Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 30 de junio de 2017

Fin de curso

En cierta ocasión, el escritor y guionista británico Alan Moore comentó en una entrevista que él no creía en las teorías de la conspiración porque no eran necesarias para explicar todas las cosas malas, y también las raras, que suceden en el mundo. Bastaba, a su juicio, con la estupidez humana: el vicio supremo que estaría en la base de prácticamente todas las barbaridades que ha cometido -y sigue cometiendo a día de hoy- el homo sapiens con un empeño digno de mejor causa, como reza el tópico. Es una opinión curiosa y desde luego discutible, viniendo de un autor que ha reconocido practicar, entre sus actividades privadas, magia ceremonial y cuya obra incluye algunas de las piezas fundamentales del cómic contemporáneo como Watchmen -un gran tebeo illuminati, muy bien contado- o V de Vendetta -esa descripción del futuro que es cada vez más presente-, sólo por citar las dos más conocidas y, por cierto, imprescindibles para todos los lectores de esta bitácora.

Cuando uno lleva tanto tiempo estudiando en la Universidad de Dios, y encima con un compañero de piso como MacNamara, no puede sino sonreír cuando alguien le mira por encima del hombro mientras le reprocha que "creas en todas esas tonterías de sociedades secretas y gobiernos ocultos, sacadas de una novela de Dan Brown, como si fueras un adolescente o un tipo inculto y sin estudios". En realidad sucede al revés: es Brown -y otros muchos autores que escriben novelas sobre este tema- quien extrae algunos apuntes de la realidad para escribir luego las tramas de sus ficciones que, a menudo, no lo son tanto. Y también resulta interesante este otro punto: precisamente los mayores teóricos de la conspiración con los que he tenido ocasión de hablar durante estos años y los que más sabían sobre el tema -incluyendo a MacNamara, por supuesto- no eran frikis supersticiosos y enloquecidos del estilo del Jerry Fletcher interpretado por Mel Gibson en Conspiracy Theory, sino gente muy bien educada, con los pies en el suelo, con conocimientos, posición social y contactos y, de puertas para afuera, desinteresados por todas estas cosas aunque en privado fueran más apasionados que mi gato conspiranoico.

Según estos expertos, uno de los principales objetivos de los Amos, pasaría por reducir sensiblemente la población mundial para poder "guiarla" mejor y evitar, de paso, que un número excesivo de personas terminara destruyendo los recursos naturales del planeta. Como no habrían sido capaces de conseguirlo, digamos, por las buenas -creación de todo tipo de anticonceptivos, promoción gigantesca del aborto, control de la natalidad limitando incluso por ley el número de hijos permitidos, etc.- ahora estarían en camino de hacerlo por las malas a través de diversos métodos -desatando una nueva guerra mundial, creando una epidemia masiva, desarrollando armas climáticas que generaran colosales catástrofes incluyendo la ruina de la agricultura para provocar grandes hambrunas, etc.- y encima lo habrían anunciado de distintas formas para jactarse de ello. Una de ellas, bien conocida entre los aficionados a la conspiranoia, mereció su propia entrada en este blog ya durante sus comienzos, allá por febrero de 2010, y se refería a las misteriosas Piedras Guía de Georgia en EE.UU., que nadie sabe -públicamente- quién edificó.

Se trata de varias losas de granito colocadas en forma de aspa en las que aparece grabada, en ocho idiomas diferentes entre los que se incluye el español, una serie de normas pro globalización y gobierno mundial que se supone deben conducir al homo sapiens hacia una nueva era de prosperidad basada en la razón. El primero de los "mandamientos" allí inscritos reclama "mantener la humanidad por debajo de los 500 millones en perpetuo equilibrio con la naturaleza" y el último también hace referencia  a la misma advirtiendo que el hombre no puede ser un "cancro" o cáncer para el planeta, al que es necesario "dejarle espacio". Confieso que la primera vez que tuve noticia de la existencia de este peculiar monumento me inquieté pensando en el sacrificio masivo, el gran holocausto, que supondría inmolar sobre el altar de la "razón" a la mayor parte de la humanidad. Según los últimos datos facilitados por la ONU, en este momento existen unos 7.350 millones de homo sapiens sobre la Tierra así que, para reducir esta cantidad a los 500 exigidos por las piedras de Georgia, ¡haría falta asesinar, como mínimo, a 6.850 millones de personas!

Confieso también que, a día de hoy, me doy cada vez más miedo a mí mismo porque empiezo a estar de acuerdo con la necesidad de reducir el personal que se pasea por el planeta (aunque no eliminándolo físicamente, como es lógico), viendo cómo anda el mundo a todos los niveles... Porque nadie medianamente informado puede negar que vivimos una verdadera decadencia global, disfrazada de "era dorada" gracias a los avances científicos y tecnológicos. Como no puede negar que, por mucho que esto pueda escandalizar a la gente desinformada, existen demasiadas supuestas personas que en realidad no son tales, sino animales disfrazados de personas (capaces de maltratar, violar, asesinar y saquear sin ningún problema) o, peor, robots con esa misma apariencia pero completamente muertos por dentro. La sociedad está desequilibrada y tambaleante, por completo atemorizada y muy confusa respecto a lo que debe hacer. Sin salir de España, la hipocresía y la corrupción que campan a sus anchas en los partidos de derecha mantienen un duro pulso con el odio y la incompetencia que rezuman los partidos de izquierda, mientras unos y otros alientan la irresponsabilidad, el hedonismo y la destrucción moral de la ciudadanía en general con un sistema que demasiado a menudo prima la injusticia, el oportunismo y la ausencia de valores personales y comunitarios. Eso sí, todo muy bien cubierto por bellas palabras, gestos de magnanimidad y concentraciones sentidas. Ojo, esto no está pasando sólo aquí, sino a nivel europeo (lo de los últimos años ha sido, sencillamente, escandaloso, aunque no se pueda contar en voz alta en la Europa de la "libertad" de prensa) y, aún más allá, a nivel mundial.

Cada vez que alguien expone este tipo de razonamientos, siempre surge un ingenuo que justifica la situación: "sí, pero a pesar de todo vivimos mucho mejor que en cualquier otra época de la antigüedad, con comida para todos, asistencia sanitaria, seguridad social y otros avances por los cuales prefiero mil veces vivir ahora que en la época de los faraones, los césares o los templarios". ¿De verdad las mejoras materiales compensan la esterilidad espiritual? ¿La comodidad física es preferible a la riqueza interna? ¿El sedentarismo y la esclavitud de la pantalla valen más que el descubrimiento personal del mundo? Sugiero a estos ingenuos que recuerden bien sus argumentos el día de su muerte y que traten de emplearlos consigo mismos cuando tengan que juzgar lo que hicieron durante su existencia y echen la vista atrás. Homero lo explicó en su Ilíada cuando relató cómo Aquiles hubo de escoger entre una vida corta pero luminosa, que le proporcionaría gloria y reputación, y otra larga y pacífica pero anodina, mediocre y, a la postre, inútil. Sabemos cuál eligió y, durante mucho tiempo, su ejemplo inspiró a generaciones. Hoy, la mayoría de chavales ni sabe quién fue Aquiles ni, mucho menos, Homero: su inspiración está en un jugador de fútbol, un personaje de un programa de telebasura o un youtuber...


¿Qué se puede hacer ante el desolador panorama del Kaly Yuga que se despliega a nuestro alrededor? Se lo he preguntado muchas veces a MacNamara -y a otras personas de cierto peso- y siempre he obtenido la misma respuesta: nada. Nada a nivel global, ni siquiera a nivel nacional o local... Sin embargo, sí podemos hacer todo, a nivel personal. Epícteto, nuestro profesor de Filosofía en la Universidad de Dios, lo dejó escrito hace mucho tiempo y nos lo repite de manera periódica en clase: sólo se puede controlar lo que de uno directamente depende y, por tanto, sólo de ello debemos preocuparnos. Así que ahí está nuestro único objetivo a la hora de trabajar: nosotros mismos. No es egoísmo. Es que, simplemente, nos está vetado hacer absolutamente nada por nadie. La tarea es individual. Por ello, debemos escoger el camino de Aquiles y "vivir peligrosamente" puesto que, como decía mi querido Hölderlin, "donde impera el peligro, crece también lo que nos salva". La tarea es, pues, mejorarnos a nosotros mismos cada día, alimentar nuestro fuego interior, autoconstruirnos con fuerza y dedicación, limpiar nuestros vicios e imperfecciones, pulir nuestras virtudes, tallarnos y limpiarnos una y otra vez sin desfallecer, crecer en todos los sentidos y campos posibles. Emular aquel conocido poema de Kipling: If... (Si...) Y todo ello, despreciando el miedo a la muerte o a cualquier otro tipo de catástrofe, la incertidumbre política o económica, las chucherías del entretenimiento fútil, los anzuelos del sistema para nuestro narcisismo o nuestra envidia..., así como el resto de imaginativas trampas que encontraremos por el camino.

