Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 31 de mayo de 2013

La tumba de Gerión

¿Por qué escribe un escritor? Hay un número limitado de contestaciones para esta pregunta, como para todas las demás, por mucho que el tópico diga que las respuestas son infinitas porque cada persona es un mundo y etcétera... Sí, cada uno es cada uno y tiene sus cadaunadas, como dice la sabiduría popular, pero los motivos son siempre los mismos, aunque adaptados a la identidad propia. Es decir, uno puede escribir por rabia o despecho, como una forma de sacar de dentro el dolor que le causó determinada situación. La persona o la circunstancia que originaron estas incómodas emociones a un escritor no son, resulta obvio, las mismas que las que se las originan a los demás, pero la causa sí sigue siendo en el fondo la misma: la rabia o el despecho. Así que se puede escribir por ese motivo o, tal vez, por amor (a alguien, a algo..., siempre diferente, pero con el mismo amor de fondo). O como una forma de comprar la ilusión de cierto tipo de presunta inmortalidad ("yo moriré pero dejaré este legado y, cuando alguien me lea, de alguna manera seguiré vivo" y tonterías de este calibre) o directamente por vanidad, para tratar de impresionar a los demás. O por tantas otras cosas... No son infinitas, aunque siguen siendo unas cuantas. En mi caso, si he escrito lo que se llama ficción (mis obras de no ficción a veces fueron impulsadas por este motivo, pero por lo general llevaban implícita una razón crematística aneja) ha sido siempre con la misma intención: para ser el primero en leer algo que quiero leer y no he encontrado previamente. Por eso también escribí La tumba de Gerión, que acaba de publicarme la editorial GoodBooks.

 Conozco a Jorge María Ribero Meneses hace ya un montón de años. Contacté con él con objeto de elaborar una entrevista para la sección de reportajes (con la que entonces colaboraba habitualmente) de la Agencia EFE. Había leído algunos artículos suyos que me llamaron la atención a nivel personal porque hablaba de asuntos que me han interesado toda la vida, empezando por el origen de la civilización y el papel desempeñado en esta materia por la piel de toro en la que elegí vivir en esta reencarnación y a la que, es inevitable, le he cogido tanto cariño (en todas las reencarnaciones me pasa lo mismo y me da el punto patriota: menos mal que en cuanto dejo este mundo me acuerdo enseguida de que mi casa real está en Valhalla). Lo cierto es que me pareció 
un personaje lo bastante extravagante y bizarro como para merecer la pena profundizar en sus ideas. Además, desde el punto de vista periodístico, estaba virgen, o bastante virgen, si vale la expresión. Casi como sigue estándolo hoy en día, por increíble que parezca y teniendo en cuenta la enormidad (tanto en cantidad como sobre todo en calidad) de su producción. Muchas veces hemos comentado lo que hubiera sucedido si en lugar de ser español, hubiera nacido francés o británico o incluso alemán: seguramente sería uno de los tipos más reconocidos del Viejo Continente y le habríamos dado hasta el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, o el de Comunicación y Humanidades, o puede que el de Investigación Científica y Técnica. O todos a la vez, en una edición monográfica. Pero el hombre tuvo la fortuna de ir a nacer aquí, en España, la cuna de la envidia mundial y donde hoy por hoy destacar entre la mediocridad general supone ya de por sí un crimen y, si además lo haces en algo relacionado con el intelecto, lleva implícita la sentencia de muerte (si estudiamos la Historia de este país comprobaremos horrorizados que esto ha sido así de literal, casi siempre; por vivir en la época actual, nuestro hombre se ha salvado de la extinción física pero no de la otra, como demuestra el constante sabotaje y ninguneo de sus investigaciones desde tantas instancias, algunas de ellas verdaderamente poderosas: sólo Internet, ¡bendito Internet, en este caso!, ha podido salvar su obra y almacenarla para las siguientes generaciones).

Aquella entrevista se desarrolló en el piso que él habitaba entonces en el casco viejo de una tranquila e histórica localidad del sur de Madrid y la recuerdo como un momento onírico: por las cosas que me contó y por el ambiente en el que lo hizo, en una semipenumbra con la única luz de una ventana próxima, en un salón abigarrado lleno de libros y documentos desparramados por todas partes y con las paredes literalmente forradas por cuadros, mapas e imágenes sugerentes. La idea básica de su trabajo era no sólo que el hombre no se había hecho hombre en África sino en Europa (lo que yo ya compartía gracias a mis investigaciones personales en otros ámbitos que me habían convencido de la falsedad del "origen africano", una tesis construida de manera artificial por razones políticas y en ese sentido impuesta como dogma -y como tal defendida con fuerza por aquéllos que menos idea tienen sobre el asunto, puesto que los
especialistas son los primeros que dudan sobre ella- sobre todo desde mediados del siglo XX: el homínido predecesor del hombre podía ser africano..., o neozelandés ya puestos, pero el ser humano como tal, no) sino que la primera civilización conocida no había que buscarla en ningún lugar de Oriente sino justo en el lugar opuesto: en Occidente. Y, para ser más exactos, en el norte de la península ibérica. Aquí, y no en Egipto, Mesopotamia o la actual costa libanesa, existió la primera sociedad organizada de homo sapiens y desde aquí irradió al resto del mundo y fundó el resto de culturas y civilizaciones cuando una gran catástrofe natural arrasó su medio ambiente y le forzó a emigrar. Las pinturas de las cuevas de Altamira, de Tito Bustillo, de Puente Viesgo..., no eran simples ilustraciones primitivas elaboradas por unos paletos vestidos con pieles y armados con cachiporras, sino el último y deterioradísimo vestigio de esa primera civilización desarrollada que contaba con un mínimo de decenas de miles de años de antigüedad frente a los apenas cinco mil años de los establecimientos más antiguos que conocemos en Oriente Medio. Y aquello era sólo el principio.

Salí de allí víctima de sensaciones contradictorias. Por un lado, pensaba: "uf, me he salvado de ser abducido por un loco peligroso". Por otro lado, también pensaba: "tengo un reportaje muy original entre manos, me lo publicarán sin problemas". Pero por un tercer lado, y con cierta incomodidad pues no tenñía previsto experimentar semejante reacción, pensaba además: "nunca había oído lo que me ha contado este hombre, lo cual es chocante teniendo en cuenta lo que siempre me ha interesado el asunto de las civilizaciones antiguas, pero suena todo extrañamente coherente..., necesito saber más"
Así que, una vez escrito y entregado el reportaje, me puse a buscar más información sobre Ribero Meneses. En aquella época, Internet no existía (es decir, sí lo hacía, pero no estaba extendido a nivel popular y mucho menos en nuestro país, siempre tan alérgico a las novedades científicas y tecnológicas) y cuando uno quería buscar algo había que hacerlo de verdad, no encargárselo a San Google para que hiciera el trabajo por ti. Sin embargo, como periodista había sido entrenado para el oficio del rastreo de la información así que encontré algunos de sus primeros libros y además establecí una relación epistolar con él que me permitió profundizar en sus ideas. A medida que fui leyendo sobre ellas y, sobre todo, comprendiéndolas, me fui entusiasmando, máxime cuando sucesivas pruebas arqueológicas y genéticas han ido dando la razón a los planteamientos de Ribero Meneses y proporcionando el cemento necesario para consolidar las piedras, los hitos, con las que ha levantado progresivamente su compleja investigación. En un momento dado, algo terminó de rasgarse en mis propios prejuicios históricos y por allí irrumpió, con fuerza y ya desde entonces sin freno alguno, una visión del mundo de nuestros antepasados muy distinta de la imagen de cartón piedra que nos impone la versión oficial. 

