Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 27 de mayo de 2016

Una espada de acero hirkanio

Hay personajes literarios que, una vez te los presentan, se convierten en tus colegas y sabes que te acompañarán durante el resto de tu vida. Conan de Cimmeria es, para mí, uno de ellos. No sólo por el carácter friki que decidí adoptar en la actual reencarnación, sino porque este personaje, junto con el concepto mismo de la Era Hiboria en la que se desarrollan sus aventuras (que creó el gran Robert Erwin Howard pero que desarrollaron luego en toda su magnitud otros autores, empezando por Lyon Sprague de Camp), tiene un interesante doble fondo más allá de la mera fantasía que merece descubrir con una lectura detallada de la ambientación. Las adaptaciones al cine, los tebeos y los dibujos animados de las aventuras de Conan han disfrutado de fortuna desigual. Algunas de ellas nos permitieron recuperar el espíritu de los relatos originales, mientras que otras son, por decirlo de una forma piadosa, prescindibles. A la recuperación del personaje original contribuyó en gran medida la publicación de diversos títulos relacionados en Marvel: Conan el Bárbaro, La espada salvaje de Conan, Conan rey, etc. 

En 1982, uno de los episodios de Marvel dibujados por John Buscema y Ernie Chan, con guión de Michael Fleisher a partir de un argumento del propio Buscema que se tituló Los habitantes de las cavernas, nos mostraba una situación inédita para el cimmerio. Hasta entonces, éste estaba demasiado mal acostumbrado a liderar (a menudo, con éxito) todo tipo de revueltas populares, bandas de forajidos e incluso ejércitos, pero en esta ocasión no conseguía el favor de las masas sino más bien todo lo contrario...



Resumiendo la aventura, Conan es encarcelado por socorrer a un ladronzuelo brythunio llamado Pharak pero ambos consiguen escapar de las mazmorras de Shadizar la perversa y, huyendo de la guardia, se refugian en una gruta que a través de una red de galerías termina por conducirles hasta una ciudad en ruinas en medio de una selva. Allí recibe la oferta de Darkon, el matón que controla a la sumisa población local con un puñado de secuaces y unos cuantos dragones que cría en secreto (uno de los cuales mata nuestro héroe favorito), para que se una a su banda. En este punto, el relato ofrece su primer detalle singular para lo que se supone que es simple "lectura barata de entretenimiento": una lección de Historia real. Darkon explica a Conan que tiempo atrás allí no se conocía ni el hambre ni las privaciones, todo el mundo era rico y próspero pero... Esa ausencia de problemas condujo a la lasitud, la indolencia y el aburrimiento. Y después a la decadencia y el desenfreno. Aunque no lo parezca a primera vista, el vicio es más aburrido que la virtud, por lo que el exceso de placer termina dejando paso a la violencia. Peleas, disturbios y abandono conducen a la antigua próspera urbe a la pobreza, el hambre y la destrucción..., lo que permitirá a la banda de Darkon, que llega en aquel momento huyendo de otra incursión fallida, apoderarse con facilidad del lugar.


Este argumento no es baladí, sobre todo teniendo en cuenta que se publicó a principios de los años 80' del siglo XX, en un momento socialmente optimista y expansivo donde los problemas de Occidente parecían asequibles gracias a un período de creatividad y avances tecnológicos que permitía creer en las falsas promesas del progreso eterno. Sin embargo, el relato de Fleisher ilustrado por Buscema devolvía a los lectores atentos a la más despiadada realidad: las civilizaciones son seres vivos que nacen, crecen, se reproducen y no sólo no viven mucho tiempo sino que suelen morir antes de lo que sus usuarios suelen pensar. Las fases de conquista, plenitud y decadencia son verídicas e implacables en el mundo de verdad. Es un ciclo que se ha repetido una y otra vez, tal y como puede apreciar cualquier estudioso de las distintas culturas que conocemos. Sucedió antes y volverá a suceder. 
De hecho, está pasando ya. Occidente, tal y como lo entendemos, ha sido vampirizado y traicionado desde dentro y en este instante ya sólo marcha porque va como un tren cuesta abajo, que terminará por detenerse y/o descarrilar más pronto que tarde, en cuanto pierda sus últimas fuerzas drenadas por la codicia, la corrupción y la globalización, por más que los portavoces conscientes e inconscientes de los Amos insistan en deslumbrarnos con los augurios de un futuro mejor.

Bien pensado, puede que no se equivoquen, después de todo... Personalmente, sí creo que el futuro será mejor, pero no en el sentido en el que ellos esperan (tampoco vivirán para contarlo: los parásitos mueren igualmente cuando muere su anfitrión, aunque no sean conscientes de ello hasta que les toca el turno). Tal vez no sea casualidad que las grandes culturas de la antigüedad (mesopotámicos, precolombinos, romanos...) perecieran a manos de la propia Naturaleza con problemas medioambientales muy similares, más que víctimas de otros pueblos. Sospecho que el destino final de Occidente aguarda al final del período interglacial en el que nos encontramos en este momento, y no por culpa de una elevación brusca de temperaturas sino por todo lo contrario: el regreso de la edad de hielo, que todo lo destruirá en esa eterna lucha que, ya lo dijo Hörbiger, mantienen  las dos
grandes fuerzas del universo en este caso en forma de hielo y fuego. Desde este punto de vista, no deja de ser irónico que la serie de moda hoy día sea precisamente la de Juego de Tronos, basada en la saga que George R.R. Martin, con muy poca originalidad, tituló Canción de Hielo y Fuego. En todo caso, Vishnú ya no habita entre nosotros y Shiva ha comenzado su danza de la destrucción. Cuando termine de bailar, Brahma se encargará de recoger los escombros, molerlos y convertirlos de nuevo en arcilla con la que modelar un nuevo mundo. Un ciclo que comenzará de nuevo a su debido tiempo, en un planeta más limpio, más sereno en todos los sentidos, de lo que es ahora. En el momento adecuado, regresará también la Edad de Oro y la ley del eterno retorno será cumplida.

Volviendo a Conan, la aventura continúa. El cimmerio se niega a ayudar a Darkon y se enfrenta a él para liberar a los habitantes de la ciudad, obligados a servir al villano e incluso a sacrificar algunas de sus jóvenes a sus dragones. Tras escabullirse y saquear la armería de los matones, Conan se dirige a los  miserables pobladores, les entrega lanzas para que se armen con ellas y les arenga para rebelarse, recordándoles que son mucho más que los que les dominan y que pueden sacudirse su yugo si se unen y le siguen a la batalla. Es entonces cuando se produce una desesperante respuesta. Los ciudadanos se niegan a rebelarse pues no desean "volver a los días en que había tantas disputas y tantos robos" porque "en nuestra ciudad ya se ha visto mucha violencia" y "el señor Darkon ha acabado con el crimen..., él nos ha traído la paz". Así que, como "con Darkon somos felices y estamos a salvo", echan a Conan a pedradas acusándole de que "tu sembrarías la disensión y el conflicto entre nosotros" y "destrozarías nuestra vida segura y ordenada".

