Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 25 de octubre de 2013

Zimmerman, Shabazz y la Justicia

Hace ya bastantes años (en realidad, no tantos: durante esta misma reencarnación) me planteé a qué oficio podría dedicarme durante la vida actual. Tenía claro que sería algo relacionado antes con las letras que con los números: primero, porque éstos me aburren profundamente y segundo, y más importante, porque es una Palabra lo que sostiene la entera creación (y eso lo reconoce hasta esa antología de relatos salvajes y violentos que conocemos como Viejo Testamento, ese auténtico monstruo de Frankenstein literario generado a base de cortar y coser fragmentos de distintas tradiciones para presentarlas como una supuesta unidad de otra tradición diferente, que comienza con aquel clásico: "En el principio era el Verbo..." ) y por lo tanto no hay mejor oficio que el que te permite aprender a manejar las Letras que la forman. Rebuscando entre las profesiones dedicadas a las letras, como vía previa e indispensable hacia las Letras, se me sugirió la de abogado, pero la rechacé de inmediato, también por dos razones.   

Por un lado, para entonces ya sabía lo suficiente como para comprender que lo que los homo sapiens llaman leyes no son en realidad más que costumbres fugaces impuestas con la misma facilidad con la que se diluyen en la Historia. Por ejemplo, no han pasado ni siquiera 40 años desde que la pena de muerte se consideraba, en opinión generalizada, como la sentencia lógica para un asesino premeditado en cualquier sociedad europea moderna y hoy en la inmensa mayoría de estos mismos países se contempla con horror semejante
posibilidad...    O, si hablamos de culturas, pensemos en el robo, castigado por la ley islámica con una mano cortada y por la ley occidental con apenas una multa (y a los islámicos la sentencia occidental les parece una barbaridad mientras a los occidentales la sentencia islámica les parece lo mismo). Así que obviamente descarté dedicarme a construir castillos legales de arena al borde del mar. Por otro lado, a la hora de imaginarme en el ejercicio de esa profesión, me ponía en la tesitura de tener que defender a un criminal que realmente supiera que lo era..., y sólo esa posibilidad me producía arcadas. Cuando veo esas películas en las que el abogado de turno de una mafia (o cuando veo en la realidad a los abogados de mafias reales, como los de los criminales de la banda terrorista ETA y sus adláteres) busca, y encuentra, los entresijos legales para burlar y/o aprovecharse de la Justicia a la que se supone que debe honrar para que sus clientes salgan indemnes aunque merezcan el castigo, sé que jamás hubiera podido rebajar el listón de mi integridad (esté donde esté, que tampoco lo tengo muy claro) al servicio de los "malos". 

Sin embargo, el modelo de corrupción moral en el que se sumerge progresivamente nuestra cada vez más pringosa época contemporánea es de tal calibre que hasta el lenguaje es afectado constantemente y sé, porque lo veo a diario desde el punto de vista periodístico, que ni siquiera se puede calificar de asesino (o de pederasta o de violador o de narcotraficante o de ladrón o de lo que sea) al que lo es cuando se informa de ello en un medio de comunicación actual ¡aunque se le haya pillado in fraganti y existan imágenes que lo demuestren!  Hay que colocar siempre la coletilla de "presunto" o de "supuesto" porque, aunque todo el mundo sepa a ciencia cierta lo que ha hecho, puede sentirse "ofendido" como ciudadano ya que la ley (la occidental) dicta que es inocente hasta que sea formalmente juzgado y etcétera.
 Por ejemplo, hace muy poco tiempo aunque ya se nos haya olvidado debido a la incansable diarrea de "noticias de última hora", en concreto el pasado mes de mayo, dos musulmanes de origen africano asesinaron a machetazo limpio a un soldado británico delante de numerosos testigos en Londres (en la foto aparece uno de ellos, arma en mano, en el momento de ser recriminado por una valiente ciudadana que se arriesgó a ser atacada por el bruto) pero todas las informaciones periodísticas hablaban forzadamente de los "presuntos asesinos". Incluso cuando se presentaron a juicio, los cínicos de sus abogados defendían, de entrada, su inocencia. Viva lo políticamente correcto, terminemos de enterrar el sentido común.


Sumemos a todo esto la manipulación más descarada que practican regularmente ciertos elementos socialmente cancerígenos que anidan en nuestro mundo y que proceden a través de la vía emocional combinada con la ignorancia, tanto de los hechos juzgados como de las normas legales empleadas para juzgarlos, por parte de la mayoría de los ciudadanos...  Y examinaremos a continuación un ejemplo claro, casi diríamos de libro, sobre cómo interpretar un suceso para reconducir a las masas inconscientes, empezando por los mismos periodistas que deben explicarlo al público, hacia conclusiones adecuadas, aunque difieran de las de la realidad. Hablamos del juicio por asesinato en Estados Unidos contra un vigilante llamado George Zimmerman, que en febrero de 2012 disparó y mató de un tiro a Trayvon Martin quien, según los medios biempensantes que tomaron partido desde el primer momento, era "un joven negro de 17 años desarmado que volvía a casa de su padre tras comprar golosinas en una noche de lluvia". Lo que llovió fueron las descalificaciones contra el jurado de Florida que absolvió a Zimmerman en (cito textualmente del diario español El País pero para el caso podríamos citar a prácticamente cualquier gran diario o cadena audiovisual occidental) este "caso de doble justicia para los ciudadanos, que se aplica dependiendo del color de la piel y retrotrae a las épocas de la segregación racial, cuando un hombre blanco no sufría las consecuencias legales de matar a un hombre negro". O lo que es lo mismo: ayudemos a colocar otro ladrillo en el infame, maniqueo y absolutamente injusto muro conceptual de "los blancos son todos malvados y los negros son todos buenos". No en vano el mismo presidente norteamericano Barack Obama (ese peculiar Nobel de la Paz, aficionado a promocionar guerras, deficiente administrador de las cuentas de su país y, últimamente hemos sabido, aficionado a espiar incluso a sus mejores amigos en sus ratos libres) se refería a lo ocurrido como una "tragedia" porque "si yo tuviera un hijo sería como Trayvon". Obama decía no compartir la sentencia aunque no le quedaba otra que aceptarla porque "el jurado ha dictaminado". 


Como suele suceder en estos casos, ninguno de los grandes medios (ni por supuesto el propio presidente estadounidense) se tomó la molestia de analizar y explicar con detalle todos los hechos. Pusieron de relevancia sólo los que les parecieron bien y luego se pusieron a opinar alegremente sobre ellos, conociendo su capacidad de influenciar en las opiniones ajenas. Por ejemplo, no se destacó en ninguna parte (más bien al contrario, pues todas las informaciones iban en la misma línea de blanco-malo-mata-a-chaval-negro-en-plan-Ku-Klux-Klan) el comentario de una de las mujeres que participó en el jurado que declaró inocente a Zimmerman cuando afirmó, después de dictar sentencia, que ni uno solo de los miembros de ese jurado "consideró nunca que hubiera motivaciones raciales en  el caso". Entre otras cosas porque el acusado, a pesar de la contundencia de su apellido europeo y la insistencia de los titulares convenientemente orientados..., ¡no es estrictamente hablando una persona caucásica, un blanco (pálido, rubio y de ojos azules..., que ya sabemos que ésos son los malos por decreto), sino una persona mestiza! De madre peruana con ascendencia negra y amerindia y padre blanco, Zimmerman, a quien vemos en la foto adjunta, se había incluido a sí mismo en el censo norteamericano como hispano, no como blanco. Estos pequeños detalles que se pasan por alto a menudo suelen ser claves para entender un caso tan complejo y a la vez tan sencillo como éste, sobre todo en Estados Unidos.

