Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 14 de febrero de 2014

Vuelta a los clásicos

El homo sapiens no tiene ni idea de lo que es ni de lo que está haciendo en este planeta: hoy, menos que nunca. Vive sumido en una ignorancia suicida de la que apenas es consciente y, lo que es peor, no le interesa gran cosa cambiar la situación. ¿Para qué? A pesar de sus constantes berridos exigiendo información y libertad y su bravuconeo utópico en torno a las Grandes Palabras, la mayoría de antropoides disfrazados de seres humanos que se pasean por la Tierra se sienten, en general, muy cómodos en su papel de simples comparsas sin grandes compromisos. "Que me digan lo que tengo que hacer, que ya lo haré"(eso sí, después de protestar y quejarme un poco, para que quede claro que si lo hago, al final, es porque yo "quiero"). Asumen este papel pasivo porque tienen miedo a las obligaciones, el cambio y el sufrimiento y, aún más, a las responsabilidades serias y al éxito. Cada uno de ellos se percibe a sí mismo como uno más dentro de un colosal engranaje que le dicta a diario cómo se supone que son las cosas y que le exprime sus fuerzas tanto positivas como negativas, sin posibilidad alguna de intervenir sobre su propio destino. Lo cierto es que, vista desde fuera con ojos corrientes, esa maquinaria tiene aspecto de ser invulnerable, a pesar de que la Historia nos ofrece ejemplos de verdaderos seres humanos (el paso siguiente al homo sapiens vulgar) que supieron afrontar el desafío y forzarla. En alguna ocasión, incluso, casi destruirla... 

Por cierto que la misma Historia (las partes que nos han dejado conocer oficialmente, al menos) nos demuestra que quien la hace no es el azar, ni los grandes grupos humanos, ni siquiera las grandes ideas o conceptos..., sino los individuos. Jamás hubiese habido expedición militar griega alguna hasta la India si no hubiera existido Alejandro Magno, de la misma forma que el islamismo no constituiría hoy amenaza alguna si nunca hubiera nacido Mahoma o que probablemente el autor de estas líneas habría fallecido por culpa de cualquier enfermedad si Alexander Fleming tampoco hubiera venido al mundo. Son individuos concretos (algunos los conocemos, otros han sido cuidadosamente escondidos a nuestros ojos por diversos intereses) los que hacen avanzar a la Humanidad, más que ésta en su conjunto.

Por eso son tan importantes los ejemplos humanos para el conjunto de la población. Un explorador e incluso un conquistador que descubra nuevas tierras (o nuevos planetas) inspirará a muchas otras personas que querrán emular las cualidades positivas de su imagen: la valentía, la fortaleza, la capacidad de sacrificio, la preparación científica necesaria para afrontar el desafío... También habrá una serie de personas atraídas por aspectos menos nobles, como la fama que le acompañará si tiene éxito o la riqueza que podría hallar en su expedición, pero éstas últimas serán las menos: las almas poco nobles prefieren medrar en actividades de menor riesgo y que requieran un nivel de iniciativa muy limitado. Así que hay, siempre ha habido, una serie de perfiles que durante siglos inspiraron a nuestros antepasados a superarse a sí mismos. Hubo un Julio César porque previamente hubo, justo, un Alejandro Magno, de la misma forma que hubo un Kepler porque antes hubo un Copérnico o un Beethoven porque antes hubo un Mozart. 

Este concepto lo entendió muy bien la Iglesia Católica que desde muy temprano momento puso en marcha su propia versión de vidas ejemplares enalteciendo el martirio y a menudo el fanatismo de algunos de sus primeros seguidores, con el objetivo de alimentar la imitación de este carácter. Lo copió de sus grandes rivales y enemigos (enemigos porque ella quiso): los sabios de la Antigüedad, servidores y maestros de las Escuelas de Misterios, cuya educación cultural y científica, su fortaleza de carácter y su preparación espiritual entre otros valores les hicieron ser queridos y respetados por la mayor parte de nuestros antepasados (y temidos por aquéllos cuya única mira en el mundo es acumular riqueza y poder personal).

La falta de ejemplos positivos es una de la causas más importantes por las que nuestra sociedad contemporánea se halla en estado de descomposición, desmoronándose cada vez con mayor rapidez gracias a los modelos que los grandes medios de comunicación nos meten por los ojos un día tras otro como sumamente deseables: el vividor que gana una millonada por el simple expediente de injuriar y difamar a otros como él en un programa de televisión, la mujer dispuesta a sacrificarlo todo por tener un cuerpo físico 10 que le permita explotarlo sexualmente y así conseguir cuanto desea, la persona perteneciente a una familia desestructurada o de ambiente marginal pero cuya vida se presenta como "original" y "apasionante", el especulador financiero al que no le importa arruinar a miles de personas a cambio de asegurar su acceso a la elìte social y económica...  Es muy significativo que en las películas que se ruedan hoy día tanto para el cine como  para la televisión, el rol de personaje valiente, sincero, buena persona..., que caracterizaba tradicionalmente al héroe del argumento ha dejado paso a otro tipo de protagonista mucho más oscuro, ambiguo y moralmente cuestionable. En un elevado número de producciones, la diferencia entre el "bueno" y el "malo" de la historia es cada vez más reducida hasta el punto de que a menudo no queda demasiado clara. A veces, el "bueno" lo es porque al final resulta vencedor en el enfrentamiento con su rival, no porque resulte superior a éste desde un punto de vista de cualidades o virtudes.

