Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 24 de abril de 2015

Previsiones para el siglo XXI

Hay algo de enternecedor en el repaso de antiguos diarios, cuadernos de apuntes y libretas de anotaciones: máquinas del tiempo para viajar al pasado y comprobar en qué andábamos metidos en aquél entonces, cuando éramos más jóvenes y pensábamos que las cosas iban a ser más fáciles de lo que hoy sabemos positivamente que son en verdad. Hay algo de desolador, también, cuando comprobamos que la mayoría de las previsiones no resultaron como esperábamos y que, en lo que se refiere a las cosas importantes, ni siquiera hemos logrado salir de los mismos fangos que ahora mismo nos ahogan, puesto que los mecanismos de la personalidad pesan como montañas y cambiar algo en ellos, si es que previamente hemos sido capaces de verlos, deviene tarea de titanes. 

He tenido un déjà vu parecido al contemplar una serie de estampas que los hombres de hace un siglo diseñaron, plasmando en ellas todas las maravillas técnicas de las que esperaban disponer y disfrutar en el siglo XXI, con un estilo de vida
muy a lo Flash Gordon de Alex Raymond. Es curioso, porque muchas de las ideas que barajaron en aquellos momentos se han hecho realidad ya o están próximas a hacerlo aunque no como ellos lo imaginaron. Y eso a pesar de que nuestra época tiene un brillo extraño: pese a su aparente modernidad, si uno reflexiona un poco, 2015 no parece muy diferente de 2000 e incluso de 1990, más allá de cuatro detalles  estéticos. Da la impresión de que la evolución social se hubiera detenido y que no hagamos otra cosa que repetir patrones archisabidos, que se reciclan y se presentan una y otra vez, en ocasiones incluso sin necesidad de molestarse en llamar a las cosas de distinta manera. Sigue habiendo pobreza en el mundo, sigue habiendo hambre y guerra, sigue habiendo crisis y paro, sigue habiendo terrorismo, sigue habiendo corrupción y enfermedades, sigue habiendo tecnología para quien pueda pagarla y contaminación para todos... No hemos solucionado ninguno de los grandes problemas que nos afectan desde siempre, aunque los teóricos insistan en que hoy vivimos mejor que en cualquier época anterior. Algo de lo cual disiento profundamente: puede que tengamos más inventos materiales, mayor nivel técnico, más riqueza material..., pero eso sólo sucede en una pequeña isla del planeta, no en todo. Y, lo más importante, ¿acaso hemos avanzado algo en lo espiritual? ¿Somos muy diferentes en eso de los hombres de hace uno o varios siglos? Sin meternos siquiera en esas honduras, ¿podemos decir sin miedo a caer en el cinismo que el hombre de hoy tiene más paz o más felicidad que el de ayer? Sinceramente, yo no lo creo.

Los dibujos a los que me refiero son de Jean-Marc Côté, quien recibió el encargo de entrever el futuro en una serie de postales que le encargó una fábrica de cigarrillos en 1899. El objetivo era distribuirlas junto con el tabaco durante 1900 con el comienzo del nuevo siglo..., aunque ya entonces cometieron el mismo error que muchos de nuestros contemporáneos cuando quisieron celebrar la llegada del siglo XXI porque el número terminado en dos ceros no es el primero de la nueva centuria sino el último de la anterior. Es decir, 1900 es el último año del siglo XIX y 1901 el primero del siglo XX, de la misma forma que 2000 fue el último año del XX y 2001 fue el primero del XXI. En todo caso, según parece la fábrica de cigarrillos quebró y tuvo que cerrar sus puertas antes de que se pudiera distribuir la colección completa de los dibujos..., lo que no deja de ser también un presagio del descalabro que la industria tabaquera ha sufrido en los últimos años a medida que se ha demostrado científicamente el pésimo efecto que su producto provoca en la salud de los consumidores. Pese al cierre, las ilustraciones se hicieron muy populares y formaron parte de la Exposición Universal de París en 1900. Menos de un centenar se han conservado hasta nuestros días, al menos públicamente.

Sin duda influenciado por la literatura de Julio Verne, Côté representa en sus
imágenes diversas escenas aéreas y también submarinas. Las primeras son especialmente meritorias si tenemos en cuenta que en el momento de dibujar sus aeroplanos (y también una especie de exoesqueletos alados gracias a los cuales auguraba la existencia de policías y bomberos aéreos) todavía no había volado ninguno pues los hermanos Wright empezaron a dar sus "saltitos" en el aire con sus primitivos prototipos en 1903. No se equivocó en todo caso el dibujante francés al prever que uno de los primeros usos de la aviación, ¡casi como de cualquier invento humano!, sería el militar y en esta postal de la derecha se observa un combate aeronaval en toda regla en el que un zeppelin acorazado y artillado se defiende como puede frente a un rudimentario "caza" mientras al fondo a la izquierda se acerca, amenazadora, toda una escuadrilla. En el mismo sentido, Côté también tuvo una "visión" de lo que
sería una de las armas móviles más importantes del siglo XX: los tanques, que hicieron su aparición a finales de la Primera Guerra Mundial y vivieron su momento de mayor auge durante toda la Segunda Guerra Mundial. El ilustrador francés los representó de acuerdo a su concepto original: el de carro blindado, y así podemos apreciarlo en la imagen de la izquierda, en la que el enfrentamiento bis a bis de estos dos bélicos transportes recuerda al enfrentamiento entre caballeros medievales en un torneo a tres lanzas, pero con ametralladoras en lugar de astas. Claro que también imaginó usos 
pacíficos para el transporte y la mejor prueba es esta casa rodante que aparece a la derecha (una auténtica "villa", según reza el nombre inscrito en su frontal) que es inevitable nos recuerde a las autocaravanas que hoy emplean muchos turistas, sobre todo europeos y norteamericanos, para desplazarse durante sus nomadeos en vacaciones sin necesidad de depender de un hotel para pasar la noche.