Pero veamos algunos otros "pequeños detalles" que no se explican... Los hechos ocurrieron en un barrio residencial de la localidad de Sandfort, Florida, donde durante los meses anteriores al suceso, las familias de las 260 viviendas de la zona llamaron a la policía más de 400 veces para denunciar tiroteos, allanamientos de morada, robos y otros crímenes cometidos por gentes de raza negra (no es un juicio de valor, es un hecho en las denuncias presentadas). En este clima de miedo, ante la incapacidad policial para frenar las crecientes agresiones contra el barrio y siguiendo una arraigada tradición norteamericana (en realidad, de origen europeo, aunque aquí ha sido erradicada hace mucho tiempo), los vecinos se organizaron a sí mismos en grupos de vigilancia para tratar de ahuyentar a las bandas de asaltantes. Por su formación católica y multirracial, su experiencia (empleado en una aseguradora y estudiando Justicia Criminal en la Universidad Estatal de Florida) y su empatía con la gente de la zona que le conocía y apreciaba a nivel personal, Zimmerman fue elegido por votación de los residentes como coordinador de este grupo. Por cierto que si este hombre era popular en el barrio era porque echaba una mano a su comunidad en otros aspectos de su vida que tampoco fueron publicados por los medios informativos empeñados en señalarle como violento agresor racial. Así, defendía y ayudaba notoriamente a sus vecinos de raza negra, algunos de cuyos hijos le tuvieron como tutor. En cierta ocasión, incluso elevó una protesta contra el Departamento de Policía de Sanford por la paliza que varios violentos agentes propinaron a un homeless negro. 


Zimmerman, por su oficio, por su responsabilidad en el barrio y por permiso legal, estaba perfectamente autorizado a llevar un arma y utilizarla en defensa propia. La noche que ocurrió todo, llamó por teléfono a la policía para advertir de la presencia de un joven que deambulaba con actitud sospechosa en la zona, poco después de que se hubiera producido el enésimo allanamiento en una vivienda del lugar. El sospechoso era Martin, cuya imagen no debía ser muy tranquilizadora si un hombre experimentado como Zimmerman creyó necesario avisar a los agentes de la ley. Otro "pequeño detalle" que no se suele contar es que no fue Zimmerman quien se acercó a Martin, sino al revés. Al 
verse observado, y con independencia de cuáles fueran sus intenciones reales (algo que ya nunca sabremos), el joven negro se aproximó al vigilante hispano con aire amenazante y provocador, desplegando sus diez centímetros de mayor altura y su fuerza juvenil en un intento de intimidarle. Un "pequeño detalle" más que no suele aparecer relatado por los periodistas/opinadores es que su historial personal no era precisamente brillante: había sido expulsado en más de una ocasión de su instituto. Entre otras cosas porque en su taquilla personal aparecieron varias joyas (probablemente robadas, aunque no se llegó a demostrar), herramientas para forzar puertas e incluso residuos de sustancias estupefacientes... A la izquierda  aparece Martin en una foto tomada poco tiempo antes del suceso pero no distribuida por los principales medios de comunicación. Éstos prefirieron
publicar la que aparece a la derecha, tomada cuando tenía 14 años y ofrecía una imagen más inocente... Lo que sucedió después resulta confuso. Según las investigaciones, Martin huyó (quizás escuchó la sirena del coche de la policía que acudía a verificar lo que ocurría) y Zimmerman le siguió. Hubo un enfrentamiento violento entre ambos y, aunque es difícil saber qué ocurrió con exactitud, todo terminó con Zimmerman lesionado (incluyendo una brecha en el cráneo y la nariz rota, como se aprecia en esta otra imagen tomada por la policía al llegar al lugar de los 
hechos) y Martin muerto. La versión del acusado, vistos los antecedentes, parece la más lógica (y de hecho como tal la aceptó el jurado): Martin atacó a Zimmerman, le golpeó brutalmente, y éste terminó sacando su arma para defenderse. En conjunto, un incidente desgraciado, por supuesto, y producto de los gravísimos problemas sociales generados por la forma de vida corriente hoy día en nuestro mundo occidental, pero desde luego muy alejado de la historia que, aún ahora, se nos sigue vendiendo acerca de la "gran injusticia" cometida porque un brutal hombre blanco asesinó a un inocente e indefenso chaval negro y ha quedado sin castigo...

Este caso levantó pasiones en Estados Unidos, y fuera de ellos, al mostrar de nuevo las tensiones raciales que sufre una sociedad forzadamente multicultural como es la norteamericana (el mismo tipo de sociedad hacia donde nos están conduciendo en el Viejo Continente los muy obedientes líderes políticos -por llamar de alguna forma a semejante tropa de incompetentes ambiciosos- de la Unión Europea) y que acabará con el tiempo derivando en una situación mucho más grave. Porque se habla mucho del supuesto racismo violento de los blancos pero jamás se cita el equivalente del resto de razas que conforman la actual paleta de colores del homo sapiens. Y ahí va otro ejemplo: los mismos medios de comunicación que tanta publicidad dieron al caso Zimmerman-Martin no dijeron ni una palabra sobre el brutal llamamiento público a través de un video masivamente distribuido por Internet de Samir Shabazz para que los negros norteamericanos (el pudoroso eufemismo actual es el de afroamericanos) se armaran a fin de iniciar "una guerra contra los cerdos blancos" en la que proponía "sacarlos de sus casas, colgar su piel de los árboles, arrastrarlos detrás de los camiones y verter ácido sobre ellos". Entre otras lindezas, el mismo Shabazz no sólo afirmaba la "necesidad" de lanzar bombardeos selectivos contra las zonas residenciales habitadas por blancos en Estados Unidos, sino que sugería "matar a todos los bebés blancos, segundos después de que hayan nacido". Y por supuesto condenaba a Zimmerman como malvado asesino de Martin. Es más: ofrecía varios miles de dólares de recompensa a aquél que le asesinara.

