Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 30 de noviembre de 2018

El rey que cazaba leones

He leído un cuento en redes sociales que está ilustrado con imágenes medievales pero cuyo contenido y desarrollo se me antojan mucho más antiguos. Quizás incluso mesopotámicos. Lo transcribo a continuación cambiando algunos detalles (diré león por leopardo y dioses por dios, por ejemplo) y de esta manera creo que encaja mejor en la que debe ser su real antigüedad... Es la historia de un rey al que le gustaba mucho cazar y salía a practicar su diversión favorita con su sirviente preferido. En cierta ocasión, disparó a un león y, dándole por muerto, se acercó hasta donde se encontraba el animal. Pero éste, en sus últimos instantes de vida, se revolvió y le atacó. El sirviente, que se había quedado atrás para dejar que su amo disfrutara del momento, acudió enseguida en su ayuda y remató al animal aunque no pudo evitar que el rey perdiera un dedo debido a la furia del león moribundo. Rápidamente, le atendió para curarle.

Enfadado, el rey gritó y blasfemó entonces contra los dioses afirmando que, si éstos fueran buenos de verdad y le hubieran protegido de la manera adecuada, el león no le habría atacado -olvidando que el animal había sido su víctima- y mucho menos hubiera quedado mutilado en aquel lance. El sirviente trató de tranquilizarle pidiéndole que no insultara a los dioses, porque éstos habían protegido siempre a su linaje y a su reino y hacía mal en querer indisponerse con ellos. Además, aseguró que todo lo que hacían era por un motivo concreto y que nunca se equivocaban en sus decisiones.

El rey se indignó verdaderamente por el hecho de que su sirviente favorito no le diera la razón y le preguntó, con desprecio:

- Entonces, si decido encadenarte y arrojarte a una celda oscura, aún sin que hayas cometido crimen alguno que motive esa orden, ¿estarías de acuerdo en que los dioses darían el visto bueno a esa injusticia y entenderías que eso sería, después de todo, lo mejor para ti?

- Aunque esa orden no obedeciera más que a vuestro capricho, la aceptaría sin más porque, si pasa, es que así está escrito que debe pasar y será lo mejor para mí, de acuerdo con la voluntad de los dioses -contestó el sirviente con sincera modestia.

Preso de la rabia y sin comprender el porqué de la absoluta tranquilidad de aquel hombre, el rey cumplió su amenaza y, en cuanto regresaron a palacio, ordenó encadenarle y encerrarle en una de sus peores mazmorras. Luego, se olvidó de él.

Unos meses más tarde, el rey salió de nuevo a cazar, acompañado esta vez por su nuevo sirviente favorito. No encontraron ninguna pieza digna de ser perseguida y rendida por sus armas. Buscando algún animal que mereciera la pena, se alejaron más de lo prudente hasta que llegaron a salir del reino y se internaron en un territorio inexplorado. Allí fueron sorprendidos de pronto por un numeroso grupo de guerreros desconocidos y hostiles, que les desarmaron y capturaron sin dificultad. Luego les llevaron a su pueblo y allí les encerraron.

- ¿Qué haréis con nosotros? -preguntó el rey intentando mostrarse sereno e invocando su autoridad, allí inexistente.

- Seréis ofrecidos a nuestro dios, porque él reclama sacrificios humanos regularmente y es nuestra obligación y privilegio saciar su hambre -le contestaron los que les habían capturado.

Dicho esto, el sirviente fue llevado hasta un altar y, delante del rey y de todo aquel pueblo desconocido y violento, fue degollado en honor al dios en una ceremonia terrible. La muchedumbre reaccionó con gritos de alegría a los últimos estertores de la víctima, mientras su sangre empapaba el lugar. Desesperado, el rey intentó resistirse cuando le forzaron a caminar hacia el sitio del sacrificio, pero no pudo evitar ser arrastrado por sus captores y colocado en el mismo altar.

Entonces el sacerdote encargado del sacrificio encogió la nariz y negó con la cabeza y, ante la decepción de los presentes, ordenó que el rey fuera liberado y expulsado del pueblo, como si fuera un apestado. Aturdido, apenas acertó a preguntar por qué le habían perdonado la vida y recibió una respuesta seca y cargada de menosprecio:

- Te falta un dedo. No estás completo, no eres una persona digna de ser ofrecida a nuestro dios. Deja de ofenderle con tu vergonzosa presencia y lárgate de aquí o te mataremos igual, pero a palos: como a un perro.

Así que se marchó corriendo y no se detuvo hasta alcanzar su reino y, luego, su palacio. Una vez allí mandó liberar a su antiguo sirviente favorito y que fuera aseado, vestido y perfumado antes de llevarle de nuevo a su presencia. Cuando estuvo ante él, le contó con todo detalle cuanto le había ocurrido en la última cacería y concluyó con un humilde reconocimiento:

- Tenías razón, aunque no quise escucharte: los dioses nunca se equivocan. Hicieron que aquel león me arrancara un dedo porque de esta manera salvaría mi vida.

El sirviente no dijo nada. Se limitó a asentir y sonreír.

- Pero hay algo que no entiendo. ¿Por qué no fueron buenos contigo, también? ¿Por qué no evitaron que yo te encadenara y encerrara, cuando no habías hecho nada malo, excepto salvarme la vida primero y tratar de aconsejarme bien después?

- Oh, sí que fueron buenos. De hecho, muy buenos -explicó el sirviente-. He estado varios meses descansando en la celda, a la sombra y sin trabajar, sin que nadie me molestara. Además, si no hubiera permanecido todo este tiempo en la mazmorra, mi lugar lógico habría estado a tu lado durante la cacería así que el sirviente muerto hubiera sido yo y no el otro que te acompañaba, puesto que yo también conservo mis diez dedos.

Y es exactamente así, como se cuenta en este relato de desconocida antigüedad (ahora que lo pienso, podría ser una de las historias de mi profesor de Misticismo y Paradojas, el mulá Nasrudin), la manera en que funciona la vida. Todos los días nos pasan cosas que no terminamos de comprender en primera instancia (a veces, ni siquiera en la última) y que calificamos de buenas o malas en función del placer y satisfacción o del dolor e incomodidad que nos generan a corto plazo. Sin embargo, estamos incapacitados para determinar la bondad (o maldad) real de esos sucesos. En la mayoría de las ocasiones no llegamos a evaluar correctamente la importancia de lo que pasó hasta mucho tiempo después, una vez que hemos certificado las consecuencias reales que han tenido en nuestras vidas. Y para entonces constatamos con sorpresa que lo que en un tiempo nos pareció un desaire de la fortuna o incluso un drama personal, en verdad terminó convirtiéndose en lo mejor que nos pudo pasar en aquel momento a tenor de las circunstancias dadas. O viceversa.

