Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 15 de junio de 2012

La primera víctima

Philliph Knightley es uno de esos periodistas cuya vida resulta, al fin y al cabo, casi más interesante que los acontecimientos que ha tenido oportunidad de cubrir profesionalmente. Nacido en 1929 en Sidney, Australia, debutó en 1946 en The Daily Telegraph de su ciudad natal y hoy, tras una larga carrera, está considerado como uno de los grandes especialistas en información relacionada con los servicios de inteligencia, espionaje y propaganda. Sin duda conocedor de muchas más cosas de las que le han permitido publicar, es también autor de una serie de obras muy interesantes incluyendo una, a mi juicio, imprescindible y no sólo para los periodistas: The first casualty. From the Crimea to Vietnam, the war correspondent as hero, propagandist and myth maker (La primera víctima. Desde Crimea a Vietnam, el corresponsal de guerra como héroe, propagandista y creador de mitos). Por desgracia, y como tantos otros textos interesantes, nadie se ha molestado que yo sepa en traducirlo al español, pese a que su primera edición data de 1975 y fue posteriormente reeditado con algunas correcciones.

El título del libro hace alusión a una frase popular entre periodistas ("La primera víctima de una guerra es la verdad") que por lo general se atribuye (también lo hace el propio Knightley) a un senador de Estados Unidos, Hiram Johnson, quien en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial quiso sintetizar con ella la repugnancia que le causaba la inmensa colección de mentiras e infamias que lanzaron los países aliados, empezando por el suyo propio, contra los imperios centrales en Europa, como parte de un aspecto del conflicto bélico que a partir de entonces se ha revelado como un factor sin el cual ya no se puede ganar ninguna guerra: la propaganda. The first casualty...  no contiene datos muy espectaculares para aquéllos acostumbrados a bucear en la realidad de los hechos que se esconde tras la manipulación de la información, pero constituirá un verdadero puñetazo en la mandíbula para los ingenuos que se creen a pies juntillas las versiones oficiales publicadas por la Prensa y los libros de Historia.

El texto revela con ejemplos bien documentados cómo se manipula un conflicto bélico desde el punto de vista informativo y cómo ese manejo forzado de datos y circunstancias acaba pasando a los libros de Historia y a las creencias populares, conformando una gigantesca mentira que, precisamente por el tamaño colosal que suele alcanzar, resulta luego muy difícil (en ocasiones, casi imposible) de desmontar. Por citar sólo un par de referencias relacionadas con guerras (en apariencia) bien conocidas, Knightley denuncia por ejemplo el sobredimensionado heroísmo británico durante la llamada Batalla de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, así como el montaje más famoso de la propaganda republicana durante la última guerra divil española con la foto del miliciano del cordobés Cerro Muriano.


En el primer caso, este pulso aéreo se presenta habitualmente como la lucha entre un exiguo puñado de audaces pilotos británicos con muy pocos medios contra una horda inmensa de aviones alemanes muy bien dotados, a los que derrotaron contra todo pronóstico entre julio y octubre de 1940. Recordemos una de las clásicas frases de Winston Churchill: "Nunca tantos hicieron tanto por tan pocos". Sin embargo, la realidad fue muy diferente y lo que muestra es una temeridad rayana en la incompetencia por parte del responsable de la fuerza aérea germana, Hermann Göring, y su alto mando. Y es que, según relata Knightley, durante la Batalla de Inglaterra el Reino Unido poseía medio millar de aparatos más que Alemania (1.416 de la RAF frente a 963 de la Luftwaffe) y mejor equipados puesto que disponían de un gran avance estratégico para la época, el radar (en la imagen, varias torres), mientras los germanos no. Además, "tenía la gran ventaja de recuperar tanto a los pilotos como a los aeroplanos derribados (puesto que luchaban sobre territorio inglés y si no habían sufrido heridas, los primeros, o daños de importancia, los segundos, podían volver a estar en el aire en unas horas), mientras que los alemanes estaban irremediablemente perdidos (al volar muy lejos de sus bases)... aún así, a lo largo de la batalla la RAF perdió más aviones de combate que la Luftwaffe".

En el segundo caso, Robert Capa se presentó como autor de una foto que se ha convertido en auténtico símbolo no sólo de la guerra española sino de la guerra moderna, en sí misma. Con el título de El soldado caído (posteriormente, Muerte de un miliciano), el famoso fotógrafo mostró su pericia al inmortalizar el presunto momento exacto en el que una bala derriba a un militar republicano poco después de comenzado el conflicto en septiembre de 1936. Pero resulta que fue todo un montaje. A Knightley se lo reveló O.D.Gallagher, un periodista británico, quien explicó cómo "un oficial republicano dijo que ordenaría a varios soldados que fueran con Capa a unas trincheras cercanas para que escenificaran unas maniobras y las fotografiasen". El análisis de las imágenes tomadas aquel día junto a ésta lo confirman. Irónicamente, una revista francesa, Vu, ya había publicado la instantánea el mismo septiembre del 36 (en un reportaje fotográfico que vemos adjunto) junto a otra muy similar también tomada por Capa... En pleno fervor propagandístico nadie quiso preguntarse entonces cómo había podido Capa tomar en el mismo sitio, a la misma hora y con el mismo encuadre (¡hasta las nubes están en el mismo sitio!) a dos soldados diferentes cayendo de la misma manera..., si es que aquello no estaba ensayado.
Sin embargo, alguien debió darse cuenta del flagrante error porque a partir de entonces jamás volvieron a publicarse ambas fotos juntas. Ni siquiera en el libro (Death in the making) que el propio Capa publicó en 1938 recopilando su trabajo, lo cual es bastante significativo.

