Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 28 de octubre de 2016

Natural vs Artificial

El principio de Polaridad es uno de mis favoritos entre los recogidos en las leyes herméticas descritas en su día por el gran (o, para ser exactos, por el tres veces gran) Hermes Trismegisto. Recuerdo que este principio el que dice aquello de "Todo es doble; todo tiene dos polos; todo tiene su par de opuestos; semejantes y antagónicos son lo mismo y los opuestos son idénticos en naturaleza pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son semiverdades y todas las paradojas pueden reconciliarse". O, lo que es lo mismo, que todo se manifiesta en el universo con dos caras. De hecho, el universo mismo existe gracias a esa rivalidad/colaboración entre aparentes fuerzas opuestas porque, si no fuera por la polaridad, la vida carecería de ritmo y seríamos incapaces de comprender la existencia de muchas cosas al no poder contrastarlas con sus respectivos opuestos. ¿Quién sería capaz de decir que algo está bien si no sabe lo que está mal? ¿Cómo podría uno confirmar que es valeroso si no ha conocido el miedo? ¿Dónde empieza la luz y dónde la oscuridad? ¿Cuándo se puede afirmar que hace calor y cuándo que hace frío? La Polaridad también esconde un irónico misterio, que Gérard Encausse, alias Papus, señaló en su día al definir al Demonio como "el culo de Dios". 

Sin embargo, los extremos siguen siéndolo aunque podamos describirlos como grados opuestos de una misma escala. Y cada uno de ellos se caracteriza por propiedades particulares, que se manifiestan en todo su esplendor sólo en su propio territorio. Así, una de las grandes diferencias entre los citados Dios y Demonio resulta ser su capacidad para el acto de la creación en el mundo material. El primero imagina, engendra y designa la vida. El segundo la corrompe, la destruye y la descompone. No sabría decir si las actividades de uno son más importantes que las del otro, porque trabajan, digamos, al unísono. Hasta la ciencia reconoce que la energía ni se crea, ni se destruye; tan sólo se transforma. En consecuencia, si el Demonio no se encargara de pulverizar lo creado, Dios se quedaría sin escombros que reciclar para crear algo nuevo y continuar así el juego eterno. Por eso es relativamente sencillo ver cuál de las dos fuerzas está actuando en cada momento si uno está lo bastante atento para ello, aunque el homo sapiens apenas es capaz de analizar lo que le pasa y, si lo logra, suele ser cuando ha transcurrido ya tanto tiempo que la información que puede destilar de poco le vale.

Creo que los lectores habituales de esta bitácora entienden (pero es posible que algún lector ocasional no, por eso hago esta salvedad) que utilizo las palabras Dios y Demonio de manera conceptual, para identificar sendas fuerzas cósmicas, y no descriptivas. Si queda alguien en la sala que sigue creyendo en un dios barbudo con túnica blanca sentado en una nube y un demonio rojo, con cuernos y patas de cabra que vive bajo tierra, que haga el favor de abandonar este sitio y marcharse antes de que este texto le haga daño.  

En los cuentos y leyendas de nuestros ancestros se describe con profusión de detalles otras formas de reconocer si el poder que se está desplegando ante nuestros ojos está más escorado hacia un lado o hacia otro. Pese al rampante desprecio que los contemporáneos suelen exhibir hacia nuestros antepasados, por el simple hecho de haber vivido antes y con una tecnología más rudimentaria que la nuestra, hay algo que ni el erudito a la violeta más exquisito de nuestros tiempos puede negar (al  
menos en su fuero interno) y es el hecho de que su mente estaba bastante más limpia que la nuestra. ¿Eran fanáticos y supersticiosos? Sin duda lo eran, la mayoría de ellos... Exactamente igual a como lo son los homo sapiens actuales (echemos un vistazo al fanatismo  religioso o deportivo, por ejemplo, o apreciemos la cantidad de supersticiones políticas y culturales que les ahogan a diario). Pero al menos su mente no estaba aturdida por el exceso de información, pervertida por el consumismo o confundida por el materialismo. Eso les permitía ver (y vivir) la realidad bastante mejor de lo que, en general, la vemos hoy nosotros que, además, estamos empeñados en oscurecerla y alejarnos cada vez más de ella mediante el uso masivo de las tecnologías informáticas y de comunicación.

En esos cuentos, quedaba siempre claro quién era el héroe y quién el villano, entre otras cosas porque el héroe debía comportarse de una manera determinada para ser considerado como tal. No se consideraba tan importante que fuera joven, guapo y fuerte, sino más bien que fuera capaz de ejercer (o aprender y luego ejercer) una serie de cualidades como la valentía, la tenacidad, la prudencia, la templanza, la bondad, la educación, el honor y otros tesoros personales e intransferibles que, además, costaba bastante esfuerzo adquirir. Incluso cuando el héroe lograba adornarse con todas estas virtudes, ello no le garantizaba la victoria, que debía pelear hasta el final poniendo su vida en riesgo para matar al dragón o al gigante o al caballero negro o a la bruja o al monstruo de turno. De esta manera, una de las principales lecciones de estos mitos para los hijos de aquellas sociedades era que la vida es implacable y uno debe convertirse en un guerrero de los pies a la cabeza si de verdad quiere sacar algo de ella.

Porque es que la vida realmente es implacable. Cualquiera con años y experiencia suficientes puede dar fe de ello. Y de que, como bien dice esa quintaesencia de la sabiduría popular que es el refranero: "De esta vida sacarás lo que metas nada más". Nadie puede robar nada. Nada. Aunque a veces lo parezca, alguien en alguna parte (y es evidente que no me refiero a seres humanos) lleva la cuenta de lo que debemos o de lo que nos deben y tarde o temprano esa cuenta es saldada. Personalmente, he tenido el privilegio de ver a los dioses ajustando esas cuentas en muchas ocasiones. La última, esta misma semana, cuando una persona (no voy a entrar en detalles, pues es probable que pueda leer esto) que conozco bien y que se comportó mal hace dos años, está ahora recibiendo exactamente el mismo trato (con intereses, por supuesto: el mercantilismo cósmico es lo que tiene) que ella
prodigó a otros. Lo he visto en primera fila y con todo lujo de detalles, por razones que tampoco voy a explicar. Sin embargo, no he sentido alegría por la aplicación de esa Justicia con mayúscula sino compasión por la persona afectada. Porque lo más triste es que a día de hoy ella es incapaz de ver por qué le está ocurriendo lo que le está ocurriendo y no acepta que se ha labrado su propio infortunio. Lo que significa que el día de mañana volverá a repetir los mismos errores..., y volverá a pagar por ellos. Resulta escalofriante ver cómo el granjero ordeña a las vacas con la mayor tranquilidad.

En la sociedad actual abundan los mamarrachos que consideran las virtudes de los héroes como cosas "anticuadas" y "superadas" y a los que sólo les preocupa "ir a lo práctico". Es decir, tratar de encarnar en su persona ese viejo y cínico dicho de "Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos", exigiendo recibir todo y dando lo menos posible a cambio. Estas gentes se abandonan a sus caprichos y sus vicios al estilo de aquella famosa frase de Oscar Wilde (quien dijo aquello de que "la única forma de librarse de la tentación pasa por dejarse caer en ella"), actúan con un cinismo a menudo rastrero, traicionando sin pudor a propios y extraños (traicionándose a sí mismas, en primer lugar), ansían la riqueza financiera, la fama y los honores aunque sean injustificados y, siempre, eluden cualquier tipo de esfuerzo, trabajo o desafío que pueda purificarlas. Naturalmente, son las primeras en reírse de esas otras personas que aún a pesar de todo mantienen el Fuego en su interior (lo sepan o no) y buscan una vida útil y provechosa basada en la honestidad, la rectitud y la virtud.

