Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 24 de noviembre de 2017

El riesgo de las mentiras

Mi tutor en la Universidad de Dios, el Gran Thoth, es uno de los tipos más sabios que he conocido (tal vez sea el más sabio de todos..., y mira que he conocido gente). Esta noche he estado con él un rato largo y la verdad es que tiene una capacidad extraordinaria para enseñar porque combina sus increíbles conocimientos con el buen humor y un trato siempre agradable. No le veo mucho, la verdad, porque está muy ocupado con multitud de proyectos personales, por no citar a los otros alumnos: ¡qué más quisiera yo que ser el único que disfruta de sus excepcionales tutorías! Por eso, cuando tengo la oportunidad de escucharle abro lo más posible mis oídos, mis ojos, mi cerebro y hasta los poros de mi piel, porque sus consejos y reflexiones son oro. 

Una de las sentencias más antiguas que recuerdo haberle oído entre todas las que llevo acumuladas en los años que he dedicado a cursar la carrera de Dios, me llamó especialmente la atención la primera vez que la dijo. Entonces, creo que incluso la descalifiqué dentro de mí porque no me parecía muy realista, pero el tiempo me ha demostrado qué equivocado estaba yo y cuánta razón tenía él. Me dijo: "cuanto más grande y más increíble sea la mentira que le cuentes a los 'homo sapiens', más dispuestos estarán a creerte".

En un primer momento, pensé que me estaba tomando el pelo y, en un segundo momento, que estaba empezando a chochear por culpa de la edad (si yo soy inmortal, no me quiero imaginar los eones que habrá visto pasar el Gran Thoth a lo largo de su existencia), pero no: ni una cosa ni otra. Mi tutor tenía toda la razón y prácticamente a diario lo confirmo en el mundo en el que vivimos, donde las fuerzas que aparentemente lo gobiernan nos presentan una descripción de la realidad que diverge (a menudo incluso está invertida por completo) respecto a lo que está sucediendo de verdad. Y esto uno sólo puede comprobarlo cuando tiene acceso a ciertos canales alternativos de información, inaccesibles para la mayoría de la población. 

 Estamos rodeados de mentiras de todos los tamaños: pequeñas (de ésas que, según creen los ingenuos, "no duelen" ni son importantes por su carácter "piadoso" -¿a qué alma retorcida se le habrá ocurrido por primera vez emplear semejante adjetivo para describir una mentira?-), de tamaño intermedio (son de distintos calibres, desde las "justificadas" hasta las "especiales" o las  habituales del día a día) o simplemente inmensas (éstas son las que emplean de manera indiscriminada los dirigentes políticos, económicos, sociales o religiosos de todos los países -por no mencionar a los Amos...-).

En mi opinión, las peores entre todas ellas, ya que son las más peligrosas, son las mentiras diarias: ésas que hemos ido incorporando de forma sistemática a nuestra vida con distintas excusas. El abanico es amplio. Entre las más conocidas, tenemos algunas clásicas como el "voy ahora mismo" que le decimos a quien requiere nuestra presencia por algún motivo (y que usamos como una especie de comodín para ganar tiempo porque, en lugar de ir como hemos anunciado, continuamos inmersos en otra actividad que nos interesa más -¿no hubiera sido más sencillo contestar que en ese momento estamos ocupados?-). O, también, el "todo me va fenomenal" (que nos sirve de cobertura para no explicar los problemas en los que andamos metidos, por temor a que nos juzguen -aunque a nosotros nos encanta juzgar-). O el "no sé por qué me pasa esto precisamente a mí" (a pesar de que, si hay algo cierto, es que absolutamente todo lo que nos sucede es el efecto de una causa que pusimos en movimiento en algún momento..., aunque ese momento haya sido hace tanto tiempo y en lugar tan lejano que, cuando por fin se manifiesta su efecto, seamos incapaces de relacionar ambos puntos).

Ya oigo algunas protestas diciendo: "qué barbaridad, no es para tanto..., igual las grandes mentiras de los líderes políticos o económicos sí son peligrosas, pero esas otras mentirijillas que estás comentando son tonterías, no tienen mayor efecto". Y ahí está precisamente la amenaza. Cualquiera de nosotros se pondría en guardia si de repente entrara un león en el salón de su casa, aunque ese animal no le haría absolutamente nada si no tiene hambre y nadie le molesta, pero ¿y si fuera un mosquito? ¿Un simple, diminuto y tonto mosquito..., portador de una enfermedad mortal de la cual nos infectará en cuanto tenga oportunidad de posarse sobre nuestra piel y chuparnos la sangre?

El peligro de esas mentiras en apariencia inocentes radica en que, de tanto repetirlas, terminamos por mecanizarlas y al final las asumimos como si fueran realidades, aunque sepamos que no lo son. Con todo lo que eso significa. Ya no estamos hablando de engañar a otras personas sino del autoengaño respecto a nosotros mismos. Así, dibujamos un mapa de algo que no existe sabiendo que aquella información es falsa..., y luego pretendemos guiarnos por ese mapa como si fuera fiable. Como es lógico, a la primera oportunidad acabamos despeñándonos, porque lo que aparece allí representado poco o nada tiene que ver con el territorio real. El Gran Thoth también me habló de eso: "la verdad pertenece al mundo de la realidad mientras que la mentira es del de la fantasía; ambas son excluyentes entre sí por lo que, donde una reina, la otra no existe". 

Y así sucede que, mientras más espacio de nuestra existencia dediquemos a la mentira, más tiempo pasaremos en el mundo de fantasía, de lo inexistente..., motivo por el cual nuestros proyectos tendrán menos posibilidad de realizarse, nuestras relaciones tendrán más oportunidades de irse a pique y nuestra vida será progresivamente menos valiosa. De pronto, nos encontraremos con que tenemos ya 70 u 80 años de edad, nuestro tiempo se acaba y, si alguien nos pregunta por curiosidad, sólo podemos mostrarle una existencia estúpida a nuestras espaldas, con la intensa sensación de que nada ha valido la pena, que somos unos fracasados y que igual hubiera dado nacer o no (a continuación llegan los listillos a vendernos que todo fue culpa de una ideología política o religiosa o económica o..., en lugar de culpa nuestra; pero ésa es otra historia).

Me parece que en alguna parte de esta bitácora escribí en cierta ocasión acerca de una persona que tuvo poder (laboral) sobre mí durante años y me hizo la vida un poco imposible. Es uno de los casos prácticos más impresionantes que conozco en relación con todo esto. Contaré el final de la historia, porque ahora ya la conozco. Retomando el asunto, estamos hablando de un individuo profundamente mentiroso, capaz de jurarte algo por lo más sagrado en una reunión personal y, diez minutos más tarde, en otra reunión distinta y con otras personas delante, jurar justo lo contrario, sin inmutarse lo más mínimo. Algo que no tendría demasiada importancia si se tratara de sus cosas personales, pero que la tenía, y mucha, puea actuaba igual para todo el trabajo diario desarrollado bajo su mando en plaza. La mentira era su forma de ocultar su incompetencia y otros defectos personales que protegía a toda costa para salvaguardar su posición social y laboral. Le funcionó durante muchos años pero, con el tiempo, se volvió en su contra por residir preferentemente en su mundo de la fantasía antes que en el de la realidad. 