En España, en Europa y, en general, en el mundo, el tal Shabazz (en la imagen de la derecha) no es ni la mitad de conocido que Zimmerman..., simplemente porque los medios no hablan de él. Y sin embargo tiene mucho más poder que el vigilante encausado y ahora indultado, puesto que es uno de los actuales dirigentes del Nuevo Partido de los Panteras Negras norteamericano, hoy integrado en la Nación del Islam: una organización radical, racista (negra) y con creencias delirantes. Por ejemplo, defienden que no hay un Alá o dios supremo sino muchos, aunque no todos lo son al mismo tiempo sino sucesivamente. El primero de ellos (que por supuesto habría sido negro) nació de la nada en un universo que surgió hace 66 trillones (sic) de años y en el que los negros, originalmente la "raza superior" fueron desplazados temporalmente del poder por una "raza demoníaca" (los blancos, incluyendo a los judíos a los que también odian y descalifican de manera particular) creada por un "científico malvado" llamado Yakub al que se identifica con el patriarca bíblico Jacob. En su opinión, el fin de los "diablos de ojos azules" está próximo y eso será entre otras cosas gracias al trabajo de este grupo fundado por un tipo llamado Wallace Fard Muhammad, de vida bastante turbia y que murió en 1934, aunque según ellos en realidad no falleció sino que fue trasladado a una nave espacial porque es el actual Alá... A pesar de las barbaridades lanzadas a diestro y siniestro por Shabazz, el Departamento de Justicia del gobierno de Barack Obama no ha movido un dedo contra él, los editorialistas de la prensa norteamericana no se han mostrado en absoluto preocupados, las organizaciones pro derechos humanos no han abierto la boca e incluso el poderoso lobby judío estadounidense mira hacia otra parte. ¿Por qué? ¿Hubiera sucedido lo mismo si hubiera sido un racista blanco quien llamara al exterminio de los negros? No hace falta ser Mac Namara para darse cuenta de que, como de costumbre, se nos escamotea información importante.

Así que, volviendo al asunto de la justicia, parece bastante claro que no debemos esperar gran cosa de la humana. Yo personalmente no lo hago, porque las sentencias de los magistrados homo sapiens se asemejan a lanzar una moneda al aire, una moneda trucada: a veces cae de un lado, a veces cae del otro, pero caiga como caiga no es por casualidad sino porque alguien la ha empujado hacia ese lado obedeciendo a menudo ocultos intereses. El maestro Khalil Gibran dejó escrito en cierta ocasión, acerca de la insuficiencia de los leguleyos, lo siguiente: "Y vosotros, jueces que pretendéis hacer justicia, ¿qué sentencia pronunciariais para el que, siendo honrado en la carne, es un ladrón en el espíritu? ¿Y qué pena impondriais a quien asesina en la carne, pero a su vez ha sido asesinado en espíritu? (...) No podéis dar remordimiento al inocente, ni quitarlo del corazón del culpable. Sin que se le llame, el remordimiento gritará durante la noche, para que los hombres despierten y se observen en lo profundo de sí mismos. Vosotros, que quisierais entender la Justicia, ¿cómo lo haréis, a menos que consideréis que el que se yergue erecto y el caído no son sino un mismo hombre, en pie a la luz del crepúsculo, entre la noche de su yo pigmeo y el día de su yo Dios, y que la piedra angular del templo no es en realidad más alta que la piedra más baja de sus cimientos?" 
Por fortuna, nos queda una esperanza y ésa es la Justicia estelar, la que propicia la propia Naturaleza, que los antiguos egipcios simbolizaron en la imagen de la diosa Maat, hija de Ra, la que porta una pluma de avestruz en su tocado y extiende sus alas protectoras sobre aquéllos que de verdad se han hecho merecedores de su clemencia. Maat se ocupa de administrar justicia desde un punto de vista universal y mantiene la delicada armonía de las cosas aplicando esa ley que los orientales bautizaron con el nombre de karma y que básicamente consiste en reequilibrar constantemente el mundo: si tomaste de más, te quitarán lo equivalente pero con mayor dolor; si tomaste de menos, la diferencia te será restituida y además de la mejor forma posible... Pasa siempre y con todas las personas. Y no importa que uno no crea en estas cosas, porque funcionan de todas maneras: tampoco hace falta creer en la ley de la gravedad para tropezarse y caerse al suelo. Por ello cada vez que cometo un error suelo preocuparme por compensarlo lo antes posible motu proprio antes de que se presente alguno de los enviados de Maat a cobrarme una multa cósmica.
 



viernes, 18 de octubre de 2013

Por los pelos

El nivel imperante de entontecimiento ilustrado que reina en el mundo está llegando a extremos verdaderamente asombrosos. Ya lo he dejado dicho multitud de veces (me preocupa empezar a repetirme tanto como un guiso saturado de ajo y cebolla) pero es que, a pesar de que nunca como hoy un ciudadano medio ha tenido mayores oportunidades de estar informado y de reaccionar e influir sobre su entorno, prácticamente a diario tengo la ocasión de quedarme de piedra ante la ausencia de formación (lo que es grave) y de empuje (lo que es peor) o de punch, que dicen en América, de ese mismo ciudadano. Y lo peor es que cuanto más joven es el individuo en cuestión, menos formación y menos empuje suele tener (por no hablar, entre otras minucias, del alarmante crecimiento del conformismo y su primo hermano el nihilismo, la clara ausencia de creatividad o la espantosa desaparición del compromiso, no ya con la sociedad o siquiera con la familia, sino con uno mismo, que en el fondo es lo más importante...). Sí, ya sé que la historia de la humanidad no ofrece, en general, períodos mucho mejores que el actual pero da la sensación de que estamos peor que nunca en el sentido de la vida interior, o la ausencia de ésta...

Y es que la estrategia diseñada y puesta en marcha por los Amos hace tantos años, lenta pero poderosa, se desarrolla de manera implacable, gota a gota, pasito a pasito, infectando en silencio a un homo sapiens tras otro sin llamar la atención de los demás . El sueño se extiende a cámara lenta en nuestra sociedad, sí, pero cuando aferra a alguien entre sus garras es muy difícil que esa persona llegue a soltarse, llegue a despertar, hasta que no alcanza sus últimos días en este planeta..., y posiblemente ni siquiera entonces. Cada vez son más los que caen en este adormecimiento vital que transforma a los aspirantes a seres humanos en perfectas ovejas del rebaño, tambaleantes por la eficacia del veneno que confunde el alma. Se trata de un fenómeno de zombificación social perfectamente elaborado y promocionado a todos los niveles que explica tal vez en parte el éxito actual de los libros y películas sobre muertos vivientes (en el fondo, tan aburridos y previsibles como las producciones pornográficas), en los que tanta gente se reconoce inconscientemente que hasta disfrutan vistiéndose, maquillándose y moviéndose como zombies. La agobiante sensación final que resulta de todo esto es la empatía absoluta con Robert Neville, el protagonista de la fabulosa Soy Leyenda del grandísimo, inmenso, Richard Matheson (quien por desgracia nos dejó a finales del pasado mes de junio): uno de esos escritores que merecieron el Premio Nobel de Literatura mucho más que la mayoría de los homenajeados con este hoy devaluado galardón y que por supuesto nunca llegó a recibirlo por haber cometido el pecado de dedicarse al género fantástico.