Pero hay más cosas de interés en esta peculiar obra gráfica. Por ejemplo, para un hombre de hoy resulta aparentemente inconcebible que alguien pudiera imaginar un robot en la época a caballo entre el XIX y el XX. Después de todo, la misma palabra la estrenó el checo Karel Capek en su obra R.U.R., publicada en 1921, en la que hablaba de máquinas dispuestas al trabajo duro (en varias lenguas eslavas, la palabra "robota" significa precisamente eso), pero la idea de los "muñecos mecánicos" es mucho más antigua y conocemos algunas sabrosas historias sobre inventos de este tipo que en su día fueron considerados obras del demonio. Arquitas de Tarento, entre otros sabios de la antigua Grecia, ya construyó un pájaro mecánico que funcionaba con vapor nada menos que en el siglo IV antes de Cristo. Sin embargo, en estos dibujos podemos ver auténticos robots domésticos que ayudaban a las sirvientas en las labores del hogar. Aún estaban lejos de los robots aspiradores con forma de disco que hoy se cuelan entre nuestras piernas y se meten bajo las sillas para recoger el polvo, pero su diseño daba a entender que, una vez terminado su trabajo, se podía guardar fácilmente detrás de cualquier gran cortina del salón.

Con el teléfono patentado y el cine recién inventado, era inevitable pensar también en el momento en el que ambas tecnologías convergieran. El año 2000 era un buen momento para que funcionara algo parecido a lo que vemos a la derecha: una auténtica videollamada estilo steampunk en la que el señor cómodamente instalado en su sillón podía hablar por una trompetilla y escuchar por otra a la señora que iba por la calle en una especie de pantalla-armario. Llama la atención que la señora pueda comunicarse sin necesidad de los mismos aparatos, por otra parte tan complicados que necesitan de un asistente especializado para manejarlos,  o tal vez Côté no consideró importante representarlos "al otro lado". Exactamente lo que están haciendo los personajes del dibujo es lo que hacemos hoy con nuestros smartphones, sin ir más lejos, aunque no precisamos de tantos artilugios ni mucho menos de un ayudante para manejarlos. Claro que en aquella época Europa seguía siendo la cabeza del mundo y nadie previó que allá en el Lejano Este, una horda de habilidosos asiáticos sería capaz de  revolucionar la industria internacional copiando las técnicas occidentales y abaratándolas hasta lo indecible gracias a la miniaturización para conquistar luego los mercados con sus productos. 

Y es que muchos de los inventos que recoge este ilustrador francés no son nuevos, desde el punto de vista de la idea. Sólo es diferente la forma de desarrollarlos. Cualquier viajero experimentado y un poco perspicaz que haya recorrido los países que albergan ruinas de culturas anteriores se ha podido percatar
 de que la única gran diferencia entre nuestros antepasados y nosotros, desde el punto de vista de civilización, es la energía empleada para su desarrollo. Hoy tenemos energía eléctrica para iluminar la casa cuando antes se usaban antorchas, nos movemos en trenes de alta velocidad cuando antes viajábamos en convoyes de carromatos, enviamos correos electrónicos cuando antes mandábamos a un esclavo con los mensajes... Las necesidades son idénticas, pero se resuelven de acuerdo con la energía disponible. Estas imágenes muestran exactamente lo mismo. A la izquierda, por ejemplo, una ópera del año 2000 ha sustituido a la orquesta por los instrumentos que tocan por sí solos controlados por una manivela que maneja su director. Cuántos espectáculos musicales no vemos hoy día en los que el uso y abuso del playback es moneda corriente... Côté adelantó también una característica de nuestra actual producción alimentaria que todavía no ha sido reconocida como un grave problema (al fin y al cabo, somos lo que comemos) a pesar de que cada vez más estudios indican que numerosas enfermedades actuales tienen mucho que ver con algunos procesos industriales del sector, por no hablar de la adecuadamente llamada
comida basura o chatarra. Entre esos procesos cobra especial importancia los excesos de productividad en las granjas de las grandes empresas del sector. Por ejemplo, esos demenciales campos de concentración para aves donde se apiñan miles de gallinas para mejor "exprimir" su capacidad ponedora. Nuestro ilustrador francés lo representó como lo vemos a la derecha, con una inocente granjera metiendo los huevos en una máquina que hacía las veces de incubadora gallinácea para acelerar el proceso de crecimiento de los animales, los cuales, tras alimentarse con un pienso especial, crecen y engordan con mayor rapidez.

En fin, entre las múltiples estampas que nos dejó la imaginación de hace un siglo también tenemos todo un clásico: el de la educación supuestamente mejorada, 
en realidad dirigida para convertir a los alumnos en futuros y obedientes esclavos del sistema a través del "lavado de cerebros" más peligroso de todos: aquél que no está considerado como tal. Son muy llamativas las figuras de los estudiantes correctamente sentados con los cascos sobre sus cabezas introduciendo en su mente los mandatos que deberán cumplir durante su vida adulta para ser considerados gentes de provecho. Eso por no hablar de la cara de satisfacción de un profesor perezoso, que ya no tiene necesidad de luchar a diario con la clase pues lo único que precisa es arrojar los libros al interior de la máquina significativamente accionada por uno de los alumnos (el más burro de la clase, se supone). Si esta ilustración hubiera incluido una o varias pantallas para uso de los chavales, como la que aparece en la videollamada que examinamos antes, el acierto habría sido completo y aún más rotundo.

Hay un denominador común en estos dibujos: todos ellos nos hablan de previsiones tecnológicas, no humanas propiamente dichas. No se destaca en ellos, ni siquiera en el de la ópera automatizada o en el de la villa rodante, ese joie de vivre que se supone deberían ofrecer tantos avances materiales a las personas encargadas de disfrutarlos.

