Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 16 de noviembre de 2012

"Practicar" la vida

La industria del videojuego se ha convertido en una de las más rentables dentro de la actividad económica legal. Es un entretenimiento relativamente barato que permite la descarga de tensiones personales y sociales y que, bien encauzado desde el poder, permite anestesiar incluso a las mentes más inquietas. El grado de perfección alcanzado en este momento por los videojuegos es de tal calibre que la atención del consumidor queda automáticamente captada a poco que se implique, con lo que permanecerá durante horas esclavo de la pantalla y los mandos. Pero la cosa no termina ahí: la nueva generación de videojuegos que está desarrollándose en este momento con inmersión completa en la realidad virtual (no sólo gafas o casco, sino traje completo) permitirá desconectar por completo al jugador de este mundo. Vaya..., no sé cómo no se les ha ocurrido todavía a los que mandan desarrollar un título que se llame, por ejemplo, Justicia Ciudadana y en el que el consumidor pueda integrarse en un mundo virtual en el que interpretaría el papel de un justiciero del mismo nombre, encargado de dar su merecido a banqueros codiciosos, políticos corruptos y demás fauna miserable. Así, cuando terminara de jugar y se reintegrara a la sociedad lo haría más relajado y ya descargado de su adrenalina, con menos ganas de rebelarse de verdad.

Mucho más divertidos que los videojuegos, porque no están limitados por la tecnología sino que emplean todos los recursos de esa máquina fascinante que es el cerebro, son los juegos de rol en persona. Con cartas o sin ellas, con dados de todo tipo, con maquetas de muñequitos o con personajes dibujados en cartón..., de cualquier forma, mientras no intervenga el ordenador: sólo un grupo de personas sentado alrededor de una mesa dejando volar su
imaginación. De todos los juegos que he tenido oportunidad de probar en esta reencarnación, ninguno más interesante que esta mezcla de teatro, parchís y novela de aventuras, en el que uno está obligado a asumir una personalidad concreta con sus virtudes y sus defectos ya marcados desde el principio y con la posibilidad de ir progresando a medida que se completan las misiones encargadas por el Master que lo dirige. Mis preferidos son los de Fantasía Épica o Espada y Brujería, pero hay todo un universo de posibilidades: desde encarnar a un detective dispuesto a encontrar un libro prohibido en la siniestra universidad de Arkham hasta asumir el mando de la ofensiva en Iwo Jima.

Lo más interesante de los juegos de rol (y quizá por eso fueron pronto satanizados por los medios de comunicación convenientemente aleccionados, a fin de que no se hicieran demasiado populares) es que, si los practicas con la adecuada intensidad, puedes llegar a sentir la transferencia de personalidad hacia el personaje que te toca desempeñar, de manera que se adquiere una curiosa sensación de bilocación de la conciencia. De esta manera,
uno se siente uno, el que siempre ha sido (o el que siempre ha creído ser, mejor dicho) pero también se siente el otro, el personaje que vive en un mundo muy diferente y tiene intereses, preocupaciones y objetivos muy diferentes (hace tiempo comentamos en esta misma bitácora una película española que reflejaba esto bastante bien: El corazón del guerrero). Y al final, si uno juega lo suficiente, puede acabar descubriendo el Gran Secreto, contenido en esta incómoda pregunta: mi identidad real, ésa con la que me conocen y me tratan familiares, amigos y gente en general desde que vine a este mundo, ésa que yo mismo me he creído desde que tengo recuerdos, ¿es de verdad mi identidad real o es simplemente otro papel de un juego de rol mucho mayor, que ha escapado hasta ahora a mi percepción de las cosas?

Supongo que a estas alturas ninguna de las personas que siga este diario de extravagantes reflexiones personales se sorprenderá si le cuento que en la Universidad de Dios una de las primeras cosas que se enseña es a descubrir cuál es la identidad real que maneja nuestro personaje en este parque de juegos que conocemos con el nombre de planeta Tierra... Una vez que conocemos quiénes somos y qué estamos haciendo aquí, es mucho más fácil manejar la identidad bajo la que nos estamos manifestando en este concreto momento. Y lo más importante: podemos dejar de sufrir, como hace el homo sapiens todo los días a todas horas (dice mi tutor en la Universidad de Dios, y he comprobado que no le falta razón, que al homo sapiens le puedes quitar su dinero, su familia, sus ilusiones..., todo..., menos su sufrimiento: eso es lo único contra lo que se rebelará; quizá porque, tristemente, es lo único que le hace sentirse vivo) y empezar a jugar de verdad, con espíritu deportivo.  