En los mentideros conspiranoicos hay muchos argumentos y teorías sobre el método empleado por los Amos para potenciar el atolondramiento generalizado. Desde el uso masivo e hipnótico de las pantallas (cuando uno se para a pensarlo, resulta que nos pasamos cada vez más tiempo delante de una de ellas, ya sea la de la tele, la del ordenador o la del teléfono móvil o, más corrientemente, las de todos estos objetos uno tras otro), hasta el bombardeo de tranquilizantes y otras sustancias extrañas a través de los chemtrails (cada vez más evidentes en el cielo y, al mismo tiempo, más negados por los creyentes de la fe laica del Todo-está-bien-amigos-y-no-hay-nada-fuera-de-lo-corriente-sobre-lo-que-preocuparse), pasando por el consumo masivo de alcohol (entendido como insustituible arma social para la relación con los demás) y los medicamentos (veo a gente más joven que yo ingerirlos por sistema, casi como si fueran gominolas, en busca de un rápido alivio para cualquier mínima molestia física) o el envenamiento progresivo de alimentos (destrozando los cultivos tradicionales, potenciando la transgenia, introduciendo azúcar en la composición de todos los productos elaborados -¡hasta en el pan integral! ¡recomiendo hacer el ejercicio de mirar las etiquetas de los productos que compramos en el supermercado: nos llevaremos más de una sorpresa!-, etc.) y agua (cada vez más fluorizada en nuestros grifos..., y resulta bastante iluminador leer algo sobre las consecuencias del flúor). Pero en los últimos días se ha planteado una nueva idea para explicar el porqué de esa extensión del control que, en realidad, no es tan nueva pues la encontramos en viejas leyendas bastante conocidas. O, mejor dicho, que eran bastante conocidas hasta no hace mucho, porque nuestro fabuloso sistema educativo ya no suele enseñarlas ni hablar acerca de ellas.


Se trata del cabello..., y sobre todo de la ausencia del mismo. Diversas culturas nos muestran las proezas y aventuras de dioses y héroes que a menudo son descritos, entre otras características, con un pelo largo y fuerte. En el caso europeo ese pelo, cuando es rubio o pelirrojo (lo que en la antigüedad parece que era mucho más común que hoy día, cuando estamos todos mucho más mezclados racial y genéticamente, dentro de una de las estrategias destinadas a desembocar en el gobierno mundial) adquiere una identificación claramente solar y los largos mechones se identifican con los rayos del Sol, por lo que su portador pasa a convertirse en un descendiente aun simbólico del mismísimo astro rey que dispone de capacidades especiales. Desde el Cuchulainn irlandés hasta los más feroces caudillos celtíberos en la guerra contra el invasor romano pasando por el exageradamente barbudo Merlín, las doncellas feéricas aficionadas a peinarse sus melenas rubias en los ríos centroeuropeos, los espartanos que antes de desafiar a la misma muerte emplean su tiempo en peinarse y adornarse sus largos cabellos, los intrépidos navegantes vikingos ("en mi pueblo tenemos una palabra para describir al hombre sin barba: le llamamos 'mujer'...") o los fascinantes reyes merovingios dotados de poderes sobrenaturales, la cabellera larga y brillante, junto con la barba y el bigote, se encuentran a menudo asociados con el valor y el poderío del ser humano libre y fuerte, capaz de ejercer su voluntad en el mundo y decidir así su destino. 

Por contra, ¿dónde hallaremos a los hombres sin pelo o con poca cantidad de él? En las instituciones religiosas y/o más o menos civilizadas, donde la individualidad ha de someterse a la comunidad, disolverse en la Gestalt de la organización que pasa a apoderarse de cada uno de sus miembros, disponiendo de él según las necesidades del grupo, convirtiéndoles en meras piezas desechables de un diseño general, tentáculos de un ordenador central que les controla y sacrifica a placer. Sacerdotes de numerosas religiones en diversos puntos del mundo han sido identificados desde muy lejanas épocas con una calvicie forzada, basada en tonsuras específicas o en cráneos completamente rasurados. No creo que sea una casualidad que, en el Viejo y Salvaje Oeste, se convirtiera en tan bárbara como habitual costumbre el hecho de arrancar la cabellera del enemigo vencido (una iniciativa original de algunas tribus indias en el noreste de Norteamérica que los colonos holandeses, ingleses y franceses copiaron y popularizaron después por todo el continente pagando a sus aliados indios a tanto por cabellera, e incluso practicando esta costumbre ellos mismos).
Uno de los cuentos más populares de la cultura occidental, en lo que al poder del cabello se refiere, la protagoniza Sansón. Se supone que éste es un personaje judío, perteneciente a la tradición bíblica. Sin embargo, como sabe bien cualquiera que se haya tomado la molestia de examinar el Antiguo Testamento a fondo, la mayoría de los relatos incluidos en este llamado libro sagrado que no es sino una colección de aventuras criminales (donde proliferan las traiciones, los asesinatos, los incestos, los latrocinios, la violencia, la intolerancia y hasta los genocidios divinos) no son de origen realmente judío, sino más bien adaptaciones judías de cuentos y leyendas previos, originales de otras tradiciones como la mesopotámica y la egipcia. En el caso de Sansón, se nos presenta como un hercúleo líder israelita capaz de enfrentarse con un león con sus manos desnudas y destinado por el dios de Israel desde su mismo nacimiento a liberar a su pueblo de "la opresión de los filisteos", a mil de los cuales mata él solo con la simple ayuda de una quijada de burro. El nombre por el que le conocemos hoy deriva, según los expertos, de la palabra hebrea Shemesh. Pero ésta no es más que una copia de Shamash: el conocido dios del Sol en Sumeria, la más antigua civilización registrada hoy en Mesopotamia...  Para consevar su fuerza sobrehumana, Sansón sólo debe cumplir una condición: no cortarse jamás el cabello. Tras muchas aventuras (de las cuales, pocas son edificantes pues él mismo protagoniza diversos asesinatos, hurtos y relaciones con prostitutas, pese a mantener la dignidad de juez de Israel durante veinte años) acaba enamorándose de Dalila, una mujer filistea, que consigue tras varias intentonas averiguar el secreto de su poderío. Aprovechando que está dormido, un sirviente de la casa le rapa la cabeza.

Sin pelo, Sansón es fácilmente reducido por un grupo de filisteos que, en venganza por las tropelías que ha cometido contra ellos, le dan una paliza, le sacan los ojos y le convierten en esclavo obligándole a moler grano como si fuera un animal. Así transcurren sus días más amargos a partir de entonces..., pero los filisteos cometen un grave error y es el de no acordarse de rasurarle regularmente. De hecho, no vuelven a hacerlo desde la primera vez, cuando cayó en sus manos. En consecuencia, a medida que vuelve a crecer el cabello Sansón recupera progresivamente la fuerza, pero lo oculta cuidadosamente esperando la ocasión de vengarse. Y ésta termina llegando cuando los filisteos deciden incluir a su prisionero en el programa de festejos ceremoniales en el templo de Dagón. En cierto momento, Sansón se encuentra entre las dos columnas sobre las que descansa todo el edificio, repleto de oficiantes y fieles. Echando mano de su poder, casi enteramente recuperado a estas alturas, empuja ambas columnas a la vez hasta desestabilizarlas y provocar el desmoronamiento del templo entero. El redactor veterotestamentario concluye alegremente reseñando el mérito del héroe que se inmola a sí mismo y gracias a ello mata a más filisteos de los que había asesinado a lo largo de toda su vida (que eran unos cuantos).

