El último libro del psicólogo social y profesor de la Universidad de Nueva York Jonathan Haidt, publicado hace unos meses, se titula The Coddling of the American Mind (en el momento de escribir estas líneas aún no hay traducción al español, pero podría ser algo así como Mimando a la mente americana). Es un texto escrito a medias con Greg Lukianoff en el que advierte de lo que para cada vez más pensadores resulta evidente: la mala educación que están recibiendo las nuevas generaciones de jóvenes, incluso en la universidad, y cómo ello influirá para mal en el futuro (ya lo está haciendo en el presente) de su país. Es un libro muy interesante, porque muchas de las cosas que cuenta pueden extrapolarse a Europa y, específicamente, a España, donde la ingeniería social está alcanzando cotas de eficiente perversión nunca vistas antes. De hecho, en una entrevista con el diario El Mundo con motivo de la publicación de ésta, su de momento última obra, Haidt reconocía que sus conclusiones pueden ser aplicadas al Viejo Continente sin problemas. En el fondo, Estados Unidos es un país europeo más, aunque físicamente se halle al otro lado del Atlántico. O lo era hasta hace bien poco. En todo caso su destino va, querámoslo o no, ligado al de Europa.
Cuenta Haidt en la susodicha entrevista que las universidades norteamericanas inyectan desde hace unos años en sus estudiantes tres ideas "pésimas" según su propia calificación. La primera: que lo que no mata, debilita a la persona (cuando sucede justo al revés, como siempre nos contó el Viejo Fritz, pues "lo que no me mata me hace más fuerte" o, como decimos por aquí, "lo que no mata, engorda"). La segunda: que hay que confiar en los propios sentimientos (lo que equivale a adquirir un pasaporte hacia la catástrofe, por más que la actual saturación de libros de ayutoayuda haya puesto de moda esta aseveración; lo cierto es que siempre hay que buscar el equilibrio entre la mente y el corazón, siempre). Y la tercera: que la vida es una batalla entre buenos y malos (en la que lógicamente cada cual se ve como uno de los buenos..., sin darse cuenta de que todos somos buenos y malos a la vez y que, además, la batalla es dentro de uno mismo, de nuestra parte buena contra nuestra parte mala, no contra las partes de los demás).
Con esta visión de la vida en su interior, resulta que "muchos jóvenes nacidos después de 1995 y que han ido llegando a las universidades a partir de 2013 son frágiles, hipersusceptibles y maniqueos". Ahí tenemos una descripción exacta de lo que en Twitter en España se conoce como "ofendiditos" (y "ofendiditas"). Todos esos chavales sin experiencia alguna de la vida que se permiten el lujo de despreciar los logros de sus mayores (como, por cierto, ha hecho siempre la juventud, aunque nunca tuvo un altavoz tan potente como ahora gracias a internet y las redes sociales) y además decirles cómo deberían haber construido el mundo..., cuando no tienen ni idea ni siquiera de quiénes son ellos mismos ni de lo que es, en sí mismo, el propio mundo. Acunados por los portavoces de las utopías de la izquierda política, el feminismo radical, el vegetarianismo a ser posible extremo, la indefinición sexual, el animalismo más ridículo, el materialismo absoluto y el pacifismo más bovino, nos encontramos así ante una generación de jóvenes que, como bien explica Haidt: "No están preparados para encarar la vida, que es conflicto, ni la democracia, que es debate. Van de cabeza al fracaso". Y a algo peor, añado yo, cuando observamos todo lo que está pasando en el mundo.
Ni qué decir tiene que esta generación de ofendidos es gran aspirante a la suprema infelicidad y sucesivos datos lo corroboran. Haidt apunta a que, poco después de terminar el libro, los autores descubrieron un informe demoledor: "la tasa de depresión juvenil, sobre todo entre las chicas, está creciendo. También los suicidios y el ingreso en hospitales por trastornos relacionados con la ansiedad". Son personas mucho más vulnerables al acoso escolar y la exclusión, fenómenos que, recuerda, son tan "antiguos como la vida misma, que hoy los jóvenes soportan mucho peor que antes". En realidad, lo que viene a describir no es tan sorprendente. No es más que la experiencia universitaria de los pequeños tiranos de los que ya nos advertían hace años los educadores: esos críos maleducados, exigentes y narcisistas a los que sus padres (si es que están en casa) les consienten y regalan todo cuando son pequeños y que, al llegar a la adolescencia, resultan ingobernables. Bueno, pues ya están en la universidad y siguen en el mismo plan.
