Entre las maravillas del santuario de Olimpia, poco antes del sendero que conduce al estadio -y que un día estuvo coronado por arcos de los cuales apenas queda uno en pie-, todavía se puede encontrar una serie de bases de piedra a las que el turista apresurado no suele hacer mucho caso, pero que para el viajero consciente supone un lugar digno de reflexión. Son los pedestales de los Zanes, unas estatuas de Zeus -en cuyo honor, como primero de los olímpicos, fueron fundados los Juegos-, hoy desaparecidas, que fueron fundidas en bronce y pagadas con las multas que los jueces imponían a los atletas que violaban las normas de competición, como simular lesiones o sobornar a un adversario, entre otras. En su Descripción de Grecia, el viajero Pausanias dejó por escrito, para póstumo deshonor, el nombre de los tramposos con cuyo dinero se pagó la construcción de los primeros Zanes: Agetor de Arcadia, Pritanis de Cíclico y Formión de Halicarnaso. En estos pedestales, los griegos antiguos grabaron el nombre de los castigados y su ciudad de procedencia pero, aún más importante, una serie de versos que debían leer forzosamente los atletas que se dirigían al estadio olímpico, porque pasaban justo por delante. En ellos se les exhortaba a abrazar a Niké, la diosa de la victoria, por sus propios méritos como atletas, no a través de la corrupción del dinero. Este templo del deporte lo era también del honor.
Olimpia es uno de los más importantes decorados de una de mis novelas, La tumba de Gerión (Ed. GoodBooks), y no ha sido una casualidad -nunca lo es- que poco después de cumplir un anhelo de muchos años y haber podido pisar por fin su suelo sagrado (maravillado ante los escombros del Templo de Zeus, entusiasmado entre los restos de la palestra, conmovido en las ruinas de la basílica que erigieron los destructores del taller de Fidias, fascinado por el Filipeo...) haya tenido oportunidad de ver una película cuyo título original pierde por completo su significado al ser traducido al español. Se trata de Race, una palabra de significado ambiguo que se puede traducir como Raza y también como Carrera. Su guión se basa en los triunfos deportivos del atleta norteamericano Jesse Owens en los JJ.OO. de Berlín en 1936. Como en nuestro idioma no existe una palabra o expresión equivalente, aquí llegó a los cines con el título mucho más soso de El héroe de Berlín. En realidad, la traducción española hace más justicia a una producción con más hechuras de telefilm que de largometraje, con un guión previsible y no a la altura del ingenioso título original. Su director es, por cierto, Stephen Hopkins, así que no nos debe extrañar el aire televisivo de Race.
Tenía curiosidad por ver esta película desde que se estrenó en 2016, pero no se presentó la oportunidad de verla en el cine en aquel momento. La escasez del tiempo necesario para disfrutar de la gran pantalla, la poquísima duración de las películas en los cines -donde las carteleras se renuevan tan rápida y gratuitamente como en los expositores de novedades editoriales- y la seguridad de que tarde o temprano, más bien temprano, estaría disponible en televisión, hicieron que me despreocupara de ella. Esta semana he podido finalmente verla y comprobar que no me ha decepcionado. Quiero decir, que era exactamente tan manipuladora como esperaba y que contribuye, como un ladrillo más, a construir ese muro de incomprensión y desinformación general respecto a una época -los años 30 del siglo XX- cuyo conocimiento popular a día de hoy lamentablemente deriva casi en exclusiva de las películas de Hollywood. ¿Quiere esto decir que cuenta mentiras? No. Sólo cuenta la verdad. Mejor dicho, sólo cuenta una parte de la verdad, lo que técnicamente conduce a la mentira, aunque por un camino más largo y sutil que el del engaño puro y duro.
Race cuenta la historia de James Cleveland 'Jesse' Owens, ese heroico atleta negro de EE.UU. que humilló a los malvados nazis en los Juegos Olímpicos de Berlín en los que el Tercer Reich quería demostrar la superioridad aplastante e indiscutible de la raza aria. Owens se rió de Hitler y de su camarilla al ganar delante de sus narices cuatro medallas de oro, una de ellas a uno de los ídolos alemanes del momento, Carl Ludwig Lutz Long. Tan contrariado se quedó el Führer, que se marchó del estadio, encolerizado y sin saludar al campeón. Owens fue todo un héroe (norte) americano, sí señor.
O eso es lo que nos han contado una y otra vez -otra vez, en esta película- durante años y años y más años...