 (Entre paréntesis, virtud es una palabra preciosa, una de mis favoritas, que la ignorancia y la mala fe han transformado en sinónimo de blanda beatería o de santurronería ajada, cuando en realidad para los antiguos romanos estaba relacionada con la valentía, la sobriedad y el bien familiar y del Estado; aún hoy la definición de la Real Academia de la Lengua la relaciona con fuerza, vigor, valor, integridad, bondad, bien, verdad, justicia y belleza. Una persona virtuosa es, por definición, una persona buena, digna de ser llamada ser humano)

Volviendo a los cuentos y leyendas, una de las claves que nos enseñan para reconocer qué tipo de fuerza está actuando pasa por averiguar si ésta lo hace de manera natural o artificial. Digamos, grosso modo, que Dios actúa a través de lo natural y el Demonio, de lo artificial. Esto último implica la aparición de brujerías, tecnologías u objetos dotados de algún tipo de poder antinatural, por maravilloso o materialmente eficiente que pueda parecer en un momento dado. Un ejemplo reciente, y muy a propósito de todo esto, lo hemos leído hace apenas unos días en una artículo de un diario español que defendía las bondades de nuevas drogas de diseño (convenientemente camufladas bajo el seudónimo de fármacos) para "mejorar" a las personas. El periódico citaba la opinión de varios investigadores, de ésos a los que les gusta trabajar con ciencia pero sin conciencia y que no se sienten en absoluto responsables de los efectos que puedan tener sus teorías y sus experimentos, ansiosos por violar lo que llaman "la nueva frontera del dopaje moral" con argumentos que no resistirían ni diez minutos de conversación frente a un sofista griego.

Uno de ellos es Guy Kahane, de la Universidad de Oxford, donde ejerce como subdirector del Centro Uehiro de Ética Práctica, quien está convencido de que estamos más cerca que nunca de desarrollar drogas que permitirán "controlar nuestros instintos más innobles" y tiene el cuajo de decir cosas como ésta: "Es como si descubriéramos una pastilla milagro contra la obesidad y, en vez de dársela a los enfermos, les dijéramos: 'eso es demasiado fácil, mejor corre y haz dieta, aunque fracases una y otra vez". O sea, en lugar de esforzarte y trabajar contigo mismo y levantarte cuando fracases para intentarlo de nuevo, sí, una y otra vez, hasta que triunfes y aprendas a dominarte y resolver el problema..., en lugar de eso, tómate la pastilla mágica que hará el trabajo por ti con toda comodidad. ¡Y el tipo se dedica a la ética! Otro de estos "nuevos moralistas" es Brian Earp, del Centro de Neuroética también en la Universidad de Oxford (viva Cambridge, caramba), quien afirma que aunque las drogas puedan alterar la capacidad de la persona para tomar decisiones, esa persona no es que deje de ser libre, sino que "te hacen aún más libre porque en vez de ser presa de tus instintos tienes margen para comportarte de acuerdo con tus valores íntimos. Tomar una droga que te ayuda a ser mejor persona es una decisión puramente moral". Earp es partidario de usar "fármacos" también con "quienes sufren ataques de ira y hacen cosas de las que luego se arrepienten". Supongo que en su visión del mundo, todas las personas deberían tener una cajita con pastillas ordenadas y útiles para cada ocasión. ¿Para qué tomarse la molestia de aprender a ser paciente, a controlarse uno mismo, a actuar con amabilidad y respeto hacia los demás y a tantas otras tonterías que, total, lo único que hacen es mejorarnos como seres humanos, cuando basta con tomarse la pastilla de turno de forma puntual mientras seguimos instalados en nuestra cómoda e inconsciente animalidad?

Otro ejemplo de la fuerza anterior en acción es la obsesión de algunos investigadores por crear vida artificial, como si fueran dioses de verdad. Y ya no basta con la inteligencia artificial de las máquinas..., también se busca la vida humana (o presuntamente humana) artificial. Este mes de octubre, Nature publicaba que unos científicos japoneses de la universidad de Kyushu han creado óvulos fertilizables de ratón en laboratorio a partir de células madre, por primera vez en la historia conocida de la ciencia. Como suele suceder en estos casos, para tranquilizar al personal se dice que la aplicación clínica del experimento aún es lejana, pero al mismo tiempo se desliza que ya se está pensando en usar este método para crear óvulos "a partir de células madre de personas que no los pueden producir, como por ejemplo una pareja estéril o de dos hombres". Sumemos esta noticia a la publicada en abril de este mismo año acerca de la posibilidad de crear espermatozoides en el laboratorio y echémonos a temblar. Por cierto, que uno de los grupos de científicos que están trabajando en esta línea pertenecen al Instituto Valenciano de Fertilidad que al parecer ya han logrado generar espermátides a partir de una simple muestra de piel de un varón. La noticia que recogía esta información especificaba que los científicos "no llegaron a fecundar un óvulo para probar si sería viable y fértil, sin embargo, cada vez queda menos tiempo para que alguien se atreva a dar este paso."  Perdón por pensar mal pero tiendo a creer que alguien, aquí o en cualquier otra parte,  lo ha hecho ya. Otra cosa es que se haga público. La sociedad aún no está lo bastante atontada para aceptar algo así sin más.

La justificación oficial de estos peligrosos experimentos que, en el fondo, juegan con el mismo concepto de lo que es ser humano, consiste en defender que lo que se busca es solucionar la infertilidad de algunas personas. Pero, ¿acaso la infertilidad es de verdad un problema, cuando estamos siendo bombardeados regularmente con el mensaje de que hay demasiada gente en el mundo y que la superpoblación amenaza al futuro del planeta por la escasez de recursos? ¿Para qué vamos a desarrollar técnicas que nos permitan un mayor número de nacimientos? ¿Qué hay, de verdad, detrás de esas investigaciones? Se me ocurre alguna que otra razón, tan poderosa como dramática y por supuesto conspiranoica pero a estas alturas el artículo ya es un poco largo para ir a consultar con McNamara...







viernes, 21 de octubre de 2016

La cuenta atrás está en marcha

Aquéllos que hayan estado más atentos durante los últimos años se habrán dado cuenta enseguida del creciente goteo de informaciones que han ido apareciendo en diversos medios de comunicación y que están contribuyendo a cambiar radicalmente la antigua concepción (igualmente instalada en la sociedad por los mismos que ahora están procediendo a cambiarla, por motivos no explicados del todo) que teníamos de nuestro sistema solar y que nos llevaba a pensar en él como en una especie de páramo estéril en medio de la nada. Un poco como si el ser humano sobreviviera en una isla desierta al estilo de un Robinson Crusoe cósmico, dándose palmadas en la espalda a sí mismo por la simple heroicidad de existir en soledad. Esas informaciones, que han ido publicándose cada vez con mayor regularidad (el chispero amenaza con terminar rompiendo la cañería), llevan a recordar aquel famoso aforismo de Arthur C. Clarke que venía a decir: "Existen dos posibilidades, que estemos solos en el universo o que no lo estemos. Y no sé cuál de las dos me da más miedo".