Es llamativo comparar lo que ocurre en esta historia con lo que ha sucedido ya en varios países occidentales e irá a más en el futuro. La gente corriente vive cada vez más agobiada a través de los grandes medios de comunicación (en especial la televisión y el cine) por constantes noticias relacionadas con el terrorismo, el paro, la enfermedad, el crimen y todo tipo de catástrofes. La presión social es tremenda y la guerra de sexos lo copa todo, alimentando la desconfianza y la competitividad gratuita entre los sexos: los hombres son acusados por sistema de machistas, violentos, insensibles..., mientras a las mujeres se les exige que sean cien por cien guapas, inteligentes, profesionales...
El entretenimiento general no es mucho mejor: leemos (la menguante población que todavía lee) novelas que ensalzan todo tipo de actos perversos;  jugamos con videojuegos cada vez más reales que rebosan sangre, tiroteos y explosiones; vemos películas en las que secuestran niños, violan mujeres y asesinan hombres sistemáticamente y en las que no existen héroes pues los protagonistas suelen ser villanos sólo un poco menos villanos que aquellos otros a los que se enfrentan y derrotan; asistimos a obras de teatro en las que prima la desesperanza y el asco por el mundo contemporáneo; asistimos a exposiciones de "arte" que ningún verdadero artista desde Fidias a Dalí consideraría como tal sino como basura o, en el mejor de los casos, tomadura de pelo; escuchamos ruido que nos dicen es "música"; recibimos constantes propuestas para vivir el amor aunque lo que se nos está vendiendo con ese nombre es sexo rápido (ni siquiera nos dejan el consuelo de disfrutar del erotismo); pagamos cantidades astronómicas por platos minimalistas que no satisfacen nuestra hambre o cantidades ridículas por comida fabricada con retales y que tendrá repercusiones en nuestra salud...

¿De verdad es tan extraño que el mundo se desmorone a nuestro alrededor, con este panorama? El combinado de materialismo ("necesitamos" imperiosamente una casa, un coche, una tableta, una televisión grande de pantalla plana, un teléfono móvil -nunca el homo sapiens ha estado tan esclavizado a una máquina como hoy lo está al móvil-, ropa de marca..., y dinero..., mucho, mucho, mucho dinero, la única expresión de la riqueza que consideramos, aunque no sea riqueza en sí mismo) y relativismo (si los enciclopedistas dijeron una frase idiota fue ésa de que "no pienso como usted pero estoy dispuesto a dejarme matar para que siga pensando así"..., en justa recompensa, los occidentales mueren hoy día con facilidad a manos de gentes más primitivas y salvajes pero bastante más coherentes con el principio de cuidar de uno mismo) con que ha sido envenenada la población la precipita así progresivamente hacia la depresión. 

El resultado de todo esto es una obvia putrefacción del alma que conduce a la nada.


Así vamos acercándonos lentamente (como la rana que no escapa de la cazuela donde está siendo cocida porque la temperatura del agua sube poco a poco y, cuando se da cuenta de que no está tomando un baño agradable sino que va a terminar pereciendo abrasada, ya se encuentra sin fuerzas para escapar) al próximo momento clave en el plan maestro de los Amos. ¿Cuál es? Lo sabemos desde hace tiempo: muchos investigadores nos han advertido de lo que pasará, y se resume fácilmente con el siguiente ejemplo. Supongamos que queremos incrementar sensiblemente el control sobre una ciudad determinada, implantar medidas muy duras, quizá próximas a un estado policial, con objeto de manejar mejor a la población de esa ciudad o, más específicamente, a ciertas personas de esa población que nos parecen un riesgo para seguir manteniendo el sistema en nuestras manos. Pero..., no podemos aplicar esas duras medidas que deseamos sin una causa que las justifique, al menos en una democracia formal (aunque lo que se ha vendido en todo Occidente, no sólo en España, como democracia es en realidad una partitocracia, un sistema vigilado sólo parcialmente liberado), porque la gente protestaría y nos lo impediría. ¿Qué hacemos? Simplemente, creamos esa causa nosotros mismos. 

Por poner sólo un ejemplo teórico, diseñamos, financiamos y potenciamos un movimiento anarquista y okupa de gran calado, importando gentes violentas de otros países europeos a la vez que destruimos la educación y ridiculizamos los valores tradicionales de la población local para impulsarla hacia el nihilismo. Es preciso graduar ambos factores para que lleguen al punto de ebullición adecuado al mismo tiempo. Si se hace bien, en el momento adecuado dispondremos del agente infeccioso necesario para crear disturbios, inseguridad, crímenes..., que por supuesto no frenaremos sino que nos limitaremos a contener. Si es necesario, habremos disuelto previamente las fuerzas policiales especializadas en luchar
contra este tipo de violencia urbana. Luego dejaremos que la situación vaya a peor hasta que llegue a ser verdaderamente peligrosa para un buen porcentaje de la población local. En ese momento, la propia gente que nos habría impedido aplicar las medidas de dureza acusándonos de totalitarios si hubiéramos osado ponerlas en marcha sin más, nos suplicarán que las pongamos en marcha ya, que hagamos lo que sea para resolver la situación. Y eso haremos, claro que sí. Entonces y sólo entonces actuaremos con la mayor dureza, con precisión quirúrgica, para destruir nuestro monstruo de Frankenstein. El resultado final es que obtendremos lo que deseábamos desde el primer momento y encima quedaremos como héroes para la ciudad. Se llama "sacrificar un poco de libertad a cambio de seguridad". Como si se pudiera garantizar seguridad alguna en este mundo... Creo que fue Benjamin Franklin quien dijo aquello de que las personas que están dispuestas a renunciar a sus libertades para comprar seguridad, terminan por perder ambas. 

Así que la historia de Conan no deja de ser otra advertencia, esta vez en forma de tebeo. Los amansados pobladores de la ciudad en ruinas (por cierto, una metáfora obvia) se niegan a seguir al cimmerio porque ellos ya han aceptado el cambalache mental y prefieren ser esclavos protegidos (aunque no lo estén tanto, porque el dueño de los dragones que les aterrorizan periódicamente es Darkon..., algo que desconocen) en lugar de volver a tomar la responsabilidad sobre sus propias vidas, levantarse, luchar y reconstruir su antaño próspera existencia. ¿Cuánto tiempo falta para que las gentes de Occidente renuncien definitivamente a asumir las riendas de su propio destino y hagan como ellos?

 En el relato de Conan, el cimmerio termina mandando a paseo a los corderos del matadero y se marcha de allí, pero Darkon ordena perseguirle utilizando unos leopardos entrenados como sabuesos. Durante la huida, Pharak muere y un enfadado bárbaro aplasta a todos los enemigos, Darkon incluido. Así llegamos a un final del relato un tanto enigmático puesto que Conan abandona a su suerte a los habitantes de la ciudad derruida, con lo que no queda claro su destino. ¿Serán capaces de organizarse y recuperar cierta dignidad ahora que nadie "cuida" de ellos? ¿Se entregarán a una mayor decadencia? ¿Volverán a ser conquistados por la siguiente pandilla de bandidos que pase por allí?

