Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Feliz Sol Nuevo

Los solsticios son mis dos momentos preferidos del año natural. El primer solsticio, el de verano, por razones evidentes, ya que mi última (de momento) reencarnación en este planeta se produjo precisamente entonces: en la noche de San Juan (en realidad empezó esa noche y duró hasta la siguiente, porque el mío fue un parto largo y complicado, como corresponde a cualquier divinidad que se tome la molestia de vestirse de carne, sangre y huesos para manifestarse en este grosero mundo de la materia). El segundo solsticio, el de invierno, por razones también evidentes, ya que los hijos del Sol celebramos como propia la reencarnación anual del "jefe", que por estas fechas de diciembre se desprende de su capa gastada y deteriorada para sustituirla por una nueva, brillante y más luminosa que la anterior. En su honor, todos los años encendemos por esta época una gran vela roja para ayudarle a seguir iluminando el mundo, justo en el momento en el que se queda desnudo en el cambio de capas.

Resulta, pues, obvio, que disfruto enormemente estos días en los que aprovecho el cierre por vacaciones de la Universidad de Dios para retirarme a mi hogar en el Walhalla y reencontrarme con mi familia divina. Ya tenía ganas de volver a verlos, porque éste de 2011 ha sido un año verdaderamente "movido" (aunque siendo justos hay que reconocer que han sucedido más cosas buenas que malas..., pero en el fondo ¿qué es el bien y que es el mal?) y necesito descansar. La verdad es que sería incapaz de pasar estas fiestas en la Tierra, rodeado de una desorientada y entontecida masa de homo sapiens más perdidos que un dalit en la Quinta Avenida de Nueva York, porque no tienen ni idea de lo que se celebra de verdad. Por eso, la mayoría opta por una de estas dos posiciones: o bien desprecian y calumnian amargamente el espíritu de estos días o bien se dejan llevar por las supersticiones religiosas tan elaboradas a lo largo de los siglos gracias a la oratoria y/o mala fe de sus pastores y, en los últimos decenios, las invenciones de Hollywood.

Al final, y con la excepción de dos villancicos entonados con estilo de karaoke de fin de semana, todo queda reducido a comer al estilo de la bacanal romana (con vomitonas y exceso de peso incluidos) y a consumir por consumir (siguiendo las directrices de los oscuros sacerdotes de Mammón y Moloch). Así el homo sapiens se enfanga cada vez más en el lodo materialista, haciendo honor a esa frase que tan bien le define de "polvo eres y en polvo te convertirás".

Luego hay discusiones divertidas, porque resulta divertido contemplar a un ignorante discutiendo con otro ignorante, mientras ambos adoptan el mismo gesto adusto del que se supone que es una autoridad y además exige a los demás que le reconozcan como tal. Por ejemplo, en los últimos años se ha puesto muy de moda el debate Papa Nöel vs Reyes Magos (un debate, por cierto, alimentado única y exclusivamente para que al final todo el mundo compre regalos tanto en una fecha como en la otra). Hay quien defiende más a uno y quien defiende más a los otros, pero los argumentos son tan absolutamente ridículos y peregrinos como el siguiente, tan repetido incluso por los medios de comunicación en sus informativos (porque no hay noticias suficientes para rellenar la media hora y sin embargo hay que rellenarla, así que se multiplican los "reportajes" sobre tradiciones y usos populares): "los Reyes Magos son más nuestros, más españoles y de nuestra tradición, mientras que Papa Nöel es un invento de Coca-Cola que hemos importado de Estados Unidos". Y lo mismo sucede con el árbol de Navidad, que se interpreta como una tradición ajena por completo al alma hispana.



Pues lamento destrozar las creencias de más de uno, pero si alguno de esos personajes es más europeo y más español es precisamente Papa Nöel, o el Viejo Pascuero como se le conoce en Hispanoamérica, pero hay que saber su historia real para entenderla, no la engañifa con la que, como en tantas otras ocasiones, nos ha ocultado (y nos sigue ocultando) la realidad el Judeocristianismo Vaticanista rampante que esclaviza Occidente desde que el astuto Constantino lo convirtiera en religión de Estado en el imperio romano casi en su lecho de muerte allá por el 337 después de Cristo. El mismo Constantino que, siguiendo los consejos de ciertos personajillos muy bien instalados en su corte en una posición de preeminencia,
decidió adoptar (aduciendo una especie de "revelación divina" a medio camino con lo onírico) como estandarte militar imperial un lábaro con el llamado crismón. Y éste es un signo en absoluto original, puesto que en realidad se trata de una runa Hagal convenientemente deformada y por tanto desactivada en su significado profundo. Es así como nos han llegado tantos y tantos hechos de interés a lo largo de la Historia: solapados, mutilados, alterados..., o directamente aniquilados por las intenciones ocultas camufladas entre los siglos. 

Según el fantasioso cuento urdido por los expertos propagandistas de Roma/Vaticano la figura de Papa Nöel se inspira en un obispo cristiano de origen griego, muy venerado durante la Edad Media, que vivió en el siglo VI d.C. en Anatolia (hoy Turquía) y que se llamaba Nicolás. De ahí que el nombre del personaje en el norte de Europa sea San Nicolás o Nicklaus o Klaus o Santa Klaus. El tal Nicolás, como llegó a santo de lo bueno que era, alcanzó el extravagante honor de que sus restos no recibieran un descanso tranquilo sino que fueran metidos en una urna y conducidos a una basílica bautizada con su nombre y construida en su honor en Bari (Italia). Muchas maravillas se cuentan acerca de su existencia. Por ejemplo, que sus padres de familia acomodada murieron por culpa de la peste mientras ayudaban a los enfermos de su ciudad y que él, conmovido por tanta desgracia, repartió sus bienes entre los afectados y luego se ordenó sacerdote. O que tenía una relación muy especial con los niños, hasta el punto de que fue capaz de prácticamente resucitar a unos pequeños acuchillados por un delincuente sólo arrodillándose para rezar por ellos. Su afán por ayudar a los más pobres le hacía repartir regalos por todas partes, aunque la historieta que lo encumbra definitivamente como distribuidor de juguetes es aquélla en la que echa una mano a un padre de tres hijas que no podía casarlas porque no tenía dinero para sus dotes: al enterarse de ello, aprovechó la noche para meterse en casa de esta familia y colocó una bolsa de monedas de oro en los calcetines de cada una de las jóvenes que justo en ese momento colgaban sobre la chimenea para secarse.