He aquí el porqué de la necesaria impasibilidad que nos enseña en la Universidad de Dios otro de mis profesores: Epícteto, el de Filosofía. Nos ha repetido una y otra vez que uno debe mantenerse imperturbable, impávido, suceda lo que suceda, sin prestar oídos al fracaso y la tragedia y aún menos al triunfo y el éxito. 

Aunque aparecen a nuestros ojos con ropajes muy diferentes y siempre intentan llamar nuestra atención, todos ellos son fantasmas. 







viernes, 23 de noviembre de 2018

Controlando chinos

Se viene hablando de ello en público desde hace pocos años (aunque los trabajos para refinar la idea existen desde hace mucho más tiempo) pero en los últimos meses se ha confirmado que nos encontramos al comienzo de una de las principales pesadillas de las ucronías más pesimistas de control social: un Gran Hermano real, como el descrito por Orwell en sus textos, que por cierto deberían ser de obligado conocimiento (aunque en España, el nivel intelectual del ciudadano medio es tan lamentable que combinar ambos conceptos, Gran Hermano y obligado conocimiento, da como resultado destacado una enorme legión de millones de zombificados espectadores del programa de televisión cuyo título parodia al gran protagonista de 1984). Como no podía ser de otro modo, el Gran Hermano real se está ensayando ahora, ya, en este mismo momento, en un régimen comunista. Para ser más concretos, en China, en medio del atronador silencio de esas (falsas) democracias occidentales que dicen defender la libertad del individuo y que en realidad están todas ellas arrodilladas ante el poder de Mammón, ese diabólico dios de nombre chocante (y seguramente falsificado: es demasiado parecido al del benévolo y amoroso Amón) que se encarga de ayudar y promover la avaricia y el vicio del dinero.

(Entonaban los Monty Python, hace ya casi cuarenta años, aquello de I like chinese -Me gustan los chinos-, una graciosa cancioncilla en apariencia políticamente correcta en cuya letra destacaban frases como "Yet they're always friendly and they'ready to please" -"Son siempre amistosos y dispuestos a agradar"- pero con alguna que otra advertencia añadida. Por ejemplo: "There's nine hundred million of them in the world today/You'd better learn to like them, that's wat I say" -"Hay novecientos millones de ellos en el mundo hoy día/Lo que digo es que será mejor que aprendas a apreciarlos"-. O, más directamente,"The chinese will survive us all without any doubt" -"Los chinos nos sobrevivirán a todos, sin ninguna duda"-. Como cualquier persona inteligente, los miembros del grupo británico sabían que tú puedes ser una perla rara, una entre cien mil mucho menos valiosas, pero perecerás y desaparecerás irremediablemente sepultada si esas cien mil te caen encima, porque en el mundo de lo material el número es la base de cualquier victoria a largo plazo. Mac Namara me lo ha explicado muchas veces con distintos ejemplos al hacer referencia al bombardeo psicológico sistemático que sufrimos los europeos desde el final de la Segunda Guerra Mundial -demonizando la maternidad, inventando mil y una sexualidades a cual más extravagante, destruyendo el núcleo familiar de todas las maneras imaginables, promocionando hasta la saciedad el aborto incluso cuando no es necesario o invocando la solidaridad y el amor al prójimo para abrir las fronteras de par en par, entre otras tácticas- con el objetivo de reemplazar demográficamente a la población autóctona europea y, si es posible, aniquilarla por completo. Suena brutal, cuando uno no se ha tomado la molestia de estudiar el asunto a fondo, pero es exactamente así.)

Sin embargo, ése es otro tema. Hoy estábamos con lo del Gran Hermano. Esa misma China llena de chinos simpáticos (tal vez no tan simpáticos, según me han contado diversas personas que han tenido oportunidad de vivir entre ellos en su país y ampliar la foto fija que tenemos aquí del sonriente vendedor en las tiendas de todo a cien; supongo que habrá de todo, como en todas partes) es el escenario donde se está aplicando ya, sin que nadie diga ni mu, la transformación definitiva del homo sapiens en homo ganado. Desde el 1 de mayo (¡precisamente el 1 de mayo, una "fecha curiosa", como diría mi gato conspiranoico!), el gobierno del presidente Xi Jinping ha puesto en marcha la implantación del carnet de buen ciudadano, con la idea de que esté plenamente operativo en 2020. Dentro de dos días, como quien dice.


Como a los animales no hay que asustarles para evitar que protesten o se rebelen, es necesario aplicar esta iniciativa pasito a pasito. Por eso, las primeras medidas son sólo castigos menores y para los que han actuado mal se mire como se mire. Así, según la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma china, las personas que usen billetes de transporte caducados, faciliten falsa información sobre terrorismo o fumen en un tren son penalizadas prohibiéndole su acceso a trenes y aviones durante un año. Parece algo correcto: el que la hace la paga y tampoco es un castigo tan relevante. Ahora bien, es la misma técnica que cuando se introduce un impuesto nuevo. Para evitar el rechazo inicial, se impone de entrada una cantidad a cobrar irrisoria..., y cuando el ciudadano se acostumbra a pagar esa minucia se le puede empezar a subir progresivamente.

Así que primero los chinos se están acostumbrando a las sanciones por actividades decididamente malas y, más tarde, éstas se ampliarán a cualquier tipo de actos que no le gusten al gobierno, hasta crear un sistema de puntuación de "buenos" y "malos" ciudadanos según sus hábitos sociales, el tipo y la frecuencia de productos que consuman, las amistades que tengan, etc. La evaluación ciudadana para considerar "buena" o "mala" a una persona es tan delirante, que entre las penalizaciones figuran las de aquellos ciudadanos "que ofrezcan disculpas poco sinceras". Y cuando el sistema esté funcionando, los puntos que obtenga cada ciudadano le permitirán alquilar una vivienda (o no, aunque disponga de dinero suficiente), matricular a sus hijos en una escuela privada (o no, aunque la tenga al lado de su casa y pueda pagarla), trabajar en determinados empleos (o no, aunque esté capacitado para el puesto al que aspira), obtener un préstamo (o no, aunque sea un ciudadano económicamente intachable) y hasta ser recibir tratamientos de la sanidad pública (o no, aunque no tenga dinero para pagarse una privada). El gobierno chino dice que así se construirá una "cultura de la sinceridad" que promueva "la honestidad, la confianza y la integridad" porque "mantener la confianza social es glorioso""las personas confiables podrán ir a cualquier lugar bajo el cielo, mientras que aquéllas que no lo merezcan no podrán dar un solo paso". Poesía legal.