"¿Y qué? Aunque consiguieras convertirte en un superhombre moral y espiritual, aunque tú te salvaras de manera individual, ¿de qué le serviría eso al mundo?", reprocha una de las muchas personas desesperanzadas que nos rodean..., sin darse cuenta de que la Historia de nuestra civilización, la de todas las culturas que han existido desde que la Humanidad comenzó su aventura, nunca ha estado protagonizada por pueblos, ni por países, ni siquiera por imperios, sino por individualidades. Han sido hombres y mujeres concretos, con nombres y apellidos, los que con sus decisiones y acciones particulares han movido los acontecimientos históricos generales afectando a miles, cientos de miles, a millones de personas cuyas vidas hubieran sido muy diferentes si esos seres únicos, cada uno de ellos, no hubiera intervenido en el devenir de sus respectivas sociedades en un momento dado. Nadie puede dar lo que no tiene en sí mismo.

Por tanto, prohibido caer en el desánimo, por impactante que sea el desfile de monstruos al que nuestra época nos obliga a asistir. Si hay algo que he aprendido, a lo largo de tantas vidas ya, es que, a pesar de las apariencias, todo tiene un sentido. Incluso las piezas más extravagantes, crueles, dolorosas o incomprensibles de nuestra vida terminan encajando de alguna forma en el rompecabezas final. Todo tiene, en el fondo, un porqué, una razón de ser, aunque en este momento exacto de nuestra existencia seamos incapaces de verlo o desentrañarlo.

Y a seguir trabajando, cada uno en lo suyo. En lo que a mí respecta, regreso a mi Valhalla natal tras el cierre de un nuevo curso, como todos los años por estas fechas, para descansar un poco (que me lo tengo merecido, por cierto) así que éste es el último artículo de la temporada en Fácil para nosotros. A no ser que a Mac Namara se le ocurra pasarse por aquí durante los próximos meses para dejar su huella con algún texto sorpresa, no habrá novedades hasta el próximo mes de octubre. No obstante, dejo a mis pacientes lectores con dos novedades para que se entretengan hasta entonces. La primera es mi último ensayo, Errores militares (recentísimamente publicado por Redbook Ediciones dentro de su colección de Historia Bélica), que constituye mi tercer libro dedicado a la Segunda Guerra Mundial en los últimos cuatro años. Contiene, como los anteriores, una serie de informaciones que, honestamente, creo que serán útiles para los interesados por este asunto ya que no aparecen en la mayoría de los libros de este género. 

La segunda novedad es mi nueva novela, la cuarta ya, que publicaré -dentro de pocos días- con el título de Tuerto (en Alberto Santos Editores). Es la primera incursión dentro del ciclo de fantasía heroica bautizado como Crónicas del Dios Demente que, en principio está compuesto por tres libros y que, estoy convencido, va a sorprender a más de uno. Llevo varios años trabajando en el desarrollo de este universo. Hablaremos de ella más adelante. Y de otros libros que espero aparecerán también en próximas fechas... 

La verdad es que 2017 va a ser uno de mis mejores años de publicación. Ahora falta por ver qué respuesta tienen los textos entre los lectores. Pero de eso me preocuparé cuando regrese de Valhalla. Ahora sólo deseo olvidarme de las tontas preocupaciones humanas y regresar a los salones de Wotan, para reencontrarme con las walkirias, decapitar cabezas de gigantes y ducharme con cerveza e hidromiel... 

¡Salud!













viernes, 23 de junio de 2017

Cuánto siempre te amé, Sol refulgente...

La adoración al Sol es uno de los denominadores comunes en la experiencia religiosa de los pueblos de la antigüedad. Era alabado en el momento del alba, se le mencionaba de manera expresa en diversos rituales, se le lloraba en los eclipses, era un vehículo específico de los dioses (o un dios en sí mismo), se festejaba de manera especial su poderío en el solsticio de verano, se le defendía durante la fragilidad del solsticio de inviernos, se le cantaba en público o en privado... Tal vez el homenaje más famoso sea el del Himno a Atón compuesto por Akhenaton hace unos 3.400 años: "...Disco viviente, que das comienzo a la vida, /al alzarte sobre el horizonte en el este/llenas todos los países con tu perfección./Eres hermoso, grande, brillante, alto por encima de tu Universo..."  En el sur de España, tenemos un símbolo también muy popular y directamente relacionado con él, en la zona de Almería: el indalo, en el que un hombre saluda al Sol naciente (no es un arco iris, no), con un diseño parecido al de Algiz, la poderosa runa de invocación a la protección divina que llega desde lo alto. Aunque hoy suele achacarse esta adoración exclusivamente al reconocimiento de la luz y el calor que provee nuestra estrella favorita, sin la cual no sería posible la vida en este planeta, cuando uno lee los escasos textos que conservamos de nuestros ancestros se percata de que los hierofantes se dirigían no al disco físico (o no sólo), sino más bien al espíritu solar contenido dentro del ardiente globo del cielo. 

Hoy sabemos, por cierto, que el Sol no es en realidad una especie de antorcha ardiendo allá en el cielo. No son llamas de fuego lo que irradia, sino explosiones de energía provocadas por la interacción entre los electrones y los protones de las nubes de gas de hidrógeno que, en su mayor porcentaje, lo componen. Los científicos creen que los estallidos en su núcleo interno poseen una potencia de hasta 90.000 millones de megatones por segundo, que se dice pronto, con temperaturas de millones de grados. La superficie solar, su "piel", está más fría, por decirlo así, con unos 5.700 grados centígrados. Las descargas energéticas producen lo que conocemos como llamaradas solares, que suben hacia el espacio y calientan la atmósfera sobre su superficie hasta unos 20.000 grados, antes de desvanecerse en el frío estelar.  En
abril de 2016, una llamarada espectacular en la zona conocida como Región Activa 2529 dejó una "pequeña" mancha sobre el astro rey, equivalente al tamaño de cinco veces la Tierra. Era de tal tamaño que se podía ver a simple vista sin necesidad de telescopio, aunque el Observatorio de Dinámicas Solares de la NASA, que siempre tiene un ojo encima de nuestra estrella, obtuvo unas imágenes claras del fenómeno. La Agencia Espacial Norteamericana determinó que, a pesar de todo, la gigantesca llamarada no era, en verdad, tan grande, pues apenas alcanzó una décima parte de las más intensas.

Supongo que a nuestros antepasados les había gustado disponer del conocimiento físico que hoy día tenemos de nuestra estrella y, desde luego, les habría encantado poder contemplar las fabulosas imágenes que nos han proporcionado nuestros satélites, pero sospecho que ellos tenían acceso a otro tipo de sapiencia que mucha gente consideraría hoy ciencia ficción. Por ejemplo, ¿y si el Sol no fuera un simple globo de gas ardiente? ¿Y si fuera un ser vivo? ¿Y si, además, fuera consciente de sí mismo y de cuanto le rodea? ¿No sería, así, un verdadero dios como creían nuestros antepasados, aunque no interviniera directamente sobre los asuntos humanos? Un dios como cualquiera de nosotros lo es para un puñado de insectos, a los que podemos elegir destruir o dejar vivir a nuestro capricho.