Con semejantes explicaciones, se "cristianizó" (es decir, se ocultó) el verdadero origen de Papa Nöel (Papá Navidad, en francés), que quedó asociado a un simpático y barbudo viejecito clerical que traía regalos a los más pequeños y así fue trasladada su imagen hacia Estados Unidos por los inmigrantes nórdicos que aún así guardaban en lo más profundo de su inconsciente el recuerdo de quién era en realidad el personaje, al reproducirlo vestido de verde. De verde como los bosques en los que se manifestaba el original... Más tarde, durante el siglo XX, Coca Cola se apropió de su imagen, la banalizó aún más y le devolvió (sí, le devolvió, no se inventó el tono) el color rojo original del personaje porque coincidía con la marca de fábrica de la zarzaparrilla con cocaína y otros condimentos. Y así ha llegado completamente deformado hasta nosotros. Pero, ¿quién es entonces Papa Nöel?
Pues lo cierto es que no es otro que Wotan, Woden, Odín, el Gran Dios Gris, el Señor Tuerto, el Padre de los Dioses, el Caudillo de los Berserkrs, el Gran Sabio, el Guía de las Walkyrias, el Rey de Walhalla, el Que dice Siempre la Verdad, el Dios de la Magia..., la divinidad que como Prometeo se apiadó de los humanos y a ellos les cedió el inmenso regalo de sabiduría escondido en las Runas (que tanto sacrificio le costó adquirir al colgar boca abajo desde Yggdrassil, el Fresno Cósmico que sostiene y desde el cual se accede a los Nueve Mundos, durante nueve noches sobre el espanto del Abismo Primordial). Wotan se manifiesta en el cielo cabalgando sobre Sleipnirr, su mágico caballo de color rojo y ocho patas (que hoy se ha transformado en el tontorrón reno Rudolf), y al frente de su Horda Salvaje que incluye a menudo a su hijo Thor montado en su carro volador tirado por los machos cabríos Tanngrisnir y Tanngnjöstr (hoy convertido en el resto de los renos y en el trineo de "Santa"). Los miembros de su Horda (walkyrias, guerreros muertos en batalla, otros dioses...) han sido reducidos en la actualidad al papel de ridículos duendecillos dedicados a empaquetar regalitos... Wotan, como deidad solar que es, se manifiesta entre otros momentos concretos precisamente en el solsticio invernal en el que el espíritu del astro rey se renueva materialmente. Y en contra de la opinión generalizada (y falta de datos) no es un dios exclusivamente del norte. Tenemos constancia de antiguos documentos peninsulares en los que aparece incluso con el españolizado nombre de Güoden. Y un recuerdo particular, también muy matizado (y "cristianizado") de la Horda Salvaje es la tradición gallega de la Santa Compaña...

 En cuanto al árbol de Navidad, la leyenda judeocristiana nos ofrece dos opciones. Para los católicos, tenemos el cuento de San Bonifacio, que taló el árbol que los antiguos germanos empleaban para simbolizar a Yggdrassil y en su lugar plantó un pino (textual) que adornó con manzanas (como símbolo del pecado original y de las tentaciones) y velas (como representación de la luz de Jesús y su Iglesia alumbrando el mundo). Para los protestantes, tenemos la historieta de Lutero que, meditando en estas fechas al aire libre, contempló las estrellas brillando a través de un abeto y se inspiró en esta imagen para "inventarse" la tradición. En realidad, ni Bonifacio ni Lutero: el bosque en general y el árbol en particular formaban parte del culto de nuestros antepasados desde tiempos inmemoriales (desde luego, desde mucho antes de la invención del Judeocristianismo) y de hecho sus ceremonias religiosas no se efectuaban en templos construidos por su mano sino en lo profundo de los bosques, en presencia de los dioses. Y en todo caso, aquí tenemos el recuerdo del mismo Yggdrassil, que por lo demás es un eco relativamente moderno de rituales mucho más antiguos. Lo cierto es que la gente empezó a utilizar árboles en sus casas a medida que dio la espalda a la Naturaleza encerrándose en ciudades cada vez más artificiales y como una forma de recordar, aun inconscientemente, cuando la comunidad se unía en las antiguas ceremonias. 

Frente a esto, tenemos la tradición de los reyes magos y del belén o pesebre que se remonta según la tradición al siglo XIII, cuando San Francisco de Asís monta la primera representación de lo que se supone fue el nacimiento de Jesús (una historia, como sabemos, extraída casi punto por punto del nacimiento de Mitra). En España, los belenes con sus reyes incluidos no empezaron a popularizarse hasta el siglo XVIII, cuando el rey Carlos de Nápoles pasó a serlo también de la península e importó la moda de Italia, donde ya se había convertido en algo común. Ergo, resulta que la tradición de Wotan/Papa Nöel y el árbol navideño son netamente más españolas que los belenes con reyes magos incluidos...

Dicho lo cual, me marcho al Walhalla, que ya tengo a Thor esperándome en la puerta. Me subiré con él a través de Bifrost y disfrutaré de los próximos días en mi Walhalla natal. Volveré al blog el año que viene. ¡Feliz Sol Nuevo a todos! 


 

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Los últimos

- Ya está ahí, Mol... -Inc trataba de mantener la entereza pero su advertencia sonó entrecortada, en un tono excesivamente bajo.

- ¡Valor! Hicimos..., lo que pudimos... No pueden..., exigirnos más.  -contestó su compañero, con torpeza.

Ambos observaron espantados la gigantesca tenaza con la que habían destruido sus precarias posiciones durante los últimos días. Era un arma terrible, que arrasaba cuanto tocaba con una facilidad letal y que dejaba tras de sí un rastro de sangre y otros humores. Todos los compañeros que habían sido atrapados por ella desaparecieron de su vista en cuestión de segundos, como si hubieran sido abducidos y desde luego no precisamente para ser llevados a un mundo mejor... La inteligencia extraña que la manejaba había demostrado poseer gran maestría en su uso y se aplicaba a la tarea con un afán obsesivo. 

Ellos eran los últimos de un equipo inicialmente compuesto por más de treinta efectivos. Durante años habían trabajado a la perfección, muy bien coordinados y aguantando la posición, sin ceder ante las enfermedades y los golpes del destino. Pero al final caían por lo mismo por lo que se destruye todo en el mundo basto de la materia: la edad, que los había envejecido y debilitado hasta convertirlos en pálidos y descarnados reflejos del pequeño ejército blanco que un día habían constituido el sonriente orgullo del lugar. Ahora, un contingente de invasores, artificiales y sin alma, les sustituirían.