Algunos psicólogos, sociólogos, coachs y preparadores mentales de distintas disciplinas intuyen algo de esto sin haber llegado a someterse a las pruebas de acceso para los estudios universitarios divinos y por eso transmiten ideas bastante acertadas en sus libros y artículos. Es el caso de la anglosajona Paula Davis-Laack (aquí, a la derecha), autora de un decálogo conocido acerca de las actitudes en las que no debemos caer si queremos aprovechar nuestro paso por este mundo. Para Davis-Laack, hay que evitar: 1º) La culpabilidad (lo que incluye, antes que nada, una sincera evaluación de nuestras propias posibilidades y limitaciones), 2º ) La negatividad (hay un montón de estudios sobre los beneficios físicos y psicológicos del optimismo), 3º) La mala organización del tiempo (todo el mundo se queja del poco tiempo del que dispone pero son pocos los que hacen algo por estudiar su día a día y poner solución), 4º) El estrés crónico (sísísínohacefaltaquemedigasmásahoranopuedoatenderte), 5º) El inconformismo material (nada nos parece suficiente: en lugar de dar gracias por todo lo que ya tenemos seguimos lloriqueando por lo que todavía nos falta), 6º) La obsesión por la perfección (cuando ya deberíamos saber que nadie es perfecto -menos yo, pero no estamos hablando de mí-), 7º) El depender de la opinión ajena (uno de los errores más comunes y más idiotas del homo sapiens porque siempre, siempre, habrá gente a favor y gente en contra de cualquier cosa que pongamos en marcha), 8º) La insatisfacción con el puesto laboral (aunque hay bastante personal que estaría insatisfecho en cualquier trabajo, porque sólo aspira en realidad a vivir del cuento), 9º) Las deudas económicas y la pobreza en general (la mayoría de las deudas suele relacionarse con el punto 5º y la consiguiente ansiedad por tenerlo todo y tenerlo ahora) y 10º) El rechazo hacia el propio físico (existen numerosos trastornos psicológicos relacionados con esto, desde la anorexia a la vigorexia, pero cuando practicamos el juego de rol nos da igual ser un enano retaco y gruñón o un elfo esbelto y etéreo así que aquí deberíamos adoptar la misma actitud de simplemente aceptar lo que hay).

Esta lista de recomendaciones tiene mucho que ver con las elaboradas por otros profesionales del ramo como la psicóloga Emma Seppala (aquí a la izquierda), de la Universidad de Stanford, que cuenta algo parecido pero en positivo. En lugar de señalar lo que no debemos hacer, ella indica lo que a su juicio sí hay que practicar, basándose en diversos estudios y experimentos científicos. Seppala recomienda: 1º) Ser altruistas y darnos a los demás (resulta que las partes del cerebro que se activan al experimentar placer son exactamente las mismas que cuando nos comportamos de manera altruista), 2º) Abandonar el egocentrismo negativo pero sin perder de vista la aceptación de nosotros mismos (tratar de dedicarse únicamente a la felicidad propia olvidando la de los otros genera numeorosos trastornos mentales, desde el estrés a la depresión), 3º) Mejorar las relaciones sociales a través de la amabilidad y la solidaridad (si uno quiere recibir el respeto, el reconocimiento y el apoyo ajeno, lo conseguirá con mayor facilidad si antes ofrece su respeto, su reconocimiento y su apoyo a otros), 4º) Valorar en su justa medida la ayuda que prestamos a los necesitados (cuyo rendimiento es doble: por el bienestar que proporcionamos a los demás y por el que generamos hacia nosotros mismos por sentirnos útiles y generosos) y 5º) Recibir con agradecimiento los beneficios de esta actitud positiva (que influye en una mejor salud e incluso un alargamiento de la esperanza de vida).

Todo esto son pistas para encontrar la mejor forma de "practicar" la vida con cierto aprovechamiento y sin angustias innecesarias, aunque como es obvio cada cual debe encontrar su propio camino. En mi caso, siempre he dicho que la mejor definición de cómo comportarse en este teatrillo la he encontrado en los antiguos códigos guerreros, que hay que examinar con profundidad y reflexión más allá de los tópicos y los prejuicios contemporáneos.
Por ejemplo, en el de los vikingos berserkr consagrados a Wotan, que tomaban cada combate en la tierra, en Midgard, como un divertido ensayo antes de subir al Walhalla y ponerse directamente al servicio del Gran Dios Tuerto. Como es lógico, las ansiedades de la vida corriente, y hasta su propia muerte, no les preocupaban en absoluto. Fluían con el día a día. Otro buen ejemplo es el de los caballeros samurai, que lo resumían así de claro: "Vive como si ya estuvieras muerto. Los dioses te han arrebatado ya tu vida y te han dado sólo un tiempo más para que deambules por el mundo. Actúa como si te importaran las cosas, aunque en el fondo de ti sabe que no te importa nada... Nadie será capaz de detenerte."
 

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