Claro que éste es un pensamiento típico de hombres contemporáneos, tan descreídos y nihilistas, tan arrogantes como para creer que conocen lo que está ocurriendo y que todo está más o menos bajo control. Al contrario, nuestros antepasados sabían que no estamos solos, que nunca lo hemos estado, en ningún plano. Y aunque ahora vivamos absortos y entretenidos con nuestros juguetes tecnológicos, como el niño que se recrea con sus muñequitos ignorando voluntariamente la realidad en la que vive, nadie con los ojos abiertos puede negar la soberbia que desborda el pensamiento, no ya de que estemos solos en medio de la vastedad del universo, sino que además disfrutemos en ella de una civilización "avanzada". Hace pocos días nos lo recordaba un equipo internacional de astrónomos dirigidos desde la Universidad de Nottingham por Christopher Consolide. Estos expertos anunciaban que el cosmos posee al menos diez veces más galaxias de lo que creíamos hasta ahora. Lo cual significa dos cosas. Primera: que el número de planetas extrasolares crece exponencialmente (a finales de enero de este mismo año se habían descubierto oficialmente ¡¡¡casi 4.700 planetas!!! fuera de nuestro sistema solar) y, con él, el de posibles escenarios para el desarrollo de la vida. Y segunda: hemos averiguado este dato porque la tecnología de la que disponemos en este momento es mejor que la que teníamos antes, ergo..., todo hace suponer que cuando mejoremos la tecnología actual nos encontraremos con que el número "real" de galaxias es, a lo mejor, cien o mil veces mayor.

Por supuesto, que haya planetas no es suficiente. Necesitamos una órbita de habitabilidad, una atmósfera... Y por supuesto agua. Aquí tenemos otro de los grandes cambios de paradigma. Se suponía que no había agua en nuestro sistema solar, pero en los últimos tiempos hemos encontrado agua por todas partes: en la Luna y en Marte, por ejemplo, confirmamos la existencia de H2O, en forma de hielo. Igual que en cometas y asteroides, y en planetas enanos como Ceres. Y, aún más, hemos hallado agua en estado líquido, auténticos océanos subterráneos que en algún caso como el de Encélado, luna de Saturno, tienen fuerza suficiente como para lanzar altos e impresionantes chorros en forma de géiser hacia el espacio. También se han detectado estos mares bajo la superficie en Titán, otro de los satélites saturninos, y en Europa, Calisto y Ganímedes, lunas de Júpiter. Incluso Próxima B, el planeta rocoso descubierto formalmente este verano en la zona habitable de nuestra estrella vecina Próxima Centauri, podría según los expertos estar cubierto por océanos exactamente igual que la Tierra. De momento es el mundo más cercano a nosotros, a poco más de 4,2 años luz, una distancia todavía insalvable para nuestra paupérrima tecnología, pero..., quién sabe lo que ocurrirá en el futuro.

El último dato especialmente llamativo en este progresivo descubrimiento de que a lo mejor no vivimos en medio de una estepa deshabitada sino en una auténtica jungla que hasta ahora habíamos sido incapaces de detectar es la afirmación de dos astrónomos canadienses de la Universidad de Laval en Quebec que han anunciado hace unos días haber encontrado más de 200 señales emitidas desde sendas estrellas, que podrían haber sido provocadas por seres inteligentes. En su opinión, parece tratarse de un intento de comunicación a través de pulsos de láser. El revuelo en el sector científico ha sido brutal y hasta el conocido proyecto SETI de búsqueda de inteligencia extraterrestre se ha implicado en el tema.

Hay que recordar que justo por estas fechas hace ahora seis años nos encontramos con una sorprendente noticia en la prensa británica, según la cual una astrofísica malaya, Mazlan Othman, iba a ser nombrada como una especie de embajadora de las Naciones Unidas para el Espacio. En realidad, la idea era adjudicarle el rol oficial de coordinación de la respuesta de la humanidad ante una futura comunicación alienígena. En aquel momento (dejó el puesto en 2014) Othman era directora de la UNOOSA, la Oficina de la ONU para el Espacio Exterior, y se dijo que daría detalles de su nuevo puesto durante una conferencia en la Royal Society en Londres. La información llegó en un momento en el que se multiplicaba el descubrimiento de planetas extrasolares y, con ello, las posibilidades de confirmar la existencia de extraterrestres inteligentes con los que poder contactar. Se planteó entonces transformar la UNOOSA en el organismo de coordinación para encuentros con civilizaciones alienígenas, una idea a debatir por los comités científicos de la ONU antes de ser aprobada por la Asamblea General. Aunque algunos expertos se mostraron favorables  (Richard Crowther, un especialista en Derecho Espacial, llegó a declarar que "cuando los extraterrestres digan 'Llevadme ante vuestro líder', Othman será lo más próximo que tendremos para presentarles") y la propia astrofísica reconoció en aquel momento que "suena genial", ella misma terminó por desmentir la noticia de manera oficial.

Lo cual no quiere decir que fuera del todo falsa... No son pocos los dirigentes norteamericanos y no norteamericanos (incluyendo muchos nombres conocidos de la actualidad aunque nunca hablen de ello en público) que están preocupados por este asunto. Recordemos que ya en 1985 el entonces presidente norteamericano Ronald Reagan y el entonces presidente soviético Mijail Gorbachov exploraron durante una cumbre de paz en Ginebra, la posibilidad de detener la conocida como Guerra Fría y llegar a un acuerdo aun temporal para aliar a EE.UU. y la URSS en una hipotética guerra contra posibles "invasores del espacio exterior".  Otra anécdota conocida de este actor presidente en este mismo sentido fue el pase privado que organizó en la Casa Blanca en 1982 con la película Encuentros en la Tercera Fase (suficientemente conocida por los lectores de la bitácora y, si no, ahí está "San Google" esperándoles con las manos abiertas para iluminarlos). Reagan compartió la proyección con el propio director de la cinta, Stephen Spielberg, además de varios astronautas y otros expertos en el tema. Lo más grande es que, al finalizar el pase, comentó sin inmutarse que "hay un cierto número de personas en esta sala que saben que lo que ocurre en esa pantalla es verdad".

Reagan mencionó en público varias veces esta amenaza que, hoy sabemos, también ha estado en la mente de otros presidentes yankees mucho más discretos. Porque lo de Gorbachov y Spielberg sucedió hace ya unos cuantos años pero..., este mismo mes de octubre WikiLeaks ha filtrado unos muy interesantes correos electrónicos que intercambiaron el astronauta Edgar Mitchell y, atención, John Podesta. Este hombre es el actual jefe de campaña de Hillary Clinton, la candidata demócrata a ocupar el sillón presidencial que Barack Obama debe dejar vacante en breve, si gana las elecciones al candidato republicano Donald Trump (bueno, y al resto de candidatos que se presentan a la presidencia en EE.UU., aunque ninguno de ellos tiene una oportunidad seria más allá de los de los principales dos partidos políticos yankees). 
 La propia Hillary es una mujer muy interesada en estos asuntos desde hace tiempo, como se ve por ejemplo en una foto tomada en 1995 en Jackson Hole, Wyoming. En ella acompañaba a uno de los hombres más poderosos del mundo en aquel momento, Laurence Rockefeller, con un libro bajo el brazo. Un libro con un título significativo: Are we alone? Philosophical implications of the discovery of extraterrestrial life (¿Estamos solos? Consecuencias filosóficas del descubrimiento de vida alienígena)

En esos correos electrónicos entre Mitchell y Podesta, el astronauta (que por cierto ya venía hablando públicamente desde 2008 sobre la existencia real de alienígenas similares a los de la película de Spielberg que, según sus palabras, no sólo conoce la NASA sino que es uno de los grandes secretos ocultos por las potencias mundiales desde al menos hacía 60 años) advertía al jefe de gabinete de que "estamos sin duda más cerca que nunca de una guerra en el espacio" donde "la mayoría de los satélites que orbitan la Tierra pertenecen a EE.UU., China y Rusia y las recientes pruebas de armas antisatélites no alivian el factor miedo". ¿Una guerra?  Ojo a las siguientes palabras del antiguo astronauta del programa Apolo, el sexto hombre que pisó la luna: "la inteligencia extraterrestre no violenta procedente de un universo contiguo está tratando de compartir energía del punto cero" con nuestro planeta y "no tolerará cualquier forma de violencia militar en la Tierra o en el espacio". Algo de lo que, sugería, también era consciente el Vaticano. Algo que era necesario divulgar públicamente... A principios de 2016, Podesta comentó en público que había convencido a Hillary Clinton para desclasificar archivos sobre ovnis si ganaba las elecciones presidenciales de EE.UU. pero...