Inc intentó resguardarse en la oscuridad de la cavidad, soñando con eludir el arma, pero no podía moverse de su sitio. Además, se sentía mareado: el anestésico que habían empleado para reducir su resistencia hacía su efecto poco a poco.

- Mol... -se sentía cada vez más débil- Mol, sólo quería decirte..., que ha sido un honor para mí..., haber podido..., haber podido...

No podía pensar con claridad, y aún menos expresarse. De todas formas, poco importaba porque Mol, silencioso, ya no podía escucharle. No sabía si había sido atrapado por la colosal tenaza o quizá el pánico le había enloquecido privándole de cualquier sentido racional.

Aquello era el fin. Mientras se hundía en la inconsciencia, pensaba: ¿así de fácil acaba todo?


...


El odontólogo arrancó los últimos dos dientes, molar e incisivo, que quedaban en la boca de don Julián. En esta ocasión salieron con sorprendente facilidad: las encías, agotadas tras las extracciones de los últimos días, habían decidido rendirse sin más problemas.

- Bueno, esto ya casi está. Ahora, en cuanto sane un poquito la boca, comenzamos a poner los implantes -comentó con confianza profesional.


lunes, 19 de diciembre de 2011

Empantallados

Una encuesta reciente demuestra que España es nada menos que el quinto país del mundo en "penetración de telefonía móvil". No se trata de una nueva modalidad de perversión sexual (o quizá sí) sino del consumo de teléfonos esclavizantes: de ésos que permiten tenernos localizados a todas horas del día en cualquier parte y que gracias a la permanente señal que emiten (anulable sólo si le retiramos la batería..., y eso de momento) incluso sirven como blanco si alguien decide lanzarnos un misil teledirigido. Según los datos de este sondeo facilitado por un analista llamado Tomi Ahonen y que por lo visto sabe mucho de todo esto, sólo en Singapur, Hong Kong, Suecia y Australia, por este orden, se compran más celulares en menos tiempo. Según sus datos, en España existen ahora mismo 58 millones de líneas telefónicas por los casi 45 millones de habitantes registrados en el censo. 

Otro dato importante de la encuesta es el impacto de los smartphones, los llamados "teléfonos inteligentes" porque permiten instalar diversos programas, unos útiles y otros no, que los convierten en una especie de espectaculares miniordenadores desde los cuales gestionar desde un calendario de proyectos laborales hasta la compra de unas entradas para un espectáculo pasando por la toma de fotografías o videos de calidad, entre muchas otras actividades. Lo más gracioso es que estos artilugios sirven para casi cualquier cosa..., menos para hablar bien por teléfono (es el caso del iPhone, muy bonito, muy tecnológico, muy todo lo que tú quieras, pero que a la hora de comunicarse de oreja a oreja es bastante deficiente, teniendo en cuenta la potencia comercial de su marca). Parece ser que los smartphones representan ya un porcentaje del 35 por ciento del parque español de telefonía móvil, así que tocamos a más de cuatro aparatejos de éstos por cada diez personas..., y subiendo. Más que en Finlandia, la patria de Nokia, o que en países más desarrollados económicamente como Alemania o Francia. 

Es curioso cómo, a pesar de la crisis, la gente no tiene nunca problemas para lucir un teléfono de este tipo..., y vacilar a los amigos, porque un smartphone sirve de poco a la mayoría de sus usuarios si no se puede vacilar con él. Conocí hace años a un auténtico indocumentado, un presunto profesional radiofónico, que en realidad era un analfabeto funcional (de los que saben leer formalmente, pero luego no se enteran de lo que han leído) y cuyo mayor mérito en la vida fue casarse con una mujer que tenía mucho dinero. Entre otros regalitos, la buena señora le obsequió un día con uno de los primeros smartphones que empezaron a usarse por aquí y era digno de ver cómo el hombre se pavoneaba con su teléfono comentando la cantidad de cosas que se podía hacer con él..., aunque no hacía ninguna de ellas, porque ni sabía hacerlas ni lo necesitaba: se limitaba a utilizarlo como un teléfono normal.

Con los smartphones pasa como con la tecnología en general. El escaparate está lleno de juguetitos de colores (portátiles ultrafinos, reproductores de mp3, iPads, etc.) con los cuales nos sentimos como viajeros del futuro y además reforzamos esa falsa idea de poder y dominio sobre la Naturaleza que nos embarga por el mero hecho de dejarnos hipnotizar permanentemente por una pantalla. El otro día pensaba precisamente cuánto tiempo estamos al día delante de una de ellas y me eché a temblar: la mayoría de los trabajos, hoy, son de carácter sedentario y obligan a permanecer mucho tiempo interactuando con un ordenador. Pero pantallas tenemos en los teléfonos, en las paradas de autobuses, en la televisión (en la que perdemos tantas horas diarias), en la red, en los videojuegos, en el cine (si es que somos de los "anticuados" que no piratean las películas y se las bajan de Internet para ver las películas en otra pantalla personal)...

Estamos cada vez más absorbidos por el mundo virtual, falso, de lo tecnológico. Y ello, entre otras cosas, ha servido para desarrollar una serie de dolencias específicas que nuestros antepasados por supuesto jamás conocieron y que hoy por hoy tienen sus nombres, sus diagnósticos y sus tratamientos. Podríamos agrupar las tecnoenfermedades en tres tipos:

* La tecnoadicción. La más conocida es el síndrome de adicción a Internet. Está descrito oficialmente desde 2008, cuando un psiquiatra llamado Jerald Block solicitó que fuera incluido en el manual de diagnósticos y estadísticas de los trastornos mentales. Básicamente, se trata de una adicción más, que actúa como en el caso de las drogas, el alcohol o el juego: aquéllos que lo experimentan, tienen necesidad de estar permanentemente on line y, si no pueden por la razón que sea, sufren angustia, enfado y ansiedad entre otras dolencias. En algunos casos pueden dejar de comer y hasta de dormir. Un paso más allá, o un caso particular, de este tipo de enganche lo representa la obsesión con las redes sociales. En especial con el famoso Twitter, que por su propia concepción supone una auténtica locura desequilibrante para el cerebro y lleva a muchos de sus usuarios a estar pendientes a todas horas de los últimos 140 caracteres escritos por sus contactos. Los japoneses tinen un nombre para la adicción a la tecnología y es Hikikomori que significa literalmente "apartarse, recluirse" y que hace referencia al aislamiento social agudo que, sólo en este país, padece un millón de personas. Son gente que pierden el sentido de la realidad por completo al recluirse en su habitación pegados al ordenador y comiendo comida basura (que encargan vía Internet, por supuetso) sin interés alguno por el resto del mundo. El gobierno nipón ha llegado a crear un tipo de centros sanitarios especiales para la rehabilitación de estas personas.