Lo peor es que finalmente serán adultos con puestos de responsabilidad e incluso mando en plaza y no hace falta mucha imaginación para prever el desastre de dejar en manos de este tipo de gente decisiones importantes para toda la sociedad, cuando aspiren a ser tratados con la misma indulgencia que lo fueron cuando niños. Haidt afirma que para ser fuerte "no hay que eludir la adversidad, sino encararla" (¡Por supuesto!), por lo que "sobreproteger a un niño se puede entender como una forma de desampararlo". Si extrapolamos la idea a la sociedad entenderemos por qué este experto se muestra contrario a sobreproteger a colectivos que se dicen históricamente discriminados (si estudiamos de dónde nace en verdad esa discriminación en algunos de ell0s nos llevaremos grandes sorpresas, pero ése es otro asunto). Y cómo se ha viralizado esa epidemia de odio hacia sí mismos y hacia su país que rampa y ruge entre muchos jóvenes que se autocalifican de izquierda (aunque sus vidas se ciñan más a los tópicos de derecha) capaces de relatar en las redes sociales heroicas hazañas que nunca han llevado a cabo, ni probablemente lo harán, en la vida real.
Todo esto tiene mucho que ver con lo que este autor califica como "gravísimo" retroceso de la libertad de expresión en el ámbito universitario, desde donde pasa a la prensa y de ahí a la política y finalmente al resto de la sociedad. "Es práctica habitual y, lo que es peor, legítima acallar opiniones discrepantes con el argumento de que resultan ofensivas". En España hemos visto ese mismo proceso, asociado sobre todo a los partidos de izquierdas y a los independentistas catalanes. Claro que, como en todo, también se manifiesta el karma. Y fue especialmente divertido ver hace unos días lo mal que lo pasó cierto incoherente líder de la ultraizquierda que tuvo que salir escoltado de una librería de Barcelona, donde presentaba el texto que había coescrito con un periodista, ante el escrache con el que le obsequió un grupo de ultraderecha. Lo divertido no fue el acoso en sí (un acoso nunca lo es), sino las quejas porque le hubiera sucedido a él algo que él mismo ha promovido y en lo que ha participado en numerosas ocasiones previamente y que llegó a justificar en su día con un tuit que se hizo famoso: "los escraches son el jarabe democrático de los de abajo"... Dice Haidt que los alumnos de la universidad (donde por cierto ha ejercido como profesor durante años el susodicho escracheado y varios de sus más conocidos colaboradores) sólo reciben una versión de la vida y del mundo y no entienden que pueda haber opiniones diferentes a las suyas. Las universidades, ojo a esto, "se han puesto al servicio de una facción, ya no educan, promueven un culto, una religión, una visión paranoica y binaria del mundo" que empuja a los estudiantes hacia un "triple abismo de la ansiedad, la alienación y la impotencia cultural".
Una buena demostración de esta denuncia es lo que les ha sucedido a tres profesores británicos cuya peripecia es digna de una película (que podría llegar a rodarse, o no, enseguida lo cuento)... El pasado mes de octubre, Helen Pluckrose, James A. Lindsay y Peter Boghossian advirtieron al mundo de lo sencillo que es manipular a una sociedad ingenua para la que la ciencia se ha convertido en la nueva religión, en la que hay que creer sí o sí porque sus profetas investigadores así lo exigen aunque el misterio sólo sea comprendido por ellos (como sucede por cierto con los sacerdotes de cualquier culto). Para ello prepararon una campaña que se desarrolló durante año y pico, inspirada en la audacia del físico neoyorquino Alan Sokal.
