Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 23 de enero de 2015

No viajaremos al espacio

Cada vez estoy más convencido de que jamás abandonaremos la Tierra para viajar al espacio y colonizarlo, al estilo de Star Trek o de cualquiera otra épica aventura espacial descrita por la Ciencia Ficción. Es decir, jamás abandonarán la Tierra los homo sapiens..., porque tanto los dioses como los que estudiamos en la Universidad de Dios para convertirnos en uno de ellos ya no pertenecemos a este mundo (si es que en realidad lo hemos hecho alguna vez) y nada nos retendrá aherrojados a este grano de arena suspendido en el inmenso abismo cósmico cuando llegue el momento de regresar a nuestra Casa de Origen. Pero la especie que pomposamente se autodenomina a sí misma humana sin serlo realmente tiene todavía un largo camino por delante para aspirar a convertirse en viajera estelar. Tan largo, que hasta es posible que desaparezca antes de lograrlo.

Y no por culpa de la tecnología... En los últimos cien o tal vez ciento veinte años, los sapiens han desarrollado un amplio abanico de avances técnicos de muy diverso calibre con una rapidez asombrosa. Un anciano que hoy está a punto de morir pudo ver en su infancia e incluso en su juventud cómo sus vecinos se desplazaban en coches de caballos, carecían de agua y retrete en su propio domicilio, morían por culpa de infecciones hoy eliminadas con un simple tratamiento médico o disponían apenas de unos pocos libros para satisfacer sus ansias culturales..., si es que sabían leer. Las cosas han cambiado de forma extraordinaria aunque no nos demos cuenta. Probablemente han mejorado más, en este sentido, que durante los últimos miles de años (lástima que esos avances no se hayan producido también en el interior de las personas). Por tanto sería sólo cuestión de tiempo hallar la fórmula adecuada para recorrer las inmensas distancias espaciales de manera asumible para la vida humana. Quizás a través de atajos cósmicos como se supone que pueden llegar a ser los hoy conocidos como agujeros de gusano.

Seguramente, tampoco nos lo impedirían los que están "allá fuera", observando la Tierra e interviniendo en ella de diversas maneras (a veces muy discretas, a veces como elefantes entrando en una cacharrería) desde hace más tiempo del que cualquier humano corriente podría imaginar..., si es que es capaz de hacerlo sin considerar que semejante afirmación sea fruto de un delirio post consumo de absenta. Es también cuestión de tiempo. De hecho, ahí están los programas espaciales lanzando una sonda tras otra, la última de las cuales ha sido capaz de desembarcar nada menos que en un cometa, ubicado a una distancia inconmensurable... Así que una civilización lo bastante potente como para expandirse dando el salto fuera de su planeta es difícil de detener por los "hermanos del espacio" mientras no tenga la osadía de cruzarse con sus asuntos e intereses. A día de hoy, existen dos versiones muy radicales y contradictorias acerca de la identidad y los propósitos de los seres extraterrestres: la de los que los pintan como una especie de ángeles amorosos y protectores deseando acoger a la Humanidad en la Federación Intergaláctica de turno y la de los que los describen con trazos oscuros y siniestros como un tipo de diablos que aspiran a conquistarnos y/o explotarnos de todas las formas posibles. Si utilizamos la lógica y la razón, esos elementos tan preciosos de los que disponemos aunque por lo general los tengamos arrinconados en una esquina de nuestro cerebro criando polvo, lo cierto es que más allá de nuestra atmósfera la vida debe adquirir pautas similares a las que existen más acá. Es decir, los alienígenas deben abarcar un amplio espectro de conductas, desde los muy blancos hasta los muy negros pasando por los distintos tonos de grises (eh, me acaba de salir un chiste extraterrestre...). 

