Con todos los fuegos artificiales, tanto nacionales como internacionales, con los que nos han mareado los medios de comunicación durante los últimos meses, hay varias noticias interesantes que han pasado completamente inadvertidas. Por su propia naturaleza, muchas de ellas habrían sido tratadas con sordina de todas formas, aunque viviéramos unos tiempos más tranquilos, porque la verdad es que cuestionan la sacrosanta visión de las cosas con la que los Amos hacen comulgar a la sociedad día sí, día también. Y no es cuestión de que los durmientes abran los ojos y se desmanden, que ya hay por ahí un número, pequeño pero revoltoso, de gente extraña a la que le gusta pensar por sí misma, a pesar de la enorme cantidad de juguetes que se les pone delante para que se entretengan con naderías y a pesar también de los duros bastones de castigo que a veces se emplean para intentar que no se desvíen del camino que deben seguir.
Una de esas noticias afecta a uno de los más grandes iconos de la cultura popular en relación con la Segunda Guerra Mundial, ese conflicto sobre el cual particularmente cada vez tengo más dudas de que haya concluido de verdad y en cuya estela, en todo caso, seguimos zarandeándonos por increíble que parezca más de 70 años después de finalizado (al menos oficialmente). El icono en cuestión es el Diario de Ana Frank.
A menudo me pregunto qué pensarían hoy en día todas esas personas que figuran en los libros de Historia si fueran capaces de hacer un viaje en el tiempo y desembarcar en nuestros días para contemplar la visión que tenemos de ellos en su futuro, nuestro presente. ¿Se horrorizaría Nerón ante la imagen popular actual que le presenta como un gordezuelo irresponsable y artífice de que Roma ardiera por los cuatro costados por el simple capricho de tocar una lira? ¿Se reiría el Cid Campeador al verse como un guerrero catolicísimo, austerísimo, fidelísimo y por supuesto invencibilísimo? ¿Comprendería
Napoleón Bonaparte que los ciudadanos corrientes sólo se acordaran de él por la derrota de Waterloo y no por todas las demás batallas que ganó en Austerlitz, en Jena, en Wagram, en Borodino, en Lützen...?
¿Qué pensaría Ana Frank si pudiera viajar a nuestros días y ver que sus sentimientos, sus reflexiones, sus pensamientos más íntimos..., todo aquello que un día consideró exclusivamente suyo, hoy son conocidos, comentados y evaluados por millones de personas, y no exactamente como ella los escribió en su forma original? Es cierto que en su famoso diario expresó su deseo de poder dedicarse algún día a escribir profesionalmente e incluso a publicar sus notas, pero la información que ha trascendido estos últimos meses es bastante chocante en este sentido y no parece responder a sus anhelos.
Brevemente, recordemos que nació en la ciudad alemana de Frankfurt am Main, que fue la segunda hija del matrimonio de judíos alemanes Otto Heinrich Frank y Edith Hollander y que su hermana mayor se llamaba Margot. Lo que todo el mundo sabe es que la familia huyó de la persecución del régimen nacionalsocialista contra los judíos en Alemania y recaló en Amsterdam, Holanda. Que, en junio de 1942, la chiquilla cumplió 13 años y recibió como regalo un cuaderno que decidió utilizar como diario, cuyas entradas comenzaba saludando a su amiga Kitty, diminutivo cariñoso de Kathe Zgyedie, su compañera de estudios en la vida real. Que el III Reich también invadió Holanda y que la familia Frank decidió ocultarse apenas un mes después del cumpleaños de la adolescente en una parte del edificio que albergaba la empresa de Otto Frank, Opekta, junto al canal de Prinsengracht, en unas habitaciones escondidas a las que llamaron "la casa de atrás", con una puerta de acceso disimulada tras una estantería, como en las películas. Que, durante poco más de dos años, hasta primeros de agosto de 1944 convivieron en aquel estrecho espacio ocho personas: los cuatros miembros de la familia Frank, los tres de la familia Van Pels y un dentista llamado Fritz Pfeiffer y durante ese tiempo sólo un reducido puñado de personas supo que estaban allí y les llevaban regularmente comida y noticias de la guerra.