Son previsiones para máquinas, no para seres humanos.












viernes, 17 de abril de 2015

La transmutación de Seis

La raza N era fría y lógica, dura emocionalmente, de escasos miembros pero ordenados y obedientes, todos juntos trabajando por el bien común. Les gustaba vivir al norte, lejos de todo y de todos, al borde mismo del mundo. Tenían una alta estima de sí mismos y se consideraban únicos en la creación, aunque de vez en cuando les llegaban rumores acerca de la existencia de algunos primos suyos en el este, muy lejos. Se sentían especialmente dichosos de no compartir el caos de sus vecinos del sur, agrupados en la raza L, mucho más numerosos pero desparramados de cualquier manera, sin ningún tipo de disposición o jerarquía reconocible.

El orgullo de casta de la raza N les hacía sentirse elegidos del Dios, al cual servían con gélida eficiencia, a pesar del sufrimiento de la transmutación al que les sometía de vez en cuando.

La transmutación consistía en cambiar temporalmente su alma y utilizarla de acuerdo con las inescrutables decisiones del Dios. Como si cada uno de ellos tuviera en realidad dos caras, la real y la escondida, que Él seleccionaba a su antojo en la creación diaria de aquel universo sin explicar nunca por qué. Casi todos los miembros de la raza N habían experimentado la devastadora experiencia de la transmutación, durante la cual perdían por completo la conciencia y su impresión en el mundo se veía sustituida por la de una parte extraña de sí mismos, tal vez ajena por completo a ellos, cuyo comportamiento y hechuras poco o nada tenían que ver con su esencia original y de la cual no guardaban recuerdo alguno.

Incapaces de explicarse las extravagantes razones del Dios pero prácticos como de costumbre, preferían pensar que la transmutación formaba parte de algún rito especial, quizás una posesión diseñada por la divinidad para manifestarse en su mundo. Después de todo, no sufrían ningún daño especial durante el proceso, más allá de la escalofriante pérdida de su conciencia durante un período de tiempo indefinido que terminaba tarde o temprano.

Sin embargo, la primera vez que Seis sufrió la transmutación no pudo soportarlo. El hecho en sí sucedió sin que pudiera hacer nada para evitarlo, como había ocurrido siempre en el caso de sus compañeros. Pero en su caso fue extremadamente rápido..., tanto, que durante el proceso tuvo un leve atisbo de lo que ocurría consigo mismo. O, mejor dicho, con aquella parte de sí mismo que no era él. Durante un muy leve instante, pudo entrever su otra cara: parecida a la suya en la parte inferior de su cuerpo pero horriblemente deformada en la parte superior. Cuando recuperó por completo el conocimiento y el control sobre su cuerpo, cuando trató de razonar lo que le había ocurrido, Seis se dejó llevar por el pánico y de inmediato cayó en un carrusel emocional completamente impropio de los de su raza. Primero, el terror; luego, la duda y la inseguridad; a continuación, la rabia y la cólera para, finalmente, volver al miedo inicial, aún más reforzado.

De nada sirvió que sus compañeros trataran de tranquilizarle apelando a todas las razones que se les ocurrió. El mismo Uno le recordó que la raza N era superior a la raza L entre otras cosas porque sus vecinos no sufrían transmutación alguna, siempre eran los mismos, y alabó la buena suerte de la que había gozado Seis al tener la oportunidad de vivir aquella experiencia con semejante intensidad.

No hubo manera. De nada sirvieron las razones, siempre lógicas y bien argumentadas por supuesto, de los compañeros de Seis. Éste tenía tanto miedo de volver a sufrir la transmutación que se desmoronó y se abandonó a un estado de profundo abatimiento, agarrotado e indispuesto para seguir trabajando junto a los suyos. Para seguir sirviendo al Dios.

El desánimo cundió en la raza N. Estaban convencidos de que su existencia se justificaba precisamente por su capacidad para ponerse a las órdenes del ser supremo. Si no podían atender sus exigencias, la cólera del Dios podía ser terrible. Aunque Seis fuera el único que no reaccionara ante sus designios y los demás siguieran actuando con la máxima diligencia, todos sufrirían las consecuencias. Podría suponer el mismísimo fin del mundo.



...
   


- Vaya basura de teclado, chaval.

- ¿Qué te pasa?

- La tecla del '6', que se ha agarrotado y no me deja marcar bien el '&'. Mira: le doy y le doy y se queda a medias.

- Es verdad. Pues tiene mala solución... Hombre, puedes sacar el '&' con ayuda del mapa de caracteres pero...

- No fastidies. Esta tarde lo llevo a la tienda a ver si me lo arreglan.

- Ésos son capaces de decirte que tires el teclado y te compres otro, que te sale más barato.




viernes, 10 de abril de 2015

Paz en el mundo y falsas banderas

Por increíble que parezca todavía quedan por ahí numerosos analistas que van por los medios de comunicación vendiendo a quienes les quieran comprar (y es impresionante el número de ingenuos compradores) la falsa idea de que hoy vivimos en un mundo mucho más seguro y pacífico que cualquier época pasada y que progresamos con pie firme hacia un futuro de nueva Edad de Oro (argumento particular incluido dentro del conocido axioma general, tan criticado en esta bitácora, más o menos un millón de veces ya, de que nuestros antepasados eran unos idiotas analfabetos y no como nosotros, que somos tan brillantes y maravillosos y tal y tal). Su principal argumento es que los países de Europa y también Estados Unidos quedaron supuestamente inmunizados tras los horrores de la Primera y la Segunda Guerra Mundial y gracias a ello la población se concienció hasta el punto de que hoy Occidente vive su momento de mayor tranquilidad, amor y paz de toda la Historia, sólo oscurecido por las nadie sabe por qué rutinarias crisis económicas y por los igualmente monocordes atentados provocados por una serie de fantasmales y crueles grupos terroristas salidos no se sabe muy bien de dónde.