Oh, vaya contrariedad... Mitchell murió a primeros de febrero, justo un día antes del 45 aniversario de su misión. 
Y sin embargo este mismo mes de octubre Obama ha dictado una orden ejecutiva que no es precisamente tranquilizadora, para que las distintas agencias federales desarrollen plazos concretos que permitan preparar el país ante la posibilidad de una gran tormenta solar de consecuencias impredecibles. Esa tormenta podría entre otras cosas desactivar una gran parte de la red de energía eléctrica y afectar así a servicios de abastecimiento básicos como agua, transporte o comunicaciones y, en el peor de los escenarios, sumir al mundo en una nueva Edad Media. La Secretaría de Energía recibía el encargo de la Casa Blanca de desarrollar, antes de 120 días, un plan eficiente para proteger a Estados Unidos de esta amenaza de tormenta solar. ¿Sólo de la tormenta?  

El físico británico Brian Cox, divulgador científico de la Royal Society y actualmente en el famoso Colisionador de Hadrones del CERN (por cierto, no hemos comentado todavía el espectacular suceso de este verano en tan peculiar instalación, pero eso queda para otro artículo...), decía recientemente en The Sunday Times que si no hemos contactado todavía con extraterrestres, al menos oficialmente, es "porque se han destruido a sí mismos sin llegar a evolucionar lo suficiente", sin más. En su opinión, los avances en la ciencia y la tecnología de una raza alienígena podrían ser demasiado acelerados para que sus gobiernos o autoridades políticas pudieran gestionarlos adecuadamente, lo que les habría abocado a la autodestrucción. No sé si Cox se cree realmente lo que dice o en realidad está lanzando una velada advertencia a las propias instituciones de la Tierra, porque ése es precisamente el riesgo que estamos corriendo aquí y ahora. Una cultura que usa lanzas y flechas puede exterminar a varias tribus, pero otra que disponga de armas nucleares puede destruir el planeta entero, como ya sabemos.

En todo caso, Cox seguía la estela del físico italiano Enrico Fermi, quien entre otras cosas participó en el proyecto Manhattan que terminó por desarrollar la bomba atómica (o eso nos han contado), así que algo debía saber sobre el poder destructivo de los dispositivos nucleares. Ya en los años 50' del siglo XX planteó su conocida paradoja que -paradójicamente- contiene la solución en sí misma, aunque por motivos fácilmente deducibles parece que muchos de sus colegas no terminan de verla. La pregunta que ha atormentado a tantos científicos terrestres durante años y que Fermi planteó como paradoja se puede resumir más o menos así: con lo (inmensamente) grande que es el universo, ¿por qué todavía no hemos encontrado rastro de otras razas extraterrestres y tecnológicamente avanzadas que, sin duda, deben existir? ¿Acaso eso no apoya la tesis de que somos la única presencia inteligente en este océano cósmico? El planteamiento añade la coletilla de que el hecho de no haber hallado naves espaciales, sondas o transmisiones alienígenas puede deberse a que nuestro conocimiento o nuestras observaciones del espacio sean defectuosas o incompletas...

Y ésa es precisamente la solución: ¡naturalmente que son defectuosas e incompletas! De entrada, sabemos que sólo un 5 % aproximadamente de la materia que compone el universo es ordinaria: es decir, aquélla de la que están compuestas las estrellas, los planetas, nosotros mismos..., y que conocemos bastante bien. Pero, del resto, es decir, del 95 % de lo que compone el universo no tenemos ni la menor idea de lo que es ni cómo funciona. Por eso lo llamamos materia oscura o energía oscura. Es como si opináramos sobre lo que es o para qué sirve un campo de fútbol del cual sólo conociéramos más o menos bien el banderín de un córner. Resulta imposible llegar a conclusiones serias con un conocimiento tan limitado.

Pero no hace falta irnos a lo oscuro para entender esta supuesta ausencia de señales extraterrestres que contradice lo que contábamos previamente. En primer lugar, porque eso de que no existen huellas de razas no terrícolas en nuestro mundo habría que verlo. Por razones evidentes de espacio, no podemos relacionar aquí una larga serie de misterios que han acompañado a la humanidad desde que tenemos memoria (desde la existencia de objetos "imposibles" según el relato histórico hasta avistamientos de naves tripuladas por "dioses", entre muchos otros) y que se podrían explicar con relativa facilidad si deducimos que tienen mucho que ver con la presencia de seres de otros planetas. En segundo lugar, por un argumento de mucho mayor peso que, probablemente, se acerca más a la realidad de lo que a muchos les gustaría: una cultura alienígena tan avanzada como para llegar físicamente hasta nosotros, teniendo en cuenta las pavorosas distancias que existen en el universo, a la fuerza nos vería como seres tan inferiores que ni siquiera 
trataría de contactarnos. De hecho, nos vería como nosotros contemplamos a los insectos o, si nos tuvieran en mayor estima, como si fuéramos animalitos de compañía. O tal vez como simple ganado que explotar.., o que cazar. De hecho, ¿quién nos asegura que no lo hacen ya? ¿Quién puede garantizar que no están aquí y que se alimentan de nosotros en este mismo momento, o simplemente se divierten jugando con nuestras vidas? De la misma forma que unos seres tan poderosos nos verían como muy poca cosa, nosotros seríamos incapaces de verles a ellos, al ser demasiado inconcebibles para nuestras capacidades tecnológicas, igual que una hormiga que se pasea por el brazo de un humano ni siquiera se plantea si la piel que está recorriendo forma parte de un organismo mucho más grande que ella.

Esa ingenua teoría que está tan extendida por ahí según la cual a medida que una cultura se desarrolla también se hace más pacifista y le entra un curioso complejo de evangelización del entorno cósmico (los angélicos "hermanos del espacio") es una auténtica falacia, como han demostrado en innumerables ocasiones los propios homo sapiens sin necesidad de salir previamente del planeta. Echemos un vistazo a los libros de Historia y comprobemos lo que ocurre cuando una civilización más adelantada que otra toma contacto con esta segunda para entender por qué esa panda de descartados que anda por ahí queriendo "establecer contacto" como sea están muy equivocados cuando piensan que "sería estupendo que vinieran, podrían enseñarnos muchas cosas". Hasta Stephen Hawking ha advertido no ha mucho de que deberíamos permanecer en silencio, sin llamar demasiado la atención, por lo que pudiera pasar.