Estoy viendo ya desde aquí la nariz arrugada del 90 % no ya de los científicos que tenemos en la sala sino de los lectores no habituales que han recalado por esta bitácora sin darse cuenta de dónde se metían. Todas estas personas consideran nuestra estrella como un simple objeto físico, del que no cabe plantearse que pueda estar animado como nosotros. Y mucho menos, que contenga un espíritu en su interior (muchos no admiten que el ser humano pueda tener esa parte espiritual..., como para considerar la posibilidad de que un globo de gas caliente pudiera tenerla). Esto es porque se apoyan exclusivamente en la visión científica de las cosas. Es una versión fría, descriptiva, que se limita a inventariar una serie de datos fácil y comúnmente mensurables: "una bola esférica de plasma", "dotada de un movimiento convectivo interno", "estrella tipo G", "tipo de luminosidad V", etc.  Pero eso es como definir al ser humano y limitarse a decir que es un "homo sapiens perteneciente a la orden de los primates", "dotado de capacidades mentales y sociales", "capaz de transmitir conceptos abstractos y usar estructuras lingüísticas complejas", etc.

Particularmente, esa descripción puntual me parece muy del estilo de un  robot, no de un ser humano real, que a ese inventario limitado a lo corpóreo añadiría poesía, filosofía, emociones o -huid, esbirros del materialismo- incluso un alma. Insisto: ¿y si el Sol fuera en realidad un ser vivo, aunque no lo hayamos reconocido como tal, al menos hoy día? (otro día plantearé: ¿y si también lo fueran los planetas?) 

Hace unos seis meses el geólogo Robert Schoch, doctor y profesor de la universidad de Boston y tan popular como polémico por sus libros en los que explora la idea -que comparto- de que la civilización humana se desarrolló bastante antes de lo que hoy se acepta de manera oficial, publicó un curioso artículo en el que hablaba sobre el comportamiento del Sol y donde vertió varias ideas llamativas. Me quedo con las dos principales, a mi juicio. La primera idea incluye un necesario recordatorio de que el comportamiento del Señor de nuestro Sistema Solar es "errático desde una perspectiva humana moderna" incapaz de comprender (aunque sólo sea por falta de datos) sus ciclos y apunta que su estado durante los últimos 8.000 años ha sido "relativamente estable" incluso con períodos de "quietud", uno de los cuales derivó en lo que ahora llamamos "la pequeña edad de hielo" que duró más de tres siglos, hasta la segunda mitad del XIX-. Sin embargo, Schoch añade que, en la actualidad, el Sol "pasa por un período volátil con importantes altibajos en actividad" y "muestra los mismos signos de variabilidad extrema y desequilibrios que ocurrieron al final de la última edad del hielo" por lo que "podemos experimentar una importante erupción solar en un futuro muy próximo". De hecho, ya en julio de 2012 hubo una erupción "significativa" que no llegó a golpear la tierra "por poco". Algo que podría haber "destruido o comprometido gran parte de nuestra moderna tecnología e infraestgructura electrónica y eléctrica". De esto ya hemos hablado otras veces por aquí.

Por cierto, este científico recuerda que el comportamiento solar guarda una relación "íntima" con los cambios climáticos en la tierra, que a su vez afectan a la vida, incluyendo la humana. Con ello está sugiriendo lo que bastantes colegas suyos sospechan pero no se atreven a decir en voz alta, porque la teoría oficial ahora mismo y a la que resulta complicado contradecir sin desatar una gran bronca (y de paso quedarse sin fondos para la investigación) es que el cambio climático que se supone estamos viviendo es culpa del ser humano: es decir, que no, que no lo hemos provocado nosotros, según Schoch. Sí, polucionamos una barbaridad; sí, derrochamos otra barbaridad; sí, maltratamos al planeta una tercera barbaridad..., pero pensar que el homo sapiens tiene una capacidad real para influir en algo tan colosal como es la marcha de todo un ecosistema planetario es excesivo. Particularmente, siempre me ha parecido una muestra de la inmensa soberbia de la especie humana, que se cree más importante de lo que es. Y también he pensado que, antes de que lleguemos a hacer daño de verdad a la Tierra, ésta se encargará de destruirnos, como nos cuentan todos los mitos y leyendas que sucedió ya en el caso de civilizaciones anteriores a la nuestra. Ojo, esto no significa que dé un cheque en blanco para seguir polucionando, derrochando y maltratando alegre e irresponsablemente al planeta. Todo lo contrario. Si aspiramos a no seguir el mismo destino de los dinosaurios, hay que actuar ya, y hacerlo en serio. Trabajar en favor de la Naturaleza, no en su contra.

La segunda idea es aún más interesante para lo que hoy nos ocupa, porque Schoch habla del trabajo de su esposa, Catherine Ulissey, quien desarrolló una labor de observaciones solares diarias y descubrió un patrón sorprendente. Y es que las manchas solares muy activas "extrañamente disminuyen su actividad y producen llamaradas solares más pequeñas, e incluso parecen quedar temporalmente inactivas y finalizar su actividad, cuando tienen delante a la Tierra". Una vez que el Sol rota sobre sí mismo mientras la Tierra continúa su camino y las manchas dejan de estar frente a frente ante nuestro planeta "las mismas comienzan a encenderse de nuevo y aumentan su actividad drásticamente". Por increíble que parezca, "es como si el Sol fuera consciente de la presencia de la Tierra y tratara de evitar vomitar una erupción de gran calibre directamente sobre nosotros"Schoch lo compara con una persona que va a estornudar pero es capaz de contenerse el tiempo suficiente para darse la vuelta y evitar el estornudo sobre otra persona.

El profesor de Boston cita también el trabajo del físico neoyorquino Gregory Matloff, según el cual no ya nuestra estrella sino todas ellas en general se desplazan de una manera incoherente en torno a la galaxia pues "no parecen moverse de la manera que dicen las teorías estándares, como predicen las formulaciones basadas en la teoría de la gravedad de Newton". Sí, giran alrededor del centro galáctico pero se supone que las que están más cerca deberían hacerlo más veloces que las que están lejos (igual que sucede con los planetas: Mercurio tarda 88 días en completar uno de sus años u órbitas alrededor del Sol mientras que Plutón tarda 247 años y 256 días, por ejemplo). Pero... "éste no resulta ser el caso (...) es como si todas las estrellas estuvieran montadas en una enorme rueda giratoria". Por ello, Schoch sigue la especulación planteada por su esposa y se plantea que "otra explicación que también podría dar cuenta del comportamiento anómalo de las estrellas (...) es que son conscientes y se mueven de acuerdo a su propia voluntad".

Cita la definición de Matloff, que se refiere a una entidad consciente como "una que es capaz de volición" con la "suficiente conciencia de sí misma como para decidir realizar, o no, una acción seleccionada". Así, una estrella consciente podría "decidir alterar su movimiento para participar en la gran danza estelar cuando órbita el centro de sus galaxia" aunque precisa que, si así fuera, las estrellas no necesitarían "tener una conciencia de nivel humano o divino" sino disponer simplemente de un simple instinto de agrupamiento, "similar a un cardumen de peces que nadan juntos o a una multitud de aves que vuelan juntas". Entonces, estos cuerpos celestes serían capaces de cambiar sus trayectorias a placer, mediante la descarga de material. En el caso de las estrellas jóvenes, el proceso se haría de manera "intensa" para poder "ajustar su trayectoria" y, en el de las maduras, no sería preciso tanta potencia y podría bastar con la emisión de lo que conocemos como "viento solar" o partículas eléctricamente cargadas, que serían suficiente para cambiar su rumbo. La voluntad propia les permitiría tomar otras decisiones, como la de evitar lanzarnos llamaradas solares. Claro que, si el Sol puede hacer eso, también puede decidir en un momento dado achicharrar a la Tierra con una llamarada que termine una edad de hielo o..., destruya una humanidad corrupta.

La descalificación de esta hipótesis, aduciendo que una estrella no puede ser un ser consciente por el hecho de que no es un organismo biológico, constituye, a su juicio, un error pues los organismos biológicos no tienen por qué limitarse a ser "criaturas celulares basadas en el carbono" como los humanos. A día de hoy, investigadores de vanguardia como Sir Roger Penrose de la Universidad de Oxford o el norteamericano Stuart Hameroff de la de Arizona sostienen que la conciencia puede surgir incluso a nivel cuántico y, desde luego, no circunscrita a una definición tan estrecha como la que solemos usar. Schoch resume: la conciencia "puede ser inherente a la manifestación de la materia y existir en todas partes del universo" mientras que nosotros "podemos tener dificultades para reconocer la consciencia en otras formas de la materia". Incluso defendía la definición de posible inmortalidad de la que hablaba Ulissey para quien, cuando un humano muere, el hidrógeno que contiene en su cuerpo es "liberado" y parte de él escapa hacia el espacio con la información que potencialmente puede contener. Bajo la fuerza de la gravedad, ese hidrógeno es comprimido y puede terminar, junto al hidrógeno de muchas otras personas, dando origen a una estrella. De esta manera, un humano -en realidad, un montón de humanos juntos- podría renacer bajo la forma de estrella.