Al principio, su incoherencia me descolocó por completo: siempre había pensado que uno puede llevarse bien o mal con su jefe pero ¿bien/mal a la vez? Sobre todo, cuando te has mostrado leal a esa persona y has sacrificado tiempo, esfuerzo y tantas otras cosas por apoyarle..., y luego en lugar de agradecértelo te apuñala repetidas veces por la espalda mientras te jura y te perjura que no es su mano la que está clavando el cuchillo, aunque tú la veas pegada a su brazo. Así que no tardé mucho tiempo en dejarme llevar por la rabia, por la forma en la que trataba tan mal a todo el mundo (y no sólo a mí, lo que por cierto fue una sorpresa para mi propio egocentrismo). Mentía una y otra vez, sin ningún decoro, con total impunidad y muy poca vergüenza, sin importarle los perjuicios que nos causaba y sin temer las consecuencias de sus actos, entre otras cosas porque se apoyaba en ciertos poderosos padrinos

Al fin, comprendí que él mismo no era consciente de lo que estaba haciendo (con los demás, pero también consigo mismo) porque las mentiras que contaba  también se las inyectaba en su propio cerebro. Y lo hacía con tanta fuerza para disimular su postura delante de otras personas que al final terminaba por creérselas. También entendí que su presencia malsana en mi vida se debía a que estaba actuando como mi pinche tirano, que diría don Juan Matus (a estas alturas de la película no voy a explicar qué significa pinche tirano: el que no se haya leído los libros de Castaneda, que son de Primer Curso de la Universidad de Dios, ya puede empezar a recuperar el tiempo perdido). En esas circunstancias, la única solución fue cambiar de aires.

Eso hice, aunque resultó un poco más complicado de lo previsto. Una vez fuera del alcance de las garras de este peculiar personaje, los dioses me permitieron seguir estudiando sus evoluciones. Vi con todo detalle, pero ahora ya desde fuera de la jaula de las fieras, cómo seguía comportándose igual y haciendo la vida imposible a mis antiguos compañeros. Lo hizo hasta el último de sus días. Como espectador en lugar de víctima, pude apreciar con claridad el proceso completo por el cual
este tipo se hundía cada vez más profundamente en su nebuloso universo paralelo, donde los asideros reales brillaban por su ausencia porque nada era tan real como él pretendía. Era como ese Hitler de El Hundimiento de Olivier Hirchsbiegel, en la famosa escena final del búnker tantas veces parodiada en redes sociales, donde pretende utilizar unas divisiones que ya no existen más que sobre un mapa engañoso. Observé cómo, al mismo tiempo que perjudicaba a otros, se dañaba a sí mismo hasta tal punto que su existencia fue deshilachándose y depreciándose. Al final, vivía sumergido en un auténtico Hades construido a su medida en el que todo le salía mal: desprestigiado profesionalmente, fracasado en lo familiar, abandonado por sus amistades sentimentales... De pronto, todas las causas que había ido sembrando a lo largo de su vida le presentaron al cobro los correspondientes efectos y se vio desbordado. Lo pasó tan mal que la mayor parte de la rabia que sentía hacia él se transmutó en compasión. 

En su debacle, un día desapareció. Se jubiló y se marchó de la empresa, de mala manera. No se despidió de mí (lo que por cierto agradecí). No he vuelto a verle ni deseo volver a hacerlo, aunque hoy puedo decir que espero sinceramente que en el tiempo que le quede de vida -si sigue vivo- despierte un poco, al menos lo suficiente para darse cuenta de lo que ha hecho consigo mismo. Tal vez así tenga la oportunidad de intentar compensar su errática existencia de elefante en una tienda de porcelanas. No creo que pueda arreglar toda la loza que rompió, pero podría tomar conciencia de ello y hacerse el correspondiente propósito de enmienda. Y empezar a reducir su deuda cuanto antes. Por su propio bien.

En definitivas cuentas, creo que nadie, nunca, de ninguna otra forma, podría haberme explicado más ni mejor los efectos terribles que la mentira puede llegar a tener sobre el homo sapiens, cómo puede destruirle poco a poco, desde dentro de sí mismo y, lo peor, sin que éste se dé cuenta de lo que le está pasando. No es sólo una cuestión de ética o de moral, aun siendo éste uno de los aspectos más importantes de la reflexión, sino de salud, simplemente.

 Adquirí un temor reverencial contra la mentira, una creciente inquietud por descubrirla no ya alrededor de mi persona sino en mi propio interior, para poder librarme de ella cuanto antes y no correr nunca el riesgo de padecer el proceso de autodestrucción de mi antiguo torturador. Comprendí otras cosas sobre la marcha: por ejemplo, por qué uno de los principales títulos del Diablo es el de Príncipe de las Mentiras o por qué los héroes de las leyendas de la Antigüedad o los caballeros del rey Arturo eran incapaces de mentir, pues conocían el riesgo de ser destruidos. Y qué decir del Demiurgo, ese monstruo que rige el mundo haciéndose pasar por divinidad creadora y bondadosa, cuando su máximo poder, como bien sabían los antiguos gnósticos, consiste no en crear sino en imitar la creación, en engañarnos y mentirnos para poder sojuzgarnos mejor.

Y, una vez más, vino a mi mente la vital importancia de aquella imborrable frase del templo de Apolo en Delfos: γνῶθι σεαυτόν (gnóthi seautón, en griego antiguo). O, lo que es lo mismo, Conócete a ti mismo.














viernes, 17 de noviembre de 2017

Periodismos

El Periodismo vive una crisis severísima desde que Internet se instaló en nuestras vidas y encima lo hizo acompañado de un teléfono "inteligente". De pronto, cualquier ciudadano tiene la posibilidad de, mágicamente, convertirse a sí mismo en periodista, publicando lo que quiera no ya en sus blogs y en sus redes sociales sino lanzando sus propios newsletters o boletines e incluso sus -limitados- diarios regulares (hay aplicaciones muy interesantes por ahí), con los contenidos que le interesan y con el sesgo que más le guste a nivel particular. Es decir, sin tener necesariamente en cuenta la realidad de las cosas; más bien al contrario. 

Pese a lo que pudiera esperarse en un primer momento, este "periodismo ciudadano" o, más bien, estos escritos de opinión personal que pretenden pasar por información verídica y que ha sido incluso elogiado de manera extravagante por algunos profesionales ha tenido un espectacular crecimiento en la red. Hasta tal punto, que ha afectado de forma muy seria al consumo de medios de comunicación tradicionales porque se ha instalado un estado de ánimo que se hace preguntas del estilo "¿quién necesita a los medios de comunicación cuando la propia sociedad es capaz de informarse a sí misma?" 

Los que defienden semejante planteamiento podrían hacer la prueba de reconstruirlo sustituyendo a sus protagonistas por los de otras profesiones y se darían cuenta del infantilismo que lleva aparejado. Por ejemplo, "¿quién necesita médicos y hospitales cuando tenemos madres y abuelas en nuestras casas que nos dan las medicinas que necesitamos en un momento dado?" o "¿quién necesita agricultores y ganaderos cuando puedo cultivar lo que me dé la gana en mi huerto urbano e incluso tener alguna que otra gallina en el patio de mi casa?" 

Parece bastante obvio que, salvo que uno viva en un rancho lejos de todo y de todos al estilo del Viejo Oeste, donde no tenga más remedio que ser autosuficiente (un estilo de vida que, por cierto, siempre he envidiado), a lo largo de nuestra existencia vamos a necesitar algún que otro médico y hospital para tratarnos de las dolencias más variadas y de algún que otro agricultor y ganadero, con su red de distribución y comercialización incluida, para tener comida en nuestro plato.

El manejo de la información no es una tarea sencilla, aunque así se lo parezca a tantos aficionados a hablar de lo que no saben (por cierto, uno de los deportes favoritos de los españoles, aunque después de tantos viajes por el mundo empiezo a pensar que, en realidad, es patrimonio cultural de todos los homo sapiens) y su mal uso trae consigo problemas importantes. No hace mucho tuve ocasión de hablar con uno de los principales responsables de la lucha contra 
incendios en la Comunidad Autónoma de Madrid y me explicó las grandes preocupaciones y contratiempos que aportan las redes sociales a la hora de enfrentarse a una de estas catástrofes, precisamente por culpa del "periodismo ciudadano" que, entre otras cosas, aporta falsas alertas e información incompleta y contraproducente, aunque a veces sea fruto de la buena intención. Mas las buenas intenciones suelen empedrar el camino del infierno, como ya sabemos, y al final dificultan una tarea eficaz y sobre todo rápida a la hora de controlar las llamas. Este problema no es únicamente madrileño, ni siquiera español. Al lado reproduzco un mensaje anónimo de WhatsApp que se hizo muy popular en Chile en enero de este año con motivo de los incendios que asolaron este país iberoamericano y que terminaba con una frase que lo dice todo: "Será verdad?"

