Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 25 de mayo de 2012

El secreto de la riqueza

Es increíble la cantidad de libros que se publican, y se venden, cada año explicando todo tipo de fórmulas y estrategias para hacerse rico, teniendo en cuenta la cantidad de gente que los lee y que jamás consigue el objetivo (ni se acerca siquiera) de convertirse en el nuevo Rockefeller. El primer texto que desató la pasión popular por conocer los entresijos del éxito financiero fue probablemente El hombre más rico de Babilonia, de George Samuel Clason, un señor que murió en 1957 después de publicar un conjunto de cuentecillos que pretendían ser la parábola definitiva para entender el secreto de cómo hacerse con millones de dólares (o cualquier otra divisa de curso legal y valor real real) con cierta facilidad. Su obra se ha reeditado una y otra vez hasta el punto de convertirse en un auténtico clásico, un libro de cabecera igualmente importante para emprendedores como para vividores, aunque la inmensa mayoría de ellos, visto que no han logrado hacerse ricos, no han debido terminar de captar el mensaje.

Creo recordar que estuve en Babilonia al menos en cuatro vidas anteriores: con Sargón (ésta fue la más divertida, por lo salvaje de la época y porque todavía te podías cruzar por la calle con algunos de los antiguos y terribles dioses de cabeza de pájaro), con Hammurabi (de ésta no me acuerdo muy bien, la verdad), con Asarhaddon (menudo lío tuvimos entonces con la guerra civil, aunque en aquella época residí sobre todo en Nínive) y finalmente con Nabucodonosor II (la Babilonia más hermosa, arquitectónicamente hablando, con sus famosos Jardines Colgantes, su maravillosísima Puerta de Ishtar, su misterioso ziggurat Etemenanki y tantos otros edificios impresionantes). Fue ésta una de las grandes capitales del mundo antiguo, o lo que hoy consideramos como antiguo por comparación con la Historia que ha "sobrevivido" oficialmente. Fue grande en ingeniería y arquitectura, en  astronomía y matemáticas,
 en comercio y capacidad guerrera. Y eso que sus tierras no eran especialmente frondosas o ricas. Gran parte de ellas estaban contaminadas por un aceite negro, supurante, que por las noches generaba pequeños fuegos que brillaban espontáneos como luciérnagas. Muchos veían en ellos la manifestación de salamandras (entidades etéreas que viven en el fuego) o incluso de algunos diosecillos de la corte de Marduk, el dios tutelar de la ciudad, aunque en realidad (pero en aquella época lo ignoraban) se trataba de petróleo: la viscosa y repugnante sustancia sobre la cual se ha edificado nuestra actual y decadente civilización.

Como importante emporio comercial, Babilonia atrajo a gente adinerada, igual que a usureros y timadores, cuyas vidas giraban en torno al tonto concepto de riqueza del homo sapiens: el oro y sus derivados monetarios. Es por ello por lo que Clason empleó este escenario, por otra parte exótico y desconocido para la inmensa mayoría de sus contemporáneos (como para la inmensa mayoría de los nuestros), como fondo perfecto para explicar sus teorías acerca de cómo llenarse el bolsillo. Así, contaba la historia de un artesano constructor de carros, llamado Basir, y de su colega músico, Koby, que deciden ir a ver a su viejo amigo, Arkad, el hombre rico que da título a la obra, para que les aconseje cómo "salir de pobres". Y es que Basir y Koby se quejan de que llevan toda la vida trabajando y apenas consiguen lo suficiente para sobrevivir un día más, mientras que Arkad nada en la abundancia como si fuera el tatarabuelo mesopotámico del Tío Gilito. Así que se presentan en casa de Arkad, que les recibe con generosidad y les explica cómo pueden ellos ganar también mucho dinero. Lo primero que les advierte es que ser rico no consiste tanto en acumular una gran cantidad de oro en la bolsa sino en asegurar el flujo financiero gracias a ingresos continuos que llenan la susodicha bolsa antes de que ésta vuelva a vaciarse por completo. Esos ingresos se consiguen con inteligencia: es decir, aprendiendo a hacer rendir el oro que uno alcanza a poseer en lugar de derrocharlo de cualquier manera o de guardarlo de forma avara en un calcetín.

