofeno, pero "no se puede hacer público hasta que no esté perfectamente estudiado, porque el medicamento sigue siendo bueno para usos puntuales y además hay mucho dinero invertido por las farmacéuticas". Ah..., el dinero, el eterno, maldito y blasfemo dinero...

Los peligros del ibuprofeno me recordaron automáticamente el problema generado a finales de los 50' y principios de los 60' por la talidomida. Este fármaco, igualmente eficaz como sedante y recomendado como calmante de las náuseas durante el embarazo, se hizo muy popular porque en su momento se dijo que no causaba prácticamente efectos secundarios y, en caso de sobredosis, no era mortal. El exceso de confianza en ese fármaco lo pagaron miles de niños que nacieron con graves malformaciones, sin extremidades o con ellas muy cortas, por un defecto congénito que provocaba la talidomida. Y daba igual que no lo hubiera tomado la madre si el padre era consumidor de este calmante, porque se alojaba en el esperma y, en el momento de la concepción, infectaba al óvulo fecundado.

Hay otros casos de medicinas en apariencia eficientes y recomendables que el tiempo ha demostrado no eran sino peligrosos venenos (aunque, como dice el clásico, "el veneno está en la dosis") y tuvieron que ser retiradas del mercado. Unas, más conocidas que otras..., según la cantidad de dinero que la correspondiente empresa farmacéutica haya invertido para suavizar su recuerdo o directamente eliminarlo de la memoria social.

Luego, también tenemos el caso de las sustancias cuyo riesgo se denuncia periódicamente pero es ignorado por los dormidos homo sapiens que, engañados por la industria cultural, creen que se trata de exageraciones y no hacen caso de la advertencia hasta que es demasiado tarde. Sucede por ejemplo con el cannabis. Hoy sabemos que la "marihuana" tiene mucho que ver con el deterioro neuronal y que su empleo regular a lo largo de amplios períodos vitales se paga con la aparición posterior de demencias como el propio Alzheimer. A pesar de ello, el "inofensivo" porro, a día de hoy, sigue siendo bien tolerado por la sociedad e incluso ensalzado en ciertos ambientes como el juvenil o el creativo, como símbolo de supuesta libertad personal. "¿A quién le hace daño un porro? Es sólo para coger el 'puntito' y relajarse. No seas antiguo y dale una caladita, que parece que te has quedado en el siglo XV", dicen con presuntuosa y boba alegría sus ciegos usuarios habituales. Aunque lo más patético es cuando te sale alguno relacionando su consumo con ¡¡¡ el Camino Espiritual !!! con fabulaciones y sandeces del estilo "los chamanes indígenas son grandes consumidores y ello les permite ser personas evolucionadas..."

Bueno, pues a finales de mayo pasado se presentó el enésimo estudio desvelando el "fabuloso" efecto del cannabis. Un equipo de investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) hizo público el descubrimiento de un mecanismo que relaciona el consumo excesivo de este producto con alteraciones del sistema nervioso que conducen a la psicosis y la esquizofrenia. Estos efectos del cannabis inhalado pueden remitir con el tiempo e incluso son reversibles, con un adecuado tratamiento que incluye por supuesto la renuncia definitiva a seguir fumándolo..., pero la repetición de la conducta producirá "daños duraderos del sistema nervioso", sobre todo si existe una predisposición genética previa. Y para los que digan: "Eh, se refiere al consumo excesivo", la respuesta es ¿quién decide qué es excesivo? Una persona puede emborracharse con un botellín de cerveza mientras otra se toma dos jarras como si fuera agua y sigue perfectamente dueña de sí misma... Eso, sin tener en cuenta que los más jóvenes (que se encuentran entre los principales usuarios de cannabis) aún están en proceso de maduración de su sistema nervioso, así que resultan especialmente afectados por su empleo. 

Éste es sólo el último de los trabajos científicos publicados sobre el cannabis y cuidadosamente arrinconados por los grandes medios de comunicación que, sin embargo, no dudan en usar grandes titulares y escribir artículos simpáticos cuando se habla de las supuestas propiedades positivas de esta planta como sedante para enfermos terminales (terminales, ese adjetivo cuyo significado parece escapársele por sistema a los defensores del consumo de "María") o como forma de entretención de algunos prescindibles y sin embargo muy populares ídolos musicales o del famoseo barato. 

Somos lo que comemos, explica otro pensamiento clásico. Y también lo que nos medicamos, podríamos añadir. En los antiguos cuentos de vampiros se dejaba muy claro que el monstruo no podía pasar al interior de una casa protegida si no recibía el permiso previo del dueño. Por eso este malvado parásito (desfigurado y camuflado hoy como un tierno personajillo peliculero cuando es la perfecta metáfora de cierta homínida termita destructora de civilizaciones) aprendió a disfrazarse y cambiar de aspecto a fin de engañar a su futura víctima para que le franqueara el acceso a su hogar. Nosotros somos los principales responsables del buen estado de lo que llamamos nuestro cuerpo: esa máquina que empleamos para movernos por este escenario en tres dimensiones donde se desarrolla el juego de rol en el que estamos ahora implicados. Tenemos la obligación de vigilar qué "medicinas" le administramos. Personalmente, puedo decir que no conozco el nombre de mi farmacéutico.

Por lo demás, tampoco es tan extraño que en un mundo progresivamente enloquecido como el nuestro las enfermedades que más perspectivas de crecimiento ofrecen sean justo las relacionadas con la demencia...