Lo he señalado varias veces pero no puedo evitar repetirme: resulta harto curioso cómo los científicos contemporáneos más abiertos de mente están manejando teorías y llegando a conclusiones cuyos conceptos ya eran comunes en las viejas Escuelas de Misterios. La Tradición siempre ha dicho que una estrella es el revestimiento físico en el que encarna un ser humano que ya es tan consciente de sí mismo, tan bello y poderoso y está tan desarrollado espiritualmente que, literalmente, "no cabe" en un simple cuerpo de homo sapiens y necesita adquirir otro que pueda contenerle y dentro del cual pueda seguir trabajando en el mundo material...

José de Espronceda, el más grande de nuestros poetas del Romanticismo -que falleció por cierto poco antes de que finalizara la pequeña edad de hielo- escribió un Himno al Sol en el que reconocía: "Cuánto siempre te amé, Sol refulgente./ Con qué sencillo anhelo,/ siendo niño inocente,/ seguirte ansiaba en el tendido cielo /y extático te veía /y en contemplar tu luz me embebecía (...) augusto soberano (...) alma y vida del mundo, /tu disco en paz majestuoso envía/ plácido ardor fecundo/ y te elevas triunfante,/ corona de los orbes centelleante." 

Feliz Noche de San Juan.






viernes, 16 de junio de 2017

Televicio

Malas noticias para los chavales que piensen que han terminado de estudiar cuando acaban la carrera: esto nunca se acaba. Sobre todo en nuestros días, en los que la tecnología no es que avance, sino que va pilotando un Ferrari, y uno se ve obligado a reciclarse una y otra vez, constantemente, si no quiere acabar empleado en uno de esos oficios fáciles pero que, por eso mismo, el día de mañana -más pronto que tarde- estarán ocupados por robots y, por tanto, ya ni siquiera ésos estarán disponibles. Estoy hablando ahora de la formación técnica, puramente laboral, no de la Bildung que protagonizó artículos anteriores. Como soy el ejemplo que tengo más cerca de mí mismo, lo cuento: el título de licenciado en Ciencias de la Información que está por ahí en alguna parte del apartamento (si es que Mac Namara no ha decidido eliminarlo sin consultar, en la última "renovación" que hizo de libros y documentos a su juicio sobrantes) está expedido en noviembre de 1986, o sea que hace 31 años que se supone que debería haber dejado de preocuparme por exámenes y estudios diversos... Pues no señor. Desde entonces he terminado no se cuántas decenas de cursos sobre diferentes materias, la gran mayoría relacionados con mi trabajo, donde es preciso actualizarse casi cada día.

Uno de esos cursos incluía la edición de televisión y en él aprendías a preparar una noticia paso por paso: desde la grabación (qué ángulo y qué encuadre utilizar con la cámara, cómo controlar la luz, hacia dónde debe mirar el entrevistado, cuándo usar imagen fija y cuándo no, etc.) hasta el montaje final (con sintonías y todo lo que hiciera falta). Siempre atento con objeto de descubrir todos los trucos posibles de la manipulación informativa (no para emplearlos, obviamente, sino para reconocerlos y no caer en ellos cuando me encontrara en el lado de la audiencia), recuerdo que lo que más me llamó la atención fue cómo, dependiendo del montaje con el que fuera elaborada, la misma noticia podía tener un impacto muy diferente. De hecho, una de las informaciones con la que trabajamos fue un reportaje sobre un tema social, relacionado con la atención en las farmacias. Nada especialmente complicado. Vimos la misma noticia en las versiones elaboradas por TVE, Antena 3 y Telecinco (en aquella época no había otros informativos de importancia en las televisiones españolas..., aunque la situación no ha cambiado gran cosa en ese sentido) y, aunque los textos eran muy similares, la impresión final que te quedaba en cada caso era muy distinta debido al montaje de imagen y sonido.

 Fue una comprobación más en un asunto que, para entonces, ya tenía testado por otras vías. Esto es, que se puede manipular a las personas sutil y eficazmente sin necesidad de emplear la palabra (no es lo mismo un titular que diga "Los sindicatos piden mejoras al gobierno" que otro que diga "Los sindicatos exigen mejoras al gobierno" y sólo cambia una palabra), sólo con una presentación de las imágenes orientada al fin perseguido (no es lo mismo presentar la imagen de un sindicalista solo que arropado por otros, en una imagen picada que le minimiza que en un contrapicado que le convierte en un gigante, con menos luz para darle un toque siniestro que en la calle a pleno sol, con una canción protesta de fondo para reforzar su mensaje que con una sintonía triste para inspirar desconfianza en sus palabras, etc.). La manipulación de la imagen y el sonido, sin tocar para nada un texto que puede ser incluso aséptico, resulta, además, especialmente eficiente pues muchos ingenuos creen que sólo las palabras son peligrosas y, aunque ponen todo tipo de alertas en sus oídos, tienden a creerse lo que entra por sus ojos.

Sin embargo, el 90 % de los estímulos que recibe a diario una persona media en nuestra sociedad actual accede al cerebro a través de la vista, precisamente. De ahí que los directivos de las grandes empresas tecnológicas estén como locos por invertir y desarrollar todo tipo de dispositivos visuales -y el software adecuado para ellos-. La nomofobia nos ofrece a diario un delirante espectáculo en nuestras calles, donde podemos ver a multitud de personas que van caminando (¡incluso conduciendo, he visto a más de un descerebrado!) mientras al mismo tiempo no levantan la vista de su smartphones, como si fueran zombies, presos de una brillante pantalla llena de tuits, guasaps, minijuegos, telegrams y otros múltiples anzuelos de la atención. Pero esa situación va a parecer una tontería cuando demos el próximo salto en la realidad virtual. Ese salto no quiere decir que vayamos a ir todos andando por la calle con unas aparatosas gafas como las que existen ahora sino que ese wearable mejorará lo suficiente como para reducir su tamaño al de unas lentillas.

Una vez que llevemos esas lentillas -y más cuando se complete el disfraz con el añadido de un traje "inteligente" de aspecto similar al de neopreno de submarinista, como los que se están ensayando en los últimos años- la inmersión en otra realidad o, mejor dicho, en un mundo aún más ilusorio que éste en el que vivimos hoy día, será fácil y absorbente. Mucho más que algunos de los adictivos videojuegos que tanto enganchan a una creciente comunidad de usuarios... Y caeremos aún más abajo en el pozo, aunque nuestras autoridades proclamen que nunca antes la especie humana había conseguido alcanzar tan altas cotas de tecnología e innovación. Será así porque simplemente renunciaremos a lo que llamamos ahora mismo vida real, en la que estaremos sólo el tiempo imprescindible, antes de sumirnos, en cuanto podamos, en el sopor de nuestras fantasías favoritas que desfilarán ante nuestros ojos -y por tanto ante nuestra mente hasta constituir la única percepción que nos interese- y con las cuales actuaremos a través de los estímulos de nuestro traje "inteligente". Ya tenemos guantes para experimentar en ese inexistente mundo paralelo y, el resto, llegará a no mucho tardar.