Es cierto que ser un periodista licenciado no es sinónimo fiable de profesionalidad y objetividad. Sin embargo, la vocación -por un lado- y la formación -por otro lado-, además de la experiencia en medios de comunicación considerados como tales (y una serie de imprescindibles características personales como la curiosidad, la tenacidad, la facilidad de expresión, una mente de verdad abierta a todas las posibilidades...), moldean mínimamente a la persona y le capacitan para desarrollar esta labor. Tampoco se puede negar que la objetividad pura y dura no existe, pero un periodista capacitado al menos desarrollará cierta tendencia hacia ella, cosa que un "periodista ciudadano" despreciará de forma olímpica, en el afán de defender en exclusiva sus ideas. "Yo sé lo que está pasando de verdad y lo voy a contar porque todos éstos no lo hacen" es su frase de cabecera (y mira quién escribe esto: un conspiranoico declarado). 

Hay que tener en cuenta que una de las más importantes razones por las que hoy día proliferan los "periodistas" ciudadanos es la creciente desconfianza popular hacia los grandes medios de comunicación. Es una desconfianza justificada y, cuando uno trabaja el tiempo suficiente en ellos, comprende bien por qué. Creo que he citado en alguna ocasión en esta bitácora a John Swinton, quien fuera redactor jefe nada menos que del The New York Times, el periódico que para muchos sigue siendo una especie de "palabra-de-Dios" (y no entiendo por qué ya que, como todos los medios de comunicación, es capaz de publicar las historias más prestigiosas e interesantes pero también las mayores barbaridades y tergiversaciones; en el caso de España, sus corresponsales y, sobre todo, sus editorialistas han demostrado sus limitaciones en más de una ocasión al hablar de nuestro país). No me importa traer a colación una vez más el famoso discurso de Swinton durante la cena organizada en su honor por sus compañeros con motivo de su jubilación. Es más, voy a publicarlo entero a continuación, aunque no es un secreto para nadie. Se conoce desde 1880, cuando lo pronunció, pero es perfectamente aplicable al año en curso. Sucedió que uno de sus colegas, entusiasmado y corporativista, propuso un brindis por la libertad de prensa. Y él contestó lo siguiente:

"- No existe lo que se llama prensa independiente, a no ser que hablemos de un periódico en alguna pequeña población rural. Vosotros lo sabéis. Yo lo sé. No hay una sola persona entre vosotros que se atreva a expresar por escrito su honrada opinión porque, si lo hicierais, sabéis perfectamente que no sería nunca publicada. A mí me pagan 150 dólares semanales para que no publique mi honrada opinión en el diario en el que he trabajado tantos años. Muchos de vosotros recibís un salario parecido por un trabajo similar. Si alguno de vosotros estuviera lo bastante loco como para escribir su honrada opinión se encontraría en la calle, buscando un empleo. Cualquier empleo, siempre que no fuera de periodista. El trabajo de periodista en Nueva York consiste en destruir la verdad, mentir claramente, pervertir, envilecer, arrojarse a los pies de Mammon (ese diosecillo del Mal del que también hemos hablado alguna vez en este blog), vender a su propia estirpe y a su patria, con tal de asegurarse el pan cotidiano. Vosotros lo sabéis, yo lo sé. Así que, ¿a qué viene esa estupidez de brindar a la salud de la prensa independiente? Somos herramientas y esclavos de hombres extraordinariamente ricos que permanecen entre bastidores. Somos sus marionetas, sus títeres: ellos tiran de los hilos y nosotros bailamos al son que ellos quieren. Nuestros talentos, nuestras posibilidades, nuestras vidas..., son propiedad de otros hombres. Somos prostitutos intelectuales."

Reconozco que para los menos informados resulta bastante duro pensar que las cosas no han cambiado mucho en los últimos 140 años. Sobre todo, para muchos periodistas que no llevan el tiempo suficiente trabajando en esta profesión como para descubrir cómo se mueven las cosas, más allá de cómo parecen moverse. 

En la época de Swinton, la mayoría de sus colegas era perfectamente consciente de lo que él contaba. En la actualidad, no. Hoy no hace falta disponer de tantos vigilantes pendientes de que se hable sólo-de-lo-que-hay-que-hablar como a finales del siglo XIX. No es necesario tener tantos censores en nómina por la sencilla razón de que en su defecto se aplica una autocensura brutal (inculcada a través de una educación permanente dirigida de forma peculiar) de cuya verdadera importancia no son conscientes muchos periodistas que creen actuar con libertad. A ello hay que sumar una suficiencia intelectual generalizada que dispara su egocentrismo haciéndoles creer que son más importantes de lo que realmente son. 

A lo largo de los últimos 35 años he conocido a muchos colegas de profesión que han confundido su rol. Conductores "estrellas" de programas audiovisuales que se expresan como auténticos predicadores (y no sólo de derechas; muy al contrario, proliferan más los de izquierdas), columnistas y tertulianos que siempre hablan con aplastante rotundidad y "de buena tinta" de casi cualquier cosa (aunque si rascas un poco en su conocimiento real, enseguida te percatas de que a menudo sólo están al corriente de aspectos superficiales), especialistas que llevan años cubriendo una materia concreta y se creen por ello más autorizados que las verdaderas autoridades en esa materia, becarios recién llegados a la profesión que se creen más capacitados que los que les llevan años y hasta decenios de delantera... 

Todos ellos han olvidado o, tal vez, se han ocultado a sí mismos, que el papel del periodista no es el de protagonista de la información, sino el de testigo directo de esa información. Un testigo privilegiado respecto al resto de la sociedad que, justamente por eso, soporta una carga importante de responsabilidad en su trabajo a la hora de trasladar al resto de los ciudadanos lo que han tenido ocasión de ver en primera fila. Un testigo que debe guardarse sus propias opiniones para no influir en la información con la que trabaja: debe ser el cauce que conduce el río desde la montaña hasta las poblaciones del valle, pero no el río mismo.

Para aquéllos que se frotan las manos en este momento diciendo "después de todo, me está dando la razón", tengo un mensaje breve pero contundente: que haya muchos periodistas cuyo trabajo final sea dudoso porque ejercen su oficio bajo presiones y manipulaciones no quiere decir que los "periodistas ciudadanos" puedan suplirles porque éstos últimos están sometidos a presiones y manipulaciones similares que les hacen igual de poco fiables o aún menos. 

Tomemos un ejemplo claro: Julian Assange. ¿Quién es Assange? "Un periodista perseguido por EE.UU. por publicar verdades que avergüenzan al gobierno norteamericano y que lucha por la libertad de prensa y la transparencia informativa" es una de las respuestas típicas que me han dado distintas personas al hacerles esta pregunta. Pero no es cierto que sea periodista. A pesar de que Wikipedia, esa especie de Biblia-sagrada-de-las-enciclopedias que es mucho menos fiable que cualquier enciclopedia clásica, le describe como "programador, ciberactivista, periodista y activista de Internet australiano", no existe constancia alguna de que Assange haya trabajado (ni estudiado) jamás como periodista. De este proclamado (no se sabe muy bien por quién) icono de la libertad informativa mundial sólo está claro que se ha dedicado a la programación informática (suele ser un buen refugio oficial para los hackers) y que fundó una web, WikiLeaks, a través de la cual ha publicado documentos secretos de algunos gobiernos e informes anónimos (que pueden ser suyos o no), con denuncias e informaciones diversas. Algunas de ellas parecen ciertas pero otras no, o al menos no han podido ser comprobadas. 