La verdad es que la incertidumbre no dura demasiado, pues estas gentes pronto pasan al olvido debido a su escaso valor como seres humanos. Conan es consciente de vivir en una época salvaje, inestable, en la que el mejor amigo de uno es uno mismo y, si acaso, una buena espada de acero hirkanio. El cimmerio sale airoso de todas las situaciones porque conoce una verdad espantosa, que sigue siendo válida aquí y ahora, en nuestro plano de realidad, aunque nos cueste asumirla: nadie puede salvar a nadie. Nunca. Sólo es posible rescatarse a sí mismo y, si uno no emprende esa heroica tarea, ningún mesías va a tomarse ese trabajo en su lugar.





viernes, 20 de mayo de 2016

La cortina de humo

La principal función del cine occidental consiste en adoctrinar a las masas, inyectándoles la creencia en los eslóganes y en las interpretaciones específicas de la vida que los Amos han señalado previamente como de estricto cumplimiento, sin importar que la realidad sea muy distinta. Lo hacen por supuesto de manera inconsciente, de forma que el público cree cuando asiste a una proyección, ya sea de cine, televisión o más recientemente de internet vía vídeo o streaming, que está ante un simple entretenimiento. No es así: se trata de adoctrinamiento, y muy hábil  justo porque no lo parece. Además, atañe a todas las materias susceptibles de interés, no sólo a las engañifas políticas o históricas que pueden detectarse con mayor facilidad y en las que nos muestran como verídicos hechos que jamás sucedieron mientras nos ocultan otros que sí ocurrieron o lo hicieron de modo muy diferente a lo que vemos en la pantalla. De hecho, esto se aprecia con facilidad (siempre que uno sea capaz de abrir los ojos y desprenderse de los prejuicios) cuando se analiza el triunfo de ciertas ideas y corrientes hoy predominantes o al menos aceptadas como normales por la mayoría de la población cuando hasta hace poco tiempo (en ocasiones, realmente muy poco, porque algunas fueron lanzadas a nivel popular en los años 80' e incluso en los 90' del siglo XX) su impacto social era poco menos que residual.


Por ejemplo, la idea del amor y de las relaciones hombre-mujer que tienen la mayor parte de los europeos y los norteamericanos de comienzos del siglo XXI es significativamente diferente de la que tenían nuestros antepasados y, en mi opinión, bastante errónea. No hace falta comparar con la época del amor cortés en la Edad Media para comprobar esto. Hoy, muchas parejas jóvenes consideran normal que su relación, digamos, seria esté basada en una alternancia amor-odio que promocionan 9 de cada 10 películas y que en la realidad es completamente absurda. Sí, de acuerdo en que cualquier relación atraviesa altibajos y en que se puede pasar de un estado a otro con cierta facilidad (por ahí está escrito que es preferible tratar con un malo que con un tibio, porque después de todo el primero podría ser reconvertidos en un bueno, mientras que el tibio es lo peor de lo peor porque está tan alejado de un extremo como del otro y ahí permanece para siempre) pero ése es un puente que uno pasa una sola vez. Nadie en su sano juicio puede mantener una relación hoy amorosa y mañana odiosa y mañana otra vez amorosa y así, en un bucle permanente e interminable.


Sin embargo, el cine nos enseña que esto "es lo normal en nuestros días" y por tanto lo que "debemos imitar", tal y como reflejan cientos de obras de ficción temporada tras temporada. Por citar una película española de gran éxito taquillero estos últimos años, véase el caso de la famosa Ocho apellidos vascos y de su secuela Ocho apellidos catalanes. Los protagonistas nunca son felices porque se quieren pero no se quieren y pasan de estar abrazados y contentos a gritarse e insultarse una y otra vez. Además, estos vaivenes emocionales no pasan factura (lo que sí sucede en la realidad): ni sus momentos amorosos consiguen suavizar sus momentos amargos ni los amargos dejan huella en los amorosos porque cuando vuelve a cambiar el ciclo parece que todo lo anterior se olvida como por encanto. En una relación normal, este tipo de carrusel emocional destruye una pareja en un corto espacio de tiempo por lo que al final las personas que siguen fiel (e inconscientemente, aunque no siempre) este modelo de comportamiento que la pantalla nos presenta como el corriente fracasan una y otra vez sin tener nunca muy claro por qué...  


Algunas producciones van un paso más allá y ni siquiera permiten la alternancia entre amor y odio sino que se limitan a transmitir la impotencia y la desesperación como sucede, por seguir con las citas españolas, con una serie televisiva también de éxito popular: La que se avecina. Todas las tramas de este producto están orientadas hacia el mismo mensaje: es imposible mantener una relación medianamente feliz con nadie, da igual la edad, la formación, la cultura, la raza e incluso la orientación sexual de la persona. Esta serie es particularmente destructiva en todo lo relacionado con la familia, potenciando el enfrentamiento y el desprecio no ya entre los miembros de la pareja sino entre éstos y sus respectivos hijos y padres...  Y, como en el caso anterior, por cierto, reducen el sexo a una actividad meramente animal, consumida como quien se mete una hamburguesa entre pecho y espalda. Al menos, esto es coherente: la telebasura promociona el amor basura y el sexo basura.


Sin embargo, tanto en uno como en otro ejemplo nos encontramos con una amplia aceptación social y grandes audiencias. ¿Por qué? Fundamentalmente, porque los mensajes oscuros son edulcorados con abundantes dosis de humor, de manera que el espectador incauto traga el contenido mientras se entretiene con el continente. Es lo que comúnmente se llama un caramelo envenenado. Eso es, de hecho, el azúcar: un veneno para el cuerpo humano que muy poca gente reconoce como tal, entre otras cosas porque la industria lo ha inyectado impunemente en la práctica totalidad de los productos procesados que se pueden encontrar en cualquier supermercado, incluso en el pan integral. Leer con detenimiento las etiquetas de los alimentos se ha convertido en la actualidad en un ejercicio de toma de conciencia.

Si estos argumentos parecen exagerados a algún visitante esporádico de esta bitácora ("no es para tanto, siempre estás viendo fantasmas donde no los hay"..., cuántas veces he escuchado eso y cuántas he oído también, tiempo después, esta otra frase: "al final tenías razón, pero a estas alturas ya no puedo hacer nada"), mi recomendación es la de siempre. Es decir, que no haga mucho caso de esta interpretación sino que proceda a desarrollar la suya propia. Para eso hay que tomarse la molestia de examinar el problema de manera puramente técnica. Analícese los casos particulares propuestos y la situación general con desapasionamiento y espíritu crítico y cada cual que llegue a sus propias conclusiones... Por desgracia, demasiadas personas no tienen ni tiempo ni ganas de comprobar la veracidad de lo que les cuenta el sistema así que se limitan a tragar ideas y mandatos como si fueran pavos, sobre todo cuando se sientan ante una pantalla y se dejan hipnotizar por ella. En general, sólo buscan un rato de entretenimiento (entre paréntesis, ¿no resulta espantoso que la gente busque continuamente que alguien o algo le entretenga, en lugar de utilizar su muy escaso tiempo disponible para encontrar el significado de su vida?).