 Ojo, éste es un punto clave para avanzar en el conocimiento facilitado por nuestro hombre: la comprensión. Sus textos no pueden ser prejuzgados: es necesario leerlos con calma, diseccionarlos, pensarlos, digerirlos..., y eso no está al alcance de la mayoría, en este momento. Uno de los problemas educativos más graves, si no el mayor, en nuestra sociedad contemporánea es el apabullante porcentaje de analfabetos funcionales que la componen, especialmente entre los jóvenes. Esto es: todo el mundo sabe leer y más o menos entiende lo que lee..., siempre y cuando el nivel no vaya mucho más allá de un listón casi diríamos infantil. Si la lectura resulta un poco exigente, 
desde el punto de vista cultural, el número de personas que terminan la obra o que, terminándola, la han entendido de verdad, desciende de manera dramática. En alguna ocasión he comentado mis aventuras con algunos colegas del oficio periodístico que me han dado contestaciones abracadabrantes (¡y son periodistas! ¡imagino las contestaciones que hubiera dado una persona que no se dedica a manejar información!), como la becaria que a sus veintitantos años de edad me preguntó qué era un druida. O como aquella otra periodista que a sus treinta y tantos y presentando un informativo me insistía en que la Torre Eiffel, el Empire State Building y el Gran Cañón del Colorado estaban entre las 7 maravillas del mundo... Entre otros ejemplos que podría poner y que tampoco resultan tan extraños cuando uno sabe que en un país como éste en el que viven cerca de 50 millones de personas ningún diario de información general ha vendido jamás siquiera el medio millón de ejemplares (creo recordar que sólo un periódico deportivo, el Marca, ha superado alguna vez el millón). Eso sí: luego sacamos músculo y decimos que España es uno de los países de la UE donde más se publica. De hecho,  según los últimos datos de edición del gremio de libreros, el año pasado se publicaron porcentualmente nada menos que ¡¡¡diez libros cada hora!!! ¿Y quién los lee? Porque lo cierto es que no lucen gran cosa...

Volviendo a lo nuestro. A medida que me adentraba en el universo riberomenesiano sentía la necesidad de ampliar el panorama con otros autores y otros textos en los que se hablara de su visión de la Antigüedad. Y me puse a buscarlos..., sin encontrarlos, claro. Apenas algún ensayo de autores antiguos como Moreau de Jonnés o Amador de los Rios, que algo habían aventurado en la misma línea, por no citar a los clásicos grecolatinos, pero poco más. Así que hice lo que suelo hacer en estos casos: ponerme a escribir yo sobre el asunto, para tratar de ordenar mis ideas y avanzar aún más en su desarrollo y comprensión. Así nació La tumba de Gerión, escrita como muchos de mis relatos a lo largo de años de sedimentación, de destilación gota a gota por culpa de la falta de tiempo para afrontar los mil proyectos que siempre tengo entre manos. La versión que ahora publica GoodBooks es la más pulida
 después de algunas extrañas experiencias previas que sufrió esta novela en manos de otras editoriales. Respecto a la historia en sí, no voy a revelar demasiado, aparte de explicar que la acción progresa en dos momentos espacio temporales diferentes. Una sucede en el siglo V antes de Cristo, en Olimpia, y sus protagonistas son Heródoto y Platón, viejos camaradas de armas, que se enfrentan a un misterio: el de los documentos en poder de un ibero llamado Tritenio que confirman la existencia del templo del Toro Rojo, el último resto ubicable de la Atlántida. Tritenio será asesinado en plenos Juegos Olímpicos y a partir de ese momento se complicará todo. Aquí me he tomado una licencia obvia puesto que el historiador y el filósofo jamás pudieron vivir juntos esta aventura: en el mundo real, cuando Heródoto murió, Platón apenas tenía dos o tres años de edad. Sí hubiera podido coincidir Heródoto con Sócrates, el maestro de Platón. Sin embargo, por las circunstancias de la narración y sobre todo por las características de los personajes, resultaba más lógico formar el equipo que aparece en el texto.

La otra línea, que se engarza con la primera muy sutilmente a través del mundo de los sueños (aparte de en el tema de fondo), nos conduce a la España de hoy día con una mujer, periodista, como principal personaje. Marina García Schneider, de padre español y madre suiza, se encuentra en un momento muy delicado de su vida, con su hasta entonces feliz matrimonio quebrado por las tensiones laborales y el nacimiento de su hijo. Un golpe de suerte, traducido en la cobertura de varias informaciones sobre el Papiro de Artemidoro, se convierte en un inesperado éxito profesional que le conducirá hacia una investigación relacionada igualmente con la Atlántida en Iberia. Este papiro. 
existe realmente tal y como se describe en la novela aunque para refozar la secuencia de acontecimientos me invento la aparición de un nuevo fragmento relacionado con él. Lo más interesante de esta joya antigua es que documenta la existencia de España como una unidad, como un todo en sí misma, desde hace al menos dos mil años. Ningún otro país del mundo (ni siquiera de Europa) puede decir lo mismo, a día de hoy. Supongo que es por eso por lo que en estos últimos años algunos "expertos" han planteado la posibilidad de que pudiera haber sido manipulado en la Edad Media. No es nada nuevo. Cada vez que encontramos alguna prueba de que las cosas no acaecieron en la Antigüedad como se supone que deberían haber acaecido según la interpretación moderna, aparece alguien diciendo que hay manipulación por el medio. De momento y que yo sepa, nadie ha demostrado que el Papiro de Artemidoro sea falso.

Aunque la novela trata de lo que trata, es un buen escenario para introducir otras subtramas como la comparación entre los enfrentamientos de espartanos y atenienses rompiendo la Hélade común a la que ambos pueblos pertenecían y que tanta gloria conjunta les había dado (por ejemplo en las guerras médicas, contra los persas) y los enfrentamientos contemporáneos provocados por los nacionalistas vascos y catalanes contra el resto de los españoles en su empeño por negar la realidad de los hechos: que todos somos, desde tiempo inmemorial, miembros de una sola nación. Y también se habla acerca de las miserias del oficio periodístico contemporáneo, saturado de inquinas y maniobras en la oscuridad por parte de jefes que no merecen serlo y curritos que pueden lucir con orgullo el calificativo de profesionales..., o no. Estoy convencido de que más de un colega se va a ver reflejado en los vaivenes laborales de Marina. En todo caso, la primera parte ya está hecha: la redacción y publicación de la novela, con las que he disfrutado lo mío. Falta la segunda parte: que sirva también para el disfrute de los lectores.




miércoles, 29 de mayo de 2013

¿Crisis? ¿Qué crisis?

Los lectores regulares de esta bitácora conocen mi verdadera identidad: saben que no soy de aquí sino que mi residencia real está en el Valhalla (en el Valhalla auténtico, no en un pueblo llamado así que hay en Suecia, según interpreta por su cuenta y riesgo el Facebook, ese recopilador gratuito de informaciones de todo tipo profusamente utilizado por la CIA, la NSA, el MI6, el FSB, el Mossad y hasta la TIA de Mortadelo y Filemón..., para espiar al personal) y saben también que a pesar de mi inmortalidad no tengo más remedio que asumir un cuerpo físico con la identidad correspondiente para poder manifestarme en este planeta de quinta categoría, ubicado en una esquina de esta galaxia perdida en el Cosmos. Muchas de mis identidades anteriores (reencarnaciones, como las llaman algunos) han sido belicosas, porque me lo paso bastante bien con la espada en la mano, la verdad... Insisto en recordar mi patria original: allí nos divertimos cortando cabezas por la mañana y bebiendo hidromiel por la tarde,  junto a Wotan y el resto de colegas, al otro lado de Bifrost. Por eso cuando volví a bajar a este mundo los encargados de facilitarme una nueva identidad me dijeron: "Esta vez, prohibido cargarte a nadie. Tendrás que asumir una personalidad pacífica. Nada de peleas, ni de guerras. Ya está bien de ir de excursión sólo para pasártelo bien. Si vuelves abajo, tendrá que ser para trabajar y aprender, sobre todo en lo intelectual."

De nada sirvieron mis bramidos, ni mis juramentos, ni mis amenazas..., ni siquiera mis amenazadores molinetes con mi hacha favorita de doble filo. Heimdallr el Blanco (olvidáos de la versión cinematográfica de Marvel: el verdadero Heimdallr no tiene nada que ver con la parodia que se muestra en esa película..., y además es uno de los tipos más simpáticos que he conocido a lo largo de mi eternidad), que es quien franquea el paso en Bifrost tanto para descender aquí como para subir allí, me lo dijo muy clarito: "Si quieres volver donde los 'homo sapiens' tendrás que atender a las exigencias de los dioses psicopompos. Así que deja tus armas en el Gran Salón junto a tu escudo y tus 
estandartes y dispónte a bajar con humildad." En aquel momento, mi furia no tenía límites, sobre todo porque me tuve que plegar a sus exigencias (no podía renunciar a descender a la Tierra: Wotan me había comisionado especialmente para venir aquí), pero ahora lo veo bastante claro y comprendo que todos tenían razón: la humildad es uno de esos defectos de los que siempre he andado escaso y en consecuencia necesitaba aprender a desarrollarlo, para seguir creciendo como semidiós.