* Las tecnodolencias físicas. La más conocida es el síndrome visual del ordenador o quizá deberíamos decir de la pantalla del ordenador porque la Asociación Americana de Oftalmología demostró que mientras se observa la susodicha pantalla (y aquí vuelvo a la reflexión que hacía unos pocos párrafos más arriba) se parpadea tres veces menos de lo normal, lo que incrementa la irritación ocular y acaba desembocando en visión doble, dificultad para enfocar, fotofobia, cefaleas y otros problemas. Otro muy popular es el síndrome del ratón. Utilizar mucho este periférico lleva a la mano a adoptar una posición de hiperextensión forzada que afecta sobre todo al nervio mediano. Con el tiempo aparece un hormigueo que acaba convirtiéndose en dolor y que incluye una progresiva pérdida de fuerza en la mano. Se supone que el uso de alfombrillas con soporte para la muñeca evitan este problema, aunque pienso que tal vez un buen pulso al estilo pirata (con cuchillos a ambos lados de la mesa para que el que pierda se lo clave) ayudaría también a fortalecerla. Bromas aparte, un tipo de tendinitis asociado con la tecnología es la Wiiitis, palabreja acuñada por un médico español llamado Julio Bonis en 2007. La utilizó en el New England Journal of Medicine para referirse a los problemas de los usuarios de la Wii que emplean el mando como raqueta virtual o palo de golf virtual o tantos otros deportes virtuales en apariencia tan divertidos y tan simpáticos. Bonis denunciaba que, a diferencia de lo que sucede con los deportes reales, la energía empleada por la persona no se disipa al dar los golpes sino que se acumula en la articulación, lo que incrementa el riesgo de sufrir una lesión nada virtual. Por cierto, que también la PlayStation tiene lo suyo, porque un médico suizo, Vincent Piguet, describió en el British Journal of Dermatology una hidradenitis palmar (irritación dolorosa de las manos con aparición de ronchas rojas) generada por el abuso de la consola al mantenerla sujeta con firmeza en esas partidas que duran horas y horas y horas...

* Las tecnoangustias. Las hay de diversos tipos y grados de aflicción. Para empezar, igual que existe la tecnoadicción existe el tecnoestrés, calificado ya con este nombre en 1984 por el psiquiatra Craig Brod que lo definió como "una enfermedad de adaptación causada por la falta de habilidad para tratar con las nuevas tecnologías de manera saludable". Aquí se incluye desde la incomodidad que sienten las personas incapaces de programar un DVD para grabar y que siempre están pidiendo ayuda a amigos y familiares, hasta los ataques de ansiedad y taquicardias que pueden llegar a padecer aquéllas que sienten, literalmente, miedo a las nuevas tecnologías porque no saben relacionarse con ellas...  Un síndrome más extendido de lo que parece es el de la fatiga informativa. La definición del concepto viene de los años 90 y se le ha adjudicado al psicólogo británico David Lewis. Se relaciona con el agotamiento mental y físico, con aparición de otros síntomas como dificultad para concentrarse o dolores de estómago, derivado todo ello del manejo excesivo de información que, en un momento dado, desborda al individuo. En realidad esto nos afecta hoy día a todos en mayor o menor medida: el volumen de datos informativos que recibimos cada jornada es inmenso y la mayoría de ellos son, desde el punto de vista cognitivo, basura que se acumula en nuestro cerebro hasta atorarlo. Los desequilibrios mentales que surgen de estas inundaciones informativas conducen a la aparición de enfermedades mucho más bizarras como el síndrome de "la vibración fantasma" que es el que sufren los usuarios que aseguran sentir cómo vibran sus teléfonos móviles..., aunque se los hayan dejado en casa. Sus neuronas están ya tan afectadas que no sólo imaginan sino que "sienten" esa vibración demostrando una vez más lo sencillo que es engañar al cerebro.

Pero todavía peor que todas estas tecnoenfermedades es el efecto de soledad generado por la tecnología. Por muchos amigos que uno tenga en Facebook, por muy atractivo que sea chatear con alguien a medio planeta de distancia, por muy excitante que parezca tener una relación a través de videopantallas, por muy divertido que sea jugar on line con los colegas..., la tecnología aisla del entorno. Nos encierra en un "huevo mental" sometido a una pantalla (una vez más) donde la realidad es menos real que nunca y donde la sensación de humanidad se va diluyendo progresivamente hasta terminar por convertirnos en un periférico más de esa especie de monstruosa mente colectiva que anida en el mundo virtual y desde el cual extiende sus tentáculos para apoderarse de nuestros sabrosos cerebros.



 





viernes, 16 de diciembre de 2011

El Pueblo de los Matemáticos

Mi tutor en la Universidad de Dios suele decir que si los seres humanos fuéramos capaces de hablar con un lenguaje matemático se acabarían los problemas en el mundo, ya que casi todos los malentendidos nacen del diferente significado que le damos a las mismas palabras (como en el famoso chiste en el que un amigo se encuentra con otro y, cuando le saluda con un amistoso “¿Cómo estás?”, el segundo le responde con un agresivo “¡Pues anda que tú!”) y eso es imposible en el caso de los números porque son siempre los mismos, los use quien los use. Sin embargo, para nadie es un secreto que los números y yo nunca nos hemos llevado demasiado bien. De hecho, es que casi ni nos llevamos: demasiadas reencarnaciones consecutivas dedicándome a las letras y las espadas…

Además, cada vez que pienso en números me acuerdo del relato que en su día nos contó el mulá Nasrudin acerca de su encuentro con el Pueblo de los Matemáticos. Mi profesor de Misticismo y Paradojas es un viajero infatigable que dedica todo su tiempo libre a caminar por el mundo y visitar nuevos países, en un afán desmedido por  tratar de conocer hasta la tribu más recóndita y extraordinaria del planeta. Merced a su afición ha logrado recopilar las más variadas y extravagantes informaciones acerca de la vida y costumbres de los dani kurelu de Melanesia, los wichi del Gran Chaco, los antakarana de Madagascar y otras gentes aún más raras.