De hecho, para ser un supuesto "amante de la transparencia y la libertad de información" hay muy poca información disponible acerca de él. Aparte de su supuesto origen australiano, nadie parece saber a ciencia cierta dónde nació, ni cuándo, ni a qué se dedicaba su familia, ni qué estudió exactamente (se dice que estuvo en casi 40 escuelas y en media docena de universidades australianas, pero no tiene ningún título oficial de ninguna carrera), ni en cuántos países diferentes ha estado ya que parece ser lo que vulgarmente se conoce como "un culo de mal asiento", ni de qué ingresos ha vivido la mayor parte del tiempo. Por no haber, no hay ni siquiera un informe público sobre las cuentas de WikiLeaks: cuánto dinero maneja, de quién lo recibe y en qué lo gasta. Con un perfil de ese tipo, Assange igual podría ser un agente encubierto de algún servicio secreto. O de alguna organización, también secreta, no al servicio de ningún gobierno. 

Pues bien, este "periodista ciudadano" tan conocido y de historia personal tan significativamente oscura ha sido considerado (incluso a día de hoy lo sigue siendo entre las personas más ingenuas) una especie de gurú mucho más fiable que los periodistas capacitados, cuando a estas alturas está más que demostrado que, como todos los homo sapiens, también tiene un precio. Las investigaciones judiciales en marcha por el gran circo del independentismo catalán han permitido encontrar la factura que acredita parte de los pagos que el "honorable" Puigdemont y sus secuaces dedicaron al lobby encargado de apoyar internacionalmente su proceso de sedición. Un total de 2,3 millones de euros de los presupuestos de todos los ciudadanos catalanes (sólo durante 2017..., podemos echar cuentas de lo que llevan malversado los independentistas desde que Artur Mas decidió dar vía libre a este delirio) se destinaron a comprar la opinión de personajes conocidos para que apoyaran el proceso independentista. Entre esos famosillos figuraban Yoko Ono -esa conocida intelectual y no menos inspirada compositora musical- y..., vaya, vaya, el propio Assange.

Así que ahí tenemos al avispado investigador, el defensor de la transparencia informativa, el descubridor de los grandes secretos que ocultan los gobiernos, el luchador infatigable por la libertad..., que tan capacitado se ha creído para descalificar a España por su "insoportable opresión" a los "pobres catalanes" cobrando un montón de dinero para hablar sin saber de lo que habla. Por ejemplo, mostró su absoluta ignorancia respecto a uno de los medios online más populares en Cataluña y en el resto de España: El Mundo Today. Ésta es una de las webs más divertidas que puede encontrarse hoy en las redes españolas y, en cierto momento, quiso hacer una broma sobre la combatividad proindependentista de Assange con uno de sus tuits humorísticos. El "periodista" australiano saltó como un león confundiendo a El Mundo Today con el diario El Mundo y haciendo incluso su propio chiste malo al decir que era un diario "estúpido today (hoy), mañana, siempre". Incluso cuando otro usuario de Twitter le explicó más tarde que se equivocaba, Assange se refirió a El Mundo como un medio "ferozmente estúpido".

Leer a Assange en todo lo referido al tema catalán es deliciosamente desmitificador ante la sarta de tópicos (Inquisición incluida, of course, como no podía ser menos), mentiras e invenciones que ha utilizado este individuo mano a mano con los independentistas, sobre todo a través de Twitter. Véase el caso de este otro mensaje que se hizo también muy famoso, y en el que un señor que presume de conocer bien a España y a Cataluña es incapaz de referirse correctamente a uno de los personajes más populares de la Historia de ambas: el escudero de don Alonso Quijano, alias don Quijote. O sea, a Sancho Panza, al que calificó como ¡¡Pancho Sánchez!! (lo que por cierto tuvo como víctima indirecta al actual líder socialista Pedro Sánchez que durante los días siguientes a la publicación de este tuit tuvo que soportar numerosas alusiones a su nombre como Pancho en lugar de Pedro). El tuit, por cierto, muestra también el desconocimiento del independentista de turno, que se queja de "la clase de españoles que hemos tenido que enfrentar en los últimos 300 años"..., como si Cataluña no fuera parte de España no desde hace 3 siglos sino desde hace milenios, y así lo atestiguan los documentos de la ocupación romana. E incluso el famoso papiro de Artemidoro, geógrafo griego que vivió entre finales del siglo II a.C. y principios del I a.C., que explicaba que en su época ya se consideraba toda la península ibérica, Portugal incluida, como una unidad.

No quiero terminar este artículo sin apuntar un hecho importante. Dije antes que en 35 años he encontrado muchos periodistas confundidos. Pero quiero dejar constancia de que también he conocido a bastantes colegas que, aunque minoría, son perfectamente conscientes de quiénes son, a qué se dedican y cuáles son sus deberes profesionales. Gente que conoce el panorama y sabe las dificultades que conlleva este oficio cuando uno quiere practicarlo de verdad e informar correctamente a la sociedad. Héroes anónimos que luchan contra la autocensura y (cuando es necesario también) contra la censura pura y dura (que la hay, aunque sea soterrada, pero actúa de forma implacable para ciertos temas, más de lo que cualquier persona ajena al oficio podría imaginar) y que hacen lo posible y lo imposible por desarrollar esta profesión usando un concepto clave cuando hablamos de tratamiento de la información: honestidad. A menudo, estos periodistas de raza, que aún existen, no pueden publicar sus historias en los medios de comunicación donde trabajan, pero lo hacen a través de otros medios, como los libros de investigación o incluso los de ficción.

Un compañero de un diario económico me dijo hace algunos meses que, respecto a la profesión, se declaraba "pesimista a corto plazo y optimista a largo plazo". Estaba convencido de que aunque ahora las perspectivas sean muy malas (el Periodismo es, porcentualmente, el segundo sector más castigado en España por la última crisis económica -o, mejor dicho, financiera- después del de la construcción), con el tiempo la sociedad se hartará del caos informativo en el que vivimos hoy sumergidos y que es rentabilizado por todo tipo de oscuros intereses  (la manipulación informativa de los independentistas catalanes es un caso claro, maquillando imágenes de cargas policiales de los Mozos de Escuadra en años pasados para presentarlas como si hubieran sido hechas hace unos días por la Guardia Civil o la Policía Nacional, por poner un solo ejemplo). En su opinión, será la propia sociedad la que pida de nuevo el regreso de los profesionales. 

Veremos si es así. No estamos atravesando una crisis cualquiera, ni con el Periodismo ni con la civilización en general, sino una crisis mucho más grande, más de lo que parece y con consecuencias impredecibles... O ésa es al menos la opinión de Mac Namara, que últimamente siempre me habla de lo mismo, de que andamos metidos en un auténtico Kali Yuga que no está muy claro cuándo y, especialmente, cómo terminará.

Aunque, después de todo, cada cosa que empieza tiene un final..., y el final de una cosa implica siempre el comienzo de otra nueva.










viernes, 10 de noviembre de 2017

Tres conferencias para iluminarse

Alguna amable lectora de este blog me ha lanzado varias e indisimuladas sugerencias para que le preguntara a Mac Namara por todo lo que está pasando últimamente en Cataluña. Argumentaba, con toda la razón, que no se está contando en público ni la mitad de las cosas que están sucediendo en realidad, más allá del show mediático que llevamos ya aguantando durante demasiadas semanas (o meses). Ella, persona curiosa y con capacidad de reflexión propia, tenía ciertas sospechas de conspiración que quería ver corroboradas, o no, por mi gato conspiranoico. Deseaba por tanto que yo le preguntara y, por supuesto, que luego contara en el blog lo que me hubiera dicho. 