Arkad les cuenta también cómo descubrió personalmente el secreto de la riqueza: en su juventud y tras investigar mucho al respecto se encontró con un viejo prestamista llamado Algamish, al que trató de sonsacarle la fórmula del enriquecimiento. Éste se ofreció a revelársela si terminaba en un tiempo récord unas tablillas cuneiformes que le corrían mucha prisa para sus negocios. Arkad cumplió el encargo sacrificando su noche de sueño y realizó un trabajo impecable. Satisfecho, Algamish le dijo que todo consistía en comprender la siguiente frase: "Una parte de todo lo que tienes te pertenece". La idea era que debía reservar para sí mismo un mínimo de la décima parte del dinero que ganara con su trabajo y dedicarla exclusivamente a obtener rendimiento de ella invirtiéndola y haciéndola crecer. Para ello debía pedir ayuda obteniendo consejo
 de los expertos en el manejo del dinero, en lugar de obedecer a su intuición o a su idea romántica del mundo. Si además conseguía aplicar otros consejos elementales, como por ejemplo vivir siempre con menos dinero del que ganara, ahorrar aunque fuera unas monedas cada vez y cumplir siempre lo que se proponía (motivo por el cual "nunca pienso en trabajos demasiado duros o imposibles"),  jamás volvería a tener problemas económicos. A partir de ahí, Arkad empezó a actuar tal y como le dijo Algamish, consultando además a éste regularmente, y en poco tiempo consiguió amasar una cantidad de dinero relevante. En ese momento, el prestamista decidió que lo tenía lo bastante entrenado y lo tomó a su servicio directo para que le llevara los negocios. Finalmente Algamish falleció pero Arkad sabía ya lo bastante como para convertirse en el hombre más rico de Babilonia.


Así que, según Clason, el modus operandi para disponer de liquidez permanente se resume en cinco leyes. La primera: guardar como mínimo el 10 por ciento del sueldo sin emplearlo en los gastos corrientes del día a día. La segunda: ahorrar esa parte hasta conseguir una cantidad de dinero suficiente como para invertirla. La tercera: jamás invertir a ciegas sino con la ayuda de un experto. La cuarta es una variante de la tercera: si inviertes en algún proyecto que no tenga el visto bueno del experto, es prácticamente seguro que perderás tu dinero. Y la quinta es una variante más: si inviertes en un proyecto utópico, te dejas engañar por estafadores o te manejas exclusivamente guiado por tu inexperiencia, también perderás tu dinero.

Parece todo muy racional... Sin embargo, este libro (como tantos otros en los que ganar dinero se convierte en sinónimo gratuito de riqueza) esconde un mensaje tan falso como diabólico: necesitamos el sistema financiero, apóyanos para mantenerlo y reforzarlo. Sí, ese mismo sistema financiero que ha llevado al mundo occidental a la mayor crisis internacional desde 1929. Ése que se basa en la creación de dinero de la nada, en la conversión de lo que debería ser exclusivamente un medio de pago en un bien valioso por sí mismo. Ése que es responsable de que ¡¡¡9 de cada 10!!! monedas de las que circulan actualmente en el mundo no existan porque son dinero virtual, creado y destruido a placer por la casta financiera con el beneplácito de gobiernos corruptos o maniatados por sus propias e inconfesables deudas. Las dos primeras leyes de Clason son de pura lógica, pero las demás vienen a decir: "pon tu dinero en nuestras manos, las de los expertos del sistema financiero para que te asesoremos". Y los expertos jamás trabajan gratis. Lo que ni Clason ni Algamish ni Arkad cuentan en El hombre más rico de Babilonia es que los susodichos expertos integran una red de influencias y control, una auténtica casta aparte, a la que es muy difícil acceder a no ser que la persona reúna unas características muy concretas (y no comunes, ciertamente). Por lo general, lo más que se puede obtener de ellos es "consejo": es decir, dejar el dinero propio en sus manos para que ellos lo "rentabilicen" a cambio de llevarse un tanto por ciento de cada operación. 

Lo que no se cuenta en este texto es que el dinero que un hombre gana de más suele salir del dinero que otros hombres ganan de menos.


La pregunta que queda en el aire es: ¿entonces, uno no se puede hacer rico si no es a costa de los demás? En realidad, sí hay una fórmula para evitar problemas de liquidez de manera honrada. Y también algún libro en la que se explica. A este respecto, la principal recomendación de mi gato conspiranoico Mac Namara, que me pasó este texto absolutamente fascinado por él y que yo estoy leyendo ahora, es: Moneda cósmica: la suprema riqueza, publicado hace pocos meses por la editorial Aguaclara y firmado por el filósofo y escritor chileno Darío Salas Sommer. El libro explica qué es realmente la riqueza, qué es de verdad el dinero y cómo se pueden conseguir ambos y de paso el resto de objetivos que uno se plantee de una manera limpia, honesta y cabal (eso sí: que se olviden del asunto todos los perezosos y los que no tengan ganas de comprometerse, porque el método exige esfuerzo y paciencia). En la primera parte, "Lo que hay que comprender", detalla las leyes que controlan lo que bautiza como la RI o Riqueza interna, mientras en la segunda, "Lo que hay que hacer", explica el método en sí que permitirá alcanzarla.



 




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