Sokal, que ya era consciente de la decadencia del pensamiento occidental hace tiempo, remitió a la "prestigiosa publicación" Social Text un supuesto artículo muy sesudo con el título de Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity (La transgresión de las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica) que fue publicado en el número de primavera/verano de 1996. La forma habitual que tienen los científicos de difundir y conseguir apoyo (incluyendo el económico) a sus tesis e investigaciones es publicar artículos en este tipo de revistas, que cuentan con expertos que analizan los textos y sólo los publican si son de calidad..., en teoría. Sokal estaba experimentando con Social Text. Quería comprobar si es posible difundir literalmente cualquier cosa siempre y cuando esté redactada con la suficiente pompa científica y, sobre todo, apoye la ideología de los editores. Así que escribió un artículo sin pies ni cabeza defendiendo una tontería: que la gravedad cuántica era un constructo social. O sea, que en realidad no existe, pero que si lo hace es porque los científicos creen que existe y se comportan como si así fuera. De inmediato publicó otro texto en otra revista, Lingua Franca, en el que revelaba que el artículo era un engaño. Según sus propias palabras, redactó "un pastiche de jerga postmodernista, reseñas aduladoras, citas grandilocuentes fuera de contexto y un rotundo sinsentido" que, por si fuera poco, estaba arropado por "las citas más estúpidas que he encontrado sobre matemáticas y física" firmadas por universitarios "postmodernos".
Ni que decir tiene que el aldabonazo que esto supuso en el mundo de las publicaciones académicas fue más que sonado y levantó muchas ampollas. Sokal amplió el tema escribiendo junto a su colega belga, también físico, Jean Bricmont, un libro titulado Imposturas intelectuales que se publicó al año siguiente, en 1997. Allí se desarrollaba el concepto del artículo y se criticaba sin ambages el "incompetente y pretencioso" uso de conceptos científicos por un grupo "pequeño pero influyente" de intelectuales como Jacques Lacan, Jacques Derrida, Jean Baudrillard, Julia Kristeva y otros "intocables".
Volvamos a Pluckrose, Lindsay y Boghossian. Veinte años después de Sokal decidieron ir más allá y planificaron su estrategia para colocar no uno, sino un montón de estudios (enviaron 20 artículos "científicos", de los que sólo 6 fueron rechazados: el resto fueron publicados o estaban en proceso de revisión cuando destaparon la "broma") más falsos que un billete de cuatro euros en las principales revistas académicas del país, de tendencia izquierdista postmoderna. Estudios de quejas, los llaman ellos. Su objetivo, explicaron en octubre, era "estudiar, comprender y exponer la realidad" de estos informes que "están corrompiendo la investigación académica", especialmente, dentro de ese campo de batalla en el que se ha convertido todo lo relacionado con el género y los sexos. Así que se pusieron a escribir sus artículos con "metodologías de muy mala calidad, aseveraciones injustificadas y análisis cuantitativos fundamentados en la ideología" según su propia descripción. Lo grande del caso es que una persona con pocos prejuicios en la cabeza podría haberse dado cuenta de que los artículos eran lo bastante extravagantes como para hacer sospechar de su seriedad. De hecho, es lo que sucedió con uno de los que lograron publicar, que fue luego retirado ante la sospecha de que fuera un hoax (un engaño) y al final el trío de investigadores tuvo que revelar lo que estaba pasando antes de poder comprobar cuántos textos más conseguían colocar.
Veamos la catadura de los informes falsos. Uno de ellos, llamado ¿Quiénes son ellos para juzgar? Superar la antropometría a través del culturismo de grasa, defendía los supuestos beneficios que podría tener para la aceptación de "cuerpos no normativos" la promoción de un culturismo basado en la exaltación de la grasa en lugar de los músculos, porque la obesidad podría ser entendida como "un tipo de deporte" alternativo. Así que podía plantearse "incluir cuerpos obesos expuestos de una forma no competitiva", o sea que las competiciones de culturismo contaran con algún tipo de exhibición de gente extremadamente gorda, para así ayudar a luchar contra "las normas culturales opresivas que hacen que la sociedad valore mucho más tener músculos, en vez de admirar la grasa".