La esclavitud será a partir de entonces el estado común del ser humano. No es que hoy el homo sapiens no sea ya un esclavo de facto, pero aún posee una posibilidad de dejar de serlo -aunque, cada día que pasa, esa posibilidad se reduce más y más- ya que todavía puede rebelarse y empezar a usar su propio cerebro para pensar. Puede hacerlo. Mas el día en el que dedique todo su tiempo libre a sumergirse en los mundos paralelos de la realidad virtual, perderá esa opción. Y será muy difícil que la recupere. ¿Exageraciones? Pongamos un ejemplo: un tipo que vive en un espacio reducido en una ciudad ruidosa, contaminada e insegura, en un empleo que no le satisface especialmente y con unas relaciones personales francamente mejorables, llega a casa cansado de trabajar y harto de su sociedad. Hoy, ese tipo pone la televisión y se tumba en el sofá. Pero puede no ponerla o aburrirse con lo que le ofrecen en los canales y cambiar de actividad. Mañana, no se lo pensará tanto. En cuanto llegue a casa, se enfundará el traje y las lentillas y se irá de viaje a las Seychelles a tumbarse en la playa, visitará a una estrella famosa de la televisión para acostarse con ella o se irá a esquiar a los Alpes franceses o hará cualquier otra actividad que le apetezca..., sin salir de casa, sin hacerla de verdad aunque los estímulos que esté recibiendo le convenzan de que todo es real. Gracias a la realidad virtual. Teniendo una hermosa fantasía para pasar el tiempo, ¿quién quiere enfrentarse al desagradable mundo real?

Ésa es una de las advertencias que contiene la película Matrix, donde hay una escena aterradora en la que el traidor, harto de enfrentarse a la realidad, decide vender a sus amigos a los "malos" a cambio de la promesa de que le respeten la vida y le reintegren en el mundo ilusorio, pues no puede soportar durante más tiempo la verdad y las hamburguesas "de mentira" son más sabrosas que la sopa de vitaminas del mundo real. Es aterradora porque esto sucede también fuera de la pantalla. Un elevadísimo porcentaje de las personas que vociferan y exigen conocer la verdad no están en absoluto interesadas en conocerla, por mucho que se engañen a sí mismas gritando consignas con rima y haciendo como que se indignan.

Mientras llega ese momento de esclavitud vía lentillas/traje, se hace lo que se puede con una de las más poderosas armas de control social jamás inventadas: el televisor. ¿Cómo es posible que esa pantalla se haya convertido en el centro de la casa, en el sancta sanctorum en torno al cual se reúne la familia un día sí y otro también, en actitud de adoradora atención? Sobre todo cuando hay tantas personas que se quejan de la escasa calidad de la programación en casi todos los canales, así como de las obvias manipulaciones políticas de unos y de otros... La razón que se aduce normalmente para justificar esa facilidad con la que la tele nos llama la atención es el hecho de que lo que vemos ante nosotros no es una simple sucesión de imágenes como en el cine, sino que estamos ante un brillante y continuado parpadeo de píxeles, que nos hipnotizan de la misma manera que el balanceo de un péndulo o el sonido de un metrónomo, debido a su carácter rítmico. Pero...

Aunque la noticia no ha trascendido en exceso y, de hecho, no la he visto publicada en ningún gran medio de información español, hace al menos dos años se filtró la existencia de cierta patente registrada en los Estados Unidos con el número US6506148B2, de acuerdo con la cual se puede alterar el estado de ánimo y la resonancia sensorial de un individuo o un grupo de personas a través de la pantalla del televisor. Ojo, la patente es de entonces. El modus operandi y los efectos descritos en ella de conocerán seguramente desde hace mucho más tiempo. Se trata de manipular "frecuencias de impulsos de entre ½ Hz y hasta 2,4 Hz” sobre las imágenes proyectadas, de manera que se crea un estado de "incredulidad suspendida sin previo aviso". Esto se produce gracias a los campos electromagnéticos generados por las propias pantallas, con lo que "es posible manipular el sistema nervioso de un sujeto mediante la emisión de estas imágenes" que pueden ser "incrustadas en el contenido mismo del programa o bien superpuestas por la modulación del flujo de video, ya sea como señal de radiofrecuencia o como señal de video" con ayuda de un "programa informático sencillo" y un equipo que define como "rudimentario, teniendo en cuenta los actuales estándares de tecnología".


La patente, cuyo texto original en inglés puede encontrarse en Internet, no explica qué tipo de manipulaciones se puede ejecutar con los usuarios, pero no hace falta pensar demasiado para llegar a la conclusión de que si alguien es capaz de afectar mentalmente, en secreto y sin permiso, los cerebros ajenos no va a ser para inculcar sentimientos de amor, bondad y belleza. Todo esto está relacionado, aunque no directamente, con el tema de la información subliminal aunque es un paso más allá.  Y, por cierto, no basta con apagar la televisión. Este registro dice bien claro que se puede usar "un aparato de televisión o una pantalla de computadora" y, más adelante, añade también que "teléfonos celulares y tabletas". En el momento de trabajar en este artículo yo podría estar sufriendo esta invasión mental sin enterarme y lo mismo cualquiera de mis lectores una vez accedan al mismo. Porque la manipulación del sistema nervioso a través de frecuencias no es detectable por la persona que la está sufriendo.

¿Qué efectos tiene todo esto? A lo largo de los últimos decenios hemos visto un incremento espectacular del uso de violencia, sexo, terror, corrupción y otros delicados vicios en la llamada "caja tonta".  Tanto en las producciones de Hollywood que llegan tarde o temprano a la pequeña pantalla, como en las que se ruedan directamente para ella. Si alguien recuerda las antiguas películas de gangsters de los años 40', cuando uno de los personajes tiroteaba a otro hasta la muerte, a menudo no se veía el crimen en sí, sino a un tipo disparando y, en una escena posterior, al fallecido. Poco a poco fuimos viendo escenas cada vez más "liberales" y "atrevidas", con la víctima cayendo primero de espaldas junto a su asesino, más tarde con la sangre brotando de la herida, desplomándose de forma llamativa... Hoy, se nos muestra el proceso del asesinato con todo lujo de detalles, con la piel reventando, fragmentos de hueso volando, sangre salpicándolo todo, gritos desgarradores, gestos de dolor en primer plano... De hecho, algunas secuencias son tan violentas que cuesta imaginar que se trata de actores fingiendo y, en algunos casos, han corrido todo tipo de rumores sobre si lo que estamos viendo en una película es real o no. No hace mucho se reavivó la polémica por la tristemente famosa escena de la violación con mantequilla incluida de El último tango en París, en la que Bernardo Bertolucci y Marlon Brando engañaron a la actriz María Schneider quien no sabía lo que iba a rodar y nunca pudo superar el trauma que ello le causó.

Este paulatino incremento de las imágenes de brutalidad, sexo, explosiones y agresividad gratuita en las programaciones televisivas no sólo han conseguido elevar la insensibilidad del público -al que ahora una "simple" historia de amor  y, ya no digamos, de crecimiento personal, le puede aburrir enormemente- sino que se convierten en vehículo perfecto para esconder imágenes y mensajes subliminales que van directos al inconsciente del espectador con todo tipo de mandatos mientras nuestra atención está deslumbrada y prisionera del puñetazo visual. Si se combina todo con el efecto de la manipulación vía electromagnetismo, ¿qué tenemos? La capacidad de manipular inclulcando en la mente ajena absolutamente todo lo que se les ocurra a quienes controlan esta tecnología. Y cuando digo todo, es todo. Por 
poner un simple ejemplo, quizás ahí radique parte de la explicación de por qué en tan poco tiempo tan alto porcentaje de la sociedad catalana ha empezado a creerse las delirantes invenciones históricas del independentismo catalán, para quien desde Cervantes hasta Santa Teresa de Ávila fueron parte del "glorioso" pasado catalán robado por los "pérfidos" españoles, mientras obvia que los verdaderos ladrones de su sociedad -y de sus mentes- han sido algunos de los políticos precisamente nacionalistas catalanes que han dirigido su comunidad autónoma durante muchos años...

La buena noticia es que todavía podemos defendernos contra la manipulación mental. ¿Cómo? Informándonos sobre ello y cuanto más, mejor. Internet está llena de basura pero también de documentos muy útiles, que son auténticas joyas informativas, a las que resulta muy difícil acceder a través de un medio no digital. También es preciso desconectarse del discurso oficial de que sólo los medios de información "serios" son fiables. Hace unos días hemos visto el making off de una manipulación muy habitual en nuestros días: un reportaje falso preparado por la CNN en Londres, a raíz de uno de los últimos atentados protagonizado por  otro "caso aislado"  de musulmán "loco". La popular cadena de televisión norteamericana organizó una pequeña manifestación de musulmanes contraria a este ataque, ante la falta de manifestaciones reales. Para que no cunda la islamofobia, decían... En realidad, para que la gente corriente continúe dormida y bien dormida, como hasta ahora. Eso sí: el problema son las fake news de medios independientes en Internet...