Como es obvio, por cierto, suele olvidárseles mencionar que la población europea (y la norteamericana), hoy, poco tiene que ver con la de la primera mitad del siglo XX. Eso es gracias a los exitosos esfuerzos para la destrucción de la cultura del Viejo Continente a base de inyectar a la fuerza sangres de todo el planeta mientras se colapsa la reproducción de los propios ciudadanos autóctonos, a los que se emborracha con un cóctel de deslumbrantes tecnologías, un espantoso nivel de comodidad material, un lavado y centrifugado mental basado en la disolución de los lazos con los ancestros para sustituirlos por ideologías sin pies ni cabeza y una permanente y sistemática falsificación de la Historia. La imagen resultante de nuestra actual "civilización" me recuerda la de los tan tecnológicos como desoladores escenarios ciudadanos dibujados en los tebeos de Enki Bilal.

Lo cierto es que nos encontramos a las puertas de una nueva Edad Media y sólo estamos a la espera del acontecimiento que la desencadenará oficialmente. Ese aldabonazo, cuidadosamente planeado, llegará en su momento, ni antes ni después, sólo cuando los Amos dicten que ha llegado la hora. Todavía habremos de esperar un poco porque las estructuras sociales, aun corroídas y decadentes, sorprendentemente están en condiciones de aguantar algo más (creo que los propios Amos están fascinados por lo fuertes que han resultado ser, pese a su cuidadosa y miserable labor corruptora, como termitas, durante tantos años), pero según Mac Namara, no creo que vaya mucho más allá de mediados de este mismo siglo, si es que llegamos hasta entonces. La fórmula para desencadenar este nuevo desmoronamiento de la civilización será, en opinión de mi gato conspiranoico, un gran apagón energético mundial. 

Tiene sentido, cuando uno lo piensa. Esa obsesión de los dirigentes políticos, económicos, culturales y sociales por "ahorrar papel", "subirlo todo a la nube (informática)", "no derrochar los recursos del planeta", "leer sólo textos electrónicos para evitar que libros físicos ocupen sitio en casa" y demás argumentos que nos arrojan diariamente a la cara para hacernos sentir culpables por el mero hecho de existir (uno gasta energía, mucha energía, sólo por estar vivo) perderán todo su sentido el día que de pronto deje de fluir alegremente la electricidad como hasta ahora con cualquier excusa (el agotamiento de recursos, un ataque terrorista, una catástrofe natural..., et caetera). Ese día en el que tratemos de encender el ordenador o la tableta o el teléfono móvil y nos encontremos con que no funcionan (y aunque tuviéramos batería cargada, tampoco serviría de nada porque todas las redes y sistemas se habrán venido abajo también), ¿qué haremos? ¿Cómo podremos demostrar que tenemos tanto o cuanto dinero en nuestro banco de toda la vida, o que tenemos siquiera una cuenta abierta? ¿Cómo podremos recuperar, no ya las grandes obras literarias, musicales o artísticas de las que disfrutábamos on line, sino incluso nuestros pobres poemas de autor primerizo o las fotos de nuestros hijos? ¿Quién certificará nuestra capacidad profesional o formacional reales, sin acceso a los archivos donde se guardaba nuestro historial laboral y educativo? ¿Cómo probar cuál es, siquiera, nuestra identidad? ¿Que no somos presos peligrosos fugados de una cárcel, psicópatas en las listas negras policiales o con cualquier tipo de responsabilidad legal que alguien quiera colocarnos encima?

Algunos amigos que han visitado nuestro apartamento en el campus de la Universidad de Dios y que se han quedado aterrorizados ante la cantidad de libros, revistas y documentos en papel que Mac Namara y yo amontonamos en estanterías, armarios, baldas, anaqueles, mesas e incluso en montones a lo largo del pasillo, nos han dicho siempre lo mismo: "Deshacéos de todo eso de una vez y empezad a leer e-books". Yo siempre les contesto que también usamos los libros electrónicos (sí, ya sé que resulta raro que un gato tenga capacidad de leer, en papel o en una tableta pero, una vez asumido que no sólo habla sino que además es un conspiranoico, la barrera de la credulidad ha quedado reducida a cenizas así que nadie debería extrañarse por ello), pero que una cosa no quita la otra. Y que mis libros en papel será la herencia que deje a la atribulada humanidad post Gran Apagón Energético, ya que serán entonces más valiosos que nunca. Y eso que no me he traído a este mundo más que una pequeña fracción de los que almaceno en la biblioteca particular de mi hogar, en Valhalla.

Mientras llega el momento, resulta muy entretenido echar un vistazo a lo que pasa realmente en el mundo (lo que pasa ahora y lo que ha pasado en los últimos años) y comprobar cómo esa supuesta edad pacífica de la que disfrutamos no lo es tanto. Puede que, en este momento, los europeos ya no se maten entre ellos como antes (aunque eso no es del todo cierto, no hay más que ver lo que está sucediendo en Ucrania donde la guerra entre los prorrusos y los antirrusos continúa aunque no se hable de ella) o no lo hagan con los norteamericanos, pero los tiroteos y bombardeos están a la orden del día en conflictos sobre los que no nos llega información o lo hace con un cuentagotas tan estricto que en verdad nadie sabe lo que está sucediendo hasta que los Amos deciden, por lo que sea, volver a centrar la atención mundial en alguna parte del mundo. ¿Qué pasó con la expedición francesa al centro de África? ¿Cuál de los señores de la guerra somalíes se ha impuesto, si es que lo ha hecho alguno, en esa ficción (como tantos otros) de país? ¿Cómo marcha la guerra entre las tropas regulares sirias y la banda de mercenarios que se presentó al mundo como supuesto ejército "popular" y "democrático" del "pueblo sirio"? ¿Sigue existiendo Libia, después de que ejércitos europeos en apoyo al estadounidense destruyera el régimen de Gadafi y el país se convirtiera en escenario de combate entre dos violentas facciones, una ubicada al este y otra al oeste de la antigua Cirenaica? ¿Qué ha pasado con el conflicto del Tibet, sobre el que nadie ha vuelto a hablar después de que se conociera la radicalización de la represión china? ¿Y del de los uigures, también aplastados por la "invasión" de emigrantes han enviados por Pekín? ¿Y...?