"Es imposible, no podrán hacerlo, hay demasiados chinos para poder controlarlos a todos", dice un escéptico allí, al fondo de la sala. De hecho, hoy hay más o menos unos 1.300 millones de chinos (han aumentado un poco respecto a la época en la que los Monty Python cantaban su canción). Demasiada gente..., en apariencia. Pero sí, es posible. Y lo es gracias al estricto control de las autoridades chinas sobre Internet y las redes sociales (al cual se pliegan hasta las, en Occidente, todopoderosas compañías del estilo de Google y Facebook, que aceptan las limitaciones impuestas desde el gobierno de Pekín. Y también gracias a los varios cientos de millones de cámaras de vigilancia instaladas ya en su país, muchas de las cuales funcionan con inteligencia artificial. Y por si fuera poco, hay ocho empresas privadas (el ocho es el número de la suerte para los chinos) que han recibido el visto bueno oficial para desarrollar cada una su propio sistema experimental en este sentido y puntuar a ciudadanos clientes. Una de ellas, la más conocida seguramente por aquí, es Alibaba. Chris Tung, uno de sus directivos, reconocía en una entrevista hace unos meses que "no se pueden imaginar la cantidad de datos personales a que tenemos acceso". Literalmente, saben qué tipo de películas ve una persona en concreto, qué música oye, qué estilo de vida tiene. Todo. 

Un ejemplo gráfico de hasta dónde han llegado las cosas a día de hoy es el de la empresa Face++, dedicada al reconocimiento facial, que dispone ya de una tecnología tan refinada que permite, a partir de imágenes tomadas en escenarios públicos como una estación de tren, identificar a 120 personas por segundo. Repito: 120 personas por segundo. Combinando esas imágenes tomadas directamente de la calle con las bases de datos oficiales a las cuales tiene acceso directo, esta compañía puede localizar con relativa facilidad (y avisar a la policía para su detención) a todo tipo de "criminales y personas buscadas", como se jactan sus técnicos. Ojo a la expresión empleada: criminales y..., personas buscadas, que no tienen por qué ser criminales. Sólo buscadas, porque por algún motivo resultan incómodas para las autoridades. Face++ se fundó en 2011 y hoy dice trabajar, además de con el gobierno chino, con cerca de 300.000 empresas y particulares en todo el mundo. En algunas ciudades como Shanghai o Hangzhou, su tecnología ya se utiliza para llamar la atención de ciudadanos que no cumplen la ley -o que simplemente se despistan- y tienen paneles grandes en la calle donde se muestra la cara del peatón que ha cruzado indebidamente saltándose un semáforo o del ciclista que se ha metido por dirección contraria. Su rostro sólo desaparece de ahí si pagan la multa correspondiente.

(Esto del reconocimiento facial para supuestamente facilitar la vida de las personas se ha puesto de moda también en esta parte del mundo por culpa de los teléfonos móviles que utilizan ese sistema para desbloquearse. Particularmente, he de decir que nunca he metido mi rostro en uno de esos teléfonos, ni por supuesto mi huella digital. Las compañías que venden estos terminales han asegurado reiteradamente que no recopilan esa información porque no llega a salir de los propios aparatos, pero los centros comerciales también insisten todos los años por estas fechas en que ya están de camino tres reyes magos de Oriente en camellos para traernos regalos.)

El diario The Global Times publicó que ya en 2010, en la provincia de Jiangsu, se intentó imponer un programa de control social de este tipo que incluía la evaluación de la postura política de los ciudadanos. En el carnet de puntos asociado, una de las razones que restaba crédito a los sancionados era el hecho de que uno pudiera ser calificado de "peticionario". Adquiría ese calificativo si se dedicaba a viajar a Pekín para quejarse ante la administración central del comportamiento de las autoridades locales. Atención: a uno le convertían en "mal" ciudadano con independencia de que su queja tuviera razón o no, sólo por el hecho de osar quejarse. Los habitantes de la región protestaron y el programa se retiró..., de momento. ¿Qué pasará en 2020, cuando se haya implantado el proyecto general? No es difícil de imaginar.

"Ay, cómo son estos chinos..., pero eso pasa en su país. Nosotros no nos dejaríamos", vuelve a comentar el mismo escéptico de antes, con la misma supina ignorancia. 

Y es que seguramente los lectores veteranos de esta bitácora ya estarán enterados pero, para los que no, me gustaría recordar que el pasado miércoles el Senado de España aprobó la nueva Ley de Protección de Datos, supuestamente redactada para proteger a los ciudadanos de nuestro país de los abusos en el sector informático. Sus "señorías" aprobaron la norma con 220 votos a favor y sólo 21 en contra. En el Congreso de los Diputados, todo el mundo había votado a favor. "Protejamos a los españoles de las empresas internacionales y también de las nacionales e incluso de algunos particulares..., todos ellos muy malvados porque quieren recopilar información sobre los ciudadanos sin su consentimiento para aprovecharse y venderles luego todo tipo de productos", era el discurso general de los dirigentes políticos. 

Pero..., resulta que esa ley contiene un artículo, el 58 bis, que permite a "partidos políticos, coaliciones y agrupaciones electorales" recopilar "datos personales relativos a las opiniones políticas de las personas" y que, además, declara que la propaganda electoral a través de Internet "no tendrá la consideración de actividad o comunicación comercial". Es decir, los partidos se reservan la capacidad de poder hacer sin pedir permiso lo que está estrictamente prohibido que haga nadie más en España. Una compañera se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y redactó y publicó una información al respecto que ha abochornado a todos los partidos parlamentarios españoles. 

Y cuando digo todos, son todos. Porque resulta que todos votaron a favor de concederse a sí mismos el privilegio de espiar y clasificar a los ciudadanos españoles en "buenos" (si tienen intención de votarme) o "malos" (si van a votar a otro). De hecho, esto significa abrir la puerta a la creación de perfiles personales basados en la ideología de cada ciudadano que -no creo que haya nadie tan ingenuo como para pensar lo contrario- se guardarían para seguir utilizándolos después del período electoral contemplado en la redacción de la ley. Lo que no esperaban los líderes políticos españoles es que se publicara esa información denunciando la maniobra, que cayó como una bomba entre los medios de comunicación, y, a la hora de ratificar el voto en la Cámara Alta, cuatro partidos, con una actitud especialmente cínica, decidieron votar al revés de como lo habían hecho en la Baja echándose públicamente las manos a la cabeza ante este atropello a los ciudadanos e incluso planteándose recurrir la ley al Tribunal Constitucional. Así funciona la hipocresía: mientras nadie se entere, se puede actuar de manera indigna con total impunidad, pero si la historia sale a la luz, uno debe ponerse al frente de las protestas del "pueblo". La misma compañera que escribió la noticia, a la que he felicitado por hacer honor al oficio de periodista, me contó que algunos expertos le habían revelado que "este tipo de violación de la intimidad vía Internet es bastante frecuente en realidad, pero ilegal; lo que intentan ahora es hacerlo legal".