Huelga decir que de hecho llevo mucho tiempo hablando con Mac Namara sobre todo esto y que, sí, me ha contado cosas muy interesantes, incluso abracadabrantes algunas de ellas, sobre la trastienda de lo que está aconteciendo y, en especial, sobre algunos personajes que no aparecen en primera fila pero que son mucho más importantes que los muñecos que vemos todos los días en las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos. Por supuesto, no he publicado nada de ello ni pienso hacerlo (para lamento de mi lectora, a la que ya se lo expliqué en privado) por razones obvias, la primera de las cuales es que quiero seguir mucho tiempo disfrutando de un puesto de observación privilegiado y tengo verdadera curiosidad por saber cómo terminará la comedia.

Lo único que diré es que, aunque los actores del espectáculo son (casi) todos españoles, el guión del mismo en absoluto lo es y además estaba escrito desde hace mucho tiempo. Su objetivo final no se detiene en la invención de un país inexistente (si alguien tiene tan poco seso y tragaderas tan grandes como para creerse de verdad que Cataluña es algo diferente del resto de España, las tiene para cualquier trola que le quieran colar sobre cualquier remoto rincón de Europa). Estamos en realidad ante un ensayo sobre el teatro de la piel de toro de un modus operandi que pudiera ser aplicable posteriormente al resto del Viejo Continente, más en peligro de desaparecer que nunca, aunque casi nadie se dé cuenta de esto o acaso no le importe demasiado. 

Está sucediendo ahora un poco como con la última de nuestras guerras civiles, la de 1936/39, en la que ciertas fuerzas internacionales bastante oscuras ensayaron lo que, una vez terminó el conflicto celtibérico, pasó a la Historia con el nombre de Segunda Guerra Mundial. A estas fuerzas, les gusta emplear a los españoles como cobayas en sus siniestros experimentos de ingeniería social porque, entre los pueblos europeos, es uno de los que más temen por su imprevisibilidad y su temeridad, entre otras cosas, y por tanto tienen una doble razón para ir contra ellos. Así que, al igual que sucediera hace 80 años, una multitud de personas camina, hipnotizada, como un rebaño de borregos aturdidos, rumbo al matadero para ser esquiladas antes de ser sacrificadas en los altares de nuestro viejo amigo Moloch.

También diré otra cosa, de las muchas que me ha susurrado Mac Namara, para que nadie me acuse luego de escribir cosas contradictorias. Y es que, aunque he dicho que quiero saber cómo terminará todo, también he afirmado que todo estaba escrito. Si está todo escrito, debería saber ya cómo acabará ¿no? 

Pues no. Ya lo adelanta el cuarto principio hermético, el de la Polaridad: "...los extremos se tocan, todas las verdades son semiverdades, todas las paradojas pueden reconciliarse". El asunto es que el guión se desarrollaba tal y como estaba previsto cuando apareció un factor que sus autores nunca tuvieron en cuenta: los propios españoles. Las manifestaciones masivas, de millones de personas, que se han echado a la calle en toda España (empezando por la propia Cataluña, donde se ha movilizado más gente en contra de la independencia que a favor de ella, a pesar de los esfuerzos de las autoridades locales y autonómicas por disimularlo) para defender su bandera (creo que es la primera vez en esta vida que veo a tanta gente con la rojigualda puesta sin participar ningún equipo deportivo español en ninguna final) y su nación (o sea, en el fondo, a sí mismos) jamás entraron en los cálculos de los guionistas, que no esperaban a estas alturas de la película mayores resistencias de una sociedad adormecida y manipulada ad nauseam durante tantos años.

- Fíjate bien lo que te digo -me ha indicado, con bastante rotundidad, Mac Namara-. Ha sido la reacción popular, la gente en la calle, los españoles mostrando que están dispuestos a defender España, lo único que ha impedido la secesión que, por disparatado que fuera el proyecto, estaba muy cerca de consumarse. Lo único. Piensa en el significado de lo que estoy queriendo decirte...

Y hasta ahí puedo leer.

Por eso estoy verdaderamente intrigado por saber cómo continuará el show. No es posible continuar con el guión original. ¿O sí? Y, en ese caso, ¿qué sucederá si a pesar de los cambios que se puedan incluir en el texto, no hay manera de convencer a "los imprevisibles" y éstos siguen echándose a la calle? Como dice el tópico periodístico: las espadas están en alto, señores...

No obstante, como digo no puedo contar en voz alta mucho más. Todo esto me recuerda una de las historias de mi Profesor de Misticismo y Paradojas en la Universidad de Dios, el gran Nasrudin...

 Un día nos contó que le invitaron a dar una conferencia en Samarkanda para iluminar al pueblo y él fue, en principio, muy contento, porque le encanta viajar y porque un admirador de la ciudad le pagaba el viaje. Pero su sonrisa se borró de la cara cuando descubrió la multitud que le estaba esperando para escucharle. No llevaba nada preparado, como de costumbre, pues prefería dejar que fuera su espíritu el que hablara libre y contara lo que quisiera en aquel momento pero, claro, eso es lo que suele hacer ante auditorios pequeños. Se puso muy nervioso al ver que había allí varios cientos de personas y no sabía si podría estar lo bastante cómodo como para que su espíritu pudiera manifestarse. 

Ciertamente, no lo estaba. Notó que nunca sería capaz de decir algo útil a la gente allí reunida, así que diseñó una de sus estrategias peculiares: pese a sus nervios, asumió la cara más seria y segura de sí mismo que pudo encontrar en su maleta de máscaras personales, se presentó ante la muchedumbre, saludó y abrió sus manos. Y dijo:

- Supongo que si estáis aquí, si habéis venido a escucharme, es porque ya sabréis lo que he venido a contaros.

Muchos espectadores se miraron unos a otros, sorprendidos ante semejante comienzo de discurso y varios le gritaron:

- ¡No! ¡No sabemos nada! ¿Qué puedes contarnos? ¡Háblanos, maestro!

Por cierto que, como a todos los buenos maestros, no hay cosa que le fastidie más a Nasrudin que el hecho de que le llamen maestro. Así que eso le dio fuerzas para cumplir su plan y contestar:

- Si habéis venido a Samarkanda sin saber qué es lo que vengo a contar, es que no estáis preparados para escucharlo -dicho lo cual, se fue con la intención de largarse cuanto antes de la ciudad; prefería quedar como un maestro enigmático que como un maestro tonto.

El público se quedó de piedra. Todo el mundo había ido allí, algunos haciendo un viaje largo, para escucharle..., y eso era todo lo que les contaba. En medio de la confusión, el tipo que había invitado a Nasrudin, comentó en voz alta:

- ¡Qué inteligencia! 

Nadie sabe si lo dijo de verdad o de forma irónica pero, como suele suceder cuando alguien no entiende una cosa y el de al lado afirma con seguridad que aquella cosa es algo valioso de verdad, todo el mundo empezó a repetir que Nasrudin era muy inteligente para no sentirse como unos idiotas. De hecho, uno de los idiotas agregó:

- Es inteligente y al mismo tiempo breve, porque lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y es un hombre sabio: ¿cómo se nos ha ocurrido venir a verle sin saber qué veníamos a escuchar? No podemos volver a estropear una ocasión como ésta, no le dejemos ir, pidamos a Nasrudin una nueva oportunidad.

Le encontraron a punto de marcharse y le rogaron que no se fuera, sin ofrecerles esa segunda conferencia para poder terminar de iluminarse. El mulá, que a esas alturas lamentaba mucho haberse acercado a Samarkanda y ya no sabía cómo marcharse de allí, les dijo que estaban equivocados y reconoció que no poseía conocimiento suficiente para dar ni una conferencia. A lo cual, el que había dicho que era muy inteligente, dijo también en voz alta: 

-¡Qué humildad!