  Con estos precedentes, llegamos a la historia que está circulando en estos momentos por Internet y que nos sitúa a comienzos de los años noventa del siglo XX. Según la misma, una mujer llamada Sally (no es su nombre real, por su propia seguridad) estaba casada con un psicólogo que trabajaba con veteranos de guerra con problemas de estrés post traumático. Muchos de estos ex soldados habían servido durante la guerra del Vietnam, el trauma por excelencia del ejército norteamericano contemporáneo. La mujer contaba que su marido regresó un día a casa con una importante documentación procedente de una serie de investigaciones desarrolladas por el gobierno de EE.UU. que le puso, nunca mejor dicho, los pelos de punta. Según estos informes, durante el conflicto vietnamita y precisamente por la naturaleza del mismo, responsables de las fuerzas especiales del Ejército fueron a las reservas indias a seleccionar para sus unidades de rastreo y exploración a hombres especializados en capacidades como la supervivencia y la adaptación a parajes naturales salvajes. Pero algo raro sucedía con ellos cuando llegaban al teatro de operaciones: por buenos que fueran durante las pruebas de selección, al desplegarse sobre el terreno en Asia sus habilidades desaparecían como por arte de magia.

Como esta situación se repetía una y otra vez, los directores del programa ordenaron una serie de pruebas complementarias para tratar de descubrir qué estaba fallando. También se les preguntó a los propios indios. Algunos de ellos contestaron que los cortes de pelo de estilo militar, que dejaban sus cráneos casi pelados, eran la razón de su fracaso ya que al ser privados de sus tradicionales y largas cabelleras perdían su intuición y su habilidad para captar e interpretar las señales sutiles que estaban acostumbrados a aprehender. Con cierto escepticismo, los seleccionadores escogieron a un grupo de nuevos reclutas y les sometieron a diversas actividades sin cortarles el pelo. Los resultados fueron sorprendentes: aquéllos que mantenían su larga cabellera intacta culminaban con éxito los objetivos, aquéllos a los que se seguía cortando el pelo los rebajaban de inmediato incluso aunque durante los tests preliminares (antes de raparse) hubieran obtenido idéntica puntuación. Una de las pruebas consistía en que, durante su entrenamiento de supervivencia, los seleccionados serían atacados una noche concreta en el bosque cuando estuvieran durmiendo. Invariablemente, los indios con el pelo largo presentían la llegada del "agresor" que simulaba ser un soldado enemigo dispuesto a estrangularles y reaccionaban de dos maneras: o bien se despertaban y se alejaban del lugar antes de que llegara su atacante o bien se despertaban pero se hacían los dormidos y se lanzaban por sorpresa contra el "enemigo" antes de que éste culminara su acción. Invariablemente, los indios con el pelo cortado se dejaban sorprender en su sueño.
 

Como es lógico, una de las recomendaciones finales de los seleccionadores en el documento resumen que facilitaron al Ejército, según contó Sally, fue que a partir de ese momento cualquier futuro miembro del equipo de rastreadores y exploradores en Vietnam conservara toda su cabellera si se quería aprovechar su potencial. La mujer también contó que su marido, el psicólogo, era una persona tradicional y conservadora pero que, a raíz del estudio de aquellos documentos, decidió no volver a cortarse nunca más ni el pelo ni la barba... La explicación que se ofrece a este relato es que los cabellos podrían ser considerados como una especie de "red exterior" del sistema nervioso, unas verdaderas antenas capaces de adquirir información del entorno y de transmitírsela al cerebro de manera inconsciente. De esta forma, de repente sentiríamos unos "impulsos" o "ganas" de hacer una cosa u otra, de manera en apariencia aleatoria pero en realidad secretamente aconsejados por los datos captados a través de nuestra cabellera...

Como suele suceder con este tipo de historias, no hay manera de contrastar la fuente. Ni siquiera Mac Namara me ha podido decir nada al respecto. Pero el relato es ciertamente sugerente, sea o no cierto. De pronto he caído en la cuenta de que hoy día hay multitud de personas aún jóvenes, digamos del entorno de los treinta años, cuyo pelo es ralo y quebradizo o que directamente han perdido buena parte, si no todo. Las excusas son variadas: están sometidas a demasiado estrés y ello influye en la caída de los cabellos, lo han quemado a base de teñírselo o engominarlo desde la adolescencia en repetidas ocasiones, su alimentación a base de comida basura les ha afectado físicamente en varios aspectos incluyendo éste, la moda de la depilación a ser posible integral está cada vez más extendida...  

No quiero decir, obviamente, que los calvos sean personas inferiores o menos completas pero lo cierto es que el número de occidentales con pelo bueno y abundante se ha reducido drásticamente en las últimas generaciones..., coincidiendo con el progresivo naufragio intelectual, moral e instintivo de nuestra sociedad.







viernes, 11 de octubre de 2013

Carácter de hereje

Hay que ver lo fácil que es engañar al homo sapiens. Basta que aparezca alguien bien vestido (a ser posible con traje y corbata..., y ya no te digo nada si encima se pone una bata blanca con algún logotipo bordado de una importante institución internacional) con gesto serio y un discurso estándar (construido con palabras clave y expresiones a la moda, por supuesto en la línea de lo políticamente correcto) y a ser posible hablando en inglés para que de forma automática caigan todas las defensas mentales y su audiencia tienda a creer que todo lo que cuenta no sólo es creíble sino absolutamente real. De esta manera, la importancia del continente supera a la del contenido y los aturdidos ciudadanos contemporáneos oyen sin escuchar y aceptan sin cuestionarse las argumentaciones enrevesadas de todos ésos que, al menos hasta hace unos años, se definían en la Teoría de la Comunicación como "líderes de opinión" de la sociedad. Ansiosos por olvidarse de lo importante para entregarse cuanto antes a la narcosis de lo banal, esos ciudadanos apenas sí tienen un rato para aceptar y asumir, siempre sin análisis previo, las conclusiones de los grandes actores en escena. Así se dejan guiar por las certezas y los dogmas impuestos desde arriba, tan sólidos en apariencia y tan frágiles cuando uno se toma la molestia de salirse del carril y contemplar el paisaje desde un ángulo diferente.

Esos dogmas acaban convirtiéndose en una fe laica, una nueva religión del pensamiento tan imposible de defender como todas las religiones, que en el fondo no son sino burdas adaptaciones (a menudo, burdas degeneraciones) del único y real camino espiritual, tan desconocido hoy como siempre lo ha sido (como siempre lo ha de ser, para el vulgo) a lo largo de incontables generaciones desde el principio de los tiempos. Y como todas las religiones, esta forma de enfrentarse a la vida posee sus propios sumos sacerdotes, sus templos, sus inquisidores y, claro, sus rebaños de fieles.