Esos expertos también le comentaron que "el partido actualmente en el gobierno, el PSOE, es quizás el que más ilegalidades de este tipo ha cometido hasta ahora en Internet, y por eso ha sido el más interesado en sacar adelante la nueva ley". No sólo en Internet, de hecho. Personalmente, hace ya muchos años que otros compañeros de profesión me revelaron la existencia -e incluso me enseñaron alguno de estos documentos- de los muy detallados informes elaborados regularmente por al menos una de sus fundaciones (y, en honor a la verdad, de las de otros partidos políticos también) sobre los periodistas de mayor influencia en España, clasificándolos de acuerdo con su ideología, sus puntos débiles y otros datos personales y profesionales. 

Lo que ha sucedido en todo caso con la tramitación de la nueva Ley de Protección de Datos es especialmente preocupante si tenemos en cuenta que el pasado mes de septiembre la vicepresidenta del mismo ejecutivo, Carmen Calvo, no tuvo pudor alguno en plantear en una conferencia pública (¡Además, en medio de las XVI Jornadas de Periodismo de la APE, la Asociación de Periodistas Europeos!) la necesidad de imponer la censura en España. Por supuesto, con  "justificaciones adecuadas" como la, a su juicio, alarmante proliferación de noticias falsas, bulos o malas prácticas..., como si todo esos vicios no fueran desde siempre el-pan-nuestro-de-cada-día entre los riesgos de esta profesión. Calvo argumentaba que "la situación es tan inquietante y el riesgo es ya tan grande que necesitamos empezar a tomar decisiones que nos protejan", o sea regular la libertad de expresión y el derecho a la libre información, porque según ella "no lo resiste todo" y hay que proteger los valores que están "muy por encima de nuestras individualidades"

Siguiendo el mismo discurso que tantas veces hemos escuchado en las dictaduras declaradas como tales -especializadas en matar al mensajero- la vicepresidenta tenía el cuajo de asegurar sin que le temblara un músculo que "la sociedad entera se ha divorciado de toda una profesión" (la periodística) porque los ciudadanos "ya no confían en lo que leen u oyen". Como era de esperar, no hizo autocrítica preguntándose si a lo mejor los ciudadanos no confían en lo que leen, entre otras cosas porque los periodistas recogen lo que dicen los políticos y éstos mienten más que hablan (y su gobierno sabe bastante de esto, como cualquier observador objetivo ha podido comprobar en los últimos meses ante la batería de medidas y contramedidas incoherentes que todos conocemos y no hace falta repetir aquí). Su conclusión: "necesitamos información, pero que sea veraz". O, lo que es lo mismo: necesitamos la información que el gobierno decida que es veraz.

Ojo, que no es el único partido que dice estas cosas. Ni mucho menos. Hay que recordar que el que fuera ministro de Justicia del gobierno anterior, Rafael Catalá, del Partido Popular, ya propuso sancionar a los medios de comunicación que publicaran filtraciones. Es el mismo mensaje: que sólo se publique lo que el gobierno quiere que se publique. Y una de las declaraciones más polémicas del entonces recién llegado líder de Podemos, Pablo Iglesias, fue aquélla en la que abogaba por el control público (léase, el poder gubernamental) de los medios. También tenemos ahí ese informe que presentó hace unos meses Reporteros Sin Fonteras denunciando el acoso a periodistas en la Cataluña controlada por JuntsXCat y ERC: desde la persecución del que fuera consejero de Interior de la Generalitat, Joaquim Forn, contra el director de El Periódico, Enric Hernández, hasta los actos de violencia de los seguidores de estos partidos políticos contra Telemadrid, Crónica Global, La Sexta y otros medios. Y así todo.

He sido y soy el primer crítico de la falta de independencia que tan a menudo padecen los medios de comunicación (no sólo los españoles) y también de otros problemas que han ensuciado la labor del Periodismo desde que existe como profesión regulada. Pero también soy el primer defensor de la libertad de expresión (como de todas las libertades) y de la necesidad de una prensa sin las manos atadas, capaz de ejercer de contrapoder ante la tentación totalitaria de todos los partidos, da igual cómo se definan en el espectro político. Todo el mundo debe poder decir lo que quiera. Y, eso sí, responsabilizarse automáticamente y asumir las consecuencias de lo que ha dicho si ha incurrido en una ilegalidad. Particularmente, no me extrañaría figurar ya en más de un listado de "buenos" o "malos" periodistas pero ¿qué le importa eso a un inmortal?






viernes, 16 de noviembre de 2018

La conspiración, para el que la conspira

Una de las películas más sugerentes de Mel Gibson, un cineasta que a día de hoy continúa crucificado por los popes de Hollywood a pesar de sus rituales peticiones de perdón y de sus recientes intentos de volver a primera línea, se titula Conspiracy Theory (La teoría de la conspiración, aunque en España llegó a los cines con el título recortado de Conspiración, sin más): fue rodada por Richard Donner y estrenada en 1997. Relata la historia de un taxista neoyorquino llamado Jerry Fletcher (Gibson) que está verdaderamente obsesionado por las conspiraciones, hasta el punto de rozar la paranoia. Es su tema favorito de conversación con sus clientes (uno de ellos es, precisamente, Donner quien aparece haciendo un cameo) y el contenido de un boletín que distribuye entre un puñado de suscriptores. Pero Jerry tiene otra misión en la vida: la protección, sin que ella lo sepa, de una abogada llamada Alice Sutton (Julia Roberts), que trabaja en el Departamento de Justicia de los Estados Unidos y de la que está enamorado. Ella piensa que el taxista está simplemente desequilibrado pero acaba descubriendo que las tramas secretas de las cuales él le habla, o al menos una de ellas, son muy reales. Y, además, le afectan directamente...

Para el recién llegado al mundo de las conspiraciones la película puede resultar un thriller un tanto bizarro y bastante exagerado, pero un público más veterano en la materia como mi gato Mac Namara o como más de un lector habitual de esta bitácora sabrán reconocer ciertos guiños y detalles del guión (sin ir más lejos, en los primeros cinco minutos del largometraje) y no podrán evitar asentir con una sonrisa en algunas escenas concretas. Las turbias maniobras de la CIA, las armas sísmicas, los efectos de la fluorización del agua, los misteriosos helicópteros negros que aparecen en escenarios complicadosla implantación de microchips en los seres humanos, el programa MK-Ultra, el mítico 'disparador' de El guardián en el centeno, el Nuevo Orden Mundial... Temas todos ellos que hoy resultan muy reconocibles por el connoisseur de lo conspiranoico, pero que a finales de los 90 no eran todavía muy conocidos entre el público español (a pesar de que por esas fechas ya había triunfado en la televisión la popular serie Expediente X). La película cuenta además con alguna sorpresa añadida como el hecho de ver a Patrick Stewart interpretando un papel de "malo": el del doctor Jonas. 