Investigaciones posteriores han dado la razón a lo que cuenta Knightley, en éstos y en otros casos que relata en su libro, pero..., la inmensa mayoría de la gente sigue creyendo en las leyendas que en su día confeccionaron los "creadores de mitos" a los que alude el título de la obra. ¿Por qué? El propio autor explicó hace pocos años en una entrevista a la BBC cómo funcionaba el mecanismo de la desinformación. Resumo sus palabras en estos párrafos:

* "Todas las guerras de la historia contemporánea (...) viven un proceso que se repite irremediablemente en la cobertura de un conflicto. El proceso consta de cuatro etapas, que son: la inevitabilidad de la guerra, la demonización del líder contrario, la demonización del pueblo enemigo y, finalmente, el relato de las atrocidades cometidas por aquéllos contra quienes vamos a luchar (es interesante observar cómo eso es lo que se está haciendo en todos y cada uno de los conflictos que conocemos, haya una guerra declarada como tal o una guerra encubierta... Un caso obvio y reciente es el del régimen de Bachar el Asad en Siria, que en los últimos meses ha sufrido una espectacular demonización con todo tipo de relatos aportados por sus opositores a propósito de supuestas atrocidades difícilmente comprobables en la realidad pero muy impactantes a nivel emocional como esa historieta de los niños utilizados como escudos humanos sobre el blindaje de los tanques sirios para evitar que los carros de combate sean atacados por los rebeldes: ¿no resulta absurdo, teniendo en cuenta que la propia oposición ha dicho que carece de armas pesadas, lo que incluye las antitanque?)."

* "En el conflicto del Golfo, vimos cómo a Saddam Hussein se le comparaba con Hitler. Este tipo de comparaciones trae inmediatamente a la mente de la gente el terror relacionado con la otra figura del pasado (que a su vez fue demonizada invocando a otra anterior). Y después viene la demonización del pueblo al que se va a atacar, recurriendo a historias que 'demuestran' que la gente a la que se va a atacar no es civilizada y se merece lo que le va a ocurrir".

* "Las historias de atrocidades suelen tener un efecto muy fuerte sobre la opinión pública..., pero desgraciadamente la mayor parte de ellas son inventadas, como después se demuestra (...) Durante la Primera Guerra Mundial se hizo circular la falsa historia de que los alemanes lanzaban bebés belgas al aire y los ensartaban con bayonetas. En la Guerra del Golfo se dijo que los iraquíes habían desconectado las incubadoras de los hospitales y así mataron a los bebés que había dentro, a fin de enviar luego las máquinas a Iraq. Se comprobó que todo era totalmente mentira (y, pese a ello -haga la prueba preguntando personalmente a las personas que le rodean-, muchos ciudadanos siguen creyendo en esas historias falsas porque los desmentidos nunca se publican de manera tan espectacular como las "noticias" y por tanto no tienen la misma repercusión)."

* "Los periodistas somos cómplices (de la manipulación) en el sentido de que deberíamos cuestionar más lo que se nos dice y profundizar más en la información que se nos facilita. A menudo es muy difícil informar con objetividad porque nuestras fuentes están en los propios gobiernos (...) muchas veces una generación de periodistas que aprendió una lección en la guerra anterior ya no está informando cuando ocurre la siguiente sino que hay una nueva generación que desconoce los riesgos (y que muchas veces está dispuesta a contar lo que haga falta con tal de ganar renombre profesional y premios periodísticos o simplemente porque su redacción central, ubicada en una cómoda y segura ciudad europea o norteamericana le presiona para que facilite "buen material", el que sea, que justifique los gastos de su desplazamiento a la zona en guerra)."
Y una recomendación final de Knightley, dedicada a todos nosotros:* "Al público le diría que lean todo con un enorme grado de escepticismo, que se pregunten por qué esa información (y no otra) llegó a los titulares, por qué los gobiernos la hicieron pública, por qué estamos contando esas historias... Y después, que usen su propio juicio para digerirlas y analizarlas."

 

Como siempre, la clave última para comprender el mundo que nos rodea está en nosotros. No deberíamos abdicar de la responsabilidad que eso conlleva.



 

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