Y, por supuesto, que los alemanes terminaron descubriéndoles y fueron todos detenidos y transportados al campo de concentración (KZ) de Westerbork y, de ahí, al conjunto de campos de Auschwitz-Birkenau. La familia fue separada y sólo el padre consiguió sobrevivir. Ana y Margot, que habían sido trasladadas al campo de Bergen Belsen, murieron como tantos otros prisioneros de los KZ (y como tantos otros soldados y civiles por toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial) víctimas del tifus. Esta terrible enfermedad, surgida entre los escombros a que había quedado reducido el Viejo Continente por culpa del conflicto bélico, se las llevó a ambas, pocas semanas antes de que finalizara la guerra en el frente europeo con la rendición alemana en mayo de 1945.
Otto Frank fue el único que volvió con vida de los KZ y, tras regresar a su antigua casa de Amsterdam, decidió crear el mito de su hija al encontrar allí, según su testimonio, el diario que fue regalo de cumpleaños y del que asombrosamente dijo no haber tenido noticia alguna a pesar de los más de dos años que la familia pasó recluida en aquel reducido espacio. Lo publicó por vez primera en Holanda en 1947 y tuvo tanto éxito que fue traducido y editado de inmediato en distintos idiomas en diferentes países. En España, la primera edición (que fue publicada con el título de Las habitaciones de atrás, como se aprecia en la imagen adjunta) data de 1955, el mismo año que se estrenó la versión teatral en Nueva York -que obtendría el premio Pulitzer de teatro- y poco antes de que en 1959 se rodara la primera adaptación cinematográfica. La idea fuerza era enorme: una niña pura e inocente, la encarnación de un ángel, enfrentada al imperio del Mal con mayúsculas, que termina por devorarla. Si en lugar de judía hubiera sido cristiana, habría sido elevada a los altares... El mito adquirió tal proporción que terminó convirtiéndose en un negocio colosal, con ediciones en 70 idiomas -lectura obligatoria en el bachillerato o equivalente de distintos países-, adaptaciones a la radio, la televisión, el teatro, el cine, el cómic... No sabemos cuánto dinero ha generado porque la Fundación no publica informes regulares sobre sus finanzas pero hace pocos años anunció que dedicaba, sólo en donaciones a instituciones benéficas, en torno a un millón y medio de dólares anuales.
El Tiempo es un maestro a la hora de desmitificarlo todo, seguramente más duro que la misma Muerte. Sólo hace falta dejar pasar el número suficiente de años para desmoronar cualquier imagen, por elaborada y sólida que se nos presente en un momento dado. En el caso que nos ocupa, las dudas sobre la autenticidad del diario comenzaron tan temprano como en 1959, si bien fue a partir de los años 80 cuando surgieron voces de diversos investigadores que plantearon seriamente si aquel gran éxito literario pertenecía íntegra y realmente a Ana Frank o no. Había grandes dudas sobre su autenticidad basándose en multitud de evidencias. La más obvia era la existencia de fragmentos de estilo muy distintos en el texto: algunos eran, evidentemente, obra de una adolescente por el tipo de contenidos y por el lenguaje que utilizaba para expresarlos pero otros rechinaban a los estudiosos porque eran reflexiones políticas mucho más adultas y complejas, incluyendo detalles a los que muy difícilmente podría haber accedido una chica de su edad en aquella época y en aquellas circunstancias. Había otros problemas técnicos: la caligrafía de las cartas que envió Ana Frank en aquella época no tenía nada que ver con la del diario, por ejemplo. O aún más llamativo: el análisis científico que realizó el Departamento Criminal Federal de la República Federal Alemana demostró que parte del manuscrito había sido redactado con bolígrafos de tinta negra, azul y verde..., pero este útil instrumento de escritura no fue comercializado en Europa hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
Por no citar otros detalles escabrosos como la denuncia que presentó un conocido escritor y periodista de los años 50' -que por cierto había sido corresponsal en la guerra civil española de 1936/39-, el judeoamericano Meyer Levin, contra Otto Frank ante los tribunales de Nueva York. Ganó el caso, porque éste fue condenado a pagar a Levin una indemnización de 50.000 dólares de la época por "fraude, violación de contrato y uso ilícito de ideas" al no reconocer "su trabajo en el 'Diario de Ana Frank'". El texto resulta ambiguo. Algunos autores dicen que la sentencia se refería a una versión teatral del diario, que no llegaría a estrenarse. Otros se preguntan si Levin no estaba refiriéndose al propio diario...