Por supuesto, lo más importante es volverse hacia el interior, mirar dentro de uno, donde se halla la verdadera realidad. A través de la introspección, la concentración y la meditación se puede ampliar la propia conciencia y, por tanto, encontrar más fragmentos de verdad que a través de todos nuestros cinco sentidos corporales juntos. 







viernes, 9 de junio de 2017

Imagine

En febrero de 1986, la editorial Obelisco lanzó un curioso librito titulado Música rock y satanismo firmado por un tal René Laban que planteaba la relación entre ambos conceptos con multitud de ejemplos y leyendas relacionadas con músicos muy conocidos internacionalmente. El nombre del autor era obviamente un seudónimo, probablemente un homenaje al gran ilusionista argentino René Lavand o, lo que es lo mismo, Héctor René Lavandera (un fabuloso especialista en cartomagia que falleció hace poco más de dos años y del que recuerdo especialmente dos cosas: su elegante estilo al ejecutar los juegos con aquella inolvidable coletilla -"No se puede hacer más lento..."- y el hecho de que haberse quedado manco no le hubiera impedido convertirse en un enorme profesional). El contenido de este pequeño ensayo está escrito un poco a la manera de los del autor británico David Icke sobre los famosos reptilianos. O sea, mezclando algunos datos comprobables y por cierto interesantes con todo tipo de leyendas y especulaciones que puede ser que sí o puede ser que no. Con el tiempo, la obra de Laban se ha convertido en un auténtico "clásico" de la literatura de "cosas raras" y en inspiración para otros libros más trabajados como Satanismo y brujería en el rock, de Jota Martínez Galiana, o Satán en Hollywood de Jesús Palacios -aunque aquí se habla más del cine, también incluye algunos ejemplos musicales-, por citar algunos.

El análisis de las portadas y las letras de algunos de los grupos más famosos del rock que aporta Laban son, cuando menos, intrigantes. Y, aunque a día de hoy muchos "enterados" se ríen de estos asuntos achacándolos a simples bromas, es cierto que algunos artistas musicales grabaron pistas con mensajes que sólo se pueden escuchar reproduciéndolos al revés y cuyo verdadero significado e intención siguen sin ser descifrados en la mayoría de los casos. Tuve ocasión de comprobarlo personalmente en varias ocasiones. Por ejemplo, con la canción Fire on high (Fuego en lo alto) de la Electric Light Orchestra: un tema de obertura bastante siniestra incluido en un disco, Face the music (una frase hecha que significa Da la cara o, dicho de otra forma, Asume las consecuencias) con varios otros llamativos misterios en su interior. Esta canción en concreto mezcla sus primeros compases con unos efectos de sonido entre los que cuales se mezclan algunos fragmentos del Mesías de Händel que parecen construir una historia y desde luego disparan la imaginación a poco que uno se dedique a escucharlo con atención. Invito a los lectores que no lo hayan hecho a que la oigan y se formen su propia opinión. 

Fire on high incluye una grabación humana reproducida en sentido inverso y que suele impresionar cuando uno la escucha por primera vez, puesto que parece poco menos que una impía invocación a Nyarlathotep. Con la ayuda de un técnico de radio con el que trabajaba entonces, extrajimos la canción a cinta abierta para reproducirla manualmente al revés y escuchar qué decía. No olvidemos que en aquella época ni existía Internet ni estaban disponibles los programas de edición musical sencillos, gratuitos y casi profesionales que hoy se pueden encontrar con facilidad. Y tampoco perdamos de vista que la inmensa mayoría de personas que yo conocía entonces no estaba en absoluto interesada por el fascinante mundo de la conspiranoia (en realidad, el porcentaje de personas interesadas de verdad en llegar al fondo de este asunto tampoco ha variado mucho desde entonces, aunque ahora a todo el mundo le suene, más o menos). Por si fuera poco, yo tampoco conocía entonces a Mac Namara, así que andaba un poco a ciegas.

Y entonces la escuchamos. Ahí estaba. La poderosa voz de quien, más tarde, averiguamos que era el batería del grupo, Bev Bevan, salmodiando de manera siniestra un mensaje que decía: The music is reversible but time is not. Turn back, turn back, turn back, turn back... (La música es reversible, pero el tiempo no. Retrocede, retrocede, retrocede, retrocede...) Estas palabras, apoyadas con la música y los efectos especiales, tenían un efecto conjunto digno de una película de terror...

El libro de Laban también recogía algunas citas de entrevistas con algunos rockeros famosos, como una de Mike Jagger, líder de la "banda satánica" por excelencia: The Rolling Stones. En las propias palabras de Jagger: "Trabajamos siempre para dirigir el pensamiento y la voluntad de las personas. Y la mayoría de otros grupos hacen lo mismo". Declaraciones de este tipo son más comunes de lo que pensaría un neófito, pero articulistas y críticos suelen quitarles hierro asegurando que se trata de pura estrategia de marketing y nada más. Una simulación para resultar más atractivos, proyectando una imagen rebelde y retadora. Lo que los chavales de hoy día califican como "postureo". ¿Es así?

Lo cierto es que la lista de supuestos adoradores del Demonio es larga: Alice Cooper, AC/DC, KISS, Black Sabbath, Black Oak Arkansas, Styx, Demon... Hasta los propio Beatles.

Laban explicaba varios datos peculiares en relación con el mítico e incomprensiblemente archifamoso (vistas con objetividad, la mayoría de las canciones del cuarteto de Liverpool no son composiciones demasiado brillantes) grupo británico. Y resumía una entrevista publicada en Pop Magazine con el cantante Toni Sheridan, quien trabajó durante un tiempo con los Beatles, en sus inicios. John Lennon, Paul McCartney y George Harrison le conocían como su teacher (profesor) debido a todo lo que aprendieron con él y Ringo Starr fue batería en su banda, antes de unirse a los otros tres. Sheridan contaba en esa entrevista que, a partir de 1962, Lennon se interesó -como han reconocido también tantos otros músicos de rock, por cierto- por el ocultismo y la magia e incluso participó en sesiones de espiritismo en Hamburgo, en cuyos garitos se foguearon los Beatles primerizos. Lennon llegó a confesarle que estaba convencido de que su banda "tendrá un éxito como ningún grupo lo ha tenido..., y lo sé a ciencia cierta porque para ello he vendido mi alma al Demonio". Afirmaciones parecidas se recogen en muchos otros lugares, como la biografía de Lennon firmada por Ray Coleman o en el estudio de Albert Goldman en el que se incluía el nombre de la bruja -una tal Lena- que supuestamente le había ayudado a firmar el pacto diabólico. Son muy conocidas también sus declaraciones en contra del cristianismo que, según el músico de Liverpool "desaparecerá, retrocederá, se disolverá (...) la Historia me dará la razón, ahora ya somos más populares que Jesucristo..."  Llegados a este punto, he de pedir que, si alguien tiene la prueba de que Lennon firmó el pergamino con su propia sangre o sacrificó un bebé como mandan los cánones diabólicos, dé un paso al frente y aporte la evidencia.

De todas formas, no hace falta nombrar a Satán, fotografiarse con cuernos en la portada de un disco o hablar en las letras del 666 para trabajar en, digamos, el lado equivocado. Esto me lo enseñó mi gato conspiranoico cuando me explicó ciertos indicios muy interesantes acerca de la contribución de Lennon a los planes maléficos de los Amos.

- Una contribución probablemente inconsciente -añadía Mac Namara en sus explicaciones- pues esto es lo más trágico de todo: el servidor de los Amos a menudo no es consciente de lo que está haciendo. De hecho, suele considerarse a sí mismo como una buena persona, que está en el camino correcto y que hace lo que es necesario hacer para ayudar a sus semejantes. La realidad es que ejerce de "tonto útil" para los que mandan, que le utilizan como un títere más. Un títere de lujo, popular y querido por el público y con una cuenta bancaria abundante..., pero títere al fin y al cabo.