Sin embargo, dentro de Hollywood y sus mercados adyacentes de producción cinematográfica (incluso el español) también existen infiltrados, francotiradores de la conciencia que, de vez en cuando, logran que éste acepte un guión en apariencia inocente con mensajes de verdadero interés, lo ruede y lo estrene. Porque (nunca lo repetiremos bastante, para dar esperanza a quienes creen combatir solos) en el mundo no sólo hay malos, también hay buenos, aunque su silencioso trabajo sea mucho menos vistoso y en apariencia potente. De hecho, si no fuera por esos buenos, hace mucho tiempo que la partida habría terminado. El caso es que, a veces, esta información está muy bien camuflada en la película y sólo aquéllos que ya tienen oro pueden hacer más oro y recibirla de la manera adecuada, mientras que para el resto del público pasa directamente al inconsciente. Un ejemplo es la versión Disney de La Bella y la Bestia, que contiene un satisfactorio catálogo de doctrina esotérica simbólicamente disimulada, aunque la inmensa mayoría de personas que la han visto y me la han comentado suelen describírmela con palabras tales como "es una bonita película infantil de dibujos animados, con canciones entrañables y cuyo principal mensaje es que la belleza está en el interior". Como si supieran lo que es el interior...

En otras ocasiones, lo que se quiere contar se ve demasiado a las claras por lo que los censores responsables lo que hacen es retirar disimuladamente la obra tras unos pocos pases en las salas de cine (luego, en la distintas cadenas de televisión, nunca la programarán y, si lo hacen, será en horario de madrugada y entre semana, con objeto de reducir el potencial de audiencia lo más posible, mientras otras películas "más adecuadas" son programadas una y otra vez en las parrillas televisivas). Algo así sucedió con cintas como Dark City de Alex Proyas, The thirteenth floor de Josef Rusnak o They live de John Carpenter, por citar algunas de las más conocidas dentro de las no-recomendadas-por-el-sistema. También sucede que, inesperadamente, una de estas películas  tiene un éxito abrumador, que implica grandes ganancias económicas. En ese caso, lo que se hace es ordeñar el mercado y, luego, inventarse cualquier excusa para distorsionar y/o vulgarizar las ideas fuerza transmitidas por la historia. En esta misma bitácora citamos en su día el caso de Matrix firmada por los hermanos Wachowski.

Otra película menos conocida pero completamente descriptiva de la realidad y que rara vez encontrará alguien en una parrilla televisiva es La cortina de humo de Barry Levinson (Wag the dog, en el original). En España se estrenó en 1998, aunque tampoco duró mucho tiempo en la cartelera. Menos de 20 años más tarde, prácticamente nadie que no sea aficionado al cine o a los temas que tratamos habitualmente en Fácil para nosotros se acuerda de ella. En Estados Unidos sí llamó la atención en su momento, por razones obvias: el argumento cuenta la historia de cómo, a pocos días de las elecciones presidenciales, el inquilino de la Casa Blanca es denunciado por acoso sexual por una menor. Para frenar el escándalo, el presidente hace llamar a un misterioso asesor llamado Conrad Brean (semejante nombre para el personaje incita a jugar con las letras para reordenarlas y ver qué obtenemos) que organiza un espectáculo alternativo, nada menos que una guerra, para desviar la atención del público y evitar la catástrofe en las urnas. Las similitudes con el llamado Caso Lewinsky en el que se vieron implicados el entonces presidente Bill Clinton y su joven becaria Mónica Lewinsky no pasaron inadvertidas para el público norteamericano. Pero, como en el cuento del dedo del sabio y la Luna, los comentarios se centraron en el parecido de la situación de partida, no en lo más importante de la obra: la denuncia sobre lo fácil que es engañar no ya a un país, sino a todo el planeta, cuando se deja el manejo de los medios de comunicación en manos de profesionales capaces de actuar por puro resultadismo, sin ningún tipo de consideración moral.


En La cortina de humo, Brean (interpretado por un Robert de Niro fantásticamente cínico) trabaja de hecho con gran profesionalidad. No le interesa los detalles del acoso sexual, ni siquiera si éste ha existido o no, y lo cierto es que al final de la película no queda claro si lo ha habido. Al asesor sólo le preocupa como organizar de la mejor manera posible la reacción adecuada que permita difuminar esa acusación entre los futuros votantes en los comicios presidenciales porque sabe que lo verdaderamente importante no es lo que sucedió (si es que sucedió algo) sino lo que la gente crea que sucedió. Y la opinión de la gente puede ser modelada de la manera adecuada... Para ello plantea crear una guerra ficticia contra Albania, un país que por muy europeo que sea hay que reconocer que es un completo "desconocido", especialmente para los estadounidenses, que no tienen modo de comprobar la veracidad de lo que se les cuenta de manera oficial acerca de este supuesto enfrentamiento. Tras conseguir la ayuda del productor de Hollywood Stanley Motss (un inspirado Dustin Hoffman), monta un verdadero show en el que, entre otras cosas, vemos cómo se rueda un clip destinado a conmover al público, con una joven refugiada superviviente a un bombardeo que en realidad es una actriz trabajando con un croma y un vestuario y maquillaje adecuados. 

Hay un diálogo particularmente revelador entre Brean y Motss, cuando el primero está convenciendo al segundo de que le eche una mano y se refiere a las imágenes bélicas que vemos por televisión. "Todo lo que vemos es un misil entrando por un túnel, una chimenea, y buum", resume Brean, antes de añadir que ese misil podría haber sido lanzado en Texas en lugar de en el escenario de la guerra donde se supone que se ha lanzado o incluso en una maqueta. 



Toda la película nos muestra cómo los dos expertos reparan y desarrollan su plan minuciosamente ante el asombro de la asesora presidencial que hace de enlace con la Casa Blanca, hasta que al fin logran desactivar el escándalo y consiguen que el presidente remonte en la encuestas. El propio Motss se muestra muy orgulloso del trabajo realizado, que considera la mejor producción de su larga carrera, pero ese orgullo será su perdición cuando compruebe que su trabajo va a quedar completamente inédito, oculto, protegido por el mayor de los secretos. "No hay un Óscar para los productores, ¿no le parece una injusticia?", le suelta en pleno ataque de narcisismo a Brean. Éste le insiste en que no debe hacer ruido, sino limitarse a cobrar por su trabajo e irse a su casa con la satisfacción del deber cumplido, pero Motss está desatado, no quiere callar..., así que le hacen callar.

En la vida real, Clinton lanzó una campaña real de bombardeos sobre Iraq en compañía del Reino Unido: la Operación Zorro del Desierto. En aquella época, el antiguo aliado iraquí, el presidente Sadam Husein, ya había pasado a ser el peligroso dictador Sadam Husein...