Aún más: si los extraterrestres fueran realmente unos simpáticos y amables espíritus puros tendrían todavía menos ganas de rebajarse a contactar con una gente tan atrasada como la que puebla este planeta. Y no me refiero sólo a lo que le gusta al homo sapiens practicar la corrupción, el crimen o la guerra, sino a la confusión mental que gobierna su existencia. Ejemplo: hace unos meses leí un estudio psicológico muy elocuente elaborado por un par de universidades europeas según el cual prácticamente ¡¡¡el 40 % de los usuarios de teléfonos inteligentes reconocieron valorar su dispositivo tanto o a más que sus amigos!!! En plena carrera de desapego, casi el 30 % consideraba su smartphone más importante que sus padres y más del 21 % lo valoraba más que a su pareja. Casi el 17 % lo calificó como lo más importante para ellos...  Y a pesar de esta enfermiza actitud, el 93 % de los participantes en el estudio facilitó alegremente el número de PIN de su móvil cuando se les preguntó por él, lo que añade incoherencia al cuadro general. No sólo estimamos a un objeto sin alma más que a un miembro cercano e incluso íntimo de nuestra especie, sino que ni siquiera sabemos protegerlo bien y, con él, a la información que almacenamos en su interior. Sumemos eso a otra investigación que se publicó el año pasado que demostraba lo fácilmente que olvidamos la información que facilitamos a nuestros teléfonos móviles (la olvidamos más rápido que la que está en los ordenadores portátiles o en otros dispositivos) y veremos hasta qué punto hemos "humanizado" un trasto que hace muy pocos años no existía. ¿Realmente un alien, compasivo o no, tendría mucho interés en establecer relaciones con una especie cuyos individuos dan más importancia a sus herramientas que a sus congéneres? ¿Si alguien no valora a su propia familia, está en condiciones de valorar las familias ajenas?

Pese a todo, da la impresión de que, en efecto, la cuenta atrás ha empezado y que hoy estamos más cerca que ayer de encontrarnos con un anuncio oficial sobre la existencia y el contacto con inteligencias ajenas a nuestro planeta, por primera vez en el mundo moderno. Cuando se haga público, será como volver unos cuantos siglos atrás, con el reconocimiento de que los dioses siguen estando ahí. A no ser..., a no ser que, como diría MacNamara, todo sea un gran show, un diseño de ingeniería social destinado subir un peldaño más en el gran objetivo del gobierno unificado mundial... Pero ésa es otra historia y habrá que contarla en otro momento, como decía el clásico.


viernes, 14 de octubre de 2016

Brainstorm

En 1983 se estrenó una de mis películas de ciencia ficción favoritas, Proyecto Brainstorm (el título original, en inglés, era simplemente Brainstorm), quizá el aporte más personal de una verdadera institución en el género: el norteamericano Douglas Trumbull. Si hay alguien en la sala a quien no le suene su nombre, me limitaré a mencionar algunos de los grandes largometrajes en los que participó de una u otra forma: 2001, una odisea del espacio (ésta no es una simple película favorita sino LA película favorita), Blade Runner, Encuentros en la tercera fase o Stark Trek (la primera adaptación al cine de la serie televisiva). Por citar algunos ejemplos. 

En Proyecto Brainstorm, Trumbull dirigió la historia de dos científicos entusiasmados con la creación de un dispositivo insertado en un casco capaz de captar, almacenar y reproducir al gusto del consumidor todo tipo de experiencias, impulsos, sentimientos y sensaciones mediante la grabación de ondas cerebrales. De esta forma, por ejemplo, un piloto de carreras puede registrar la impresión concreta de una competición, incluyendo la descarga de adrenalina, el miedo a estrellarse, la emoción deportiva y el triunfo de la victoria..., y otra persona cómodamente sentada en un sofá, al emplear el aparato y reproducir esa impresión, siente luego exactamente lo mismo que él, como si hubiera migrado de su cuerpo físico y se hubiera incorporado al del 
piloto. Y así todas las veces que quiera. Los encargados de las grabaciones de prueba experimentan todo tipo de actividades con el casco para dejar registro de ellas e impresionar a los responsables financieros de los laboratorios, con el
 fin de que apoyen económicamente el desarrollo del proyecto. Hay una secuencia particularmente interesante, cuando uno de estos "cobayas" se graba practicando el acto sexual con una rubia despampanante y luego uno de los ejecutivos monta un bucle con los segundos del orgasmo y lo reproduce infinitas veces en la intimidad de su casa, en un novedoso modo de masturbación mental por así decir, aunque con resultados inesperados.

El bucólico mundo de investigación en el que viven los científicos, el doctor Michael Brace (interpretado por el siempre inquietante Christopher Walken) y la doctora Lillian Reynolds (personificada por Louise Fletcher), se deshace en cuanto alguien se percata del espectacular panorama de utilidades prácticas (especialmente, en el campo militar y el de seguridad y control) que ofrece esta novedosa tecnología, más allá de las asesorías sentimentales (Brace/Walken usa el casco para tratar de recomponer su matrimonio con la doctora Karen Brace/Natalie Wood grabando para ella un "grandes éxitos" de su relación, con los mejores recuerdos y emociones de su relación en común). Y todo se lía definitivamente cuando, estando sola en el laboratorio, Reynods/Fletcher sufre un infarto y tiene el cuajo de aprovechar sus últimos segundos de vida para colocarse el casco y grabar su propia muerte..., y lo que sucede después. A partir de ese momento, el objetivo de los principales personajes será hacerse con esa grabación post mortem para verla y averiguar qué pudo captar la científica después de su fallecimiento físico.

La película quedó severamente lastrada y, en última instancia, casi marginada por culpa de una muerte real: la de Natalie Wood. Esta hermosa actriz de origen ruso, que se había hecho muy famosa por sus aplaudidas interpretaciones en películas como West Side Story, Rebelde sin causaEsplendor en la hierba y hasta Centauros del desierto, entre otras, falleció en circunstancias todavía por aclarar al caer de noche desde la cubierta del yate en el que viajaba. A bordo también viajaban su marido Robert Wagner, su compañero de reparto Christopher Walken y el capitán del barco, Dennis Davern. Los actores celebraban el final del rodaje y habían bebido bastante. El yate estaba fondeado junto a la isla de Catalina, cerca de Los Ángeles, y, 35 años después, todavía no está claro cómo, cuándo ni por qué cayó la actriz al agua. Ha habido teorías para todos los gustos: desde la más popular que considera a Wagner como supuesto asesino, más o menos involuntario, cegado por los celos, hasta la más extravagante según la cual la actriz encontró a sus dos colegas entregados a la sodomía el uno con el otro y no pudo soportarlo. Sin embargo, a fecha de hoy es uno de esos morbosos (por los implicados) casos no resueltos.

 Lo único que se sabe a ciencia cierta es que el cadáver de la mujer fue encontrado a las ocho de la mañana flotando en el agua, con varios golpes que oficialmente no fue posible determinar si los había recibido antes o después de caer al mar. Por cierto, que según la leyenda, la actriz nunca aprendió a nadar por deseo de su madre quien, estando embarazada, recibió una advertencia de una vidente en el mejor estilo de los dramas griegos, ya que predijo que su bebé sería "una gran estrella" pero debería apartarse de "las aguas oscuras"...

En realidad, Proyecto Brainstorm no es más que otro ejemplo de cómo algunos autores tratan de alertar a la sociedad sobre lo que se les viene encima, a través de una obra "de ficción" porque hace tres decenios ya estaba en marcha -tal vez comenzara incluso antes- el proceso de investigación de una tecnología que sólo en nuestros días ha empezado a ponerse a disposición del público en general con un nombre que no engaña absolutamente a nadie (aunque pocos parecen entender lo que significa de verdad), que no es otro que Realidad Virtual. O sea, una realidad falsa, inventada, inexistente..., pero que con la adecuada estimulación de los sentidos se nos aparece tan cierta como la que manejamos en el día a día, aunque en ella podamos transformarnos temporalmente en poderosos guerreros medievales, hábiles futbolistas o comandantes de tanques, entre otros roles disponibles. Bueno,
la verdad es que lo se está poniendo ahora al alcance del usuario es la Realidad Virtual Inmersiva, porque la otra hace tiempo que está entre nosotros en forma de videos, transmisiones de chats con imagen y demás. La Inmersiva, la que aparece en la película de Trumbull, es la que ha llegado ahora al mercado en forma de gafas que absorben la atención y te trasladan a un mundo no ya ajeno sino completamente inexistente. Igual que el pesado casco inicial de la película, encadenado por aparatosos cables a grandes ordenadores, evolucionaba luego hacia un ligero dispositivo independiente a modo de diadema, no es en absoluto descabellado deducir que los visores del estilo Oculus que ya se están vendiendo para utilizar esta tecnología se convertirán, a no mucho tardar, en lentillas fáciles de quitar y poner. O incluso de insertar dentro del ojo humano, como las lentillas intraoculares que ya existen. Una vez tengamos esa no-realidad dentro de nosotros mismos, ¿cómo diferenciar realidad de fantasía? Máxime cuando empiece a comercializarse el resto del equipo, ahora también en fase de experimentación: un traje visualmente similar al del neopreno que suele emplearse para el submarinismo y que se convertirá en una especie de segunda piel, gracias al cual no sólo veremos sino que sentiremos en el interior de ese mundo falso cuyo principal problema (en el que, al parecer, resulta difícil reparar) es que viene a sustituir a nuestro mundo real.