En el caso del Pueblo de los Matemáticos, su fama se debía como bien puede deducirse a su habilidad con los números, sin parangón en ningún otro lugar de la Tierra. Allí los niños pequeños aprenden a decir “Dos más dos igual a cuatro” antes que “mamá” o “papá”, la gente se entretiene resolviendo de memoria complicadas ecuaciones y todos y cada uno de los objetos, enseres y recursos con los que cuenta (nunca mejor dicho) la comunidad están perfectamente registrados y catalogados. Cuando Nasrudin llegó a la localidad, por cierto de reducidas dimensiones, su alcalde le dio la bienvenida y le alojó en su propia casa. Luego le invitó a cenar con su familia pero sólo le ofreció vino para beber.

- ¿No tenéis agua? –preguntó el mulá- ¡No querría emborracharme consumiendo exclusivamente vuestro por lo demás excelente vino!

- Se nos ha agotado el cupo de hoy –contestó el alcalde y, ante la mirada interrogadora de su invitado, explicó: - Carecemos de un pozo en el pueblo, así que las familias del pueblo se turnan y todas las mañanas un miembro de una diferente es responsable de suministrar el agua de la jornada para todos. Por lo general, cada familia se encarga de enviar a uno de sus chavales con un burro y garrafas de agua vacías hasta el río que hay a una hora de camino de aquí. Allí, las llena y luego las trae de vuelta. Se reparte equitativamente el agua y cada cual consume su parte hasta el día siguiente. Como se nos dan muy bien los números tenemos perfectamente calculadas la garrafas que precisamos y la cantidad para cada cual.

Cuando Nasrudin se enteró de que el Pueblo de los Matemáticos llevaba toda la vida operando igual, preguntó asombrado si no sería mejor que dispusieran de su propio suministro de agua en lugar de tener que organizar esos pesados viajes diarios. El alcalde le contestó:

- Por supuesto. El agua cuesta dos horas de trabajo diarias para el chaval y el burro, lo que hace 730 horas al año para cada uno o lo que es lo mismo un total de 1.460 teniendo en cuenta a ambos. Si pudiéramos dedicarles a trabajar en el campo durante todo ese tiempo se podría plantar por ejemplo otro campo de calabazas además de los que ya tenemos y cosechar, lo tenemos calculado, 502 calabazas más al año. Se podrían hacer muchas otras cosas. Como se nos dan muy bien los números, hemos especulado con el rendimiento que podríamos obtener en diversos proyectos si pudiéramos disponer de ese esfuerzo extra...

- En ese caso, dejad de desaprovechar semejante fuerza de trabajo y construid un canal desde el río para traer el agua al pueblo.

El alcalde sonrió, complaciente, antes de contestar:


- Eso no es rentable, puesto que como te habrás percatado en tu camino al pueblo hay una colina empinada justo entre el río y nosotros. Si el chaval y el burro se pusieran a construir un canal en lugar de enviarlos a por agua, tardarían aproximadamente 435 años en terminarlo. Se nos dan muy bien los números y lo sabemos a ciencia cierta. ¡Así que es más barato y eficaz mandarlos diariamente al río!

- Pero hombre: os podriais poner de acuerdo todas las familias del pueblo. Teniendo en cuenta que vivís aquí en torno a un centenar de familias, si cada una enviara dos horas diarias a su burro y su hijo, el canal podría terminarse en muchísimos menso años. Y si trabajaran todos diez horas diarias, a lo mejor lo tendriais terminado en un solo año. ¿Por qué no lo organizas, como alcalde que eres?

Sin perder la compostura, el hombre negó con la cabeza y argumentó:

- En el Pueblo de los Matemáticos somos muy precisos y por eso se respeta mucho las reglas de educación. Cada vez que convoco a alguien para hablar de cosas importantes, he de invitarle a casa, ofrecerle té y pastas, hablar con él de su familia, de la mía, de nuestras cosechas, del tiempo, de la marcha del país..., luego la hospitalidad manda que comamos con tranquilidad y, tras descansar un poco, finalmente podemos pasar a hablar de lo que nos interesa. Tardo prácticamente un día entero..., y eso sin garantizar que lleguemos a un acuerdo. Aún en el mejor de los casos, tardaría 100 días en hablar con los cien responsables de las cien familias del pueblo. No tengo recursos para dejar mis actividades y dedicarme a festejar a tantas personas tanto tiempo seguido. Ni para hacerlo con todas a la vez. Como mucho podría invitar a un cabeza de familia por semana. Como el año tiene 52 semanas, tardaría casi 2 años en hablar con todos, en una primera ronda. Aún en el caso de que no hubiera nadie que se opusiera al proyecto, tardaría otros 2 años en volver a entrevistarme con todos para decir que podemos sacar adelante el proyecto.

A estas alturas, el mulá Nasrudin estaba ya más que mareado y sentenció:
- Aún así, el esfuerzo merecería la pena. Cuatro años de negociaciones y un año de trabajo y a partir de entonces se acabarían las estrecheces en el suministro del agua que lleváis padeciendo desde tiempos inmemoriales...

- Sí, pero... -ante la desesperación de mi profesor, el alcalde aún tenía algo más que objetar- Si construimos el canal, cualquiera podrá ir por agua, tanto si contribuyó al trabajo común como si no lo hizo. Imagínate que un listillo eludiera su responsabilidad y al final se beneficiara del esfuerzo ajeno... Peor, imagínate que todo el mundo se dejara tentar para escabullirse calculando cada uno qué cantidad de recursos podría ahorrarse sustrayéndolos al proyecto. Uno diría que su chaval se ha puesto enfermo, otro que su burro se ha roto una pata, otro que el mal tiempo le levanta dolor de cabeza y le hace llegar tarde al trabajo... Como en el fondo somos todos unos listillos, porque se nos dan bien los números, aunque tengamos la buena intención de ponernos a construir el canal la verdad es que lo más probable es que al final ninguno cumpliera su parte. Y como sabemos que los demás no trabajarán lo que deben aunque se comprometan, tampoco lo haremos nosotros..., con lo que al final creo que no se cavaría ni medio metro del canal.

Queriendo cerrar el tema ante la cerrazón del alcalde, Nasrudín llegó a decir:

- Al otro lado de la colina, más allá del río, encontré un pueblo exactamente igual al tuyo. Tenía el mismo problema, pero hace ya veinte años construyeron su canal...

