Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 17 de febrero de 2012

La defensa del sistema

Los tertulianos que comentan la actualidad del día a día en los medios de comunicación deberían leer, si no lo han hecho ya, uno de los artículos más inquietantes (aunque en absoluto sorprendentes para los que frecuentamos la Universidad de Dios y para aquéllos a los que les lleguen sus ecos a través de esta bitácora) que se ha publicado en los últimos tiempos en las revistas científicas. Es un artículo, por cierto, que no ha tenido mucho eco fuera de este ámbito (otra cosa nada sorprendente, dado su contenido). Lo firman varios especialistas en el estudio de la mente humana y se ha publicado en Current Directions in Psychological Science, editada por la norteamericana Association for Psychological Science. La conclusión básica de este trabajo es que, por triste que parezca, las personas corrientes siempre tienden a defender los sistemas en los que están inmersos, aunque éstos sean corruptos o injustos.

Eso sí, los psicólogos que han elaborado este informe facilitan cuatro justificaciones concretas para excusar en cierto modo a la gente por mantener esta actitud de “mantenella y no enmendalla”

1) La amenaza (del sistema mismo, y no sólo de las propias personas que lo integran; en tiempos de crisis, especialmente, la mayoría de la gente necesita creer no sólo que está haciendo lo correcto sino que además las reglas del juego que especifican cómo debe hacerlo también son correctas).

2) La dependencia (cuando la persona depende para su vida diaria de que el sistema funcione y por tanto defiende cualquiera de sus actuaciones; un experimento desarrollado por los autores del texto condujo a una serie de estudiantes a sentirse dependientes de su universidad y a partir de ese momento los estudiantes apoyaron las políticas de financiación de su institución educativa -que les afectaba directamente- mientras criticaban las del gobierno -que no les afectaba directamente- pese a ser las mismas).

3) La imposibilidad de escape (relacionada con la anterior, cuando la personas es incapaz de ver la fórmula para librarse de él y por tanto termina por adaptarse -ah, la sabiduría de mi libro de cabecera favorito, el Refranero Popular: "Si no puedes con él, únete a él"- y aprobar una serie de situaciones que, si las considera respecto a otros sistemas que ni le van ni le vienen, consideraría simplemente indeseables).

4) Y el escaso control personal (cuando la persona no tiene influencia para actuar sobre el sistema y cambiarlo de alguna forma; según este trabajo, cuanto menos control tenga un individuo sobre su propia vida, más apoyará al sistema y a sus líderes, pues le aportarán un orden y un cierto sentido de la existencia).

Sistema es, en este caso, sinónimo de muchas cosas. No tenemos que pensar sólo en la Matrix, el Gran Juego en el que estamos inmersos desde el momento en el que decidimos encarnar. Ni tampoco en grandes organizaciones políticas o sociales, según cuyas reglas de juego nos vemos obligados a actuar so pena de acabar en la cárcel o en un psiquiátrico. Sistema puede entenderse también como gobierno, empresa, matrimonio, asociación, etc. Cuando se reduce a este tamaño, parece increíble que el homo sapiens se muestre incapaz de liberarse de semejantes cadenas, pero así es. 

Un amigo muy cercano me contó un caso muy concreto: la presión ilegal (pero encubierta) y el boicot sistemático a que les sometía en su trabajo un delegado sindical corrupto (ya sé que en este momento los principales "malos" de la película son los banqueros y los grandes empresarios, pero las novelas y las películas deberían habernos enseñado que los mayores villanos son los que se disfrazan para no parecerlo y luego te clavan la navaja por la espalda: éste es uno de esos casos). La situación empeoró hasta el punto de llegar a poner en riesgo la actividad laboral de este amigo y sus compañeros, pero nadie, absolutamente nadie, fue capaz de levantar la voz y denunciar la situación. Siguiendo los puntos anteriores, la rebelión contra este sistema laboral no se producía en parte por dependencia (“dependes del trabajo y si protestas contra un fulano que se supone te está representando y velando por tus derechos, aunque no sea cierto, sabes que a continuación él y sus amigos van a ir a por ti y no te dejarán en paz hasta que te marginen o te echen”, me decía) y en parte por escaso control personal (“quise denunciarle pero ¿qué podía hacer yo solo? El resto de compañeros me daban la razón y me animaban a que presentara la denuncia contra él pero se negaron por miedo a acompañarme en la firma”).

Al final, mi amigo resolvió la situación cambiando de trabajo. Se libró de este sinvergüenza, pero no de la sensación de impotencia y amargura por su incapacidad real para afrontar el sistema. Tampoco se libró del reproche hacia sí mismo por no haberse atrevido, al final, a denunciarle, aunque nadie le hubiera apoyado oficialmente. Para ello tendría que haber asumido la soledad que siempre implica el camino del desafío, el único que merece la pena en la vida. Le dije que no se preocupara porque muy probablemente en su nuevo trabajo tendrá ocasión de enfrentarse a una situación muy similar y resolver esta contradicción interna suya en la que vive desde que cambió de empresa... Antes de empezar la carrera en la Universidad de Dios ya había yo aprendido que cuando la vida nos pone un problema por delante es para que lo resolvamos, y en esa acción debemos además aprender algo concreto. Si miramos para otro lado y eludimos el problema o lo resolvemos de manera mecánica, volverá a presentarse ante nosotros tarde o temprano, invariablemente. Y, por cierto, cuanto más tardemos en afrontarlo, más poderosa será su siguiente visita.

Volviendo al artículo, los psicólogos incluyeron sus ideas en la conocida como Teoría de la Justificación del Sistema, incluida en la psicología social. Según esta teoría, las personas tienden a defender su situación, sea buena o mala. Y si es mala, la "reconvierten" mentalmente para que parezca la única posible. De esta manera se gratifican psicológicamente justificando su propio ego y el grupo social al que pertenecen. Retorno al Refranero Popular: "Más vale malo conocido que bueno por conocer..."

Con todo esto, queda claro que cuando la gente ha de soportar un sistema determinado y, cuanto peor se encuentra dentro del mismo, más propensa es a justificar hábilmente sus deficiencias en lugar de rebelarse. El límite está, seguramente, en la subsistencia pura y dura: si llega un momento en el que la persona no puede sobrevivir porque no tiene qué comer ni un techo bajo el que cobijarse, terminará por saltar y enfrentarse al sistema, pues ya no tiene nada que perder. Pero hasta llegar a esa frontera, hay un amplio margen con el que mantener al rebaño bajo control. Lo vemos a diario.








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