No hay nada malo en evadirse de vez en cuando. De hecho, fantasear, soñar despierto, imaginar..., es algo imprescindible para nuestra salud mental, según suelen repetir los especialistas. Pero, como sucede con todas las cosas, es bueno siempre que esa evasión esté bajo control. En el mismo instante en el que preferimos mantenernos "fuera de juego", en un mundo aparte y exclusivamente de nuestra propiedad, uso y disfrute, empezamos a rozar el desequilibrio de la mente con un creciente riesgo de
 que se manifieste en distintas enfermedades. Me viene a la mente otra obra anterior a Proyecto Brainstorm, pero en cómic, y que advierte precisamente de este extremo. Se trata de Cuidado con el mundo real, Howie, una historieta de Richard Corben publicada en 1970 en la que, en un mundo futuro, una pareja vive unas vacaciones de ensueño (y nunca mejor dicho) hasta que deja de utilizar la tecnología (en este caso, deja de tomar unas pastillas que el Estado les obliga a ingerir) y descubre de forma dramática que las playas paradisíacas de las que están disfrutando son en realidad apestosos vertederos, que sus propios cuerpos atléticos y hermosos son una ruina y que todo aquello tan en apariencia fabuloso que les rodea no existe de verdad: son fantasías creadas para ocultar el espanto diario y permitirles vivir felices.

No estoy hablando de un futuro a largo plazo sino de uno mucho más próximo de lo que pudiera parecer. Y con una facilidad increíble para ser aceptado por unos homo sapiens cada vez más alejados de su apellido biológico, cada vez más asustados, más entontecidos, más egoístas, más orgullosos y más pobres de espíritu, que critican hipócritamente los grilletes de las drogas o el alcohol mientras se autoesclavizan a las pantallas. Resulta un ejercicio interesante pararse a pensar cuántas horas al día pasamos delante de una pantalla. Si incluimos el tiempo que invertimos mirando la televisión, sentados ante el ordenador o revisando los teléfonos móviles nos daremos cuenta de que, en buena medida, hace mucho tiempo ya que vivimos más en el mundo de la fantasía virtual que en el de la realidad, por más que lo que vemos en esas pantallas sea cierto..., en otra parte del planeta que seguramente no pisaremos jamás y con la que no tendremos ninguna relación directa ni indirecta a pesar de que inunde nuestros pensamientos.


Hace poco, uno de los grandes maestros de títeres (entre aquéllos que se dejan ver públicamente, siempre menos peligrosos que los que actúan desde el anonimato), Mark Zuckerberg, anunciaba en California que Facebook (su principal proyecto personal y una de las patas del dominio invisible que nos empuja centímetro a centímetro hacia el tenebroso gobierno mundial) estaba muy cerca de reconvertirse en la primera gran red social capaz de hacer interactuar virtualmente a las personas, de manera que su popular muro "dará el salto a las tres dimensiones" o, lo que es lo mismo, se convertirá en una verdadera prisión (más de lo que ya lo es para muchos usuarios). De hecho, pronosticó que "en el futuro, muchos de los objetos físicos actuales como la televisión serán simples aplicaciones que comprar en una tienda de realidad virtual" de manera que el día de la mañana no necesitaremos, para vivir, apenas más que una habitación más o menos espaciosa y "unos dispositivos parecidos a unas gafas normales que serán capaces de reproducir experiencias tanto de realidad virtual como de realidad aumentada".

De esta manera, nuestra existencia se podría ver confinada a esa habitación de la que nunca saldríamos porque no necesitaríamos hacerlo: ¿Queremos hacer deporte? Nos ponemos las gafas de realidad virtual (que, insisto, ya serán lentillas) y podemos ir a jugar al fútbol o a hacer footing sin necesidad de salir de allí, porque nos moveremos "libremente" en el mundo virtual. ¿Queremos viajar y conocer tal o cual museo, monumento, país...? Nos ponemos las gafas y a viajar sin movernos tampoco del cuarto. ¿Queremos buscar amigos, ir a una fiesta, hacer el amor? Más de lo mismo: no hay más que escoger el perfil adecuado y proceder..., y con la comodidad de que estamos siempre seguros y calentitos dentro de nuestra celda..., digo, de nuestro hogar. Y con el tiempo..., ¿quién necesita una habitación? ¿No sería mejor acostarnos en algún lugar mullido, sin cansarnos más de lo necesario? Digamos, por ejemplo..., ¿uno de esos ataúdes de cristal que aparecen en la película Matrix en donde despierta el protagonista, Neo?

No, el futuro no parece muy halagüeño, cuando uno hace un poco de prospectiva. Estamos aquí entretenidos con un gran circo, en el que tenemos fieras guerras en todo el mundo, equilibristas del espectáculo, magos de las finanzas, gladiadores deportivos, payasos de la política..., mientras a nuestro alrededor los Amos van construyendo, en silencio, las herramientas con las que pretenden encadenar definitivamente a la humanidad.

Que no cunda el pánico, de todas formas. Una cosa es que construyan sus herramientas y otra diferente es que consigan su objetivo. Lo cierto es que llevan ya algunos milenios dedicados a ello y todavía no han tenido éxito, ni (aunque todavía no lo han comprendido) lo tendrán jamás. Porque el gran secreto, que está a la vista de cualquiera y tal vez por eso sea un gran secreto, reside en que la vida no puede sobrevivir sin la polaridad, sin la tensión permanente de las dos fuerzas cuyo roce genera la existencia. Hoy puede mandar el Yin, pero el Yang es indestructible y el día de mañana será él quien mande y, así, se van sustituyendo uno al otro en un ciclo interminable.

Cabría una reflexión final, de todas formas: ¿No resulta sorprendentemente familiar ese proceso de abandono de nuestra identidad, olvidando nuestro universo real, para asumir un avatar virtual y dejarnos absorber por un mundo irreal, que no es el nuestro aunque lo parezca y en el que, si lo pensamos bien, nada puede dañarnos si no dejamos que lo haga? ¿No nos recuerda a algo que ya sucedió hace tiempo? ¿Acaso no somos estrellas caídas, temporalmente, en este mundo físico?