Otto Frank quiso acallar las críticas llevando a juicio a todo aquél que dijera que el texto no había sido escrito por su hija pero al mismo tiempo reconoció que él había seleccionado los fragmentos publicados, censurando algunos de los escritos por cuestiones sexuales o familiares. Pero la duda siempre quedó latente porque, como publicó el New York Times en 1955, si según el propio padre de la adolescente el cuaderno que empleó su hija era "de pequeño tamaño" y contenía "aproximadamente 150 inscripciones", ¿cómo era posible que las sucesivas reediciones del libro contuvieran hasta 290 páginas? Las suspicacias no desaparecieron ni siquiera a pesar de todas las sentencias judiciales invariablemente a favor de la autenticidad del diario, que condenaron a penas económicas y de prisión a aquéllos que pusieran en duda que el texto completo era obra exclusiva de Ana Frank. Se basaban, entre otras cosas, en los análisis oficiales que concluían que, pese a todo, el texto era genuino, pero..., la versión oficial cambió radicalmente a finales de 2015.
El 1 de enero de 2016, los derechos de explotación del libro deberían haber pasado al dominio público según las leyes europeas, al haber transcurrido el tiempo legal desde la muerte de su autora (70 años, desde 1945) para que el texto pudiera ser publicado libremente por todos cuanto lo desearan. Sin embargo, la Fundación Ana Frank, que creó Otto Frank con sede en la ciudad suiza de Basilea para gestionar los recursos económicos generados por la obra y sus adaptaciones, no estaba dispuesta a perder los inmensos ingresos que todos los años genera el diario. Así que en noviembre de 2015 uno de los miembros de su consejo, Yves Kugelmann, advirtió de que los derechos no expirarían "durante muchos años", por la razón de que... ¡Otto Frank "combinó, cortó y cambió" los textos escritos por su hija y "con ellos creó una obra nueva", una "especie de collage", y por tanto había que considerarle "coautor" de la obra! Al elevar a su padre a la misma categoría que su hija y dado que él no murió hasta 1980, la Fundación quería mantener el control sobre los derechos de la obra hasta 2050. Los tribunales civiles holandeses confirmaron poco después que sí, que el manuscrito -y el negocio- seguiría perteneciendo legalmente a la Fundación al menos hasta el 1 de enero de 2037.
¿Qué se les habrá pasado por la cabeza a todos aquéllos que defendieron esta misma idea y que perdieron todos los juicios en los que se vieron envueltos, al ver que la verdad que les había sido negada durante tanto tiempo salía finalmente a la luz? Aún más, puestos a preguntarse, ¿no sería interesante también saber qué textos exactamente "combinó" y "cambió" Otto Frank y por tanto cuál es la validez exacta del contenido final?
El reconocimiento de que el padre no se había limitado a publicar lo que escribió su hija sino que había "creado" en parte la obra no fue objeto de grandes titulares ni ocupó mucho espacio informativo en los grandes medios de comunicación, al contrario que la promoción de la obra que se produce cada vez que se adapta a un nuevo formato, hay algún aniversario importante de publicación o se genera la más mínima polémica al respecto (sólo por citar las de los últimos días, me acuerdo ahora de las críticas en Alemania por bautizar con el nombre de Ana Frank a uno de sus nuevos trenes de alta velocidad, en Italia por utilizar los ultras futbolísticos su imagen para adhesivos o en Estados Unidos por la venta de disfraces para Halloween inspirados en ella).