Lo cierto es que estamos ante, insisto, sólo una parte de la verdad, lo que contribuye a empañar el que debería haber sido un gran homenaje cinematográfico a este coloso del deporte. Veamos... En la primera parte de la película se muestra, con mucha suavidad -que contrasta aún más con el aire siniestro y a la vez torpe con el que, como de costumbre, se describe a las autoridades alemanas de la época-, el fuerte segregacionismo que se vivía en EE.UU. durante la juventud de Owens. De hecho, su familia era oriunda de una pequeña localidad de Alabama y emigró al estado de Ohio, a la ciudad de Cleveland -curiosamente, el mismo nombre del futuro atleta-, al norte del país, huyendo del irrespirable ambiente del sur para las personas de raza negra. De todas formas, el norte tampoco era un paraíso para ellas, pero sus excepcionales condiciones como velocista le permitieron acceder y destacar en el equipo universitario de atletismo. Pronto adquirió tanta fama que fue apodado y conocido como "la bala". Su extraordinaria progresión deportiva fue enfocada hacia la participación en los JJ.OO. de Berlín de 1936 y su superioridad física era de tal calibre que nadie dudó nunca de que sería uno de los principales miembros de la delegación yankee, aunque en la película se inventen unas supuestas dudas existenciales sobre si debería ir a un país donde "creo que no reciben bien a la gente como yo" según dice el actor que le interpreta en un momento dado.
En paralelo, el largometraje nos muestra las dudas de algunos miembros del Comité Olímpico Estadounidense sobre si participar o no en Berlín. Y se adorna con las clásicas secuencias de la Alemania hitleriana con cierre de tiendas de judíos y boicots a sus productos, además de redadas, en imágenes que hemos contemplado recreadas muchas veces. Por cierto que todavía no he visto en ninguna película sobre la Segunda Guerra Mundial -y mira que he visto películas sobre el tema- o ambientada en sus años preliminares, como es ésta, ni una sola secuencia sobre el boicot previo impulsado a nivel internacional por las organizaciones judías contra Alemania tras la victoria electoral de Hitler y su nombramiento oficial como canciller por parte del presidente Hindenburg a finales de enero de 1933. Cualquier historiador serio sabe (pero por alguna misteriosa razón, nadie lo cuenta nunca) que la coacción y las obstrucciones comerciales alemanas a los productos judíos del 1 de abril de ese año fueron una reacción a las reiteradas coacciones y obstrucciones comerciales judías previas a los productos alemanes en distintos países del mundo. Material para filmar y escribir guiones sobre este punto hay de sobra: por ejemplo, las protestas masivas organizadas por el American Jewish Congress en el Madison Square Garden o frente al Ayuntamiento de Nueva York en marzo de 1933, con el entonces famoso abogado judeoamericano Samuel Untermeyer pidiendo ya en aquel momento una "guerra santa" contra Alemania, cuando el Tercer Reich ni siquiera había planteado sus primeras medidas contra los judíos.
El boicot antialemán lo contaron varias publicaciones de la época pero quizá la fuente más impresionante sea la portada del 24 de marzo de 1933 del diario británico The Daily Express, que incluía un dibujo en el que aparecía el propio Hitler, de pie, y con cara seria, delante de una especie de tribunal rabínico que parecía juzgarle. E incluía un titular múltiple: "Judea declara la guerra a Alemania - Los judíos de todo el mundo se unen - Boicot a los productos alemanes - Demostraciones masivas." En el periódico inglés también se podía leer textos como éste: "Todo Israel en todo el mundo se está uniendo para declarar una guerra económica y financiera contra Alemania (...) catorce millones de judíos dispersados por el mundo entero estrechan filas unos con otros como un solo hombre a fin de declarar la guerra (...) contra el pueblo de Hitler (...) En Londres, Nueva York, París y Varsovia, los negociantes judíos están unidos para llevar adelante una cruzada económica". Atención, estamos hablando de 1933, seis años antes -seis..., vaya- del comienzo oficial de la Segunda Guerra Mundial.
(Aprovecho para explicar aquí que el término nazi con el que se califica, en ésta y en el 99,9 % de películas, a los alemanes durante la época del Tercer Reich no fue un término popular en aquel momento, fuera de ciertos círculos judíos, ni en Alemania, ni en Estados Unidos, ni en ningún otro país. La palabra no es más que una contracción de Nationalsozialistische -nacionalsocialista- y se la inventó el periodista y activista judeoalemán Konrad Heiden como término despectivo para los militantes del NSDAP, el partido nacionalsocialista alemán, para emplearla de forma similar al nigger con el que los estadounidenses blancos se referían despectivamente a los negros -y que podría traducirse en español como negrata-. Heiden construyó la expresión imitando una contracción que ya existía, sozi, para referirse a Sozialistische o socialista, aunque entonces el significado político de este término estaba más cerca del comunismo que de lo que hoy se considera socialismo.)