El resto es más o menos conocido. Una vez en este planeta adopté esta máscara que llevo actualmente y que me ha permitido aprender muchas cosas de interés..., aunque mi secreta venganza tanto respecto a Heimdallr como respecto a los psicopompos radica en que precisamente ese trabajo intelectual que me encomendaron también me ha permitido apoderarme del alfabeto y aprender a utilizar éste como un arma: ahora sé herir a mis enemigos con más facilidad y profundizar en sus heridas sin necesidad de utilizar una hoja afilada..., sólo con mi palabra. Creo que si me lo propusiera sería capaz de pronunciar un geis: un encantamiento de maldición, a la manera de los druidas. Así que mucho cuidado conmigo, que soy (más) peligroso.

Toda esta disquisición previa era para llegar a un punto concreto. Y es que esta mañana, mientras trabajaba oficialmente en mi identidad de periodista, tuve ocasión de participar en una entrevista a una mujer muy conocida del mundo del espectáculo y el famoseo televisivo en España. No es, como se dice por aquí, una persona muy "leída" (más bien, lo es poco) ni tampoco ofrecerá al mundo ninguna gran obra literaria o científica por muchos años que viva, pero sí posee una vitalidad personal, una alegría y un sentido del humor que ya quisieran para sí la inmensa mayoría de los "leídos". Justo estas cualidades son las que le han convertido en un personaje muy popular, aunque han disimulado el resto de su persona tras ellas. En cierto momento de la entrevista se habló de LA crisis (¿alguien no se ha enterado todavía de que vivimos en una crisis? ¿no se ha quejado, ni lloriqueado, ni se ha angustiado..., como corresponde y está establecido que debe hacer, para seguir el coro general?) y esta mujer, cuya familia es de extracción muy sencilla, dijo en voz alta algo que yo he repetido a menudo a quien quiera escucharme (y, sí..., me paso el día hablando solo):

- ¿Pero de qué crisis estamos hablando? -decía la entrevistada- De acuerdo con que hay gente que hoy día lo está pasando mal..., pero ni por asomo tan mal como se ha pasado en este país en épocas anteriores. Cuando yo era pequeña, y estamos hablando de hace apenas cuarenta años, vivíamos todos mis hermanos y yo con mis padres en una chabola de adobe encalado y tejado de uralita (...) Mi madre me enviaba a casa de algunas vecinas que vivían en pisos de verdad, que no eran ni la mitad de lujosos que los que hoy consideramos normales, para preguntarles si sus hijas habían crecido ya lo bastante como para que se les hubieran quedado pequeños los zapatos y, en ese caso, poder donárnoslos (...) Yo he pasado hambre de verdad, hambre de no comer y de que nadie te diera de comer porque mis padres no tenían el qué y las instituciones no se preocupaban como hoy por los pobres. Nadie se muere ahora mismo de hambre en España, pero en aquella época sí se podía fenecer de eso. Y yo no era una excepción, ni mucho menos. ¿Ya no nos acordamos de eso? ¡Eso sí era una crisis, no lo que tenemos hoy! Lo que pasa es que no sabemos agradecer todo lo que la vida nos da, cuando se muestra generosa. Sólo sabemos quejarnos, cuando nos pasa factura. La pena es que sólo tenemos ojos para nuestras comodidades y hoy tenemos demasiadas comodidades: vivimos presos de ellas. Y en cuanto nos falta alguna, nos deprimimos...

Lo cierto es que estas palabras me sorprendieron muy positivamente, sobre todo por venir de quien venían: de ese personaje etiquetado popularmente como una simple (en todos los sentidos) entertainer televisiva sin cerebro que al final resultaba tenerlo bien amueblado aunque adoleciera de otros refinamientos... Porque es que es exactamente así. Partiendo de la base de lo que ya hemos comentado en otras ocasiones, esto es, que la crisis que vivimos NO es económica sino financiera (y absolutamente artificial, en cuanto que provocada por los Amos de este planeta, que por supuesto no son los ingenuos homo sapiens corrientes, con el fin de conseguir ciertos resultados sobre la sociedad), lo que estamos viviendo ahora mismo no se debería calificar como una situación gravísima y deprimente ante la cual hundirnos con desesperación. Una verdadera situación gravísima y deprimente es la que padecen las mujeres (y especialmente las menores de edad) en la India, donde son violadas, mutiladas y asesinadas impunemente. O la que sufren los habitantes de Darfur, perseguidos y destruidos sistemáticamente por la parodia de Estado vigente en Sudán, y cuyo principal problema ya no es si lograrán encontrar comida para el día en curso, sino si llegarán a ver el final de ese día. O la que soportan los rohingya de Birmania, que están sufriendo un auténtico genocidio en vivo y en directo sin que absolutamente nadie se preocupe por ellos. O...  Hay tantos ejemplos de crisis de verdad...

En última instancia, la crisis es perenne. La vida misma es una crisis y la única forma de asegurarse de que uno no tiene problemas como los que tanto nos preocupan es morirse. En ese sentido el homo sapiens contemporáneo es infinitamente más desgraciado que sus antepasados, porque, en este mundo decadente que hemos elegido vivir, los Amos han logrado convencerle de que lo único que existe es lo material. En consecuencia se aferra a los bienes de naturaleza exclusivamente material como si de verdad tuvieran alguna importancia, como si sirvieran para algo aparte de para jugar un rato con ellos. Y, más que eso, porque supone que su existencia se limita a este mismo mundo material. Le aterra, le duele en lo más hondo, la simple idea de saber que algún día se verá privada de ella.

Decía mi viejo amigo Khalil: "...vuestro dolor es la fractura de la cáscara que envuelve vuestro entendimiento. Así como el hueso del fruto ha de quebrarse para que su corazón se exponga al Sol, así debéis conocer el dolor (...) Gran parte de vuestro sufrimiento es por vosotros mismos escogido. Es la amarga poción con la cual el médico que se oculta en vosotros cura a vuestro Yo doliente".  

Y también: "Ningún hombre podrá revelaros nada sino lo que ya está medio adormecido en la aurora de vuestro entendimiento (...) porque la visión de un hombre no presta sus alas a otro hombre. Y así como cada uno de vosotros se mantiene solo en el conocimiento de Dios, así cada uno de vosotros debe tener su propia comprensión de Dios y su propia interpretación de las cosas de la Tierra."








lunes, 27 de mayo de 2013

Objetivo: Patton

¿Hay algo peor que una mala película? Sin duda, una película mal aprovechada. Es decir, con una buena idea y unos planteamientos interesantes, que acaban en la basura por culpa del guionista, el director, los actores o, seguramente, la suma de todos. Éste es el caso de Brass Target (Objetivo Patton) que podría haber pasado a la Historia del Séptimo Arte como un título básico del cine bélico y en lugar de ello queda reducido a un largometraje menor que deja un regusto amargo por lo que pudo ser y no fue. Y eso que la materia prima era de primera calidad, al basarse en la muerte, el asesinato según algunos investigadores, del más brillante de los mandos militares norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial: el general George Smith Patton junior.

La vida de Super Duck (Super Pato), como fue calificado por sus rivales dentro del propio ejército estadounidense, fue ciertamente la de un típico personaje de película de Hollywood. Desplegó iniciativa, coraje, inteligencia, audacia..., pero también mostró su limitada capacidad para las relaciones personales y su nulidad para las relaciones públicas en una carrera llena de éxitos a la vez que de constantes insubordinaciones y llamadas de atención por parte de sus superiores. Descendiente de una familia con larga tradición militar, en la que su abuelo paterno fue general de brigada durante la Guerra de Secesión, fue un lector infatigable de los clásicos de la literatura, incluyendo los relacionados con la historia militar. Creyente en la reencarnación, hablaría a menudo  
acerca de sus posibles vidas anteriores, en general relacionadas también con la actividad bélica. Estaba convencido de haber sido Aníbal, además de legionario romano y comandante napoleónico, entre otras existencias. Por lo demás, pronto demostró un carácter arrogante en su personalidad, que le granjearía en el futuro más de un enemigo, y no precisamente en los ejércitos de otros países. Un buen ejemplo de su manera de ser lo tenemos en su participación, tras graduarse en la academia militar de West Point, en los Juego Olímpicos de Estocolmo en 1912. Allí representó a Estados Unidos en la disciplina de pentatlón. Patton lideró la prueba hasta que los atletas llegaron a la competición de tiro, donde falló (o pareció fallar) su segundo disparo. Al final, terminó en quinta posición. Preguntado por su escasa puntería, contestó rotundo que él no había fallado, sino que la segunda bala había pasado por el agujero que había hecho la primera.