Y eso por no citar las guerras más importantes en las que estamos implicados ahora mismo, que ya no son las convencionales, sino las financieras, las informáticas y las de las armas "silenciosas" (ésas que envenenan alimentos, alteran climas, provocan terremotos, expanden enfermedades y demás exóticas formas de destruir al "enemigo", cuyos ensayos se han multiplicado exponencialmente en los últimos años).

Además, siguen pasando cosas raras. No voy a comentar aquí el muy extraño caso del piloto de Germanwings demonizado de una manera tan brutal y durante tanto tiempo (no recuerdo que los grandes medios de comunicación dedicaran tantos días seguidos a ningún otro gran desastre aéreo desde lo del 11 S, y además con el presunto responsable señalado desde el primer momento cuando en estos casos se suele dejar como última opción la de culpabilizar al piloto de la aeronave), porque ya hay varios sitios de Internet donde se puede obtener sabrosos indicios sobre lo que pudo pasar de verdad, no lo que se empeñan en que nos creamos. En contraposición,
 qué poco se está hablando del pirateo del canal internacional francés TV5 Monde, con audiencia en más de 200 países, por (supuestamente) hackers yihadistas de ese tenebroso invento conocido como Estado Islámico que "tumbaron" las señales de emisión, las webs y las redes sociales de esta televisión. Los piratas informáticos colgaron un mensaje burlón, muy bien diseñado desde el punto de vista de la propaganda, que decía: Je suIS IS. Parodiaba el famoso eslógan Je suis Charlie, popularizado tras la (también sospechosa, como comentamos en su momento) matanza en la revista Charlie Hebdo. Y no sólo eso. También publicaron en la cuenta de Facebook de TV5 Monde una arenga que advertía: "Soldados de Francia, alejáos del Estado Islámico. Tenéis la posibilidad de salvar a vuestras familias, aprovechadla". Junto a ella, una serie de documentos de identidad y datos de personas próximas a los militares franceses que están participando oficialmente en las operaciones militares contra el ISIS.

Ahora en serio, ¿alguien se cree que un grupo de bandoleros desharrapados cuya máxima fuerza armada, según describía hace poco un escéptico analista norteamericano, es "un ejército de Toyotas con ametralladoras", tiene capacidad no ya para practicar "un ataque histórico y de gran envergadura, nunca visto en 30 años" (definición de la propia directora del canal televisivo, Hélene Zemmour)  sino para distribuir en la misma operación información militar secreta del ejército francés? Mac Namara me insiste en que todo esto no es, naturalmente, otra cosa que un nuevo ataque de falsa bandera. "Como el mismo ISIS", subraya, "que no es otra cosa que un grupo de salvajes mercenarios alimentados por ciertos gobiernos para ser utilizados como en su día lo fueron los grupos vinculados a Al Qaeda: todos ellos, sangrientos espantajos, muñecos de muerte, títeres siniestros en manos de los Amos para forzar al mundo a tomar determinadas decisiones". 


Supongo que a estas alturas todo el mundo en la sala sabe lo que es un ataque de falsa bandera pero por si acaso aprovecharé para recordar que se trata de operaciones encubiertas, generalmente actos de terrorismo o sabotaje si es posible con resultado de un número impactante de víctimas mortales, llevadas a cabo por gobiernos, empresas u organizaciones contra sus propios intereses, de manera que los observadores externos piensen que han sido diseñadas y ejecutadas por enemigos o rivales reconocidos de las entidades que en realidad las han llevado a cabo. El objetivo es provocar un estado de ánimo que justifique la adopción de medidas por parte de estas entidades, por brutales que éstas puedan llegar a ser, ya que se entenderán como un proceso consentido de venganz..., de intervenciones necesarias para restablecer la justicia y la democracia en el mundo. Aunque el concepto suene raro o demasiado barroco para aquéllos que acaban de aterrizar en el mundo de la conspiranoia, este tipo de acciones se han llevado a cabo constantemente a lo largo de la Historia. Ya Platón describió el papel de Artemisia, la reina de Halicarnaso, en la batalla de Salamina, donde se cambió momentáneamente de bando para salvar el pellejo confundiendo a propios y extraños.

Luego, se han registrado numerosos casos históricos reconocidos por aquéllos que los ordenaron y/o protagonizaron (y muchos más donde sospechamos o sabemos directamente que fue así también, aunque no existe una confesión oficial todavía) para justificar acciones posteriores. Por limitarnos al siglo XX, podríamos citar por ejemplo el llamado Incidente de Manchuria: la explosión en una vía de tren en 1931, por la cual los japoneses acusaron a los chinos y justificaron su invasión de esta zona de China por parte de uno de los cuerpos militares del Ejército Imperial del Sol Naciente..., cuando los explosivos habían sido colocados por militares nipones. O una de las falsas banderas más conocidas de la Segunda Guerra Mundial: el asesinato a sangre fría de más de 20.000 oficiales, policías, intelectuales y profesionales polacos a manos del Ejército Rojo de la URSS, que los enterraró en Katyn y acusó luego a la Alemania del Tercer Reich de haber provocado la matanza..., y no ha sido sino hasta hace muy pocos años cuando el último líder soviético Mijail Gorbachov y el actual presidente ruso Vladimir Putin han reconocido que los germanos eran inocentes de este gigantesco crimen (uno de los muchos de los que son sistemáticamente acusados, porque ya sabemos que son los malos perfectos). Después de todo, fue precisamente Josef Stalin, uno de los mayores asesinos de masas de la historia (y el más grande de la Segunda Guerra Mundial, por cierto, aunque no suele recordarse en libros, ni en películas, ni en documentales) quien reveló de forma muy clara que "la manera más sencilla de obtener el control de la población es llevar a cabo actos de terrorismo contra ella. Entonces reclamará que se impongan leyes restrictivas para evitar la amenaza contra su seguridad personal".