No. El viaje al espacio se frustrará por culpa de los que están "aquí dentro". Por dos razones: la capacidad de engaño y consiguiente dominio mental desarrollada por los Amos a lo largo de los milenios y, sobre todo, la comodidad y estulticia de la inmensa mayoría de los propios sapiens que con tanta facilidad son capaces de entregarse con armas y bagajes. De hecho, los Amos son poquísimos. Si una parte sustancial de sus esclavos fueran capaces de abrir los ojos, no durarían dos días: ni ellos ni los sapiens traidores que trabajan a su servicio sabiendo lo que hacen y a cambio de grandes cantidades de dinero, honores públicos, vidas acomodadas e incluso la promesa (falsa) de algún día llegar a ser ascendidos ellos mismos a la categoría de Amo. Pero los esclavos, por eso lo son, duermen mientras son ordeñados. Y ése es el motivo 
de que les guste tanto las películas sobre zombies y las fiestas en las que se pueden disfrazar de muertos vivientes: se sienten perfectamente identificados con el rol, aunque a nivel consciente no se percaten de ello. Una de las principales estrategias de los Amos para mantener y reforzar sus planes consiste en vender el desarrollo externo como "lo más de lo más", lo cool, lo razonable..., frenando al mismo tiempo el desarrollo interno, al que se califica de extravagante, supersticioso, propio de gente atrasada o sectaria. Y como los esclavos tienen miedo del qué dirán (es decir, no toman las decisiones en libertad, sobre la base de sus propios intereses, sino en función de lo que los demás opinan sobre ellos, lo que equivale a entregar a otros la responsabilidad y el control de la propia vida), se tragan el hueso sin rechistar y además ejercen, como buenos conversos, de grandes inquisidores sobre aquéllos de entre los que les rodean que no están aún completamente bajo el dominio de la Tiranía Invisible que gobierna este planeta. "¿Vas a saber tú más que los expertos?" es una de esas frases engañosas que más daño han hecho a la libertad personal en los últimos cincuenta o sesenta años. Por lo demás, ésta es probablemente la razón por la que las novedades tecnológicas se suceden sin respiro. Por ejemplo, uno puede destinar un dineral a comprar un ordenador, da igual en qué formato (PC, portátil, tableta, consola de juegos, smartphone...), de último modelo y con todas las novedades posibles en el mercado..., para que luego se le quede "viejo" en cuestión de seis meses. Esto alimenta la sensación de dependencia y también de agobio del consumidor, que siente que siempre va por detrás de lo que debería y ha de esforzarse aún más por "seguir el ritmo" y, naturalmente, cambiar sus dispositivos aunque no tenga necesidad real de hacerlo. Alguna publicidad he visto ya de marcas que ofrecen estrenar un "teléfono inteligente" distinto ¡cada año!

Y, de vez en cuando, se procede al cambio tecnológico total. Otro salto adelante que de manera automática deja obsoleto todo lo anterior y obliga (éste sí, definitivamente, si uno pretende seguir enganchado) a nuevos desembolsos. Como sucedió con el paso de la televisión analógica a la digital o como el que se anuncia ya para empezar a introducir la realidad virtual hasta en la sopa, como si la población no viviera ya lo bastante alienada. Lo último en este sentido son las Microsoft Hololens, una especie de gafas de diseño que parecen inspiradas en las que usaba Cíclope, uno de los mutantes de la original Patrulla X de Marvel, y que en realidad son un ordenador potentísimo del estilo del Óculus, un arma para capturar voluntades a través sobre todo de la visión (también de la audición) para mantener al homo sapiens completamente desconectado de su realidad. Las Hololens son parte del nuevo sistema operativo de Windows, el 10 (¿alguien sabe por qué una empresa que no da puntada sin hilo se ha dejado por el camino el Windows 9, que es el número entre el 8 actual y el 10 futuro?), que incluye otras novedades como el uso de gestos básicos para prescindir de teclados y ratones o la inclusión de Cortana (equivalente al Siri de Apple), un asistente personal capaz de interactuar verbalmente con el usuario hasta un punto sorprendente y que alimentará la ilusión de que el ordenador es "casi" una persona. En las propias palabras del vicepresidnete de sistemas operativos de Microsoft Terry Myerson, Windows 10 "no es una simple actualización del sistema operativo sino que cambiará las reglas del juego"