- Sí, lo sé -cortó el alcalde con una sonrisa de triunfo- ¡pero a ellos no se les dan bien los números!   




miércoles, 14 de diciembre de 2011

Las mil y una biblias

Ser más papista que el Papa es una vieja expresión española que se refiere al ansia excesiva de hacer méritos ante el jefe, el líder o el gurú (y también ante una mayoría social), en un afán por identificarse hasta el extremo con sus postulados que puede llevar a aplicarlos en exceso e incluso a interpretarlos erróneamente de tanto insistir en ellos. Suele relacionarse con la conocida como fe del converso: ese fanatismo que se apodera de las gentes que abrazan una creencia o un estandarte cualquiera y, aunque "acaban de llegar al club" como quien dice, se convierten precisamente por su carácter neófito (y en general necesitado de demostrar su fortaleza) en los más ardientes defensores del dogma, aunque éste carezca de lógica. 

Ejemplos de esta actitud dislocada hay muchos. Entre ellos me llamó siempre la atención la fiebre por la Biblia que padece una inmensa mayoría de creyentes americanos y también europeos, siendo así que los propios israelíes son mucho menos crédulos y tienen bastante menos respeto al conjunto de historietas y leyendas que componen el contenido del conocido como “libro más vendido del mundo” y que, en realidad, no es otra cosa que una colección de textos de muy diversa procedencia. Por cierto que muchos de ellos son simples copias (sonrojantes copias, en más de una ocasión) de volúmenes escritos por pueblos ajenos a Israel: principalmente por los que desarrollaron las civilizaciones del Antiguo Egipto y Mesopotamia. Los cuentos relacionados con el Edén, el Diluvio Universal, el Dios Único, la Serpiente de conocimiento, el hombre nacido del barro, los ángeles celestiales y tantos otros ya eran viejos mucho antes de que naciera el primer copista que se dedicó a compilar eso que pomposamente se ha dado en llamar el Antiguo Testamento

Otros relatos, en teoría más realistas, que hablan de gloria y poder, de reyes, sacerdotes y ejércitos, de las batallas de Israel con otros pueblos, se han revelado igual de míticos y por tanto fuera de la existencia verdadera, por mucho que el cine de Hollywood se empeñe en defender su engañosa existencia presentándonos a sus protagonistas con el rostro de actores famosos cuando la inmensa mayoría de los personajes que desfilan por la Biblia son tan de cartón piedra como Maciste o Ursus. Lo más curioso, insisto, es que sean los occidentales que viven a miles de kilómetros de Oriente Medio y no las gentes que lo hacen in situ los que más y mejor se creen estos relatos infantiles y vibran emocionalmente con cada noticia acerca del presunto descubrimiento de algún resto arqueológico que pueda sugerir la certeza de la más mínima anécdota bíblica.

Uno de los libros más interesantes para terminar con la fábula y poner las cosas en su sitio es La Biblia desenterrada. Lo publicaron en 2003 (y pasó prácticamente inadvertido por estos pagos) el arqueólogo y académico israelí Israel Finkelstein, director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv y corresponsable de las excavaciones en Megido (que un sector de los apocalípticos insiste en señalar como futuro escenario del Armagedón, la popularmente morbosa batalla del fin del mundo) y Neil Asher Silbermann, director del centro histórico arqueológico Ename de Bruselas. Finkelstein lleva años trabajando como un verdadero científico: es decir, no se pasa la vida buscando pruebas de lo que dice la Biblia para intentar demostrar la realidad de sus afirmaciones, como tantos diletantes, sino que se limita a desenterrar los restos arqueológicos que encuentra y luego los compara a ver si coinciden o no con el texto sagrado, con independencia de que lo hagan realmente. Su tesis es que la Biblia como tal se puede y se debe considerar un texto importantísimo desde el punto de vista cultural pero en ningún caso una guía fiable desde el punto de vista científico. Parece muy lógico pero lo asombroso es que para millones de personas en todo el mundo, incluso para compañeros suyos de profesión, no lo sea y que por ello haya tenido que soportar diversas descalificaciones gratuitas. 

Entre las conclusiones más interesantes de esta obra figura el hecho de que el Éxodo fue una completa invención y en realidad jamás existió (¿qué pensarían Cecil B. DeMille, Charlton Heston y Yul Brynner, por acordarme de alguien?). Según ha detallado Finkelstein en algunas entrevista, se supone que tras permanecer 430 años en Egipto los descendientes de Jacob el patriarca iniciaron en el siglo XV antes de Cristo un viaje masivo de regreso a su tierra y se dice que "más de medio millón de judíos cruzaron el Mar Rojo y erraron durante 40 años por el desierto antes de llegar al monte Sinaí, donde Moisés sellaría la alianza de su pueblo..., pero los archivos egipcios, que consignaban todos los acontecimientos administrativos del reino faraónico, no conservaron ningún rastro de una presencia judía durante más de cuatro siglos en su territorio. ¡Tampoco existían en aquella época muchos de los lugares señalados en el relato, como las ciudades de Pitom y Ramsés! (...) Egipto había construido en toda la región una serie de fuertes militares perfectamente administrados y equipados. Desde el litoral oriental del Nilo hasta el más alejado de los pueblos de Canaán, nada escapaba a su control. Casi dos millones de israelitas huyendo por el desierto durante 40 años tendrían que haber llamado su atención, pero no hay ni una sola referencia, ni una pequeña estela de la época, hablando de esa gente (...) la orgullosa ciudad de Jericó cuyos muros se supone se desplomaron con el sonido de las trompetas era en realidad en aquella época un pobre caserío. No existían Bersheba, Edom ni otros sitios célebres. Esos lugares estuvieron allí..., pero mucho tiempo más tarde, mucho después del reino de Judá..."

Es decir, que los hebreos jamás conquistaron Palestina huyendo desde Egipto... "porque ya estaban allí, eran pastores nómadas de Canaán que se instalaron en las regiones montañosas hacia el siglo XII antes de Cristo (...) comunidades muy reducidas que vivían de la agricultura, aisladas unas de otras, sin administración ni organización política". Es decir, israelitas y cananitas, y sus descendientes hoy judíos y palestinos tan sangrientamente enfrentados entre sí, no son sino dos tribus hermanas que empezaron a evolucionar de manera distinta desde el punto de vista religioso/cultural en un momento dado. Fue esa evolución (o casi mejor podríamos llamarla involución, vistos los resultados) la que los separó y enfrentó para degenerar en el irracional y sangriento conflicto que se mantiene hoy día. ¿O no es acaso una gran tragedia simbólica que la palabra paz se diga shalOm en hebreo y shalAm en árabe? 