Patton destacó en su carrera militar desde el principio. Durante la guerra con los mexicanos en 1916, y al frente de apenas diez soldados del sexto regimiento de infantería, acabó con el capitán Julio Cárdenas, comandante de la guardia personal de Pancho Villa. En la Primera Guerra Mundial, recibió el mando de una unidad de un cuerpo recién creado pero que daría mucho que hablar en el futuro: el de los tanques o carros de combate. Con ellos estuvo presente en la batalla de Cambrai, el primer enfrentamiento bélico en el que las nuevas máquinas de guerra se emplearon con todas sus consecuencias. Distinguido en combate, recibió entre otras condecoraciones el Corazón Púrpura. Siempre fue un gran defensor de las posibilidades de las divisiones blindadas y solicitó inversiones en este campo pero nadie le tuvo muy en cuenta hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo asistió asombrado al arrollador avance de la Blitzkrieg alemana, basada en buena medida en el poderío de los modernos carros de combate. Sólo entonces las autoridades estadounidenses le hicieron caso y acabó siendo general de división, de la II División Blindada.

 En el período de entreguerras se había hecho muy amigo de Dwight D. Eisenhower, gracias al cual obtuvo su gran oportunidad profesional en el conflicto de 1939-1945. Cuando su país entró en guerra después del ataque de Pearl Harbour, comenzó su guerra contra el Tercer Reich en el norte de África. Allí se encontró con uno de los militares más sobrevalorados de este conflicto, el general británico Bernard Montgomery, Monty, con el que se vio obligado a colaborar a pesar de que le consideraba poco menos que un pusilánime advenedizo, y por tanto estableció desde el principio una abierta rivalidad. Lo demostró por ejemplo tras hacerse con el mando del VII Ejército estadounidense y ganar por la mano a Montgomery en la conquista de Sicilia. Su eficacia en el combate, pese a su carácter duro y exigente, era tal que se convirtió en el general más temido por los alemanes y por ello fue utilizado por los Aliados como señuelo para engañarles respecto al verdadero lugar donde se produciría el gran asalto aliado sobre el Viejo Continente. Al fin, tras el desembarco de Normandía, fue puesto al mando del III Ejército estadounidense y como tal, se convirtió en uno de los principales responsables (si no en el más importante) del avance aliado sobre Francia hasta París. Gracias a él también consiguió salir con vida la 101 División Aerotransportada atrapada en Bastogne durante la ofensiva de las Ardenas. Al frente de sus tropas, que en general sentían devoción por él, Patton hubiera podido tomar Praga, e incluso Berlín, pero no le dejaron: existía ya desde hacía tiempo un acuerdo secreto firmado entre el presidente norteamericano Roosevelt y el dictador soviético Stalin para repartirse hasta los éxitos militares y ambas ciudades habían sido "entregadas" previamente al Ejército Rojo.

Irritado por las componendas políticas y sin ocultar nunca su anticomunismo, fue relevado del mando. Se le negó un papel activo en el frente del Pacífico y se le encerró en Baviera, como gobernador militar de esta región ocupada por las tropas yankees. Allí tuvo oportunidad de tratar directamente con alemanes de todo tipo, incluyendo muchos nazis, e incluso llegó a simpatizar con ellos asumiendo un papel que hoy calificaríamos como "políticamente incorrecto". Se negaba a verlos como los demonios asesinos que presentaba la propaganda, sino simplemente como soldados enemigos derrotados, y llegó a compararlos con los perdedores de unas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Advirtiendo, como otros contemporáneos suyos, la Guerra Fría que se avecinaba con los hasta aquel momento aliados de la URSS, fue uno de los primeros en plantear la necesidad de utilizar a los alemanes como piezas imprescindibles en el tablero, en la primera línea de lo que sería el nuevo conflicto que marcaría el resto del siglo XX. Así, Patton se había convertido en un elemento molesto, a pesar de sus éxitos, así que fue discretamente recluido al XV Ejército estadounidense, donde quedaría enterrado por papeles en un despacho en el que se preparaba la historia de la guerra que acababa de terminar. Se planteó abandonar el ejército pero en diciembre de 1945 sufrió un gravísimo accidente de automóvil y murió el día 21 de ese mes.

La vida de Patton fue llevada al cine en 1970 por el siempre interesante Franklin J. Schaffner, con un impresionante George C. Scott en una de sus mejores caracterizaciones cinematográficas y Karl Malden en el papel del general Omar Bradley, su amigo, protector y enlace con Eisenhower. En 1986, Delbert Mann rodaría una secuela bastante peor, producida para televisión y titulada Los últimos días de Patton en la que Scott volvería a interpretar al polémico guerrero. Entre ambas, en 1978, se rodó Objetivo: Patton. Dirigida por John Hough, está basada en una novela de Frederick Nolan, best seller en su día, titulada The Algonquin Project y lo más interesante de la historia es el planteamiento de que Patton no murió por culpa de un accidente sino de un asesinato. Hemos visto antes sus simpatías por los alemanes, su visceralidad anticomunista, sus propias ideas rebeldes... Había sido puesto al mando de un equipo de personas que tenía que escribir la versión oficial de la Segunda Guerra Mundial. Pero, vista su trayectoria, a alguien se le ocurrió: ¿y si no escribía lo que se suponía que tenía que escribir?

Objetivo Patton comienza en 1945: acaba de terminar la guerra y un tren transporta las reservas de oro alemanas del Reichbank (todo el mundo habla del saqueo que los alemanes llevaron a cabo en cuanto a metales preciosos, propiedades, obras de arte y bienes de valor en los países ocupados, pero nadie cuenta cómo los aliados, más que saquear, arrasaron, prácticamente esterilizaron, todo lo que hubiera de valor en Alemania..., y eso durante decenios) fuertemente escoltado por unidades de infantería norteamericana.
A su paso por un túnel, el tren es saboteado y asaltado; los soldados, asesinados y el oro, robado por un comando provisto de máscaras antigás. El robo se ha producido en Baviera, y por tanto le corresponde a Patton (interpretado por un George Kennedy voluntarioso pero infinitamente menor en comparación con el personaje de George C. Scott en las otras películas citadas) investigarlo y resolverlo. Máxime, porque las autoridades soviéticas con las que no simpatiza en absoluto le acusan de haberlo organizado para quedarse con el oro: él, personalmente, o en beneficio de los Estados Unidos. 

Este asalto está inspirado en el saqueo real que oficiales yankees cometieron al final de la guerra en territorio hoy austríaco con un tren que viajaba desde Hungría con destino a Alemania. El convoy iba cargado con pinturas, joyas y otros objetos de valor que habían sido expoliados a los judíos húngaros y que los aliados no pensaban devolver a sus legítimos propietarios sino repartírselos en concepto de botín de guerra. Pero un grupo de avispados militares se adelantó, buscando un bonito recuerdo que llevarse de vuelta a casa. El crimen fue silenciado por el ejército norteamericano y hasta la fecha nada ha vuelto a saberse acerca de aquellos bienes y de quienes los robaron, si bien un grupo de descendientes de aquellos judíos húngaros demandaron hace unos años al gobierno de EE.UU. por este asunto: exigían una compensación de 200 millones de dólares. Al final, en 2005 se llegó a un acuerdo por el cual los demandantes recibieron poco más de  25 millones de dólares.

Volviendo al argumento de la película, uno de los organizadores del robo es un ambicioso, ladino e inteligente oficial norteamericano (por cierto, también homosexual, a fin de resaltar aún más el contraste del personaje con la contundente virilidad pattoniana) interpretado por Robert Vaughn que, al enterarse de que el "jefe" se ha interesado personalmente por su gran golpe decide, sin más, organizar una conspiración para asesinarle. El encargado de
 ello será uno de los personajes más interesantes del largometraje pero, como todos, mal descrito y peor explorado por el guión: el inquietante Max von Sydow, que interpreta a un importante funcionario de las Naciones Unidas con una doble vida ya que también acepta encargos como asesino a sueldo. Entre tanto, un oficial de inteligencia es el encargado oficial de investigar el asalto al tren y, de paso, proteger a Patton. Su papel está en manos del irregular John Cassavetes a quien, mil años que viviera, mil años que jamás podría dejar de identificar con el personaje mejor logrado (a mi juicio) de su carrera: el de esa especie de San José satanista, padre putativo del Anticristo, en la fabulosa Rosemary's babe (La semilla del diablo). Por el medio se cuela Mara, una antigua amante de este oficial, encarnada por la tan exuberante como anodina Sofía Loren. 