Más aberrante eran el artículo titulado Reacciones humanas a la cultura de la violación y la performatividad 'queer' en parques urbanos para perros en Portland, Oregon (ya sólo el título promete...) que recibió un apoyo entusiasta de sus revisores y en el cual se describían los parques para perros, textualmente, como "un lugar de cultura de la violación canina y opresión sistémica contra el perro a través del cual se pueden medir las actitudes humanas hacia estos problemas". Se supone que el informe recogía la observación de las cópulas de los perros en los parques y la información facilitada por sus dueños sobre su sexualidad para, después de aportar una serie de estadísticas falsas, concluir que la mejor forma en la que el feminismo podría destruir la "cultura de la violación" sería educar a los hombres como si fueran mascotas. Porque, como todo el mundo sabe, "es preciso reflexionar sobre cómo podemos entrenar a los hombres para que abandonen la violencia sexual y el machismo hacia los que están inclinados" (siguiendo la lógica anormal del feminismo extremo para el cual todos los hombres son seres humanos de segunda categoría, animalescos y movidos exclusivamente por sus más bajos instintos). La entusiasta (y feminista) dirección de la revista, además de publicar el texto, reclamaba algún tipo de premio o beca para los autores de tan brillante investigación.
Otro artículo publicado es Entrando por la puerta de atrás: desafiando la homohisteria, transhisteria y transfobia del hombre heterosexual con juguetes sexuales que recomendaba a los hombres blancos y heterosexuales que aprendieran a "practicar la penetración anal receptiva con juguetes sexuales" porque así se supone que "disminuirá su transfobia y aumentarán sus creencias feministas". Otro, aún más delirante, era 'Tu lucha es mi lucha: solidaridad feminista como una respuesta cruzada al feminismo neoliberal y selectivo'. Aquí nuestros tres investigadores llegaron a incluir fragmentos de Mi lucha de Adolf Hitler, adaptados con términos feministas. Por ejemplo, "Si no erradicamos al hombre blanco heterosexual (aquí ponía judío en el original) celebraremos el funeral de la humanidad". Ahí queda eso... Una idea que aportaban en el texto y que fue bien recibida era una actividad escolar para que "los niños blancos fueran conscientes de sus privilegios", que consistía en encadenarlos al suelo para que las niñas y los niños de otras razas los humillaran públicamente.
No olvidemos un detalle escalofriante: todas estas ideas fueron redactadas de forma irónica para artículos falsos destinados a probar el deterioro gravísimo de la calidad de la investigación académica, pero ¡hay autores que defienden éstas y otras ideas parecidas de verdad! De hecho, es justo por eso por lo que los editores de estas revistas no se escandalizaron al leer todas estas barbaridades...
Al verse obligados a poner fin a su experimento, los tres profesores dieron sus explicaciones. E insistieron en que su objetivo había sido denunciar la politización del discurso social empleando para ello estos artículos carentes de chicha científica real y encaminados a justificar determinadas posturas ideológicas en las que prima la división de la sociedad entre grupos oprimidos y opresores (donde los grupos opresores son siempre los mismos -hombres blancos heterosexuales occidentales- y los oprimidos, el resto del mundo según venga el caso -mujeres, negros, homosexuales, asiáticos, etc.-) con tal de atizar el odio en la sociedad y el afán por destruir la cultura de Occidente. En la revista Aeron, publicaron un artículo explicando su impostura y allí dejaron escrito que "los estudios basados en la atención a quejas de grupos sociales se han normalizado en su falta a la verdad, y sus académicos cada vez presionan más a sus estudiantes para que apoyen su cosmovisión". Una comovisión que, obviamente, "no es científica, y mucho menos rigurosa. Para muchos, este problema se ha vuelto cada vez más obvio, pero faltan pruebas sólidas". Y de ahí su experiencia. En su "confesión" explicaban con un delicioso tono irónico por qué habían elaborado y publicado estos estudios falsos: "Porque somos racistas, sexistas, intolerantes, misóginos, homófobos, transfóbicos, transhistóricos, antropocéntricos, problemáticos, privilegiados, acosadores, de extrema derecha, cisheteronormativos y hombres blancos, además de una mujer blanca que estaba demostrando su misoginia abrumadora". Luego añadirían que evidentemente no podían autodefinirse de esa manera pero que estaban seguros de que les iban a llamar todo eso y más.