Sólo más tarde, hacia el siglo X antes de Cristo las tribus judías crecieron y se fusionaron hasta convertirse en una primitiva monarquía fundada por Saúl. Pero su sucesor, David, tampoco fue el gran héroe de los relatos bíblicos. No existen referencias a él en concreto, sino a su Casa pero "es improbable que fuera capaz de conquistas militares a más de un día de marcha de Judá porque la Jerusalén de entonces, tomada como capital por el rey, era un pequeño poblado rodeado de aldeas poco habitadas" sin posibilidades de surtir los soldados y producir el armamento necesario para conquistar un gran imperio. Sobre Salomón existen las mismas dudas y "probablemente tampoco ha sido el personaje glorioso que nos quiere legar la Biblia".

Las investigaciones contenidas en La Biblia desenterrada destacan otros múltiples anacronismos que conducen a la falsedad de diversos episodios que a día de hoy tantos conversos siguen creyendo a pies juntillas como si hubieran sucedido de verdad. Por ejemplo, toda la historia de José, vendido como esclavo por sus hermanos  comerciantes que se dedicaban a vender goma arábiga, bálsamo y mirra en caravanas de camellos... Pues resulta que este tipo de actividad comercial que se describe no era nada común en la época en la que se le quiere encuadrar, pero sí mucho más tarde a partir del siglo VIII antes de Cristo y gracias a la hegemonía asiria y no egipcia (recordemos que José acaba en la corte del Faraón). Por cierto que el nombre de Tierra de Gosén que se utiliza para la zona del delta del Nilo proviene de un grupo de origen ¡árabe! que no aparece en la zona hasta el siglo VI... Y en cuanto a los arameos, otra tribu que tiene gran protagonismo, resulta que sólo empieza a controlar las fronteras septentrionales de Israel después del siglo IX.

El fenomenal trabajo de Finkelstein y Silbermann conduce a una conclusión tremebunda para los fanáticos religiosos, tanto para los judíos como para los cristianos, según los cuales el Pentateuco (el conjunto de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento; esto es Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) supone un conjunto de textos "revelados" por la divinidad. Y esa conclusión es que esta colección de textos no es ni más ni menos que "una genial reconstrucción literaria y política de la génesis del pueblo judío, realizada 1.500 años después (¡1.500 años después!) de lo que creímos", una reconstrucción iniciada durante la monarquía de Josías, rey de Judá, en el siglo VII antes de Cristo en un momento de "fermento espiritual sin precedente y una intensa agitación política". Es entonces cuando "una coalición heteróclita de funcionarios de la corte se responsabilizó de la confección de una saga épica compuesta por una colección de relatos históricos, recuerdos, leyendas, cuentos populares, anécdotas, predicciones y poemas antiguos".

Es decir, más o menos como si la Academia de la Historia dictara que la colección de novelas de Juego de Tronos de George R.R.Martin es un fiel relato de la Edad Media en Europa. O como si consideráramos a Las mil y una noches como un tratado etnográfico/cartográfico/geográfico del mundo real.
  


lunes, 12 de diciembre de 2011

Hans Staden

Hace poco leí la historia de un mercenario alemán, un artillero de nombre Hans Staden y oriundo de Hesse (hay que ver la cantidad de gente oriunda de la capital de Wiesbaden que combatió por dinero en guerras ajenas en territorio americano...) que a mediados del siglo XVI estaba al servicio de la Corona Portuguesa en Fuerte San Felipe, una fortaleza ubicada cerca de Sao Paulo, en Brasil. Un día se alejó demasiado de la protección de sus muros y fue capturado por los indios tupinambá, en guerra contra los conquistadores lusos. Los nativos le dieron una somanta de palos y se lo llevaron a su aldea, Ubatuba, donde según contó después le obligaron a gritar en voz alta y en el idioma de los indígenas que ya llegaba la comida. La comida era él, porque pensaban devorarlo...

Como Staden era una pieza valiosa (no todos los días conseguían capturar a un mercenario europeo), los tupinambá decidieron reservarlo para un banquete especial en lugar de ponerlo inmediatamente a la cazuela. Durante nueve meses y medio (un auténtico parto de sufrimiento personal, a la espera de que le llegara el turno), convivió con los indios y fue testigo de cómo éstos se comían sin pudor a otros prisioneros, capturados entre los miembros de otras tribus. Lo que más le llamó la atención es que no los trataban nada mal. A cada futuro sacrificable se le cuidaba y alimentaba con esmero e incluso ponían una mujer a su disposición que, si se quedaba embarazada, podía tener a su hijo sin problemas. Posteriormente le criaban como uno más de la tribu. Cuanto mejor estuviera el prisionero, más entero y valeroso ante su destino, más contentos estaban los tupinambá, pues el banquete que ellos deseaban (aunque este matiz no lo captara probablemente el atemorizado artillero) era doble: por un lado el físico, el de la carne sin más, y por otro lado el del alma, ya que pretendían ingerir las cualidades de sus víctimas (su valor, su fuerza, su inteligencia, etc.). Mientras tanto, organizaban la ceremonia como quien adorna su casa para las fiestas navideñas.
De hecho, el día fijado para el sacrificio montaban una auténtica fiesta a la que se invitaba a amigos y parientes de otras aldeas y luego se seguía un ritual específico que incluía la confección de una maza emplumada especial para matar al prisionero y el embadurnamiento con cenizas del verdugo y sus acompañantes. Luego éstos le atizaban un fuerte golpe por detrás de la cabeza que por lo general era suficiente para acabar con la víctima y a continuación le descuartizaban y se repartían los restos entre todos los miembros de la tribu invitados. Según el relato de Staden, los tupinambá se comían todo, no sólo la carne "en filetitos" por así decir, sino incluso las vísceras, los sesos, la lengua...

Aunque al principio aguantó con valor su destino, el de Hesse no tardó mucho en derrumbarse al comprender que acabaría en la panza de los tupinambá igual que los otros indígenas capturados y comenzó a suplicar y llorar por su vida. Perdido todo el coraje, reducido su estado al de un alma en pena que no hacía más que rogar y gritar aterrorizado ante lo que le esperaba, los nativos al principio se sorprendieron de su comportamiento, tan poco digno de un duro hombre de armas. Más tarde, empezaron a burlarse de él para hacerle reaccionar pero cuando vieron que la cosa iba a peor y que Staden no levantaba cabeza llegó el desprecio más absoluto ante su cobardía. Según las palabras del propio artillero: "dijeron de mí que era un auténtico portugués porque gritaba horrorizado ante la muerte y se burlaron con crueldad, tanto los niños como los adultos".
 