Pero volvamos a Owens. La parte culminante de Race es la competición en los JJ.OO. de Berlín y aquí encontramos todos los tópicos que rodean la historia de este legendario atleta y que fragmentan la verdad. Conocemos ésta, gracias a lo que publicaron los periodistas de medios de todo el mundo en sus diarios y también por las entrevistas y declaraciones que concedió a posteriori el propio Owens recordando su experiencia en Alemania. Anoto a continuación los puntos más importantes, que podrían desarrollarse más ampliamente.
* Nadie discriminó a nadie en los JJ.OO. de Berlín, cuyo desarrollo fue modélico, con un respeto absoluto de público y jueces hacia los competidores. De hecho, en la película hay una escena chocante -para las personas no informadas- en la que Owens y otro deportista también negro, descubren, asombrados, que comparten alojamiento, comida y trato con sus compañeros blancos. En Alemania, nadie les discrimina por su raza: ése es un privilegio impensable en los EE.UU., donde, como se aprecia en una de las escenas previas, los autobuses tenían asientos diferenciados para blancos y para negros y obvio es decir cuáles eran los mejores y cuáles los peores.
* Los alemanes no odiaban a Owens ni a ningún atleta negro, ni amarillo -en aquellos Juegos también hubo competidores asiáticos, como los japoneses, los chinos o los filipinos- o de cualquier otro color que no fuera el blanco. En este sentido, la película tampoco puede esconder el contraste entre los abucheos que recibe el protagonista durante sus competiciones en Estados Unidos por culpa de su raza con el magnífico recibimiento que tuvo la selección norteamericana -con aplausos, vítores y flores- y él en particular, pues era muy conocido por sus hazañas deportivas. El propio Owens agradeció, tras ganar la primera de sus medallas de oro, "el entusiasmo deportivo de los espectadores alemanes, la caballerosa actitud del público. Pueden decirle a todo el mundo que agradecemos la hospitalidad alemana." Esta actitud humilde y la prodigiosa suma de cuatro medallas en el Berliner Olympiastadion impulsó su fama hasta límites nunca vistos y tuvo que firmar numerosos autógrafos. Llegó a estar tan agobiado por el público y la prensa que su compañero, también negro y de físico parecido al suyo, Herb Fleming aceptó pasarse por él en varias ocasiones para liberarle de tanta presión.
* Un tercer punto que no puede obviar el largometraje por ser demasiado conocido es la amistad entre Owens y Long, que se mantuvo durante años. La ayuda que el saltador germano le prestó fue más allá de lo que se ve en la pantalla: simplemente colocando una prenda en el punto donde su rival norteamericano debía saltar, como si él no lo supiera. Según revelaría el propio Owens más tarde, había seguido algunos consejos técnicos de Long. No hay que olvidar que Owens era velocista, no saltador. Además, el atleta germano aparece en la película como crítico al gobierno alemán, pero cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial no tuvo problemas en alistarse en la Wehrmacht, pese a que los deportistas de elite disponían del privilegio de eludir la primera línea y quedarse en la retaguardia. Combatió con valor y en 1943, durante la invasión aliada de Sicilia, fue herido en combate. Murió en un hospital de campaña del ejército británico.
* Hitler no se retiró del estadio olímpico para no saludar a Owens. Al contrario, el primer día estuvo presente prácticamente durante toda la jornada en el estadio, entusiasmado con la marcha del acontecimiento deportivo, y quiso felicitar uno por uno y en público a los vencedores. Fue el presidente belga del Comité Olímpico Internacional, Henri Baillet-Latour, quien en nombre de su organización y tras los primeros saludos, le encareció a que dejara de hacerlo. Adujo cuestiones de protocolo olímpico, aunque en realidad trataba de evitar que el Führer rentabilizara políticamente los éxitos deportivos, además del de la organización de los Juegos. Ballet-Latour obtuvo satisfacción inmediata a sus exigencias, puesto que Hitler no volvió a saludar en público a ningún otro atleta, de ningún país y de ningún color. Eso sucedió justo antes de la siguiente prueba, que fue ganada por un negro de la selección norteamericana..., pero no por nuestro protagonista, sino por Cornelius Johnson, quien logró el oro en salto de altura. Es más, Owens contó en varias entrevistas que Hitler le saludó personalmente desde la tribuna tras ganar su tercera medalla, la de los 200 metros, e incluso hay un fuerte rumor acerca de la existencia de una fotografía en la que ambos se estrechan la mano en privado, detrás del palco, aunque nunca se llegó a hacer pública.