En una entrevista posterior en The Washington Post' previeron que "tendremos problemas laborales y posiblemente acabemos siendo unos parias académicos". A pesar de eso, Pluckrose, Lindsey y Boghossian se la jugaron porque "el riesgo de permitir que este tipo de investigaciones sesgadas continúen influyendo en la educación, los medios de comunicación, las políticas y la cultura es mucho mayor que cualquier cosa que nos suceda por haberlo hecho". Loable justificación, que se completaba con estas otras palabras: estas revistas "no persiguen el noble y esencial trabajo liberal de defensa de los derechos civiles; lo corrompen, mientras intercambian sus buenos nombres para seguir vertiendo soluciones sociales falsas a un público que sigue estando cada vez más enfermo."
Un público enfermo, envenenado y anestesiado. Un pueblo dormido que difícilmente tiene, no ya fuerza, sino ganas, para levantar la cabeza...
Pero ¿qué ha sucedido con los tres investigadores? El diario El Confidencial los localizó hace unos días y, tal y como habían pronosticado ellos mismos, les estaban haciendo la vida imposible. La mitad de sus propios colegas universitarios, los de tendencia más izquierdista, les desdeñan y/o atacan (a veces de forma anónima y cobarde) y la otra mitad, de carácter conservador, miran para otro lado pues "todos los que están de acuerdo contigo están demasiado asustados para decirlo" según indicaba Lindsay que le dijo un colega suyo. Boghossian asegura haber sufrido los peores ataques, afirma que le califican como miembro de la Alt-Righ (la conocida como derecha alternativa) y seguidor de Trump (aquí le llamarían facha y franquista) y estaba decepcionado con los resultados de su experimento pues "pensé que sería una llamada de atención sobre la corrupción de los departamentos para quienes están dentro de estas disciplinas, pero no". Además, los afectados "parece que están tratando de fingir que el escándalo nunca sucedió". Pluckrose añade que "la gente está perdiendo amigos por la división política y eso probablemente conduzca a silenciar a las personas que de otra manera hablarían" lo cual es "profundamente triste y preocupante". Los tres profesores han constatado que los campus de las universidades anglosajonas se han convertido en sitios peligrosos para cualquier voz independiente, ya no digamos disidente.
Respecto a la película, hay un cineasta amigo de ellos que se llama Mike Nayna. Ha seguido de cerca todo lo ocurrido y fue testigo de cómo presentaron sus delirantes trabajos, de las aún más delirantes sugerencias de los editores que se las aceptaron (como uno que animó a los autores a ser "menos blandos" con los niños de raza blanca) y de las represalias contra ellos. Su idea es elaborar un documental titulado Grievance Studies affair (El caso de los estudios reivindicativos) pero la financiación para terminarlo no llegará de ninguna entidad con dinero y por eso ha puesto en marcha una iniciativa de micromecenazgo a través de Patreon. ¿Será capaz de reunir el dinero suficiente? Aún más, ¿será capaz de proyectar luego la película una vez terminada?
A día de hoy, constatamos pues el sólido avance, con paso firme, de los ofendiditos y por tanto el retroceso del librepensamiento. Nada nuevo bajo el Sol. Poco a poco nos deslizamos hacia una nueva era en la que será imposible escribir sobre lo que uno quiera (de hecho, en este momento ya hay ciertas materias sobre las que está prohibido directamente escribir, a no ser para repetir la versión oficial de los hechos). Ni siquiera será factible escribir como uno quiera, pues se impondrá un estilo específico y no se permitirá otro. Mientras llegue ese momento, no obstante, seguiremos juntando letras como buenamente podamos.
Y ahora viene el momento de las despedidas. Como todos los años por estas fechas, con la llegada del solsticio de invierno un servidor regresa temporalmente a Walhalla para pasar allí las fiestas del Nuevo Sol triunfante y la llegada del año nuevo. Esta vez, sin embargo, es posible que tarde un poco en volver por esta bitácora. Hay muchas cosas que hacer y muy poco tiempo para hacerlas y hasta un aprendiz de Dios tiene sus limitaciones para poder atender todos los frentes que se le ponen por delante. Algunos de ellos requerirán expresamente mi atención durante las próximas semanas. Así que, como dijo Mac Arthur, me voy pero volveré. Aunque, quién sabe cuándo... Mientras tanto, os dejo mi vela roja encendida.
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