Y todos lo repitieron y alabaron la actitud de Nasrudin. La constatación de que en una sola persona se reunían la inteligencia, la sabiduría y la humildad (o eso creía toda aquella gente) llevó a las autoridades de la ciudad a ofrecerle una noche de lujo en un palacio de Samarkanda, con una cena opípara entretenida con bailarinas y luego la compañía de varias huríes para calentar sus sábanas. Nasrudin también era humano, después de todo, así que se dejó convencer.

No obstante, cuando se enfrentó al público de nuevo al día siguiente (después de pasar una noche bastante divertida), su ánimo volvió a flaquear. Entre otras cosas, porque había más gente que durante la primera conferencia. Muchos habían llamado a sus amigos y familiares para que fueran a escuchar las maravillosas palabras de aquel extravagante sabio y toda la explanada estaba a rebosar. Así que decidió repetir su estrategia de la jornada anterior y, esta vez sí, largarse luego enseguida. Así que volvió a decir lo mismo:

- Supongo que si estáis aquí, si habéis venido a escucharme, es porque ya sabréis lo que he venido a contaros.

El público, instruido para no caer en el mismo error de la primera vez, contestó a gritos:

- ¡Claro, por eso estamos aquí! ¡Por eso hemos venido!

Ligeramente sorprendido, Nasrudin se quedó un instante mirando al infinito pero de inmediato se recuperó y dijo:

- Pues si ya sabéis lo que vengo a deciros, no necesito repetirlo -y volvió a dar la espantada.

De nuevo la estupefacción. Y de nuevo la voz de la misma persona:

- ¡Qué lógica!

Todo el mundo empezó a repetir que el mulá era un verdadero maestro de la lógica, lo que le convertía probablemente en el mejor jugador de ajedrez que nunca hubiera existido, aunque él nunca hubiera alardeado de ello. Era una razón de más para demandar una tercera conferencia. Bueno..., eso y la brevedad de sus conferencias. 

Fueron a buscarle y de nuevo le encontraron a punto de partir. Esta vez fue más difícil de convencer: le pidieron, le rogaron, le suplicaron..., finalmente le ofrecieron su peso en oro, además de otra noche en el palacio con todos los lujos y compañía de la noche anterior, con tal de que diera, al menos, una tercera y última conferencia. Él aceptó al fin, no sin antes obligar a las autoridades de Samarkanda a firmar un documento jurando que aparte del pago le dejarían ir en paz cuando terminara esta última intervención.

Y, tras otra noche inolvidable, el mulá se presentó de nuevo ante lo que ya era una inmensa marea humana, una muchedumbre que alcanzaba hasta donde podía ver, atraída por el magnetismo de su presencia. Nasrudin carraspeó y, por tercera vez, dijo:

 - Supongo que si estáis aquí, si habéis venido a escucharme, es porque ya sabréis lo que he venido a contaros.

Un representante de la ciudad se adelantó, para contestar en nombre de la muchedumbre y evitar así una contestación errónea:

- Algunos lo sabemos, pero otros no. ¡Ilumínanos!

Durante un instante, un pavoroso silencio se apoderó del lugar. Y Nasrudin, con una majestuosidad entrenada en las obras teatrales de las grandes ocasiones, levantó sus brazos y sentenció:

- Si es así..., los que saben que le cuenten a los que no saben.

Y se fue.




viernes, 3 de noviembre de 2017

El diario

Con todos los fuegos artificiales, tanto nacionales como internacionales, con los que nos han mareado los medios de comunicación durante los últimos meses, hay varias noticias interesantes que han pasado completamente inadvertidas. Por su propia naturaleza, muchas de ellas habrían sido tratadas con sordina de todas formas, aunque viviéramos unos tiempos más tranquilos, porque la verdad es que cuestionan la sacrosanta visión de las cosas con la que los Amos hacen comulgar a la sociedad día sí, día también. Y no es cuestión de que los durmientes abran los ojos y se desmanden, que ya hay por ahí un número, pequeño pero revoltoso, de gente extraña a la que le gusta pensar por sí misma, a pesar de la enorme cantidad de juguetes que se les pone delante para que se entretengan con naderías y a pesar también de los duros bastones de castigo que a veces se emplean para intentar que no se desvíen del camino que deben seguir.

Una de esas noticias afecta a uno de los más grandes iconos de la cultura popular en relación con la Segunda Guerra Mundial, ese conflicto sobre el cual particularmente cada vez tengo más dudas de que haya concluido de verdad y en cuya estela, en todo caso, seguimos zarandeándonos  por increíble que parezca más de 70 años después de finalizado (al menos oficialmente). El icono en cuestión es el Diario de Ana Frank.

A menudo me pregunto qué pensarían hoy en día todas esas personas que figuran en los libros de Historia si fueran capaces de hacer un viaje en el tiempo y desembarcar en nuestros días para contemplar la visión que tenemos de ellos en su futuro, nuestro presente. ¿Se horrorizaría Nerón ante la imagen popular actual que le presenta como un gordezuelo irresponsable y artífice de que Roma ardiera por los cuatro costados por el simple capricho de tocar una lira? ¿Se reiría el Cid Campeador al verse como un guerrero catolicísimo, austerísimo, fidelísimo y por supuesto invencibilísimo? ¿Comprendería
Napoleón Bonaparte que los ciudadanos corrientes sólo se acordaran de él por la derrota de Waterloo y no por todas las demás batallas que ganó en Austerlitz, en Jena, en Wagram, en Borodino, en Lützen...?

¿Qué pensaría Ana Frank si pudiera viajar a nuestros días y ver que sus sentimientos, sus reflexiones, sus pensamientos más íntimos..., todo aquello que un día consideró exclusivamente suyo, hoy son conocidos, comentados y evaluados por millones de personas, y no exactamente como ella los escribió en su forma original? Es cierto que en su famoso diario expresó su deseo de poder dedicarse algún día a escribir profesionalmente e incluso a publicar sus notas, pero la información que ha trascendido estos últimos meses es bastante chocante en este sentido y no parece responder a sus anhelos.

Brevemente, recordemos que nació en la ciudad alemana de Frankfurt am Main, que fue la segunda hija del matrimonio de judíos alemanes Otto Heinrich Frank y Edith Hollander y que su hermana mayor se llamaba Margot. Lo que todo el mundo sabe es que la familia huyó de la persecución del régimen nacionalsocialista contra los judíos en Alemania y recaló en Amsterdam, Holanda. Que, en junio de 1942, la chiquilla cumplió 13 años y recibió como regalo un cuaderno que decidió utilizar como diario, cuyas entradas comenzaba saludando a su amiga Kitty, diminutivo cariñoso de Kathe Zgyedie, su compañera de estudios en la vida real. Que el III Reich también invadió Holanda y que la familia Frank decidió ocultarse apenas un mes después del cumpleaños de la adolescente en una parte del edificio que albergaba la empresa de Otto Frank, Opekta, junto al canal de Prinsengracht, en unas habitaciones escondidas a las que llamaron "la casa de atrás", con una puerta de acceso disimulada tras una estantería, como en las películas. Que, durante poco más de dos años, hasta primeros de agosto de 1944 convivieron en aquel estrecho espacio ocho personas: los cuatros miembros de la familia Frank, los tres de la familia Van Pels y un dentista llamado Fritz Pfeiffer y durante ese tiempo sólo un reducido puñado de personas supo que estaban allí y les llevaban regularmente comida y noticias de la guerra.

Y, por supuesto, que los alemanes terminaron descubriéndoles y fueron todos detenidos y transportados al campo de concentración (KZ) de Westerbork y, de ahí, al conjunto de campos de Auschwitz-Birkenau. La familia fue separada y sólo el padre consiguió sobrevivir. Ana y Margot, que habían sido trasladadas al campo de Bergen Belsen, murieron como tantos otros prisioneros de los KZ (y como tantos otros soldados y civiles por toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial) víctimas del tifus. Esta terrible enfermedad, surgida entre los escombros a que había quedado reducido el Viejo Continente por culpa del conflicto bélico, se las llevó a ambas, pocas semanas antes de que finalizara la guerra en el frente europeo con la rendición alemana en mayo de 1945.

