He leído multitud de artículos últimamente en los que se critica a las redes sociales de manera inmisericorde, acusándolas de ser una pérdida de tiempo y un perjuicio para la salud mental de sus usuarios. El último de ellos, hace unos días, llevaba el rimbombante título de Tres maneras en las que Facebook juega con tu cerebro e interpreta los resultados de un estudio elaborado con una pequeña muestra de personas en el que trabajaron investigadores de la Universidad de Edimburgo, en Escocia. Según la tesis de estos científicos (y de quien redactó la publicación), el uso compulsivo de este fabuloso método de espionaje y recopilación gratuita de información personal provoca nada menos que depresiones (porque vemos fotos de otras personas cercanas pasándoselo bien en momentos que no hemos compartido), serios problemas de estrés (porque nos irrita algunas cosas que leemos y ofendemos a otros con algunas cosas que escribimos) e inseguridad sentimental (porque genera tantos problemas en las relaciones de pareja que pueden llegar a romperlas, derivando en infidelidades, rupturas o divorcios). Además, alimenta la mentira y la deshonestidad (porque la mayoría de nuestros contactos omiten en sus publicaciones lo malo que hay en su vida y sólo escriben sobre lo bueno).
Podría decirse que Facebook es el mismísimo demonio encarnado, según el susodicho artículo. Y una persona de mentalidad inocente podría llegar a creerlo..., si no fuera porque cosas similares han sido escritas antes sobre muchas otras actividades humanas, desde la televisión hasta los juegos de rol o el consumo de carne roja, pasando por la práctica de la política o de la religión. El problema, naturalmente, no está en la actividad en sí, no está en el uso de Facebook tampoco, sino en la propia persona, cuando abusa de ello. O, como aseguraba el propio artículo (recordemos ese adjetivo concreto empleado por quien redactó la nota y que he citado en el párrafo anterior), cuando ese uso es compulsivo. Sin embargo, reconociendo que las redes sociales (da igual Facebook que Twitter, Instagram, LinkedIn o la que sea) son un magnífico instrumento de monitorización social y control de la población para las agencias de intel..., para las empresas que las mantienen, creer que uno es más libre por el hecho de no tener una cuenta abierta en ellas es seguir pecando de ingenuidad. Vivimos inmersos en una sociedad donde el Gran Hermano (el de Orwell, no el de la telebasura) existe de facto hace ya tantos años que es muy probable que las personas de mi generación seamos las últimas con capacidad para recordar con claridad esa época en la que todavía la privacidad no estaba considerada un lujo sino una condición natural para una persona común.
Esto no significa que haya que abrazar la fe tecnológica y entregarse a las hordas de Zuckerberg y compañía con armas y bagajes. Simplemente, que es preciso utilizarlas con prudencia y preferentemente para aquello que nos son más útiles: las relaciones puramente sociales y profesionales, y mejor a nivel superficial. Como cualquier herramienta, su supuesta bondad o maldad está en el destino que les deparemos, de la misma forma que un coche puede convertirse en un eficaz medio de transporte interurbano o en un arma sanguinaria, dependiendo de si su conductor es una persona relativamente equilibrada o un psicópata. Es decir, si Facebook o cualquier otra red de este tipo es dañina para nosotros, es porque nosotros mismos dejamos que lo sea.