Este comentario venía a cuento de la que, a día de hoy, sea tal vez la más popular entre sus creaciones musicales, hasta el punto de que se ha convertido en uno de los grandes himnos del naciente Nuevo Orden Mundial. Se trata de una canción que la gente ha asumido y corea como un auténtico mantram, al conquistar un puesto indiscutible como banda sonora del tiro al pato contra los europeos que se desarrolla en estos momentos en el Viejo Continente, como parte de la guerra para destruir a Europa (a la civilización humana, en realidad) en medio del creciente pánico de masas acobardadas y la siniestra complicidad de muchos de nuestros políticos. Esa canción resume en sí misma el estado ideal al que aspiran a conducir los Amos a toda la humanidad. Y se trata, naturalmente, de Imagine, un supuesto himno pacifista que esconde algunas sorpresas aunque, como los mejores secretos, están expuestas bien a la vista, para que nadie sea capaz de descubrirlas (otro día, ya analizaremos la runa de la muerte que, de manera asombrosa, se ha convertido en el símbolo iconográfico del autodenominado movimiento pacifista).

Un análisis de la letra de Imagine resulta muy clarificador. Mac Namara la tradujo para mí y, tal y como me la contó, yo la traslado a esta bitácora. La profundización en estas ideas ya depende de cada cual. Espero acordarme de todo lo que me dijo mi gato conspiranoico. Veamos:

* Imagine there's no Heaven/It's easy if you try/And no Hell below us/Above us only sky. 

Se traduce por: Imagina que no existe ningún Cielo,/es fácil si lo intentas,/y  tampoco ningún Infierno bajo nosotros./Sobre nosotros, sólo el cielo (físico).

No se trata de negar tanto la religión, los conceptos clásicos de Cielo e Infierno, sino el mismo concepto de espiritualidad y trascendencia que subyacen tras ellos puesto que el Otro Mundo no es algo que pertenezca al plano físico y por tanto nadie puede encontrarlo en un punto concreto del Universo. Pero pensar que el único cielo que existe es el de las nubes sobre nosotros hasta salir de la atmósfera es encarcelar el espíritu humano en su prisión terrestre, sin más. 

* Imagine all the people/Living for today/Imagine there's no country/It isn't hard to do.
Nothing to kill or die for/And no religion too/Imagine all the people/Living life in peace.

Se traduce por: Imagina a toda la gente/viviendo el día a día./Imagina que no hay países./No es difícil hacerlo.
Nada por lo que matar o morir./Y tampoco ninguna religión./Imagina a toda la gente/viviendo la vida en paz.

Continúa el mensaje materialista: hay que vivir sin preocuparse de lo que nos espera el día de mañana..., porque no hay ningún día de mañana. Y vivir en un planeta sin países, sin fronteras, bajo un único gobierno. Lo que no me supo explicar Mac Namara es si lo de "no es difícil hacerlo" se refiere a que no es complicado imaginarlo..., o hacer realidad esta visión. En cuanto al párrafo siguiente, también es elocuente. Aparte de remachar la idea de destruir todas las religiones (en verdad, el camino espiritual), propone que no haya ningún propósito digno por el que luchar en un mundo utópico al estilo de la bíblica "tierra de leche y miel en la que pacen juntos leones y corderos". Un mensaje ciertamente muy similar a la justificación ideológica de los impulsores de la URSS que ya sabemos cómo funcionó en la práctica. Cualquier persona con dos dedos de frente y unos años de experiencia sabe que hablamos de una utopía irrealizable en un planeta en el que la lucha por la vida (y por muchas otras cosas, como tu familia, tus ideas o tu forma de vida, por no citar otras más materiales y groseras) es la constante desde el mismo momento del nacimiento hasta el de la muerte. De hecho, uno muere cuando se rinde, cuando deja de luchar por sobrevivir. La paz tal y como se describe en esta canción parece la paz de los cementerios..., o acaso la del rebaño de ovejas, feliz de ser "protegido" y "cuidado" por un "pastor" que se encarga de su "bienestar".

* You may say I'm a dreamer/But I'm not the only one/I hope someday you will join us/And the world will be as one.

Se traduce por: Podrás decir que soy un soñador,/pero no soy el único./Espero que algún día te unas a nosotros/y el mundo será uno solo.

Claro que Lennon no es la única persona a la que le han inducido este sueño -y aquí la palabra adquiere bastante sentido-, sólo es su propagador masivo... La frase insiste en el gobierno mundial, al que invita a unirse más por abandono de sí mismo que por convencimiento o derecho de conquista. El tono melancólico de la música refuerza este sentimiento.

* Imagine no possessions/I wonder if you can/No need for greed or hunger/A Brotherhood of Man.

Se traduce por: Imagina que no hay posesiones./Me pregunto si puedes hacerlo./(Imagina que) No necesitamos codicia ni hambre./(Imagina) Una Hermandad del Hombre.

Ahí aparece otra referencia imposible: no hay posesiones, nada es de nadie. Y eso significa nada. Ni siquiera tu pareja o tus hijos. Ni tu trabajo, ni tu arte, ni tu hogar, ni tu libertad, ni tu independencia, ni tus ideas. Nada. ¿Dónde hemos oído esto antes? Y además, la canción se pregunta si tienes valor para dar el paso de imaginarte a ti mismo cambiando tu forma de ser para posteriormente asumir esta entrega, que es el paso siguiente a planteárselo. El final apoteósico clama por una Hermandad que es, ciertamente, una de las mayores y más irrealizables utopías de todos los tiempos. Puede haber hermandades -en plural y limitadas en el tiempo y en el espacio- de hombres y mujeres que se han preparado adecuadamente para participar en ellas como miembros de pleno derecho y con algún objetivo concreto, pero que a la fuerza no pueden estar abiertas a todos. Por ejemplo, no todo aquél que quiso ingresar en la orden del Temple pudo hacerlo, pues debía reunir unas condiciones mínimas y superar unas pruebas previas. O, más fácil: no todo aquél que desea ingresar en una selección deportiva nacional puede hacerlo, pues antes debe demostrar que está a la altura mínima exigida para incorporarse a este grupo escogido.

Igual me dejo alguna clave más, pero creo que he transcrito las principales ideas de Mac Namara sobre el significado de Imagine, una canción que nunca he vuelto a escuchar de la misma forma desde entonces. Sobre todo cuando mi gato conspiranoico me indicó lo siguiente:

- En ciertos experimentos de laboratorio, se somete a los animales a condiciones controladas de estrés para estudiar sus reacciones. Con los condicionantes adecuados y las dosis medidas, dejan de oponer resistencia al entrar en una especie de sugestión que facilita su manipulación científica.

- ¿También les ponen 'Imagine' de fondo? -pregunté, irónico, aunque Mac Namara ignoró la observación.

- Esta canción se ha sumado al ritual característico posterior a un atentado junto con los ramos de flores, las velas o los mensajes escritos del tipo 'No me váis a obligar a odiaros' que, en realidad, quiere decir 'No voy a defenderme'. El objetivo es aprovechar el trauma sufrido por este tipo de ataques para que las personas entren en un proceso de hipnosis colectiva en el que se despliega una serie de emociones muy útiles a la hora de manejarlas después. La autoculpabilidad, el sentimiento de que no se puede hacer nada para evitar lo que ocurre, la rendición interna..., y otras cosas. Todo esto evita que la gente reaccione ante lo que está sucediendo desde hace años. Si una imagen vale por mil palabras, fíjate en las tomadas hace unos días tras el último atentado en Londres, con todos esos ciudadanos con las manos en la cabeza, como soldados que se han rendido..., y sin pegar un tiro. Ésa es la desgraciada imagen de los europeos, a día de hoy. Pero, si triunfan los planes de los Amos, no será la peor: te lo puedo garantizar.

- ¿Y qué podemos hacer? -pregunto con cierto desánimo.

- Empieza por pensar por ti mismo. Lo demás, llegará con el tiempo..., si piensas lo bastante deprisa.