Otto Frank fue el único que volvió con vida de los KZ y, tras regresar a su antigua casa de Amsterdam, decidió crear el mito de su hija al encontrar allí, según su testimonio, el diario que fue regalo de cumpleaños y del que asombrosamente dijo no haber tenido noticia alguna a pesar de los más de dos años que la familia pasó recluida en aquel reducido espacio. Lo publicó por vez primera en Holanda en 1947 y tuvo tanto éxito que fue traducido y editado de inmediato en distintos idiomas en diferentes países. En España, la primera edición (que fue publicada con el título de Las habitaciones de atrás, como se aprecia en la imagen adjunta) data de 1955, el mismo año que se estrenó la versión teatral en Nueva York -que obtendría el premio Pulitzer de teatro- y poco antes de que en 1959 se rodara la primera adaptación cinematográfica. La idea fuerza era enorme: una niña pura e inocente, la encarnación de un ángel, enfrentada al imperio del Mal con mayúsculas, que termina por devorarla. Si en lugar de judía hubiera sido cristiana, habría sido elevada a los altares... El mito adquirió tal proporción que terminó convirtiéndose en un negocio colosal, con ediciones en 70 idiomas -lectura obligatoria en el bachillerato o equivalente de distintos países-, adaptaciones a la radio, la televisión, el teatro, el cine, el cómic... No sabemos cuánto dinero ha generado porque la Fundación no publica informes regulares sobre sus finanzas pero hace pocos años anunció que dedicaba, sólo en donaciones a instituciones benéficas, en torno a un millón y medio de dólares anuales. 

El Tiempo es un maestro a la hora de desmitificarlo todo, seguramente más duro que la misma Muerte. Sólo hace falta dejar pasar el número suficiente de años para desmoronar cualquier imagen, por elaborada y sólida que se nos presente en un momento dado. En el caso que nos ocupa, las dudas sobre la autenticidad del diario comenzaron tan temprano como en 1959, si bien fue a partir de los años 80 cuando surgieron voces de diversos investigadores que plantearon seriamente si aquel gran éxito literario pertenecía íntegra y realmente a Ana Frank o no. Había grandes dudas sobre su autenticidad basándose en multitud de evidencias. La más obvia era la existencia de fragmentos de estilo muy distintos en el texto: algunos eran, evidentemente, obra de una adolescente por el tipo de contenidos y por el lenguaje que utilizaba para expresarlos pero otros rechinaban a los estudiosos porque eran reflexiones políticas mucho más adultas y complejas, incluyendo detalles a los que muy difícilmente podría haber accedido una chica de su edad en aquella época y en aquellas circunstancias. Había otros problemas técnicos: la caligrafía de las cartas que envió Ana Frank en aquella época no tenía nada que ver con la del diario, por ejemplo. O aún más llamativo: el análisis científico que realizó el Departamento Criminal Federal de la República Federal Alemana demostró que parte del manuscrito había sido redactado con bolígrafos de tinta negra, azul y verde..., pero este útil instrumento de escritura no fue comercializado en Europa hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

Por no citar otros detalles escabrosos como la denuncia que presentó un conocido escritor y periodista de los años 50' -que por cierto había sido corresponsal en la guerra civil española de 1936/39-, el judeoamericano Meyer Levin, contra Otto Frank ante los tribunales de Nueva York. Ganó el caso, porque éste fue condenado a pagar a Levin una indemnización de 50.000 dólares de la época por "fraude, violación de contrato y uso ilícito de ideas" al no reconocer "su trabajo en el 'Diario de Ana Frank'". El texto resulta ambiguo. Algunos autores dicen que la sentencia se refería a una versión teatral del diario, que no llegaría a estrenarse. Otros se preguntan si Levin no estaba refiriéndose al propio diario...

Otto Frank quiso acallar las críticas llevando a juicio a todo aquél que dijera que el texto no había sido escrito por su hija pero al mismo tiempo reconoció que él había seleccionado los fragmentos publicados, censurando algunos de los escritos por cuestiones sexuales o familiares. Pero la duda siempre quedó latente porque, como publicó el New York Times en 1955, si según el propio padre de la adolescente el cuaderno que empleó su hija era "de pequeño tamaño" y contenía "aproximadamente 150 inscripciones", ¿cómo era posible que las sucesivas reediciones del libro contuvieran hasta 290 páginas? Las suspicacias no desaparecieron ni siquiera a pesar de todas las sentencias judiciales invariablemente a favor de la autenticidad del diario, que condenaron a penas económicas y de prisión a aquéllos que pusieran en duda  que el texto completo era obra exclusiva de Ana Frank. Se basaban, entre otras cosas, en los análisis oficiales que concluían que, pese a todo, el texto era genuino, pero..., la versión oficial cambió radicalmente a finales de 2015. 

El 1 de enero de 2016, los derechos de explotación del libro deberían haber pasado al dominio público según las leyes europeas, al haber transcurrido el tiempo legal desde la muerte de su autora (70 años, desde 1945) para que el texto pudiera ser publicado libremente por todos cuanto lo desearan. Sin embargo, la Fundación Ana Frank, que creó Otto Frank con sede en la ciudad suiza de Basilea para gestionar los recursos económicos generados por la obra y sus adaptaciones, no estaba dispuesta a perder los inmensos ingresos que todos los años genera el diario. Así que en noviembre de 2015 uno de los miembros de su consejo, Yves Kugelmann, advirtió de que los derechos no expirarían "durante muchos años", por la razón de que... ¡Otto Frank "combinó, cortó y cambió" los textos escritos por su hija y "con ellos creó una obra nueva", una "especie de collage", y por tanto había que considerarle "coautor" de la obra! Al elevar a su padre a la misma categoría que su hija y dado que él no murió hasta 1980, la Fundación quería mantener el control sobre los derechos de la obra hasta 2050. Los tribunales civiles holandeses confirmaron poco después que sí, que el manuscrito -y el negocio- seguiría perteneciendo legalmente a la Fundación al menos hasta el 1 de enero de 2037.

¿Qué se les habrá pasado por la cabeza a todos aquéllos que defendieron esta misma idea y que perdieron todos los juicios en los que se vieron envueltos, al ver que la verdad que les había sido negada durante tanto tiempo salía finalmente a la luz? Aún más, puestos a preguntarse, ¿no sería interesante también saber qué textos exactamente "combinó" y "cambió" Otto Frank y por tanto cuál es la validez exacta del contenido final?

El reconocimiento de que el padre no se había limitado a publicar lo que escribió su hija sino que había "creado" en parte la obra no fue objeto de grandes titulares ni ocupó mucho espacio informativo en los grandes medios de comunicación, al contrario que la promoción de la obra que se produce cada vez que se adapta a un nuevo formato, hay algún aniversario importante de publicación o se genera la más mínima polémica al respecto (sólo por citar las de los últimos días, me acuerdo ahora de las críticas en Alemania por bautizar con el nombre de Ana Frank a uno de sus nuevos trenes de alta velocidad, en Italia por utilizar los ultras futbolísticos su imagen para adhesivos o en Estados Unidos por la venta de disfraces para Halloween inspirados en ella).