Presentados los personajes, la acción de Objetivo Patton no tarda en descarrilar en medio de la confusión, especialmente por culpa de los agujeros de guión (siempre he pensado que lo más importante de una película, como de un libro o de cualquier narración, sea del tipo que sea, es el relato, lo que cuenta, más que la definición de sus personajes o la intensidad de su dirección o la belleza de su plasmación gráfica o cualquier otro aspecto de la obra). y no queda muy claro qué es lo que sucede con algunas de las tramas: al final, lo único obvio es que Patton es finalmente asesinado con un arma muy curiosa..., aunque no es el único que muere. Y se queda uno con ganas de ponerse a escribir un guión más coherente ante las posibilidades de la historia.









  

viernes, 24 de mayo de 2013

Amor imposible

El guá de las canicas miró con tristeza a la pelota de baloncesto y le dijo:

-No insistas... Lo nuestro es materialmente imposible.

Y la pelota se marchó rebotada.










miércoles, 22 de mayo de 2013

Mentirosos (poco) inteligentes

La sociedad mal llamada humana está construida sobre la mentira y la hipocresía. No es una frase escrita con rencor, rabia o malestar..., ni siquiera con tristeza, sino una simple constatación de carácter técnico. Es parte del informe elaborado por un ser proveniente de otro mundo y destinado en éste de manera temporal, que ha recogido otros datos similares y los ha expresado con el mismo frío tecnicismo: las gallinas no pueden volar, si llueve te mojas, ver demasiada televisión hipnotiza a cualquiera, un constipado común se cura en siete días si se trata sin medicinas o en una semana si se trata con ellas... La mentira impera porque esa sociedad (en su inmensa, aplastante mayoría) no está compuesta por seres humanos, por mucho que a sus componentes se les hinche el pecho con pomposas declaraciones de intenciones o la mente con supuestos grandes descubrimientos, sino por primates poco evolucionados que para ocultarse a sí mismos su flagrante invalidez espiritual han decidido darse como especie el arrogante nombre de homo sapiens (hombre, y además sabio..., sí, no hay más que ver cómo está el mundo para ver la cantidad de hombres y, aún más, de sabios que lo pueblan). 

Los homo sapiens mienten y engañan a todo el mundo: a sus congéneres (en una lucha por el poder material que el simple paso del tiempo demuestra no es sino una supina imbecilidad), a la Naturaleza (a la que prometen respetar y cuidar mientras la esquilman y desprecian sin contemplaciones), a sus hijos (a los que aseguran que ellos "arreglarán el mundo", como si tuvieran superpoderes para arreglar en una generación lo que ninguna generación anterior consiguió en su momento), a los habitantes de otros planetas (a los que envían sondas espaciales y mensajes de paz y buena voluntad cuando se despedazan entre ellos mismos: ¿y alguien se extraña de que ningún extraterrestre les haya contestado?)... Y lo peor de todo: se engañan a sí mismos, de manera sistemática, contándose una serie de cuentos acerca de lo que son y hacia dónde pretenden ir. Entre otras cosas, se autoconvencen de que cuanto les ocurre en sus vidas no tiene nada que ver con ellos sino que siempre es culpa de otros: de los hombres, si son mujeres; de las mujeres, si son hombres; de los adultos, si son menores; de los menores, si son adultos; de los rebeldes, si están en el poder; de los poderosos, si no están en él... La clave es que la culpa sea siempre del grupo en el que no militan. 

Una de las grandes mentiras defendidas por los homo sapiens es el hecho de que la inteligencia es la clave de su supuesta posición jerárquica en lo alto de una pirámide de fuerzas que sólo existe en sus delirios. Y que es lo que les hace humanos, presuntamente. Dentro de la hipocresía general que les conduce a publicar miles y miles de informes y documentos para apoyar una tesis determinada (sin importar demasiado si los datos contenidos en ellos son ciertos o no: basta con acumular un volumen suficiente, firmado además por "autoridades" en la materia respectiva, para que el resto de los miembros de su especie acepten esa tesis como una realidad, aunque sólo sea por no afrontar la pereza que da examinar los papeles y pensar por sí mismos) o a ocultar las pruebas que demuestran una realidad ciertamente demostrable (calificando a ésta de tesis trasnochada o sectaria e incluso prohibiendo hablar sobre ella siquiera como posibilidad remota, bajo pena de multa económica o de prisión), figuran grandes errores ya superados por las pruebas disponibles, que siguen sin embargo a día de hoy enseñándose sin pudor.

Un ejemplo clásico es el "descubrimiento" de América por Cristóbal Colón, al que sigue proporcionándose un bombo increíble en los libros de texto de todo el mundo como si fuera una verdad irrefutable cuando hoy sabemos no sólo que el astuto navegante conocía a la perfección a dónde iba e incluso poseía mapas específicos al respecto, sino que antes de su viaje oficial de apertura-de-la-ruta-atlántica ésta ya había sido recorrida de manera habitual por muchos otros. Este engaño está sustentado sobre otro previo que de la misma forma sigue imponiéndose como dogma de fe, según el cual los pueblos de la antigüedad le tenían pavor al viaje por mar igual que lo tienen los actuales, acostumbrados a la comodidad y la rapidez de los viajes aéreos. Sin embargo, lo cierto es que nuestros antepasados no veían en el océano una muralla infranqueable sino todo lo contrario: la mejor autopista posible, mucho más rápida y segura que los por entonces inexistentes desplazamientos en avión o en tren o los muy accidentados por tierra (acosados por bandidos, contingentes de ejércitos  más o menos regulares, fieras salvajes, ausencia de refugios seguros ante cualquier contingencia y hasta por la falta de carreteras o caminos decentes).

Respecto al engaño de la inteligencia, los homo sapiens repiten una y otra vez que el ser humano (ése que creen ser) llega a esa condición merced a esta capacidad, que se autoatribuyen como si fueran la única especie que dispone de ella y con la que justifican todas su actuaciones y sus presuntos avances en todos los órdenes. Sin entrar siquiera a considerar las numerosas investigaciones científicas que nos han demostrado en estos últimos años que hay muchas otras especies como los delfines, los elefantes e incluso sus cercanos primos los chimpancés que también poseen inteligencia aunque en un grado diferente, cabe preguntarse cómo nadie se puede autodefinir como inteligente cuando sus ocupaciones favoritas son hacer la guerra y depredar a sus semejantes y al planeta entero si se deja. Y, ojo, que lo de hacer la guerra
no es "cosa de los poderosos" exclusivamente, como suelen argumentar tantos ciudadanos ganado. Sin ir más lejos, en España se ha criticado por activa y por pasiva al PP de José María Aznar por involucrarse en casi cualquier pendencia internacional que se le pusiera por delante, pero hay que recordar una vez más dada la falta de memoria general que el reciente gobierno del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, tan pacifista él, no tuvo ningún problema en batir todos los récords de venta de armamento (incluyendo como clientes a países con gobiernos de dudosas garantías democráticas), apoyar diversas intervenciones militares bajo la cobertura de visto-bueno-de-la-ONU e incluso intervenir abiertamente en guerras nunca declaradas de manera oficial (como la que sirvió para derrocar a Muamar el Gadafi, en la que militares españoles intervinieron activamente, no ya con una simple aportación logística o sanitaria). De Izquierda Unida no merece la pena ni hablar, visto el lujoso tren de vida que llevan sus dirigentes mientras públicamente alaban dictaduras como la cubana o, en cuanto tocan poder aunque sea a nivel local, se ven mezclados en similares casos de corrupción que los dos (de momento) principales partidos políticos en este país. Similar tratamiento merecen otras formaciones políticas, como la desnortada Convergencia y Unión, empecinada además en imponer ese eslógan, bastante envejecido ya, de "Un pueblo, un país, un caudillo"..., siempre que detrás de cada sustantivo se incluya obviamente el mismo adjetivo: "catalán". Y lo más grande es que el problema no está en los partidos políticos como tales, sino en la gente que los forma y que los orienta en un sentido u otro. 

Adivinanza: ¿qué es lo que impulsa en mayor medida a esos partidos: seres humanos u homo sapiens?

Un grupo de científicos del Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres presentó hace más o menos dos años y medio una investigación acerca de la madurez de los "humanos" que pretendía (como tantas otras investigaciones que han encontrado en esta rama científica la situación ideal para echarle la culpa de todo) quitar responsabilidad a los homo sapiens por su comportamiento habitual achacándolo a la Genética. Según los británicos dirigidos por Sarah Jayne Blakemore, las personas de cierta edad, próximas a los 40 años digamos, que son a pesar de ello incapaces de comprometerse y de dejar de comportarse como adolescentes no son necesariamente caprichosas, rabiosas o mal educadas sino que pueden culpar de su forma de ser post adolescente al hecho de que su propio cerebro no está desarrollado por completo. Según los estudios de Blakemore y su equipo, hay partes del cerebro que tardan mucho más en madurar de lo que se pensaba, como por ejemplo la corteza prefrontal, la que se encuentra justo tras la frente, y que se encarga de la planificación y toma de decisiones así como de controlar la empatía, la conciencia social, las relaciones con otras personas y otros aspectos relacionados con la personalidad.