En tiempos como éstos nos convendría quizá detener un instante nuestra enloquecida carrera hacia ninguna parte, respirar hondo y reflexionar no sólo dónde estamos sino, mucho más importante, dónde queremos estar. Como dice aquel sabio refrán, "ninguna dirección es buena si uno no sabe a dónde va". En ese momento de calma y recogimiento, podríamos llegar a la conclusión de que deberíamos recuperar la Filosofía: esa ciencia suprema para nuestros antepasados, que ha sido progresivamente arrinconada durante los últimos siglos a medida que ciertas fuerzas oscuras han transformado lo que durante mucho tiempo sirvió como una guía para la vida en una tan aburrida como inútil colección de mamotretos redactados por gentes pagadas de sí mismas y aficionadas a especular sobre el sexo de los ángeles.

Como no todo está perdido (por supuesto que no, pero hay que luchar por ello si de verdad queremos conservarlo), el espíritu que late en el fondo de parte de los homo sapiens (y que lucha por liberarse de las cadenas para ayudarles a sublimarlos e ir más allá de la maquinaria) anima diversas iniciativas de interés como la que en el Reino Unido desarrolla el periodista y escritor Jules Evans, uno de los principales impulsores del llamado London Philosophy Club, y cuyo objetivo es reunir a todo tipo de personas para sentarse tranquilamente a tomar un té o un café..., y debatir sobre filosofía. Quién soy yo de verdad, qué demonios estoy haciendo aquí, cuáles son las reglas del juego y todo lo demás. No es el único que está trabajando en este aspecto: el escritor Christopher Pillips organiza actividades similares en distintos países porque, aunque cada cual sea cada cual, lo cierto es que las inquietudes de este tipo son las mismas en todo el mundo. Muchos de estos clubes nacieron en los propios Departamentos de Filosofía de las Universidades, donde algunos de sus profesionales parecen haber redescubierto la diferencia entre la filosofía antigua, basada en la sabiduría y orientada hacia la práctica, y la filosofía moderna, asentada en la charlatanería y en general completamente inútil para la vida diaria.

Evans ha publicado recientemente un ensayo titulado Philosophy for life and other dangerous situations (Filosofía para la vida y otras situaciones peligrosas) en el que recupera las aportaciones de algunos filósofos griegos, grandes deudores y a la vez divulgadores de las enseñanzas de las citadas Escuelas de Misterios. Entre ellas, los de la escuela estoica, a la que pertenece desde hace cerca de dos milenios mi profesor de Filosofía de la Universidad de Dios, el gran Epícteto. A continuación copio las principales ideas que ha extraído Evans de las enseñanzas estoicas. Estoy seguro de que todas ellas le "sonarán" a los lectores habituales de esta bitácora. Como modelo de vida resultarían mucho más fecundas y eficaces que las ideas y conceptos con las que se nos bombardea diariamente..., si fuésemos capaces de incorporarlas a nuestra existencia. O si, al menos, pudiéramos verlas reflejadas en un personaje público que nos sirviera de inspiración.

1º) Lo que nos hace sufrir no es lo que nos sucede, sino la interpretación que nosotros hacemos de lo que nos sucede (no implica adoptar una actitud fanáticamente positiva ante cualquier problema sino más bien estar dispuestos a abrir la mente para no limitarnos a nuestra interpretación habitual: ser despedido del trabajo, por ejemplo, no tiene por qué ser negativo, quizás es la motivación que necesitábamos para buscar un trabajo que verdaderamente nos gustaría hacer y que no osábamos intentar por la comodidad de mantener el puesto actual). 

2º) Debemos preguntarnos a nosotros mismos para no basar nuestros actos en opiniones inconscientes (el hombre es un ser dormido: eso lo sabían desde Sócrates a Gurdjieff, y muchos otros; es muy interesante dedicar al menos unos minutos diarios a reunirnos con nosotros mismos y preguntarnos qué queremos de verdad y qué pensamos o sentimos sobre lo que nos sucede, más allá de lo que decimos a los demás).

3º) Es imposible controlar lo que nos pasa, pero sí podemos controlar nuestra reacción (un principio directamente relacionado con el primero; es inútil e incluso infantil quejarse o preocuparse por si llueve o hace frío, por si una persona nos quiere o no, por si un pariente o amigo se muere... Sólo podemos afrontar la situación y superarla, o dejarnos arrastrar por ella).

4º) Es básico controlar nuestros hábitos (los hábitos y las rutinas acaban embridando a la persona y encaminándole en una dirección u otra; lo ideal sería no tener hábitos o poder cambiarlos a voluntad pero, si no tenemos fuerza suficiente para ello, al menos deberíamos ser capaces de forzarnos a adoptar los mejores: es un poco absurdo quejarnos de que no podemos adelgazar si no hacemos el esfuerzo de alimentarnos mejor y hacer ejercicio).

5º) La mayor recompensa es la virtud (aunque esto pueda sonar ñoño en el ambiente de permisividad y libertinaje en el que vivimos en la actualidad, es completamente cierto y cualquiera que lo practique de manera habitual puede atestiguarlo: no hay que hacer las cosas bien para a cambio de ellas poder recibir recompensas, sino porque hay que hacerlas bien.  Sin más. Vivir de esta manera permite alcanzar un bien muy difícil de hallar y que, a la postre, es uno de los más buscados por todo el mundo: la paz interior).  





1 comentario:

  1. Hola Pedro Pablo:- Estoy enganchada a tu bloc y pienso leerlo al completo.
    He terminado de leer Epicteto y no estoy de acuerdo en parte de lo que se escribe sobre Filosofía ya que bajo mi punto de vista el individuo siempre toma como primer ejemplo de imitación a los padres.

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