Sin embargo, el hecho de que por fin se reconozca que el libro no fue únicamente escrito por Ana Frank sino "mejorado" por su padre es sólo la primera de las sorpresas de esta historia que tanta gente cree conocer muy bien. Otra información relevante que tampoco ha tenido mucho hueco en los medios de comunicación se refiere a la última hipótesis acerca de cómo fueron descubiertas las personas escondidas en la "casa de atrás". La versión oficial es que fueron traicionadas por alguien, aunque nadie ha podido demostrar por quién, a pesar de los múltiples trabajos de investigación al respecto. El último de ellos que conozco es el de un agente jubilado del FBI, Vince Pankoke, que, junto a su equipo, emplea técnicas de criminología y ciencia forense moderna para tratar de resolver el caso y así conseguir su minuto particular de gloria mediática. Pankoke y sus ayudantes están analizando millones de páginas de material procedente de archivos digitales de distintos países. Su teoría es que alguien les escuchó desde el exterior y avisó a los policías alemanes. El principal sospechoso siempre fue el jefe de almacén del edificio, Willem van Maaren, pero no existen pruebas para demostrar esta hipótesis.
Pues bien, hay que recordar que existe un segundo depositario oficial del legado de la muchacha judeoalemana: la Anne Frank House o Casa Ana Frank, el museo de Amsterdam levantado precisamente en el edificio original donde sucedieron los hechos en Prinsengratch y que fue salvado por el propio Otto Frank y varios amigos suyos, que presionaron a las autoridades municipales a través de la opinión pública para que no fuera derribado en su momento. En 1960 se convirtió en lo que es hoy: uno de los tres museos más visitados de la capital holandesa pues, según estimaciones de la propia entidad, cada año pasan por allí alrededor de un millón de personas. Las relaciones de la Fundación y el Museo no son cómodas, pues ambas instituciones se disputan la memoria de Ana Frank. A la larga, el Museo tiene las de ganar puesto que ocupa el escenario de los hechos y, en cuanto a los derechos del libro, caducarán después de todo tarde o temprano.
No sorprende, entonces, que la nueva hipótesis de lo que ocurrió en el verano de 1944 haya surgido de un informe presentado por la Casa Ana Frank, sobre la base de varios años de investigación incluyendo un examen exhaustivo del diario con objeto de lanzar una versión definitiva de la obra que esperaban editar cuando expiraran los derechos a finales de 2015. Este informe se publicó en diciembre de 2016 pero a pesar de resultar muy sugerente -¿o tal vez por ello?- no ha obtenido prácticamente eco. Los historiadores que trabajaron con todos estos datos llegaron a la conclusión de que se había obviado una posibilidad que, visto lo visto, resulta muy plausible: los escondidos en las habitaciones secretas no fueron traicionados. Nadie les delató al Sicherheitsdienst o Servicio de Seguridad Alemán, el SD. Fueron descubiertos accidentalmente.
Ronald Leopold, director ejecutivo de la Casa Ana Frank, explicó que de acuerdo con esta hipótesis los policías que les detuvieron no fueron a detener específicamente a los Frank y sus conocidos sino que estaban investigando a una banda que se dedicaba a ocultar personas para evitar su traslado como trabajadores forzosos a las fábricas alemanas (de hecho, el caso de Margot) y a comerciar en el mercado negro con cartillas de racionamiento ilegales (como sucedía con los propios Frank, según consta también en el diario). Dos hombres relacionados con Otto Frank habían sido detenidos por esa causa a principios de 1944, aunque fueron liberados poco después, según recogen tanto los archivos holandeses como el propio diario. Allí, Ana Frank les llama D. y B., aunque sus nombres reales eran Pieter Daatzelaar y Martin Brouwer. Ambos representaban a la empresa Gies & Co., afiliada a la compañía Opekta de Otto Frank que tenía su sede precisamente en el edificio de Prinsengracht. Leopold se mostró tajante al explicar que la casa escondite "estaba vinculada a actividades punibles bajo la ocupación alemana" y que "es obvio que una compañía en la que la gente trabaja ilegalmente y dos representantes de ventas son detenidos por comerciar con cupones de racionamiento corría el riesgo de llamar la atención de la Policía". Los agentes del SD trabajaban de hecho en un departamento dedicado no a la persecución de judíos sino a casos de delincuencia común que implicaban el robo de dinero, joyas y valores, así como otros delitos económicos como la distribución ilegal de cupones de racionamiento o específicamente de carne. Aún más, estos policías pasaron más de dos horas en la casa, tiempo durante el cual otras dos personas que estaban en ella la abandonaron sin ser molestados. Si los agentes hubieran ido a buscar a los escondidos usando la información del supuesto traidor, no habrían tardado tanto tiempo en proceder a la detención y, desde luego, no hubieran dejado salir a nadie de allí pues podrían acusarle de encubridor...