Sí, es una solemne y absoluta estupidez, lo sé, por mucho University College que firme esta investigación. Y de igual manera lo sabe cualquier persona que haya estudiado un poco de Historia y se haya percatado de que en siglos precedentes no se vivía tanto tiempo como en la actualidad, con lo que el número de personas que llegaban a los 40 años "haciendo el cabra" era realmente reducido..., si es que había alguno. De hecho, los principales personajes históricos materializaron sus grandes aportaciones al mundo bastante antes de llegar a esa edad... O como lo sabe también cualquier otra persona que se haya tomado la molestia de viajar hoy día de verdad por el planeta, más allá de los circuitos turísticos, y haya vivido la experiencia de encontrar a gente muy joven que se comporta con madurez propia, no ya de un adulto, sino incluso de un anciano experimentado. ¿Por qué? Porque las condiciones en las que debe buscar alimento y cobijo para sí y para su familia son extremas y, si no actúa en consecuencia, literalmente, se muere. Se mueren: él y los suyos. En consecuencia, no tiene tiempo para las ñoñerías a las que son aficionados tantos entontecidos homo sapiens que habitan en los mal llamados países ricos, que ahora tienen una excusa "científica" para lavarse las manos y eludir la responsabilidad por su propia idiotez.



Esta semana se ha publicado otro estudio sugerente en ese sentido, en la revista Intelligence. Lo firma Michael Woodley, de la Universidad sueca de Umea, y es bastante contundente en su principal conclusión: la inteligencia de los ciudadanos de los países occidentales ha descendido en los últimos doscientos años. Y ha descendido, además, de manera sensible. Woodley ha comparado los resultados de los tiempos de reacción a estímulos visuales en pruebas científicas desde finales del siglo XIX hasta la actualidad y se ha encontrado con cifras que no dejan lugar a dudas. La media de reacción en las pruebas de reflejos de un hombre en 1884 era de 183 milisegundos. En 2004, esa media se había incrementado hasta 253. En el caso de una mujer, la media en el siglo XIX era de 188 milisegundos, mientras que su equivalente del siglo XXI es de 261. Los reflejos están considerados como una señal de capacidad intelectual real, no determinada por el nivel educativo, las enfermedades u otros factores. A partir de estos datos y otros que se incluyen en el estudio, el trabajo presentado por el equipo de este investigador concluye que el homo sapiens ha ido perdiendo algo más de un punto por decenio desde la época del imperio británico hasta la actualidad, de forma que las generaciones contemporáneas poseen un cociente intelectual 14 puntos inferior a los de sus antepasados. En resumen: que son menos inteligentes todavía que las generaciones que les precedieron.

Y eso que no tenemos datos anteriores al siglo XIX... Sería muy interesante comparar el cociente de, pongamos por caso, la gente del Renacimiento o de la Grecia del siglo V a.C. con el de las personas contemporáneas. Es probable que el contraste hiciera recapacitar a más de uno y que los investigadores actuales empezaran a plantearse ya en serio qué es lo que de verdad convierte a alguien en un ser humano digno de ese nombre (porque está bastante claro que ese algo no es la inteligencia).  










lunes, 20 de mayo de 2013

Blavatsky sin velo

Mira que se han rodado películas sobre las mayores tonterías y sin embargo hay personajes reales y episodios históricos que están a la espera, desde hace muchos años, de que alguien los popularice entre el gran público a través de la correspondiente adaptación cinematográfica. Pero nadie lo hace. Parecen realmente intocables, visto que jamás se ha dirigido una gran producción sobre ellos..., ni siquiera una adaptación televisiva de mérito, pese a su innegable atractivo a raíz de lo que conocemos a propósito de su vida y sus aenturas. Es el caso por ejemplo de una de las místicas más famosas de todos los tiempos: la conocida como Madame Blavatsky, que en realidad no fue ni una cosa ni la otra. Descendiente de un coronel alemán y una noble rusa, nació en 1831 y apenas con diecisiete años se casó con el vicegobernador de la provincia armenia de Ereván, Nikifor Valilievich Blavatsky. Fue lo que hoy se conoce como un "braguetazo", pero por parte de ella, que así ganaba independencia de su familia, a la vez que posición social y dinero. Pero su matrimonio duró apenas tres meses, muy desgraciados según ella, en los que ni siquiera llegó a consumar sexualmente la unión. Al cabo de ese tiempo robó un caballo y escapó. Así que técnicamente no llegó a ser Madame, señora en francés, del todo; ni Blavatsky, apellido prestado, porque su nombre real era Helena von Hahn.

Como todos los místicos y filósofos de cierto fuste, su vida (ideal a la hora de especular para la adaptación televisiva o cinematográfica) está cubierta con cierta neblina de la que apenas sobresalen algunas islas de datos que apuntan en cierta dirección. Por ejemplo, sabemos que en su familia había masones y que ella se interesó por el Ocultismo leyendo algunos de los textos de la biblioteca familiar. Y que viajó por diversos países, entre los cuales Egipto, Turquía y Grecia (con gran tradición esotérica detrás) en compañía de otro masón, un "explorador" británico Albert Rawson. En 1851, con veinte años, la enconteamos en Londres, donde según la leyenda tuvo sus primeras visiones de un Maestro oriental llamado Morya. Según otros investigadores (incluyendo Mac Namara, que me ha contado cosas interesantes sobre esta mujer), en esa época ella misma tuvo oportunidad de contactar tanto con la Masonería como con el MI-6 o servicios secretos británicos para el exterior, dentro de cuya sección de Religión y Ocultismo comentan que actuó. Debemos tener en cuenta que el perfil de esta mujer era perfecto para el espionaje: una supuesta 
médium que decía tener poderes psíquicos y se prestaba a recibir las confidencias y consultas de todo tipo de personas (incluyendo personas poderosas) para "ayudarles" a "superar el trance vital" y que viajaba por todo el mundo hablando del Más Allá, constituía una pieza muy rentable a la hora de captar todo tipo de informaciones en cualquier punto del planeta... Lo cierto es que la mujer no paró de moverse durante toda su vida. En esta época en concreto recorrió toda América de norte a sur y luego se fue a la India y Tibet antes de regresar a Europa. Para 1868 dijo haberse encontrado con otro Maestro llamado Koot Hoomi y tres años después fundó la Sociedad Espírita. La cosa no salió muy bien, según sus propios manuscritos, por "el carácter egocéntrico" de los miembros del grupo. En 1874 conoce al coronel Henry Olcott (en la foto, con ella) y un año más tarde funda la Sociedad Teosófica. 

A partir de entonces, el fenómeno Blavatsky se consagra definitivamente: cuenta con un grupo organizado con sede en Adyar, en la India, que crece con el ingreso de personas influyentes en la sociedad del momento y además 
publica sus libros esotéricos que se venden como rosquillas. Su popularidad se dispara y es llamada a dar conferencias y seminarios por doquier... Pero no todo era de color de rosa: una de las razones por las que esta mujer había hecho y desecho tantas maletas era la serie de acusaciones de fraude y estafa que se le acumulaban en cuanto se establecía mucho tiempo en algún lugar. De hecho, dos de los miembros de la Sociedad Teosófica, Alexis y Emma Coulomb, le acusaron de ello y, enfadada y decepcionada, se marchó a Londres para no volver jamás a la India. Pero en la capital británica, la Sociedad para la Investigación Psíquica preparó un informe sobre ella y la conclusión, en 1885, no podía ser más demoledora: "Madame Blavatsky es una de las impostoras más grandes de la historia"..., y una espía rusa. Quizá para entonces actuaba como agente doble. Estudios posteriores, apoyados por su organización con el ánimo de recuperar su imagen pública, presentaron muchos años más tarde su propia versión de los hechos buscando exonerar de culpa alguna a Madame Blavatsky. Lo cierto es que con todo esto empezó a tener problemas de salud. Su vida agitada empezó a presentarle factura y finalmente falleció en Londres en 1891, sin llegar a cumplir los sesenta años de edad.