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Postdata: Quiero agradecer algunos cariñosos comentarios que he recibido tanto en el blog como en mi correo durante los últimos meses (también mientras estaba de vacaciones en Walhalla) por parte de sufridos lectores con una extraordinaria capacidad de aguante, ya que habitualmente logran terminar de leer los sucesivos artículos de esta bitácora. Por lo general, no contesto mensajes ni intervengo en los comentarios (a no ser para borrar opiniones improcedentes o con insultos, en alguno especialmente polémico, pero parece que hace tiempo que no publico ninguno de ellos), pues ya hablo bastante en cada uno de los artículos. Gracias de nuevo.

viernes, 7 de octubre de 2016

Supervivencia: quién sobrevive, quién muere y por qué

Todo el que me conoce un poco sabe que soy de profundidades más que de alturas, pero en los años de mi existencia actual (en otras, fui más aguerrido y llegué más arriba) he tenido la oportunidad de visitar algunos de los puntos más altos de la geografía conocida: los Pirineos, los Alpes y los Andes. La verdad es que lo más alto que he llegado en persona ha sido el Teide y la experiencia no fue especialmente agradable. A medida que subía pasito a pasito me ponía más enfermo y no porque tuviera miedo de despeñarme por la (aparente) suave ladera sino, al revés, porque crecía en mi interior el irracional pavor a caer hacia arriba. Es lo malo de tener mucha información: el subconsciente empieza a trabajar por su cuenta y escapa de tu control. Dudo mucho de que un hombre de la antigüedad (que pensaba no sólo que la Tierra fuera plana sino que estaba en el centro de todo) pudiera plantearse algo parecido. Sin embargo, el impresionante horizonte curvado, cada vez más presente a mi alrededor, y el conocimiento de que vivimos en una esfera que cae permanentemente en el universo, donde en realidad no existe un arriba y un abajo definidos, me hacía temer que en cualquier momento la gravedad dejara de funcionar y de pronto me viera proyectado hacia el cielo sin control y sin poder agarrarme a nada.

(Entre paréntesis, después de leer el párrafo anterior queda claro por qué llevo años suspendiendo la asignatura de Viajes conscientes con cuerpo astral en la Universidad de Dios...)

Me gustan las montañas, me gustan mucho, pero nunca he podido disfrutar de ellas todo lo que he deseado porque tengo ese problemita con las alturas (de la misma forma que adoro el mar, pero nunca he podido disfrutar de la navegación porque me mareo como un pato en cuanto piso una cubierta). Me sorprendió una reflexión sobre ellas que leí este verano durante mi estancia en Walhalla en un libro ciertamente curioso: Supervivencia. Quién sobrevive, quién muere y por qué, firmado por el norteamericano Laurence Gonzales. Y es que solemos percibir los macizos montañosos como sólidos, robustos y estables, hitos poderosos de la Naturaleza ante los cuales los seres humanos resultan insignificantes, como hormigas ante un inmenso promontorio de..., tembloroso merengue a punto de desplomarse sobre sí mismo.

¿La montaña tiene la solidez del merengue? Si lo piensas bien, incluso menos, comparativamente. Sólo llegamos a intuir esto ante las impresionantes imágenes de los aludes invernales (pero aún entonces solemos pensar que las avalanchas sólo contienen nieve) o los trágicos derrumbes de toda una ladera sobre algún lugar habitado, como sucedió hace ahora un año a las afueras de la capital de Guatemala. Lo cierto es que una montaña se puede romper con relativa facilidad y de hecho se está desmoronando continuamente delante de nosotros como puede dar fe cualquiera que haya paseado a los pies de una de ellas, salpicados de lascas, tierra e incluso grandes bloques de piedra sueltos. No somos capaces de apreciarlo porque nuestras vidas humanas son mucho más fugaces, de la misma forma que una mosca que vive 20 días durante un seco y caluroso verano morirá sin comprender qué es la lluvia, ni imaginar siquiera que existe algo así. Gonzales utiliza este ejemplo para indicar que "pensamos que creemos en lo que sabemos pero en realidad sólo creemos en lo que sentimos". Porque lo interesante de este libro es que el autor, por lo demás un especialista en la materia. no se limita a recoger casos más o menos curiosos de supervivientes en circunstancias extremas (senderistas perdidos, aviadores novatos aterrizando cazas en portaaviones, navegantes más o menos solitarios, pilotos de moto demasiado audaces, piragüistas inconscientes...) sino que los analiza a la luz de los últimos descubrimientos psicológicos y neurológicos para definir el perfil del superviviente.

No es extraño que este escritor, nacido en Missouri pero de inequívoca ascendencia hispana (ese González transmutado en un casi paródico Gonzales, como si fuera "el ratón más veloz de todo México"), se interesara por estos asuntos dado que su padre, un oficial de bombarderos durante la Segunda Guerra Mundial, vivió una asombrosa experiencia a finales de enero de 1945. Su avión fue alcanzado por la artillería antiaérea durante una misión sobre Alemania y cayó desde 8.200 metros de altura, con la mayor parte de la tripulación ya muerta en su interior. La fuerza centrífuga le impidió saltar en paracaídas y, milagrosamente, el hombre no murió en el impacto aunque quedó gravemente herido en el interior de la cabina, con los brazos, manos, pies, piernas y nariz rotos. La brutal campaña de bombardeos de terror sobre la población civil germana mpulsada personalmente por Churchill y Roosevelt en los últimos años de este sangriento conflicto había convertido a los aviadores angloamericanos en los enemigos más odiados por los ciudadanos alemanes, por lo que matar a los que se salvaban gracias al paracaídas o los aterrizajes forzosos era la (única) forma de venganza de estos civiles. El padre de nuestro autor fue encontrado junto a los restos de su bombardero por un campesino, que quiso dispararle..., pero se le encasquilló la pistola. Y, como no hay dos sin tres, antes de que decidiera rematarle a pedradas o estrangulado o de cualquier otra forma más primitiva, llegó al escenario un oficial alemán que le salvó de nuevo la vida al tomarle prisionero y tras echar al campesino. Trasladado y curado en un campo de prisioneros, tras la guerra se reincorporó exitosamente a la vida corriente. El recuerdo de este singular episodio, contado tantas veces a familiares y amigos, impactó al joven Laurence que, inevitablemente, quiso vivir sus propias aventuras y escribir luego sobre ellas.

Supervivencia. Quién sobrevive, quién muere y por qué contiene informaciones muy interesantes sobre el comportamiento humano y sobre el funcionamiento del cuerpo, y también de la mente, ante situaciones de gravedad en las que se demuestra la falacia de muchas de las creencias que nos mueven en el día a día. Por ejemplo, explica cómo cada acto humano genera nuevos enlaces entre neuronas, de manera que nuestro cerebro, el que usamos ahora mismo para recordar algo que nos sucedió en el pasado, no es el mismo cerebro que formó el recuerdo inicial, lo que inevitablemente termina por alterar nuestra memoria y por supuesto nuestra percepción..., con todo tipo de efectos generalmente desagradables. Y cómo, según la neurociencia moderna, el cuerpo controla al cerebro tanto como el cerebro controla al propio cuerpo, de forma que la mayoría de las decisiones que asumimos a diario no las tomamos usando la lógica, aunque estemos convencidos de ello. En otras palabras: "las operaciones inconscientes del cerebro son (...) la regla más que la excepción e incluyen casi todo lo que hace". No controlamos nuestra propia vida en absoluto, puesto que no nos controlamos a nosotros mismos. Así que vivimos, como las montañas, en medio de frustraciones, fracasos y desmoronamientos constantes de nuestra realidad, aunque la mayoría de estos reveses no tiene consecuencias (al menos, graves) y por ello no les damos ninguna importancia. Es curioso cómo el mismo hecho de caminar se puede interpretar como una sucesión de fallos constantes, reconducidos en el último momento, justo cuando estamos a punto de caer al suelo, lo que evitamos al mover la otra pierna y proyectarla hacia delante para seguir caminando...