En la Universidad de Dios, donde estudio esta extravagante carrera que (hoy, cumplido medio siglo en esta reencarnación, lo sé a ciencia cierta) es la única que merece la pena cursar, una de las primeras cosas que se enseña al alumno es que, si espera progresar adecuadamente en los estudios, debe asumir cuanto antes el carácter de hereje. O, como dice la segunda acepción del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: "persona que disiente o se aparta de la línea oficial de opinión seguida por una institución, una organización, una academia, etc." Bien, en nuestro caso, se trata de adoptar la función de hereje universal, en el sentido de apartarse de cualquier línea oficial para seguir única y exclusivamente la vía propia. Es decir, abrazar la Libertad con mayúscula: uno de los dones más grandiosos a los que puede aspirar el ser humano, e igualmente uno de los más escasos, por lo caro que resulta de conseguir y sobre todo de mantener. Sólo los más fuertes, los semidioses, pueden tener éxito en la ordalía que supone la conquista y el ejercicio de la Libertad que, resulta obvio, poco tiene que ver con lo que el confuso habitante del mundo moderno entiende con esa palabra.

Con tiempo y un poco de entrenamiento, un hereje experimentado puede emplear su libertad de pensamiento para desenmascarar con cierta facilidad los discursos de los títeres que se supone gobiernan el mundo y adquirir una visión más o menos panorámica de lo que está sucediendo de verdad. El resto de personas se limita a vivir en la dulce ignorancia de lo que ocurre y a dejarse descolocar por noticias "sorprendentes" que aparecen de cuando en cuando y que está claro que nunca pudieron prever teniendo en cuenta el tipo de informaciones con las que han sido atiborradas durante años.

Un ejemplo de todo esto es la Ciencia: un campo verdaderamente fascinante para el investigador aficionado o profesional (y especialmente atractivo para el hereje, empeñado en descubrir las causas y razones últimas de la Ciencia), aunque para los consumidores habituales de fútbol y televisión se encuentra más próximo a la Brujería que a otra cosa, pues carecen de los conocimientos mínimos para comprenderla y tampoco tienen demasiado interés en adquirirlos: lo único que les preocupa es poder beneficiarse en su vida diaria de los sucesivos descubrimientos científicos. Por eso, si hoy día se produjera un apocalipsis generalizado, volveríamos a la Edad de Piedra de inmediato a pesar de los fabulosos inventos y avances técnicos de los que disponemos en este momento, ya que sólo un porcentaje ínfimo de la humanidad conoce los principios en los que se basan y cómo desarrollarlos. También en este sentido nuestros antepasados eran muy superiores a nosotros: conocían pocas cosas pero esas pocas cosas estaban al alcance directo de un mayor número de personas. Un ejemplo: en la Edad Media poseían una dieta de variedad ridícula en comparación con el amplísimo menú a nuestra disposición a principios del siglo XXI. Sin embargo, un porcentaje muy elevado de la población sabía cómo procurarse su propia comida, bien a través de la caza, bien a través del cultivo o la recolección, mientras que la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos civilizados sería incapaz de alimentarse a sí misma si de un día para otro desaparecieran los supermercados y los centros comerciales y tuviera que dedicarse a buscar su sustento de manera individual.

Volviendo al tema del engaño a través del argumento de autoridad, y en relación con la Ciencia, resulta ciertamente asombrosa la sencillez con la que se despliega el fraude a nuestro alrededor y la gente lo acepta sin más. Han pasado ya más de cien años, desde que en diciembre de 1912 el paleontólogo del Museo británico Arthur Smith Woodward y el arqueólogo aficionado Charles Dawson (en la foto de al lado, es el de la izquierda) presentaran al mundo su "revolucionario descubrimiento" del Hombre de Piltdown: el perfecto eslabón perdido, provisto de una bóveda craneal humana y una mandíbula simiesca y con una supuesta edad de varios cientos de miles de años. Casi todos los científicos de la época ratificaron la veracidad de los restos de lo que durante cuarenta años se estudió con total seriedad y rigor en todas las universidades y en todos los libros especializados (y fue así aceptado por la sociedad de su época) como el Eoanthropus dawsoni y los pocos que se atrevieron a alzar la voz dudando de lo que se les presentaba fueron ninguneados, arrinconados y boicoteados por ir en contra del dogma oficial.  Hasta que en 1953 un equipo de investigadores del Museo Británico lograron unir las fuerzas necesarias para concluir con un estudio muy documentado la completa falsedad del presunto fósil. La bóveda craneal no tenía más de 50.000 años y la mandíbula, procedente de un orangután, había sido teñida y forzada a encajar para completar la gran mentira.

Sí, al final había triunfado el método científico pero... ¿Cómo recuperar la vida y el trabajo, ambos destrozados, de todos aquellos expertos que no creyeron en la farsa y fueron machacados por sus colegas pese a que obviamente estaban más capacitados que ellos? ¿Cómo borrar de la memoria y de futuras investigaciones las conclusiones erróneas acumuladas en la difusión de los centenares de textos que habían dado como bueno el inexistente Hombre de Piltdown? ¿Cómo recuperar los recursos humanos y económicos empleados durante cuatro decenios en investigar lo que nunca mereció la pena ser investigado? 

Por supuesto, a día de hoy el eslabón perdido continúa sin aparecer. Seguramente porque nunca ha existido (los usuarios habituales de esta bitácora conocen lo que pensamos Mac Namara y yo acerca de las divagaciones de mr. Darwin, hoy asumidas como La Verdadera y Única Teoría Válida por parte de la mayor parte de la comunidad científica, con idéntico entusiasmo al que sus predecesores demostraron en el caso de Piltdown). Oh, espera: acabo de pronunciar una herejía...

El caso es que sigue siendo sencillo colar estudios falsos sobre casi cualquier cosa. Tan sencillo, que varios científicos se han dedicado en los últimos años a realizar sus propios experimentos para probar la fragilidad del sistema. El último de ellos ha sido John Bohannon, un periodista y biólogo de la Universidad de Harvard que presentó un interesante estudio sobre las poderosas propiedades anticancerígenas de una sustancia química llamada Cobange, extraída de un liquen. El Wassee Institute of Medicine figuraba como patrocinador de este trabajo que fue presentado entre enero y agosto de 2013 a poco más de 300 publicaciones científicas. Más de la mitad (en total, 157 revistas) lo aceptaron como fiable, incluyendo el Journal of Natural Pharmaceuticals, y se mostraron dispuestas a publicarlo...  Pero lo cierto es que era todo una invención: no existe esa sustancia ni tampoco ese instituto. Bohannon sólo quería probar por sí mismo la (poca) fiabilidad de la selección de trabajos sobre proyectos e investigaciones.