Es curioso que a pesar de la influencia evidente y reconocida que esta mujer tuvo en las ideas y la obra posterior de muchísimos personajes históricos de la literatura, la filosofía, el arte, la política y la mística (desde el Mahatma Gandhi hasta Aleister Crowley, pasando por H.P. Lovecraft, Rudolf von Sebbottendorff,  Vasili Kandinski, Heinrich Himmler, William Butler Yeats, Jorge Luis Borges y hasta Albert Einstein), así como entre las legiones de integrantes de esa nebulosa alucinada y etérea de lo que se conoce como Nueva Era, nunca tuvo el respeto de muchos de los demás titanes del misticismo que compartieron su época. Es el caso de René Guénon, el filósofo 
y matemático francés que sabía tanto o tal vez más que ella sobre la mística y la religión de la India y que expuso sus opiniones acerca de Madame Blavatsky en algunos libros. Sobre todo en uno con un título bastante descriptivo: El Teosofismo, historia de una seudoreligión. He aquí algunos fragmentos de este último libro, en los que describe cómo Solovioff, un escritor e hijo de un historiador ruso con influencia en la corte de los zares, que fue discípulo de esta mujer tan peculiar, fue desengañándose progresivamente a pesar de haber creído en un primer momento en sus poderes maravillosos:

* "...Tras su regreso a Europa, Madame Blavatsky se instaló en primer lugar en Wurtzburg, Alemania, donde sucedieron cosas que interesa reseñar. Había invitado a Solovioff a fin de que estuviera un tiempo a su lado, prometiéndole enseñarle todo y hacerle ver tantos fenomenos como quisiera. Pero Solovioff desconfiaba de sus poderes extraordinarios y cada vez que Madame Blavatsky pretendía provocar algún 'fenómeno' él la sorprendía en flagrante delito de fraude..."

*"...En otra oportunidad, una involutaria torpeza de Madame Blavatsky reveló a Solovioff el secreto de la 'Campanilla Astral': 'Cierto día en que se hacía oír su famosa campanilla de plata, un objeto cayó repentinamente cerca de ella en el parqué. Me apresuré a recogerlo. Era una pieza pequeña de plata, trabajada y modelada con delicadeza. De inmediato Elena Petrovna cambió la expresión de su cara y me arrebató el objeto de entre las manos' (...) En otra ocasión Solovioff encontró en un armario un paquete de sobres chinos exactamente iguales a aquéllos en los que llegaban habitualmente las presuntas cartas de sus 'Maestros'..."

* "...Llegó un momento en que Solovioff concluyó por declarar a Madame Blavatsky que ya era tiempo de terminar con toda esa comedia porque, desde mucho tiempo atrás, él éstaba ya convencido de la falsedad de sus fenómenos (...) Tras halagarla, ella cayó en su trampa y le confió: 'No es por nada que usted y yo nos hayamos encontrado (...) El coronel Olcott es útil en su puesto, pero en general actúa como un verdadero asno. Cuántas veces me ha dejado en el atolladero, cuántas preocupaciones me ha causado con su estupidez incurable' (...) Ella le propuso: 'Prepare el terreno a fin de que yo pueda trabajar en Rusia. Creía que nunca podría regresar, pero ahora sí será posible. Algunas personas hacen lo que pueden allí pero usted puede más que todas ellas juntas. Escriba más y más, alabe usted a la Sociedad Teosófica, excite su interés e invente las cartas rusas de Koot Homi. Yo le proporcionaré todos los materiales para ello.' (...) Lejos de aceptar, se despidió de ella dos o tres días después y salió para París, prometiéndose no intentar nada en su favor..."

*"...el doctor Charles Richet escribía a Solovioff (...) 'lo que había supuesto desde un principio. A saber: que ella era sin duda una embaucadora, muy inteligente en verdad, pero de dudosa buena fe (...) ya no es posible duda alguna. Esta historia me parece muy simple. Era hábil, diestra, hacía prestidigitaciones ingeniosas y en un primer momento nos desconcertó a todos (...) A decir verdad, nunca creí en serio en su poder porque, en asuntos de experiencias, ella jamás me presentó una demostración, una comprobación que yo pudiera admitir...'"

Y este fragmento, que me parece especialmente rotundo, y aplicable a la vida en general, más allá de las aventuras de Blavatsky:

* "Madame Blavatsky había dicho a Solovioff: '¿Creería usted que tanto antes como después de fundar la Sociedad Teosófica jamás encontré más de dos o tres hombres capaces de observar, de ver y notar lo que sucedía a su alrededor? Simplemente, es asombroso. Por lo menos nueve personas de cada diez carecen por completo de la capacidad de observación y de poder acordarse con exactitud de lo que les sucedió horas antes. ¡Cuántas veces ha sucedido que, bajo mi supervisión y dirección, los procesos verbales referidos a fenómenos concretos  fueron escritos de nuevo! Las personas más inocentes y las más conscientes, los escépticos, hasta los que sospechan de mí..., han firmado con su nombre completo como testigos....'"

René Guenon también reveló el origen de muchos de los conocimientos que Madame Blavatsky decía recibir de los "Maestros" u obtener ella misma en planos más sutiles. En su opinión, los consiguió de un modo natural gracias a sus viajes y sus lecturas especializadas en una época en la que la gente en general no tenía acceso fácil a estos textos y a este tipo de desplazamientos a lugares exóticos, y tampoco existía Internet para hacer búsquedas de temas concretos y poder así aparentar ser un experto sobre cualquier materia en sólo cinco minutos. Entre otros "clásicos", leyó a Jacob Böhme y Eliphas Lévi, a Paracelso y Agripa (cuyas obras son por cierto en parte accesibles hoy gracias a la Red pero no se puede decir que ni aún así hayan llegado a ser best sellers, debido a la complejidad de su contenido). Se dice sarcásticamente que un autor plagia a otro cuando copia descaradamente sus textos pero que se documenta cuando copia los textos de varios autores al mismo tiempo. Pues bien, ella se documentó de manera excepcional. Sus libros, en general muy densos y pesados de leer (incluso aquéllos que contienen algunos fragmentos interesantes, debidos a la sabiduría de los autores originales, como son Isis sin Velo y La Doctrina Secreta), ofrecen una dificultad adicional y es el cambio súbito de estilos de un capítulo a otro, a veces de unos párrafos a otros..., según los incorporaba de las obras de donde los obtenía. Ciertamente, le faltó contar con un buen corrector de estilo. 

El crítico William Emmett Coleman llegó a publicar un artículo sobre la fuente concreta de sus escritos, contabilizando párrafo por párrafo. En Isis sin Velo descubrió unos ¡¡¡2.000 párrafos originales de 100 libros!!! directamente copiados y sin hacer referencia alguna a los mismos. Digamos que se limitó a aplicar la técnica del "corta y pega" como la conocemos hoy día. En La Doctrina Secreta, Coleman constató que también proliferaban los plagios, aunque el texto se basaba sobre todo en dos obras: World Life del profesor Winchell y la traducción realizada por Wilson del Vishnu Purana hindú. En El Glosario Teosófico, un diccionario de ideas y conceptos teosóficos y ocultistas, encontró una mayoría de definiciones extraídas palabra por palabra de otros textos como el Hindu Classical Dictionary de Dowson, el Handbook of Chinese Buddhism de Eitel y la Masonic Cyclopaedia de Mackenzie. Y así todos... En palabras de Coleman: "no existe un solo dogma o principio de la Teosofía (...) que no pueda ser señalada en la literatura mundial. De principio a fin, sus obras están basadas en un doble plagio: el de las ideas y el del lenguaje".

 No sé Mac Namara pero yo sí me imagino perfectamente a Susan Sarandon en el papel de la famosa Madame en una película que se titulara, por ejemplo, Blavatsky sin velo.