 

viernes, 13 de mayo de 2016

Ni un pelo de tonto

No es extraño que Sansón se dejara seducir por Dalila si ésta se parecía a Hedy Lamarr (y él, a Víctor Mature) como en la película de 1949 de Cecil B. DeMille. A estas alturas de la película, supongo que todos los presentes en la sala saben quiénes son estos personajes (tanto los bíblicos como los cinematográficos), así que no vamos a describir otra vez lo que pasa entre ellos, más allá del asuntillo de la peluquería por el cual se hicieron famosos: ese Sansón trasunto de Herakles al que le rapan el pelo al cero y se queda sin fuerza para enfrentarse con sus enemigos... Pero me gustaría destacar un par de hechos interesantes de este relato. Primero, el nombre de Sansón ha sido traducido como "servidor de los dioses" (sí, amigos..., lo siento pero Elohim, uno de los nombres con que suele designarse a la divinidad judía, no significa dios en singular, sino dioses en plural: uuups, un enigma bíblico más, del que ya hablaremos otro día, si se tercia) y, como suele hacerse en casi todas las mitologías, asociado a las características solares. De hecho,  normalmente se hace derivar el nombre de la palabra hebrea shemesh, que significa sol y que, como tantos otros términos, leyendas y conceptos culturales del judaísmo, está plagiada de la civilización mesopotámica, donde Shamash era precisamente el dios del Sol. Aún más, en la leyenda de este héroe aparecen otros símbolos solares, como el león que derrota en su juventud. Y, por cierto, que Sansón tenía los poderes que tenía por su dedicación a la divinidad desde antes de nacer: al haber sido consagrado a ella se había convertido en un nazareo..., como el amigo Jesús el Cristo, también llamado nazareno por derivación de nazareo y no por su supuesto nacimiento en Nazaret, algo completamente imposible ya que Nazaret no existía cuando él nació..., pero no nos separemos del hilo principal. Segundo hecho interesante: Dalila significa "la que debilitó, empobreció o desarraigó". Su verdadero nombre se desconoce; pasó a la historia sólo porque al cortarle el cabello le privó de su fuerza consumando la traición para que sus enemigos pudieran capturarle.

La concesión de ciertos "poderes mágicos" a la cabellera está presente en muchas historias y leyendas de la antigüedad. En Europa, sin ir más lejos, encontramos la curiosa estirpe de los reyes merovingios, que han sido relacionados por algunos autores con la plausible herencia física del propio Jesús, nada menos. La Historia -esa simpática mentirosilla- lo único que nos cuenta al respecto es que el fundador de la dinastía que gobernó parte de Francia, Alemania, Suiza y Bélgica entre los siglos V y VIII fue un caudillo franco llamado Meroveo, coetáneo del famoso rey Arturo y como él de orígenes inciertos pues según el mito nació de las relaciones entre su madre (esposa de otro jefe llamado Clodión "el cabelludo" precisamente) y un extraño monstruo marino conocido como Quinotauro. Según los autores antedichos, en realidad Meroveo, y sus descendientes, tendrían por ancestro a la hija de Jesús, puesta a salvo de la persecución que sufrieron su padre y sus discípulos al ser embarcada por sus seguidores desde el Mediterráneo oriental con destino al sur de Francia. Por ello los reyes merovingios, que eran famosos por no cortarse el pelo, dispondrían de poderes "mágicos" como por ejemplo el de curar a sus vasallos con la simple imposición de manos. Sólo los miembros de la familia real disfrutaban del privilegio de llevar la melena al viento, mientras que el resto de los francos podían lucir hasta cierto punto sus cabellos según su grado de nobleza y, en consecuencia, los esclavos llevaban la cabeza rapada. De esta forma, cortarle el cabello a un franco era uno de los peores insultos que se le podía infligir.



Pipino el Breve, gran mayordomo del último rey merovingio (Childerico III), puso fin a este estado de cosas con la traición que le reportó el trono para instaurar su propia dinastía, la carolingia. Su hijo fue Carlomagno, quien ha pasado a la Historia como una figura épica y unificadora, pero que esconde en su biografía ciertos aspectos oscuros que los bien versados en las conspiraciones no tardarán en identificar, si profundizan en ella. Lo cierto es que relacionar el pelo largo con la realeza y con ciertos poderes no fue una costumbre exclusiva de los francos, en la primera Edad Media. En otros puntos de Europa, incluyendo la misma España, arrancarle el cabello a un príncipe le privaba de privilegios e incluso podía impedirle sentarse en el trono. Sucedió por ejemplo  con el rey visigodo Wamba, que fue drogado por partidarios de su rival Ervigio para dejarle pelón. Cuando Wamba recobró el conocimiento, él mismo renunció a su calidad de monarca y se encerró en un monasterio hasta el final de sus días.


Y no sólo en la cultura europea. El indio Gurú Nanak, fundador de la religión sij, estableció los llamados cinco K o artículos de fe, que consisten en un kara o brazalete metálico, un kirpán o arma de filo, la kashera o ropa interior de algodón, un khanga o pequeño peine de madera para recogerse el pelo y el kesh o pelo largo sin cortar. Porque está prohibido cortarlo, ya que es una manera de conectar con lo divino. De ahí esos espectaculares turbantes que lucen incluso a día de hoy y bajo los cuales se esconde la pesadilla de un peluquero vago. Los sijs, que en su día llegaron a dominar una amplia confederación de reinos en Asia, han sufrido discriminación y persecución a lo largo de los últimos siglos. Tienen algunos preceptos muy interesantes como el que indica que las penitencias, las peregrinaciones o las ceremonias religiosas son en realidad inútiles para el verdadero creyente porque el mundo está gobernado por Maya (la ilusión) y lo que hay que hacer es buscar a Dios en cada una de las personas, recordarle constantemente (esto se parece mucho al concepto del "recuerdo de sí" en la tradición iniciática) para actuar de acuerdo con valores como la alegría, la humildad, el amor o la compasión y evitar vicios como la lujuria, la ira, la codicia o el apego material, que se consideran reflejos del Antidiós (lo cual es significativamente maniqueísta).


Yendo aún más atrás en el tiempo, los antiguos egipcios tampoco eran muy amigos de rasurarse la cabeza, por más que Hollywood se empeñe en mostrarnos a los habitantes de esta gran civilización como una raza de calvos que por algún extraño motivo tenían fijación con usar pelucas en lugar de su propio cabello. Lo podemos comprobar en multitud de pinturas y esculturas de distintas épocas donde aparecen algunos calvos, sí, pero la mayoría de los representados posee una abundante cabellera. Un viejo mito cuenta que, estando fuera de su país, el dios Osiris juró no raparse ni el pelo ni la barba (oh, sí, claro que tenía barba, igual que todos los primeros egipcios, porque esta gente procedía originalmente de Europa, no de Asia ni de África, aunque lo políticamente correcto insista en ocultarlo) hasta regresar a su tierra. Diodoro de Sicilia contaba que por esa razón los egipcios viajeros tenían la costumbre de hacer lo mismo que su dios hasta volver a casa y, de ahí, algún listillo moderno ha inferido que tenían la costumbre de rasurarse la cabeza completamente, lo cual es absurdo. La lógica dice que el viajero egipcio se arreglaría sus cabellos y su barba al regresar pero eso es una cosa y otra muy diferente pensar que haría tabula rasa con su cabeza. Otros testimonios de griegos y romanos tampoco son demasiado fiables. Es el caso de Heródoto, quien explicaba que los sacerdotes egipcios, incluyendo los que le iniciaron a él en los Misterios, no sólo se rapaban la cabeza sino todo el cuerpo..., pero el gran viajero e historiador visitó Egipto durante el Imperio Tardío, en la época de los sátrapas persas, que aportaron sus propias costumbres a ritos, vestimentas y ornamentos. Recordemos que estamos hablando de una cultura, la egipcia, que se remonta al 3.000 a.C., quizás antes. Cuando Heródoto visitó este país, hacía muchos siglos que los propios egipcios no eran dueños de sí mismos sino de manos extranjeras.