A mediados del 2012, ya habíamos conocido el caso de un grupo de investigadores del Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT (el legendario Instituto Tecnológico de Massachusetts) que diseñó un software específico, el SCIgen, con objeto de crear de manera automática diversos documentos de carácter técnico y científico que, a primera vista, parecen correctos (sobre todo si los examina un neófito) pero que en realidad no tienen sentido alguno, ni por tanto utilidad. Gracias a este programa informático generaron una serie de trabajos que no sólo fueron publicados por revistas especializadas sino aceptados y debatidos en congresos científicos como si significaran algo...

La pregunta que viene a continuación es: ¿cuántos de los trabajos publicados son reales? Se supone que todos o casi todos, gracias al control que existe en este tipo de revistas pero si Bohannon y los científicos del MIT pudieron camuflar sus falsos estudios sin grandes problemas, ¿quién nos dice que otros también no lo hicieron y a día de hoy siguen sin revelarlo por diversos motivos? (por ejemplo para justificar la adquisición de fondos para sus distintos proyectos) Hay algún caso también en España, como el del investigador y veterinario Jesús Ángel Lemus, que trabajó entre 2007 y 2012 en la estación biológica de Doñana y que fue sometido a una investigación por el Comité de Ética del CSIC (el Consejo Superior de Investigaciones Científicas) cuyas conclusiones fueron contundentes: "mintió o erró en 24 trabajos publicados en 17 revistas científicas" entre las cuales figuran las norteamericanas PLoS ONE y PNAS y la británica Biology Letters.

Así que la próxima vez que algún Gran Hombre aparezca en los medios de comunicación tratando de impresionarnos con su verborrea, ya sea científica o política o económica o financiera o religiosa o social o lo que quiera que sea, deberíamos tratar de no darle crédito de manera automática. 

Como diría el viejo Werner: vivimos en la incertidumbre absoluta...

viernes, 4 de octubre de 2013

El retorno

No han durado mucho mis vacaciones, la verdad. O, mejor dicho, no siento que hayan durado mucho... Aunque sé, porque he recibido algún mensaje privado, que algunos lectores especialmente fanáticos de Fácil para nosotros estaban deseando que finalizara el período estival para volver a sufrir regularmente leyendo las paranoias personales del que suscribe, tengo que decir que ésta es la vez que más me ha costado abandonar mi Walhalla para regresar aquí a la Tierra (en general) y a la Universidad de Dios (en particular). Y es que me lo he pasado tan bien estos últimos meses entre los dioses, con Aventuras (así: en mayúscula) de verdad en sitios que los humanos corrientes jamás podrían llegar a imaginar, que sólo la perspectiva de encarnar otra vez para volver a los cursos universitarios de 3º de Dios (compatibilizándolos con la "vida normal" de periodista) me ha provocado un bajonazo tremebundo... Pero así son las cosas: estamos metidos en la Guerra Eterna y uno no tiene más remedio que obedecer las órdenes correspondientes del escalafón superior. Y este escalafón fija y acota el período vacacional con la misma precisión con la que luego imparte órdenes concretas a cada unidad para llevar a cabo su correspondiente misión. Yo recibí mis órdenes, como todos, y aquí estoy, de vuelta a mi puesto de combate interno, tras un breve viaje de regreso a bordo del drakkar divino junto al resto de guerreros de mi ejército. 

Esta noche he regresado, pues, a mi apartamento en el campus universitario que, por cierto, me he encontrado silencioso y semiabandonado. Se supone que Mac Namara se había quedado al cargo, igual que iba a responsabilizarse de la marcha del blog durante mi ausencia pero mi gato conspiranoico no es precisamente lo que se dice un tipo familiar y preocupado por el hogar (¡es un gato, al fin y a la postre!) y me he encontrado todo de aquella manera. Tampoco esperaba otra cosa, la verdad: ya le conozco desde hace un tiempecito y tiene sus particularidades...

Una de las razones por las que he tenido que hacer un verdadero ejercicio de voluntad para regresar a este planeta tan denso y tan pesado es que da la impresión de que trabajar en algo importante aquí es, como reza el refrán, intentar arar el mar... Pasa el tiempo y nada cambia, incluso cuando parece que cambia, por mucha fuerza y coraje que le echen aquéllos que están en disposición de hacerlo, que por desgracia son muy pocos. Como diría aquel italiano solitario y monótono, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, en su única obra realmente conocida, El Gatopardo: "Todo debe cambiar, si queremos que continúe igual". Y de esa manera funciona: siguen gobernando los mismos y siguen haciéndolo bajo el disfraz, dejando que sean sus títeres los que aparezcan en primer plano y diviertan a las masas con sus bravuconadas, sus desvaríos y sus errores. Los días se suceden, cada uno de ellos igual a los anteriores, para los esclavos: esos aturdidos galeotes de naves invisibles que mantienen en marcha el Sistema y a cuyos remos están engrilletados hasta el día de su muerte, aunque ellos se vean a sí mismos (y mismas) como recomendables hombres (y mujeres) luchadores (y luchadoras), honestos (y honestas), solidarios (y solidarias) y, lo más sarcástico de todo, con libre albedrío y capacidad de decisión sobre su propia vida.

Un ejemplo como otro cualquiera: el dinero. Todo lo que ha pasado en los últimos días en el mundo es una prueba obvia de que, si el homo sapiens tuviera algo de racionalidad en esa enorme y blanda nuez que se aloja en la cavidad craneal donde debería estar su cerebro, se habría percatado de la inmensa mentira financiera sobre la que descansa el injusto, absurdo y parasitario modus operandi actual. Y, lo más importante, hubiera reaccionado contra ella.

En el caso de España, se acaban de presentar los Presupuestos Generales del Estado para 2014 y, tal y como sintetizaba la acertada portada del diario ABC de hace unos días, casi el 68 por ciento de las cuentas del reino se lo comen las pensiones, las prestaciones a parados, las transferencias a otras administraciones y los intereses de la deuda. El dato es asombrosamente demoledor pero, una de dos (y no sé que es peor): la gente corriente no entiende lo que eso significa o le da completamente igual. Examinemos esto por partes, aunque a la fuerza ha de hacerse superficialmente ya que cada uno de estos asuntos merecería su propio análisis en profundidad. 