* En la película, el entrenador de Owens busca unas zapatillas para su pupilo y, como no le llegan de Inglaterra, busca a un fabricante local, Adi Dassler, el futuro fundador de la compañía Adidas. En la realidad, fue Dassler quien convenció a Owens para que llevara sus zapatillas, que entonces fabricaba con su hermano en la fábrica que llevaban conjuntamente, con lo que le convirtió así en el primer atleta patrocinado de los JJ.OO. Recordemos que el corredor de Alabama era muy conocido en Alemania antes de visitarla.
* Al finalizar los Juegos, el Tercer Reich patrocinó una exhibición del equipo estadounidense, incluyendo al propio Owens, en Colonia, donde otra multitud de fans les aplaudió con pasión. Qué diferencia con el trato que recibió "el héroe de Berlín" al regresar a Estados Unidos... Si bien es cierto que tuvo un recibimiento espectacular al llegar a Nueva York, con desfile incluido, no lo es menos que la prensa y las principales autoridades políticas y deportivas (empezando por la Casa Blanca y el mismísimo Franklin Delano Roosevelt) le ignoraron..., olímpicamente. El éxito deportivo de EE.UU. en Europa lo había conseguido un negro y, además, un negro que no criticaba a los alemanes sino que agradecía constantemente su buena acogida. Si hubiera sido un blanco y hablara mal de ellos, hubiera sido recibido por Roosevelt, entrevistado en todos los periódicos y radios y logrado subvenciones múltiples para dar continuidad a su carrera deportiva, como otros atletas -el propio Long siguió compitiendo por Alemania y, en los Europeos de Atletismo de París en 1938, fue tercero-. En lugar de ello, a Owens su propio país le prohibió viajar invitado a Suecia junto con sus compañeros de selección para una exhibición similar a la que había hecho en Colonia y, una vez en casa, le retiró la categoría de amateur, lo que significaba el final de su carrera deportiva. A pesar de ser uno de los mejores velocistas de la Historia, nunca volvería a competir..., si exceptuamos las denigrantes carreras en espectáculos públicos, corriendo incluso contra caballos, a las que se vio obligado a recurrir para ganarse la vida. Regresó al anonimato de ciudadano de segunda clase en Estados Unidos. Estos detalles no aparecen en la película, que de todas maneras no tiene más remedio que admitir, al final, el maltrato del país "campeón de la democracia" a uno de sus hijos más brillantes, en el plano deportivo...
Los Juegos Olímpicos de la Antigüedad nacieron como un ritual religioso, más que deportivo: como una ofrenda a los dioses de lo mejor que podía ofrecer el ser humano, tanto en el plano físico como el de la virtud. Eran un atractivo sustituto de la guerra para las ciudades Estado de la Hélade, que así podían disfrutar de héroes locales y victorias sobre sus adversarios sin necesidad de derramar sangre y perder lo mejor de su juventud en los campos de batalla. La recompensa que obtenían los ganadores, aparte de la fama y la gloria, varió mucho a lo largo de los siglos y en función de las ciudades de los que eran oriundos. Aunque en los primeros Juegos el símbolo de la victoria era una manzana, pronto fue cambiado por una corona de olivo salvaje, que era la concedida en la propia Olimpia, y a la que en épocas sucesivas se unieron otros reconocimientos simbólicos como una cinta de lana para la cabeza o una hoja de palma. Sin embargo, al regresar cada cual a su polis, las autoridades locales adjudicaban los premios particulares que desearan o estuvieran previamente fijados: desde la entrega de recompensas económicas hasta la erección de estatuas, el nombramiento de cargos públicos o, como en el caso de los espartanos -mis queridos espartanos-, obtener el privilegio de luchar junto al rey en primera fila de futuros conflictos bélicos.
Los Juegos Olímpicos actuales tienen poco de religión y tampoco les queda demasiado de deporte. Como ha sucedido en tantas actividades humanas, el dinero ha corrompido su espíritu inicial y hoy el principal objetivo de la inmensa mayoría de los que participan en ellos no es honrar a los dioses ni mejorar la calidad humana de sus participantes, sino ganar dinero y prestigio nacional a costa de unos deportistas que, más que seres humanos, son robots llevados al límite de sus fuerzas físicas y mentales con tal de subir a lo más alto del podio. No importa lo que piensen, lo que sientan, lo que sufran o lo que deseen: sólo que ganen.
...
Postdata:
En los JJ.OO. de Berlín, Alemania ganó 89 medallas (33 de oro, 26 de plata y 30 de bronce, en primera posición en las tres categorías). En total, cosechó las mismas medallas que la suma de las tres potencias internacionales más importantes del momento: Reino Unido obtuvo 14, Francia logró 19 y Estados Unidos llegó a 56. ¿Realmente alguien puede pensar que Hitler se sintiera humillado por los 4 triunfos del atleta de Alabama?
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