Conviene recordar estas perogrulladas de vez en cuando porque si hay una fuerza que cumple implacablemente con su trabajo en el universo material es la de la entropía, que extiende su mensaje de caos y confusión con pasmosa tranquilidad y terrible eficiencia. Sobre todo si le dejamos pista libre para actuar, al caer en una de las tentaciones más frecuentes de esta época premedieval: la del abandono de uno mismo. La combinación de frases tan estereotipadas y sobreutilizadas, del estilo "no tengo tiempo", "estoy muy cansado", "eso es muy difícil" y "ya lo miraré en otro momento", genera situaciones patéticas no ya para la inteligencia sino para la dignidad humana. Recientemente tuve la oportunidad de comer con el presidente y varios miembros de una de las reales academias españolas y el primero (un hombre ya entrado en años) se quejaba, con razón, de que en las actuales universidades los jóvenes de veintipocos años no tuvieran los arrestos necesarios para soportar ni siquiera clases de una hora de duración, hasta el punto de que éstas se habían reducido a 50 minutos. Se indignó un poquito más cuando le comenté cómo varios especialistas en publicidad me confesaron hace tiempo que los eslóganes empleados en anuncios (de todo tipo: televisión, radio, prensa, internet...) no debían superar las seis u ocho palabras porque estaba comprobado que el cerebro de un ciudadano medio, hoy, no está capacitado para retener un mensaje más largo. De hecho, estos días he oído varias veces una cuña radiofónica de 20 segundos en la que el locutor se limita a repetir todo el rato el nombre de un negocio de automóviles y el eslogan (de sólo tres palabras) Compramos tu coche. Sin más.
El abandono de uno mismo adquiere a veces cierto carácter cómico, por lo infantil. Pongo aquí como ejemplo una situación con la que me he encontrado bastante a menudo en los últimos tiempos: debatir con otra persona en una red social (precisamente) acerca de un tema concreto y encontrarme con que, en lugar de argumentos o reflexiones maduradas por el "contrincante" a través de la experiencia, la reflexión, la lectura o los viajes personales, éste me obsequia con sucesivos enlaces a la wikipedia o a cualquier otra de sus páginas favoritas de Internet para demostrar la supuesta fortaleza de su posición ideológica o intelectual. Algo así como: "discute con el que ha escrito esto, que sabe mucho más que yo, que me limito a seguir bovinamente su bandera". Es impresionante la cantidad de gente (empezando por los más jóvenes, los más indefensos mentalmente) que ya no puede (o, mejor dicho, que se ha convencido a sí misma de que ya no puede, por culpa del abandono de sí misma al que se ha entregado sin darse cuenta del daño que ello le está produciendo) de pensar per se y llegar a conclusiones individuales en lugar de dejarse llevar, como los peces muertos, por la corriente.
Unas espeluznantes declaraciones hechas el año pasado por Robert Swartz, doctor del National Center for Teaching Thinking de los Estados Unidos dejaban bastante claro la gravedad del problema y tal vez por ese motivo el tema no se convirtió, pese a que lo merecía, en objeto de debate mundial. Swartz, que había acudido a España para participar en la XVII Conferencia Internacional sobre Pensamiento ICOT Bilbao 2015, advirtió de que entre ¡¡¡un 90 y un 95!!! por ciento de la población mundial "no sabe pensar, a pesar de que el progreso de la humanidad depende de ello". El problema principal a su juicio radica en la educación escolar porque "poca gente aprende allí a pensar de manera crítica y creativa, a razonar, a tomar una actitud proactiva..., generalmente sólo te enseñan a memorizar para aprobar". Y a veces ni eso, si hay que hacer caso a los desnortados que últimamente hemos leído en varios medios de comunicación españoles defendiendo el suicidio intelectual para los niños porque, según ellos, deben ir al colegio a "socializarse, integrarse y pasarlo bien" y "no a sufrir con el aprendizaje". Cualquiera con un poco de experiencia vital y cierto grado de honestidad sabe que no existe ningún aprendizaje fácil, ni siquiera de las materias que a uno le gustan. Pero este tipo de argumentos demagógicos para rebajar aún más la calidad educativa (no sólo en España, en el resto del mundo la situación no es muy diferente) y por tanto construir una futura sociedad progresivamente más manipulable se han hecho muy populares entre los partidarios de abandonarse a sí mismos.