 

viernes, 2 de junio de 2017

Ritos de paso

En 1859, la Tierra experimentó el hoy conocido como evento Carrington, en homenaje al astrónomo inglés Richard Carrington, el primero en observar los efectos de la que es, al menos hasta el momento, la tormenta solar más poderosa que ha registrado la Historia que conocemos. Su impacto fue de tal calibre que permitió contemplar auroras boreales en lugares tan alejados de los Polos, su escenario más común, como las ciudades de Madrid, Roma o la Habana. Además, afectó a dos inventos entonces aún recientes y que se habían puesto muy de moda en los puntos más desarrollados de Europa y América: las redes de luz eléctrica y del telégrafo. Ambas sufrieron numerosos fallos e incluso aparatosos incendios espontáneos, aunque el común de los mortales estaba más entretenido por el espectáculo cósmico generado por las "Luces del Norte" que habían pasado a verse mucho más al sur en todo el planeta.

En octubre del año pasado, el presidente saliente de EE.UU., Barack Obama, provocó cierta inquietud en distintos puntos del mundo al cursar una orden ejecutiva -y darle publicidad- destinada a las distintas agencias federales, con objeto de que ultimaran en sólo 12o días un plan que permitiera predecir y detectar nuevas erupciones solares, alertar al público en un tiempo razonable para que pudiera reaccionar, proteger en la medida de lo posible las infraestructuras más expuestas y recuperarse cuanto antes de los daños que pudiera provocar este fenómeno si volviera a producirse. O quizá habría que sustituir, mejor, el condicional y decir: cuando vuelva a producirse. Porque volverá a hacerlo, seguro. El sol eyecta sus llamaradas a menudo, aunque de forma irregular -o con algún patrón que desconocemos- así que es cuestión de tiempo que alguna de ellas vuelva a impactarnos de lleno.

De más está decir que el plan de Obama desató una ola de sospechas entre los conspiranoicos respecto a lo que se escondía "detrás de la excusa de la tormenta solar" y no fueron pocos los que pronosticaron que la cuenta atrás para el golpe definitivo del Nuevo Orden Mundial había comenzado. Cuando concluyeran los 120 días, auguraban, "algo" sucedería que motivaría el golpe de Estado global (o, al menos, el golpe de Estado en EE.UU., lo que para muchos norteamericanos es sinónimo de global, de todas formas) con la justificación de un nuevo episodio de tormenta solar. Pero los cuatro meses pasaron y nada nuevo sucedió, al menos, en apariencia. El Sol, por cierto, sigue a lo suyo, despreocupado ante las angustias de las pequeñas criaturas que creen dominar el tercer planeta de su sistema. Aunque hay que subrayar que, durante los últimos años, se han producido distintas tormentas solares pero de menor potencia, que también han dejado sus efectos (aunque para la mayoría del público hayan pasado inadvertidos).

Ahora bien, si una erupción similar a la de 1859 se produjera a día de hoy, los efectos sobre la actual tecnología serían desastrosos, mucho peores que los que  sufrieron nuestros antepasados del siglo XIX, puesto que ahora no sólo tenemos más y mejor sino que nuestra cultura contemporánea depende de ella hasta extremos suicidas. Imaginemos un mundo sin electricidad, de un momento para otro. Y, además, por un período indefinido ya que un suceso de este tipo no poseería antecedentes suficientes como para evaluar el tiempo que tardaríamos en recuperar la normalidad. Así pues, pensemos en un mundo sin ascensores (¿cuánto tiempo hace que no subes andando una escalera?), sin televisiones (¿a qué dedicas tu tiempo de ocio en casa?), sin ordenadores (¿cómo podrás trabajar, si eres una de esas personas que está pegada a una pantalla a diario?), sin luz (¿tienes velas en casa?), sin dinero (¿hace cuánto tiempo que te acostumbraste a pagar con tarjeta?), sin comida (¿cuánto tardará en echarse a perder la que tienes en la nevera?), sin coche (¿para esto me he comprado un automóvil eléctrico?), sin...

¿Podría ser peor? Sí, podría, para una porción excéntricamente elevada de nuestra población: imaginemos un mundo sin teléfonos móviles. Porque, aparte de otras consecuencias impredecibles, las perturbaciones electromagnéticas generadas por un nuevo evento Carrington darían al traste con toda la red actual de satélites, incluyendo el Sistema de Posicionamiento Global (GPS) y eso incluiría la caída global de los sistemas de telefonía móvil. Así que no nos debería costar demasiado sobrevivir temporalmente sin ascensores, televisiones, ordenadores, luz en casa, dinero, comida almacenada o coche (sobre todo si viviéramos en una zona rural) pero..., ¿sin poder llamar por teléfono? ¿Sin poder usar WhatsApp? ¿Sin ver Twitter ni Facebook? ¿Sin consultar el correo electrónico? ¿Sin escuchar nuestros archivos de música? ¿Sin...?

Esto no es ninguna tontería. En los últimos años hemos visto publicados muchos estudios en los que un importante porcentaje de personas, en su inmensa mayoría jóvenes, declara la importancia que tienen para ellos sus dispositivos móviles. Recuerdo que, en una de estas investigaciones, publicada justo hace hoy un año, se recogía el análisis de dos universidades (Würzburg y Nottingham Trent) y una importante marca de antivirus (Kaspersky Lab). Según sus conclusiones el 37,4 % de las personas entrevistadas -casi 4 de cada 6 personas- consideraban que su smartphone tenía para ellos ¡¡¡la misma o incluso más importancia que sus familiares y amigos más cercanos!!! Y, por aportar algún detalle más, un 29,4 % dijo que el teléfono móvil era igual o más importante que sus propios padres.

Parece bastante obvio que lo único que diferencia a esas personas de los drogadictos es el tipo de adicción a la que están esclavizadas...

El antropólogo francés Arnold van Gennep describió en 1909 el rito de iniciación o de paso como "un conjunto específico de actividades que simbolizan y marcan la transición de un estado a otro en la vida de una persona". Van Gennep indicaba en sus estudios las distintas transiciones que lleva a cabo un individuo durante su progresiva integración en sociedad: en el camino de la niñez a la edad adulta, el de la soltería al matrimonio, el del viaje  y el retorno..., y otros. Para las culturas antiguas -y aún hasta el día de hoy incluso en algunas sociedades poco industrializadas-, este tipo de ceremonias son vitales para considerar a un individuo como alguien integrado en comunidad. De hecho, suelen desarrollarse con participación de una buena parte, si no toda, la comunidad en la que pretende ingresar el aspirante. Que el candidato supere la ordalía es buena noticia para todos: para él, en primer lugar, como individuo triunfante en la prueba y para todo el grupo humano, a continuación, que se ve ampliado y por tanto reforzado. Los que por algún motivo no llegan a superar la iniciación  sufren un mal destino. En el mejor de los casos, son admitidos igualmente en sociedad, pero en una escala inferior, sometidos a la marginación general. En otras circunstancias, son exiliados o incluso sacrificados.

Existe gran variedad de ritos de paso para que un niño pudiera integrarse como adulto en una comunidad –el rito de paso para una niña era mucho más sencillo, por lo evidente, ante la llegada de la menstruación- y estas pruebas tenían que ver con el descubrimiento de la Naturaleza: de su terrorífico poder y también de su generosidad. Los aborígenes australianos, por ejemplo, mandaban a sus hijos al desierto para que sobrevivieran por sí mismos durante meses. Varias tribus indias norteamericanas daban tres días de plazo a sus adolescentes para que, solos y por sus propios medios, lograran apoderarse de una pluma de águila en las montañas y regresaran con ella si aspiraban a ser admitidos como guerreros. Los nativos satere mawe en el Amazonas exigen incluso a día de hoy a los jóvenes que desean ser guerreros que se sometan a la prueba de introducir sus manos en unos guantes llenos de hormigas bala y aguanten sin gritar cientos de dolorosas picaduras durante unos minutos interminables minutos…

En estos tiempos modernos en los que nos hemos vuelto tan dependientes de la tecnología y, con ello, tan infantiles, tan blandos y tan fáciles de ofender e impresionar por casi cualquier cosa, se me ocurre que una buena prueba de iniciación al mundo adulto (para los jóvenes) o de su permanencia en él (para los menos jóvenes) sería la obligación de desprenderse del teléfono móvil y ser capaces de vivir sin él –y aprovechar de paso para reencontrarnos con la Naturaleza- al menos durante un mes.

Constituiría, además, un buen entrenamiento con vistas al próximo evento Carrington