Siguiendo este principio, los británicos bombardearon cinco buques llenos de exiliados judíos con destino a Palestina (entonces protectorado del Reino Unido) entre 1946 y 1948 y se inventó un grupo de "radicales musulmanes" (¿a qué me suena?) presuntamente llamado Defensores de la Palestina Árabe para reivindicar los atentados. Los israelíes aprendieron bien de sus maestros y, en 1954, uno de sus comandos operando en Egipto hizo estallar varias bombas en diversos edificios incluyendo instalaciones diplomáticas norteamericanas. Dejaron numerosos rastros de "claras evidencias" para echar la culpa a los árabes (¿alguien se acuerda del milagroso pasaporte de Mohamed Atta en _Nueva York?). En otro artículo hemos contado cómo la CIA forzó la caída del primer ministro iraní Mohamed Mosaddeq, que pretendía nacionalizar el petróleo de su país, por el expediente de, entre otras cosas, organizar atentados con bomba que pudieran achacarse a "iraníes insatisfechos con el gobierno". Pero hay muchos otros casos. El primer ministro
británico Harold Macmillan reconoció que él y el entonces presidente norteamericano Dwight Eisenhower dieron luz verde a un plan para organizar todo tipo de incidentes y sabotajes en la frontera siria en 1957, para echar la culpa al propio gobierno de Damasco y forzar un cambio de régimen (en aquella época no se les había ocurrido todavía lo de crear un ejército "popular"). Y qué decir de la Operación Gladio, instigada por la OTAN, el Pentágono y la CIA para organizar atentados terroristas en Italia y otros países europeos durante los años 50' para culpar a los países comunistas y conseguir el apoyo de la población europea en la lucha contra la URSS... La intención era que los europeos reclamaran al Estado mayor seguridad, aunque fuera a cambio de renunciar a parte de su libertad (todo esto suena tan parecido a lo que pasa hoy día que casi parece aburrido).

Un ataque de falsa bandera en el Golfo de Tonkin en 1964 justificó la declaración de guerra de Estados Unidos a Vietnam. Una operación del Mossad israelí en 1984 hizo creer al mundo que el coronel Gadafi organizaba acciones terroristas desde su propia residencia en Trípoli y llevó al presidente norteamericano Ronald Reagan a bombardear Libia de inmediato. Elementos de las fuerzas armadas de Indonesia provocaron deliberadamente los disturbios violentos de 1998 que justificaron la represión posterior en el país. La hoy desaparecida KGB detonó con bombas varios apartamentos en Rusia en 1999 para culpar de los crímenes a la minoría chechena y justificar así la invasión de Chechenia además de impulsar definitivamente la candidatura de Putin en las siguientes elecciones presidenciales. Los ataques con ántrax del 
año 2001 en Estados Unidos fueron llevados a cabo por científicos del propio gobierno norteamericano y el FBI, instruido para culpar de ellos a Al Qaeda. En 2005 soldados israelíes se disfrazaron de palestinos para atacar con piedras a sus propios compañeros y poder justificar así la violenta represión contra las protestas pacíficas de los verdaderos palestinos. En 2007, policías canadienses reventaron una serie de protestas pacíficas en Quebec contra la manipulación económica y financiera haciéndose pasar por anarquistas incontrolados y en 2009 policías ingleses hicieron exactamente lo mismo en Londres...

Todos estos casos, y muchos otros, que podrían explicarse con mucho más detalle, figuran entre los ataques de falsa bandera que han sido reconocidos por sus propios autores. No es difícil recordar atentados similares en nuestra historia reciente e imaginar si pudieron tener un origen similar.




viernes, 3 de abril de 2015

Destino Oculto

Una de las claves principales para transitar por la vida sin volverse loco (o desquiciado, o amargado, o resentido, o aniquilado física y psicológicamente más tarde o más temprano) radica en recordar que este mundo en el que aparentamos evolucionar no existe en realidad. Sólo es el escenario de Maya o teatro de la ilusión, como decían los antiguos rishis orientales..., en el que nada es verdad ni es mentira sino todo del color del cristal con que se mira, como decían nuestros propios antepasados occidentales. Aquí los días de los homo sapiens discurren en un gigantesco y espectacular parque de atracciones. En ellas se montan, medio ciegos medio drogados, para experimentar diversas sensaciones (tanto de "subidón" como de "bajona", da igual el sentido) una y otra vez, sin detenerse nunca, con el fin específico de esconderse a sí mismos el hecho de que están perdiendo el tiempo miserablemente en lugar de dedicar tan escaso recurso a lo único a su alcance que merece la pena: la búsqueda del Graal, del Vellocino de Oro, de la Lámpara de Aladino, del Anillo Único, de la Princesa Secuestrada...