Unas espeluznantes declaraciones hechas el año pasado por Robert Swartz, doctor del National Center for Teaching Thinking de los Estados Unidos dejaban bastante claro la gravedad del problema y tal vez por ese motivo el tema no se convirtió, pese a que lo merecía, en objeto de debate mundial. Swartz, que había acudido a España para participar en la XVII Conferencia Internacional sobre Pensamiento ICOT Bilbao 2015, advirtió de que entre ¡¡¡un 90 y un 95!!! por ciento de la población mundial "no sabe pensar, a pesar de que el progreso de la humanidad depende de ello". El problema principal a su juicio radica en la educación escolar porque "poca gente aprende allí a pensar de manera crítica y creativa, a razonar, a tomar una actitud proactiva..., generalmente sólo te enseñan a memorizar para aprobar". Y a veces ni eso, si hay que hacer caso a los desnortados que últimamente hemos leído en varios medios de comunicación españoles defendiendo el suicidio intelectual para los niños porque, según ellos, deben ir al colegio a "socializarse, integrarse y pasarlo bien" y "no a sufrir con el aprendizaje". Cualquiera con un poco de experiencia vital y cierto grado de honestidad sabe que no existe ningún aprendizaje fácil, ni siquiera de las materias que a uno le gustan. Pero este tipo de argumentos demagógicos para rebajar aún más la calidad educativa (no sólo en España, en el resto del mundo la situación no es muy diferente) y por tanto construir una futura sociedad progresivamente más manipulable se han hecho muy populares entre los partidarios de abandonarse a sí mismos.
Otro efecto temible de este abandono es la destrucción de la capacidad memorística. ¿Para qué retener números de teléfono, direcciones, nombres de personas, citas, datos importantes..., para qué retener cualquier cosa en el cerebro, si puedes tener toda la información en "alguna parte" de tu ordenador y limitarte a buscarla cómodamente cada momento? Y entendemos por ordenador desde la tableta al teléfono móvil y hasta el "televisor inteligente", porque ahora se puede acceder a la nube desde muchos instrumentos y, en pocos años, será posible hacerlo desde muchísimos más, gracias al llamado Internet de las Cosas (si algún lector de esta bitácora no sabe lo que es, que se informe raudo). La alarmante disminución de la capacidad memorística del ciudadano contemporáneo asombraría a los antiguos filósofos griegos o a los lamas tibetanos o a los chamanes del norte o a tantos otros de nuestros antepasados acostumbrados a relatar de memoria textos largos y complejos, como si fuera los hombres libro de Ray Bradbury. Y supongo que algo tendrá que ver todo esto con el cada vez mayor número de dolencias relacionadas con la pérdida de las funciones cognitivas, como la demencia senil.
(Entre paréntesis, el énfasis con el que gobiernos, instituciones y empresas nos animan a subir datos a la nube y a gestionar cada vez más cosas a través de Internet no se debe exclusivamente al hecho de que es más fácil capturar y mercadear con información personal sensible supuestamente a salvo en servidores "seguros", sino que obedece a otro aspecto general de
la ingeniería social que se practica desde hace tiempo y que consiste en eliminar la propiedad privada, sin que se note mucho. No tengas películas en casa..., alquílalas sólo cuando quieras verlas en tu videoclub virtual. No tengas libros en casa..., ocupan mucho espacio, cuando puedes bajar cualquiera en tu lector y luego olvidarte de él. No tengas objetos personales que puedan traerte recuerdos molestos..., úsalos y luego véndelos en cualquiera de las muchas webs de segunda mano. Y, en el futuro inmediato, no viajes físicamente..., usa un programa de realidad virtual para visitar el país que quieras sin riesgo. Así todo. Nadie te dice, claro, que cuando te hayas adaptado al sistema por completo, sólo verás las películas, leerás los libros, usarás los objetos y visitarás los países o las zonas de los países que aquéllos que controlan las webs donde conectes te ofrezcan. Sólo ésos. Así consumirás exclusivamente lo que alguien quiere que consumas, además de perder amplias parcelas de decisión individual y sumarte al proceso de colectivización del termitero.)