A día de hoy, todavía no tengo muy claro si esta película se rodó para ridiculizar a los conspiranoicos o para defenderlos. O tal vez para ambas cosas al mismo tiempo. Como explican todos los cineastas que han tenido la oportunidad de sobrevivir a la experiencia para contarlo posteriormente en sus memorias o en alguna entrevista en profundidad, Hollywood es un nido de víboras manipuladoras. Y como detallan todos los conspiranoicos de pata negra, su principal misión es la de fabricar el mayor número posible de cuidadas dosis de programación mental que serán posteriormente insertadas en el público bajo una apariencia cultural o de entretenimiento. Esta programación está destinada a forzar a la sociedad a pensar en lo que quienes pagan la "fábrica de sueños" (nuestros viejos conocidos: los Amos) quieren que el público piense, de manera que actúe de manera previsible y así pueda seguir esclavizado sin darse cuenta.

En ocasiones, algunos productores y guionistas de lo que yo llamo "la Resistencia" consiguen introducir unas notas discordantes en la sinfonía general de sueños y firman unas películas sorprendentes que alteran la nana predominante y pueden llegar a despertar a los espectadores de sueño más ligero. Lo hacen porque esa gente de la Resistencia tiene ciertos conocimientos acerca de lo que está sucediendo de verdad y luchan a su manera disfrazados de sirvientes de Hollywood, boicoteando desde dentro mismo de sus entrañas su secreta misión de control social. Hemos comentado algunas de esas películas tan "especiales" en esta bitácora: MatrixEl show de TrumanBraveEnemigo públicoProyecto BrainstormDark CityLa Bella y la BestiaLa misiónCuando el destino nos alcance, Están vivos... Y tantas otras. Lo que las diferencia de lo que los eruditos a la violeta llaman mainstream no es el formato (algunas se presentan como un thriller, otras como inocentes dibujos animados, a menudo son de ciencia ficción...), ni la época en la que se desarrollan (cualquier lugar del pasado o del futuro, un instante del presente, un tiempo alternativo...), ni los protagonistas principales (un chico, una chica, un chico y una chica, un grupo de amigos, un animal...), ni mucho menos el equipo cinematográfico (un director concreto, unos actores particulares, un compositor famoso de bandas sonoras...). No, el meollo de la cuestión está en el guión: en lo que cuenta la película y, a menudo, sobre todo en lo que no cuenta pero sugiere.

Y es que esta gente de la Resistencia comprende que la idea de la conspiración no es ninguna estupidez, como se intenta presentar cada vez más a menudo en los medios "serios" de comunicación, colonizados hoy por nuevos inquisidores que defienden implacablemente la fe en lo cotidiano, como profetas soberbios de todo-aquello-que-no-se-sale-ni-debe-salirse-de-lo-normal, a no ser que forme parte de lo que se conoce como disidencia controlada (por ejemplo, puedes y debes tatuarte cuanto más mejor, envenenando así tu piel a largo plazo, y además puedes mutilarte con piercings..., pero no se te ocurra pensar más allá de las opciones políticas formales). La conspiración, como deduce en poco tiempo cualquiera que haya estudiado la Historia a fondo, da igual en cualquier época, es una de las realidades recurrentes y mejor comprobadas a lo largo de los siglos de los que guardamos memoria. 

Conspiradores (cada uno a su estilo y por sus propias razones) fueron los que asesinaron a Julio César, los que organizaron la Revolución Francesa o los que desataron la Primera Guerra Mundial con el asesinato del archiduque Francisco, por citar sólo tres ejemplos. Y actividades secretas protagonizadas por gobiernos las ha habido a cientos, incluso en tiempos modernos y por ejecutivos supuestamente democráticos y defensores de sus ciudadanos que en realidad utilizaron a éstos como si fueran su propiedad privada. Esto se ha demostrado hasta la saciedad, aunque nunca suele citarse en los artículos de los estudiosos "escépticos" y "racionales" que se ríen de la "ingenuidad" e "ignorancia" de los "creyentes en conspiraciones". En esos artículos se habla reiteradamente de tonterías como la Tierra plana o los extraterrestres de todo tipo y tamaño que nos invaden, rodean y meriendan..., pero brillan por su ausencia hechos demostrados y publicados como los despiadados experimentos del gobierno de Estados Unidos con la sífilis en ciudadanos negros de Tuskegee (Alabama) o los que llevó a cabo el del Reino Unido en el metro de Londres desparramando en secreto la bacteria Bacillus globigii para estudiar posibles efectos de la guerra biológica en la capital británica. De ambas experiencias, y de otras aún peores, hemos hablado aquí.

Por estos motivos, la conspiranoia no deja de ser un comportamiento lógico de personas bien informadas frente a la actitud hipócrita, cínica y canalla (y en nuestros días cada vez más desvergonzada) de los gobernantes habituales (los que se ven y también de los que no se ven) del homo sapiens. Son capaces de mentir, engañar, robar, manipular, estafar, traicionar y cometer en general cualquier tipo de crímenes imaginables, hasta los más abyectos, incluso contra los ciudadanos que pagan sus sueldos como funcionarios del Estado (hasta un presidente del gobierno o de una república, hasta un rey en una democracia parlamentaria, no son en el fondo más que funcionarios, si bien con enorme poder), con tal de permanecer en sus respectivas poltronas y seguir disfrutando de los privilegios que les suponen.

Un ejemplo de los nuevos inquisidores lo tenemos en la serie de artículos publicados por cierta revista en su día muy vendida en papel que hoy lucha como puede (como todas) para mantenerse en pie tratando de adaptarse a los nuevos tiempos de Internet y el "todo gratis". En esos textos, se descalifica sin más a los investigadores de conspiraciones y a aquellas personas interesadas en los resultados de su trabajo por admitir la posible veracidad de "retorcidas teorías sin pruebas" equiparando algunos hechos ciertamente muy sospechosos de ser el resultado de una conspiración verídica con otros que no son más que inventos de gente con mucho tiempo libre. Y es que ya sabemos que mezclar verdades con falsedades es una técnica muy vieja para esconder la realidad pues, al descubrirse la parte falsa del hecho relatado, se descalifica sin más la parte real por considerarla también falsa.