No entenderemos cómo y por qué funciona este planeta hasta que no interioricemos una serie de hechos comprensibles sólo por la combinación de cierto grado concreto de experiencia con un tiempo mínimo de profundas reflexiones. Por ejemplo, la impactante constatación de que la inmensa mayoría de los homo sapiens no son (y tardarán mucho en serlo..., algunos quizá no lleguen a serlo nunca) seres humanos reales sino simples animales que parecen seres humanos reales. El hondo significado de esta idea nos fue transmitido por sabios de la Antigüedad, bien de palabra -como Platón cuando diferenciaba a los subhumanos presos en las cavernas, de los humanos capaces de vivir a plena luz del día-, bien a través de conceptos que inocularon en la sociedad de su época y que fueron vulgarizándose y, en consecuencia, perdiendo su semántica original poco a poco, -como el  hoy despreciado concepto de las castas en la India cuyo origen la (de)formación occidental nos impide comprender por completo-. 

Si ahondamos lo suficiente en esta idea, comprenderemos también el porqué de ciertas doctrinas que insistían en considerar la existencia de razas "superiores" e "inferiores" y en mantener a unas separadas de las otras prácticamente desde que la humanidad (la actual) tiene conciencia de sí misma. Por ejemplo, los linajes faraónicos o monárquicos (cuando había monarquías de verdad, no pantomimas como las contemporáneas) en los que se aplicaban medidas muy detalladas, casi paranoicas, a la hora de organizar y garantizar la continuidad familiar de manera que alguien pudiera emparejarse exclusivamente con una persona de su propia "clase" o "nivel". El objetivo principal era mantener ciertos poderes de la sangre, que según la Tradición incluían la capacidad de conectarse con la divinidad de la cual descendían las gentes "superiores". De hecho, la propia etimología de las palabras empleadas para denominar a estas personas debería sugerirnos algo. Un noble, por ejemplo, es hoy un sustantivo y una categoría social pero en realidad deriva del adjetivo homónimo y de su inherente categoría humana superior descrita en sí misma. Y una familia real se refiere a los parientes del rey pero al mismo tiempo está describiendo su carácter de solidez y credibilidad frente a los hombres que no son reyes, que no son reales.

Todo esto, en su origen, por supuesto. Lo que hoy llamamos reyes o nobles poco o nada tienen que ver con lo que fueron los así llamados in illo tempore y de hecho los contemporáneos pueden ser filosóficamente considerados como usurpadores, por mucho curriculum vitae dinástico que puedan exhibir en público. 

Ahí llegamos a uno de los meollos del problema. ¿En qué se diferencia un hombre de un animal que parece un hombre? Físicamente, en nada..., aunque es cierto que en ocasiones el animal disimulado de ser humano sí es reconocible con cierta facilidad gracias a sus rasgos corporales de aire bestial o a su comportamiento zafio e incluso grotesco. Pero, en líneas generales, un hombre podría disimular perfectamente su identidad como tal en una ciudad de homo sapiens, de animales que parecen hombres, y nosotros podríamos dedicar varias vidas consecutivas a buscarlo sin llegar a encontrarlo jamás. Aunque nos lo cruzáramos todos los días de esas vidas en el bar, en el autobús, en el trabajo o en cualquier otro sitio que frecuentáramos con él. La decadencia de la humanidad a lo largo de los milenios, en especial en los últimos siglos, es un hecho tal y como fue pronosticada por todos los grandes pensadores que nos precedieron cuando se lamentaban de la pérdida de la Edad de Oro. Hoy, nosotros lamentamos también la de la Edad de Plata e incluso la de la Edad de Bronce, sumidos como estamos en la pesadez entrópica de la Edad de Plomo..., y seguimos bajando. 

Esa decadencia se produjo, entre otras cosas, por la pérdida del antiguo orden natural, tan diferente al "nuevo orden" anunciado públicamente en los años 90 del siglo pasado por George Bush senior. El orden natural no estaba basado en que los hombres "superiores" aniquilaran o esclavizaran gratuitamente a los hombres "inferiores" sólo por ser mejores, como cuentan algunas fábulas. Reyes y nobles estaban en la cúspide y dirigían y organizaban la vida de los plebeyos, pero lo hacían protegiéndolos, educándolos y cuidando de su bienestar (que no nos engañen las palabras ni los burdos conocimientos históricos que nos han hecho deglutir como a pavos en la época escolar: me refiero a tiempos muy anteriores). De la misma forma que unos padres adultos y responsables dominan su familia ya que, por muchos hijos que tengan, ningún niño está capacitado para sustituirlos y erigirse en líderes de la misma para organizarla a su gusto. 

Hoy sin embargo vivimos tiempos de caos y destrucción. El mundo entero a nuestro alrededor se está desmoronando, en los estertores finales de esta Edad de Plomo, en un derrumbe a cámara lenta que aún ha de ir a peor y durará un tiempo antes de que Shiva dé por terminado su trabajo y ceda el trono temporal a Brahma para volver a empezar el Gran Ciclo. En la actualidad, ya no hay clases "superiores" ni "inferiores" sino una inmensa masa de gentes desorientadas, bastardizadas física y mentalmente, engrilletadas a lo material y clamando por una libertad a la que en realidad temen y no desean pues saben en su fuero interno que si dispusieran de ella serían incapaces de sobrellevarla ni un solo día. Las sucesivas mezclas han ido degradando el producto final, de la misma manera que un vino aguado una y otra vez acaba convertido en agua de color rojo. No vino real, sino vino en apariencia.

A pesar de todo...

A pesar de todo, hay una esperanza, naturalmente. ¿No dijimos al principio  que es todo ilusorio? Pero hay que tener clara otra cosa: el camino para dar sentido a cuanto nos rodea es en nuestros días, más que nunca, absolutamente individual. Hay, sí, pistas, maestros, escuelas... Siempre las hubo, las de verdad. Pero cualquier persona con dos dedos de frente hará bien en desterrar lejos de sí los cuentos infantiles de supuestos mesías, salvadores, entidades extraterrestres o extradimensionales, semidioses y otras zarandajas que supuestamente podrían "descender" a "salvar" a los "buenos", a los "elegidos". Bueno, pues..., malas noticias para los ingenuos: no va a venir nadie, nunca. Y buenas noticias para los valientes: la salvación depende sólo de uno mismo así que sólo es cuestión de trabajar duro.