Respecto a la memoria, Christopher Nolan estrenó en el año 2000 una curiosa película titulada Memento (por Memento mori, la famosa advertencia latina sobre la finitud del cuerpo material que literalmente significa Recuerda que vas a morir) en la que el protagonista, Leonard, ha sufrido un trauma que le ha desatado una amnesia anterógrada; es decir, la que impide recordar acontecimientos recientes a largo plazo. Como Leonard está metido en un siniestro caso de violación y asesinato de su mujer, del cual busca vengarse, se obliga a recordar lo que le sucede cada día a través de fotografías, notas escritas y tatuajes en su propio cuerpo. Parece un argumento demasiado complejo para ser real, pero resulta que sí, que hay personas que sufren de verdad esa enfermedad. No hace mucho tiempo se publicó el caso de Chen Hongzhi, un taiwanés de 25 años que sufrió un grave accidente cuando tenía 17 y pasó varios meses ingresado en un hospital en la unidad de cuidados intensivos. Pero cuando le dieron el alta todavía no había recuperado su capacidad de acumular nuevos recuerdos y, hoy, 8 años después, continúa sin superar este problema. Vive con su madre que todas las mañanas cuando le levanta le recuerda que no tiene ya 17 años y le entrega la libreta donde va apuntando todo lo que le sucede durante el día: con quién habla habitualmente, qué trabajo realiza -recoge envases de plástico, su cerebro no da para más- y cuánto cobra por ello, etc. Las anotaciones son complicadas porque este joven no recuerda bien cómo se escribe (una ventaja que sí tenía Leonard en la película de Nolan). A pesar de la buena voluntad de los vecinos, el padre murió recientemente y la obsesión de la madre es qué sucederá cuando ella ya no esté para cuidarlo...
Pero hay otras enfermedades del cerebro aún más extrañas (en apariencia) como el caso comentado hace poco por la BBC de un londinense llamado Matthew quien recuerda, completamente convencido de su veracidad, cosas que nunca han sucedido. Este hombre, también joven, era programador informático y tenía un carácter ambicioso y trabajador pero una lesión cerebral en la entrada de uno de los ventrículos de su cerebro le generó dolores de cabeza, visión doble y pérdida de sensibilidad en las manos. Operado de urgencia, durante su recuperación hospitalaria comenzaron los peores problemas pues su órgano pensante estaba más afectado de lo que parecía y olvidaba cosas de un momento para otro, de forma que su vida se convirtió en un permanente fallo de raccord. Por ejemplo, olvidaba el momento en el que alguien llamaba a su puerta y entraba en su habitación por lo que se llevaba unos sustos tremendos al encontrarse de pronto con una persona "materializándose", sin más, ante sus ojos. Cuando se reincorporó al trabajo, sus jefes y compañeros le recibieron cariñosamente y le mostraron todo su apoyo para que fuera recuperando su actividad normal, pero al abandonar la oficina estaba convencido de que no le querían y estaban a punto de despedirle. Incapaz de reaccionar a la terapia del psiquiatra, decidió abandonarla bruscamente pero más tarde escribió un violento correo electrónico al médico preguntándole por que le había expulsado del tratamiento... El problema de Matthew es que la actividad de su cerebro ha quedado tan dañada que se dedica a inventarse recuerdos para sustituir los que es incapaz de asumir y recordar. Solución... otro cuaderno para ir apuntando allí los acontecimientos más importantes de su existencia.
Un momento... ¿Es posible que nosotros mismos inventemos recuerdos al no saber interpretar los hechos que nos suceden en la vida diaria y no lo sepamos?¿Es posible que estemos inventando literalmente nuestra vida?