Gracias a las Hololens (y a sus complementos, que iremos conociendo progresivamente a medida que salgan al mercado en los próximos años y entre los que destaca una especie de neopreno que nos permitirá "sentir" cualquier experiencia en el cuerpo como si fuera real: desde una ráfaga de viento a una caricia o un puñetazo), no será necesario levantarse del sofá para ir a clase, diseñar un prototipo en tres dimensiones, jugar con construcciones como se ve en la fotografía adjunta, asistir a un espectáculo de cualquier tipo y hasta para viajar a Marte. Bastará con ponerse cómodo, con el artefacto en su sitio, y dejarse ir engañándose con multitud de imágenes inexistentes...   Según reconocía en su presentación Alex Kipman, uno de los desarrolladores de este instrumento hipnotizador, "los hologramas ahora son reales" y aunque todo sea en realidad un simple montón de datos informáticos organizados de una manera determinada para ser proyectados, para el cerebro que procese las imágenes que se le suministren de esa manera los tomará como si estuviera viviendo la realidad.

Y ahí está la clave. Cuando el uso de este tipo de aparatos, distribuidos y utilizados de forma masiva para todo tipo de actividades (laborales, de ocio, culturales, sexuales, etc.) se normalice en el mundo, la esclavitud será prácticamente total. Poco a poco (a medida que las viejas generaciones sean sustituidas por otras nuevas, educadas en el uso habitual de esta nueva tecnología) se irá reduciendo el número de personas interesadas en arriesgarse a hacer algo de verdad cuando pueden hacer (supuestamente) lo mismo sin abandonar las aparentes seguridad y tranquilidad de sus propios domicilios. ¿Para qué perder entonces el tiempo y el dinero en aeropuertos, viajes y otro tipo de cansadas penurias físicas si desde mi casa puedo visitar y vivir la experiencia de Estambul, Pekín o Ushuaia, por poner un ejemplo? Eso sí, la Estambul, la Pekín y la Ushuaia que los autores del programa que voy a ver me quieran mostrar..., y sólo ésa. ¿Somos capaces de aquilatar lo que eso significa? 
Personalmente, aún tengo fresco en la memoria el viaje parisino al que hice referencia en el artículo anterior, un viaje en el que tuve ocasión de ir a una serie de sitios y experimentar una serie de vivencias que no aparecían en las guías turísticas oficiales ni, probablemente, lo harán nunca. Todo eso me lo habría perdido si me hubiera limitado a dejarme instalar en el cerebro la visión de París que alguien por completo ajeno a mí y con sus propias intenciones hubiera escrito el programa correspondiente para Hololens... Extrapolando esta manera de pensar,  el argumento es obvio. No tardaremos en pensar que ¿para qué viajar a Marte (o a cualquier otro cuerpo celeste de, sin ir más lejos, nuestro sistema solar) si ya hay una sonda (que cuesta menos dinero y da menos problemas que una tripulación humana) que nos ha mandado un puñado de datos con los que poder construir una imagen del planeta que queramos proyectar en la mente de la sociedad? 

Tal vez los viajes, la comida, la enseñanza, las relaciones personales..., todas las experiencias reales que hoy consideramos actividades corrientes queden entonces reservadas para los Amos, mientras el resto de la humanidad encerrada en cubículos mínimos desde donde ser exprimidos sestea sin rebelarse: sometida por la tecnología, drogada por las novedades técnicas, soñando con ser héroes en un mundo inexistente. En el fondo, lo más grave de todo esto no es, por supuesto, llegar o no de verdad a otros planetas, viajar más allá de la atmósfera terrestre, sino todo lo que el mundo virtual (listo ya para invadirnos por doquier) significará para el futuro del homo sapiens. Estamos cada vez más cerca del mundo de Matrix.








 

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