Recientemente he visto una película que habla en parte de estas cosas, si bien de una manera oculta, camuflada..., porque es la única forma de hacerlo para que no te tomen por un enajenado, como lo hacen seguramente tantos lectores que recalan en esta bitácora por azar y sin saber de lo que solemos tratar por aquí. Se titula The Adjustment Bureau (La oficina de ajustes), aunque en español se estrenó en 2011 con el título de Destino Oculto. Está basada, muy libremente, en un relato homónimo de Philip K. Dick, quien pasó penalidades económicas durante toda su vida pese a su enorme talento como escritor del género fantástico (o quizá precisamente por eso) y cuya obra irónicamente alimenta desde hace más de 30 años, justo desde que se murió, los guiones de tantas producciones cinematográficas..., gracias a cuyos derechos hubiera podido vivir hoy como un rajá.

George Nolfi, el director y guionista de Destino oculto, soportó críticas severas por esta película que, según los connoisseurs, sólo tenía de bueno la "química" desarrollada por la pareja protagonista: Matt Damon, en el papel del joven y prometedor político neoyorquino David Norris (aunque por momentos parece que está representando otra vez el papel de Jason Bourne) y Emily Blunt, que hace de Elise Sellas, una bailarina de danza contemporánea un tanto ingenua. Y, si bien es cierto que la cinta tiene algunos aspectos francamente mejorables, lo interesante de ella no está en lo bien o mal que los actores ejecuten sus respectivos papeles o en los planos más o menos bonitos de la Gran Manzana que nos muestre el director sino, como siempre en estos casos, en el propio argumento, en lo que les sucede. Aunque lo que ocurra se diferencie bastante del relato original de Dick, para exasperación de sus más fanáticos seguidores, incapaces de dar una por sí mismos en cuanto se les suelta de la mano.

David y Elise se encuentran "casualmente" en la noche de la derrota electoral en la candidatura a senador del primero. Se produce un enamoramiento inmediato (de ésos que sólo se dan en las películas, aunque en este caso tiene su justificación, que se explica a posteriori) gracias al cual el político puede remontar su carrera. David está interesado en progresar en su relación con Elise, pero es interceptado y conminado a dejar de hacerlo por unos hombres misteriosos, los agentes de campo de la oficina que da título a la película, que resultan ser unas entidades con apariencia humana pero sin serlo ellos mismos, según reconocen en más de una ocasión y que están al servicio de un no menos misterioso Director. Su misión es verificar que se cumple el Plan Maestro diseñado y escrito por este Director y, cuando algún humano tiene la ocurrencia de desviarse por algún motivo, intervienen directamente en su vida "ajustando" todo aquello que haga falta cambiar..., las veces que sea necesario. Y resulta que en el Plan Maestro no se contempla que David y Elise terminen juntos, sino todo lo contrario, a fin de que cada uno de ellos pueda cumplir con el destino que se les ha asignado previamente.

A partir de ese momento, la película se resume en el pulso que mantiene David con los agentes "ajustadores" para mantener contra viento y marea la relación con Elise, que no sabe lo que está ocurriendo y sólo ve el comportamiento incongruente y para ella incomprensible de David... Y con algunos detalles muy interesantes, como el hecho de que los "ajustadores" vayan siempre con la cabeza cubierta por un sombrero o, en su defecto, distintos tipos de gorro, sin el cual no pueden usar su talento para moverse rápidamente por la ciudad a base de atravesar puertas que anulan las distancias entre un punto y otro. En un momento dado, uno de ellos pierde su sombrero por ir descontrolado y demasiado deprisa y debe recogerlo para poder seguir saltando. Es un claro simbolismo en referencia a los poderes mentales que sólo pueden desarrollarse y mantenerse bajo autocontrol estricto. Otro punto interesante es que los agentes no pueden actuar cuando llueve o están rodeados de agua, la representación de los estados emocionales del individuo, que el Director les obliga a respetar.

No hay mucha más complicación. Al final, tras recuperar a Elise y ser perseguido por ello, David acaba en la propia oficina buscando al Director para exigirle que cambie el Plan, lo que al final consigue de forma inesperada y, en un primer momento, casi forzada. Sin embargo, es el final lógico para lo que nos quiere contar esta película. Uno de los jefes de los "ajustadores" explica claramente a David que la humanidad (los homo sapiens) carecen por completo de libre albedrío, sólo tienen su apariencia, porque en las épocas históricas en las que se les concedió, estuvieron a punto de conducir al mundo al desastre. Son seres inferiores que necesitan una guía para sobrevivir como especie y, aún más, para que sobreviva el mismo planeta. No obstante, algunos humanos pueden alcanzar ese libre albedrío de verdad, de hecho es lo que el Director de la oficina desea en el fondo: que todos y cada uno "crezcan" como personas y asuman la responsabilidad sobre su propio destino, para que su oficina deje de ser necesaria. Y la única manera de tener esa libertad es ejerciéndola, aceptando lo que pueda llegar como consecuencia directa. David ha demostrado que es capaz de luchar y gracias a su actitud ha recibido el premio... Cumplirá el destino que tenía previsto, y Elise también, pero podrán hacerlo juntos. Se convierte así en un ser "superior", se ha "salvado" a sí mismo. Si no hubiera arriesgado, si no hubiera guerreado por ello, si se hubiera dejado llevar "como todos", habría sido un hombre exitoso como estaba previsto inicialmente, pero su valor se hubiera reducido al de un simple tornillo más en la maquinaria general y, a la postre, su vida habría sido tan poco valiosa como la de cualquier otro ser "inferior".