En primer lugar, las pensiones. Casi el 36 por ciento (¡cerca de 4 de cada 10 euros, que se dice pronto!) del dinero recaudado en España se destina a pagar a las personas mayores, ya jubiladas y por tanto con derecho a ser mantenidas (siquiera en parte, porque no se puede decir que las pensiones en España sean de lujo: más bien todo lo contrario). Tenemos un elevadísimo porcentaje de personas mayores y los medios de comunicación al servicio de los que mandan nos dicen que eso es por culpa de los muchos años que vivimos ahora. Mentira. O verdad a medias, que es todavía peor. No existen demasiados ancianos, como intentan hacernos creer. En realidad, no son tantos en número pero sí en porcentaje. Y si existe ese gran porcentaje de ancianos es porque el número de jóvenes ha sido artificialmente reducido de manera forzada durante los últimos veinte o veinticinco años gracias a las intensas campañas en contra del compromiso, la familia y la descendencia y a favor de un estilo de vida que prima el egoísmo personal individual por encima del sentido de responsabilidad y contribución al bienestar de la comunidad. Todo ello disfrazado de un falso ecologismo basado en un presunto excesivo peso demográfico que "es necesario" aliviar por "el bien de la Tierra" (es bastante curioso comprobar cómo a los occidentales nos cuentan el cuento de que somos demasiada gente y tenemos que tener menos niños y, sin embargo, en los países del Tercer Mundo se da por imposible el control de la natalidad, cuando no se alienta encubiertamente el nacimiento de más y más hijos para los que, además, no hay recursos suficientes en su entorno). Si en lugar de inocular el más salvaje e irresponsable de los darwinismos culturales se hubiera conservado el respeto por la estructura social del que disponíamos no ha mucho, seguiríamos teniendo los mismos ancianos que hoy en día pero también muchos más jóvenes para mantener la pirámide demográfica en la proporción correcta, con lo cual el problema de las pensiones sería mucho menor o incluso no existiría.


En segundo lugar, el paro. Casi el 8 y medio por ciento de los recursos del Estado se dedica a mantener a los desempleados y ésta es una situación extremadamente grave hoy día, pero España siempre ha padecido desde que se instauró la democracia una cifra desproporcionada de parados incluso en épocas de bonanza. ¿Por qué? Obviamente, por las gigantescas bolsas de fraude y corrupción que caracterizan nuestro sistema, con unos niveles de economía sumergida más poderosos que todas las flotas de submarinos del mundo juntas. A lo que hay que sumar de nuevo la promoción abrumadora del eslógan "Tonto el último", por el cual todo aquel ciudadano que vea la oportunidad de beneficiarse de una situación legal o ilegal para enriquecerse fácilmente, aunque sea a costa de hundir una empresa o incluso un sector entero lo va a hacer sin pensárselo mucho. De esta situación tiene mucha culpa también el propio gobierno (todos los gobiernos que hemos tenido en democracia, con independencia de su color político), empeñado en sangrar como un auténtico vampiro todos los impuestos que pueda, y más, sin ofrecer nada a cambio. Véase por ejemplo lo que sucede en Madrid donde los ciudadanos están hoy día obligados a pagar por duplicado la misma tasa (la de basuras), siendo así que además se ha reducido el número de días que el Ayuntamiento las recoge de las calles. Ante injusticias como ésta, no es de extrañar que hasta las personas honradas se planteen pasarse "al lado oscuro" si tienen oportunidad. La única forma de luchar contra esto con éxito es a través de una educación real y productiva de toda la sociedad, pero hoy la educación no existe: ha sido sustituida por el adoctrinamiento.

En tercer lugar, las transferencias a otras administraciones suponen el 13 por ciento de la cantidad examinada. No me extenderé mucho en este punto, porque requiere una profundidad de argumentos que, a las alturas de este extenso artículo, acabarían por convertirlo en la Enciclopedia Británica. Y sólo añadiré algo sobre el cuarto lugar: los intereses de la deuda, que suponen algo más de un 10 por ciento. Esto es: uno de cada 10 euros de los Presupuestos son para pagar lo que nunca se terminará de pagar, porque es imposible 
hacerlo, como hemos visto en artículos anteriores de esta bitácora al analizar el problema de la usura que prima en la finanza contemporánea. Es el peaje que tenemos que abonar a los Amos del Sistema para poder seguir existiendo como país "soberano" e "independiente". Lo grande de la deuda externa es que nadie parece fijarse en un pequeño detalle y es que una deuda presupone la existencia de un deudor y un acreedor. Es decir, si España está endeudada, debería estarlo por una diferencia de balanza comercial por ejemplo con Estados Unidos, Alemania y Francia... Pero resulta que esos tres países están igual de endeudados, o más, que España. 

Resulta que absolutamente todos los países del mundo están endeudados pero no entre sí sino todos ellos con los mismos acreedores: los grandes grupos de la banca internacional. 

Todos-los-países-del-mundo.

 De hecho, Estados Unidos está tan endeudado que hace unos días ¡ha cerrado parcialmente el gobierno ya que no tiene presupuesto para seguir funcionando y no hay acuerdo político de momento para imprimir más dólares! (Por cierto, ¿dónde están ahora Moody's, Standard and Poor's y Fitch, esas pomposamente autodenominadas "agencias de calificación de riesgos" que han perjudicado notablemente a los países europeos en estos últimos años por los presuntos problemas de sus economías y no dicen ni pío sobre los de la norteamericana?) Recientemente, los medios de comunicación generalistas publicaban una lista de cómo afectaba ese cierre temporal de presupuestos a  "los principales órganos y agencias federales": en la Casa Blanca, alrededor del 75% de empleados enviados a casa sin sueldo mientras dure la crisis; en el Departamento (Ministerio) del Tesoro, el 88% de los empleados; en el de Comercio, el 87%; en la NASA, el 97%...  Pocos se salvan, excepto todos los militares, que sí continúan a la orden, igual que la mayoría de agentes secretos..., quiero decir de los empleados del Departamento de Seguridad Nacional y de Justicia. 

Y...

Y la Reserva Federal o teórico banco central norteamericano, que esos medios se empeñan en ubicar como dependiente del gobierno cuando no lo es: se trata de una empresa privada y por eso no está afectada en absoluto por el cierre del gobierno. De hecho, la FED es una de las principales claves del poder real en Estados Unidos, como sabe ya cualquier seguidor habitual de este blog.

Viendo, pues, cómo está el panorama, espero que se comprenda mis pocas ganas de retornar al trabajo pero, como decía antes, no queda más remedio. Quizá para regalarme la vida y mejor convencerme, los dioses han optado por compensarme dando un empujoncito a mi carrera literaria en  esta reencarnación. Por ello, este año de 2013 está siendo bastante fructífero desde ese punto de vista. El pasado mes de mayo, GoodBooks publicaba mi tercera novela, La tumba de Gerión. En junio, le tocaba el turno a mi relato Walhalla, incluido en la antología de Ciencia Ficción Más allá de Némesis coordinada por Juan Miguel Aguilera. Este otoño, si todo va bien, editaré un nuevo ensayo con Robinbook que está ya listo y entregado. Y, para Navidades, aparecerá otro cuento mío en una antología publicada por Rey Lear. Estas últimas novedades las iré contando en cuanto estén disponibles.

Hay más planes y proyectos en cartera. Por esa razón, y por la escasez creciente del tiempo a mi disposición, he aceptado la indicación de los dioses mayores de regresar a Fácil para nosotros..., pero con una condición: esta temporada la periodicidad de los artículos será semanal. Todos los viernes publicaré el correspondiente texto, pero sólo los viernes, a fin de poder obtener las necesarias horas extra para dedicar a la creciente necesidad de mi producción literaria..., y por supuesto a las clases de mi carrera de Dios. 

Que Venus Afrodita nos sea propicia.