 

viernes, 17 de mayo de 2013

El espionaje nuestro de cada día

La confirmación oficial de que el gobierno del Premio Nobel de la Paz Barack Obama espiaba impunemente a un centenar de periodistas de una de las principales agencias de información del mundo, Associated Press (AP), ha levantado una ola de protestas tan exageradas como hipócritas. La asociación de periódicos norteamericanos Newspaper Association of America aseguraba que semejante actuación "estremece la conciencia estadounidense y viola la imprescindible libertad de prensa, protegida por la Constitución" mientras que el sindicato The News Media Guild la calificaba de "espantosa" y "atentado directo contra los periodistas". Otras organizaciones de periodistas como Reporteros sin Fronteras la describían como "infracción gravísima". Pues..., sí, tal parece: si ya es cuestionable el espionaje a otros, el espionaje a los propios resulta lamentable pero ¿a quién pretendemos engañar? ¿Acaso a alguien le ha sorprendido de verdad lo que ha pasado?  Como si a estas alturas no supiéramos ya todos que el servicio secreto de los Estados Unidos (y el de Rusia, y el del Reino Unido, y el de Israel, y el de China, y el de...) mete sus narices donde le da la gana y cuando le da la gana, tenga o no cobertura legal para ello, sea su objetivo nacional o extranjero. En primer lugar, sus servicios secretos sirven para eso: obtener información de todos a través de cualquier medio, aunque sea turbio. En segundo lugar, llevan años explotando la Excusa, así con mayúsculas, de la lucha-contra-el-terrorismo-omnipresente

Los periodistas norteamericanos se rasgan las vestiduras, pero están en el mismo país donde se publican sin rubor alguno noticias como por ejemplo que la Oficina Federal de Investigación, el FBI, ha solicitado hace bien poco al gobierno de Washington 41 millones de dólares adicionales para ejercer con eficacia su labor de Gran Hermano controlando conversaciones en línea de los norteamericanos en tiempo real..., y no ha pasado nada. El año pasado el FBI ya solicitó una normativa legislativa específica que obligue a los proveedores de Internet a instalar "puertas traseras" en sus plataformas: es decir, accesos al alcance de los servicios secretos para que éstos puedan husmear sin restricción alguna entre las comunicaciones de sus usuarios, por supuesto sin que éstos se percaten de ello. Y para 2013, una de las prioridades formales 
establecidas por esta agencia pasa por la vigilancia en tiempo real de servicios tan utilizados por los internautas como Gmail, Google Voice, Dropbox y similares..., ¡¡¡y hasta los chats de los juegos en línea!!! Todo es poco según Andrew Weissmann, jefe del Departamento Jurídico del FBI, para quien éstos y otros canales "se emplean para conversaciones criminales". Ojo a todos los jugadores que luchen a muerte con espadas contra los orcos o que dirijan una campaña de la Marina de su majestad contra los piratas del Caribe a ver si, alarmado por las violentas conversaciones que puedan seguir en el desarrollo de sus aventuras, se les va a presentar algún agente en su casa para desarmarles...   

Recordamos que la legislación vigente en los Estados Unidos, gracias a esa obsesión por ver amenazas terroristas hasta en los yogures caducados (amenazas que luego a la hora de la verdad nunca son detectadas a tiempo, como podemos ver en la historia reciente de atentados en territorio norteamericano), permite ya a sus servicios secretos obtener copias de correos electrónicos sin orden judicial o aplicar la mencionada norma de las "puertas traseras", todo desde el punto de vista legal. Ojo, no se trata sólo del FBI: hay decenas de agencias gubernamentales y militares funcionando, sólo en territorio yankee. Y la lista incluye tanto a la "tradicional" CIA como a la más 
opaca y peligrosa de todas, la National Security Agency o NSA, que nunca aparece en este tipo de informes pero según cuentan los expertos es la más eficiente con diferencia. A lo largo de 2012, estas agencias enviaron cerca de 14.000 solicitudes sólo a Google para obtener información acerca de más de 31.000 usuarios del archifamoso buscador, sin orden judicial en la mayoría de los casos. Y hay que recordar que en febrero de 2013 la Corte Suprema de los Estados Unidos denegó considerar siquiera el pleito que presentó Amnistía Internacional junto con un grupo de activistas en contra de la FISA o Acta de Vigilancia de Inteligencia Extranjera que autoriza a la NSA a monitorizar cualquier comunicación personal de cualquier ciudadano que contacte con cualquiera otro que viva en cualquier país del mundo. Todo ello, en Estados Unidos, que se considera una de las naciones más democráticas y libres que existen hoy día. Si ésa es la situación allí, podemos empezar a imaginárnosla en el resto del planeta...

Y vayamos un paso más allá: hoy ya no hace falta trabajar en lo que antes se llamaba un servicio de información para enterarse de todo tipo de secretos ajenos. Con los actuales avances informáticos, cualquiera puede dedicarse (de hecho lo hace: cada vez hay mayor número de hackers paseándose por el ciberespacio) a reventar "cajas fuertes" de información. Y más, si cuenta con el apoyo de grandes empresas (apoyo consentido o al menos utilización de sus recursos). Hace unos días, por ejemplo, conocimos también que los periodistas de Bloomberg News, agencia especializada en información financiera, se dedicaban a espiar ¡¡¡a sus propios clientes y con los propios terminales de datos de la compañía!!! para obtener noticias sobre ellos. Entidades 
financieras, empresariales e instituciones de todo el mundo sufrieron el asalto de estos peculiares periodistas que además y según The New York Times habían recibido en su medio la formación específica para poder ver los datos de contacto de los clientes. Como suele suceder en estos casos, la direcciónd e la empresa ha pedido disculpas por lo ocurrido y ha prometido que "ha tomado medidas y se ha cambiado la política de la compañía para corregir" los excesos. Que es como decir: "no os preocupéis, que seguiremos haciendo lo mismo pero no volveréis a pillarnos en otra porque reforzaremos la seguridad a fin de que no haya más filtraciones y alguien vuelva a ponernos colorados".

El último informe anual de amenazas en Internet recopilado por la Global Intelligence Network y analizado por Symantec, la empresa propietaria del conocido antivirus Norton, que fue publicado a mediados del pasado mes de abril ya advertía de que el ciberespionaje sobre objetivos específicos ha aumentado ¡¡¡el 42 por ciento!!! sólo durante 2012. El documento también señala que en el 31 por ciento de los casos analizados, los cibercriminales lograron violar la seguridad de importantes instituciones a través de pequeñas empresas (las que tienen menos de 250 trabajadores y resultan más vulnerables) a las que previamente robaron sus datos y su identidad. Ya no se trata sólo del spam o correo basura (por cierto, España es ahora mismo el sexto país del mundo con mayor tráfico de este tipo de correos, como bien 
sufre cualquiera que utilice este hoy día imprescindible medio instantáneo de comunicación): existe un creciente abanico de actividades ilegales para apoderarse de información rentable, desde el phising (o pesca cibernética de incautos a los que se engaña para adquirir informaciones confidenciales simulando ser lo que uno no es) hasta el malware (o códigos malignos -casi me gusta más la expresión códigos maliciosos, que suena a telenovela- que se introducen sin consentimiento en los ordenadores ajenos) pasando por el ransomware (o malware especialmente agresivo que bloquea los equipos informáticos sin previo aviso y exige una recompensa a sus usuarios para "liberarlos" de este peculiar tipo de secuestro). Muy gráfica es la comparación de cifras: en diciembre de 2011 existían unas 500 variantes de virus en el océano informático, mientras que un año después había ¡¡¡4.500!!!



Este viernes, precisamente, se conmemora de manera oficial el día de Internet y después de conocer todo lo anterior (y muchas otras noticias relacionadas al alcance de cualquiera que examine con cierta atención la actualidad) casi da risa leer las recomendaciones de la Agencia Española de Protección de Datos y demás autoridades encargadas de velar por la seguridad en las redes, insistiendo en medidas de autoprotección como la desactivación de la casilla de geolocalización de los dispositivos móviles o la construcción de ingeniosas y elaboradas contraseñas para acceder a nuestros documentos. A fin de rematar la cuestión, la ONG Proyecto Hombre, especializada en el tratamiento de toxicomanías, facilitaba a primeros de este mes un dato tan interesante como negativo y es el desarrollo galopante de una nueva adicción basada en el abuso de nuevas tecnologías, especialmente las actividades online, incluyendo el comportamiento patológico en las apuestas, el consumo desmedido y alienante de pornografía o la incapacidad de abandonar las redes sociales siquiera por períodos cortos de tiempo, entre otros riesgos. O sea, que no sólo facilitamos alegremente nuestros datos, sino que nosotros mismos abusamos de ellos.



Claro que lo más descacharrante es que con este panorama se nos siga 
vendiendo la idea de que debemos volcar cuantas más actividades mejor en Internet. Hay que subir los datos, nuestros y de nuestros conocidos, a la nube; hay que votar electrónicamente; hay que usar Facebook, Twitter, Skype y todo tipo de programas accesibles en Internet; hay que utilizar en la medida de lo posible sólo aplicaciones compartidas...  Porque si no lo hacemos nos dirán que estamos "atrasados" e incluso que "no protegemos a la Naturaleza" porque preferimos las facturas y documentos en papel en lugar de las cibernéticas, entre otras peregrinas razones... Un viejo refrán dice que cuanto más alto subas, desde más alto caerás. Deben doler mucho los huesos cuando uno se cae desde una nube.