En uno de estos artículos, la susodicha revista define al conspiranoico como compulsivo, autodidacta y capaz de memorizar los detalles más nimios de la teoría a la que se entrega. Afirma que nunca cambia de opinión respecto a sus creencias y que "siempre encuentra pruebas de que su hipótesis tiene visos de realidad" (esta última frase me ha hecho reír un rato..., es evidente que si uno no encontrara "visos de realidad" en una teoría no estaría dispuesto a darle crédito, sea conspiranoica o no). Interesarse por las conspiraciones no sólo puede llevarle a uno a "convertirse en un paranoico", sino que ¡oh, anatema! puede catapultarle, si adquiere poder, a la categoría de "tirano" dispuesto a desencadenar "procesos muy destructivos" como supuestamente le sucedió a Hitler, Stalin, Lenin o Mao Tse Tung. 

Como esta descripción resulta un tanto endeble hasta para el autor del texto, a continuación echa mano de un estudio italiano basado en Facebook: durante dos años los investigadores colgaron más de 4.700 noticias falsas, algunas con un aire científico y otras conspiranoicas puras y duras, para ver cómo reaccionaban los lectores. Según sus conclusiones, el 91 % de los defensores de las teorías de la conspiración eran incapaces de distinguir una broma absurda de una postura excéntrica pero argumentada. Vale, podríamos creernos el estudio italiano, si no fuera porque le pasa exactamente lo mismo a la inmensa mayoría de consumidores de Facebook, con independencia de que sean conspiranoicos o no. Y para demostrarlo, sin ir más lejos, tenemos el famoso caso de la influencia que nos cuentan tuvieron las fake news en los votantes de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Nuestra revista insiste: no, esa investigación de los italianos confirma otros trabajos similares que aseguran que los conspiranoicos carecen de habilidad para el pensamiento crítico, tratan de evitar contacto fuera de su círculo de interés y son incapaces de advertir cuándo se burlan de ellos. Vaya, parece que también es exactamente lo mismo que sucede con otros grupos de personas que nada tienen que ver con las conspiraciones, como los fanáticos de un club de fútbol, de un movimiento religioso o de sectas políticas como los independentistas que han ensuciado con churros amarillos buena parte de Cataluña.

Sí le doy la razón a la revista cuando dice que, de momento, hay pocos estudios sobre la conspiranoia. Bueno, le doy la razón en parte, porque hay pocos estudios publicados. Hace ya unos años, en este mismo blog, dejé por escrito algo que me explicó tiempo atrás cierta persona con conocimiento de causa: existen bastantes más investigaciones de las que podríamos imaginar (y es lógico, desde el punto de vista de los Amos) para tratar de averiguar por qué algunas personas poseen una fuerte capacidad de resistencia a ser "engullidas" por la masa y seguir el camino del rebaño como todos, sin preguntarse "cosas raras". Hay un interés evidente en conocer si estos librepensadores lo son por algún raro motivo biológico o por un condicionamiento diferente o por ambas razones o por qué, en cualquier caso, y si es posible reeducarlos para devolverlos al redil.


El resto del artículo va en el mismo tono, con afirmaciones y argumentos tan flojos como los ya descritos. Por ejemplo: "sus webs y foros se nutren de medias verdades" y las campañas para desacreditarlos consiguen "justo lo contrario: reforzar su creencia en una maquinación". Como si fuera una conducta humana muy diferente de la descrita en otros colectivos, como los citados un par de párrafos más arriba. Por cierto, el texto contiene algunas inexactitudes flagrantes, escritas sin sonrojo alguno. Entre ellas, calificar la hoy demostrada influencia de ciertas sociedades secretas como la francamasonería o el iluminismo en la Revolución Francesa como una simple "historia creada con éxito" pero no real. O referirse al "hoy casi desaparecido mundo de la ufología" cuando no han dejado de registrarse casos de avistamientos no aclarados durante los últimos años y esta misma semana conocíamos uno de los últimos con declaraciones de pilotos de distintas líneas aéreas en Irlanda. Pilotos: gente formada técnicamente, no aldeanos sin conocimientos científicos.

El caso de esta revista no es único, en absoluto. La versión española de cierto diario on line supuestamente prestigioso pero que (al menos en nuestro país) no se puede decir que haya alcanzado el nivel de influencia que esperaban sus impulsores, publicó hace unos pocos años un artículo advirtiendo soterradamente de lo peligrosos que son "los que creen en tramas ocultas". Su descripción insistía en que "tienden a ser personas muy inteligentes" que "sienten que sus capacidades no han sido adecuadamente reconocidas y se enorgullecen al encontrar fallos en los razonamientos de otros". ¿Muy inteligentes? ¿No habíamos quedado en que eran una pandilla de crédulos ignorantes? Este diario decía que los rasgos característicos del conspiranoico son (agarrémonos, que vienen curvas) "ansiedad, falta de control sobre la propia vida, extremismo político, pesimismo, tendencias paranoides subclínicas, sesgos de razonamiento, escasa confianza en la ciencia y las autoridades y un vínculo con otras creencias marginales como las paranormales". Le faltaba añadir que, además, prefieren la tortilla con cebolla y la pizza con trocitos de piña. 

Lo más divertido es que después de soltar esta andanada de descalificaciones que casi parecen describir a un mad doctor de película, el diario hace referencia a un experimento científico publicado en Psychological Science, según el cual "los conspiranoicos no son tan diferentes del resto" de personas de la sociedad (!). Es más,  el propio equipo de investigadores que lo elaboraron sugería analizar el perfil de los llamados escépticos, los que descartan absolutamente la existencia de cualquier tipo de contubernio de importancia, ya que en su opinión esto tampoco tiene sentido: "¿Acaso confían ciegamente en las autoridades y los medios?", se preguntaba.