Para quien quiera ampliar más detalles de toda la historia, existe una interesante biografía titulada The hidden life of Otto Frank (La vida oculta de Otto Frank) escrita por la investigadora británica Carol Ann Lee, también autora de Roses from the Earth (Rosas de la tierra), una reconocida biografía de la propia Ana Frank. El lector inquieto descubrirá ciertos detalles de interés ahí. Por ejemplo, que Otto y su hermano Herbert poseían un banco en Frankfurt cuya gestión parece que no resultó demasiado transparente puesto que la Justicia alemana les acusó de violar la ley regulatoria del comercio de valores con países extranjeros. Y lo hizo en abril de 1932, casi un año antes de que Adolf Hitler fuera nombrado canciller de Alemania por Hindenburg, por lo que seguía plenamente vigente la democracia de la república de Weimar y no podemos hablar de persecución antijudía. Llevados a juicio por fraude, los Frank tuvieron que cerrar definitivamente su banco.
La biografía de Lee cuenta también cómo Otto Frank consideró el matrimonio con su mujer, Edith, como "un mero acuerdo comercial". No estaba enamorada de ella, aunque sí ella de él, y por tanto no tenía muy en cuenta sus opiniones. Tal vez por eso no le hizo caso cuando, al llegar definitivamente Hitler al poder, su mujer insistió en que emigraran a Estados Unidos, previendo lo que estaba por venir. Posteriormente Otto Frank dijo sentirse "culpable" por lo ocurrido a su familia y que "no he hecho lo suficiente" para protegerlos. Tal vez pensaba en momentos como ése en que no la hizo caso. En lugar de ello, se fue de Alemania a Holanda (país que tampoco abandonó cuando fue invadido por el III Reich) con su familia y montó una compañía que vendía pectina, utilizada en la fabricación de mermelada. Uno de sus principales clientes fue... la Wehrmacht, el ejército alemán. Ver para creer. Pero la situación empeoró y, cuando en junio de 1942 Margot, por su edad, fue llamada por las autoridades de ocupación para ser deportada a Alemania con objeto de ser empleada en trabajos forzados, decidió ejecutar el plan que llevaba tiempo diseñando: desaparecer en "la casa de atrás". Por cierto, Margot llevaba su propio diario, hoy perdido. Hubiera sido interesante conservarlo y compararlo con el de Ana. El resto ya lo conocemos. Todos murieron en los KZ menos Otto Frank que, al poco de llegar a Auschwitz se sintió enfermo y fue ingresado en el hospital del KZ. Allí permaneció y fue atendido por los médicos germanos, hasta la evacuación alemana ante la llegada del ejército soviético a finales de enero de 1945...
Parece obvio que todas estas investigaciones escuecen, y mucho, en según qué foros puesto que plantean dudas profundas sobre lo que ocurrió en realidad (recordemos que la única versión que tenemos acerca de ello es la del propio Otto Frank). Sabemos hace tiempo que no hay nada que moleste más a un homo sapiens que el hecho de que alguien le despierte. Que le haga ver que algo en lo que ha creído toda su vida no era en verdad de esa manera.
Permanezcan atentos a sus pantallas, pues. Todo indica que el futuro nos reserva algunas sorpresas más respecto al Diario de Ana Frank (y otros personajes de la Segunda Guerra Mundial, más o menos importantes), un libro que hace mucho tiempo dejó lamentablemente de ser un testimonio humano para convertirse en una simple marca comercial.
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