Sí es cierto que los egipcios sacrificaban su cabello, entre otras cosas, como ofrenda a los dioses. Hay algunos testimonios acerca de la costumbre de llevar a los hijos, una vez curados gracias a la intervención divina, hasta los templos. Una vez allí se cortaba su cabello y se colocaba en una balanza y a continuación los padres pagaban ese peso en oro como agradecimiento. Los antiguos griegos hacían algo parecido. Las chicas que iban a contraer matrimonio se cortaban su cabello el día antes de casarse y lo ofrecían a la diosa Artemisa, a veces a las Moiras, mientras que los chicos lo hacían a Apolo o Asclepio. Jóvenes de diversas ciudades tenían la misma costumbre pero consagraciones diferentes: por ejemplo, los de Atenas como es lógico

dedicaban su cabello cortado a Atenea. Y hasta héroes como Teseo hicieron lo propio, en su caso al dios de Delfos. También los romanos siguieron esta misma costumbre. Incluso el cristianismo medieval instituyó (probablemente no hizo más que continuar una costumbre pagana anterior) la tonsura de la coronilla, en sacrificio al dios del Vaticano. De todo esto se deduce que el pelo era un bien muy preciado para nuestros ancestros, mientras que en la actualidad se ha convertido en una molestia prescindible. O eso parece al menos cuando observamos la costumbre moderna de muchos occidentales empeñados en afeitarse la cabeza (aquéllos que todavía tienen pelo ahí y no se les ha caído por el abuso de champúes, geles, tintes) y en depilarse hasta el más recóndito rincón de su cuerpo (no hay más que ver los programas de televisión, sobre todo en sus ediciones veraniegas).


Existe una curiosa historia rondando por Internet, de las llamadas leyendas urbanas y por tanto difícil de comprobar, pero que no me extrañaría en absoluto que fuera cierta. Nos sitúa a comienzos de los años noventa del siglo XX y su protagonista es una mujer llamada Sally, casada con un psicólogo que trabajaba en un hospital norteamericano con veteranos de combate con desórdenes de estrés postraumático. Muchos de estos veteranos habían estado en Vietnam. Sally explica que su marido regresó un día con unos documentos oficiales en los que se explicaba que, durante el conflicto bélico en el sur de Asia, los responsables de las fuerzas especiales del ejército de los EE.UU. habían comprobado un hecho extraordinario. Los militares habían querido seleccionar a jóvenes nativos norteamericanos (de los pocos que aún sobreviven tras las matanzas generalizadas de indios durante siglo XIX) por su habilidad para labores de exploración, rastreo y supervivencia en el medio salvaje, con el fin de aprovechar esas capacidades en las selvas vietnamitas. Pero, a pesar del riguroso sistema de selección y el posterior entrenamiento para quedarse sólo con los mejores, cuando los indios llegaban a Vietnam perdían su talento de manera inexplicable y fallaban en todas las misiones.

Intrigados por lo que ocurría, los militares abrieron una investigación en profundidad en el curso de la cual los indios de mayor edad explicaron casi siempre con idénticas palabras lo que según ellos estaba ocurriendo: el problema era el corte de pelo militar. Al privar a los jóvenes de sus largas cabelleras tradicionales, éstos perdían su "sexto sentido", la intuición que les permitía conectar con la Naturaleza, interpretar sus señales y aprovechar estas habilidades de su pueblo. Escépticos, los responsables de selección de rastreadores decidieron comprobar si era cierto: algunos de los nuevos reclutas recibieron el corte de pelo habitual antes de ser enviados a Vietnam y a otros se les dejó que siguieran llevándolo largo. Luego les sometieron a las mismas pruebas. El resultado es que los indios con el pelo largo conseguían los mejores resultados invariablemente. Una de las pruebas citada por Sally era hacer dormir al recluta en el bosque. En plena noche, un "enemigo" armado se acercaría a él para sorprenderle. Si el recluta tenía el pelo corto, era apurado una y otra vez. Si lo tenía largo, se despertaba de su sueño con sensación de peligro y se alejaba o bien fingía dormir y sorprendía él al "enemigo". Es más, el mismo recluta con éxito era después sometido al rapado y obtenía los mismos malos resultados que al compañero al que le habían cortado el pelo antes. La conclusión final del informe que se facilitó a los mandos en Vietnam es que los rastreadores indios no fueran sometidos al corte militar y pudieran conservar su cabellera en estado natural.


Después de aquello, tanto el marido de Sally como otros profesionales que trabajaban en el mismo hospital y habían tenido acceso a los documentos, se dejaron el pelo y la barba largos y nunca quisieron volver a cortárselos.

Bueno, la verdad es que el pelo no es un mero adorno del cuerpo. Ni siquiera es un simple protector para evitar la fuga de calor o para retener el sudor. Es, de hecho, una continuación del cuero cabelludo y éste no es otra cosa que la piel que reviste el cráneo del ser humano (donde se encierra el órgano más importante, porque es el que le hace conectar con esta realidad: el cerebro). Tampoco olvidemos que el pelo tiene sangre: es ella la que lo nutre y lo hace crecer... Hay quien lo ha definido como un especie de "nervios exteriores" del cuerpo humano, una extensión hacia fuera del sistema nervioso con el cual el cerebro humano recibe información a través de multitud de estímulos y envía órdenes de vuelta como reacción a esos estímulos. En ese sentido, podría ser más importante de lo que puede parecer a primera vista. ¿Quién sabe lo que podríamos descubrir el día de mañana acerca de funciones hasta ahora desconocidas por los científicos?


Las imágenes de los hombres del futuro a las que estamos acostumbrados a través de la ciencia ficción nos muestran habitualmente sociedades asépticas, dominadas por el cristal, el plástico, la tecnología, los colores blanco y gris..., y las personas calvas, tan inteligentes como infelices, que no son sino meras termitas del sistema. Podría ser un aviso. Otro más, disfrazado como tantos otros de "historia fantástica".





  



viernes, 6 de mayo de 2016

Conspiranoico, no dispare

La principal razón de que la URSS fuera el país con mayor número de pérdidas humanas durante la Segunda Guerra Mundial no fue la ferocidad alemana sino la inhumanidad de Stalin y sus comandantes, que no dudaron en lanzar varias veces a sus ejércitos en ataques auténticamente medievales contra las posiciones germanas, sobre todo durante los primeros años del conflicto. Como no disponían de armas suficientes, ni tampoco de soldados bien entrenados, enviaban oleadas masivas de gentes embrutecidas con vodka, que buscaban vencer al enemigo por el simple peso del número. Esta carne de cañón era empujada a primera línea por comisarios comunistas bien armados que ejecutaban sin piedad a quienes se negaban a avanzar o intentaban retroceder. No hay mucha literatura sobre esto (como sobre tantos otros crímenes del comunismo soviético), y el cine apenas contiene alguna secuencia explicativa como la que podemos ver en Enemigo a las puertas de Jean Jacques Annaud. Pues bien, la idea que tiene mucha gente hoy día acerca de la labor de los periodistas en los medios de comunicación contemporáneos es exactamente la misma: suele creer que la mayoría son grandes y valientes profesionales que podrían limpiar la sociedad publicando ese mito llamado las-verdaderas-noticias-libres pero no lo hacen porque escriben coaccionados por los directores y redactores jefes del lugar donde trabajan, verdaderos comisarios políticos encargados de ejecutarles laboralmente si se saltan las directrices del mismísimo general o dueño de la empresa.