Otro diario online de más reciente creación publicaba en febrero de este mismo año el enésimo artículo crítico contra la conspiranoia que, al mismo tiempo y de forma completamente contradictoria, ¡incluía "ocho teorías de la conspiración que resultaron ser ciertas"! (aunque sólo en parte, según advierten). Entre otras, reconocía el uso de drogas psicodélicas por parte de la CIA para experimentos de condicionamiento mental. Este diario llega a citar (¡oh, milagro de la divulgación conspiranoica!) nada menos que al proyecto MK-Ultra, que para tantos ciudadanos (muchos periodistas supuestamente informados incluidos) suena a organización secreta enemiga de James Bond. También recuerda la conspiración de las empresas tabaqueras para ocultar a la sociedad el daño a la salud de sus productos, sobre todo en forma de cáncer, disfrazando el consumo de cigarrillos, puros y demás variantes en un signo de elegancia, distinción y buen gusto, con ayuda de la publicidad. Y, en el mismo sentido, la conspiración de las empresas azucareras para ocultar que el consumo excesivo de azúcar provoca importantes trastornos de salud como los cardiovasculares, llegando a "subvencionar" estudios "científicos" para "demostrar" que los problemas de dieta había que achacarlos sólo a las grasas saturadas (por cierto, hablando del azúcar, ahí va una sugerencia: la próxima vez que cualquiera de los lectores se acerque a un supermercado, tómese la molestia de leer las etiquetas de los productos procesados que ofrece a la venta y verá qué sorpresa... ¡Prácticamente todos los productos -yo he llegado a encontrarlos hasta en el pan integral o las bolsas de patatas fritas- llevan azúcar en su composición! ¿Por qué? ¿Y qué relación tiene eso con la auténtica epidemia de diabetes que sufrimos en Occidente?).

Hablar libremente es ya casi una utopía en nuestras democracias contemporáneas. Pensar va por el mismo camino. Pero, en el fondo, ¿no hace eso más interesante la vida?

viernes, 2 de noviembre de 2018

Notas literarias

Escribo cuando puedo la continuación de mi Trilogía del dios demente cuya primera parte, Tuerto, fue publicada por Alberto Santos Editor en julio de 2017. La segunda parte se titulará Muerto y creo que es la primera vez que tengo claro el título, no ya de una novela, sino de una serie de tres, antes de escribirlas físicamente. Ya están escritas en mi cabeza y de lo que se trata ahora es de extraerlas de ahí y plasmarlas en sendos bosques de letras. De hecho, la tercera parte, su conclusión definitiva, se llamará EternoEs éste un proyecto que me interesa particularmente por una serie de razones demasiado larga para explicar aquí. Aunque, si lo pienso bien, casi todo lo que he publicado (veintintantos libros ya y no sé cuántos relatos, tanto en papel como en digital) lo he hecho no por pasar el rato o porque me divierta con ello sino porque quería contar cosas concretas. Aún más, porque quería leer cosas concretas, no las encontré por mucho que estuve buscándolas y al final tuve que ponerme a escribirlas para poder leerlas y quedarme a gusto.

Nunca he padecido esa legendaria "enfermedad" que se supone afecta a los escritores: el miedo a la hoja en blanco, a que te falte la inspiración o a que no sepas cómo continuar una historia (de hecho, ninguno de los escritores de verdad que he conocido la han sufrido o me han dicho jamás que la sufrieran). Es más bien al contrario: las ideas nunca faltan y se acumulan, gritan en la cabeza luchando por materializarse, por expresarse en público... Y el problema real es encontrar el tiempo para sentarse y parirlas de manera ordenada porque hago demasiadas cosas a la vez. Siempre he hecho demasiadas cosas, pero la vida es tan fascinante que resulta difícil renunciar a unas por dar prioridad a otras..., por fortuna soy inmortal y lo que no termine de hacer ahora sin duda lo haré más adelante. 

Una pregunta corriente cuando hablas de literatura con personas que nunca han escrito ni tienen intención de hacerlo (aunque siempre he aconsejado a quien me preguntó al respecto que se pusiera manos a la obra porque es una terapia fabulosa..., no importa que nunca te vayas a dedicar profesionalmente a las letras) es "¿pero de dónde sacas todas esas cosas que se te ocurren?" cuando se trata de una obra de ficción. O bien "¿pero de dónde sacas toda esa información que manejas?" cuando se refieren a la variante de ensayo. En este segundo caso, la respuesta es sencilla: hoy día, información hay toda la que uno necesite sobre cualquier tema que desee conocer. El problema radica en poseer el criterio suficiente para seleccionar sólo la que se precisa y en aprender luego a manejarla, ordenarla y, sobre todo, darle significado.

Respecto al primer caso, creo que en alguna otra parte de esta bitácora ya me referí al papel de las musas, así que voy a citar al Viejo Fritz porque en su última obra, Ecce Homo, resumió bastante bien en qué consistía esto de la inspiración. Él se refería sobre todo a la filosófica pero, dado que su filosofía se expresó después de todo a través de sus libros más que en sus clases o conferencias, sus párrafos son exportables a cualquier tipo de literatura. Decía el maestro prusiano que "La palabra revelación, tomada en el sentido de que cualquier cosa se nos revela de pronto (...) es la simple expresión de la realidad exacta. Se oye sin buscar nada, se recibe sin preguntar lo que damos. Semejante a un relámpago, la idea brota absoluta, necesaria, sin dudas ni vacilaciones. Yo nunca he tenido que elegir en esos casos. Es un encantamiento durante el cual nuestra alma, impulsada a una tensión sin medida, siente a veces el alivio de las lágrimas, y nuestros pasos, ajenos a nuestra voluntad, tan pronto se apresuran como se retardan. Es un éxtasis que nos envuelve por entero (...) En todo esto no interviene para nada nuestra libertad voluntaria." 

Así es: la idea llega y se impone. A menudo, me he visto a mí mismo escribiendo como si estuviera viendo una película en la pantalla de la mente cuyos acontecimientos me limitara a transcribir sobre el papel, o en estos últimos años sobre el ordenador, sin intervenir en el desarrollo de la acción de ninguna otra forma. Es una especie de conexión con Otro Mundo, tal vez con ese 96 % del Universo cuya composición desconocemos según reconocen los propios científicos, que se tiene o no se tiene. Es imposible forzarla. Continúa el Viejo Fritz: "Lo más extraño es el carácter de imposición absoluta que adquiere entonces la imagen, la metáfora. Se pierde la noción de lo que son una y otra. Es como si se nos ofreciera la expresión más natural, más precisa, la más sencilla de todas. Realmente, según palabras de Zaratustra, las cosas vienen por sí mismas a nosotros, deseosas de transformarse en símbolos (...) Con el ala de cada símbolo vuelas hacia cada verdad. Para ti se abren por sí mismos todos los tesoros del verbo, todo ser quiere transformarse en verbo, todo porvenir quiere aprender a hablar con tus palabras. Tal es mi opinión experta acerca de la inspiración. Y estoy seguro de que no hará falta retroceder muchos millones de años para encontrar a alguien que tenga derecho a decir: y la mía también". Tampoco hacía falta proyectarse muchos años en su futuro, nuestro pasado, para encontrar esas palabras en escritores posteriores.