Esto va más allá de farsas como las de las falsas víctimas de atentados que vimos en un artículo anterior e incluso que la posibilidad de un gigantesco programa de telebasura al estilo de El show de Truman. Lo cierto es que todo, absolutamente todo lo que nos rodea podría ser cualquier cosa menos los que creemos que es. Podríamos ser seres humanos, o no, sumergidos en una ensoñación similar a la de los usuarios de droga en las casas de opio chinas, creyendo vivir una vida que en cuanto regresemos a un estado de conciencia normal se desvanecerá como el humo. O, ya que hablamos de chinos, recordando el viejo cuento de aquel sabio que no sabía si era un chino que soñaba ser una mariposa o una mariposa soñando ser un chino, toda nuestra existencia puede ser igualmente una mera pesadilla que olvidaremos al abrir los ojos. Y puestos a seguir con los cerebros, quizá no seamos otra cosa que simples y enormes cerebros flotando en tanques de nutrientes que, para entretenernos, creamos todo un mundo virtual en el que poder interactuar experimentando la sensación de tener todo un cuerpo con sus manos, sus piernas, sus órganos..., a nuestra disposición. O puede que seamos energía sin más... La materia y la energía, nos dicen los científicos, son estados diferentes de la misma cosa... ¿Y si somos cúmulos de energía individualizada que adoptamos una forma humana en determinadas condiciones físicas, igual que el vapor de agua se convierte en hielo cuando la temperatura baja lo suficiente?
la ingeniería social que se practica desde hace tiempo y que consiste en eliminar la propiedad privada, sin que se note mucho. No tengas películas en casa..., alquílalas sólo cuando quieras verlas en tu videoclub virtual. No tengas libros en casa..., ocupan mucho espacio, cuando puedes bajar cualquiera en tu lector y luego olvidarte de él. No tengas objetos personales que puedan traerte recuerdos molestos..., úsalos y luego véndelos en cualquiera de las muchas webs de segunda mano. Y, en el futuro inmediato, no viajes físicamente..., usa un programa de realidad virtual para visitar el país que quieras sin riesgo. Así todo. Nadie te dice, claro, que cuando te hayas adaptado al sistema por completo, sólo verás las películas, leerás los libros, usarás los objetos y visitarás los países o las zonas de los países que aquéllos que controlan las webs donde conectes te ofrezcan. Sólo ésos. Así consumirás exclusivamente lo que alguien quiere que consumas, además de perder amplias parcelas de decisión individual y sumarte al proceso de colectivización del termitero.)
Respecto a la memoria, Christopher Nolan estrenó en el año 2000 una curiosa película titulada Memento (por Memento mori, la famosa advertencia latina sobre la finitud del cuerpo material que literalmente significa Recuerda que vas a morir) en la que el protagonista, Leonard, ha sufrido un trauma que le ha desatado una amnesia anterógrada; es decir, la que impide recordar acontecimientos recientes a largo plazo. Como Leonard está metido en un siniestro caso de violación y asesinato de su mujer, del cual busca vengarse, se obliga a recordar lo que le sucede cada día a través de fotografías, notas escritas y tatuajes en su propio cuerpo. Parece un argumento demasiado complejo para ser real, pero resulta que sí, que hay personas que sufren de verdad esa enfermedad. No hace mucho tiempo se publicó el caso de Chen Hongzhi, un taiwanés de 25 años que sufrió un grave accidente cuando tenía 17 y pasó varios meses ingresado en un hospital en la unidad de cuidados intensivos. Pero cuando le dieron el alta todavía no había recuperado su capacidad de acumular nuevos recuerdos y, hoy, 8 años después, continúa sin superar este problema. Vive con su madre que todas las mañanas cuando le levanta le recuerda que no tiene ya 17 años y le entrega la libreta donde va apuntando todo lo que le sucede durante el día: con quién habla habitualmente, qué trabajo realiza -recoge envases de plástico, su cerebro no da para más- y cuánto cobra por ello, etc. Las anotaciones son complicadas porque este joven no recuerda bien cómo se escribe (una ventaja que sí tenía Leonard en la película de Nolan). A pesar de la buena voluntad de los vecinos, el padre murió recientemente y la obsesión de la madre es qué sucederá cuando ella ya no esté para cuidarlo...