Fue entonces cuando, sin decirle nada, le liberaron. Un día, le acompañaron fuera del poblado y le expulsaron casi a patadas. Salió corriendo, imaginando que irían detrás de él para cazarle como un animal aunque nadie le persiguió, y no paró hasta regresar, no ya a Sao Paulo, sino a Europa, a bordo de un barco francés. Instalado de nuevo en Alemania, abandonó la profesión militar y se dedicó a la industria del salitre. Pero también aprovechó para escribir sus aventuras en un opúsculo titulado (me ahorro el título original en alemán) Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos, feroces y caníbales, ubicado en el Nuevo Mundo: América. La primera parte describía su experiencia como prisionero de los tupinambás, antropofagia incluida, y la segunda parte recogía diversos apuntes antropolóticos y etnográficos relativos a la tribu. El libro se convirtió en un gran éxito de ventas, no sólo por los detalles morbosos relativos al canibalismo sino porque prácticamente no existía ningún estudio de este tipo sobre los nativos de las colonias portuguesas en América, lo que motivó sucesivas ediciones con diversos añadidos. Más tarde se publicarían otros testimonios similares de sucesivos aventureros...

Lo más interesante de la historia de Hans Staden es que contribuyó a extender el miedo en muchos europeos hacia los peligrosos caníbales amazónicos..., y al mismo tiempo empezó a ocultar un hecho terrible y aún hoy desconocido para la mayoría de nuestros contemporáneos: que el canibalismo no es por desgracia patrimonio de cuatro tribus primitivas perdidas de la mano de Dios en territorios salvajes de continentes lejanos, ni mucho menos, sino una de las soluciones habituales (aunque la menos honorable, cierto) en tiempos de real hambruna, incluso en Occidente, incluso en nuestros tiempos.

Nuestra anestesiada mentalidad contemporánea asocia la antropofagia a una actitud extrema (como la de los protagonistas del famoso siniestro aéreo de 1972 en los Andes, cuyos supervivientes lograron salir adelante durante algo más de dos meses comiéndose a sus compañeros muertos) o simplemente pervertida (como el personaje de Hannibal Lecter en las novelas de Thomas Harris) pero lo cierto es que parece una actitud tan antigua como el mismísimo homo sapiens. El estudio de los huesos (roídos) encontrados en los yacimientos de Atapuerca ya revela que esta actividad no era desconocida por nuestros remotos antepasados hace cerca de un millón de años, aunque no se sabe exactamente si comenzó por el hambre o por su aspecto ritual. Personalmente, siempre me ha incomodado mucho esa frase, en apariencia tan cariñosa, de: "¡ay qué guapo, qué rico está, que me como a mi niño!"

Los libros de texto están llenos de referencias caníbales asociadas a tribus africanas, polinésicas y americanas. Por poner un par de ejemplos, durante las campañas de Hernán Cortés, varios testigos españoles relataron espantados que tanto los indios aliados como los adversarios practicaban el canibalismo con los enemigos muertos e incluso a menudo llevaban consigo un saquito de sal para poder conservar mejor las tajadas cortadas a los cuerpos de los enemigos muertos... Y en el siglo XVIII, uno de los exploradores y cartógrafos más conocidos del Reino Unido, el mismísimo James Cook, acabó, junto con varios de sus hombres, en el estómago de un nutrido grupo de nativos hawaianos después de una sangrienta escaramuza con ellos.

Pero un estudio detallado de la Historia nos demuestra que caníbales los ha habido siempre y en todas partes porque, como bien dice el refrán, "cuando las ganas aprietan ni las tumbas se respetan". En la época conocida como "los años de los chacales", que marcó el fin del Imperio Antiguo en Egipto a finales del tercer milenio antes de Cristo, se documenta un período de hambre que fue en parte apagada con la antropofagia. La Biblia relata varios casos y también los historiadores romanos antiguos. Durante los largos sitios medievales como los de las Cruzadas tampoco era extraña esta actividad y la brutal y crudelísima Guerra de los Treinta Años nos ha dejado estampas horrendas a este respecto. El terrible y largo asedio de Leningrado, durante la Segunda Guerra Mundial, también generó abundantes sucesos de este tipo y la gran hambruna con la que uno de los mayores genocidas de todos los tiempos, Josef Stalin, castigó las zonas rurales de la Unión Soviética, condujo a los mujiks a vender en los mercadillos pedazos de cuerpos humanos como si fueran de animales, tal y como se aprecia en esta foto de la derecha, una de las más espantosas que nunca he visto. Un oficial japonés, Yoshio Tachibana, fue juzgado y condenado por canibalismo tras ejecutar a varios pilotos norteamericanos y comerse al menos a uno de ellos en agosto de 1944 en las islas Ogasawara...


Hasta el futuro nos advierte contra la antropofagia. Uno de los libros más desoladores y nihilistas publicados en los últimos años, La carretera de Cormac McCarthy, se refiere también al canibalismo en la despiadada odisea de un padre y su hijo de diez años, supervivientes a un desastre mundial indeterminado, que caminan por una inhóspita ruta sin fin con un carrito de supermercado en el que cargan la escasa comida y las pocas cosas útiles que tienen en busca de algún lugar al que ir, de una esperanza que justifique seguir viviendo un día más y que nunca llega. Entre los escasos supervivientes del desastre nunca explicado hay algunos grupos de miserables que se dedican a capturar a otras personas para comérselas, con la mayor naturalidad, e incluso las almacenan en una especie de corrales en los sótanos de las casas. 

Volviendo a nuestro artillero de Hesse, tal vez Staden no llegara a verlo nunca de esta manera pero el hecho es que los indios tupinambá le liberaron porque no querían comer la carne de un cobarde: por mucho que les gustara su sabor, si la devoraban, ingerirían también el miedo del mercenario y eso no les compensaba en absoluto. ¿Significa eso que si algún día estamos en trance de ser comidos debemos asumir su actitud lastimera y lloriqueante? Yo intentaría atiborrarme de guindillas y jalapeños justo antes de que me dieran con la maza en la cabeza: así por lo menos le causaría un buen ardor de estómago a mis devoradores...