No obstante, la idea hay que alimentarla. El grandioso JRR Tolkien lo explicó con claridad meridiana al referirse a El Señor de los Anillos afirmando que historias como aquélla "no nacen de la observación de las hojas de los árboles ni de la botánica o la ciencia del suelo, sino que más bien crecen como semillas en la oscuridad, alimentándose del humus de la mente: todo lo que se ha visto o pensado o leído, y que fue olvidado hace tiempo (...) La materia de mi humus es principal y evidentemente, materia lingüística”. Lo cierto es que su humus se alimentaba también, y especialmente, de mitología y religión. 

Uno de los primeros artículos que escribí hace ya muchos años sobre el género fantástico y que, paradójicamente, no llegó a ver la luz (creo recordar que por el cierre del fanzine que iba a publicarlo), detallaba el origen de buena parte de ese humus en un momento en el que en España no había demasiado conocimiento sobre esta tradición en concreto. Desde los nombres de algunos personajes, extraídos directamente de las sagas nórdicas (como Frodo, uno de los nombres del dios Freyr, o Gandalf, uno de los elfos importantes en algunos cuentos de las Edda), hasta el concepto original de casi todas sus criaturas (desde los huargos de los relatos escandinavos a los trolls centroeuropeos o el dios Orco de los latinos..., en realidad su única aportación en ese sentido fue la creación de los hobbits, que no son otra cosa que una especie de híbrido entre los duendes, los espíritus familiares y los británicos de su época, como él mismo), pasando por todas las tramas y subtramas de su maravillosa trilogía (desde la lucha eterna del Bien y el Mal hasta el poder del anillo, incluyendo el mito de el-rey-que-vendrá, el dragón guardián de tesoros, el viaje de poder o la espada que ha de ser forjada una vez más, entre otros). 

Por eso siempre he dicho que el gran mérito de Tolkien no fue su imaginación, ni siquiera su capacidad para inventarse las lenguas de las distintas razas que pueblan su obra sino su capacidad para reconstruir (y para hacerlo de forma tan hermosa) el corpus de mitos europeos que había sido progresivamente abandonado y estuvo próximo a la aniquilación por culpa del suicida abandono de las pequeñas poblaciones ligadas al entorno natural para emigrar masivamente hacia la ciudad, a partir de la revolución industrial del siglo XIX. De ahí, también, su éxito, entre los pueblos europeos o de origen europeo (con los cuales conectan directamente todos los temas y personajes de los que él habla). En ese sentido, Tolkien como divinidad literaria de pleno derecho no fue un avatar de Brahma, sino más bien de Vishnú.

Y aún así, ¿acaso se le puede reprochar algo? ¡Todo lo contrario! Hace mucho tiempo que nadie ha logrado escribir nada nuevo porque la verdad es que nada nuevo queda por escribir. Todas las historias que se nos puedan ocurrir ya han sido contadas en algún momento del pasado, y no me refiero a la época de Cervantes o Shakespeare sino al pasado muy lejano, por lo que cada vez que leo alguna frase publicitaria del estilo "un nuevo autor, profundamente original" o "una obra que te sorprenderá por sus novedosas ideas" no puedo sino sonreír al pensar en la ingenuidad de los consumidores que puedan comprar libros basándose en semejantes recomendaciones. En ese sentido, el papel del escritor me parece que no es tanto el de inventarse ideas nuevas (tarea cuasi imposible) sino el de reescribirlas y preservarlas así para la sociedad de su tiempo, redescubrirle las maravillas de las que disfrutaron las gentes de otras épocas pero reinterpretándolas con las palabras de la suya. Después de todo, las andanzas de personajes como los ahora rampantes superhéroes de Marvel, tan cinematográficamente de moda, no son muy diferentes de las de la pléyade de antiguos dioses sumerios o griegos.

(Por cierto, y antes de que se me olvide, como era de esperar Tolkien se refería al tema de la inspiración de manera muy similar a Nietzsche. Suyas son también las palabras en las que, hablando de su Silmarillion, aseguraba que las ideas para escribirlo "surgieron en mi mente como cosas dadas y se vinculaban entre sí a medida que iban llegando. Una tarea absorbente, aunque llena de interrupciones, no sólo por las necesidades de la vida, sino porque mi mente volaba hacia otro polo y se entregaba a la lingüística; no obstante, siempre tuve la sensación de registrar algo que ya estaba allí, en alguna parte, jamás la de inventar”.)

Hay, además, en el acto de la creación literaria, un detalle desconocido por el gran público, a propósito de lo que sucede una vez que el autor ve su obra terminada. O, mejor dicho, una vez que se fuerza a sí mismo a darla por terminada para publicarla, porque ningún escritor digno de ese nombre considera jamás finalizados sus textos, que se le aparecen siempre necesitados de corrección: añadir o quitar ciertos párrafos, utilizar otras palabras diferentes que expresen mejor sus impresiones, terminar de redondear una idea que se niega, a pesar de todo, a mostrarse del todo...

Ese detalle es el agotamiento en el que se ve sumido el autor una vez termina de dar a luz a su "hijo", da igual que se trate de una poesía, una obra de teatro o un novelón de 900 páginas. "¿Pero cómo se va a quedar uno agotado después de escribir un libro? Agotado te quedas después de una jornada en la mina o llevando sacos en la obra", argumenta por ahí al fondo algún materialista. 

Bueno, recurro de nuevo al Ecce Homo, donde el Viejo Fritz describe así esa sensación, exportándola más allá de la producción literaria: "algo que yo llamo el odio de lo grande. Todo lo grande, una obra, un hecho, se vuelve inmediatamente contra su autor. Por haberlo llevado a cabo, el autor se tornó débil, no es capaz de soportar su obra, de mirarla cara a cara (...) se siente angustia de todo y ante todo, lo cual es debido al enorme derroche de las fuerzas defensivas que caracteriza el acto creador, la acción hija de lo más íntimo, lo más profundo y personal de cada ser. Se cumple una abolición, una inanición de las pequeñas capacidades defensivas. Por último, se digiere mal y se desea tanto la inmovilidad como se sienten escalofríos, y se desarrolla el instinto de la desconfianza."

Aún a riesgo de someterme a las iras de los políticamente correctos y siguiendo la estela de Nietzsche, creo con sinceridad que mutatis mutandis el hombre que da a luz obras literarias experimenta un proceso parecido al de la mujer que da a luz a sus hijos físicos. Desde la alegría de la concepción hasta los sufrimientos a la hora del parto, así como el agotamiento físico posterior. Tal vez porque el hombre no puede dar a luz físicamente, necesite hacerlo intelectualmente y sea ésa una de las principales razones por las que siempre ha habido más escritores que escritoras. Escribir, hay que insistir una y otra vez para los incautos que consideran éste un camino fácil y rápido hacia la gloria y el dinero, no es un placer: es una necesidad.