Pero hay otras enfermedades del cerebro aún más extrañas (en apariencia) como el caso comentado hace poco por la BBC de un londinense llamado Matthew quien recuerda, completamente convencido de su veracidad, cosas que nunca han sucedido. Este hombre, también joven, era programador informático y tenía un carácter ambicioso y trabajador pero una lesión cerebral en la entrada de uno de los ventrículos de su cerebro le generó dolores de cabeza, visión doble y pérdida de sensibilidad en las manos. Operado de urgencia, durante su recuperación hospitalaria comenzaron los peores problemas pues su órgano pensante estaba más afectado de lo que parecía y olvidaba cosas de un momento para otro, de forma que su vida se convirtió en un permanente fallo de raccord. Por ejemplo, olvidaba el momento en el que alguien llamaba a su puerta y entraba en su habitación por lo que se llevaba unos sustos tremendos al encontrarse de pronto con una persona "materializándose", sin más, ante sus ojos. Cuando se reincorporó al trabajo, sus jefes y compañeros le recibieron cariñosamente y le mostraron todo su apoyo para que fuera recuperando su actividad normal, pero al abandonar la oficina estaba convencido de que no le querían y estaban a punto de despedirle. Incapaz de reaccionar a la terapia del psiquiatra, decidió abandonarla bruscamente pero más tarde escribió un violento correo electrónico al médico preguntándole por que le había expulsado del tratamiento... El problema de Matthew es que la actividad de su cerebro ha quedado tan dañada que se dedica a inventarse recuerdos para sustituir los que es incapaz de asumir y recordar. Solución... otro cuaderno para ir apuntando allí los acontecimientos más importantes de su existencia.
Un momento... ¿Es posible que nosotros mismos inventemos recuerdos al no saber interpretar los hechos que nos suceden en la vida diaria y no lo sepamos?¿Es posible que estemos inventando literalmente nuestra vida?
Esto va más allá de farsas como las de las falsas víctimas de atentados que vimos en un artículo anterior e incluso que la posibilidad de un gigantesco programa de telebasura al estilo de El show de Truman. Lo cierto es que todo, absolutamente todo lo que nos rodea podría ser cualquier cosa menos los que creemos que es. Podríamos ser seres humanos, o no, sumergidos en una ensoñación similar a la de los usuarios de droga en las casas de opio chinas, creyendo vivir una vida que en cuanto regresemos a un estado de conciencia normal se desvanecerá como el humo. O, ya que hablamos de chinos, recordando el viejo cuento de aquel sabio que no sabía si era un chino que soñaba ser una mariposa o una mariposa soñando ser un chino, toda nuestra existencia puede ser igualmente una mera pesadilla que olvidaremos al abrir los ojos. Y puestos a seguir con los cerebros, quizá no seamos otra cosa que simples y enormes cerebros flotando en tanques de nutrientes que, para entretenernos, creamos todo un mundo virtual en el que poder interactuar experimentando la sensación de tener todo un cuerpo con sus manos, sus piernas, sus órganos..., a nuestra disposición. O puede que seamos energía sin más... La materia y la energía, nos dicen los científicos, son estados diferentes de la misma cosa... ¿Y si somos cúmulos de energía individualizada que adoptamos una forma humana en determinadas condiciones físicas, igual que el vapor de agua se convierte en hielo cuando la temperatura baja lo suficiente?
Después de todo, puede que nuestros ancestros tuvieran razón cuando aseguraban que todo en este mundo es maya o ilusión, que nada existe realmente... ¿Ni siquiera nosotros? Alguien dijo aquello de Pienso, luego existo pero ¿acaso no hemos sentido esa sensación de realidad, de ser y de actuar de verdad, más de una vez en nuestros sueños, justo hasta el momento inmediatamente anterior al de despertarnos?
Con enigmas vitales tan fascinantes como éste, ¿quien es tan idiota como para abandonarse a sí mismo en lugar de asumir el exigido rol de explorador?
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