Sin embargo, el hecho de que por fin se reconozca que el libro no fue únicamente escrito por Ana Frank sino "mejorado" por su padre es sólo la primera de las sorpresas de esta historia que tanta gente cree conocer muy bien. Otra información relevante que tampoco ha tenido mucho hueco en los medios de comunicación se refiere a la última hipótesis acerca de cómo fueron descubiertas las personas escondidas en la "casa de atrás". La versión oficial es que fueron traicionadas por alguien, aunque nadie ha podido demostrar por quién, a pesar de los múltiples trabajos de investigación al respecto. El último de ellos que conozco es el de un agente jubilado del FBI, Vince Pankoke, que, junto a su equipo, emplea técnicas de criminología y ciencia forense moderna para tratar de resolver el caso y así conseguir su minuto particular de gloria mediática. Pankoke y sus ayudantes están analizando millones de páginas de material procedente de archivos digitales de distintos países. Su teoría es que alguien les escuchó desde el exterior y avisó a los policías alemanes. El principal sospechoso siempre fue el jefe de almacén del edificio, Willem van Maaren, pero no existen pruebas para demostrar esta hipótesis.

Pues bien, hay que recordar que existe un segundo depositario oficial del legado de la muchacha judeoalemana: la Anne Frank House o Casa Ana Frank, el museo de Amsterdam levantado precisamente en el edificio original donde sucedieron los hechos en Prinsengratch y que fue salvado por el propio Otto Frank y varios amigos suyos, que presionaron a las autoridades municipales a través de la opinión pública para que no fuera derribado en su momento. En 1960 se convirtió en lo que es hoy: uno de los tres museos más visitados de la capital holandesa pues, según estimaciones de la propia entidad, cada año pasan por allí alrededor de un millón de personas. Las relaciones de la Fundación y el Museo no son cómodas, pues ambas instituciones se disputan  la memoria de Ana Frank. A la larga, el Museo tiene las de ganar puesto que ocupa el escenario de los hechos y, en cuanto a los derechos del libro, caducarán después de todo tarde o temprano.

No sorprende, entonces, que la nueva hipótesis de lo que ocurrió en el verano de 1944 haya surgido de un informe presentado por la Casa Ana Frank, sobre la base de varios años de investigación incluyendo un examen exhaustivo del diario con objeto de lanzar una versión definitiva de la obra que esperaban editar cuando expiraran los derechos a finales de 2015. Este informe se publicó en diciembre de 2016 pero a pesar de resultar muy sugerente -¿o tal vez por ello?- no ha obtenido prácticamente eco. Los historiadores que trabajaron con todos estos datos llegaron a la conclusión de que se había obviado una posibilidad que, visto lo visto, resulta muy plausible: los escondidos en las habitaciones secretas no fueron traicionados. Nadie les delató al Sicherheitsdienst o Servicio de Seguridad Alemán, el SD. Fueron descubiertos accidentalmente.

Ronald Leopold, director ejecutivo de la Casa Ana Frank, explicó que de acuerdo con esta hipótesis los policías que les detuvieron no fueron a detener específicamente a los Frank y sus conocidos sino que estaban investigando a una banda que se dedicaba a ocultar personas para evitar su traslado como trabajadores forzosos a las fábricas alemanas (de hecho, el caso de Margot) y a comerciar en el mercado negro con cartillas de racionamiento ilegales (como sucedía con los propios Frank, según consta también en el diario). Dos hombres relacionados con Otto Frank habían sido detenidos por esa causa a principios de 1944, aunque fueron liberados poco después, según recogen tanto los archivos holandeses como el propio diario. Allí, Ana Frank les llama D. y B., aunque sus nombres reales eran Pieter Daatzelaar y Martin Brouwer. Ambos representaban a la empresa Gies & Co., afiliada a la compañía Opekta de Otto Frank que tenía su sede precisamente en el edificio de Prinsengracht. Leopold se mostró tajante al explicar que la casa escondite "estaba vinculada a actividades punibles bajo la ocupación alemana" y que "es obvio que una compañía en la que la gente trabaja ilegalmente y dos representantes de ventas son detenidos por comerciar con cupones de racionamiento corría el riesgo de llamar la atención de la Policía". Los agentes del SD trabajaban de hecho en un departamento dedicado no a la persecución de judíos sino a casos de delincuencia común que implicaban el robo de dinero, joyas y valores, así como otros delitos económicos como la distribución ilegal de cupones de racionamiento o específicamente de carne. Aún más, estos policías pasaron más de dos horas en la casa, tiempo durante el cual otras dos personas que estaban en ella la abandonaron sin ser molestados. Si los agentes hubieran ido a buscar a los escondidos usando la información del supuesto traidor, no habrían tardado tanto tiempo en proceder a la detención y, desde luego, no hubieran dejado salir a nadie de allí pues podrían acusarle de encubridor...

Para quien quiera ampliar más detalles de toda la historia, existe una interesante biografía titulada The hidden life of Otto Frank (La vida oculta de Otto Frank) escrita por la investigadora británica Carol Ann Lee, también autora de Roses from the Earth (Rosas de la tierra), una reconocida biografía de la propia Ana Frank. El lector inquieto descubrirá ciertos detalles de interés ahí. Por ejemplo, que Otto y su hermano Herbert poseían un banco en Frankfurt cuya gestión parece que no resultó demasiado transparente puesto que la Justicia alemana les acusó de violar la ley regulatoria del comercio de valores con países extranjeros. Y lo hizo en abril de 1932, casi un año antes de que Adolf Hitler fuera nombrado canciller de Alemania por Hindenburg, por lo que seguía plenamente vigente la democracia de la república de Weimar y no podemos hablar de persecución antijudía. Llevados a juicio por fraude, los Frank tuvieron que cerrar definitivamente su banco.

La biografía de Lee cuenta también cómo Otto Frank consideró el matrimonio con su mujer, Edith, como "un mero acuerdo comercial". No estaba enamorada de ella, aunque sí ella de él, y por tanto no tenía muy en cuenta sus opiniones. Tal vez por eso no le hizo caso cuando, al llegar definitivamente Hitler al poder, su mujer insistió en que emigraran a Estados Unidos, previendo lo que estaba por venir. Posteriormente Otto Frank dijo sentirse "culpable" por lo ocurrido a su familia y que "no he hecho lo suficiente" para protegerlos. Tal vez pensaba en momentos como ése en que no la hizo caso. En lugar de ello, se fue de Alemania a Holanda (país que tampoco abandonó cuando fue invadido por el III Reich) con su familia y montó una compañía que vendía pectina, utilizada en la fabricación de mermelada. Uno de sus principales clientes fue... la Wehrmacht, el ejército alemán. Ver para creer. Pero la situación empeoró y, cuando en junio de 1942 Margot, por su edad, fue llamada por las autoridades de ocupación para ser deportada a Alemania con objeto de ser empleada en trabajos forzados, decidió ejecutar el plan que llevaba tiempo diseñando: desaparecer en "la casa de atrás". Por cierto, Margot llevaba su propio diario, hoy perdido. Hubiera sido interesante conservarlo y compararlo con el de Ana. El resto ya lo conocemos. Todos murieron en los KZ menos Otto Frank que, al poco de llegar a Auschwitz se sintió enfermo y fue ingresado en el hospital del KZ. Allí permaneció y fue atendido por los médicos germanos, hasta la evacuación alemana ante la llegada del ejército soviético a finales de enero de 1945...

Parece obvio que todas estas investigaciones escuecen, y mucho, en según qué foros puesto que plantean dudas profundas sobre lo que ocurrió en realidad (recordemos que la única versión que tenemos acerca de ello es la del propio Otto Frank). Sabemos hace tiempo que no hay nada que moleste más a un homo sapiens que el hecho de que alguien le despierte. Que le haga ver que algo en lo que ha creído toda su vida no era en verdad de esa manera. 

  Permanezcan atentos a sus pantallas, pues. Todo indica que el futuro nos reserva algunas sorpresas más respecto al Diario de Ana Frank (y otros personajes de la Segunda Guerra Mundial, más o menos importantes), un libro que hace mucho tiempo dejó lamentablemente de ser un testimonio humano para convertirse en una simple marca comercial.