Las últimas semanas se ha publicado algo (tampoco mucho) y no demasiado en profundidad (más allá de las quejas habituales, nadie ha examinado el problema de verdad a fondo) acerca de la libertad de prensa o la falta de ella en el mundo en general y en España en particular. No pienso pontificar al respecto, después de todo cada uno cuenta la feria como le va, pero después de más de treinta años ejerciendo este género literario que en el fondo es el Periodismo creo poder opinar con cierto fundamento que los comisarios políticos no son en absoluto necesarios (o, mejor dicho, lo son y he conocido a más de uno, pero se dedican a otros menesteres, no al de revisar las noticias que se publican y las que no) porque el elemento que mantiene la información bajo control de los Amos no es ajeno a los propios profesionales de la información sino todo lo contrario: radica en la autocensura. No suele haber órdenes estrictas de hablar de esto o lo otro, no hace falta porque ellos mismos se niegan a tocar ciertos asuntos. En otras palabras, los periodistas no son pobres gentes embrutecidas con alcohol y sin armas desorientados en plena ofensiva sino fieles soldados seguidores del régimen que creen estar actuando correctamente la mayoría de las veces. Sí, incluso (o quizá más) esa generación de supuestos "nuevos grandes informadores" que han desembarcado en ciertas cadenas televisivas y en ciertas manchetas digitales que sacan pecho presumiendo de ser verdaderamente independientes y que están tan esclavizados como los que les precedieron, sólo que a intereses (en apariencia, nada más) opuestos. 

El más famoso de ellos ha protagonizado algunos ridículos clamorosos mientras su fiel audiencia continúa mirando para otra parte. Por ejemplo, cuando tras denunciar la pésima situación laboral española, en especial la de los becarios, su propio programa televisivo difundió un anuncio..., para seleccionar un becario que trabajara gratis. (!) O cuando criticó severamente en uno de sus monográficos la producción de determinadas marcas de ropa..., que luego son las que habitualmente viste y con las que ha sido fotografiado repetidas veces (!!). O cuando se adornó con la máscara de mártir de la libertad de expresión, diciendo que no aceptaría presiones de nadie para justificar su entrevista a un mafioso asesino..., después de haber desechado uno de sus propios programas porque todos los testimonios que había recogido eran críticos contra cierta errática alcaldesa amiga suya (!!!).

No, los periodistas españoles (ni los europeos, ni los norteamericanos, ni ninguno) no tienen nada que ver con la imagen que fabricó y nos vendió Hollywood (especialista en inventarse realidades alternativas y hacerlas pasar por verídicas) y que en nuestras propias producciones literarias o audiovisuales nos gusta imitar. A estas alturas, el 95 % de la labor del 95 % de los periodistas no tiene nada de detectivesco ni de verdaderamente apasionante ni de aventurero en general. La descripción más corriente que uno encuentra en cualquier relato de ficción nos muestra a este profesional como una persona idealista, solitaria e incapaz de mantener una relación familiar sólida por su sed de conocimientos y aventuras, a menudo con un carácter intrépido y una mente aguda capaz de desentrañar cualquier enigma, amigo de todos y, aún más, de todas (por alguna razón, el periodista de ficción suele ser siempre hombre y suele tener también un atractivo sexual arrollador para ellas) mientras se fuma todos los cigarrillos habidos y por haber y se bebe todos los licores del mundo sin que su riñón se vea afectado, antes de prestar un gran servicio a la sociedad y hasta sacrificarse por ella tras averiguar el secreto de turno. Pero la verdad es que de, todas esas características del personaje, la única que he encontrado más o menos repetida en la vida real entre el considerable número de periodistas que he conocido es la del consumo de alcohol, si bien a diferencia de lo que pasa en las películas el abuso del mismo sí pasa factura en el mundo de verdad.

Por lo demás, en el Periodismo hay de todo, como en botica: personas tranquilas y otras desnortadas, algunos enamorados de la imagen romántica de la profesión y otros de su imagen canalla, los hay muy familiares y también lobos solitarios, estupendos estilistas y torpes incapaces, profesionales responsables e insensatos que no saben de lo que hablan..., hay buena gente y también hay auténticos hijos de Satanás. Los he conocido a todos. Los trato a todos, a día de hoy. No son muy diferentes de los médicos, de los pescaderos, de los arquitectos o de los teleoperadores.

Cuando comprendes esto dejas de sorprenderte de que, igual que sucede en el resto de ocupaciones laborales, la gran mayoría de los periodistas viva presa de las mismas cárceles mentales que los médicos, los pescaderos, los arquitectos o los teleoperadores. En teoría, el escepticismo que un periodista desarrolla (lo quiera o no) cuando lleva el tiempo suficiente manejando información, así como el mismo hecho de manejarla, debería vacunarle contra ello y abrir su mente a otras explicaciones del mundo pero en la práctica no sucede así. Me pasa a menudo, me pasó esta misma semana otra vez, que un veterano colega de sólida carrera y oficio demostrado me interrogara, verdaderamente sorprendido, por "ese descreimiento tuyo ante las versiones oficiales, esa afición a buscar cosas raras por sistema, esa tontería conspiranoica que tanto te gusta, cuando tú eres una persona culta e inteligente". Fue a raíz de mi referencia a un buen video de resumen publicado en Internet que recoge algunas de las pruebas indiscutibles de que la explicación oficial acerca del desmoronamiento de las Torres Gemelas durante los atentados del 11S es irreal y por tanto falsa. Para este periodista (que seguramente ni siquiera se tomó la molestia de ver el video completo y mucho menos de reflexionar sobre su contenido), el hecho de que un suceso hoy aceptado como verídico de manera oficial pueda no serlo no es aceptable. Va contra su explicación del mundo y sus esquemas mentales, cristalizados desde niño, que no se atreve ni a rozar porque si se rompieran tendría que volver a empezar, a reconstruirse entero por dentro.

Sin embargo, la Historia está llena de sucesos que en su día fueron aceptados oficialmente y que con el tiempo se han demostrado que en realidad ocurrieron de manera distinta, a veces incluso exactamente al revés de como la sociedad lo había creído..., y esto no durante años sino durante siglos. Siempre ha habido pequeños grupos de personas que conocían en tiempo real esos secretos, inconcebibles para sus contemporáneos, pero que sus descendientes manejamos hoy día como información tan corriente que a veces no nos entra en la cabeza que en tiempos pretéritos no fuera igual de común. De la misma forma, hoy están pasando muchas cosas que se ocultan a la mayoría de la gente y cuya realidad no se conocerá hasta dentro de mucho tiempo. O tal vez nunca. El historiador Richard Hofstadter escribió muy acertadamente que "Lo cierto es que la Historia misma es una conspiración" por lo que ser conspiranoico en cierto modo es, también, ser realista. 