Y así vivimos en una falsa sensación de normalidad pese a que "la gente no se da cuenta de que el que no suceda un accidente no supone garantía alguna de que no vaya a suceder" en cualquier momento, cuando menos se lo espera, porque "todo el tiempo están sucediendo cosas que no han sucedido antes". Ello nos hace vivir de manera temeraria, como si fuéramos turistas tomando el té tranquilamente sentados en un cafetín cuando en realidad estamos al borde de un precipicio sin darnos cuenta de que en cualquier momento podríamos resbalarnos y caer y morir. Gonzales cuenta la historia de un montañero que fue rescatado en el Parque Nacional de Yosemite, en California, donde había quedado indefenso, víctima de la insolación. Fue necesario que acudiera un helicóptero del ejército con expertos a bordo que necesitaron 120 metros de cuerda para salvarle. Seis meses después, en la ladera de enfrente, fue necesario rescatar otra vez al mismo tipo, aunque lo que padecía en esta ocasión era hipotermia. En esta segunda oportunidad no tuvo tanta suerte y acabó muriendo... No es un caso raro. Estamos ciegos y sordos ante los avisos de la Naturaleza. Recuerdo ahora a una persona que conocí: joven, fuerte e inteligente, mas de personalidad despótica, ambiciosa y maltratadora, que sufrió un grave problema de corazón que requirió una intervención quirúrgica y largos meses en tratamiento. Pensé que una experiencia tan dura le haría recapacitar sobre su comportamiento hacia los demás (qué simbólico fue que su duro corazón fuera la parte más afectada del cuerpo) pero no fue así. Al regresar a su vida normal volvió a comportarse igual o peor que antes. Leyendo el caso del montañero de Yosemite no pude evitar recordarle, aunque deseo sinceramente que tenga tiempo de recapacitar y reconciliarse con la vida antes de que la Naturaleza decida que no le da una segunda oportunidad...

En su libro, Gonzales apunta que los supervivientes suelen serlo porque descubren una relación profunda, íntima, incluso espiritual, con el mundo en el que vivimos. Y a menudo tienen su propio talismán para conectar con él. Hay una historia muy bonita acerca de una mujer, Debbie Kiley, que naufragó con otras cuatro personas en una experiencia tan dura que tres de ellas murieron. Durante las primeras horas tras el desastre, a bordo de una balsa a la deriva en el inmenso océano, Debbie recordó la historia que, en cierta ocasión, le había contado un viejo marinero y, según la cual, si uno sale a la mar, debe llevar consigo una perla negra porque es una especie de seguro de vida. En caso de perderse navegando, podría cambiársela a Poseidón, el dios marino, por su propia vida. Como la mujer trabajaba en transporte marítimo, la historia le resultó simpática y en efecto se compró un pendiente con una perla negra. En la balsa tras el naufragio, se palpó la oreja y descubrió que todavía lo llevaba, así que se lo quitó y lo lanzó al agua, haciendo un pacto mentalmente consigo misma y con el mar. Tras cinco largos y dramáticos días a la deriva y sin agua, ella y el otro superviviente fueron al fin encontrados y recogidos por un carguero. En su caso, los expertos determinaron que había logrado sobrevivir gracias a la actitud positiva derivada entre otras cosas de su "pacto". Entrevistada por Gonzales, afirmó que en una circunstancia similar "nunca debes olvidar que no puedes depender de nadie y que lo quieres conseguir debes llevarlo dentro de ti"

Para el autor, la clave y el misterio central de la supervivencia está en alcanzar cierto estado interior de conciencia, en el que la mente esté tranquila y en orden pues "la vida es, a fin de cuentas, orden dentro del caos. Todo lo demás se reduce a entropía". Y cita un texto siempre recomendable, el Tao Te King, que explica el acto de supervivencia de acuerdo con su poético y críptico estilo con estas palabras: "Aquél que preserva bien la vida/no teme a tigres y rinocerontes/cuando se adentra en la espesura;/tampoco se viste de armadura o se pertrecha/cuando entra en combate./ El rinoceronte no tiene dónde hincar su cuerno,/ el tigre no tiene dónde hincar sus garras,/ un arma no tiene dónde hincar su filo./¿Por qué?/Porque en él no hay flancos mortales." Se trata, pues, de ver el mundo con claridad, apreciando sus cambios y modificando el comportamiento propio en consecuencia. Eso nos dará más probabilidades de vivir pero "no salvará a todos de todo. Nada lo hará, aunque servirá de gran ayuda en la mayoría de las situaciones".

Para los aficionados a las listas, el libro contiene dos inventarios de sugerencias. El primero, está orientado a evitar problemas y accidentes y, por tanto, limitar al mínimo el riesgo de tener que luchar por la propia vida. Se basa en un dicho de aviadores: "Hay pilotos temerarios y hay pilotos viejos, pero no hay pilotos temerarios y viejos". El segundo, indica cómo intentar salir adelante y convertirse en un superviviente en caso de haber fracasado con la primera lista. La mayoría de las recomendaciones en una y otra son básicas. Entre las primeras, por ejemplo, figuran evitar el comportamiento impulsivo, nunca apresurarse o practicar la modestia -"un comandante de las fuerzas especiales de la Armada contó (...) que la gente tipo Rambo es la primera que cae porque suele pensar que como es buena para algo también lo es para otras cosas"-. También incluye la idea de "confabular con los muertos" que parte de la base de que "si pudieras reunir a tu alrededor a los muertos y sentarte junto a ellos junto a un fuego de campamento para escuchar sus historias, estarías en la mejor escuela de supervivencia" pero como eso no es factible, "léete los informes de accidentes de la actividad que decidas hacer" antes de hacerla, porque es otra manera de aprender de aquéllos que erraron gravemente antes que tú. Entre las segundas recomendaciones, cita mantener siempre la calma, utilizar tanto el humor como el miedo para concentrarse, agradecer el hecho mismo de estar vivo, cantar o jugar con la mente -un tipo que se perdió durante semanas en la selva boliviana "tuvo alucinaciones de que estaba con una hermosa compañera con la que dormía todas las noches mientras viajaba..., todo lo que hizo lo hizo por ella" y logró sobrevivir porque pensaba estar salvándola a ella, además de a sí mismo-, tener fe en su propia persona y, lo más importante: no tirar nunca la toalla. 

Respecto a esto último, los supervivientes "no se frustran fácilmente (...) aceptan que el entorno cambia continuamente (…) mantienen alta su moral mediante el desarrollo de un mundo alternativo hecho de recuerdos gratos al que puedan escapar (…) abrazan el mundo en el que se encuentran y ven oportunidades en la adversidad..."

En los próximos días se cumplirán 7 años desde que arrancó Fácil para nosotros. Hoy es viernes, el primero de octubre, y por tanto toca publicar, de vuelta ya del Walhalla. Y resulta que es día 7. Sin duda, hablamos de un número mágico.

A estas alturas, creo que puedo definir la experiencia de los últimos años como algo sumamente interesante en muchos sentidos, si bien ha estado a punto de finalizar en varias ocasiones y siempre por la misma razón: tantas cosas por hacer y por aprender, tantos lugares a donde ir y conocer, tantos proyectos por afrontar y culminar, tantos amigos por comprender y por amar, tantos enemigos por combatir y por vencer, tantos libros por leer y por escribir..., y tan poco tiempo para hacer todo eso. Si una persona te dice alguna vez que está aburrida, ten por seguro que hablas con un muerto, por muy abiertos que tenga sus ojos y por mucho que parezca estar respirando: nadie en su sano juicio, ni con una vida sana, puede admitir la existencia del verbo aburrir entre su vocabulario habitual. 

Es completamente cierto que tempus fugit, aunque la mayoría de las personas no se dan cuenta de ello hasta que es demasiado tarde y, de repente, su oportunidad ya se ha terminado. En ese sentido, los inmortales tenemos una ventaja obvia. Quizá por eso continúa adelante Fácil para nosotros, como un auténtico superviviente.

Los comienzos de curso en la Universidad de Dios siempre me dejan el alma melancólica...