Ojo, un buen conspiranoico no es un crédulo que acepta cualquier idea simplemente porque sea alocada, sino que se trata más bien del perfecto escéptico. Es una estupidez (y un pasaporte a la locura) dudar por sistema de todo y de todos, pero también lo es no hacerlo de las circunstancias en apariencia correctas que contienen sin embargo suficientes piezas que no encajan de ninguna manera. En ese sentido, la clave no es tanto el manejo de mucha información sino el adecuado procesamiento mental de esa información. Un conspiranoico de ley no debería fiarse ni siquiera de otros conspiranoicos pues conocemos casos de supuestos colegas-en-la-búsqueda-de-la-verdad que en realidad son agentes dobles dispuestos a liar aún más la madeja. Recuerdo ahora el caso de cierto famoso ufólogo español de finales del siglo pasado que, en secreto, estaba a sueldo de determinada institución del Estado para dar difusión sólo a los casos OVNI más endebles y difíciles de analizar mientras ocultaba o desestimaba públicamente los verdaderamente interesantes y demostrables.

Uno de los aproximadamente ciento cincuenta mil gurúes de la conspiranoia que pululan por internet intentando impresionar al personal con todo lo que saben, Don Harkins, publicaba no hace mucho su particular explicación acerca de por qué "la mayoría de personas no puedan ver la verdad, incluso cuando la tienen delante de sus narices" sin comprender los "tremendamente bien argumentados, demostrados y probados argumentos que utilizamos para describir y explicar el proceso de explotación y esclavitud global a la que estamos sometidos". La explicación más corriente, afirma, es que la mayoría de la gente simplemente no quiere ver lo que sucede en el mundo, que no es otra cosa que el hecho de que "personas extremadamente negativas, que conforman la elite del poder en el planeta, han cultivado con mucha inteligencia un prado de hierba tan verde y frondosa que pocos individuos, rara vez, se molestan en mirar con tiempo suficiente para darse cuenta de que se trata de un campo de hierba artificial". Por lo que esos individuos son de inmediato calificados como "insanos teóricos de la conspiración" a pesar de que no sólo ven "la hierba sino incluso la granja y el castillo de los señores feudales que controlan todo desde lejos".

Para Harkins, aquéllos que no se dan cuenta de lo que ocurre no es que no quieran verlo, sino que no pueden hacerlo, porque la visión humana está cubierta por ocho velos. Según su teoría:

* De los casi 7.000 millones de personas que hay en el planeta, aproximadamente un 90 % vivirá y morirá sin haber penetrado nunca el primer velo que les separa de la percepción real del mundo porque "nunca valorarán seriamente nada que no tenga que ver con aquello que les mantiene vivos o les permite gestionar su vida diaria".

* Los 700 millones de personas restantes, que han conseguido romper el primer velo, se encuentran con la Política y tratan de participar en el juego siguiendo las reglas e intentado tomar decisiones para mejorarlo pero "sus opiniones estarán marcadas por lo que dictan sus gobiernos, según sus tendencias políticas, la opinión de los expertos y otras figuras de autoridad". Así que el 90 % de ellos morirá sin llegar más allá.

* Los más o menos 70 millones de personas que rompieron el segundo velo se percatarán de las mentiras de la Historia y la relación del homo sapiens con sus formas de gobierno y las leyes como medidas de control. Pero la mayoría también fallecerá sin penetrar el tercer velo.

* Los en torno a 7 millones de personas que quedan sí serán conscientes de que todos los recursos del planeta, incluyendo a la gente están bajo el control de un grupo limitado de personas y familias muy poderosas "cuyas posesiones, manipulaciones y extorsiones han servido para fundar la actual economía global, basada en la deuda". Pero casi todos se quedarán ahí.

* El cuarto velo sólo será penetrado por unas 700.000 personas, que descubrirán y comprenderán "el mundo de los Illuminati, de la Masonería, de las sociedades secretas" que "perpetúa la transmisión de conocimiento arcano usado para mantener a la gente ordinaria en una esclavitud política, económica y espiritual por los linajes y familias más antiguas del planeta". Como en los casos anteriores, el 90 % de estas personas no llegará a traspasar el siguiente velo, el quinto.

* Éste sólo será rasgado por unas 70.000 personas en todo el planeta, que "aprenderán que estas sociedades secretas y familias poderosas están muy avanzadas tecnológicamente y disponen de conocimientos como el viaje en el tiempo o las comunicaciones interestelares" por lo que sus miembros "pueden manipular a las masas con la misma facilidad con la que nosotros mandamos a nuestros hijos a la cama".

* A estas alturas, apenas unas 7.000 personas podrán traspasar el sexto velo para descubrir "la fuerza real detrás de las sociedades secretas y quienes les dictan sus órdenes", que no está compuesta sino por un grupo de "alienígenas, entidades negativas y reptoides, seres que parecen sacados de cuentos de ficción y literatura infantil".


Harkins se planta aquí. En su opinión, sólo 700 personas podrían alcanzar el séptimo velo que dice no haber podido llegar a penetrar personalmente pero que especula con que sea "la percepción que tiene el alma de la persona, libre ya de filtros mentales, tan evolucionada que ve la realidad de forma muy diferente a los demás..., una especie de Gandhi iluminado que se pasea por el mundo despertando a todos a su alrededor sin restricción alguna". En cuanto al octavo velo, imagina que "probablemente significa ver la revelación de Dios y la energía pura detrás de la fuerza viva que impregna todas las cosas". Siguiendo sus cálculos, aquí no llegarían más de 70 personas en todo el planeta... Números aparte, insiste en que las personas que ven la vida detrás de los velos 1 al 5 "no tienen ninguna opción más que percibir a los que han roto el velo numero 6 como locos, insanos y paranoicos" y cuánto más intenten éstos últimos explicar lo que ven a los primeros, que no han eliminado "ese filtro de sus vidas, más insanos y locos aparecen ante ellos". De esta manera "la mayor parte de la población del planeta se encuentra detrás de los dos primeros velos y constituye así una herramienta del gobierno y del sistema de control" mientras que los que rompen los velos siguientes "tienen cada vez menos utilidad para el sistema" lo que equivale a asumir una serie de riesgos y sacrificios.

Todo esto no es nada nuevo, aunque Harkins lo plantee como algo novedoso. Los antiguos egipcios, por ejemplo, ya nos hablaron acerca de los velos de Isis y los antiguos hindúes explicaban las ilusiones de Maya. Pero en las Escuelas de Misterios nunca hizo falta describir tantos niveles con su correspondiente parafernalia, sino que todo se reducía a una sola cuestión: el sueño. La gente corriente está dormida y por tanto es incapaz de apreciar lo que está sucediendo de verdad, mientras que sólo un pequeño puñado de personas está despierta (y no por azar, sino por un intenso y duro trabajo interno) y puede ver y oír. Esas Escuelas también enseñaban que aquéllos ciertamente despiertos no suelen proclamarlo a voces por el mundo adelante, no sólo porque han superado ese vicio tan común de necesitar ser adorados, alabados y respetados por las masas, sino porque corren el riesgo de acabar crucificados.

Hace unos cuantos años, se hicieron populares unas prendas empleadas por periodistas norteamericanos en los conflictos armados del centro y el sur de América: sudaderas y camisetas en las que pintaban una leyenda, acompañada a veces por el dibujo de una diana, que decía "Periodista, no dispare", para identificarse como tal ante guerrillas, paramilitares e incluso soldadesca de los países en guerra. No sé yo qué salida comercial tendría algo parecido pero con la frase "Conspiranoico, no dispare".